Música

Algunos atentados musicales cometidos en los sesenta en nombre de la experimentación sonora

The Doors. Foto: Polfoto / Jan Persson (DP)
The Doors. Foto: Polfoto / Jan Persson (DP)

Los que seguimos defendiendo que el vinilo suena infinitamente mejor y con más matices que el CD debemos sin embargo admitir que hay una ventaja insoslayable en los formatos digitales: la posibilidad de programar los discos a tu antojo, pudiendo así evitar los temas que uno no quiere escuchar (los más largos, los más plasta) sin tener que moverte del sillón. No tengo estadísticas contrastables pero me atrevería a afirmar que desde que lo digital ha invadido nuestras vidas un tema tan abrupto (por no decir otra cosa) como «Revolution 9» (8:22) de The Beatles ha dejado radicalmente de sonar en nuestros hogares.

No tengo nada en contra de las canciones generosas o experimentales. Hay de hecho muchas de ellas que me parecen fascinantes. Pienso ahora en «Desolation Row» (11:21) de Bob Dylan, que fue además de los primeros músicos en cuestionar la duración estándar que seguían hasta entonces todas las canciones rock. Esto permitió que muchos grupos del momento se atrevieran a extender sus textos y sus pasajes sonoros más allá de ese límite invisible que parecían ser los tres-cuatro minutos de duración, y así las canciones de seis-siete minutos pronto comenzaron a popularizarse durante la segunda década de los sesenta. Como prueba, unos cuantos botones: «Like a Rolling Stone» (6:13), «Light My Fire» (7:05), «Sympathy for the Devil» (6:18), «Hey Jude» (7:11)… El éxito del formato fue tal, que esa nueva duración terminaría convirtiéndose en un nuevo estándar para muchos de los clásicos de la década siguiente: «American Pie» (8:33), «Stairway To Heaven» (8:02), «Layla» (7:02), «Hotel California» (6:30)…

Quizás, hoy día, que una canción dure más o menos diez minutos no llame la atención de casi nadie. No obstante, para finales de los años sesenta (y a pesar de que la mayoría de los grandes nombres del rock terminarían coqueteando con el formato), la duración de una composición era un elemento bien llamativo, sobre todo cuando el resultado final terminaba pareciendo excesivo. Esto, como casi todo, es bastante subjetivo. Quiero pensar que toda canción pop que exceda los diez minutos de duración (por poner un límite holgado y tolerable) está jugando con la paciencia del oyente. No es fácil salir airoso de ese minutaje, pero como ejemplo de éxito citaré el «Cowgirl In The Sand» (10:06) de Neil Young o el «Voodoo Chile» (15:02) de Jimi Hendrix.

Los motivos por los que una canción «puede» durar tanto son variados: recordemos que durante la segunda mitad de los años sesenta la cultura de la droga vivió su máximo esplendor. La mente se expande y también las composiciones, lo que llevó a muchos músicos a mimetizar con sus sonidos las experiencias psicodélicas vividas con el ácido y otros alucinógenos. También el jazz, que comenzaba a ganar adeptos entre los roqueros, con su aparente libertad de formas, influyó enormemente en las nuevas creaciones. Todo junto dio lugar a una moda por las improvisaciones, las jam sessions y los solos instrumentales, que pudo ser puesta en práctica gracias a los numerosos directos que se celebraron en la época y que se convirtieron en lugares perfectos para la experimentación. Ahí tenemos, como ejemplo de jam de éxito, el hipnótico e influyente «East-West» (13:10) de la Butterfield Blues Band. Lo único malo es que estos excesos quedaron registrados para la posteridad y, escuchados en perspectiva, no todos han envejecido demasiado bien, que es la forma fina de decir que la mayoría son un coñazo impresionante.

Me he tomado la molestia de repasar buena parte de las monstruosidades que se cometieron a finales de los sesenta en nombre de la experimentación sonora, con el ánimo de establecer una especie de Top 10 de atentados contra la salud pública. Para no volverme loco he tenido que establecer limitaciones: todos los temas corresponden a la segunda mitad de los años sesenta (cuando la moda todavía no se había institucionalizado vía rock sinfónico/progresivo), todos duran más de diez minutos (por qué diez y no nueve u once minutos es una cuestión puramente aleatoria), todos son composiciones compactas (no se trata, por tanto, de suites formadas por trocitos de canciones que se engarzan formando una supuesta unidad) y todos corresponden a grupos o artistas de cierto renombre (cuanto más conocidos son más escuece el desastre) relacionados con el rock (no hay aquí jazzmen ni experimentalistas a la antigua usanza) cuyos excesos no son algo consustancial a su estilo musical (poco sentido tendría escandalizarse por que Procol Harum o Frank Zappa hicieran temas de más de diez minutos, cuando se han dedicado toda la vida a hacer eso).

Estamos pues hablando de esa puñetera canción rock que no debería estar ahí. Aquella que por sí sola se carga un disco entero. Ese atentado musical incomprensible que funciona como una auténtica tortura para tus oídos. Esa canción que cuando la escuchas por primera vez te preguntas: esto, ¿por qué?

