Como saben, hace unos días falleció el actor Christopher Lee y el Museo de Cera de Madrid le rindió este homenaje. Vean qué prodigio técnico, qué talento sin parangón, qué precisión en el detalle. ¡Si no fuera un vampiro diríamos que está vivo! Son, en definitiva, los herederos de una larga estirpe de artistas que siguiendo el ejemplo de Pigmalión han sabido, a lo largo de los siglos, extraer de una roca de mármol o de un trozo de metal formas plenamente humanas y rebosantes de pasión, esculpiendo figuras que cada vez que las vemos logran fascinarnos con su sensualidad, su agonía o su violencia. Aunque hoy hay autores tan interesantes como el hiperrealista Ron Mueck, en este breve repaso queremos detenernos en esculturas más clásicas, algunas muy conocidas y otras no tanto. Así que voten y, si lo desean, añadan su favorita.
Éxtasis de la beata Ludovica Albertoni, de Bernini
El escultor, pintor y arquitecto Gian Lorenzo Bernini fue uno de los artistas más grandes y polifacéticos de todos los tiempos, a la altura de Leonardo Da Vinci o Miguel Ángel, aunque quizá algo menos conocido al no haber dado nombre a ninguna de las Tortugas Ninja. Pero suyo fue, por ejemplo, el diseño de la Plaza de San Pedro y de la característica columnata que la delimita. Respecto al ámbito que nos ocupa fue el creador del barroco escultórico, vertiendo sobre la piedra su aguda sensibilidad religiosa, como en el Éxtasis de Santa Teresa o en este otro que retrata el momento de la muerte de la beata franciscana del siglo XVI, situado en su sepulcro de la iglesia de San Francesco a Ripa en Roma. Además de los pliegues de sus ropas y sábanas tan cuidados, destaca la expresividad del rostro con esa mezcla de agonía y trance místico.
Psique reanimada por el beso del amor, de Antonio Canova
Psique era una joven tan bella que la (envi)diosa Afrodita no tuvo mejor ocurrencia que hacer que se enamorara del hombre más endiabladamente feo del lugar. Así que envió a su hijo Cupido a que le lanzase el debido flechazo, pero fue él mismo quien cayó embelesado, la raptó y juntos retozaron cada noche a oscuras para que ella no descubriera su identidad. Hasta que en una ocasión ella sintió tal curiosidad que encendió una vela y Cupido, sintiéndose traicionado, huyó. Psique a esas alturas ya estaba también enamorada de él, así que suplicó a Afrodita una solución, que pasaba por ir al inframundo y regresar con una tinaja cargada de belleza que Perséfone debía darle. En el camino de vuelta a nuestra protagonista de nuevo volvió a picarle la curiosidad y abrió el recipiente, pero dentro en realidad lo que había era un sueño estigio que la dejó frita. Entonces llegó Cupido —que ya la había perdonado— la besó, ella volvió en sí y juntos fueron felices para siempre. Pues bien, el momento del beso es el que retrató aquí Antonio Canova en esta escultura neoclásica.
Laocoonte y sus hijos, de Agesandro, Polidoro y Atenodoro
Laocoonte fue un prudente sacerdote del dios Apolo que intentó advertir a sus compatriotas troyanos de que había gato encerrado en el caballo de madera que les habían regalado los griegos. Pero antes de que pudiera destruirlo le atacaron dos serpientes marinas en una escena llena de angustia y desesperación —tal como vemos reflejado en su rostro—, pues en ese momento estaba con sus dos hijos, que también morirán entre sus fauces. Una soberbia obra cargada de violencia y tensión que se cree que fue esculpida en el siglo I, redescubierta mil quinientos años después y, ya a comienzos del siglo XX, completada al encontrarse el brazo derecho de Laocoonte que le faltaba.
Hermafrodita durmiente, de Bernini
Por si alguien lo dudaba, las trannys también tenían su sitio en el Vaticano, concretamente en la colección del sobrino del papa Paulo V, el cardenal Scipione Borghese. Vista de un lado resulta una atractiva muchacha de sugerentes curvas, pero si damos la vuelta… ¡Ops, sorpresa! Se trata de Hermafrodita, el hijo de Hermes y Afrodita, y se cree que fue una copia romana de un original griego. El anteriormente mencionado Bernini se limitó aquí a esculpir el colchón en el que yace tan insinuante hoy en día a la vista de los visitantes del Museo del Louvre.
Prometeo encadenado, de Nicolas Sébastien Adam
Prometeo fue un titán que robó el fuego a los dioses para entregárselo a los hombres, un benefactor de la humanidad que como castigo fue encadenado y cada día un águila le comía el hígado que volvía a crecerle por la noche. Ese tormento fue lo que retrató este escultor francés del siglo XVIII en una de sus obras más logradas.
El beso, de Rodin
En el segundo círculo del infierno Dante se encontró un huracán en el que las almas condenadas por la lujuria eran zarandeadas de aquí para allá. Dos de ellas pertenecían a Francesca de Rímini y a su amante Paolo Malatesta, hermano de su marido, quien al descubrir la infidelidad asesinó a ambos. Una trágica historia de amor sucedida en el siglo XIII y que inspiró también al escultor Auguste Rodin para esta obra tan sugerente.
