Humor Ocio y Vicio

Ni en serio ni en broma, sino Andy Kaufman

Andy Kaufman. Imagen: NBC.
Andy Kaufman. Imagen: NBC.

«No soy un cómico, no he contado un chiste en mi vida». Así es como se definía Andy Kaufman, unas palabras que remiten a Lenny Bruce cuando negaba ser un humorista o a Julio Camba cuando pedía a sus lectores que no lo tomasen ni completamente en serio ni completamente en broma. ¿Por qué? Quizá porque ser tomado completamente en broma, es decir, ser etiquetado como humorista o comediante, impone de entrada una exigencia de hacer reír que estrangula la natural espontaneidad que requiere. Además la comicidad a menudo juega con el contraste y lo inesperado, con hablar de los Presupuestos Generales del Estado con un embudo en la cabeza, por eso algunos expresidentes nos hacen más gracia que muchos monologuistas. El disparate nuestro de cada día que leamos en las redes sociales nos divierte especialmente si ha sido dicho en serio. Eugenio contaba chistes con un rictus funerario y en Hombres de negro el papel realmente cómico lo tenía Tommy Lee Jones con ese rostro esculpido en piedra, comportándose como un funcionario hastiado frente a un alienígena de quince ojos. En ese sutil paseo por el filo entre la solemnidad y la burla, entre la inocencia y la transgresión, en esa manera de confundir al público de tal forma que ya no sabía bien cómo tomarse lo que oía, Kaufman demostró un excepcional talento.

Nacido en 1949 en una familia judía de Nueva York, hubo un acontecimiento en su más tierna infancia que supuso un impacto significativo en su desarrollo posterior. Tenía un abuelo al que llamaba Papu por el que sentía adoración y su repentina muerte le afectó especialmente porque sus padres, pretendiendo aliviar el trauma, le explicaron que había viajado a un país muy lejano del que ya no volvería. ¿Cómo su querido abuelo podía haberlo abandonado de esa forma? ¿Qué había hecho mal el pequeño Andy para provocar ese rechazo? Su reacción fue aislarse en su habitación, donde pasaría horas cada día hablando solo a una pared como si fuera un presentador de televisión dirigiéndose a su público. Su madre lo llevó al psiquiatra y su posterior amigo y socio Bob Zmuda (el que vemos en el biopic Man on the Moon interpretado por Paul Giamatti) especuló posteriormente con que ese episodio introduciría en la cabeza de Kaufman la idea de que todo podía ser manipulado, incluso la vida y la muerte, hasta las de él mismo. En cualquier caso esa introversión inicial pasó con el tiempo y fue ganando popularidad entre sus compañeros del colegio gracias a su habilidad para hacer imitaciones, que le llevaron a actuar en fiestas de cumpleaños inicialmente gratis y a partir de los catorce años cobrando. Los test que le hicieron mostraban que estaba dotado de una inteligencia superior a la media aunque resultaba ser un estudiante bastante mediocre y, según admitía, la procrastinación era uno de sus peores defectos. Simplemente no le interesaba lo que le enseñaban en la escuela, su mente estaba en otra cosa.

Empezó a escribir poemas, obras de teatro, cuentos e incluso una novela, The hollering mangoo, con solo dieciséis años. También le atraía la música, una vez descubrió a Elvis Presley y al percusionista nigeriano Babatunde Olatunji —lo que le llevaría a aprender a tocar la conga—, así como los combates de lucha libre que presenciaba en directo en el Madison Square Garden, que le llevaron a entrenar intensivamente para llegar a ser de mayor un luchador profesional. De forma que por aquello que despertaba su interés sí que demostraba una gran concentración y capacidad de aprendizaje, solo le faltaba hallar la manera de aunar unos intereses tan diversos en algún tipo de actividad que le permitiera ganarse la vida. Y terminaría encontrándola.

Babatunde Olatunji en una imagen de Calypso13 (CC) y Maharishi en una fotografía de Jdontfight (CC).
Babatunde Olatunji en una imagen de Calypso13 (CC) y Maharishi en una fotografía de Jdontfight (CC).

