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José Antonio Guardiola: «La brecha que separa el hecho noticioso del ciudadano se ha estrechado tanto que apenas queda hueco para el periodista»

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En Portada es uno de los programas informativos de Televisión Española que más premios ha recibido. Su director, José Antonio Guardiola (Madrid, 1963) es de esos periodistas que siguen ilusionados por su trabajo a pesar del paso de los años. Su entusiasmo a veces parece fruto de la inocencia de un niño. En 2014 el programa cumplió treinta años con el episodio «El reportaje perfecto», donde Guardiola reunió a un grupo de periodistas para charlar sobre la profesión. Fue grabado en el parque del Retiro en Madrid y él hacía las preguntas. Ahora, un año después, volvemos con él al mismo lugar y le pedimos que sea él quien las responda.

El reportaje de En portada sobre la muerte del fiscal argentino Nisman ha tenido gran repercusión allí.

Lo que más me obsesiona en el periodismo de hoy es la narración. Me motiva mucho encontrar formas de narración diferentes en función de las historias y que, sin perder ni un ápice de rigor, juegues con elementos quizá más propios del cine o las series de TV. Por eso la historia de Nisman la vi como una especie de reportaje-thriller. Está magníficamente rodado con esa intención, planos sucios, descompuestos y muy contrastados para lograr una simbiosis entre las tramas periodísticas del caso Nisman y su forma de presentar en televisión. Eso es la bomba, me llena mucho. Y al final llegas a la conclusión de que tiene mucho más valor un buen reportaje de televisión que un buen capítulo de House of Cards. Porque rodar un buen thriller es «sencillo»… Tú montas las escenas, las ruedas cuando quieres y las veces que quieres y luego decides quién es el asesino, pero eso en periodismo no vale. Afortunadamente. Luego, parece sorprendente, pero al día siguiente de su emisión en España, el reportaje en sí y sus testimonios eran la noticia con la que abrían las portadas de internet de los principales medios argentinos: Clarín, La Nación, Perfil… Un reportaje convertido en noticia.

Hiciste la última entrevista que dio Mandela en su vida.

Me lo recuerdan a menudo, pero fue fruto de la casualidad. No le doy valor periodístico al hecho de que fuera su última entrevista. Solo le doy valor interiormente por lo que me costó conseguirla. Estuve muchísimo tiempo persiguiéndola. Tuve que recurrir a la Fundación Nelson Mandela, la Fundación Príncipe de Asturias, amigos sudafricanos que tenían influencia sobre él, a la embajada y hasta a su mujer. Y cuando le tuve enfrente no me sentí como que me encontraba ante un estadista, ni siquiera frente a un personaje de la historia; sentí que tenía ahí al que en ese momento era el padre de la humanidad. Sé que suena grandilocuente, pero fue así. Nadie se atrevía a cuestionar a Mandela ni se atreve. Pero nunca fui consciente de que fuese la última entrevista que se le iba a hacer. De saberlo lo habría planteado de manera diferente.

Luego es verdad que Mandela genera empatía de una manera que es hasta difícil de explicar; transmite tal descarga de humanidad, tanta credibilidad, que te impone. Las únicas preguntas que le hice con mordiente fueron sobre su responsabilidad en la epidemia de sida que sufría Sudáfrica. Su Gobierno podía haber sido más activo para poner controles que frenasen la expansión de la enfermedad, pero se dejaron llevar por conocimientos poco científicos. Se lo planteé y él me respondió con evasivas, pero era Mandela. ¿Qué vas a hacer? ¿Ponerte a repreguntar a un señor de ochenta y tantos años? Aunque reconozco que no fui lo incisivo que habría sido con cualquier otro personaje.

Tampoco creo que él, cuando concedió esa entrevista, pensase que fuera a ser la última. Me parece que lo que le pasó fue que se sintió incómodo por la edad que tenía. No me oía bien. Algunas preguntas se las tenía que repetir. Le costaba escuchar y entender. Tengo la impresión de que en gran medida decidió no hacer más entrevistas por eso, porque no era una situación agradable para él. Se la hicimos en el Ritz el día después de la boda de los entonces príncipes y ahora reyes de España. El embajador sudafricano me pidió que no grabáramos el paseo de Mandela desde su suite a la habitación donde le entrevistamos porque caminaba con mucha dificultad, tardó muchísimo en recorrer pocos metros. Encontrarte a un personaje de esa categoría mostrando signos de debilidad también me influyó a la hora de ser incisivo. Todos somos humanos… Aunque si me hubiera encontrado en esas circunstancias a Robert Mugabe, por ejemplo, seguramente habría sido menos respetuoso.

Admiro a Mandela enormemente, aunque creo que nos hemos extralimitado subrayando sus bondades. Su trayectoria fue más o menos paralela a la de Mugabe en Zimbabue, que podría haber sido como Mandela, porque llevó a su país a la liberación, pero al final gobernó Zimbabue de una manera tan torpe, tan autócrata, que no resiste ni la más mínima comparación. Quizá hemos santificado demasiado a Mandela, pero este mundo a veces requiere un liderazgo moral del que estamos tan carentes y él, sin ser perfecto, porque no lo era, lo simboliza muy bien. Lo que sí que creo que se ha tratado poco de su figura es el pozo de amargura que tenía por haber desatendido a su familia al entregarse tanto a la causa.

La pena es que cada vez es más difícil conseguir este tipo de entrevistas. Los Mandela, Arafat o Castro de hoy en día son cada vez más reacios a los medios de comunicación, al margen de que cada vez somos más medios los que pedimos entrevistas. Aunque nunca ha sido fácil conseguirlas. Con Mandela, si te citaba en un lugar a una hora, iba. Con otros como Yaser Arafat, por ejemplo, tenías que estar en una ciudad durante quince días, que ya te llamarían. Y a veces ni siquiera lo hacían. Por cierto, ¿sabes qué me llamó la atención de Arafat y de Mandela? Que ninguno de los dos tenía manos de un luchador. Eran manos suaves. Cuando me la estrechó Arafat me sorprendió, esperaba una mucho más callosa. Al menos Mandela transmitía una descarga de humanidad, aunque suene a realismo mágico. Arafat, en cambio, no.

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Cuando empezó el programa que diriges, En portada, se estrenó con una entrevista a Fidel Castro que recibió ciertas críticas.

La hizo Vicente Botín y creo que le pasó algo como a mí con Mandela, pero un tanto diferente. Siempre ocurre, cuando persigues con mucha insistencia una entrevista y por fin te la conceden da la sensación de que ya está todo hecho, cuando en realidad lo verdaderamente importante empieza cuando lanzas la primera pregunta. Fidel Castro es una persona arrolladora y Vicente Botín, que no es sospechoso de ser revolucionario cubano por los libros que ha escrito después, se dejó llevar por ese no sé si miedo escénico, pero sí por esa especie de intimidación que a los periodistas nos produce a veces estar ante personajes históricos. También hay que tener en cuenta que no pudo prepararla. Se metió en un cóctel y de repente le dijeron: venga, pasa por aquí y haz la entrevista. En esas circunstancias es inevitable que luego te arrepientas de no haber hecho una serie de preguntas, pero eso nos sucede a todos en la vida. Así que Fidel contó su versión de la revolución, cómo estaban los cambios y habló, habló y habló, eran sus años de discursos de cinco horas, y no se le cuestionó nada de lo que dijo.

En portada tiene enfoques muy variados en cada entrega. Puede entrevistar a un líder mundial como los que hemos comentado lo mismo que a cualquier ciudadano, como aquel joven kazajo con malformaciones por los experimentos nucleares de la URSS.

