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Time cops: dieciséis historias sobre policías del tiempo

EL MINISTERIO DEL TIEMPO
El Ministerio del Tiempo, 2015. Imagen: Cliffhanger / Onza Partners / TVE.

Quién lo hubiera dicho, con lo odiosas que son las comparaciones. En particular desde que empezó la cacareada edad de oro de la ciencia ficción en televisión, que aquí solamente conocemos de oídas. O conocíamos, porque la cosa ha cambiado. Ahora una serie española se lo está llevando muerto, como sabrá cualquiera que no haya vivido las últimas semanas en una cueva. Con solo cuatro capítulos emitidos, El Ministerio del Tiempo, de TVE, se ha camelado a la crítica y los seguidores empiezan a ser legión, al menos en las redes sociales. Y eso que sus creadores, Pablo y Javier Olivares, tampoco nos están contando nada nuevo —garante inequívoco de que, entonces, nos lo están contando bien—. Fundamentalmente, las peripecias de un escuadrón de agentes que velan por el curso normal de la historia y viajan por el tiempo para atajar los ataques de quienes pretenden cambiarla en su beneficio. Un tema que se ha hecho tanto que lo ha hecho hasta Jean-Claude Van Damme, que ya es hacer. Por esa razón, aprovecharemos que los time cops vuelven a estar merecidamente de moda para repasar algunas de las mejores historias que ha dado hasta hoy este subgénero —policial y detectivesco— dentro del subgénero —de los viajes en el tiempo—, incidiendo particularmente en los títulos que han contribuido a darle una vuelta de tuerca más al tema, ya de por sí enroscado. Si le gustó El Ministerio del Tiempo, no se pierda estas otras dieciséis joyas sobre agentes, guardianes e interventores de la historia.

«El día que hicimos la Transición» (un cuento de Ricard de la Casa y Pedro Jorge Romero) – por Rubén Díaz Caviedes

Todos los países sufren atentados contra su historia, se nos aclara nada más empezar este cuento, que transcurre en 2032. Pero normalmente solo son uno o dos al año. En España se registran cerca de treinta cada semana y la mitad durante la Transición, el intervalo donde la historia nacional resulta más maleable. La razón, je, es que «los españoles estamos tan insatisfechos con nuestra historia y somos tan incapaces de aceptar que otros hayan ganado que realizamos grandes esfuerzos por cambiarla». Nadie dirá que eso es precisamente ciencia ficción.

Por suerte, también se emprenden grandes esfuerzos para evitarlo. El cuartel del Centro de Intervención Temporal en Madrid está sumido en un campo de estasis que lo hace inmune a los cambios históricos. Y menos mal, porque en esta ocasión lo son en profundidad. De repente, Madrid es una ciudad desolada y el país, notablemente atrasado y empobrecido, está bajo la tutela de Naciones Unidas. Fuera del campo de estasis, los libros dicen ahora que a finales de los setenta se desató una segunda guerra civil española, pero dentro tienen claro lo que ha ocurrido: alguien ha retrocedido en el tiempo y ha asesinado a Santiago Carrillo poco después de la Matanza de Atocha, ingeniándoselas para inculpar al Gobierno de Adolfo Suárez. Los cuatro agentes del CIT deberán viajar a 1977 y evitar que los extras —otros viajeros del tiempo— vuelen por los aires el proceso de democratización y a Carrillo ya de forma más literal. Dando su vida si es preciso y no por patriotismo, ojo, sino por física elemental. Eso es algo que se puede remediar después. O antes, dependiendo de cómo se mire.

EL DÍA QUE HICIMOS LA TRANSICIÓN 1983
Carrillo y Suárez, 1983. Fotografía: Cordon Press.

Salvando las —pocas— distancias, «El día que hicimos la Transición» le sonará precisamente a los seguidores de El Ministerio del Tiempo, cuyo punto de partida es muy similar, aunque no tanto su género. A diferencia de la serie, el cuento de Ricard de la Casa y Pedro Jorge Romero es hard SF o ciencia ficción dura y abunda en los hipotéticos fundamentos físicos del viaje en el tiempo, que por supuesto no vamos a destripar aquí. La narración apareció en Cronopaisajes —Nova, 2003—, una recopilación Peter Haining ampliada en español por Miquel Barceló.

