Jot Down Magazine para Schweppes
Es una irreal tarde de verano y el sol golpea sobre los suburbios de Connecticut como lo haría una bola de demolición. El agua irreal de una piscina irreal se agita mientras emerge la figura tonificada de un hombre en bañador. Asoma la cabeza junto al pretil y sonríe con entusiasmo cuando unas manos irreales le alcanzan un combinado. Aún chorreante, el bañista coge la bebida sin dejar de sonreír, se la toma de un trago y vuelve a su única ocupación: nadar. Porque la película se llama El nadador y el nadador tiene la sonrisa imparable de Burt Lancaster.
Y es que el cine nos ha salpicado la vida de glamour en casi todas sus manifestaciones posibles, dentro y fuera de la pantalla. Vestidos que ondean voluptuosos sobre la alfombra roja, cigarrillos sujetos en interminables boquillas por femmes fatales de mirada condescendiente, trajes a medida, gabardinas, sombreros de ala ancha. Y combinados. Muchísimos combinados. Desde los meneos postadolescentes de un Tom Cruise precienciólogo en Cocktail hasta el ubicuo Martini de James Bond que Connery y Moore se preocupaban muy mucho de que fuera «agitado, no removido». Luego llegó Casino Royale y Daniel Craig decidió que le importaba un carajo si el Martini era agitado o removido; y en Kingsman, el pigmalionesco Taron Egerton mandaba el cóctel de Bond a tomar por el saco cuando propuso su descacharrante e hiperdeconstruida receta: «Un Martini. Con ginebra, por supuesto. Luego remuévalo durante diez segundos mientras mira fijamente a una botella de vermut sin abrir».
Sí, el combinado forma parte de la historia del cine. A veces en papeles protagonistas, como el Ruso Blanco de El gran Lebowski, y otras escondido en fotogramas a medio metraje. Aparte de los anteriores, vamos a proponerles unos cuantos más para que así puedan epatar a sus amistades con datos y fechas —que todos sabemos que la cosa va de esto— cuando les preparen una bebida este verano. Y si no les sale del todo bien, siempre podrán decir que en la película tenía mucha mejor pinta.
El graduado (1967). Cóctel seductor desconocido
2 partes de ???
1 parte de ???
Cuando Mike Nichols adaptó la novela de Charles Webb, su principal problema consistió en elegir los interpretes más adecuados para dar vida al apocado joven Benjamin Braddock y a su suegra, la madura señora Robinson. Gracias a la magia del maquillaje y a unas actuaciones sobresalientes, Braddock se convirtió en el treintañero (y apocado) Dustin Hoffman y la señora Robinson en la imperial Anne Bancroft que, por cierto, tenía treinta y seis años. Solo seis más que su contraparte masculina.
En la celebérrima escena del mueble bar, Mrs. Robinson insiste una y otra vez en tomar una copa con el que aún no sabe será su yerno. El objetivo tiene poco que ver con compartir un combinado sino más bien con las aproximaciones de una mujer enredada en un matrimonio infeliz. «Señora Robinson, está usted intentando seducirme, ¿verdad?» adivina el propio Braddock ante la escasa sutileza de la situación. Hay quien dice que la bebida que le ofrece es tan solo bourbon, pero a mí me gusta pensar que es un cóctel con dos partes de insinuación, una de conversación y un toque de cruce de piernas.
Por cierto, que la mezcla tuvo que ser muy buena, porque tanto el filme como Hoffman y Bancroft recibieron sendas nominaciones al Óscar y el propio Nichols se alzó con la estatuilla dorada a mejor director.
Lost in Translation (2003). Vodka-tonic
2 partes de vodka
4 partes de tónica Schweppes
1/2 parte de limón Schweppes
Sofia Coppola no se llevó el premio de la Academia a mejor directora por su segunda película, pero sí fue galardonada por un guion original delicado y preciso. De hecho, Lost in Translation estuvo nominada en 2004 tanto a mejor filme como a mejor interpretación masculina protagonista. Porque Bill Murray puso sus mejores ojos cansados detrás de la cara del cansado Bob Harris. Cansado de ser viejo, cansado del cine, cansado de Hollywood, cansado de Japón y, sinceramente, también está cansado del whisky japonés Suntory que está casi obligado a promocionar por ser una vieja estrella de cine. Normal que flote por la megalópolis, por hoteles y karaokes, por bares y sushi-bares. Normal que deambule en el tiempo. Normal que vea su juventud reflejada en ese primer encuentro con la amistad improbable. Con los ojos medio abiertos de Scarlett Johansson, cuya Charlotte resiste su propio cansancio consorte con vodka, tónica y un toque de limón.
La tentación vive arriba (1955). Whisky Sour
3 partes de bourbon
2 partes de limón Schweppes
Azúcar
Dicen las lenguas malas que la buena de Norma Jean Mortenson combatía el cansancio de interpretar a rubias tontas prescindiendo del atrezo. O sea, que los combinados que se bebía en el set no eran agua coloreada sino licor destilado del que se destila en licorerías. Claro que quizá esto sea una invención, al fin y al cabo casi todo lo que rodea a la supernova de la mitología hollywoodiense tiene la misma credibilidad que los cigarrillos que se fuman en Mad Men. De hecho, Marilyn Monroe fue una invención. La vía de escape y salto a la fama de una chica pobre. Todo era atrezo: el corte de pelo, el vestuario, el rubio de rubia tonta y la actitud de rubia tonta con la que conquistó el universo del celuloide. Decía Truman Capote que «Era muy tímida… y también muy brillante. La gente le tomaba el pelo creyendo que era una rubia tonta, pero en realidad era Norma Jean quien les tomaba el pelo a ellos».