El joven kazajo se llama Berik. Fue una de esas historias que te hacen pensar que el periodismo sirve para cosas tangibles. A veces te planteas si servirá para que un dictador se lo piense dos veces antes de lanzar un ataque contra la etnia vecina, pero en otras sirve para hacerle la vida un poco más feliz a gente que lo ha pasado mal. En Portada conoció a Berik en Kazajistán, durante el rodaje de un reportaje de Carlos Franganillo y Miguel Ángel Viñas. Estaban interesados en investigar las pruebas nucleares en la URSS durante los cincuenta y sesenta y así dimos con Berik, un chico cuya madre se había expuesto a las radiaciones de las explosiones nucleares porque vivía cerca de un campo de pruebas del ejército soviético. Como el Gobierno no informaba, la gente salía a ver el hongo nuclear como puede salir aquí ahora a ver los fuegos artificiales en San Isidro. Contemplaban el hongo y se exponían a la radiación. Muchas personas han sufrido malformaciones por eso.

Al ver el programa «Hijos de la guerra atómica», un cirujano español se ofreció a operarle. Coincidió con que nos acababan de conceder un premio por otro reportaje y decidimos invertir la dotación en traer a Berik a Madrid y operarle. Durante todo el proceso de vida de Berik en España grabamos todas sus vivencias porque imaginamos que podía ser una historia digna de ser contada. Y así nos salió otro reportaje, esta vez muy sensible. Yo soy más partidario de los formatos tipo BBC, que no tratan de generar tanta empatía, pero aquí accedí a buscar en el espectador un grado de emoción suficientemente alto como para que la historia emocionara, pero sin caer en el sensacionalismo. Fue muy jodido encontrar el equilibrio, tocar fibra sensible sin pasarse de sensiblería.

¿Te ha ocurrido en un conflicto que tienes que olvidar que estás haciendo periodismo y dejarlo todo por una razón humanitaria de fuerza mayor, un suceso que te obliga a intervenir?

En Kosovo pasé por una experiencia en la que uno tiene que pensar si lleva piel de periodista o de humano. O el momento en el que entiendes que no puedes ser periodista sin tener piel humana, mejor dicho. Y fue una en la que nos la jugamos de verdad. Yo nunca he sido un periodista de contar películas, aunque sí haya estado en peligro en muchas ocasiones, pero hay veces en que te estás jugando la vida literalmente y esta fue una de ellas. Estábamos en Pristina. No muy lejos, en los alrededores de Komorán, había una zona controlada por el UCK —la guerrilla albanokosovar— y decidimos ir allá a rodar un reportaje. Pasamos los controles de carretera, donde había que pillar con la guardia baja a las fuerzas especiales serbias de Milosevic. Lo conseguías hablando un poco de fútbol, yo que soy del Atlético sacaba siempre a Pantic. Te ganabas su confianza y te dejaban pasar. En el viaje, al final llegamos a un pueblo donde un francotirador había matado a un niño. El cadáver, que llevaba muerto horas, estaba en un robledal, en un bosque. Y a su lado estaba su hermano. Todavía vivo, pero herido con un disparo en la cabeza.

Nos movíamos en un coche blindado y los vecinos albaneses de ese pueblo nos pidieron que recogiéramos el cadáver porque nadie podía acceder al robledal. Nosotros, con el coche, donde ponía claramente que éramos de TVE, fuimos. Teníamos la esperanza de que el francotirador viera que éramos periodistas y no disparara. Llegamos, nos bajamos y hubo tiros, pero no a dar, solo como advertencia: «sabemos que vais a recoger el cadáver del niño, hacedlo pero no estéis más tiempo del debido». Con nosotros estaba su padre, o su tío, lo recogimos de entre los árboles y lo llevamos de vuelta a la aldea en el coche. Pero había llovido, no teníamos tracción a las cuatro ruedas y ahí nos quedamos bloqueados. El blindaje pesaba demasiado, el coche patinaba, empujábamos pero no encontrábamos manera de salir. Fueron momentos de verdadero horror porque sabíamos que el francotirador seguía ahí.

Cuando lo logramos, llegamos al pueblo y entregamos el cadáver. Era una aldea de albanokosovares. Imagina la que se lio ahí. Pero el problema era que el hermano seguía malherido. La bala le había dado en el cráneo, le había rozado, y si lo dejábamos ahí iba a morir. Seguro. Nos pidieron que lo lleváramos al hospital de Pristina, en el pueblo no tenían ni botiquín. El problema era que si nos detenían en el control no nos permitirían llevarle hasta el hospital y no te digo lo que nos iba a pasar a nosotros. Pero en un momento así te quedas pensando, ¿cómo me voy a negar a llevar a un niño al hospital?

Fue un momento difícil porque si nos hubieran pillado las fuerzas especiales de Milosevic nos habrían llevado a la cárcel como mínimo, a no ser que te peguen un tiro ahí mismo y digan que has salido corriendo. Sin embargo, dejarlo ahí era dejarlo morir. Hablamos entre todos los miembros del equipo, estas son decisiones que no puedes tomar solo, y decidimos arriesgarnos. Volvimos a pasar camino del hospital de Pristina por los checkpoints. Había varios. Íbamos completamente acojonados. Unos controles eran más peligrosos que otros. Si nos cogían las fuerzas especiales… en fin, qué decir, todos sabemos cómo eran. Al chaval lo metimos en mantas para que no se le viera, le habían puesto una venda. Fuimos chapurreando serbio como podíamos de control en control, de risas con los policías, y al final afortunadamente conseguimos llegar al hospital. Allí lo dejamos, pero nunca supimos qué fue de él. Y eso que he vuelto varias veces a Kosovo, lo he buscado y se lo he comentado a Flaka Surroi, una de las periodistas más importantes de Kosovo y gran amiga mía. Calculo que ahora el chico tendrá veintitantos años, pero ya digo que nunca he podido averiguar qué pasó. Si salió con vida del hospital o murió.

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¿Cuál es el viaje que más te ha marcado?

Sin duda, 2001 en Afganistán. Fue mi viaje más enriquecedor y también el más triste. Entramos en el país de los primeros a través de Pakistán. Iba con dos cámaras, José Manuel Frean y Juan Antonio Barroso, dos amigos. Porque en televisión eso es fundamental. Y más en las guerras. Para trabajar en equipo tiene que ser con gente a la que quieres y que te quiere y que además nos respetemos profesionalmente. El caso es que llegamos a un territorio prácticamente vacío en el este del país, en Jalalabad. No había talibanes, habían huido, pero tampoco habían llegado los muyaidines, a los que cuando fueron apareciendo les costó bastante asentar su poder. Y tampoco había tropas internacionales, ni se las esperaba. Como periodista podías moverte por donde quisieras. No te paraba un policía en un semáforo, no había un checkpoint de los infinitos que había en los Balcanes. Podías ir donde quisieras, como digo. Una libertad absoluta de movimientos y esa es la mejor materia prima para un periodista. Para que te hagas una idea, uno de los primeros sitios donde estuve fue la casa de Bin Laden a las afueras de Jalalabad. Estuve ahí antes de que llegase la CIA. Periodísticamente no sé cómo definirlo, ¿el paraíso? Estuve en campos de entrenamiento de Al Qaeda, en una prisión con reclusos de Al Qaeda, que los mirabas a la cara y te acojonabas, no porque fueran asesinos, que seguramente lo eran, sino porque tenían tanto miedo, tanto odio, que al ver a alguien lo miraban como a un enemigo. Y claro, cuando tú no lo eres pues te da mucho miedo.