En 1968 comenzó a estudiar en la universidad producción de radio y televisión. Por esa época estuvo realizando trabajos para salir adelante como lavaplatos o taxista, comenzó a tomar drogas y viajó a Las Vegas para conocer a Elvis e intentar entregarle una novela que había escrito en su honor. Aunque no pudo cumplir su objetivo, durante su estancia vio una actuación en el hotel a cargo de un músico en estado de ebriedad, malencarado y carente por completo de talento, llamado al parecer Tony Clifton. Comenzó a intervenir en la radio de la universidad y logró algunas pequeñas representaciones, siendo su primera actuación en televisión por cable en un programa infantil, en el que para atraer público al lugar de la grabación prometía leche y galletas gratis a los pequeños.

En 1970 se despertó su interés por la meditación trascendental y, tras decirle a su padre que estaba convencido de que le ayudaría en su carrera profesional, el año siguiente se sumó a una gira por Europa con el maestro yogui Maharishi (que tanto influiría también en los Beatles) durante la que recalaría en Mallorca. No andaba equivocado sobre sus expectativas, pues el maestro le revelaría una de las claves fundamentales de su estilo, aquello que mejor supo usar. En una sesión le preguntó cuál era el secreto de la comedia y él le respondió que el timing. El ritmo. Efectivamente aquellos monologuistas, guionistas, directores o escritores que mejor saben provocar la risa son buenos narradores que saben manejar los tiempos y conocen la importancia del llamado punch line, el remate que llega después de haber creado expectación. En sus actuaciones, como veremos, Andy lograba interactuar con el público modulando sus reacciones, haciéndoles esperar algo que no parecía llegar, creando ansiedad ante una situación que se salía de las convenciones a las que estaban acostumbrados, hasta que llegaba el requiebro final en el que descubrían que estaba tomándoles el pelo, momento en que el público reía y aplaudía con entusiasmo al descubrir el engaño. Como él mismo decía «puedo manipular las reacciones de la gente (…) quiero jugar con sus mentes».

Uno de sus primeros personajes, el que más fama le daría, fue «el Extranjero». Se presentaba ante la audiencia hablando con acento extranjero, pues venía de un país imaginario llamado Caspiar —una isla del mar Caspio que se habría hundido y por ello él tuvo que emigrar—, sonreía nerviosamente y con una actitud muy ingenua comenzaba a contar atropelladamente chistes que ni bien contados hubieran tenido gracia. Ante una creciente estupefacción de sus oyentes, que ya no sabían dónde meterse, pasaba a continuación a hacer malísimas imitaciones mostrando movimientos muy rígidos y una nula inflexión de voz, que concluían con una de Elvis que, esa sí, resultaba ser muy lograda y con la que exhibía una extraordinaria soltura, dejando en evidencia que las anteriores las había hecho mal a propósito para confundir a los espectadores que ahora lograba meterse en el bolsillo. Unos años después repitió esa rutina para la HBO pero sin interpretar ese personaje. Fíjense:

Parodiar a un monologuista de esa forma requiere conocer previamente sus recursos, haber sido uno habilidoso: sabotea el timing de los chistes, usa tópicos en su discurso pretendiendo ganarse al público con torpeza, se queda en blanco en medio de la actuación y reacciona a los abucheos de una forma que hasta inspira compasión. Estamos ante el humorista que solo logra hacer reír cuando habla en serio. Y luego, convertido ya su espectáculo en una montaña rusa, se va del escenario, vuelve, llora escandalosamente, toca —muy bien— la conga y se pone a interactuar con el público en un idioma imaginario, una jerigonza con la que muestra una gran expresividad. Crea una de esas situaciones de las que hablábamos al comienzo, basadas en el contraste y la extrañeza de uno de sus elementos: interroga al público con complicidad, recrea discusiones aparentemente muy animadas y parece estar haciendo chistes ocurrentes… pero todo ello en una lengua que no existe y sin que él parezca darse cuenta de ese fallo en la comunicación. Su naturalidad desconcierta porque nos hace pensar por un momento si el problema no lo tendremos nosotros al no entender ese idioma, y de ese desconcierto surge la risa.

