(Viene de la cuarta parte)
Este artículo contiene SPOILERS
Quizá, la mejor forma de terminar con esta serie de artículos que pretenden compartir algunas reflexiones sobre parte de los contenidos políticos, religiosos y filosóficos que cimientan y argamasan esta entretenida serie televisiva de culto sea explicando su concepción de la historia como algo circular y su relación con el pensamiento de Nietzsche.
La voluntad de poder, el superhombre y el mito del eterno retorno
La práctica destrucción de la humanidad, el momento excepcional para un nuevo comienzo que viven los protagonistas de la serie, las posibilidades de ruptura con lo establecido y la concepción de un tiempo circular ofrecen un escenario perfecto para indagar en tres de las ideas fundamentales del pensamiento nietzscheano: la voluntad de poder, el superhombre y el eterno retorno, contaminadas, eso sí, por las veleidades religiosas de la historia.
Volvamos otra vez sobre la historia de Battlestar Galactica: la sociedad humana de las Doce Colonias, que parece haber llegado a la meta del progreso, ha creado el germen de su propia destrucción: los cylon, unos androides tan perfectos que se han rebelado contra sus hacedores y han evolucionado como especie con un sentimiento de venganza y de superioridad sobre la raza humana. La modernidad ha traído consigo, por tanto, la barbarie y el nihilismo, a la fatalidad del progreso le acompaña la pérdida de sentido de la historia. La felicidad profana del progreso técnico y científico ha sometido al misticismo y ha enmudecido los gritos del sufrimiento y de la culpa.
Los cylon quieren destruir a los humanos, matar al padre, cuyos defectos desprecian, y luchar por el dominio del universo ocupando el lugar que les corresponde. Los humanos también desprecian a las máquinas como algo carente de humanidad, cuya perfección es su imperfección, y lucharán por mantener su statu quo, su lugar en el universo. Los cylon son más perfectos, pero algunos quieren experimentar sentimientos humanos; los humanos pueden empezar de nuevo y ser mejores, construir una sociedad mejor que la que tenían. Esta es la voluntad de poder de ambos.
Los cylon se revelan profundamente «humanos» en sus sentimientos y actitudes, y también físicamente, lo que propicia la «mezcla racial» que da lugar a una nueva evolución biológica encarnada en la figura de Hera, quien más tarde descubriremos que es la «Eva mitocondrial», la antepasada biológica de todos los humanos de nuestro planeta, de nuestra sociedad actual. Tanto los cylon humanoides, como los humanos supervivientes ayudarán a convertir a la nueva especie procedente de la mezcla de ambos en el superhombre.
Además, todo lo que sucede en la serie resulta ser un momento temporal, un punto de inflexión para un nuevo comienzo en una historia que no es una sucesión lineal de acontecimientos sino algo cíclico, que ya ha sucedido y que volverá a suceder. Los acontecimientos parecen formar parte de ese objeto imposible que es la máquina de movimiento perpetuo, aunque es un movimiento que parece repetir eternamente la misma secuencia de acontecimientos, pero no porque los mismos acontecimientos se repitan del mismo modo en la misma secuencia, sino porque, aunque se quiera cambiar, aunque los hombres actúen con aparente libertad, cada acontecimiento, cada momento, cada instante encierra en sí mismo todo el presente y el futuro, porque está amarrado a toda la sucesión de acontecimientos del pasado y ligado sin remedio a toda la eternidad de acontecimientos futuros; este es el «pensamiento abismal» de Nietzsche, el eterno retorno, que en la serie se representa así: la nueva raza mezcla de humanos y humanoides progresa y cuando alcanza cierto nivel tecnológico construye unos robots que se acabarán rebelando y evolucionando hasta casi destruir a los humanos, y ambos buscarán la aniquilación mutua hasta que una serie de señales divinas les ofrezca la oportunidad de, en otro planeta, comenzar de nuevo, desde cero, para que todo se vuelva a repetir; pero, vayamos por partes.
La filosofía nietzscheana en Battlestar Galactica
Para Nietzsche, la razón es solo una faceta de la realidad, pero el mundo es, sobre todo, irracional. Tampoco, a pesar de lo que se piense, es principalmente consciente; es decir, el principal motor de los acontecimientos es inconsciente. La realidad tampoco tiene un sentido claro, las fuerzas vitales no tienen un objetivo definido. Y puesto que la existencia es inconsciente y carece de un fin, es a su vez impersonal. Lo que Nietzsche llama «voluntad de poder», por tanto, no es una voluntad solo en el sentido consciente del querer, sino una lucha entre fuerzas activas y reactivas principalmente inconsciente e irracional. Sin embargo, el hombre confía en la voluntad y en la libertad de acción porque así la moral tradicional nos hace responsables de nuestros actos mediante la culpa y el pecado. La voluntad de poder nietzscheana, esa voluntad inconsciente, es un conjunto de fuerzas que nos empuja no solo a ser, sino a ser más. Unas fuerzas en las que se reconoce al superhombre, el hombre que «siempre quiere superarse a sí mismo», más allá del bien y del mal. Y el eterno retorno es el retorno de esas fuerzas que no vuelven siempre de la misma manera, sino provocando un nuevo conjunto azaroso de posibilidades, y ese azar, ese juego caótico, limita la posibilidad de Dios. El hombre retorna una y otra vez humano, demasiado humano, como un superhombre en potencia. Los escritos de Nietzsche oscilan siempre entre la libertad y el determinismo, pero al ser la voluntad de poder un conjunto de fuerzas activas y reactivas, cabe la posibilidad de que la libertad venza al determinismo. Sus escritos también están llenos de aparentes contradicciones, como la de intentar conciliar la idea de tiempo circular del eterno retorno con la de evolución lineal del superhombre.