Todo eso fue lo enriquecedor del viaje. La parte más dura vino después. Como la vida misma, que se compone de felicidad y sufrimiento. Estábamos una noche discutiendo si al día siguiente nos íbamos en una caravana de periodistas a Kabul. Nosotros decidimos quedarnos porque estábamos disfrutando. En la capital, desde la que ya informaban otros compañeros desde hacía varios días, solo íbamos a poder hacer reportajes sobre si el oso polar del zoo había sobrevivido al calor del verano. Lo digo sin menosprecio, pero es que al final era eso. En el este de Afganistán estábamos ochenta periodistas para una extensión tan grande como Extremadura o más. Julio Fuentes, sin embargo, sí cogió esa caravana y se fue.

Recuerdo que llevaba una camisa oscura, unos pantalones beige, unas botas, y su camisa estaba manchada porque había abierto antes un bote de aceitunas y le había salpicado. Salió la caravana y enseguida saltó el rumor de que los habían tiroteado. Entonces piensas que todos esos elementos que te sirven para ser feliz periodísticamente pueden convertirse en tu ratonera. No tienes a nadie a quien preguntarle, no hay fuentes fiables. Eso que es una gozada, de repente es una encerrona. Encima su pareja de entonces era y es amiga mía. Tenía, como periodista, el compromiso de contar lo que había pasado, pero, como persona, primero decírselo a quien merecía saberlo de primera mano. Como era imposible lograr cualquier confirmación oficial decidimos que solo daríamos la noticia cuando pudiéramos reconocer visualmente los cuerpos. Así fue, volvimos a ver esa camisa azul oscura y esos pantalones beige. Los reconocimos y lo contamos. A partir de ese momento los tres del equipo debatimos si permanecíamos en Jalababad o, como hizo la inmensa mayoría, regresábamos a Pakistán. La situación era extremadamente peligrosa, pero no hubo dudas. Nos quedamos y seguimos disfrutando tanto como sufriendo. Eso como equipo nos dio mucha fuerza.

Poco después de eso, el caso Couso cambió definitivamente el periodismo internacional español, la forma de cubrir los conflictos.

Recuerdo que los equipos de la BBC llevaban en Afganistán en 2001 a un exmiembro de las SAS, los comandos del ejército británico, que les iba marcando a partir de qué punto tenían que cubrirse con el casco, dónde con el chaleco, etcétera. Yo entonces no lo entendía porque me parecía que contribuía poco al fin último que es contar bien una historia. Creo que trabajar con alguien armado te expone más que te protege. Cuando estás con un tipo al lado que te dice qué es exactamente lo que tienes que hacer o los pasos que tienes que dar, seguramente se salven vidas, y eso evidentemente tiene que estar por encima de todo, pero desde lo de Couso los medios españoles, que muchas veces están dirigidos por personas que nunca han ido a un conflicto, entendieron que al enviar a alguien a una guerra tenían que imponer una serie cuestiones de seguridad fundamentales. Había que ir con un chaleco, con un casco… En la guerra de Kosovo nadie llevaba protección. Nosotros utilizamos un blindado que compró TVE durante la guerra de Bosnia, pero nos reportó más problemas que ventajas. Nos dejaba tirados constantemente en medio de la nada y eso sí que es peligroso.

Y lo cierto es que ahora con la crisis lo que casi no hay son enviados especiales, pero hasta que pasó lo de Couso los medios se presentaban en los conflictos con cero protección. Surgió entonces un debate en algunas empresas de información respecto a las medidas de protección a los periodistas, los seguros, etc. Ese debate, sano en un principio, degeneró hasta el punto en que las empresas comenzaron a renunciar a coberturas de conflictos para no tener que abordar esos elevados costes en seguridad. Y todo esto abonado encima por una crisis que ha machacado el periodismo local e internacional. Y la consecuencia es que los periodistas ya no estamos tan cerca de las noticias como deberíamos estar. Nos han alejado de la cobertura directa de los conflictos. Un problema muy grave en el periodismo internacional.

¿Crees que hubo intencionalidad de Estados Unidos en asesinar a un periodista para lograr el objetivo que acabas de describir?

No estoy tan seguro. Cuando le mataron yo estaba en Irak, pero en el sur, en Basora. No estaba en Bagdad. Lo primero que creo es que si la sociedad se dota de una serie de intermediarios, que son los periodistas, para contar lo que está pasando, nos debemos fiar de ellos. Son nuestros ojos en el conflicto. Y si ocurre algo tan grave como lo de Couso, la primera versión que yo tengo que escuchar es la de los periodistas que están sobre el terreno. La de Carlos Fernández o la de Jon Sistiaga, que además son buenos amigos míos. Por eso, a mí que de entrada se rechazara de plano esa versión me hizo sospechar. Ahora, llegar a afirmar tajantemente que eso fue un acto premeditado, no sabría qué decirte. Porque a mí una de las cosas que más me gustan en periodismo es ponerme en el papel del otro. De la víctima y del victimario. Algo que te enriquece como persona y como periodista. Porque yo también me pongo en el papel del militar atemorizado que iba en el carro o en el vehículo blindado, con un inmenso calor, medio mareado, que le desconcierta la luz, en medio de combates y de repente ve en un punto algo que le hace temer por su vida… La reacción que puede tener en ese momento un militar hay que entenderla también. Pero insisto, no estoy justificando lo que pasó allí, ni muchísimo menos, solo me gusta ponerme en el papel de los dos. ¿Pudo haber sido fruto de la casualidad que vieran y sospecharan que había una amenaza para ellos? Pudo ser. En todo caso, yo lo tengo muy claro. Mis amigos, y repito, los intermediarios que la sociedad ha elegido para que le cuenten lo que allí está pasando me dicen algo que yo no vi y creo en sus palabras: que el asesinato de Couso no fue producto de la casualidad. Me fío de su palabra. En cualquier caso, lo que sí me parece lamentable es que no se pueda investigar esa muerte y que un juez tenga que renunciar a esclarecer lo que pasó como acaba de suceder.

En el reportaje de regreso a Ruanda tras el genocidio, entrevistaste a Valérie Bemeriki, la periodista que llamaba a «matar a todas las cucarachas».

Fue una entrevista cuando menos curiosa. Bemeriki era un símbolo. Representa lo peor que puede simbolizar un periodista. Era locutora de la radio del régimen hutu, la emisora de las Mil Colinas. Desde ahí, por un lado, incitaba al odio, pero además durante el genocidio señalaba dónde se escondían los «objetivos» tutsis, los que ellos llamaban cucarachas, para matarlos. En sus programas decía: «en tal aldea hay no sé cuántos protegidos en tal casa. En equis iglesia se refugian cucarachas». Los hutus que la escuchaban iban a buscarles y pasaban a cuchillo, machete o tiros a todos los que estaban allí. Por eso para mí representa la peor condición del periodista, que es la del transmisor de puras órdenes. No sé si se arrepiente de lo que hizo. Cumple cárcel y probablemente no saldrá de allí aunque cambien los Gobiernos en Ruanda. Cuando la entrevisté, lo que más me sorprendió fue la serenidad con la que hablaba. Además, en un francés impecable. Explicó todo con una frialdad, con una sincera falta de arrepentimiento, y eso que estaba dentro de su celda y sabía que la escuchaban sus carceleros.

Para mí este viaje fue muy importante, porque volví a Ruanda veinte años después y me sirvió para poder entender humana y periodísticamente lo que no había comprendido veinte años atrás, que eran muchas cosas. Cuando fui como enviado especial, bastante inexperto y seguramente inseguro, estuve más pendiente de tener una crónica antes de las nueve de la noche que de procesar una tragedia de tales dimensiones. Esto nos pasa a veces cuando hacemos telediarios, nos arrolla la necesidad de contar cosas, de tener la crónica preparada. Es una especie de miedo al vacío.

