Este artículo contiene ligeros SPOILERS que no desvelan la trama
Robert Quarles: Voy a matarte, Raylan. Quizás no esta noche, quizás no mañana, pero algún día, estarás caminando por la calle, y voy a meterte una bala justo detrás de la cabeza, y vas a caer.
Raylan Givens [dispara al techo]: ¿Por qué esperar? (3.10)
En el condado de Harlan, Kentucky, ser duro no es una opción, sino el primer mandamiento. Raylan Givens es quien mejor predica esa Biblia: «Si me haces desenfundar, te liquido», avisa ya desde el episodio piloto. Jamás rehúye un duelo ni pospone una pelea. Con revólver humeante o sin él, Raylan Givens siempre acude puntual a su cita con el peligro.
Seis años después de aquella primera amenaza disfrazada de promesa, Harlan ha cerrado el círculo. Justified —la grandiosa Justified— se despidió sin renunciar a ninguno de los ingredientes que han hecho de ella un bourbon inaudito, de sorbo largo y adictivo: estructura de wéstern, moralidad noir, humanismo a raudales, diálogos sulfúricos, acentos arrastrados, tóxicas herencias paternas y esa intensidad emocional, hirviente, que caracteriza al melodrama sureño. Pero, sobre todo, Justified (en España por Calle 13) entonó su última balada con una sensacional sexta temporada que confirmaba el mantra: en la última década seguro que ha habido series más complejas y profundas, pero ninguna tan gloriosamente entretenida como Justified.
Obviamente, una sentencia así hay que encararla a porta gayola. Hala: en demasiadas ocasiones el gafapastismo imperante (entiéndase el término como metáfora, no estrictamente como atuendo) ha liderado una falsa batalla entre diversión y hondura. Como si la «infancia recuperada» careciera de complejidad. Como si desde Crimen y castigo hasta Breaking Bad no rebosaran ejemplos que desmontan la falsa dicotomía. Pero es necesario —¡esto es Jot Down Magazine, demonios!— poner la venda antes de exhibir la herida: Justified es capaz de resultar salvajemente entretenida mientras enhebra una reflexión sobre la moralidad de la venganza, el determinismo de las raíces, la noción de comunidad, el ansia de redención o el sentido —y los límites— de la violencia legítima cuando está en juego el orden social. Es todo eso. Y un preciso y atormentado estudio psicológico. Porque, deshojada, Justified es básicamente la historia de dos hombres que codician salvar su alma: Raylan Givens y Boyd Crowder.
Raylan Givens (el mejor Timothy Olyphant) es un vaquero samurái. El terremoto circula por dentro, cuando pierde el Stetson. Aunque lo disimule tras su valentía, es un ser complejo. Atribulado. Repleto de contradicciones. Una roca que se caracteriza más por sus —aparentemente invisibles— fisuras que por su publicitada rocosidad. Es un marshal letal y decidido, pero también un hijo rabioso y doliente, un marido tierno y patoso, un compañero de trabajo a ratos leal, a ratos un grano en el culo. Y un ejecutor de sangre fría y remordimientos calientes. Un hombre: con todas sus astillas.
Boyd Crowder (interpretado por el eléctrico Walton Goggins, inolvidable Shane en The Shield) es un purasangre del crimen, un pico de oro capaz de convencer a su madre de que el infierno es un lugar donde hace falta un chal para no enfriarse. Un tipo con carisma, seductor, enigmático, eficaz, iluminado, malvado, dinamitero.
Fueron al mismo instituto y extrajeron carbón juntos. Se quieren. Y se detestan a muerte.
Raylan: Creo que adoras cualquier cosa que te permita apoyar por la noche tu cabeza en la almohada pensando que no eres el malo.
