Cine y TV

Siete películas que nos cambian (a mejor)

Escena de Enrique V. Imagen: MGM / Samuel Goldwyn Company.
Escena de Enrique V. Imagen: MGM / Samuel Goldwyn Company.

Jot Down Magazine para Grimbergen

Hay quien dice que el progreso no existe, que nada cambia nunca, que todos vivimos en un continuo bucle de repeticiones consensuadas y rutinas indiferentes, que el río de Parménides es siempre el mismo río. En realidad no, claro. En realidad estamos constantemente cambiando, mutando y transformándonos. Cada experiencia que acumulamos nos cambia y nos reconstruye a cada minuto como una nota nueva en una partitura, un ladrillo distinto en un edificio o un sabor desconocido en una cerveza. Aunque no queramos, estamos renaciendo continuamente, desde las células de nuestra epidermis hasta el cerebro que plastifica y se amolda a las solicitaciones cambiantes de la realidad. Porque los átomos de hidrógeno y oxígeno modifican el río de Heráclito en cada instante.

A veces, el renacimiento es tan espectacular como una ceremonia de los Óscar dirigida por Cecil B. DeMiIlle. Piensen en el rayo divino que derribó a Saulo de Tarso de su caballo y lo transfiguró en apóstol; o a Ben Affleck, que tiene la misma cara de pan cuando va a comprar el pan que disfrazado de Batman, pero que un día se puso detrás de la cámara y nos cambió a todos con Argo. Otras veces, el renacer es más fluido y más sencillo. Como la decisión que tomó Gloria Swanson cuando, en su impasse interpretativo de veinte años fundó la compañía de patentes Multiprises, cuyo principal objetivo era rescatar a científicos e inventores judíos de la Europa azotada por la Segunda Guerra Mundial.

Es lo que tiene el cine, que nos inspira y nos cambia. Sus películas nos golpean como el rayo de san Pablo y nos transportan instantáneamente a lugares donde somos otras personas, aunque sea durante un par de horas. Aunque sea desde esa burbuja de tiempo que se abre desde la fanfarria hasta los créditos. Lo bueno es que, una vez hemos viajado allí, a menudo volvemos transformados para siempre. La experiencia nos marca el recuerdo y no la olvidamos nunca. Solo nos basta con ponernos delante de la pantalla y abrirnos una cerveza. Y con más razón si la cerveza es Grimbergen que, como veremos, de esto de renacer y hacernos renacer saben un rato. Literalmente.

The Full Monty

A veces, nos toca renacer de manera casi obligada. Si te quedas sin trabajo, no vas a tener más remedio que ir a la cola del paro. O reinventarte. O las dos cosas a la vez: puedes mover el bullarengue mientras ensayas un número de estriptis bajo los acordes del «Hot Stuff» de Donna Summer. En la misma cola del paro.

Eso es lo que hacen los protagonistas del filme que estrenó Peter Cattaneo en 1997 y no parece que les fuese mal. Además, como los cuerpos de Robert Carlyle, Mark Addy o Tom Wilkinson no son precisamente apolíneos, la peli nos ofrece una estupenda coartada al resto de los mortales. Y lo cierto es que la cinta tuvo tal éxito que, de un tiempo a esta parte, los teatros y los locales han comenzado a llenarse de strippers amateurs sin ningún miedo a enseñar las canillas, las lorzas, los abdominales y también los gordominales. Porque una de las mejores maneras de cambiar la vida es despelotarse delante de ella.

Magnolia

Desnudarnos. Eso es lo que hace la película de Paul Thomas Anderson que ganó el Oso de Oro en la Berlinale del año 2000. Quitarnos capas y capas y capas. Capas de sociedad. Capas de mentiras que decimos a los demás y que nos decimos a nosotros mismos. Capas de pasado y de errores y de caminos cambiados. Hasta que estamos desnudos de todo, incluso de nuestra carne y solo nos queda la emoción empapada. La emoción que flota por encima del Valle de San Fernando en forma de canción cantada por un coro azaroso y múltiple. Por nueve personas que creen que están solas pero que viven alrededor de todos esos lazos que nos sujetan a todos.

Y cuando la pantalla se vuelve negra, tras las más de tres horas que dura el filme, nos damos cuenta de que hemos comprendido mil cosas. Que las ranas llueven. Que las casualidades no existen en el entretejido de la vida. Y que queremos hacer las paces con el mundo y cambiarle y cambiarnos. Y sonreír. Aunque sea en el último instante.

El crepúsculo de los dioses

Si el cine puede enseñarnos algo, El crepúsculo de los dioses nos brinda tres formidables enseñanzas. Y las tres son metalingüísticas.