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Francisco Veiga denunció en su entrevista en Jot Down que al conflicto de Ruanda los medios no le prestaron atención, cuando fue una masacre que superó el índice de asesinatos de los nazis durante la II Guerra Mundial.

Hombre, Francisco Veiga, un profesor de universidad al que te encuentras en los conflictos sobre el terreno. A lo que entiendo se refiere es al debate sobre el valor de la vida en un conflicto en el mundo de hoy, tanto en el periodismo como en lo que no lo es. El niño muerto en un tiroteo en un colegio de Oklahoma vale lo mismo que el niño muerto de hambre en Etiopía, pero parece que no pesa lo mismo. En aquella época nos volcamos en el conflicto de Yugoslavia más que en el de Ruanda por la proximidad, por las connotaciones y por los diferentes elementos que tenía que te generaban muchas más dudas, incertidumbres y temores que el propio conflicto de Ruanda, que al fin y al cabo era algo que se veía lejano e incluso incomprensible.

A veces nuestro contrato como periodistas consiste en que el ciudadano entienda que esos conflictos repercuten. Que una guerra en Libia no afecta solo a los libios. Que una tala de árboles en el Amazonas no afecta solo a los brasileños No solo es la obligación moral de prestarles atención, sino también lograr que el ciudadano lo haga. Y a veces los periodistas fallamos, no sabemos convertir en interesante lo importante. El caso yugoslavo era muy fácil de acercar y el ruandés no tanto, aunque desde la II Guerra Mundial no se conociera una masacre como esa. Estamos hablando de ochocientos mil o un millón de muertos en un periodo de cien días.

¿Qué sentiste personalmente ante la responsable de tantas muertes? ¿Te provocó rechazo?

No, como decía antes, me pongo mucho en el papel del otro. Es como cuando cruzas la mirada a los de Al Qaeda. A veces distingues odio, otras veces miedo… ambos sentimientos humanos. Cuando observas sus ojos ves esa parte quizá más oscura de la humanidad, a pesar de que hayan sido los más bárbaros asesinos que te hayas cruzado en toda tu vida. Y Bemeriki era una mujer serena, asumía que estaba pagando una culpa de la cual al menos sí creo que era consciente. Pero para ejercer el periodismo es muy importante intentar entender al otro, por qué ha cometido una aberración. No por justificarlo, solo por entenderlo. Yo no soy un juez, no tengo que condenarlo, solo debo exponer los hechos. Si quiero exponer a Bemeriki tengo que entenderla antes. Tengo que dar las claves para que sea el ciudadano el que entienda que contribuyó a la muerte injustificada y, por supuesto, injusta de miles de personas.

En Facebook dijiste que habías vuelto a Ruanda dieciocho años después y seguías sin entender nada.

Cuando me metí en el periodismo lo que me gustaba eran las relaciones internacionales. Me veía más como corresponsal en Washington o en Bruselas, como un analista porque me gustaba mucho entender lo que pasaba, jugar con el mapa del mundo y poner las piezas del puzle para entender por qué si pasa algo en un sitio afecta a otro lugar. Pero cuando me ofrecieron probar el periodismo de acción, cuando me propusieron viajar a Ruanda, no iba a decir que no. Fui para allá con la sensación de que viajaba a un lugar que no conocía lo suficiente como para explicarle al telespectador lo que estaba pasando. Y lo que ocurrió no fue que no lo lograra comprender como periodista, es que me desbordó como ser humano.

Pongo un ejemplo. Recuerdo que estaba con los refugiados tutsis que volvían a sus aldeas desde el Congo. Llegaban y comprobaban que sus casas estaban ocupadas, que los maltrataban. Un panorama que seguramente era mejor que el de los campos de Goma de los que escapaban, pero que desde luego no era lo que imaginaban que iban a encontrar. Allí, un día al atardecer, entre las madres que cocinaban las típicas cacerolas africanas, un día sin viento porque recuerdo muy bien que el humo subía en vertical, en una zona muy deforestada cercana a Nyamata… De repente encontré una niña llorando. Era un llanto… no era el llanto de un niño occidental. Los niños en África lloran de otra manera, con desconsuelo; lloran sin interrupción. Aquí un niño llora y para, allí puede estar veinticuatro horas. Esa niña que vi llorar tenía la misma edad de mi hija, que ahora tiene veinte años. Estaba sola, porque en África las madres no les prestan atención a los niños como se la prestamos aquí, que los hiperprotegemos; la niña estaba sola y en ese momento no sé por qué vi en el llanto de esa niña los ojos de mi hija.

En ese momento me emocioné, porque entendí lo que estaba pasando. Eso me ha ayudado a ser mejor periodista. Porque antes de cruzar la mirada con esa niña lo veía todo desde un filtro. Era un españolito que simplemente estaba allí para contar lo que estaba viendo, pero no lo estaba sintiendo. En ese momento, sin embargo, empecé a hacerlo; empecé a ver en el otro lo que no veía hasta entonces. En ese momento me di la vuelta, lloré pensando en mi hija, preguntándome qué estaba haciendo en Ruanda cuando podía estar con ella. Reflexioné si sería capaz de relatar lo que había tenido ante mí. Y pensé: si soy capaz de contar esta historia, valdré como reportero de guerra. Si no, no. Me quedaría como el periodista que te da las claves de por qué ha pasado en Crimea lo que ha pasado, por ejemplo, lo que, por otra parte, tiene un enorme valor.

La conclusión es una pregunta: ¿Qué lleva a un ser humano a coger un machete y clavárselo en la cabeza al de enfrente? El odio. Y el odio es un sentimiento que lo multiplican los malos, los poderosos. Las sociedades no somos conscientes de lo que significa una guerra. Se ha trivializado tanto, nos han anestesiado tanto, en parte quizá por los videojuegos y las películas, que no se entiende lo que es en realidad. La guerra es algo que arrasa con todo. Quizá las guerras sean inevitables, es más, creo que lo son, pero los que sí son evitables son los políticos que nos llevan a la guerra. Y ahí sí, el papel del periodista es denunciarlos.

Si de algo estoy satisfecho con el periodismo es que, de alguna manera y en pequeña medida, con nuestro grano de arena hemos logrado que quizá algún dirigente en algún lugar del mundo cuando está dispuesto a cometer un genocidio, se lo piense dos veces: «cuidado que a lo mejor llega el periodista tocapelotas que va a contar todo esto y voy a terminar en el Tribunal de La Haya». Si por esto alguna vez alguno de estos no firma la orden de ejecución de no sé cuántos, aunque solo sea por eso, ya ha servido.

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En el caso del reportaje sobre Salvador Allende conseguiste el vídeo de la exhumación de su cadáver, que no lo había visto nadie, solo el Gobierno.

Esa historia periodísticamente es muy bonita. Cuando Pinochet estuvo detenido en 1998 conocí a un cámara chileno que se llama Pablo Salas. Nos hicimos muy amigos. Una vez, cenando en su casa en Chile, después del asado y unas copas, me dijo: «Guardiola, te voy a enseñar una cosa». Me llevó al salón de su casa y me mostró unas imágenes que solo tenía él: la exhumación de Allende. Yo no sabía ni que existieran esas imágenes. Bueno, nadie lo sabía. Era la exhumación secreta del cadáver del presidente.