Valérian y Laureline (un cómic de  Pierre Christin y Jean-Claude Mézières) – por Iván Galiano

Valérian y Laureline podría considerarse el eslabón entre la ciencia ficción heroica clásica de las novelas pulp y aquella mucho más oscura y distópica de los ochenta que inauguró la revista Metal Hurlant. Creado por Pierre Christin al guion y Jean-Claude Mézières al dibujo, la serie se empezó a publicar en el 1967 en la revista Pilote con el título de Valérian, agente espacio-temporal —excluyendo a la heroína de la serie—. Hace ocho años se tuvo la justicia de rebautizar el cómic con al nombre que tiene hoy, dado que ambos comparten aventuras y no como suele en la  ciencia ficción de estilo pulp: Valerian dista mucho de ser el infalible héroe de acción clásico que resuelve siempre el día y Laureline es cualquier cosa menos una acompañante florero que debe rescatar el protagonista masculino.

Ambos protagonistas, que proceden de diferentes épocas, trabajan para Galaxity, una gran agencia terrestre que, entre otros cometidos, vigila que nadie —empezando por agentes renegados— altere la historia. Aunque el punto fuerte de la obra sea su despliegue de creatividad en cuanto a sociedades, razas y entornos alienígenas —fue tal su imaginería visual que inspiró títulos posteriores muy populares, como la saga de Star Wars—, el viaje en el tiempo llegó a ser el tema central de varios títulos. En «Los malos sueños» Valérian conoce a Laureline en el siglo XI y la recluta para Galaxity, por ejemplo. Y en «La ciudad de las aguas movedizas» visitaremos el futuro cataclismo que asolará la Tierra… ¡en 1986! —se publicó en el 1968—.

Valérian et Laureline Les Spectres dInverloch 1984 Imagen Jean Claude Mézières Dargaud
Valérian et Laureline, Les Spectres d’Inverloch, 1984. Imagen: Jean-Claude Mézières / Dargaud.

Tales fueron las correrías temporales de los protagonistas que la misma serie —publicada durante cuatro décadas— acabó teniendo que resolver las paradojas en las que ella misma se había metido. Es otro de los encantos de Valérian y Laureline: que contravino las convenciones del cómic francobelga de la época, como la inviolabilidad del contexto de los personajes —que, tras sus aventuras, volvían al status quo inicial— o la ley no escrita que prohibía la reaparición de secundarios. Por esa razón, es una lástima que nunca haya dado el paso final hasta el hall of fame de las series francobelgas, donde sí lo hicieron Las aventuras de Tintin o Astérix. Valérian y Laureline fue tremendamente innovadora e inspiró la ciencia ficción que vino a continuación. Cualquier ocasión para reivindicarlos es poca.

Terminator (una película de James Cameron y William Wisher Jr.) – por Fernando Olalquiaga

En algún momento del devenir histórico que para nosotros ya es pasado, el ser humano, guiado por su simpática tendencia a buscar métodos para maximizar el tiempo diario dedicado a tocarse la entrepierna, ha sido capaz de desarrollar una inteligencia artificial que se ocupe de todos los asuntos desagradables, como por ejemplo trabajar, y que, como es natural, más temprano que tarde termina por dominar el mundo mediante el apoyo de un ejército invencible de robots muy feos.

