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¿Cuál es tu Pintura negra favorita?

Cuando Francisco de Goya compró la casa de campo conocida como Quinta del Sordo ya se merecía un lugar entre los más grandes de la historia del arte. A sus setenta y tres años había retratado a la realeza con más agudeza de la que ellos hubieran deseado, dio cuerpo con un estilo único a toda clase de escenas llenas de vivacidad, desde aquelarres a asaltos de bandoleros, y había contemplado horrorizado como la invasión napoleónica, que prometía traer a España la modernidad que tanto anhelaba, terminó desatando una violencia de la que solo sus pinturas y grabados pudieron dar cuenta de su magnitud. Era ya un anciano que acababa de sobrevivir a una enfermedad que casi acaba con él y estaba viudo, sordo y sin apenas amigos, pero en su retiro quiso dar rienda suelta por última vez a su deslumbrante talento.

Con una imaginación desbordante y desde la perspectiva de quien había conocido lo amarga que puede ser la vida, decoró las paredes de la mansión con una serie de catorce pinturas (o quince, pues algunos incluyen Cabezas en un paisaje) llamadas desde entonces «negras» tanto por los temas que abordaban como por las tonalidades oscuras que empleó para representarlos. Por suerte pudieron preservarse pese a que la casa fue derruida. Su impacto en el arte posterior fue enorme y hoy en día están expuestas en el Museo del Prado. Todos las hemos visto infinidad de veces y ya forman parte de nuestro acervo cultural, salvo que uno tenga la sensibilidad de un ficus es imposible no haber sentido alguna vez asombro, desasosiego o haberse quedado pensativo contemplando alguna de ellas. Elijamos cuál.

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Dos viejos comiendo sopa

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Pintada en el espacio entre el techo y la puerta de la planta baja, no es difícil ver en esta obra precursora del expresionismo la aversión de Goya por el envejecimiento y la decrepitud física que él mismo padecía. La mueca del personaje de la izquierda es una sonrisa un tanto inquietante propia de un desdentado que se alimenta de sopas. Pero el de la derecha, completamente ajado y con dos huecos donde deberían ir los ojos, ya está más muerto que vivo

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Una manola: Leocadia Zorrilla

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Pintada en la misma pared en el espacio de la izquierda según se entra, estamos ante el retrato que Goya hizo de su ama de llaves Leocadia Zorrilla, la mujer que se convirtió en su amante una vez enviudó este y con quien se fue a vivir a la Quinta del Sordo. Si el anterior cuadro representaba al propio pintor en su decadencia, la protagonista de este refleja la lozanía de su pareja, aunque retratándola con traje de luto y la mirada ausente ante la pérdida. Goya nos mostraba así la otra faceta de la muerte que él mismo como viudo tan de cerca conoció, que es el vacío insustituible que deja entre los vivos.

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Dos frailes

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En la parte derecha de la pared se encontraba esta obra también conocida como Dos viejos que, de nuevo, trata sobre la decadencia y el paso del tiempo. El anciano de barbas blancas de mirada melancólica que se sostiene sobre un bastón es alguien con el que se siente claramente identificado, pues tiene a alguien hablándole —o por la manera en que abre la boca, gritándole— al oído, cabe suponer que debido a su sordera. Ese personaje secundario, que si tuviera gafas de pasta sería indistinguible del tertuliano Jaime González, reúne esos rasgos faciales caricaturescos que tan bien se le daban a nuestro artista, con los que retrataba a las personas también en su interior.

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La romería de San Isidro

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En la pared perpendicular a la anterior, en la parte derecha de la planta baja, se encontraba uno de los cuadros más siniestros de todas las Pinturas negras, que ya es decir. Muchos años antes, en 1788, Goya había pintado para una de las habitaciones del palacio de El Pardo un paisaje llamado La pradera de San Isidro. Se trataba de una obra luminosa, alegre, en la que se mostraba un día de romería con gente en un primer plano charlando despreocupadamente y disfrutando del buen tiempo. En esta otra muestra el mismo lugar y acontecimiento pero el contraste no puede ser mayor. Ahora es de noche, los personajes aparecen amontonados y los rostros que exhiben, desencajados y grotescos, parecen surgidos de una pesadilla o un mal viaje. Si hubiera que ponerles banda sonora sería sin duda un tema de metal alemán.