En 1990, cuando llegó la democracia a Chile, Allende seguía siendo el primer desaparecido de la dictadura. Porque nunca nadie supo dónde estuvo enterrado, aunque se sospechaba. Ni siquiera se sabía cómo murió. El Gobierno democrático de Patricio Aylwin decidió abrir la tumba donde creían que lo habían enterrado, el mausoleo de su familia en Viña del Mar para después darle el homenaje que se merecía. Se hizo de noche y allí estaba para reconocerlo su médico de confianza, una de las mejores personas que me he encontrado en la vida, Arturo Jirón. Bajaron a la fosa, abrieron la tumba y el Gobierno decidió que todo aquello quedase grabado para que formara parte de los archivos de la República para la eternidad. Para esto habían contratado a Pablo Salas, el cámara del que hablo. Pero él, con ese olfato periodístico que tienen que dar los periodistas, en el trayecto de vuelta desde Viña del Mar a Santiago hizo una copia de la grabación en el coche. Ese vídeo lo tuvo guardado hasta que me lo enseñó en su casa y me dijo que nos lo reproducía, pero no nos lo iba a dar jamás. Y yo: bueno, ya lo hablaremos [risas]. ¡Cómo te van a decir a ti eso que eres periodista!

Al final, cuando murió Pinochet, decidió hacer públicas las imágenes. Yo era jefe de internacional del telediario y la única cobertura que hice durante esa etapa fue esa. Me sentía necesitado de contar la historia de la muerte del dictador y allí coincidí con Pablo Salas y acordé emitir por fin las imágenes. Eran muy importantes porque despejaban muchas dudas históricas. Me puso como condiciones que nunca se utilizaran esas duras imágenes para desprestigiar a Allende y que el reportaje lo tenía que hacer yo. El problema era que como jefe de internacional no podía estarme un mes y medio por ahí haciendo un reportaje, así que guardé el DVD en la mesilla de mi casa en Madrid durante un año y pico. Ahí lo tuve sin enseñárselo a nadie hasta que dimití, me nombraron director de En portada y decidí que mi primer reportaje iba a ser ese. Luego, a raíz del reportaje un juez chileno reabrió la causa y se pudo probar, se sentenció que Allende se había suicidado. El periodismo también contribuye a poner luz a la historia y este es un claro ejemplo. Periodísticamente me llenó muchísimo.

En Bolivia entrevistaste a Nicolás Castellanos, un obispo español que lo dejó todo y se fue con los pobres, un cura de la teología de la liberación.

Llegué a él por casualidad. Queríamos hacer el primer reportaje de RTVE en HD y tenía que ser algo que si salía mal pudiera repetirse. Era un reto tecnológico que nos generaba mucha inseguridad. Obviamente, si nos metíamos en un conflicto o en la jungla no íbamos a volver al día siguiente a grabar la misma secuencia. Pensé en todos mis contactos, hice como un casting. Nicolás Castellanos fue un obispo español de la Transición que en un momento dado entendió que la Iglesia no tenía el discurso que debía tener. Pensaba, como puede decir ahora el papa Francisco más o menos, o como decía claramente la teología de la liberación, que la Iglesia tenía que dedicarse a trabajar por los pobres. Decidió dar el salto y se fue a Bolivia.

La obra que tiene allí es espectacular. Es un proyecto que se llama «Hombres Nuevos» que busca básicamente lo que te he dicho, acompañar a los pobres. Con la gente que necesita ayuda de verdad. Recuerdo una frase que dijo que me dejó clavado: «Yo es que ahora de repente veo que en las manifestaciones contra el matrimonio homosexual se reúnen tantas personas, compañeros míos, para intentar impedir que los homosexuales se casen, con la cantidad de problemas que hay en el mundo; con la cantidad de problemas que tienen los pobres del mundo. No lo logro entender». Es así. Yo no soy creyente, pero sí es cierto que se comparten una serie de valores que al ser humano lo hacen grande, llámense cristianismo, mahometismo o budismo. ¿Qué tienen que ver esos valores con una manifestación de esas características?

Nicolás Castellanos lo que cree lo aplica a su vida y vive en El Palacio, que es una especie de comuna en un barrio de gente muy humilde, el llamado Plan 3000 de Santa Cruz de la Sierra. Sigue siendo miembro de la teología de la liberación y la defiende. Es un personaje de los que te enriquece. Es lo bueno que tiene el periodismo, si yo hubiera sido, por ejemplo, abogado, nunca habría conocido a alguien así y sería otra persona distinta.

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Otro reportaje emotivo en este sentido, el del periodista desaparecido Pedro Cárdenas.

Colombia es un país que ha vivido los conflictos con tal intensidad que entras en una aldea, te empiezan a contar cosas y cuando llevas tres días, ves que solo se han remontado a los últimos diez años. Y luego es un país con una gente magnífica, que gente así hay en todas partes, pero en Colombia especialmente. En el caso de Cárdenas quise hacer un reportaje centrado en poner en valor la figura del fixer, nuestro cicerone en los conflictos. Gente que a veces es un periodista local y otras es un buscavidas. En Afganistán, por ejemplo, tuve uno que estaba metido hasta las trancas en los servicios secretos de unos y otros. Se lo sabía todo. Y cuando estás allí te tienes que dejar llevar por él, porque que en el fondo que tú hagas un buen trabajo depende en gran medida del fixer, de que sea bueno. Luego el premio te lo dan a ti y él se queda en su país sufriendo.

El reportaje se llamó «Maldito oficio». Estaba dedicado a los periodistas locales. Porque tú siempre tienes un billete de vuelta, pero el otro no. Al día siguiente tiene que llevar a sus hijos a la guardería. Y Pedro Cárdenas era un periodista en estado puro. Se jugó la vida; la suya, la de su mujer y la de sus hijos por denunciar las mafias y corruptelas de políticos y paramilitares. Ni siquiera era periodista por titulación. Y desapareció. No está probado que lo mataran, pero a mí me extrañaría que no lo hubieran hecho.

¿Es la televisión un arma de guerra como se denuncia en los conflictos modernos?

Lo es, aunque ha variado mucho. En las guerras de los Balcanes, por ejemplo, tuve la sensación de que en los frentes nos veían como un objeto de seducción. El periodista era el que iba a facilitar el camino para que la opinión pública mundial se sensibilizase con los problemas de cada bando. De por qué luchan. O por qué matan. Pero ahora, con la irrupción de las redes sociales y las nuevas tecnologías ha cambiado. El caso extremo lo tienes en Siria, es decir, el Estado Islámico ya no te necesita para contar su historia. Tienen una capacidad de producción de información que tú ves los vídeos y parecen rodados por profesionales de Hollywood. Lo que ellos quieren que se sepa, los periodistas nos lo bajamos de internet. ¿Para qué tenemos que estar allí? Para nada. Y entonces, si estás, lo que se proponen es eliminarte. Ese es uno de los grandes dramas que tiene el periodismo de guerra hoy. Ya no eres un objeto de seducción, sino un objetivo.

Sin embargo, el cambio determinante empezó a darse tras la guerra de Vietnam.

Los políticos descubrieron en esa guerra que los medios pueden tener mucho poder. Y su objetivo es limitar la influencia mediática en su propia conveniencia. Las guerras que vinieron después estuvieron muy condicionadas por la guerra de Vietnam. Pero insisto en que, más que esa guerra, lo que de verdad está cambiando el periodismo son las nuevas tecnologías. La brecha que separa el hecho noticioso del ciudadano se ha estrechado tanto que apenas queda hueco para el periodista. Ahora la sociedad pide respuestas inmediatas. Este fenómeno cuando empezó fue sobre todo con la caída del muro de Berlín. Todas las televisiones lo dieron en directo. El espectador era testigo directo. No hacía falta contexto: había un tío vestido de verde que abría una puerta y una multitud de personas se abrazaban, unos mejor vestidos que los otros. Pero el contexto histórico que supone la apertura del muro y sus posibles consecuencias en el futuro, si lo estás viendo en directo no lo entiendes. Es como la guerra de Irak del 91, que fue la explosión de la CNN, veías avanzar los carros por el desierto. ¿Qué supone eso? «No lo sé, pero lo estoy viendo». Por todo esto el periodismo se ha ido dejando llevar cada vez más por el deseo de querer contar lo que está pasando ahora mismo, generando esa necesidad, como digo, de respuesta inmediata que como periodista te resta capacidad para introducir el contexto.