10. «Up In Her Room» (1966), por The Seeds (14:45)

Lo que empieza siendo una canción arquetípica de garaje, la enésima variación del «Louie Louie» o, lo que es lo mismo, la típica composición de The Seeds (reconozcámoslo ya: son todas iguales) acaba ocupando prácticamente toda la cara B de su segundo álbum, A Web Of Sound (1966). Digamos que hasta el minuto siete (siendo con esto muy generoso) «Up In Her Room» (con su endiablado ritmillo repetitivo e hipnótico) tiene su gracia, pero entonces Sky Saxon deja de gruñir para que Jan Savage se entretenga (más de la cuenta) con la guitarra eléctrica y, al poco, Daryl Hooper empieza a comérselo todo, inundando de teclas la melodía y es entonces cuando, en verdad, le entran a uno ganas de irse a casa y dejar a la chica de la canción sola en su habitación, porque todo se ha convertido ya en un rollo instrumental bastante insostenible, que amenaza además con durar hasta el minuto catorce.

9. «Sister Ray» (1968), por The Velvet Underground (17:29)

Muchos dicen que sin esa fiesta de teclados que es «Up In Her Room» no existiría el «Sister Ray» de The Velvet Underground. Y si esto es cierto, razón de más para condenar de por vida la canción de The Seeds. Doy fe de que hay gente a la que le gusta este «Sister Ray». Yo mismo, en mis peores días, he llegado a escucharla entera alguna que otra vez. Que «Sister Ray» sea una canción importante (al fin y al cabo es, junto a los escarceos de Frank Zappa con Varèse y a los jugueteos protoelectrónicos de The Beatles inspirados por Stockhausen, uno de los primeros experimentos avant-garde ejecutados «conscientemente» por una banda de rock) no quita para que sus diecisiete minutos de duración sean un tostón de tomo y lomo. El incesante órgano Vox Continental amplificado de John Cale termina transformando esta (supuesta) historia de homosexuales y travestidos (Lou Reed dixit) en una orgía de ruido difícilmente digerible por el oído humano. Ni siquiera el ingeniero de sonido aguantó el martirio, ya que por lo visto se negó a estar presente durante la grabación. Les dejó los micrófonos abiertos, la cinta grabando y dijo: «Cuando acabéis me llamáis». Pues eso.

8. «Get Ready» (1969), por Rare Earth (21:06)

Por definición, ninguna canción debería durar jamás veintiún minutos, pero mucho menos una canción soul. «Get Ready» es una composición de Smokey Robinson que grabaron originariamente The Temptations en 1966 y que fue deformada hasta la extenuación por Rare Earth, uno de los primeros grupos blancos que fichó la todopoderosa Motown. Los cabrones se presentaron diciendo que eran una banda de blues rock, pero cuando cogieron este «Get Ready» por banda… Tras una suerte de intro de cerca de dos minutos de duración interpretada por Gil Bridges con uno de esos saxofones morcillones que tanto daño harían a la música soul en los setenta, una falsa audiencia aplaude lo que parece ser el riff del «Bitch» de The Rolling Stones (que por lo visto se le ocurrió primero a Rod Richards, el guitarrista de Rare Earth) y que da pie a una lectura sin vida del tema en cuestión. Pero al llegar al minuto cinco, la cosa empieza a ponerse interesante: una especie de break da paso a un juego pionero (todo hay que decirlo) de drum & bass ejecutado por Pete Rivera y John Parrish que dura hasta el minuto siete, justo a tiempo para que los teclados (los eternos teclados) de Kenny James se apropien definitivamente de la composición y así hasta el minuto diez, y luego el sempiterno punteíto de guitarra y el correspondiente e infumable solo de batería y, en fin, que la madre que los parió. Yo no discuto que de esta grabación no se puedan hacer samplers a gogó, pero lo que no es de recibo es que esta aburridísima aberración de más de veinte minutos (insisto) encima se convirtiera en disco de oro, vendiendo más de un millón de copias. Ah, no, espera, que eso fue gracias a que la Motown sacó en formato single una versión editada de apenas tres minutos en la que todo atisbo de peñazo instrumental había sido inteligentemente eliminado.

7. «When The Music’s Over» (1967), por The Doors (10:58)

Nos viene bien que The Doors incluyeran su ya célebre y majestuoso «The End» en su primer álbum aunque solo sea para compararlo con este «When The Music’s Over», de estructura y duración similares y que sin embargo hace aguas se mire por donde se mire. Mientras que todo en «The End» funciona, nada lo hace en el tema que cierra Strange Days (1967), el segundo LP del grupo. Me diréis que por qué una sí y otra no, siendo composiciones tan parecidas, y la expresión «poca vergüenza» es la que me viene a la mente. En «The End» hay al menos una narrativa a la que agarrarse (con punto álgido incluido, gracias a ese ya mítico grito edípico que se marca Jim Morrison casi a la altura del minuto ocho), una que justifica el exceso. Pero ese es un elemento del que carece «When The Music’s Over» cuya letra no va realmente a ningún sitio sólido salvo a acrecentar más si cabe esa falsa pose de poeta maldito que siempre arrastró el Rey Lagarto: «Cancel my subscription to the Resurrection / Send my credentials to the House of Detention / I got some friends inside». Venga ya, Jim. Para colmo, hay partes de la melodía (sobre todo la que acompaña a la muy repetida frase «turn out the lights») que remiten descaradamente al estribillo de «End Of The Night», otra composición de The Doors incluida en el álbum anterior. «Cuando la música termine, apaga la luz», parece ser el leitmotiv de esta canción. Así que a la altura del minuto tres y medio suele uno haber dejado ya la estancia completamente a oscuras.