Boyd: ¿Sabes lo que me pregunto? Qué te dices a ti mismo por las noches, cuando apoyas la cabeza en la cama, para despertarte pensando que no eres el malo. (4.13)
La maldición de Harlan
Una de las razones por las que cuesta un pelín entrar en el universo de Harlan es por lo irregular de su primer año. Se toma su tiempo en encontrar el tono. Basada en Fire in the Hole —un relato de Elmore Leonard, estandarte del noir estadounidense—, Justified se presenta como una variación aromática y hillbilly del procedimental policíaco, a ritmo de banjos, armónicas y contrabajos. Sin embargo, sin que uno se dé cuenta, la serie va ganando capas de pintura y en «Hatless» (1.9) vemos explícitamente cómo el héroe, que comenzó como un Robocop implacable, pierde su sombrero y le supuran debilidades, complejos paternos, dudas existenciales… La trama horizontal empieza a bracear, en conjunción con el intento de renacimiento de su némesis, Boyd Crowder. ¡Y zas! De repente, el espectador se encuentra ante un universo muy singular, pinturero: Harlan County, un condado que cuenta hasta con un Óscar, cuya lectura sociopolítica sirve para entender las gentes y el perímetro por el que discurre Justified.
Hay series pegadas al paisaje y Justified emplea el Loctite. El primer regate de la serie dribla a quienes, perezosos, se dejan arrullar por el tópico geográfico y la superioridad moral. A esa legión que desdeña el interior de EE. UU. —ese país que discurre entre el cosmopolitismo de Nueva York y los flashes de Los Ángeles— por estar compuesto por un montón de paletos blancos que votan republicano y parecen habitar un Deliverance perpetuo, Justified les pegará una patada en la espinilla. Mejor: en los huevos. No porque los protagonistas pasen la hora del té reflexionando sobre el posmarxismo de Zizêk, sino porque los hillbillies también sufren, rezan, piensan, roban, conspiran y aman. Sin glamour, pero con verdad. En definitiva, porque en Harlan, Kentucky, también experimentan esa cosa tan rara llamada vida.
Para entender esta mentalidad hay que recurrir al consejo que el novelista Elmore Leonard regaló al equipo de guionistas: «Haced a los personajes interesantes y respetadles. No les dejéis ser estúpidos». Así es como Justified logra personajes de carne y hueso, creíbles, ya sean alivios cómicos o siluetas griegas: queriendo a sus criaturas, entendiéndolas. Y desde ese cariño hacia una tierra y su peña Justified ha logrado configurar un tono propio, original, con la decadente atmósfera de vieja gloria minera, ahora arrasada, por donde revolotean los buitres esquilmando las sobras y el aire familiar de una ciudad de provincias con un acento arrastrado, gangoso, de vocales cerradas.
Entre persecuciones, tiros y vaciles toreros, Justified radiografía un microcosmos fascinante, envenenado, donde el pasado irradia un imán funesto, una maldición paradójica: todos quieren escapar regresando una y otra vez a Harlan. «Raylan, ¿por qué has vuelto?», le preguntaba Winona a su exmarido en el piloto. Básicamente, Raylan Givens ha vuelto a Harlan para hacer las paces. Consigo mismo. Aunque le lleva un tiempo —seis temporadas— darse cuenta de que la identidad no viene determinada por el accidente del lugar donde uno nace. Por eso huye y se pelea y se enfada con su ascendencia y sus recuerdos: porque Raylan Givens detesta su origen, ese —a ratos siniestro, a ratos melancólico— «lo que somos».
Solo así —desde el espejismo de la huida de sí mismo— se entiende la obsesión de Raylan Givens por dar caza a Boyd Crowder: son las dos caras de una misma moneda. O solo desde esa perspectiva ancestral se degusta la perfecta segunda temporada: los Bennett, los Givens y los Crowder se han estado zurrando durante los últimos setenta años. «¡No tienes que hacerlo!», llora Dickie antes de ser ajusticiado; Raylan, apuntándole a la sien, le replica: «Por supuesto que sí. Esto es lo que somos, Dickie». Lo que somos, el destino, ese tranvía del que no puedes bajar, tan presente en las coordenadas del cine negro clásico. Por eso Boyd Crowder simplemente amaga con la redención, por eso Arlo Givens clama venganza y por eso los Bennett desatan el salvaje Oeste en el tramo final. ¡¡Es lo que son!! Como en esas guerras atroces que desangraron Yugoslavia o desgarran países africanos, ya no importa quién ni cuándo tiró la primera piedra. La espiral de violencia está en marcha y reclama su cuota de sangre: «Esta bala ha estado en camino durante veinte años», le espeta Doyle a un inerme Raylan. Y la espiral, enloquecida, sigue rodando. Ya lo anuncia la melodía más emblemática de la serie, ese bluegrass trágico —«You’ll Never Leave Harlan Alive»— que escuchamos mientras Raylan Givens contempla la tumba que tiene a su nombre en el jardín de casa. Esperándole. La maldición de Harlan. «Lo que somos».