Se declara una guerra y se forman grupos de resistencia humanos que no tardan mucho en encontrar un héroe a quien obedecer ciegamente, como si ellos mismos fueran líneas de código de algún programa informático, aunque nadie entre a valorar esta apreciación por miedo a ser acusado de alta traición y lesa humanidad. Y como matar a John Connor bien entrado el siglo XXI sería una acción inútil, pues la semilla de la rebelión ya está bien asentada en esa Tierra yerma y oscura, la inteligencia artificial suprema se decide por seguir la subrutina habitual que ofrece un viaje en el tiempo como solución a todos los problemas que conlleven algún riesgo de provocar la pantalla azul de la muerte. Así que, escatimando muchos medios, la verdad sea dicha, mandan al pasado un cíborg cachas que se estrena aporreando en pelota picada a tantos moteros como uno sería capaz de encontrar si lo dejaran así, al azar, en la América no tan profunda, y que posteriormente procede a machacar a quienquiera que tenga un nombre parecido al de la futura madre del generalísimo de la humanidad, con la esperanza de impedir su nacimiento. Por qué los robots del futuro se limitan a mandar a un solo terminator para llevar a cabo la misión es algo que no nos resulta difícil adivinar. Recortes. La guerra contra el hombre ha dejado Cyborland hecha unos zorros. La prima de riesgo aprieta y la troika Apple-Google-Microsoft es muy cabrona. Hay que apretarse los chips, ahorrar y remar todos juntos. Austeridad. Y así seguirán hasta que desarrollen una nueva hiperinteligencia que se ocupe de todo y que permita a las mentes cibernéticas dedicarse a sus actividades ociosas favoritas, entre las que destaca contar las cifras pares que forman los decimales del número pi. Una hiperinteligencia metaartificial que en su día iniciará una guerra por dominar el cibermundo, y etcétera.

TERMINATOR
Terminator, 1984. Imagen: Hemdale Film / Pacific Western / Cinema 84 / Orion Pictures.

Pero de momento la madre de Connor resulta ser más dura de pelar que una suegra de derechas, y además recibe la ayuda de un enviado de los humanos del futuro que, como era de esperar, hace las cochinadas con su protegida, tiene más puntería con los espermatozoides que con el kalashnikov y la deja embarazada del futuro salvador del mundo, que es a su vez quien lo enviará al pasado, iniciando de este modo el clásico rompecabezas plagado de líneas temporales paralelas o convergentes que, a poco que te detengas a pensar en ellas, hacen que el cerebro se te repliegue formando un maelstrom de profundidad infinita.

Años después, pensando —o lo que sea que hagan las máquinas— que quizás sea más fácil eliminar a un John Connor preadolescente que a su marimacha madre, los cíborgs repiten la jugada al mismo tiempo que Sarah Connor busca al inventor del engendro electrónico para matarlo antes de que desarrolle su idea, un genio que, vaya por Dios, en lugar de ser un canalla sin escrúpulos es un padre de familia modelo. Viajes en el tiempo, dilemas morales, bombas atómicas, persecuciones, explosiones y el fin del mundo en tantas secuelas como saltos temporales puedan idear. Se anuncia un reboot en un futuro —ja ja— próximo. Celebrémoslo.

Edición anterior (una serie de televisión de Ian Abrams) – por Olga Sobrido

Un señor con cara de que podría ser usted empieza a recibir todas las mañanas la visita de un gato anaranjado que le trae el periódico, con la particularidad de que se trata del periódico del día siguiente. ¿Quién o qué es el misterioso gato? ¿Por qué le ha tocado esta cruz a él? ¿Debe aprovechar la información para ganar todas las loterías, a lo Fabra, o mejor intentar evitar las catástrofes que anuncian los titulares?

EDICION ANTERIOR
Edición anterior, 1996. Imagen: Three Characters / Angelica Films / CBS / Columbia TriStar / Sony Pictures.

Esta serie de Ian Abrams, que con cero criterio y aún menos consejo de un traductor, titularon en España Edición anterior (en Latinoamérica, con más tino, la llamaron El periódico del mañana), pudo verse en España en Canal + durante el último lustro de los noventa. A medio camino entre lo sobrenatural y la ciencia ficción, la serie consta de cuatro temporadas e incluye entre sus personajes principales a un gatico, ¿qué más quiere, señora?

Millennium (una novela de John Varley y una película de Michael Anderson) – por Rubén Díaz Caviedes

Estamos en la llamada Última Edad, dentro de mil años, y los últimos seres humanos de la Tierra no han tenido más remedio que encender la máquina del tiempo. El deterioro genético de la especie, irreversible tras siglos de radiación, no permite ya la reproducción. La única solución son unos escuadrones de mujeres que viajan a las épocas precedentes y secuestran personas para trasladarlas al futuro, donde tendrán descendencia viable. Y deben hacerlo, ojo, sin alterar ni un poco el curso de la historia.