6. «Gypsy Woman» (1969), por Tim Buckley (12:10)

Aunque probablemente haya grabaciones mucho más insoportables que esta de Tim Buckley, reconozco que la incluyo en este particular Top 10 como recordatorio de que las idas de olla no solo las cometen los roqueros bañados en ácido. También los folkies se ponía hasta las trancas, también ellos tenían sus días malos, sus aires de grandeza (pienso ahora en los insufribles trece minutos del «When In Rome» de Phil Ochs), sus ganas de epatar aunque fuera acústicamente, y Tim Buckley, en su álbum Happy Sad (1969), lo dio todo al incluir en él esa pachanga de hippies trasnochados que atiende al nombre de «Gypsy Woman». Al principio de este artículo lo decíamos, que las formas libres que representaba el jazz hicieron mucho daño en los años sesenta y todo el mundo, de repente, se creyó que era capaz de improvisar sobre la marcha y vámonos que nos vamos. Pero, claro, no todos son capaces de hacer el Astral Weeks (1968) de Van Morrison. Aquí Buckley le pide a su banda que le siga el rollo a sus florituras vocales y, en fin, que no es por ponerse tiquismiquis pero todos los que sabemos tocar algún instrumento nos hemos sentado alguna que otra vez alrededor de una fogata a tocar lo primero que se nos pasaba por la cabeza y tal, con la única diferencia de que, afortunadamente, no nos dio nunca por grabarlo y publicarlo.

5. «New York 1963-America 1968» (1968), por Eric Burdon & The Animals (19:00)

El británico Eric Burdon, tras cosechar un enorme éxito al frente de The Animals con temas tan populares como «The House Of The Rising Sun» o «It’s My Life», decidió a finales de 1966 mudarse a California y reinventarse (musicalmente hablando) convertido en una especie de portavoz de la contracultura: Burdon el gurú, el orador de masas a las que engatusaba no solo con sus soflamas contestatarias sino con sus nuevas composiciones, más psicodélicas, más experimentales, más americanas. Tan a gusto estaba el de Newcastle en los Estados Unidos que en 1968 lanzó un álbum solo para ellos: Every One Of Us. En la cara B de aquel LP se encontraba este horror de título ligeramente grandilocuente: «New York 1963-America 1968». Digamos que Eric Burdon pretendió con esta composición exponer todos los males sociopolíticos que se habían vivido en los Estados Unidos durante esos años: desde la decrepitud del barrio de Harlem a la irrupción de Bob Dylan en el Greenwich Village, del asesinato de Martin Luther King a la incesante lucha por los derechos civiles de los negros, todo confluyendo finalmente en esa nueva conciencia hippie, tan libertaria y libertina, que se consolidaba por aquel entonces. Para contar tanta cosa no hacen falta diecinueve minutos: eso ya lo habían demostrado Simon & Garfunkel con su inmensa «America» (1968), que al fin y al cabo narraba lo mismo pero de forma mucho más sensorial, poética y sugerente que la canción de Eric Burdon, que para colmo poseía una estructura nefasta. Durante los primeros (y más o menos aceptables) seis minutos, la cosa va de blues acústico, que es un terreno que siempre ha dominado Burdon. Pero entre el seis y el nueve se injerta un recitado absurdo por parte de un supuesto piloto negro que cuenta sus batallitas durante la Segunda Guerra Mundial: sí, un tío hablando, a palo seco, a cara de perro, durante tres minutos. Gracias. Los restantes diez (que se dice pronto) se le ceden gustosamente a Vic Briggs, John Weider y Danny McCullough para que hagan sus tonterías a la guitarra, y el colofón lo pone Zoot Money cuyos teclados (cómo no) tratan a toda costa de convertir la grabación en una especie de éxtasis psicodélico, con la palabra «libertad» (¡guau!) inundándolo todo. No se puede ser más plano, no se puede ser más aburrido. «New York 1963-America 1968» es un despropósito de proporciones épicas.

4. «Dark Star» (1969), por Grateful Dead (23:18)

No hay nada más peligroso que una jam session descontrolada y si no que se lo digan a Grateful Dead, una banda que terminó especializada en ellas. Publicada como single en 1968, «Dark Star» era una delicada y susurrante composición de menos de tres minutos de duración que terminó convertida, gracias a sus múltiples versiones en directo (de entre la que destacamos la publicada en el álbum Live/Dead de 1969), en una especie de kraken musical: inabarcable, infatigable, insufrible, invencible. Son muchos los grupos de la Costa Oeste que se dejaron querer más de la cuenta en sus improvisaciones. Podríamos aquí citar también otras jam imposibles, como los catorce minutos del «Marmalade» (1969) de Moby Grape o los once del «Bear Melt» (1969) de Jefferson Airplane. Pero nada (o casi nada, porque luego hablaremos de Canned Heat) te prepara para enfrentarte a los más de veintitrés minutos de este «Dark Star», trece de los cuales son propiedad casi exclusiva de la guitarra de Jerry Garcia. Tras el atracón se queda uno totalmente exhausto, diríamos que prácticamente sin ganas de vivir, y luego que vengan estos chicos tan graciosos a decirte que la muerte es agradecida.

