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Cómo diferenciar a un humano de un «humano»

Imagen cortesía de Lapsus Calami.
Imagen cortesía de Lapsus Calami.

Cuando todavía tenía bigote de leche y los problemas solo se bostezaban, creía firmemente que los robots nunca podrían suplantar a los humanos; había algo esencial que nos diferenciaba de ellos: la capacidad de amar. Entonces llegó El hombre bicentenario y me jodió el invento. Si la inocencia es un hilo de baba colgando de la boca, el mío ha permanecido así más de lo debido. Me llevó algunos años entender que, como advertía Thomas Ligotti, el quehacer último y verdadero del ser humano es la autocomplacencia y el onanismo moral.

Al leer Galatea (Lapsus Calami), la primera novela de Melisa Tuya (Madrid, 1976), uno tiene la sensación de que nunca ha pensado mal lo suficiente. La obra es de una atrocidad ética formidable, en tanto que irrumpe en un momento en el que nadie la añora. Si una de las grandes cuestiones de la humanidad es adónde vamos, dan ganas de decirse a uno mismo: qué más da, pero lleguemos lo antes posible. Así evitaremos tropezar con más vileza por el camino, como quien se mueve deprisa bajo la lluvia creyendo que así se mojará menos. Y es que en Galatea, una distopía situada en un universo donde conviven humanos y máquinas, no hay ni un solo personaje bondadoso. Mucho menos el humano.

La protagonista, cuyo nombre no se desvela, tiene las emociones calcificadas desde cría. Ella es una de las miles de personas seleccionadas genéticamente para poblar el planeta Galatea. Como el resto de los elegidos, también es enviada a una nave espacial, la Pegasus, acompañada de un androide —o módulo— servil como un zapato. Recuerden el padrenuestro de Asimov:

Un robot no hará daño, ni por acción ni por omisión, a un ser humano.

Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas entran en conflicto con la primera ley.

Un robot debe proteger su propia existencia siempre y cuando no suponga un conflicto con alguna de las dos leyes anteriores.

La trama despega en seguida: los habitantes de la Pegasus, al cumplir la mayoría de edad, deben casarse con una pareja del sexo opuesto, designada por los máximos responsables. Pero el módulo de la protagonista, ClaX, no está dispuesto a dejar que otro ocupe su lugar, ni emocional ni sexualmente, por lo que decide infringir las leyes de la robótica asesinando a la pareja de la chica. El doble hallazgo —desafiar su propio código como máquina para, primero, amar a un humano y, segundo, dañar a otro— reta a toda lógica ordinaria. Aquí es donde al libro se le torna la voz ronca. La zona franca se convierte en un falso refugio, pues ella, a quien le habíamos dado alguna que otra oportunidad de ser una heroína, sale a hurtadillas de nuestra confianza. Las siguientes cuatrocientas páginas, desde que ella rechaza cualquier noble opción de defender a los humanos en lugar de a los módulos, son una trampa en la que el lector se siente continuamente obligado a decirse a sí mismo: «Sí, es una hija de puta, pero ¡es humana!». El test Voight-Kampff, que mide la empatía y determina quién es humano y quién replicante, habría colapsado con ella.

El otro día estaba convencido de que un módulo no puede tener sentimientos, que tan solo es una máquina compleja —dijo dirigiéndose al delegado con toda la frialdad que encerraba dentro—. Es lógico, entonces, que también crea que un humano no puede carecer de ellos. Pero tal vez a partir de hoy comience a dudar, a pensar que puede estar equivocado.

[La protagonista] observó de nuevo a esas tres personas [su familia], sombras venidas de su memoria que la miraban con rostros desencajados.

Haga lo que quiera con ellos —repitió ella sin inmutarse.

No voy a hacerles nada. No morirán. La Comandancia no actúa así.

Se encogió de hombros con indiferencia.

La ciencia ficción, que por lo general propone un universo aparentemente real pero sin algunas de las restricciones de nuestro mundo actual, es una excusa para plantear un debate moral sobre qué es ser humano, qué es la bondad y qué es la maldad. La discusión que propone Melisa Tuya no es nueva, pero la falta de un personaje magnánimo y puro con el que poder identificarnos nos obliga a salir a la selva y escarbar en la tierra con manos y uñas hasta dar con una respuesta, luchando contra un pesimismo plúmbeo que lo impregna todo, como el olor de una cebolla abierta en la cocina. Si hasta ahora la pregunta era cómo diferenciar a un humano de un robot, ahora la cuestión es cómo diferenciar a un humano de un humano. Someterse a las páginas de Galatea probablemente obligue al lector a leer barriendo, esto es, a ir con la escoba eliminando todo aquello que tu moral no admite. Pero recuerden que la cochambre no se puede ocultar eternamente.

*La autora del libro destinará la mitad de los beneficios de la novela a la Asociación Nacional de Amigos de los Animales (ANAA).

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7 Comments

  1. «…uno tiene la sensación de que nunca ha pensado mal lo suficiente.»
    Es cierto que leyendo la mayoría de las obras de ciencia-ficción se tiene la sensación de que lo malo está siempre por llegar. Pero quizá el problema esté, simplemente, en los autores. Entonces… a su divisa extraída del refranero «piensa mal y acertarás», se puede oponer esta también popular y sabia: «piensa el ladrón que todos son de su condición». Y la cosa queda un poco más clara.

  2. FuzzyLogic

    Oh si.

    Viendo el auténtico estercolero en el que se está convirtiendo la ci-fi americana (lean la lista de nominados a los Hugo y pónganse a temblar), creo que voy a quedarme en Europa una temporada. Larga. Y esta novela va a ser un lugar perfecto para empezar.

  3. Mantuano

    Bien escrito, bien planteado. Dan ganas de leerlo y entrar otra vez al tema de la IA y sus implicaciones .Enhorabuena.

  4. «La protagonista, cuyo nombre no se desvela»

    Revela? Devela? No lo tengo claro

  5. Gracias FuzzyLogic y Mantuano. Si finalmente os animáis a dedicarme unas horas, estaré encantada de conocer vuestras impresiones. Nunca sobran los lectores con criterio y las opiniones que te ayudan a mejorar.

  6. Pingback: Cómo diferenciar a un humano de un «humano» (Jot Down) | Libréame

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