La tentación vive arriba no es solo el filme más famoso de Marilyn, sino también el que incluye la madre de todas las escenas de Marilyn. Sin embargo, quizá lo más gracioso de una screwball tan graciosa como solo podía construir Billy Wilder reside en la descripción del marido «de rodríguez» al que interpreta Tom Ewell. «Soy un hombre perfectamente independiente, hasta el punto de que me hago mis propios desayunos» afirma Richard Sherman a su incrédula secretaria. «De hecho, esta mañana me he preparado un sándwich de mantequilla de cacahuete y dos Whisky Sours».
Kill Bill: Volumen 2 (2004). Frozen Margarita
1 chorrazo de tequila
1 chorrazo de limón Schweppes
Hielo
Pasarlo todo por la túrmix
Una de las cosas chulas de vivir más allá de las posmodernidad es que para tomar un combinado con clase no necesitamos la compañía de un sex symbol en blanco y negro ni tampoco rodearlo de los glamurosos oropeles de El Gran Gatsby. Nos vale estupendamente con una caravana sucia en medio del desierto de Sonora. Eso sí, tiene que estar equipada con un buen tequila, un buen limón, un buen frigorífico y una batidora con función picahielos y las cuchillas convenientemente afiladas. Lo importante es disfrutarlo. Disfrutarlo de verdad, como si fuese lo último que vamos a beber antes de morir. Aunque esté servido en dos tarros de mermelada vacíos.
Y si no que se lo pregunten al sudoroso Budd —un sudoroso Michael Madsen— que, a cambio de una afilada katana de Hattori Hanzō solo recibe la muerte por vía entravenenosa. Es lo que pasa cuando te mezclas con peligrosas asesinas de nombre viperino, que la espichas tras ser mordido por la mamba negra que te ha preparado cuidadosamente la peligrosísima Elle Driver —una elegantísima Daryl Hannah—. Lo bueno de esa túrmix con esteroides que es Kill Bill, y en realidad toda la filmografía de Tarantino, es que lo último que han probado tus labios es un cojonudo margarita con hielo del desierto.
Tarzán de los monos (1932). Johnny Weissmuller
1 parte de ginebra
1 parte de ron blanco
1 parte de limón Schweppes
Azúcar
1 chorrito de granadina
Tranquilos, ya sé que la imagen de aquí arriba no se corresponde con las hazañas del rey —blanco— de la selva. Corresponde a la emblemática escena del edificio Carrión de El día de la bestia, la cual a su vez se ha convertido en emblema de la cinematografía española. Entre otras cosas por usar como decorado uno de los emblemas más reconocibles de la publicidad: el neón de Schweppes de la madrileña plaza de Callao.
Obviamente, la secuencia no se rodó en las localizaciones reales porque tanto el edificio como el propio luminoso tienen protección patrimonial. Y bueno, también porque no era plan de colgar a una promesa del cine patrio a más de cincuenta metros de altura. Además, el Santiago Segura de 1995 pesaba lo mismo que dos Santiagos Seguras actuales y sus bamboleos apenas sujeto a las manos de Álex Angulo y Armando de Razza no tenían precisamente la gracilidad de un Johnny Weissmuller entre lianas.
Vale que las lianas a las que se cogía el nadador olímpico y plusmarquista mundial metido a actor eran tan falsas como las naves industriales que alojaban los estudios de la Metro-Goldwyn-Mayer de los años treinta, pero los pectorales y los alaridos eran de verdad de la buena. A lo mejor conseguía mantener su apolínea figura gracias a la ingesta del combinado fresco y dulce que lleva su nombre. Al fin y al cabo, ya estaba retirado de la competición.
Por cierto, que quién sabe el limón usaría Weissmuller como mixer en la época del Hollywood dorado, pero seguro que si ahora mismo se tomase su bebida homónima, exigiría un limón tan perfecto como el que parpadea en la cima del edificio Carrión.
¡Qué casualidad! ¡Todos van con Schweppes!
Yo antes tomaba Kas. ¡Ahora lo odio!
«Jot Down Magazine para Schweppes» está bien claro al principio…
¿has usado ya dropcoin en los articulos que te gustan? yo tampoco y por eso me callo aunque me joda la publicidad nativa.
Discrepo respetuosamente. Para cuando lees “Jot Down Magazine para Schweppes” YA has entrado al artículo y generado la visita única. Me parece un método un poco deshonesto, sinceramente.
El Kas limón mezcla mucho mejor.
xDDD Trolling elevado a forma de arte. ¡Bravo!
Lo que no supone ninguna novedad en Jot Down…
¡Gracias! Aunque lo que digo es cierto. Saludos.
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Prefiero la receta de Winston Churchill: «Se llena un vaso de ginebra y se pone al lado de una botella de Martini, los rayos del sol que pasan a través de dicha botella aportan la dosis justa de vermú»