3. «In-A-Gadda-Da-Vida» (1968), por Iron Butterfly (17:05)

«In-A-Gadda-Da-Vida» me parece, directamente, una de las peores y más feas canciones de la historia. No es ya solo que dure diecisiete minutos (que también), sino que todo en ella me parece ridículo. Desde el estúpido título (que pasar por ser una especie de cacofonía escrita) a esa voz tan impostada de Doug Ingle (¿qué te crees, colega, que eres cantante de ópera, o qué?), pasando por el monolítico riff sobre el que se construye esta castaña musical, todo en ella es horroroso. ¡Esos teclados tan plúmbeos, por favor! Ya que te pones a dar el coñazo, al menos intenta deslumbrar al personal con tus supuestas «habilidades», digo yo. De todas formas, poca cosa más se podía pedir a unos instrumentistas tan limitados como eran los miembros de Iron Butterfly, que terminaron viviendo toda su vida bajo la sombra de este megaéxito (eso sí, en su versión reducida de tres minutos) inesperado. Y si aún no os he convencido de que esta composición es absolutamente irrisoria, echadle por favor un vistazo a esta insuperable escena de Los Simpson.

2. «Refried Boogie (Part I y II)» (1968), por Canned Heat (41:00)

Este quizás sea el mayor exceso cometido en vinilo por un grupo de rock a finales de los sesenta. Lo cual ya es decir mucho, visto lo visto. Tan espléndida era la grabación (casi como el vocalista de la banda, Bob Hite, apodado «El oso») que no cabía ni siquiera en una cara y terminó ocupando todo un LP. Menos mal que el álbum en el que se incluía era doble, permitiendo así que otro tipo de material (más llevadero) formara parte de él, ya que si no estaríamos hablando directamente del disco más aburrido de todos los tiempos. La obra en cuestión fue Living The Blues (1968), que no solo llevaba dentro este inabarcable «Refried Boogie» (grabado en directo) sino que, por si fuera poco, también contenía otra cosa llamada «Parthenogenesis» (solo el título da miedo), de cerca de veinte minutos de duración, aunque más que una composición compacta se trata de una sucesión continuada de canciones y por eso no la estamos contemplando en el listado. Con esto quiero decir que, para 1968, Canned Heat le había perdido el respeto a todo y a todos (empezando por su público), y lejos de limitar los desparrames para los conciertos y los ensayos, consideraron que los álbumes eran un buen sitio para dejar constancia de ellos. Y aquí estamos ahora nosotros, escuchándolos casi cincuenta años después de su grabación, intentando dilucidar quién en su sano juicio puede llegar a tener el más mínimo interés por darle la vuelta a un vinilo que lo que ofrece son cuarenta y un minutos de puro onanismo instrumental.

1. «Toad» (1968), por Cream (16:15)

Pienso que el mundo sería un lugar mejor si no existieran los solos de batería. Por eso, este «Toad», grabado originariamente en 1966 (y con una duración moderada de cinco minutos) para el primer álbum del grupo Cream, debe considerarse como el principio del fin. Lo malo es que no solo inició una moda a la que muchas bandas de rock se apuntarían (sobre todo en los años setenta), sino que dio alas a Ginger Baker para intentar rizar el rizo, y ahí que se plantó un 7 de marzo de 1968 ante su audiencia del Fillmore de San Francisco y perpetró esta versión de cerca de diecisiete minutos que, quiero pensar, dejó secos todos los oídos que allí se congregaron. No contento con arruinarle (en directo) la vida al respetable (de hecho se ve que le cogió el gusto a esto de la tortura percusiva pues al año siguiente, ya con la banda Blind Faith, se sacó de la manga otra aberración de quince minutos con un título, no poco irónico, como «Do What You Like»), la compañía decidió que la actuación merecía la pena ser conservada y al disco Wheels Of Fire (1968) que fue a parar. Parafraseando al personaje de Bruce Willis en El último Boy Scout: si queréis escucharme gritar de dolor, ponedme el «Toad» de Cream.

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47 Comentarios

  1. Pingback: Algunos atentados musicales cometidos en los sesenta en nombre de la experimentación sonora

  2. kovalainen

    Precisamente estaba escuchando el primer disco de los Stooges cuando me he topado con este artículo… Y es digno de mención el We Will Fall de ese disco. Severo coñazo. No es casualidad que el colega John Cale también estuviese implicado en ese ‘temazo’….