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El aquelarre, o El gran Cabrón

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En la pared de enfrente Goya representó un aquelarre. No era el primero que hacía, pero este resulta el más tétrico de todos ellos. En esta asamblea de brujas con el diablo no hay una buena, todas tienen rostros deformes y pintados con trazos muy gruesos que hacen muy difícil reconocer en ellas cualquier rasgo humano.

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Saturno devorando a un hijo

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Frente al retrato de Leocadia estaba la que quizá sea la Pintura negra más conocida. La mitología grecorromana es un filón inagotable de perversiones y aberraciones, así que Goya no iba a dejarla escapar. Tenía en ese momento el estado anímico idóneo para representar a un padre devorando con desesperación a su propio hijo y el resultado fue estremecedor. Esa mirada de puro horror, de quien se ha dejado dominar por el salvajismo y la inmoralidad y se odia a si mismo por ello, es uno de los mayores logros artísticos jamás alcanzados. Solo quien ha presenciado el reparto de aperitivos gratis a periodistas en algún evento ha vuelto a ver un gesto semejante.

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Judith y Holofernes

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Además de episodios mitológicos, también represento otros del Antiguo Testamento. En la misma pared en la parte derecha, enfrente de Dos frailes, estaría esta representación de la israelita Judith cuchillo en mano, en el momento en el que le cortaba la cabeza al general del ejército babilonio Holofernes. Este escabroso momento ha sido retratado en numerosas ocasiones por artistas de renombre como Caravaggio, Botticelli, Rembrandt o Tiziano. Así que Goya no podía ser menos, aunque añadiéndole un toque expresionista.

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Peregrinación a la fuente de San Isidro, o El Santo Oficio

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A partir de aquí comienzan las pinturas del piso superior. Esta se ubicaba en la parte derecha, en la pared en la que abajo estaba La romería de San Isidro. Junto a un manantial del que brotaba agua milagrosa que curó al joven Felipe II, su madre ordenó construir en su día una ermita en honor al santo patrón madrileño. A ella se dirige esta procesión encabezada por un miembro de la Inquisición, una institución que tanta aversión despertaba en este atormentado ilustrado y tan a menudo inspiró sus críticas y burlas en pinturas y grabados. De nuevo vemos caras de aspecto desasosegante, sin ojos y con gestos casi monstruosos.

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Visión fantástica, o Asmodea

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En esa misma pared había espacio para otra obra, que al igual que la de Judith también representaría una escena del Antiguo Testamento. Aunque no hay acuerdo en esto y en realidad solo mostraría a dos brujas, por las que tanta querencia tenía nuestro autor, sobrevolando una escena de guerra. La interpretación original en cualquier caso era que uno de esos dos personajes era un demonio volador llamado Asmodeo que aparece en el Libro de Tobías. Los soldados evocan, cómo no, a la Guerra de la Independencia, que tan hondamente marcó a Goya.

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Las Parcas, o Átropos

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Justo enfrente de la anterior se encontraba esta recreación de la mitología grecorromana, concretamente de las Parcas. Eran las tres diosas que controlaban el destino de los hombres y aquí aparecen representadas una con un muñeco, otra con una lente y la tercera con unas tijeras. Como podemos ver hay un cuarto personaje, un hombre con las manos en la espalda que sería su víctima y que, dicen, representaría a Prometeo. La vida es una sucesión de calamidades hasta el desastre final y no hay manera de esquivarlas, parece decirnos.

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Duelo a garrotazos

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Y en la misma pared una imagen que no necesita presentación. En la pintura original sí se mostraban las piernas, pero en la que nos quedó se ve a dos energúmenos golpeándose incesantemente porque así están plantados uno frente a otro y simplemente no saben hacer otra cosa. Por supuesto esto da vía libre a toda clase de elucubraciones sobre la naturaleza humana y su tendencia autodestructiva, así como otras más folclóricas en torno al clásico cliché sobre las dos Españas siempre a la gresca y su secular empeño en convencerse una a la otra a hostia limpia.