Por un lado, el título en España que, en un caso verdaderamente excepcional, mejora el original Sunset Boulevard. El Götterdämmerung wagneriano otorga a la película esa épica mitológica que señalábamos al principio del artículo y que revolotea por un metraje disfrazado de cine noir. Por otro lado, el reparto. Tanto Erich von Stroheim, director de cine y amigo personal de Gloria Swanson que en el filme de Billy Wilder se convierte en mayordomo, amigo y antiguo director de Norma Desmond, como la propia protagonista. Ya lo dijimos, Swanson fue una estrella del cine mudo que se pasó dos décadas en el ostracismo por la fábrica de sueños. Por eso, aunque Wilder tuvo ciertas reticencias iniciales, para Charles Brackett, el otro guionista de la película, Swanson era la única actriz posible para interpretar a una estrella del cine mudo olvidada por el mundo. Swanson era Desmond y la fantasía era la realidad.

Lo cual adelanta la última enseñanza. La última y quizá la más importante. La que define la condición intrínseca del propio cine. La que nos permite olvidarnos de todo y sumergirnos en medio de otras vidas y otras realidades. Que la vida nos permite transportarla, desde el cerebro hasta los cinco sentidos, en la fantasía. Porque en realidad, la realidad es lo que nosotros decidamos que es. Aunque solo exista al otro lado de la pantalla.

Funny Games

Y si no querían metalingüística, aquí les traigo dos tazas. Pero dos tazas del tamaño de la chimenea de una central nuclear que ha necesitado toda la producción colombiana anual para llenarse de café.

Funny Games no solo contiene la escena más importante de la historia del cine reciente sino que es una exploración explícita sobre las decisiones que tomamos. Y cuando digo tomamos, me refiero a nosotros. Literalmente, a nosotros los espectadores. No hay metáforas ni alegorías: los malvados asesinos y torturadores de la(s) peli(s) de Michael Haneke hablan directamente al espectador. Salvo que sí que hay metáforas y alegorías y los malvados (e impolutos) asesinos y torturadores no son tan malvados porque ni siquiera existen. Son solo figuras de cartón sin causas ni motivaciones ni explicaciones. Son marionetas del director como lo son los demás personajes, como lo son todos los personajes de todas las películas de toda la historia del cine. Como lo somos nosotros. Y por eso me da exactamente igual si es la versión austriaca de 1997 o la norteamericana de 2007, porque a Michael Haneke también le da lo mismo.

Y me dirán: ¿pero cómo va a cambiarte a mejor un filme tan violento y tan terrible como Funny Games? Pues es muy sencillo, porque los prístinos asesinos de Haneke nos miran a la cara y nos hacen una pregunta a quemarropa: «¿Están de nuestro lado?». De nosotros depende ser cómplices del horror o decidir que no, que somos mejores personas de lo que éramos antes de ver la película.

Espartaco

Claro que si no queremos ser cómplices, lo mejor es decirlo y que todos se enteren. No queremos acusar en silencio y ser los chivatos que llenan la vida de podredumbre. Queremos apoyar la causa justa y construir la fuerza que nos une a las personas que lo merecen. Porque somos buenos. Porque somos mejores que ellos.

Peter Weir nos convertía en los capitanes de Walt Whitman al final de El club de los poetas muertos. Stanley Kubrick y Dalton Trumbo lo hicieron mejor en 1960 cuando nos enseñaron que Espartaco no era solo Kirk Douglas, sino también Tony Curtis y todos los demás esclavos que se habrían librado de la pena de muerte con solo decir la verdad. Y la dijeron. Con la banda sonora de Alex North dieron forma a una de las escenas más icónicas de la ya muy icónica filmografía de Kubrick. Y dijeron que todos eran Espartaco. Y nosotros, en nuestro salón, nos levantamos del sofá y gritamos: «¡Sí, joder!». Porque sabemos que renacer siempre se hace mejor con ayuda. Dándola y recibiéndola.

V de vendetta

Aunque a veces hay que estar solo. Hay que perderlo todo y recorrer media milla de tubería llenas de mierda para emerger como una persona nueva bajo la lluvia. Como Andy Dufresne con la cara mojada de Tim Robbins en Cadena Perpetua. Como Evey Hammond en la azotea de un Londres fascista, opresivo y distópico.

V de vendetta no es una gran adaptación de la novela gráfica original de Alan Moore y David Lloyd, porque no es nada fácil adaptar el multifacetado lenguaje de Moore. Tampoco es una película formidable, pero tiene un magnífico score de Dario Marianelli e incluye una secuencia que define perfectamente lo que significa renacer de las cenizas.

El personaje de Natalie Portman lo ha perdido todo. Ha perdido su casa, su trabajo, su vida e incluso su pelo. Pero también ha perdido el miedo. Y el miedo es lo que nos sujeta a la rutina, lo que nos impide cambiar, lo que nos impide reír. Lo que nos mata. Evey ya no tiene miedo y llora y también ríe. Y renace desde lo último que le queda. La voluntad.

Enrique V

Es curioso pero, aunque se acabó precisamente con el Renacimiento, la Edad Media está llena de historias de cambio y renacer.