La desesperación, de Jean-Joseph Perraud
Jean-Joseph Perraud fue un artista francés del siglo XIX que gozó de un gran reconocimiento en su época y cuya obra más conocida fue esta, exhibida en el Salón de París de 1869. Aunque su ejecución es perfecta el nombre no le acompaña mucho, pues más que desesperado da la impresión de estar simplemente pensativo, con la mirada perdida completamente abstraído en sus ideas.
El gálata moribundo
Aunque el bigote y la melena nos remitan a un futbolista de los años setenta, esta estatua del siglo III a. C. de autor desconocido representa a un celta galo agonizando, herido fatalmente aunque con la dignidad intacta. Su desnudez es característica tanto de la representación heroica clásica como de la costumbre de algunas tribus, que acudían al campo de batalla con los cojones al viento como forma de expresar su valor.
Los burgueses de Calais, de Rodin
Aquí tenemos de nuevo a Rodin en un encargo que debía conmemorar a Los burgueses de Calais, seis valientes habitantes de esta ciudad que en 1347 se entregaron a los sitiadores ingleses para salvar la vida de sus vecinos. En sus gestos y sus miradas se percibe cómo afronta cada uno de ellos la inminente muerte que les espera.
El rapto de Proserpina, de Bernini
El detalle de los dedos de Plutón clavándose en esa suave piel lo hemos visto muchas veces, incluso antes de saber cómo se llamaba la escultura, pero no deja de asombrarnos. Esa carne es real, tiene que serlo. La obra es una vez más de Bernini, por encargo de su ya mencionado mecenas el cardenal Scipione Borghese y retrata el rapto de Proserpina (Perséfone para los griegos) por parte de Plutón, que a partir de entonces pasará a reinar sobre el inframundo.
La Piedad del Vaticano, de Miguel Ángel
Hemos visto trasgos con el cuerpo más proporcionado que el David de Miguel Ángel, pero sin ánimo de desmerecer semejante escultura diremos simplemente que la Pietà es aún mejor. Se ubica en la Basílica de San Pedro y su autor la esculpió con apenas veinticuatro años. En 1972 fue destrozada a martillazos por un perturbado, pero un cuidadoso proceso de restauración permitió que hoy sigamos viendo como si nada hubiera ocurrido el sereno rostro de la Virgen María, acogiendo amorosamente el cuerpo derrotado de su hijo.
El Cristo velado, de Giuseppe Sanmartino
El escultor griego Fidias ya comenzó a usar en el siglo V a.C. la técnica de los paños mojados, que consiste en representar los ropajes como si estuvieran húmedos con el fin de ajustarlos más a la forma del cuerpo. Giuseppe Sanmartino, un escultor italiano del siglo XVIII, la llevó hasta el extremo, pues casi parece que Cristo estuviera todavía a medio hacer dentro de su placenta o vaina alienígena. El efecto logrado es que parece casi imposible creer que sea mármol esa finísima tela que lo recubre.
La castidad, de Antonio Corradini
Y aquí vemos de nuevo el mismo efecto creado por un escultor veneciano de la misma época. El leve ropaje realza las turgentes formas de un cuerpo esplendoroso con las largas puestas pero llamado curiosamente Castidad o Verdad Velada, que se encuentra en la Capilla de San Severo en Nápoles.
Fernando Alonso, del Museo de cera de Madrid
Y si comenzábamos hablando del Museo de Cera de Madrid, cerraremos también con él. Nuestra compañera Yolanda Gándara tuvo el arrojo de visitarlo y fotografiarlo palmo a palmo, como pueden ver en este artículo. Casi cualquiera de sus obras podría ser elegida (desde Doña Leonor hasta Nadal) y a falta de un Roto2 que al final no pudo formar parte de la colección, nos quedaremos entonces con el Alonso de cera, una figura ya retirada de la vista al público pero convertida en meme inmortal.
La de Corradini ¿no se llama Modestia?
La conocía por este nombre.
¿Cómo añado mi favorita?
Yo he votado por «El Cristo velado»… que no es que parezca que vaya a cobrar vida, precisamente, pero bueno.
Pingback: 13 esculturas y una de cera que parece que van a cobrar vida
Lo siento, pero me falta otra escultura imprescindible de Bernini, también en la Galería Borghese: Apolo y Dafne.
https://www.google.es/search?q=apollo+daphne+bernini&rlz=1C1ASUT_esES402ES402&espv=2&biw=1366&bih=643&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0CAYQ_AUoAWoVChMIm-b14_qPxgIVTGsUCh3bDwBe
Añadiría alguna escultura de Thordvalsen,Ganímedes por ejemplo.Quizá no era tan detallista como Canova (que por cierto fue mucho mejor escultor que presidente del gobierno,maldito turnista),pero no lo hacía mal del todo.
No conozco escultura más viva que el «David» de Bernini. Me parece absurdo que no aparezca en esta relación.
https://www.google.es/search?hl=es&site=imghp&tbm=isch&source=hp&biw=1024&bih=679&q=Thordvalsen%2CGan%C3%ADmedes&oq=Thordvalsen%2CGan%C3%ADmedes&gs_l=img.3…3224.3224.0.4150.1.1.0.0.0.0.94.94.1.1.0….0…1ac.1.64.img..1.0.0.SrBGvfEhNcs#hl=es&tbm=isch&q=victoria+de+samotracia
Plutón es el que agarra a Proserpina??? Madre mía
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