El hombre aparece como material de construcción del superhombre, como medio para un fin, que no tiene por qué ser literalmente un «nuevo hombre», sino que más bien parece un hombre que actúa de otra manera, una evolución humana no en un sentido necesariamente biológico, aunque ni siquiera Nietzsche parece tener claro este punto si tenemos en cuenta el lenguaje biologicista y evolucionista de algunos de sus escritos.
Para refundar la cultura hace falta un retorno a la naturaleza humana y el superhombre es aquel que vive en consonancia con dicha naturaleza. Los personajes de Battlestar Galactica encuentran el lugar de retorno a la naturaleza y las condiciones para generar el superhombre en la prehistoria, en la Tierra de hace ciento cincuenta mil años, que ya está habitada por humanos primitivos que parecen haber evolucionado también de forma natural en este planeta. Pensamiento y acción convergen y encuentran un sentido que se ha perdido en la cultura moderna… y el hombre recupera su naturaleza. Y la posibilidad de un hombre nuevo se abre con un hombre fuera del tiempo, en un pasado anterior a su momento en el que se abre la posibilidad de un nuevo futuro, renunciando al propio pasado y al propio futuro como medio de acabar con el pensamiento nihilista y renunciando a la memoria, a la identidad histórica, para liberar la naturaleza humana y rehacer la historia, con una nueva sociedad de superhombres, que ya no están sometidos a nada, que son libres, porque solo son fieles a sí mismos, a la tierra (no al cielo, no a los dioses), a la voluntad de poder. Y quienes prepararían el camino al nacimiento del superhombre serían aquellos a los que Nietzsche llama los «señores de la tierra». Por tanto, los últimos cylon y los últimos humanos son los señores de la tierra nietzscheanos. Así como el único Dios de los cylon (metáfora del Dios judeocristiano único y verdadero) transmite un mensaje de amor que trae la paz, la serenidad (de la misma manera que la trajo Cristo al liberar al hombre de sus pecados), así el Zaratustra de Nietzsche libera al hombre de su «pesadez», de las cargas morales e históricas que le impiden ser libre.
Pero para Nietzsche hay algo aún más pesado, «el más pesado peso»: la posibilidad de que «esta vida, como tú ahora la vives y la has vivido, deberás vivirla aún otra vez e innumerables veces, y no habrá en ella nunca nada nuevo, sino que cada dolor y cada placer, y cada pensamiento y cada suspiro, y cada cosa indeciblemente pequeña y grande de tu vida deberá retornar a ti, y todas en la misma secuencia y sucesión» (La gaya ciencia). Se trata del eterno retorno. No queda claro (porque puede que él mismo no lo tuviera claro) si Nietzsche interpretaba el eterno retorno de una forma más literal o más metafórica (depende de la obra y del intérprete).
Supongamos que queremos interpretar esto del modo más literal. La interpretación literal del eterno retorno sería la siguiente: dado que la cantidad de fuerza que hay en el universo es finita y el tiempo es infinito, el número de combinaciones de dicha fuerza, es decir, el número de acontecimientos, es finito; pero, si se produce un número de acontecimientos finito en un tiempo infinito, los acontecimientos están condenados a repetirse de modo infinito. Luego todo se ha de dar no una ni muchas sino infinitas veces. Esta forma de entender el tiempo y la historia tan extraña en la filosofía occidental, este «pensamiento abismal» nietzscheano que ha dado lugar a tantas críticas e interpretaciones, parece tener ahora algunos defensores entre los científicos. A partir de la teoría de cuerdas, un esfuerzo de la física teórica para tratar de conciliar la relatividad general con la mecánica cuántica (que prescindía de la fuerza de la gravedad), se han sucedido aportaciones durante las décadas de 1970 y 1980 que han dado lugar a la llamada teoría M, enunciada por Edward Witten en 1995. Esta teoría enuncia la posibilidad de que existan once dimensiones, con lo que se solucionan los problemas a los que se enfrentaban las anteriores cinco teorías de cuerdas. La teoría M deja, para algunos, abierta la posibilidad de que no solo exista un universo, sino un número infinito de universos que son como membranas (burbujas, branas o «rebanadas de pan») y que incluso, el big bang lo provocaría el choque de dos membranas, lo que a su vez implica varias cuestiones: la primera, que el big bang se puede producir en cualquier momento; la segunda, que puesto que hay un número infinito de universos y un número finito de acontecimientos, los mismos acontecimientos se volverán a reproducir infinitas veces en alguno de los universos y, si se considera el tiempo infinito, también en cada uno de los universos; por último, esta teoría del big bang implica la casualidad de los acontecimientos, el azaroso devenir, y, por tanto, la innecesaria existencia de una personalidad creadora o impulsora de los acontecimientos: la ausencia de Dios. Todo ha existido, todo existirá, todo ha sucedido y todo volverá a suceder. Esto le habría encantado a Nietzsche.