El periodista que salta de una guerra a otra, ¿tiene tiempo de entender el conflicto para poder explicarlo en esas condiciones?

En ocasiones no. Cuando fui a Ruanda me avisaron la misma noche en que salía. Había seguido la información, pero una cosa es estar informado medianamente en Madrid y otra coger la mochila y ser tú el que lo va a explicar. Ahí tienes que ser el que más sabe de Ruanda. En coberturas inesperadas, las que surgen en apenas un par de horas, yo siempre he utilizado los viajes en avión para leer y documentarme, pero está claro que no es suficiente. Y si la sociedad te pide respuestas inmediatas, ¿qué vas a hacer? ¿No dárselas? No puedes. No puedes ir a contracorriente. Solo te queda dar esa respuesta con dudas. Por ejemplo, el fiscal argentino Nisman ha aparecido muerto. Hay posibilidades de que se haya suicidado o no. Entonces tienes que exponer las claves fundamentales que apuntan en una dirección o en la otra. Así puedes generar un interés del ciudadano en el contexto. Una duda. Lo que nosotros buscamos con En Portada es que si llegase un extraterrestre a la Tierra y cogiera los programas de los últimos dos años en DVD se hiciera una idea precisa de cuál es el estado del mundo y lo que está pasando en él.

Uno de los mejores trabajos informativos que se ha hecho sobre Ucrania es un documental que ha grabado por su cuenta y riesgo, sin el respaldo económico de una empresa, Ricardo Marquina. Está subido a YouTube, se llama El año del caos. ¿Qué papel le das a iniciativas así en el periodismo del futuro?

El futuro del reportaje de gran formato está en esas manos. No está en las grandes empresas llámense BBC, CNN o TVE. No es que TVE no llegue, que no llega, es que ninguna empresa va a llegar. Hay reportajes, como el famoso Restrepo, que se ruedan en diez o quince meses. Ninguna de las grandes empresas de comunicación del planeta le va a costear a un empleado quince meses de su salario para un documental. Por eso, los freelance se apoderan poco a poco de los reportajes de gran formato. Y su financiación apuntará a filántropos u organizaciones que estén dispuestas a poner dinero para que se cuente una historia. Habrá que tener cuidado con qué objetivo quieren que se cuente.

Pero creo más en el papel del ciudadano en el periodismo que en el periodismo ciudadano. Porque yo como periodista me siento obligado a desarrollar mi trabajo con una serie de pautas por un contrato que me une a la sociedad. Igual que el médico tiene un juramento hipocrático. Un ciudadano no tiene esa obligación. Lo cual no quiere decir que no pueda ejercer el periodismo, o que no pueda ser periodista quien no haya estudiado la carrera, sino que para ser periodista tienes que cumplir un contrato. Si lo cumples, adelante. Si no, me gustaría saberlo porque el grado de fiabilidad no va a ser el mismo. Anclados en este principio, luego la financiación puede venir por múltiples fórmulas.

De todas formas, es muy útil para el periodismo el empuje de muchos jóvenes que agarran una cámara y se dedican a buscar historias por el mundo. A algunos los admiro muchísimo. Aunque está el inconveniente de que el contacto con la redacción enriquece, es bueno que alguien con perspectiva y distancia te sugiera enfoques nuevos. Para crecer como periodista es imprescindible trabajar cerca de profesionales que deben ser referentes y en muchos casos estos están en las redacciones.

De En Portada se decía cuando empezó en los ochenta que «recogía la herencia de los documentales de TVE». ¿En qué consistía esa herencia?

Era una filosofía heredada de la televisión, sobre todo la americana, que fue la que llevó el gran reportaje de prensa a televisión. Al principio en TVE se hacían con improvisación y eso aumentaba la calidad del resultado. Los periodistas como Miguel de la Quadra Salcedo trabajaban de forma radicalmente distinta a como lo hacemos nosotros ahora. A estos les llamaban un día y se iban al país que fuera, se estaban allí dos meses, rodaban todo lo que podían y, cuando decían que habían terminado, los mandaban a otro destino. No se trabajaba la agenda. Ahora tú vas a tiro hecho y esto te impide en buena parte olfatear adecuadamente cuando estás en el destino. Ellos improvisaban. Rodaban sobre la marcha, con una fuerza narrativa tremenda.

José Antonio Guardiola para Jot Down 6

Llegaste a ser jefe de internacional del telediario pero dimitiste. ¿Por qué?

Mi proyecto consistía en crear un equipo de enviados especiales que fuesen jóvenes, con capacidad para moverse por el mundo y contar historias en un lenguaje audiovisual de calidad extrema. Un equipo de enviados especiales como lo tenía la BBC. Allí estaban Luis Pérez, Óscar Mijallo, Sagrario Mascaraque, José Carlos Gallardo, Antonio Parreño, Yolanda Álvarez, Carlos Franganillo, Diego Arizpeleta, David Picazo

Ese era mi proyecto, pero llegó el ERE a RTVE y muchos corresponsales se prejubilaron. Sus huecos se cubrieron con esos jóvenes que estaban llamados a ser corresponsales a los cincuenta, pero no a los treinta y cinco. Sin embargo, aceptaron y se fueron. Yo les animé en la nueva etapa que empezaban, pero les advertí que dejar de ser corresponsal con cuarenta años les iba a resultar muy difícil. En España no se respeta la carrera profesional. Cuando vuelves a Madrid a la gente le da igual que hayas sido corresponsal. Ahora los que regresan me dicen: «me acuerdo mucho de las palabras que me dijiste». Esto echó por tierra mi proyecto.

Pero otra de las razones por las que dimití fue porque en televisión hay un desequilibrio cada vez mayor entre el peso de la edición y el peso de los responsables de área. El editor digamos que tiene una visión global y decide cuáles son los contenidos de un informativo y el jefe de área es el que determina o jerarquiza qué se debe contar dentro de su ámbito. En la medida en que esos poderes están equilibrados, el resultado final es fantástico. Pero yo lo que viví fue un periodo en el que el jefe de área tenía cada vez menos peso y la edición más. Entendí que se estaba invirtiendo la forma en la que debe hacerse el periodismo. Creo que la información surge en la calle y el periodista la debe empujar hacia arriba, al jefe de área, para que se la exponga al editor y este lo meta en la narración del día. Pero si el flujo es el inverso, si el editor le dice al periodista: «quiero esta noticia», a mí no me gusta. Porque es muy fácil controlar a un editor, pero no a trescientos periodistas, por eso yo prefiero que la información venga de ellos, de abajo.

Luego también me afectaba ser jefe. Cuando eres el responsable y tienes que mandar a un amigo tuyo a Irak no es fácil. En 2005 volví a Bagdad como redactor y ya no se podía trabajar. En cuando estabas por la calle y sacabas la cámara enseguida veías a alguien con el teléfono llamando y si en tres minutos no te largabas tenías problemas. Si no puedes entrar en la casa de los iraquíes a que te cuenten sus problemas, no estás trabajando bien. Al llegar a jefe de internacional decidí que en esas condiciones no íbamos a viajar a Bagdad. Cuando después mejoró algo la situación, envié a Luis Pérez, que ahora es corresponsal en Moscú, y no veas lo que me costó. Le llamaba todos los días a todas horas, no por la información, sino para saber si estaban bien.