    • BUSCA EN LA BASURA!!

      mira amigo,es tu opinión y me parece respetable,pero si dices eso de ese tema de los Stooges,te aconsejo que te fumes un canutazo de marihuana,(yo no lo necesito,para alucinar con él),bien cargadito y luego te relajes en tu sofá,te tumbes,mejor de noche,y ESCUCHES…a lo mejor entendías el tema de otro modo a las 12:27 de la mañana que te cogió preparando el papeo?,normal…determinada música,(y más si es psicodélica),como bien deberías saber, tiene que escucharse en determinado ambiente y situación,no hable por hablar…y porque tenga duración…Stooges son más grandes que Jesucristo,y este de haber existido en su época hubiese sido fan de ellos incondicional.

  3. adrianherfer

    Muy bueno el artículo, hay demasiadas canciones a las que se le va la mano con la duración y artistas que no saben cuando terminar las cosas. Por añadir otra canción más (y aunque no cumple todos los requisitos) he de decir que el outro de piano de «Layla» de Derek and the dominos me parece un coñazo brutal. Con lo buenos que son los tres minutos iniciales…

  4. Me parece estupendo que al autor no le gusten los solos de batería, pero calificarlos como aberración musical, me parece un insulto. ¿Sabes que nivel de coordinación y musicalidad hace falta tener para currarse un solo de batería? ¿Sabes que eso sirve de referencia para que los que disfrutamos tocando este instrumento, aprendamos más?
    Seguramente no lo sepas, porque calificar como atentado musical Toad, que es todo un clásico, no puede deberse a otra cosa que a la ignorancia, que es la madre del atrevimiento.

    • Nadie duda de lo que dices. Pero que haga falta coordinación, práctica, talento y forma física para hacerlos, y que a los bateristas os sirvan para aprender, no impide que sean horrorosos para el que simplemente quiere escuchar música.

  5. No hay que olvidar que el consumo masivo y generalizado de estupefacientes en esa época hacían estos tostones más llevaderos…

  6. Primero comentar que tienes un error con el Canned Heat.

    Un poco duro con tus palabras, pero en el fondo tienes parte de razón. Salvo que como dice mi tocayo para mi un buen solo de batería puede ser una maravilla.

    Si te soy sincero pocos temas de más de 7 minutos me gustan, a no ser que sean obras conceptuales (hablando de rock/pop, por supuesto). Pero de los ejemplos que has puesto a «American Pie» le sobran unas cuantas estrofas, «Layla» es en realidad dos canciones (en este caso discrepo con mi tocayo, a mí me encanta la finalización con piano, pero para gustos…), «Hotel California» se salva porque tiene para mi uno de los mejores solos de guitarra(s) de la historia, y «Stairway to Heaven» porque va progesando a nivel instrumental hasta hacer un cambio radical con el espléndido solo de Page.

    Y un apunte, yo siempre he defendido la calidad del vinilo, de su calidez… hasta que trabajé en una tienda de equipos de alta gama y escuché el «Unplugged» de Clapton en una de las salas de audición en un equipo de 10 millones de pesetas (hace años). Con cables de plata (uno de los mejores conductores) y… sinceramente, era como si estuvieran tocando delante de mis narices. Ni vinilo ni leches.

    A partir de ese momento vi que lo que fallaba no era el CD, es el equipo en el que lo reproduces. Pero claro… ¿Quién se puede permitir gastarse 10 millones de pesetas en un equipo de música? En cambio con el vinilo todo suena maravilloso.

    • Para escuchar el vinilo bien también necesitas un equipo de 120000€ (y un vinilo nuevo cada vez). La apreciación de lo «maravilloso» que suena el vinilo es puramente subjetiva y los «matices» que se escuchan son en su mayoría debidos a imperfecciones producidas durante el proceso de grabación y agravadas por el uso – el roce de la aguja en el surco va desgastando las marcas.

      • No es que necesites un equipo de 120 000€ ni eso, pero es que cuando tenías un tocadiscos, quien más o quien menos tenía su ampli por un lado (algunoa afortunados de válvulas), su etapa de potencia por otro y unos buffles como Dios manda.

        Ahora la gente se compra una minicadena de 100€ con unos altavoces de 20 cm y esperan que suene como el Liceu. Vamos, es de cajón.

        El daño no lo ha hecho los Cd’s, si no la minicadena.

        • No os mateis que no merece la pena. El vinilo es analogico y el CD digital. Lo digital nunca sera igual que el analogico porque no se puede samplear tanto….pero el oido humano no puede apreciar la diferencia (Y esto se puede transponer a los mp3, que si estan bien ripeados no hay Dios que los diferencie).

          No es la calidad del sonido, si no las imperfecciones del vinilo lo que NOS (asi con mayusculas, que me incluyo) atrae y nos da una experiencia diferente.

          Salud/OS y eso.

          • No nos estamos matando, estamos dialogando xkarcha.

            Yo nací con la suerte de que mi padre era disckjokey en la época y en casa escuché a los grandes en un tocata. Y el calor y los graves que dan un buen ampli, una buena etapa de potencia y unos buenos altavoces no los da una minicadena de 100€. Creo que el problema es ese, ya te digo, después de escuchar en sala de audición un buen equipo con CD. Pero nos hemos acostumbrado a comprar equipos baratos y pedir que suene como los ángeles. Y como no lo hace, le echamos la culpa al formato CD.

            Un saludo.