¿Puede haber una salida? ¿Es posible burlar al Destino?
La familia como problema y como solución
Raylan Givens es un hombre que no encuentra su lugar en el mundo y que tu padre quiera liquidarte, en efecto, tampoco ayuda a encontrarlo. La desquiciada, violenta, fantasmagórica incluso, relación de Raylan con su progenitor eleva la serie a un terreno mítico, de fragancia sofoclada. «Bésame. El. Culo» puede ser el piropo más lindo que les escuchamos. Y sus «caricias» alcanzan el terciopelo de un puñetazo, unos grilletes o, incluso, un disparo de bala. Ríete tú de Edipo y sus mandangas. Aun así, lo más desasosegante es cómo esa enfermiza herencia paterna sobrevuela cualquier campo de tiro: «Bien, ¿qué ojos vas a ver cuándo me mates, Raylan? ¿Los de tu padre», le pincha Boyd en un capítulo memorable (6.12).
Sin embargo, a pesar de esa pegajosa mancha de aceite, la paradoja es que en Justified la familia es un problema, sí, pero al mismo tiempo es la única autopista de salvación. Tía Helen, Winona, una ecografía, una palmadita en el vientre, un helado en Miami, un pequeño Zacarías… En sus momentos de desconcierto, Raylan regresa al espejismo del hogar, a las afueras del odio. A la familia. Porque es de lo que está hecho el mundo. Y tendrá que aplicarse para romper el círculo vicioso, el maleficio de Harlan, ese que hace que Mags devore a sus hijos y Arlo apadrine a Boyd mientras tirotea sombras con sombrero.
Ahí, precisamente ahí, es donde la serie adopta una decidida postura moral. Como ejemplifica la propia pugna interior de Raylan, la peripecia de Justified erige una lucha continua entre venganza y justicia. Valen las mayúsculas: Venganza y Justicia. Es la ambigüedad de Raylan: unas veces actúa como marshal y otras muchas merodea a título propio. Pero lo más interesante es cómo los personajes son conscientes de que el Mal que generan acabará por volverse contra ellos. El alcance de este efecto boomerang se multiplica en la sexta temporada, donde el relato se depura, argumentalmente hablando, para regresar echando humo hasta la casilla de salida:
Una estructura elástica
Hay que fiarse de un productor ejecutivo, Graham Yost, que afirma que el lema «de la serie es darle al público lo que espera, pero de manera inesperada». Así se entienden mejor los célebres «duelos interruptus» de la serie… y los duelos consumados, claro. Desde el primero —a los dos minutos de comenzar el piloto— hasta el último, en una series finale tan sincopada como entrañable. Porque ahí respira ese afán por innovar, por no repetirse, por buscar el aplauso de la gente que te ve quebrándoles la cintura sin sacarles del partido. Cualquier duelo en Justified siempre desenfunda con sorpresa.