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La lectura, o Los políticos

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En la pared perpendicular al anterior hallaríamos este retrato de un grupo de hombres leyendo una carta. Estarían vinculados a las tertulias políticas del Trienio Liberal, que es la época en la que fueron pintados, aunque en realidad en la vida de Goya este tipo de escenas estuvieron presentes durante muchos años. Siempre interesado por los abusos del poder y los problemas sociales de su tiempo, tuvo amigos afrancesados que acabaron en el exilio, igual que él cuando finalmente abandonó la Quinta del Sordo con destino a Francia. De manera que no es de extrañar que terminase aborreciendo los tejemanejes políticos y los sinsabores que inevitablemente acaban trayendo, y así fue como los retrató.

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Dos mujeres y un hombre

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Y junto a la anterior, en el lado derecho, Goya puso esta pintura que se presta a toda clase de interpretaciones a cada cual más sórdida. De manera que las dos mujeres podrían ser prostitutas que están riéndose de él, quien tal vez sufriría retraso mental o estaría masturbándose o, mejor aún, ambas cosas a la vez.

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Perro semihundido

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Lo que hoy conocemos de las catorce Pinturas negras se lo debemos al pintor Salvador Martínez Cubells, que se encargó de trasladarlas al lienzo aunque no siempre con total exactitud. Los retratos fotográficos que se hicieron en el siglo XIX de las pinturas originales muestran en este caso que el original pintado por Goya tenía, además, dos pájaros a los que el perro miraba. La verdad es que sin ellos queda mejor, más alegórico. Este cuadro ha despertado la admiración de muchos pintores y escritores a lo largo de los años y ha sido objeto de múltiples análisis y alabanzas, pero nos quedamos con la observación sobre que de todas las Pinturas negras es tal vez aquella en que el protagonista inspira más piedad y simpatía. Entre tanta amargura, hostilidad y desengaño, aún queda un pequeño rescoldo de humanidad, aunque paradójicamente sea un perro el que la evoque.

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18 Comentarios

  1. Muy atinados los comentarios del periodista.

  2. De Goya a Bacon sólo hay un paso. Lástima que Don Francisco naciese tan pronto.

  3. Gacela Thomson

    Muchas gracias! Ojala lo hubiera leído antes de ver la colección en el museo del prado. Creo que tendré que repetir la visita…

  4. …pero no se ha establecido recientemente que «Saturno devorando a un hijo» no se atribuye a Goya?
    Mi favorita es el «Perro semihundido» y constato que no soy muy original.

    • ¿Y a quién se le atribuye pues?

      • Bueno, es sólo una teoria sin demostrar, propuesta por entre otros, Juan José Junquera, y en la que duda de la autoría de las pinturas negra. Creo que en algunos artículos ha propuesto como posible autor al propio hijo de Goya, Javier.

        Hay argumentos a favor y en contra de la teoría (sobre su descubrimiento tardío, los cambios producidos por la restauración…), y que vale la pena leer.

  5. Excelente artículo, ojalá haya más como éste en el futuro.

  6. Difícil debatirse entre Dos viejos comiendo sopa, siempre sugerente estampa, y Dos frailes (aunque nunca vi dos frailes en esta pose, más parece un licántropo abordando a un incauto)
    Muy buen artículo
    Soraya Estefana
    http://sorayaestefana.com

  7. Pingback: ¿Cuál es tu Pintura negra favorita?

  8. Muy buen artículo. Puntualizar que «Saturno devorando a un hijo» no versa sobre las perversiones de un padre para con su hijo, ya que en la mitología romana Saturno es el dios del tiempo, que no es otra cosa que la adaptación de Chronos, su antecesor griego. Por lo que el cuadro trata nuevamente sobre el tiempo y cómo nos devora a todos nosotros, hijos suyos ya que somos los únicos que lo medimos y lo mitificamos.

  9. Buenisimo.

  10. ¿Que hay de aquel estudio/estudios que anunciaba que, fruto de desastrosas restauraciones, algunas de las pinturas negras distan bastante de su imagen original? Creo recordad que uno de los casos más escandalosos era el «duelo a garrotazos», donde los personajes originalmente ni siquiera tenían las piernas hundidas en el barro:
    http://www.publico.es/culturas/cara-oculta-pinturas-negras.html
    http://www.elmundo.es/elmundo/2011/02/08/cultura/1297152843.html

  11. A mi la que más me gusta es Visión fantástica, o Asmodea

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