Todo un espectáculo divertido y original, al menos desde mi punto de vista, pues no faltará quien responda con el inevitable «bueh, sobrevalorado». En la gracia que nos pueda hacer algo siempre hay una parte subjetiva muy importante, pero al menos aquel al que su actuación no le llegue que intente tener en cuenta lo novedoso que resultaba por entonces esto que hacía. Estaba saltándose todos los cánones establecidos en esta clase de representaciones de una manera quizá solo comparable a la que el citado Lenny, en un estilo completamente distinto, había logrado unos años antes. Ambos han sido desde entonces imitados y sus maneras incorporadas a un repertorio común con el que hoy día estamos mucho más familiarizados. Así lo decía Chevy Chase, cuando lo invitó a participar en el Saturday Night Live:

El tipo de cosas que él estaba haciendo estaban muy lejos de todo lo que pudieras ver en los clubs, que visitábamos con frecuencia en busca de miembros para nuestro casting. Y yo pensé que era algo brillante que podría ser reconocido como tal.

Así llegó su debut en el programa el 11 de octubre de 1975, interpretando (es un decir) el tema de Mighty Mouse. De nuevo lo vemos pareciendo torpe, actuando como si fuera un novato en su primera intervención en una televisión de alcance nacional. El público creería que los nervios lo han agarrotado, que esto le venía demasiado grande y su inacción genera tensión. Entonces llega ese destello, con el que por un momento logra conectar con la canción y se libera esa tensión acumulada.

A partir de ahí se volverían frecuentes sus apariciones televisivas, que compaginaría con espectáculos en vivo como los que dio en el Carnegie Hall a finales de los setenta, que incluían la intervención de trescientos cincuenta miembros del Coro del Tabernáculo Mormón, un Santa Claus que descendía desde el techo y un final con treinta y cinco autobuses que llevaban al público a una cafetería escolar a tomar leche con galletas. Un guiño a su comienzo en un programa infantil que quizá solo él captaba. En el biopic mencionado vemos este espectáculo como si se produjese justo al final de su vida, a modo de despedida e intentando dejar un recuerdo feliz tras de sí. En realidad, por entonces estaba en su mejor momento y no se le había diagnosticado aún el cáncer, estamos simplemente ante un recurso del guion para dotar de más intensidad dramática a la narración.

En otoño de 1978 llegaría el programa que más fama le dio en Estados Unidos, una sitcom llamada Taxi. En ella interpretaba a un mecánico llamado Latka Gravas, un inmigrante ingenuo que era el personaje del Extranjero, que tan buen recibimiento había logrado hasta entonces. Aunque logró una nominación a un Globo de Oro por su papel y la serie llegaría a ganar dieciocho Emmy, no se sentía cómodo interpretando siempre el mismo papel y los guionistas lo solucionaron atribuyendo a su personaje un trastorno de identidad múltiple por el que en cada episodio podía ser alguien totalmente distinto. Allí llevó también otro personaje en el que trabajaba de vez en cuando: el antipático, narcisista y pésimo cantante de Las Vegas Tony Clifton.

Una vez en el apogeo de su carrera, en 1979, fundó el World Inter-Gender Wrestling, que le permitía por fin ser el luchador de wrestling que había anhelado años atrás, retando a las mujeres a competir contra él, provocándolas con sus burlas. Hay que decir que lo usaba también como una manera de ligar y le funcionaba bastante bien. Su amigo y socio Zmuda dijo que gracias a este espectáculo logró acostarse con unas trescientas mujeres… Eso explicaría su insistencia en mantenerlo cuando a la audiencia ya comenzaba a aburrirle. Precisamente en una de dichas representaciones, se enfrentó a un veterano luchador profesional, Jerry «The King», que supuestamente le provocó lesiones y meses después fueron al programa de David Letterman a discutir lo ocurrido:

Naturalmente todo estaba preparado, pero como pueden ver y oír a partir del minuto catorce, la mano que le suelta es dolorosamente real. Precisamente en el programa de Letterman encontraría un escenario perfecto para sus excentricidades, desde acudir con aspecto de drogado y terminar pidiendo limosna, pasando por aparecer disfrazado con turbante y pañales, tragando sables y cantando, hasta —ya en sus días finales— salir diciendo que se había reformado y comenzado una nueva vida adoptando a tres negros. Adultos. Ya sabemos de dónde surgió la inspiración de Yo, yo mismo e Irene.