  7. Procol Rarum

    Menos mal que el autor se centra en las segunda mirad de los 60, porque, sólo un poquito después se habría topado con joyas como Thick as a Brick, de Jethro Tull, y entonces ¿qué hubiera podido decir? Ahí lo dejo…

    • ¿Y el «A Passion Play» que? Coñazo de disco (Y mira que me gustan los Jethro) De los pocos que no han merecido ni una simple segunda escucha. Me supera. Empieza en la primera cara y sigue por la segunda. Y que ahora me lo desgranen por tiempos, no me vale. Es un coñazo-conceptual digno de figurar en esta antologia. Ante este, el que citas es muica ligera de ascensor.

      Eso si, los vinilos como nadie, porque la «portada» del Thick as a Brick es para llevarse (si lo hubiera-hubiese) el Nobel a la mejor portada de todos los tiempos. (Incluso el dibujo por puntos tengo hecho en mi LP)

      • Procol Rarum

        Efectivamente, “A Passion Play” no es, ni mucho menos, un buen disco, y por eso no lo he citado, claro. De los discos que he escuchado de Jethro Tull, el que más me gusta, con gran diferencia, es el ya mencionado «Thick as a brick». Después, (pero ya a distancia) «Songs of the wood», «Acqualung» y «Minstrel in the gallery». Todos los demás, o no me han gustado o no los conozco, pero «Thick as a brick» es la hostia de bueno, de bonito y de inspirado de principio a fin. Y sí, coincido contigo en la calidad y originalidad del diseño del antiguo LP de «Thick as a brick», aunque, en este aspecto, me gusta más el tono y el aspecto de «Acqualung».

  8. El vídeo de Canned Heat está equivocado. Se repite de nuevo la de los Iron Butterfly…

  9. Maestro Ciruela

    ¡Ja, ja, ja! ¡Me lo he pasado bomba con el artículo, divertidísimo! Tengo que darle bastante la razón aunque como siempre, si te gusta lo que está sonando, puede durar todo lo que haga falta como el fantástico «Thick as a brick», mencionado más arriba por Procol Rarum. A mí por ejemplo, me chifla el «Do what you like» de Blind Faith y a usted le da diarrea, ¡ja, ja, ja! Ahora mismo, mientras escribo este rollo, estoy escuchando ÍNTEGRA la «Get ready» de Rare Earth que ha tenido a bien facilitarnos y tan pancho, ni me duele la cabeza ni ná…
    Pasando a otro tema, ¿puede ser que sea yo la única persona en el mundo que recibiera la llegada de los CD en sustitución de mi odiado vinilo como los franceses en París a los aliados? Yo no digo que no se oigan peor que los vinilos en primera audición, pero a la segunda vez que se ponía la aguja al vinilo (hablo ya de finales de los setenta y sobre todo los ochenta porque los primeros LP de The Beatles los machaqué durante años sin problemas) ya la cosa sonaba a fritura.
    Interesante la aportación técnica de Alex Bolea sobre el tema y que quizá contribuya a desmitificar algo al vinilo de la hostia, ¡YA…!

  10. David Ventura

    Realmente, a gustos colores, porque cuando a los 17 años escuché por primera vez Sister Ray de la Velvet el mundo se me giró del revés y tuve una especie de trance -escuchado en vinilo y con los altavoces viejunos pero fabulosos del tocadiscos de mi padre-. Me encantaba aquel ruido, aquella mierda, aquel caos. Joder, imposible de explicar.

  11. El artículo es tan largo y pretencioso como algunas de las composiciones que critica; no entiendo la crítica que se hace única y exclusivamente desde los gustos personalísimos del que escribe.
    ¿A quién le importa que no te guste In a Gadda da Vida cuando es un himno del rock progresivo?
    Qué poco respeto joder.
    Todo el rato que si «porqué PEPE es el mejor» «porqué lo que yo escucho es lo mejor» o «porqué estabais equivocados antes de leerme».

    • Coincido contigo, me parece una crítica lamentable, pretenciosa y sumamente infantil. Respeto que al autor mo le gusten este tipo de composiciones, pero al menos podría dar algún argumento mínimamente desarrollado. Tanto chascarrillo fácil no hace más que evidenciar una tremenda arrogancia por parte del autor a la vez que una completa falta de humildad por parte del mismo. No entiendo por qué para hacer una reflexión acerca de algo que no le gusta a uno hay que caer en el insulto o la burla. Una pena.

    • Jaime:

      Hola, saludos. Coincido totalmente contigo y con Álvaro. Creo que muchas de las canciones incluidas allí, son verdaderos himnos y son, literalmente, hermosas, obras de arte ya inmortales. Tú mencionas In a Gadda da Vida: coincido en que es genial; cuanto más analizas la composición, la estructura, le melodía y el ritmo, sin contar el particularísimo timbre del órgano que es aplastante. Por supuesto, cuando no estás familiarizado con piezas musicales tan densas y tan extensas, no puedes entenderlas, pero eso no quiere decir que no sean buenas. Así, por ejemplo, nadie osaría decir, a menos que se esté loco de remate y se carezca de profunda cultura musical -otra cosa es el gusto personal, que se respeta, pero que no se debe erigir en regla universal e incólume- que la pasión según San Mateo de Bach, la Sinfonía Fantástica de Berlioz, la música de gamelán balinés o la del teatro Kabuki japonés son estupideces y que es mejor el tema de Bob Esponja y lo que chapurrean los Lunis. ¿No crees? Saludos,

      Paco.