Y también vi una cosa clara, a mí lo que me gusta es contar historias. Entendí que mi carrera debía tener una evolución. Ya había cubierto muchas guerras y me di cuenta de que lo que escasea en el periodismo es la cobertura de las posguerras. Descubrí ese papel de reportero de posguerra. Porque creo que durante la guerra, por instinto, la gente sobrevive, pero cuando ya no hay guerra, es cuando más desprotegidas se sienten las víctimas. Las prometidas ayudas internacionales que iban a llegar nunca llegan. Pasan del instinto de sobrevivir al de no morir, y es ahí donde les golpean los traumas. En fin, vi que el periodismo ahí tenía una deuda. En eso hemos centrado muchos reportajes de En Portada, aunque creo que todavía se puede desarrollar mucho más en España.

¿Cómo valoras la situación actual de los servicios informativos de TVE? El último informe del Consejo de informativos ha sido demoledor.

Sí, los últimos informes han sido contundentes. Lo primero que hay que destacar es que TVE, al contrario que la inmensa mayoría de las empresas periodísticas en España, es un medio que cuenta con un Consejo de Informativos, que se debe encargar de velar por la independencia. No es algo improvisado, es un órgano que forma parte de la propia estructura de RTVE y que lo elige la redacción. Es decir, estés o no de acuerdo su opinión debe ser interpretada como la voz de la redacción. Eso es importante saberlo y valorarlo. El Consejo lleva en su esencia ser contrapeso de la dirección. De hecho no conozco ninguna Dirección de Informativos que haya aplaudido al Consejo.

Personalmente, creo que el problema de fondo de RTVE es que carecemos de un doble blindaje que considero imprescindible: el financiero y el político. RTVE necesita tener un presupuesto estable y una financiación sólida. Toda empresa, para acometer sus proyectos de futuro, necesita saber con qué presupuestos cuenta y cómo se va a financiar. De dónde va a salir el dinero y cuánto. La retirada de la publicidad en 2010 fue demasiado improvisada. Y si a eso le añades recortes en las aportaciones te encuentras con una empresa muy difícil de gestionar económicamente.

Y el otro blindaje es el político. Entre la ciudadanía existe la impresión, que yo comparto, de que todos los directores de Informativos se han decidido en algún despacho del Palacio de la Moncloa. Eso no es bueno y no debe ser así. Presiones las hay y las habrá siempre. En todos los medios. Pero en los medios públicos hay que generar los mecanismos para que si un responsable editorial —que debe ser elegido exclusivamente por su valía profesional— se resiste a la presión de un político no pase nada. O mejor dicho, no pueda pasar nada. Para empezar creo que sería bueno que el Consejo de Administración dejara de ser un miniparlamento y se convirtiera en un órgano de representación social, político y periodístico. ¿Por qué no se pueden incorporar también al Consejo representantes de la Federación de Asociaciones de la Prensa? ¿O de la Academia de Televisión? ¿O del mundo de la Universidad? Eso ayudará a lograr algo imprescindible: que todos los ciudadanos, sin excepción, entiendan que RTVE es suya y que su rumbo no está al albur de las mayorías.

El valor de un periodista solo se mide en credibilidad y el de un medio lo mismo. La credibilidad se conquista día a día y creo que TVE tiene que ganar credibilidad demostrando a todos los ciudadanos, que son nuestros verdaderos accionistas, que está descontaminada de políticos. En las actuales circunstancias, deben ser los políticos los que decidan renunciar al manejo de RTVE y, sinceramente, creo que solo lo harán cuando reciban un mensaje contundente de la sociedad. Ese es el objetivo, concienciar a la sociedad para que exija a todos los políticos que los medios públicos no se tocan. Ojalá todos los partidos incorporen esa idea tan sencilla en sus programas electorales.

Todo esto es opinable y discutible, pero la esencia del asunto se reduce a que cada periodista debe ser, por encima de todo, responsable de su propio trabajo. Yo tengo muy claro cuál es el límite que me pongo a la hora de trabajar. Puedo discutir hasta el infinito sobre criterios periodísticos, pero no voy a aguantar ni un minuto si el debate se refiere a la conveniencia política de un tema u otro. Un buen periodismo solo existirá en la medida en que un periodista pueda decir: eso no lo hago.

José Antonio Guardiola para Jot Down 7

Te has quejado del horario de tu programa.

Todos los que tenemos un horario más allá de las 23:30 y no estamos en La 1 nos quejamos. Y me pongo en la piel de todos, pero como director de En Portada me quejo del mío. Lo mismo que me quejo de que en el descanso de la Champions el otro día no metieran una promo de En Portada, pero qué le vamos a hacer. De todas formas emitimos un tipo de reportaje que no es un trabajo para masas. Me encantaría que lo fuera, pero me gusta trabajar en libertad. Y si tienes la presión de la audiencia en otro horario o en otro canal todo sería diferente. Este programa tiene treinta y pico años, no puede estar sometido a esas presiones, es como un transatlántico. Si yo, como capitán, quisiera dar ese giro tampoco podría.

Has comentado en alguna ocasión que en TVE no se aprovecha el interés que tiene la audiencia latinoamericana en lo que dicen los medios españoles.

Latinoamérica está mucho más desarrollada que España en el lenguaje narrativo de prensa, especialmente en reportajes o crónicas como dicen allí. Donde sí que hemos evolucionado más que ellos es en la narración audiovisual. Nosotros arriesgamos más y tenemos mejor capacidad de contar historias, y eso que ellos hacen una televisión también muy buena. El caso es que, antes, cuando hablaba de la financiación, es porque una estabilidad presupuestaria te debe servir para tener un proyecto, y ese debería ser en nuestro caso convertirnos en el mascarón de proa de la marca España. En Latinoamérica hay cuatrocientos o quinientos millones de personas que todavía siguen queriendo estar informados de lo que pasa a través de RTVE. Algunos medios han entendido esto muy bien y se han aprovechado de nuestra inacción, como los rusos, los árabes, los franceses o la CNN en español, que tiene una capacidad de producción que para nosotros ya es inalcanzable, e incluso TeleSur. El día que RTVE entienda que el futuro no pasa por dar en directo los plenos del Ayuntamiento de Guadalajara, que es mi tierra, sino por acercar lo que pasa en Latinoamérica a los españoles y viceversa, tendremos futuro. El Canal 24 horas puede tener una vertiente española, pero debe contar con una presencia continua de Latinoamérica. Creo que se podría emitir un Canal 24 horas solo para América. La primera vez que fui a Argentina, el telediario de TVE era el tercero o el cuarto más visto. Ya no es así porque se ha fragmentado la audiencia, pero sigue siendo importante. Un ejemplo es lo que he comentado del caso Nisman, hay un deseo de los latinoamericanos de informarse a través de TVE. Siguen mirándonos y esperan de nosotros un referente y no lo digo ni mucho menos desde el «maternalismo» de la madre patria. Es más, ¿por qué no utilizamos una empresa como la nuestra, aunque sea egoístamente, como un vehículo para que España se conozca allí y le sirva a nuestros intereses comerciales, o humanitarios?

Qué opinas de los nuevos programas de internacional que hay en las cadenas privadas en los que se recurre al periodista protagonista, como Jon Sistiaga, o a que el protagonista sea el riesgo, como En tierra hostil.