Si preferimos interpretar el eterno retorno de forma menos literal, Nietzsche pretendía exponer que no existe una lógica que genere los acontecimientos de la historia. Cada momento tiene su propia lógica, cada suceso azaroso provoca su propia necesidad. Así que el eterno retorno niega el progreso y niega, por ejemplo, la escatología final del cristianismo. Pero la propia naturaleza humana, bajo la pesadez de sus cargas morales e históricas parece determinada a repetir los errores. Lo que de nuevo nos pone en las contradicciones de la posibilidad de libertad mediante la voluntad de poder necesaria para evolucionar a superhombre y del determinismo del eterno retorno, y ante la contradicción de intentar conciliar la idea de tiempo circular del eterno retorno con la de evolución lineal del superhombre. Pero la forma de conciliarlo sería no entender el eterno retorno de manera literal, donde todo se repite de igual manera infinitas veces, sino como devenir azaroso donde lo que se repite infinitas veces es la combinación azarosa de fuerzas, lo que permitiría al hombre, mediante la voluntad de poder, evolucionar a superhombre.
En Battlestar Galactica, los ángeles encargados de mostrar a los elegidos su destino no saben a ciencia cierta si los acontecimientos se van a producir exactamente de la misma manera esta vez, luego no se repite la historia, sino que se repiten las circunstancias en las que se desarrolla la historia, pero cabe la posibilidad de que en alguna ocasión el hombre tome otras decisiones llegado al punto de inflexión del progreso y no todo se repita exactamente de la misma manera: el tiempo es circular, pero el hombre parece tener libre albedrío… e incluso se podría decir que el hombre tiene en su mano la posibilidad de romper con los ciclos de eterno retorno. Dios y los predestinados parecen no existir excepto en los momentos de crisis en que necesitan ser guiados a la salvación, al retorno con el que todo comienza de nuevo: el Dios de Battlestar Galactica solo ofrece nuevas posibilidades en el inexorable eterno retorno. O quizá esté buscando que el hombre tome las decisiones correctas para que el tiempo pase a ser lineal. Esta es la contradicción a la que se enfrenta la serie por poner en juego el pensamiento religioso en un escenario tan nietzscheano. Porque el eterno retorno coloca al hombre en posición de creador, creador de sí mismo, de su yo en potencia (el superhombre), de su futuro, mediante las posibilidades de la voluntad de poder: el hombre deviene divino.
Pero si el hombre es creador y creado, si en el eterno retorno se empiezan a conciliar naturaleza e historia… ¿qué pinta Dios? Por eso, en Battlestar Galactica, cuando los ángeles y los milagros dejan de ser imaginaciones y pasan a ser fenómenos divinos «reales», se convierten en un deus ex machina, es decir, resuelven la historia traicionando su lógica interna. Alguien podría alegar que la lógica interna es, precisamente, religiosa, pero todas las señales se podrían explicar como parte de una memoria histórica de la humanidad (independientemente de que esta sea religiosa o no), producto de la propia naturaleza del eterno retorno.
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La serie es un tostón pero la tía buena rubia que sale, esa ¿cylon? ¡¡Eso es un portento, hacía siglos que no me ponía tanto con una!! Y no es solo por rubia, alta y guapa porque de esas están las series llenas. No sé, tiene algo que te hipnotiza y creo que está fantástica en su papel.
Creo que no se pueden sacar conclusiones literales del eterno retorno, cuando toda la obra de Nietzsche habla precisamente de la integración de la metáfora cómo forma de saber, que no de conocimiento; llamémosla gaya scienza o alcionismo.
El eterno retorno no es sólo una ruptura con el esquema contemporáneo a Nietzsche de tesis, antítesis, síntesis, que llega hasta nuestros días. Es una enseñanza ética: el hecho de que uno no progrese, entendido como el curso dialéctico de la historia, implica reconocer la fragilidad y contingencia de nuestros valores que se ajustan al único tiempo que existe, el presente, tal y como sugiere Zaratustra.
Por eso los superhombres son los portadores de estos valores dionisiacos, trágicos, alciónicos, que salen de la boca de Zaratustra, pero él es un sólo el mensajero. De modo que no hay contradicción, pues la anunciación de esta llegada ya se ha dado y se da por presente y por futura, y no tiene que ver con el hecho progresivo de que uno vaya al gimnasio y por ello le salgan mejor abdominales.
Me lo has quitao de la boca, ladrón!
Me encantó la serie… Mrs. President la que más.