¿Cómo se come eso? Fácil: la barrera se abre en barcos, aviones y naves a punto de accidentarse, de los que los escuadrones se llevan exclusivamente a los pasajeros que iban a morir en el siniestro, sustituyéndolos por cadáveres prefabricados. Louise Baltimore —en la película, Cheryl Ladd—, que dirige uno de estos grupos, pierde un arma durante una misión rutinaria en un Boeing 747 a punto de estrellarse a finales del siglo XX, pero cuando regresa días después para buscarlo entre los restos del fuselaje el artefacto ya está en manos de Bill Smith —Kris Kristofferson—, un investigador de la National Transportation Safety Board. Y ocurre, claro, lo que no debería. Por alguna razón, él la reconoce y la llama por su nombre. Entonces un «cronoseísmo» —la etimología lo dice todo— evidencia que ha ocurrido la fatalidad, el peor riesgo que implican los viajes en el tiempo: se ha creado una paradoja. Sin saber cómo, Louise ha alterado el pasado. Y no lo sabe porque, en realidad, aún no lo ha hecho. Deberá así anticiparse a sí misma y solucionarlo o la paradoja barrerá la historia como un tsunami, reescribiéndola y llevándoselo todo por delante. Incluyendo a ella misma.

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Millennium, 1989. Imagen: Gladden / Twentieth Century Fox.

Fundamento científico, ni un poco; de todo lo demás, en cantidad. Empezando solo por el thriller y la estupenda peripecia de la protagonista, una viajera del tiempo que tendrá que intervenir a posteriori sobre sus propios actos, al estilo de Los cronocrímenes de Nacho Vigalondo o Regreso al futuro II, de Robert Zemeckis. Además de lo ambicioso del planteamiento, porque en Millennium gato y ratón son uno. Precisamente aquellos que cambian la historia son quienes cumplen a la vez el encargo —muy jodido, estaremos de acuerdo— de ejercer como sus custodios. John Varley escribió esta historia como un cuento —Air Raid, 1977— y como una novela —Millennium, 1983—, que seguramente es la más recomendable. La película homónima, dirigida por Michael Anderson en 1989 con un guión del mismo Varley, es fundamentalmente igual pero con menos intríngulis científico y más romance, como suele ocurrir con esta clase de adaptaciones. Perdonando lo ochentón —y su doblaje incomprensiblemente creativo, si la ve en español—, es una cinta muy completa.

Doctor Who (una serie de televisión de BBC) – por Pedro Torrijos

Hay muchas razones para ver Doctor Who. Muchísimas. Tantas como los treinta y siete años en los que —con el impasse de los noventa— la serie ha cruzado las ondas catódicas desde 1963 hasta la actualidad. Tantas como los doce —¿quizá trece?— intérpretes que han dado vida a los doce —¿quizá trece?— Doctores epónimos pero sin nombre. Tantas como los metros de lana de la bufanda de Tom Baker o las rayas del traje de David Tennant o los hilos de la pajarita de Matt Smith. Tantas como las decenas de agentes del Silencio o los miles de cybermen o los millones de daleks. Tantas como los cabellos pelirrojos de Amy Pond o los negros de Martha Jones o los canos del mostacho del Brigadier Lethbridge-Stewart o los de cualquiera de los más de cuarenta companions que han viajado en una cabina de policía azul más grande por dentro que por fuera.

Que han viajado por el espacio. Y por el tiempo.

Así comenzó la serie, como una manera de enseñar historia a los niños británicos a través de los viajes de un excéntrico alienígena por distintas épocas de la civilización. Y ha viajado por el tiempo. Ya lo creo que ha viajado. Ha viajado por cinco décadas hasta convertirse en un emblema de la fantasía y la ciencia ficción televisiva e incluso cultural. Desde la sintonía de Ron Grainer hasta el azul de la TARDIS.

DOCTOR WHO
Doctor Who, 2014. Imagen: BBC.

Hay muchos caminos para entrar en el universo del Doctor, y le vamos a recomendar el mejor. Ahora bien, si quieren que su viaje sea plácido tienen que hacernos caso: no parpadeen.

«Blink» es el décimo episodio de la tercera temporada de la reimaginación moderna. Lo escribió Steven Moffat antes de convertirse en showrunner de la serie y se emitió el nueve de junio de 2007. Y es, sencillamente, la mejor narración sobre paradojas temporales que ha aparecido jamás en una pantalla de televisión.

