Crear objetos bellos no es sinónimo ni efecto únicamente de imitar la naturaleza, que también; la creación se puede producir mediante la relación de la geometría y el color. Más allá de lo que para nosotros pueda significar un objeto bello, la belleza puede ser un medio para integrarnos con el cosmos. El artista de hoy al no copiar la naturaleza, la crea (algo así decía el pintor Manuel de la Cruz González).
Se trata de creer firmamente en la función del arte abstracto-geométrico como vínculo de cercanía entre el espectador y el concepto de verdad filosófica. Su búsqueda de soluciones pictóricas parece, a primera vista, y de una manera amplia y práctica, una consecución de lo que planteara Kandinsky en su obra Punto y línea sobre el plano, es decir, que aunque no se tenga en cuenta su valor científico, que depende de un minucioso examen, el análisis de los elementos artísticos es un puente hacia la pulsación interior de la obra de arte. La afirmación, hasta hoy predominante, de que sería fatal descomponer el arte, ya que esta descomposición traería consigo, inevitablemente, la muerte del arte, proviene de la ignorante subestimación del valor de los elementos analizados y de sus fuerzas primarias.
La geometría es el principio rector de nuestra realidad, ya sea desde la perspectiva científica, desde la artística o incluso desde la mística. Científicos como Einstein han visto al tiempo-espacio como un continuum con una forma geométrica determinada y otros físicos han entendido que el mundo material es la representación de formas matemáticas que existen en una especie de espacio platónico. Desde una visión mística, la geometría refleja el orden divino y revela la firma del creador, es por ello que existen principios como el número áureo, los conjuntos fractales o la supersimetría, ecos de la unidad dentro de la multiplicidad. Es el asombro primigenio, reconocer la unidad primordial en todas las cosas.
La filosofía de la naturaleza, o filosofía natural, o cosmología, es el nombre que recibió la física hasta mediados del siglo XIX. Actualmente la llamada filosofía de la naturaleza trata cuestiones como el determinismo y la libertad, la naturaleza humana y la biotecnología, la explicación en biología, la morfogénesis, e incluso se discute el término más apropiado para dar cuenta de la ontología, epistemología y ética de una filosofía de la naturaleza renovada, como el naturalismo integral, o el morfologismo filosófico. Pero todo empezó con los primeros filósofos griegos que estudiaron la naturaleza (physis) y trataron de establecer el origen y la constitución de los seres naturales, de modo que sus conclusiones sirvieron de base a las teorías científicas desarrolladas luego. Aquellos tipos con túnica entendían la naturaleza como una substancia permanente y primordial que se mantiene a través de los cambios que sufren los seres naturales. Las más tempranas referencias al placer de las matemáticas están ligadas al nombre de Pitágoras, el filósofo griego que observó ciertos patrones y relaciones numéricas que se manifestaban en la naturaleza. La explicación del orden y armonía de la naturaleza se encuentra en la composición del arte geométrico, una especie de ciencia de los números.
Pintura de iones y electrones, microcosmos energéticos que vitalizan pequeños universos en progresión expansiva y en constante proceso de integración universal. Erwin Schrödinger, premio Nobel de Física, sintetizó este aspecto a mediados del siglo pasado, ahí es nada.
Schrödinger, Pitágoras, Manuel de la Cruz… La visión del arte geométrico implica una integración de lo emocional con la ciencia, el número, la proporción y la composición, todo contemplado en una dimensión que se corresponde con escalas y relaciones de índole integradora. Como el número phi en la naturaleza de los cristales. Como la relación numérica prístina de las notas musicales. El arte geométrico es como la música de las esferas, señoras y señores.
Realizar estudios de perspectiva geométrica requiere un innegable conocimiento de la representación del espacio tridimensional en el plano y todas las posibilidades plásticas derivadas de él, para lo que precisa también de un claro dominio del dibujo estructural de las diferentes formas sólidas y de cómo se comportan en el espacio.
Experimentar con las posibilidades plásticas de la línea y el plano, trabajar con los elementos propios de la representación bidimensional, con la idea de generar la ilusión de profundidad a partir de líneas tramadas, diseñar el espacio a partir de la proyección de las estructuras internas de cada uno de los elementos de la composición buscando analizar el comportamiento de las formas en el espacio… Schrödinger, Pitágoras, Manuel de la Cruz…
Círculos, planos, puntos y líneas. Ahora dicen los astrofísicos que nuestro universo muy probablemente manifiesta una extensión curvada en sí misma, formando una especie de esfera, relativamente pequeña, y no una extensión infinitamente abierta. Al parecer Leonardo da Vinci estaba en lo correcto, de hecho podríamos estar habitando un universo dodeacaedral (qué canalla el viejo Pitágoras), y con ello explicaríamos algunas de las más recientes observaciones satelitales.
Y si el arte geométrico no es así, que lo sea. Una de las interrogantes más extrañas y fascinantes que genera la física cuántica es la posibilidad de que el mundo que experimentamos esté siendo generado por nuestra percepción del mismo. En términos científicos, que los fenómenos se manifiesten de tal o cual forma según los concebimos e interpretamos. Y hasta que no son pensados permanecen en un estado de indefinición que desafía toda lógica: son y no son, están vivos y muertos, son ondas y partículas. O, de otra forma, no existen o son todo a la vez. La potencia infinita del vacío. Sin embargo, una de las explicaciones que más atractivo tiene es la posibilidad de que la conciencia sea una propiedad constitutiva del universo. Si la conciencia también existe a nivel cuántico este tipo de comportamientos podría explicarse como el efecto de mente sobre materia. Así que todo lo dicho aquí será verdad si queremos que lo sea. Y estaría bien que así fuera.
El desafío es entonces transformar la «realidad» a partir de lo concebido en el pensamiento, sin embargo nos quedará la duda de si estámos modificando el entorno o simplemente interpretándolo a través de las limitaciones de nuestros sentidos
Si este artículo no es una parodia, merece serlo.