La serie no es perfecta, ni mucho menos, pero ese afán innovador que describía Yost nos permite entender los riesgos que toma la estructura. También ese empuje creativo explica que la estructura de la serie haya variado cada año. La primera temporada era, sobre todo, un procedimental que tarda en agarrar velocidad de crucero. La segunda retrataba a un poderoso clan enemigo, de forma tan perfecta que dejaba ver por qué la serie se postulaba para la Champions. La tercera apuraba un todos contra todos con un megavillano de fondo al que al final acaban faltándole algunos colacaos y trankimazines. En la cuarta apostaron por el misterio en largo, con una tanda de nuevo soberbia. En la quinta, ay, la quinta reclama tomar aire con un punto y seguido. La quinta temporada de Justified cría cuervos que le sacan los ojos; es la más floja y deslavazada, un tropiezo que pretendía mover las fichas recomenzando en 5.6 y amagando un crossover con Orange is the New Black. Sin embargo, el relato se redimió en su sexta y última temporada, la que, a pesar de ciertos agujeros argumentales, embocó el triángulo amorodioso entre Boyd, Ava y Raylan, saldando deudas y cerrando carpetas de forma agónica y vibrante.
Esta elasticidad convierte a Justified en exponente privilegiado de lo que Robin Nelson bautizó como «flexi-relato». Hay escaramuzas que ocupan un capítulo, subtramas que se prolongan durante varias semanas, personajes ocasionales que van y vienen (Vasquez, Constable Bob), misterios de temporada (¿Quién diablos es Drew Thompson?, ¿quién «vendió» al marido de Katherine?) y conflictos atávicos que se arrastran desde el piloto (el odio paternal entre Raylan y Arlo o ese chalaneo entre el besito en los morros y la patada en la espinilla que se trajinan Boyd y Raylan).
Esta flexibilidad evidencia cómo los guionistas miman la trama y consiguen que la parte procedimental de cada capítulo se integre con las historias de fondo, con una brillantez que solo manejan actualmente The Good Wife, Hannibal o, hace años, The Shield. Graham Yost y su tropa de guionistas han sabido configurar un «ecosistema» en Kentucky donde los personajes pueden crecer si la historia lo demanda. Quizá el único lunar sean dos de los secundarios habituales, que siempre han dejado la sensación de que quedaba potencial por explorar (más Rachel que Tim, tan letal él con su escopeta como en sus piques con Raylan). Por ejemplo, el amigo Shelby (un siempre estupendo Jim Beaver) ya aparecía en la segunda temporada, como un esporádico al que le parten los dientes; en la tercera ganó terreno y, ¡pum! su personaje explota de forma inesperada (y muy jugosa) en el cuarto año. Algo similar le ocurre a Ellen May, esa prostituta tontaina que adensa su complejidad cuando descubre a Dios. O Mike, el escudero de Wynn Duffy quien, de repente, sufre un seísmo en sus códigos, su léxico y su Pachelbel para convertirse en uno de los asombros emotivos de la última entrega.
Personajes dispuestos a trabajar de inmediato
Hace unas semanas, Enrique Vila-Matas recordaba en El País, a cuenta de Luis Buñuel, la fascinación que Ford Madox Ford y Joseph Conrad sentían por un personaje de Maupassant cincelado con un solo disparo: «Era un caballero con patillas rojas que siempre pasaba el primero por una puerta». «Ese caballero —decía Ford— está tan bien conseguido que no necesitamos saber nada más de él para comprender cómo actúa. Ya está hecho y podemos ponerlo a trabajar de inmediato». Algo similar ocurre en Justified con muchos de sus personajes ocasionales: trazos vigorosos y definitorios. En el 3.5 hay una secuencia que describe con magisterio esta precisión entomológica en la escritura de Justified. Un secundario recurrente (el lelo de Dewey Crowe) emprende una persecución contra reloj, pensando que le han birlado los dos riñones, así, como suena. Desquiciado, entra a punta de pistola a una tienda de comestibles. Corretea nervioso. El dueño, un vejete afable, le recrimina por dos veces que blasfeme en su presencia. Al tercer «God damn it!» de Dewey, el anciano saca su escopeta de debajo del mostrador y la emprende a tiros por tomar el nombre de Dios en vano… ¡Esto es definir un personaje en menos de quince segundos y lo demás son pamplinas!