Mientras tanto continuó con otras colaboraciones y otros números, como el de hacer de ventrílocuo. Aquí vemos a Andy esforzándose tanto en disimular su vocalización que parece olvidarse de hacer realmente hablar a sus muñecos. Es gracioso, ¿no? El número fracasa estrepitosamente pero él lo ejecuta sin que parezca ser consciente de ello, provocando el desconcierto en los espectadores y, nuevamente, la risa. También probó suerte en el cine, con dos películas: In god we trust y Heartbeeps, que afortunadamente ya todo el mundo ha olvidado.

Pero quizá su momento más memorable estuvo en su intervención en Fridays TV Show en 1981. Tal como él decía: «¿Qué es real, qué no? Eso es lo que hago en mi actuación, medir cómo otras personas tratan con la realidad», y este fue otro ejemplo de ello. En mitad de un sketch se negó a continuar representando su papel, ante el desconcierto no sabemos hasta qué punto real o fingido de sus compañeros. Finalmente, Michael Richards, al que años después veríamos de extravagante vecino de Seinfeld, se hartó y cogió los carteles con los diálogos junto a las cámaras y se los puso delante, lo que provocó una reacción violenta de Andy, peleas y suspensión del programa. La semana siguiente el programa le obliga a leer un comunicado de disculpa, que de nuevo sabotea, echándose a llorar con su consabido «I tried my best» remitiendo así al público a uno de sus números más conocidos. Todo un trol de troles.

Finalmente, un fulminante cáncer de pulmón, ante el que de nada sirvieron la meditación ni los curanderos a los que recurrió, acabó con su vida cuando apenas tenía treinta y cinco años. Dado su carácter, muchos creyeron que en realidad había fingido su muerte en una vuelta de tuerca definitiva. Y lo más curioso es que con el paso de los años esta creencia popular, lejos de remitir, va camino de desbancar a bigfoot y al monstruo del lago Ness. Cada cierto tiempo alguien afirma haberlo visto en algún supermercado o aparcamiento y aparecen fotos en las que efectivamente se encuentra cierto parecido, aunque si nos aseguraran que es Hitler también podríamos decir lo mismo. Desde luego sería una magnífica noticia que volviera, aunque su legado sigue vivo en figuras que no podríamos entender sin él, como Jim Carrey o Sacha Baron Cohen. Si su espíritu logró trascender a algún lugar del cosmos siguiendo las enseñanzas de Maharishi, seguro que allá se habrán oído sus carcajadas con esa gran película que tanto le debe como es Borat.

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5 Comments

  1. Buen artículo. El biopic de Milos Forman con Jim Carrey no me maravilló, pero no está mal. Lo que es curioso es como va evolucionando a lo largo de las épocas este tipo de oficio. En la Edad Media se llamaba bufón, más tarde payaso, y luego cómico, no tenían ningún ánimo peyorativo. Ahora hasta rechazan este nombre y prefieren ser llamados artistas.
    Creo que que habría que volver a las raíces y reivindicar al bufón, un oficio que gozaba de la máxima libertad artística delante del mandamás, que le pagaba.

  2. Joseph

    Decía, que el cáncer de pulmón, por lo menos en las versiones de la medicina alternativa, dicen tener su génesis en la tristeza, evento desencadenado por la pérdida del abuelo, en su infancia, o quizá peor, por el ocultamiento de la verdad.

    En verdad su legado es muy amplio en muchos de los no-comediantes actuales. Creo que habría sido elmayor su influencia si hubiese tenido éxitos notables en el cine. Que lástima que murió tan joven.

    Gran artículo.

  3. Ramiro Vampiro

    Muuuuuuchas gracias x este excelente artículo, he disfrutado como un niño y he descubierto nuevos horizontes: no se puede pedir más!

  4. Hugovsky

    ¡Excelente artículo! Lo leí y lo disfruté de principio a fin. Sinceramente no conocí a Kaufman sino a través del genio de Carrey y me dejó atrapado esa personalidad de «soy yo y hago lo que quiero y como quiero». Me gusta mucho ese humor ¿desconcertante? ¡¡Saludos!!

  5. Pingback: Robin Williams y melancolía del cómico, el docu Robin's Wish

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