La abadía de Grimbergen se fundó en 1128 por monjes de San Norberto a las afueras de Bruselas. Un devastador incendio la destruyó por completo apenas catorce años después, pero los monjes decidieron reconstruirla. Pero no era igual, era distinta, era nueva. Otro incendio se la llevó por delante en 1566 y los monjes volvieron a levantarla. Otra vez cambiada, otra vez nueva. Y en 1798, un tercer incendio arrasó la segunda abadía y la redujo a cenizas. ¿Qué hicieron los monjes norbertinos? Volver a reconstruirla en el mismo sitio donde una vez se erigió setecientos años antes. Pero cambiada, claro. Así, la congregación adoptó al ave Fénix como símbolo del perpetuo renacimiento de la abadía y acuñaron un lema en su honor: Ardet nec consumitur. Quemada pero no consumida. Incendiada pero no destruida. El mismo símbolo y el mismo lema que aparece en la botella de Grimbergen, que se siente orgullosa de ser la misma cerveza que los monjes fabricaban en la abadía. Que nos hace cambiar cuando la bebemos, que nos transporta a un lugar de sensaciones nuevas, en un verdadero renacer del sabor, #RenacerDeGrimbergen.

Grimoire

Sí, hay muchas historias de la Edad Media que nos cambian. No tenemos certeza de cómo fue exactamente la batalla de Azincourt que enfrentó a las tropas del rey Enrique V contra los franceses durante la Guerra de los Cien Años. Pero sí sabemos que a Shakespeare le interesaba hablarnos de sobreponerse. De renacer. Quizá por eso colocó a los soldados ingleses en una posición de franca inferioridad. Algunos afirman que seis mil contra treinta y seis mil. El bardo nos dijo que eran pocos, muy pocos, pocos y felices. Una banda de hermanos.

Kenneth Branagh, con su deliciosa dicción y la inestimable ayuda del compositor Patrick Doyle, convirtió la arenga del rey Henry antes de la batalla en un momento único. Uno que nos transforma en el brillo bajo el sol del día de San Crispín. Aunque solo hayamos querido ver una película. Aunque solo nos hayamos bebido la cerveza del ave Fénix para renacer. Para cambiar a mejor.

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20 Comments

  1. Pingback: Siete películas que nos cambian (a mejor)

  2. ¿Es necesaria la publicidad? Ahora acabo de leer.

  3. 2Ruπto

    Qué sutil todo, vaya maestría del marketing 6.0! Deberíais haber empezado el artículo con un «How do you do, fellow kids?»

  4. «Nos» cambia la vida?

    Entiendo que «le» cambie la vida al autor; a algunos, hasta «Torrente» les cambia la vida, hay perversiones para todo tipo. Pero anda que no hace falta ego para entender que las películas que le tocan a uno le tocan a otros. Especialmente con son películas como las que indica. ¿V de Vendetta?¿Argo?¿Full Monty?… en fin…

  5. Arturo

    Ondia, lo de la cerveza ha sido como esos fotogramas de un pene en primer plano insertados en el metraje de una película. Como salía en el club de la lucha.
    Impresionante uso de un artículo para anunciar cerveza. Sois muy buenos…

    • Lo mismo que me pasó a mí. Como no tenía ni pajolera idea de qué era Grimbergen, después de lagrimear con la maravillosa escena de Magnolia, lo de la foto y el -ejem- hashtag de la birra, fue como si me hubieran dado con la picha en toda la cara.

  6. María Sarmiento

    ¿Cara de pan, Ben Afleck…? ¡JAJAJAJA! ¡Ya me gustaría a mí verte la tuya, membrillo!

  7. Anda que no incluir «Fight Club»…

  8. Roberto

    Antes de pasar el primer párrafo: el río de Heráclito.

  9. Pingback: Enlaces Recomendados de la Semana Nº307 | QuieroWebcraft

  10. La única decisión correcta acerca de Funny Games es no verla

  11. pasante

    la vida de brian!!

  12. Lo que me va a cambiar a mi va a ser el articulo respecto a mi visión de jotdown. Yo me he quedado en el principio…de verdad cambiamos?

  13. Supongo que no les salen las cuentas con dropcoin y les cuesta llegar a fin de mes… Si más gente usase dropcoin para apoyar lo que les gusta, esta clase de artículos con publicidad insertada no les saldría a cuento.

  14. Hander

    ¿Qué les parecerá a los propietarios de los derechos de estas películas que sean utilizadas para publicitar una bebida alcohólica sin cobrar un duro?

  15. Shameonyou

    ¿¿Han seleccionado la bobería de «Full Monty» y dejado fuera «The Shop around the Corner»??

  16. HEMOAL

    El articulo mola y es autentico branded de manual, del que se enseña en las Universidades y luego nadie hace porque van al dictado de las marcas. No lo hace nadie como esta gente se lo puedo asegurar trabajo en el medio.
    Aprovecho para sugerir a Jotdown que deberían anunciar Hemoal porque en gran % de los comentarios de este articulo hay gente que sufre…

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