Este mérito hay que atribuirlo también a los productores ejecutivos, capaces de mantener una constelación de estrellas pendiente de la evolución del relato, deseando estar ahí cuando se les requiera, como ocurre con la fascinante adolescente que interpreta Kaitlyn Denver. Algo similar le ocurre al solvente y enigmático Mykelti Williamson: era uno de los pilares de la tercera temporada; en la cuarta y la sexta solo asoma en un par de capítulos. La bella Natalie Zea (enfrascada en The Following) ha mejorado mucho a su Winona al exponerla solo lo justo y necesario, a partir de la cuarta temporada. ¿Que un actor tan solvente como Garret Dillahunt no puede comprometerse para toda una temporada? No problem: adaptamos su papel en la última temporada a solo ocho capítulos y movemos banquillo metiendo en pista a Jonathan Tucker para que encarne al escalofriante Boon, ese canalla en busca de mito y sombrero. Y así con muchos otros intérpretes.
En consecuencia, es lógico que Justified exhiba la galería de villanos y personajes ocasionales más sabrosa de la serialidad contemporánea, una tropa tan viscosa como divertida y fascinante: desde un par de brotha capaces de declamar a Shakespeare (los hermanos Harris) o un espejo del Raylan del futuro (Eric Roberts en el 5.9), hasta el impagable morro torcido de un Avery Markham (Sam Elliott) o la frialdad anfibia de una Katherine Hale (Mary Steenburgen), una tipa capaz de decorar habitaciones de hotel a lo Pollock, con sesos desparramados.
Llama la atención que en un canal americano con un target masculino (FX) haya tantas mujeres de armas tomar. Mags Bennett, una villana que descolocaría al feminismo, era la joya de la segunda temporada: pérfida, matriarcal… y abuela de lavadora y punto de cruz en sus ratos libres. Pero hay muchos otros personajes que no dudan en mear en su territorio escopeta en mano o, literalmente, a base de sartenazos y patadas en los cojones. La pequeña Loretta, tía Ellen, Ava o Winona, el talón de Aquiles de Raylan. El rollo «damisela en apuros» no se lleva en Harlan…
Violencia y tono
En el minuto 2 del piloto se produce la primera muerte. Toda una declaración de intenciones. Esto no quiere decir que Justified cultive un tono hiperviolento, sino que, simplemente, se toma muy en serio las consecuencias de la trama. Esto genera un halo de autenticidad y de avance narrativo que la sitúa un escalón por encima de propuestas conservadoras —a pesar de su cáscara enfadada y hemoglobínica— como Sons of Anarchy o Dexter. Justified está jalonada de puntos de no retorno. Una historia minada donde las amenazas se cumplen… estallando.
Y, sin embargo, la violencia descarnada que pulula por el fondo de la trama dialoga con un tono ligero, despojado de solemnidad. Hay golpes de humor, camaradería y ese no-tomarse-muy-en-serio que planea por Justified, tan necesario para esa sutil distancia irónica que hace a la serie tan llevadera y apetecible.
Los destellos humorísticos sirven para quitarle hierro a la trama y, sobre todo, aumentar la frescura de los personajes. Esta escena del 3.8 («Watching the Detectives»): aparecen un par de sabuesos del FBI que interrogan a Raylan Givens, nuestro heroico marshal. Le recuerdan una escenita (esta) que protagonizó con otro testigo, al que le propinó un par de puñetazos y sobre el que, después, dejó caer la bala de la recámara mientras le amenazaba: «La siguiente llegará más rápido». Sus oponentes han usado esa bala para incriminarle en un crimen que no ha cometido. Entonces, en medio del interrogatorio, el tipo del FBI empieza a reírse mientras le grita admirado: «¡¡Puede que sea la frase más molona que he oído nunca!! ¿Te la inventaste tú solo?», «La escuché una vez en el show de Johnny Carson», responde Raylan. O sea, que en el coñeo hasta el protagonista cuestiona su propia dureza.
Pero, al mismo tiempo, Justified plastifica su violencia porque es una serie que, como hemos dicho, quiere a sus personajes, incluso a los que a priori parecen más despreciables. Sobran los ejemplos: aquel dinosaurio Artie, cojo, corriendo detrás de un antiguo fugitivo octogenario que arrastra una botella de oxígeno (2.6), Raylan Givens instalándole la televisión a la madre de Tanner, recién explotado (3.9), Colton Rhodes eligiendo un mal día para dejar de fumar (4.13) o el brutal Choo-Choo arrollado por el tren de su conciencia (6.6).