Me gusta explorar nuevos formatos. En tierra hostil tiene cosas que me gustan a la hora de rodar o narrar. A veces hay que quitarse la losa de la narración tradicional, meter cosas más directas o improvisadas. Así lo hacía Miguel de la Quadra Salcedo y le quedaba todo más vivo, no le daba tantas vueltas a dónde plantar la cámara, etc. Sin embargo, a mí me gusta contar todos los elementos básicos para entender una historia más allá de lo que ven tus ojos. Como periodista no me conformo con mostrar lo que veo. Claro que si te compran un programa que tiene que tener una determinada audiencia, quizá tienes que hacerlo así. En el caso de Jon creo que él tiene un caché y sabe contar historias en primera persona como nadie. Piensa que a veces en televisión tienes que utilizar la primera persona como testigo de lo que has visto. Yo entiendo la narración en primera persona siempre que tu testimonio sea único. Y defiendo que el reportero salga en televisión siempre y cuando esté haciendo su trabajo. Lo que no contemplo profesionalmente es que el periodista, por ejemplo, salga paseando por la feria del libro sin más en una pieza sobre la feria del libro.

El que sí que ha conseguido enganchar a una gran audiencia sin perder la sobriedad es Salvados.

Salvados creo que televisivamente está muy bien hecho y sociológicamente es producto de un hartazgo. El periodismo en general ha tardado en entender que había que dar un paso más, que el mundo y la sociedad cambian. Ahí Salvados ha aportado ese granito de arena en el objetivo de muchos ciudadanos de quererse sentir gobernados de otra manera. Un sentimiento que no tiene nada que ver con ser de izquierdas o de derechas. Luego Salvados técnica y narrativamente tiene elementos muy interesantes. El planteamiento de las entrevistas, las pausas, los silencios, saber entrar en el personaje. Habrá quien piense que se rueda en una mañana, pero eso requiere mucho trabajo y mucho esfuerzo. Una vez les vi grabando en un centro comercial. Me acerqué para curiosear y no me reconocieron. Investigué cómo conseguían esa calidad de sonido, porque en ese centro comercial había un ruido ensordecedor. Y vi que allí, in situ, había un mezclador de sonido trabajando con su mesa. Al ver luego el programa se escuchaba fantástico. Salvados tiene un trabajo muy concienzudo detrás.

Una última cosa: en los ochenta coincidió que En Portada tenía la sintonía de Vangelis de Blade Runner y Documentos TV la de Ry Cooder de Paris Texas. Ambas tristísimas. ¿Cuál era el objetivo, que llorasen los niños en casa?

Es que el mundo hay veces que da ganas de llorar. Pero creo que la de Documentos TV era más tristona que la nuestra. La que tenemos ahora, en cambio, tiene presencia, percusión y es heavy. Te engancha, la oyes y vas a la tele a ver qué pasa, que es el objetivo de una sintonía. Como cuando escuchas la del telediario y dices: voy para allá. A los periodistas nos pasa algo diferente, cuando la oímos por el pinganillo en los directos nos empiezan a temblar las piernas. Y ojalá que nos tiemblen toda la vida al entrar en un directo, porque el día que dejen de temblar significará que te has confiado.

José Antonio Guardiola para Jot Down 8

Fotografía: Guadalupe de la Vallina

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13 Comentarios

  1. Enhorabuena por la entrevista.

    Al hilo del rol que debería tener TVE en América, una reflexión. Haced la prueba: buscad vídeos de «300 Millones» en Youtube y veréis muchos comentarios de gente de toda Sudamérica diciendo que veían el programa, dando gracias a TVE por un nexo de unión incluso entre los propios países de América en una época convulsa. 300 Millones era un programa deficitario, necesitaba de una infraestructura muy grande pero por lo que se puede ver fue una inversión enorme en eso que nuestros queridos sacacuartos llaman «Marca España». Es una vergüenza que la TVE actual tenga ese flanco tan desatendido.

  2. Pingback: «La brecha que separa el hecho noticioso del ciudadano se ha estrechado tanto que apenas queda hueco para el periodista»

  3. Fernando Herrán

    Muy buena entrevista, felicitaciones. Y coincido con el señor Guardiola en cuanto dice sobre RTVE, sobre la necesidad de despolitizarla, sobre la necesidad de proporcionarle un presupuesto estable y suficiente y sobre la importancia de darle un enfoque un tanto distinto y mejor hacia Latinoamérica, doy fe de los muchos hispanos que por inercia acuden a RTVE y del enorme potencial informativo, cultural y social que tenemos ahí. Incluso económico. También quiero felicitar al señor Guardiola por su programa, es excelente y una muestra de lo que RTVE puede ser si se hacen bien las cosas.

  4. Interesantísimo reportaje a una gran carrera profesional, que en mi caso, me ha hecho entender mejor la situación actual del periodismo internacional. La reflexión del funcionamiento de RTVE es muy acertada, la televisión pública debería ser totalmente independiente y no deberia dudarse de la veracidad de la información política de esta según el partido que gobierne.
    Otra gran entrevista.

  5. Alejandro

    ¿Un «pozo» (poso) de amargura»?

  6. Por lo que veo en la última pregunta, no soy el único que de niño se quedaba pillado sin entender lo que le sucedía por dentro al ver la cabecera de Documentos TV con la sintonía de Ry Cooder.

    • suscribo, no tan de niño, pero la sintonía de Documentos TV me hizo la vida, con Ry Cooder, más feliz desde entonces… tristeza! enfin, Serafín

  7. Africa es un pais… «Los niños en África lloran de otra manera, con desconsuelo; lloran sin interrupción. Aquí un niño llora y para, allí puede estar veinticuatro horas. Esa niña que vi llorar tenía la misma edad de mi hija, que ahora tiene veinte años. Estaba sola, porque en África las madres no les prestan atención a los niños como se la prestamos aquí, que los hiperprotegemos; la niña estaba sola y en ese momento no sé por qué vi en el llanto de esa niña los ojos de mi hija.»
    La entrevista y el personaje son interesantes, pero seguir con topicazos sobre «Africa» a estas alturas es lamentable. Como si tuviera algo que ver una familia marroqui con una de Madagascar…

    • Eres un sabeor, se nota que estás muy preparado. Topicazos sobre África, bla, bla, hombre, en realidad no se podría hablar de nada en este mundo. Europa, qué Europa, qué tendrá que ver Noruega con el sur de Italia o con Bulgaria, no volvamos a hablar de Europa. Madrid, qué tiene que ver EL Viso o Conde Orgaz con Orcasitas, pues nada, en el Viso hay más renta per capita que en Noruega y más Jaguars por habitante que en París, y Orcasitas es como chabolismo vertical.
      Yo creo que sí hay cosas muy comunes a toda África

  8. Carlos A.

    Buenísima entrevista, una de las mejores que he leido en Jotdown, y eso es decir mucho. Felicitaciones.

  9. Los reportajes de ‘En portada’ suelen ser excelentes. Desde tiempos remotos, los buenos programas de TVE están casi por completo en La 2. Por eso, quizá no le vendría mal a La 1 emitir varios de los espacios que son habituales en La 2. Eso sí podría garantizar algo de audiencia, y no los experimentos surrealistas recientes con Buruaga. La mayoría de los espectadores no presta atención a un programa si se emite en La 2, pero sí muestra interés si se incluye en la parrilla de La 1. A mi modo de ver es absurdo elegir ver un programa según en qué canal se emita, pero el caso es que la mayor parte de la audiencia obra así con respecto a TVE.

  10. A mí me parece un poco absurdo todo este pesimismo en el periodismo. Es decir, las cosas están mal, sí, no hay pasta. Pero ¿que no queda espacio para el periodismo? Pues ya me dirás que sería de nosotros sin los periodistas, a ver de dónde sacábamos los casos de corrupción que hemos descubierto estos años, o de la cantidad de datos que obtenemos gracias a la combinación del periodismo de investigación + periodismo de datos.

    Hay muchos problemas. Es cierto. Pero por favor, no perdáis la visión. El problema no es que lo periodistas no tengan lugar.

  11. Pingback: 3 razones por las que me parece buena idea la web de Carmena. | La senda del Ronin

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