  12. Que lastima! Pensaba que una pieza como Dark Star,nunca podria estar en un
    indice de palizones musicales , la he escuchado de todas las maneras alteradas
    posibles,y aún hoy a palo seco ,me parece de las más inspiradoras a la meditación y el vuelo contemplativo sin mencionar lo poetico del texto de R,Hunter
    Para mi un tema basico de la atemporalidad de los sesenta y un clasico moderno
    Por lo demas enhorabuena por la generalidad del texto.

  13. The Doors, la banda más sobrevalorada de la historia. Velvert Underground, la segunda.

  14. Bleach in your Eyes

    Siempre me ha resultado absurda la crítica destructiva y gratuíta, si te parecen un coñazo no los escuches. Creo que el único atentado que se comete es el tuyo, un atentado a la pluralidad y la libertad musical. Gracias por hacerme perder tiempo.

  15. Atentado musical?esa gente se lo podía permitir.pero para atentado la «musica» de los ochenta en España ,esa movida tan aplaudida por tanto critico pelota periodistas conchabaos y políticos interesados en ocultar la verdadera «movida» que fue la muerte de tantos chavales por la puta droga que el mismo estado permitía su trafico

  16. Comparto que «en nombre de la experimentación sonora» se han cometido atrocidades musicales. Pero con esta lista de supuestos atentados musicales el autor demuestra tener muy poco conocimiento musical, ni de grupos musicales ni del funcionamiento de la música.
    Autor deja claro que no sabe disfrutar de un solo de batería (Toad e in a gadda da vida) o de una fantástica improvisación (Dark Star) y decir que una de las canciones más importantes de la historia como es in a gadda da vida le parece «una de las peores y más feas canciones de la historia[…] todo en ella me parece ridículo.»
    Me hace mucha gracia lo que comenta al principio del artículo «No tengo nada en contra de las canciones generosas o experimentales.» o «hay una ventaja insoslayable en los formatos digitales: la posibilidad de programar los discos a tu antojo, pudiendo así evitar los temas que uno no quiere escuchar (los más largos, los más plasta) sin tener que moverte del sillón.» Usted es seguro de los que se compra un disco de grandes éxitos o que se «programa» uno de esos discos con las canciones que le gustan y lo escucha en mp3… para luego decir que el vinilo tiene más detalles.
    En resumen, hacer críticas absurdas se le da de puta madre.

  17. Metal Machine Music de Lou Reed es peor aún.

    Son unos coñazos. Yo prefiero Can , Neu! Harmonia…

  18. nickenino

    Artículo muy divertido, aunque no estoy de acuerdo en, prácticamente, nada.

  19. polonius

    No voy a opinar sobre los temas largos, aunque de pasada mencionaría dos soberbios temas largos de Neil Young (6:59 y 8:56 min.) que abren y cierran respectivamente la cara B del disco On the beach.
    En cuanto al vinilo y los aparatos que lo reproducen, dos apuntes: 1. En media y alta gama se necesita más presupuesto para hacer sonar un cd/mp3 tan bien como un vinilo. 2. En cambio, en la gama baja, es más sencillo hacer sonar mejor un cd/mp3 que un vinilo. De ahí la popularidad de este último formato.

  20. polonius

    Qué buena la primera fotografía de los doors!

  21. Con este artículo, Fran G. Matute, deja claro que no tiene ningún criterio.

    Comparar duración con calidad musical es como decidir la calidad de un libro por el tamaño. Fran, eres un mentecato musical.

  22. Camarillo brillo

    No estoy de acuerdo en nada de lo que dice este artículo. No sé quién lo ha escrito, pero se nota que no tiene ni idea de lo que habla. El artículo es un disparate de principio a fin. Con la cantidad de basura que hay por ahí y me viene con estos. Es típico de gente mediocre que quiere ir de enteradillos y polemizar, pero no dice más que bobadas.

    Muy mal artículo. Un coñazo lleno de memeces y sin ninguna justificación.

  23. Lo siento pero yo estoy muy feliz de que existan estas canciones y otras muchas que no han salido como por ejemplo Shine on your Crazy diamond 13:30
    o Atom Heart Mother 23:44 Echoes 23:28 de Pink Floyd Heart of sunshine de Yes 11.27 o in the cage de 8:46 de Genesis y miles mas que podria poner, la cuestion es que todo depende de tu estado de animo, yo no me pondria el the Final cut de Pink Floyd para ir the marcha, ni el concierto de hammersmith de Motorhead para relajarme y por cierto cuantas canciones de 2, 3 y 4 minutos son absoluta basura, cuantas canciones oyes que te suenan igual parecen clones

    • JGB:

      Hola, saludos. Absolutamente de acuerdo. Los ejemplos que das son, sencillamente sublimes. Saludos,

      Paco.