Es un tono como de misericordia. Las relaciones entre los personajes están atravesadas por el cariño, la autenticidad o, incluso, un giro pasional inesperado. Boyd Crowder bailando de alegría, Mags Bennet peinando a la hija que nunca tuvo, Ava despidiéndose de Ellen May, Arlo divagando con alzhéimer o el inefable Wynn Duffy llorando a su escudero o dándole una palmadita de ánimo a su odiado Raylan Givens, tras enterarse de esa muerte. Esos gestos que marcan toda la diferencia.
Es la proverbial humanidad de Justified. Una serie donde los héroes se humanizan mediante destellos cotidianos y los villanos se redimen exhibiendo su cara B. ¡Hasta la mayor sabandija puede ganarse la empatía del espectador! Dewey Crowe, un hillbily vomitivo, nos obliga a ponernos de su lado en el simpático episodio de los riñones con patas (3.5) o nos arranca alguna lágrima mientras se despide de una vieja foto (6.1). Dickie Bennett inspira casi ternura en su patético antiheroísmo de manual y la traicionada lealtad canina de Carl (6.11) nos agujerea al alma.
Diálogos como balas
Raylan: ¿Es lo que crees que es esto, otra de tus historias de amor?
Boyd: Bueno, me gustan los finales felices.
Raylan: Pues esta es una de aquellas clásicas historias en la que el héroe atrapa a su hombre y luego cabalga hacia la puesta de sol.
Boyd: O tal vez es como aquel otro clásico, en el que un tío persigue a una ballena hasta los confines de la Tierra, solo para acabar ahogado en sus problemas.
Raylan: Tengo que admitir que hay una pequeña parte de mí que va a echar de menos esto cuando se acabe. (6.8)
En Justified las conversaciones no se escuchan, se mastican. Hay deleite en el habla, con diálogos irónicos, mordaces, escritos con dientes de sierra. Y el milagro es hacer pasar por natural y auténtico semejantes pitorreos; siempre sobrevuela un tonillo de autoparodia que hace digerible esta prosa de wéstern y frontera.
Ya lo anticipaba Nicky Augustine, enervado por la pomposidad de Boyd: «¡Tío, me encanta la forma que tienes de hablar. Gastas cuarenta palabras donde bastarían cuatro!» (4.11). Esa es la gracia, precisamente: diálogos y dinamita. Para qué liarte a tiros si puedes aprovechar para rememorar aquel astronauta que os visitó cuando vestíais pantalón corto e inocencia. Por qué enfrentarte con los esbirros de Theo Tonin si puedes convencerles de que es mejor que abandonen sanos y salvos, antes de que llegue la pasma. Gastas cuarenta palabras, sí, pero te ahorras unas cuantas balas. Es el estilo de Justified: multiplicar la tensión con palabras, no perder la calma, buscar el cuerpo a cuerpo, no arredrarse nunca.
Con verónicas así, tras seis temporadas se despide Justified, una serie con más calidad y entretenimiento que repercusión periodística. Un relato fulgurante, de esos que reclaman detener el capítulo para levantarse y aplaudir, capaz de arrancar secuencias memorables (estas doce muertes), de perfilar diálogos para tatuarse en el brazo, de generar GIFS para remirar con una carcajada durante todo un sábado o, incluso, para congelar las emociones que refleja el rostro de Givens.
Justified es una fiesta. Por eso tenemos que celebrarla regresando a Harlan, con vida, una y otra vez:
Boyd: ¿Me lo estás pidiendo o me lo estás ordenando?
Raylan: Si te hace sentir mejor, puedes decirle a la gente que lo pedí. (2.13)
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La segunda temporada de Justified es una obra maestra a la altura de The Wire. Si, obra maestra. Trama, actuaciones, musica, escenarios. Como dice el artículo, simplemente perfecta
La serie nunca vuelve a alcanzar ese nivel, y algunas temporadas son irregulares, pero en general puede que Justified sea la serie moderna mas infravalorada.
Ese ultimo tiroteo con Boon…
De acuerdo con casi todo el artículo en lo referente a esta estupenda serie. Ahora solo falta que los iluminados que deciden cuándo poner a la venta en dvd – bluray las diversas producciones, se decidan a hacerlo con ésta. Tengo las tres primeras temporadas desde hace ya demasiado tiempo sin que hayan aparecido por motivos que no se me alcanzan, las siguientes hasta llegar a la final, la sexta. Lo mismo está pasando con «The Good Wife», encallada su venta al público desde tiempo inmemorial, «Dammages», dejó de venderse a partir de la cuarta, «The Office» se quedó muerta en la cuarta temporada. Y así podríamos dar algunos ejemplos más y eso por no mencionar el sangrante comportamiento con series como Cheers o Frasier abortada su venta -al menos en España- a partir de la quinta temporada. Sería bueno que si alguien supiera BIEN los entresijos de esto, nos explicara aquí por qué pasan estas cosas, y que no me digan que «como se vendían poco, pues paramos y ya está» porque entonces lo procedente fuera tomar buena nota de los nombres de las empresas que comercializan este material para no comprar JAMÁS nada de lo que pongan en el mercado.
«Community» es otra que no acaba de salir en dvd más allá de la segunda temporada. Y lo de «Deadwood» es la leche. Tres temporadas y la tercera imposible de encontrar.
Lo que harán será sacar un pack con las seis temporadas y el que quiera ver las tres que le faltan tendrá que apechugar con tener repetidas las tres primeras que ya se había comprado. Es lo que han hecho con Entourage.
De acuerdo con todo el artículo. La serie es muy buena y es una pena que se la haya infravalorado. Los dialogos son enormes, de esos que te dejan pegado al asiento. La voy a echar de menos, pero es de agradecer que no la hayan alargado demasiado con el peligro de que fuese decayendo y perdiese su autenticidad.De lo mejorcito que he visto en estos 6 años.
Comparar Crimen y castigo con Justified es de retraca, pero decir de esta (entretenida, pero muy, pero que muy justita) serie que «enhebra una reflexión sobre la moralidad de la venganza, el determinismo de las raíces, la noción de comunidad, el ansia de redención o el sentido —y los límites— de la violencia legítima cuando está en juego el orden social» es, desde luego pasarse, de rosca o tres pueblos o quizá siete. Pues sí, tiene razón el articulista: ¡esto es Jot Down Magazine, demonios!
O sea: que usted no ha entendido nada sobre la serie y ha visto una de tiros y vaqueros.
Pues siga asi, hombre.
No, no lo he entendido. Pero es que macho, esto es súper, pero súper-complicao (hay que joderse).
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«O sea, que en el coñeo hasta el protagonista cuestiona su propia dureza…». Gran articulo para una serie no menos grandiosa, si acaso apuntar que otro de sus puntos fuertes es un leve pero siempre presente sentido de la autoparodia.
Por cierto, ¿Alguien puede decirme a que cuento de Maupassant pertenece la descripción? Gracias
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Con Los Sopranos se me abrió el mundo,The Wire fue poesía, me arrodillo cada vez que oigo Deadwood,qué felicidad seguir Breaking Bad,primera temporada de True Detective chapeau,Penny Dreadful,Fargo… manteniendo nivel sin que decaiga mucho……ahora… lo de JUSTIFIED con sus aciertos y errores es el puto Dios !!
Es la serie que podría entrar en bucle desde que termina el13x6 y comenzar 1×1 y no me cansaría nunca de verla.
Gracias Timothy Olyphant
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Una escena memorable: el final de Mags, bebiendo con Harlan.
Una Mags destruida brindando con su enemigo.
Brillante, máxima tensión emocional, propiciada por el relato calmo, los personajes casi estáticos, las tomas.
Memorable sin duda.
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