  24. «Gypsy woman» es un aquelarre que aúna jazz con folk en formas libres (parece una especie de flamenco celta) que sólo tiene un problema: la versión en directo del «Live at the Trobadour» (que salió a mediados de los noventa) que es mucho mejor que la toma de estudio, con un Tim salido de madre haciendo cosas increíbles con la voz. «When the music´s over» chana mogollón.

    Eso si, los solos de bateria son un coñazo, siempre.

  25. El vinilo tiene más matices! lol. Si los crackles indiscriminados son matices claro que si.
    El otro día leíamos que el 25% de los españoles creen que el Sol gira alrededor de la Tierra, supongo que también existe ese 25% que cree que el vinilo tiene más matices.

  26. Fran G. Matute

    Acepto todos los insultos y exabruptos a cambio de una cosa: que leáis el artículo con un poquito más de sentido del humor… ;)
    Gracias.

    • Pues si se trataba de un artículo en clave irónica o de chiste yo no le he he pillado la gracia, seré así de cortito, la verdad que diciendo eso de «instrumentistas limitados» en referencia a Iron Butterfly..¡debí darme cuenta de que estaba hablando en clave humorística!:P nada nada, en cualquier caso disculpe los insultos si los ha habido, los rockeros a veces somos así de sectarios…

      • Bender rodriguez

        Sentido del humor? Fran , en España nos reimos de todo dios, pero basta leer los comentarios a CUALQUIER COSA, para darte cuenta que no tenemos lo mas mínimo de eso. Bin laden es un puto mediador internacional al lado de los fundamentalistas que aparecen por cualquier foro patrio.

  27. Fran:

    Hola, saludos. Entiendo bien lo que dices. De todos modos, este tipo de canciones, deben entenderse en el contexto psicodélico en el cual surgen, que reclamaba repetición, hasta el cansancio, muchas veces de lo mismo. Pero sí. quizá no estaría de acuerdo en poner en tu lista a In-A-Gadda-Da-Vida; creo que esta es una canción pesada, difícil de escuchar, pero en la cual existe una progresión del tema fundamental interesante y la voz principal no creo que desmerezca. En fin, que comparto tu sentir general, pero debe contemplarse la estética de la época…

    Saludos,

    Paco.

  28. José Fernández

    Falta el blues improvisado de la segunda cara de Da Capo de Love y el Goin’ Home de los Stones, que además que yo sepa es una de las primeras improvisaciones en formato rock que se editase. Me sobran When The Music’s Over (y mira que no soy muy fan de los Doors, quizás por eso la prefiera con mucho al tostonazo de The End) y, hasta cierto punto, Dark Star, en la que se mezcla lo sublime con lo esteril, como sucedía en muchas ocasiones con este tipo de temas. Luego hay varias que ni conozco ni deseo conocer :D

  29. Iknowkungfu

    Cuidao, hay versiones de dark Star de 40 minutos, todas geniales. Si no le gusta al que ha escrito el artículo es que es un simple.

  30. Pingback: Descartes - Jot Down Cultural Magazine

  31. Cuando tienes diecitantos o veintipoco y descubres el rock y los solos de guitarra (no menciono los de batería, que me parecen el culmen del aburrimiento), pues vas algo de especialillo y pedantillo y te mola todo eso (o te lo crees), pero con los años y la música escuchada te das cuenta un día que la mayoría de los sesenta y setenta son un fucking peñazo, por muy sobrevaloradas que estén las bandas de esa época. Incluyo la mayoría del jazz, sobre todo finales de los 50 y años 60. Por eso nunca agradeceré suficiente a mis amados Beatles que nunca compusiesen temas de esos (Hey Jude es entretenido, no entra en los temas interminables y con montón de relleno sin inventiva musical, y la paranoia de Revolution 9 es un experimiento y excepción).
    Ah, el blues tomado «prestado» por la mayoría de los grupos de la época tuvo mucha culpa… ahí cualquier espabilado te metía un solo de guitar de 5 minutos y se quedaba tan ancho, jajajaja!

  32. David Cohen

    Fran G Matute: te aconsejo que escuches a taburete, canciones limpias y ligeritas.

  33. No puedo creer lo que estoy leyendo… Leí la introducción, luego la «crítica» a Sister Ray de TVU y,obviamente, dejé de leer…
    Por mi parte la página va a favoritos, no obvaimente por la crítica, si no por las canciones y bandas que no conocía.
    La «crítica» no amerita ningún tipo de comentario de mi parte, más que el siguiente y breve mensaje: el rock (más el de esa época) es arte y del complejo. Si no te gusta el arte, podés escuchar tranquilamente las tonterías actuales.
    Es como criticar al Quijote de la Mancha, o a Crimen y Castigo por ser demasiado largos. O a las integrales porque sean difíciles de resolver. Ejemplos hay muchos.
    El arte, la ciencia y la cultura no son para todos, suelen tener bastante nivel de complejidad para el normal de la gente. Pero, como todo en la vida, solo se necesita esfuerzo (entiéndase horas de «escucha», «práctica» o «lectura») .Y si no estás dispuesto a hacer el esfuerzo, entonces te perderás de las mejores expresiones de la historia humana.

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