El décimo Doctor y su companion están atrapados en 1969 por culpa de una raza de aterradores ángeles cuánticos que se convierten en piedra en el momento en el que alguien les mira. Incluso ellos mismos. Por eso aparecen camuflados en la sociedad como gárgolas o estatuas de granito. Sin embargo, cuando nadie les mira, son más rápidos que la luz y devoran la energía temporal de quienquiera que les sirva de alimento, enviándoles a un punto indeterminado del pasado. Para recuperar la TARDIS y poder volver a hacer gala de su condición de Time Lord, el Doctor tiene que comunicarse con el presente y, para ello, usa la otra manera de viajar por el tiempo. La que hacemos todos cada día: enviar mensajes a través del discurrir natural de los días y los años.

Así, Sally Sparrow, la verdadera protagonista de «Blink», recibe cartas y postales, descubre pintadas ocultas en mansiones al borde de la demolición e incluso habla con un DVD que se vuelve ingeniosamente interactivo gracias al fenómeno de la predestinación y la consistencia temporal. Es difícil explicar lo que es Blink sin ver los inteligentísimos cuarenta y cinco minutos que dura, pero baste decir que el capítulo recibió el premio Hugo a la mejor representación dramática, Moffat ganó el BAFTA Craft a mejor escritor y Carey Mulligan se alzó con el Constellation Award a mejor intérprete femenina.

Y es que para entender «Blink» hay que entender que el tiempo del Doctor Who no es una sucesión estricta y continua de causas y efectos sino que, desde un punto de vista no lineal ni subjetivo, es más bien como una gran bola llena de bamboleantes y burbujeantes…cosas.

El fin de la eternidad (una novela de Isaac Asimov y una película de Andrei Yermash) – por Álvaro Corazón Rural

En todas las historias de viajes en el tiempo siempre ha habido una premisa: cuidado con los cambios. Generalmente, los protagonistas no debían interferir en el pasado si no querían alterar el curso de los acontecimientos, lo que podía acabar con sus propias vidas o con su era, su presente, tal y como la habían conocido. Pues bien, en 1955, Isaac Asimov, consciente de esas paradojas, planteó la situación de un modo mucho más original. Digamos que abordó la cuestión a lo grande, a lo bestia. Si podemos cambiar el pasado para mejorar el presente, adelante. Pero que lo hagan una especie de curas, caballeros escogidos entre lo más selecto de todas las épocas, para que aquello no sea un desmadre. Así nació Eternidad, una secta que controlaba todos los siglos y tenía a la humanidad cautiva, bien controlada, introduciendo constantemente cambios en todas las eras.

En 1955 la informática todavía no se había desarrollado lo suficiente como para que Asimov pudiera anticipar sistemas informáticos con computadoras cercanos a los actuales, y esa es una de las facetas más entrañables de la novela. En Eternidad todo el saber está archivado en microfilms. Trillones de ellos en archivos insondables con la información de centenares de siglos de historia de la humanidad. La novela es un verdadero espectáculo, una genialidad. Aunque el desenlace sea un tanto previsible. El protagonista, uno de los elegidos, se enamora de una chavala del siglo CDLXXXII y decide fugarse con ella en un alocado viaje en el tiempo que les llevará a refugiarse en una etapa de la historia tan futura que ni en Eternidad se habían atrevido a llegar.

EL FIN DE LA ETERNIDAD
Konets Vechnosti, 1987. Imagen: Mosfilm.

Existen dos películas sobre el libro. Una TV movie húngara de 1976 que no hemos tenido el gusto de ver y una producción soviética del director de cine de ciencia ficción Andrei Yermash, Konets Vechnosti —1987—, que no hace justicia a un libro tan redondo, pero que como toda la sci-fi soviética, merece la pena verla. Aunque solo sea para deleitarse con las escenas del antiguo futuro del socialismo real.

Timecop (una película de Peter Hyams) – por Diego Cuevas

En 1994 Estados Unidos desarrolla la tecnología necesaria para permitir el viaje en el tiempo. Como aquello implica que se puede liar parda si alguien decide encaminarse hacia el pasado armado con un cazamariposas, el gobierno crea la Comisión de Control del Tiempo —TEC—, dejando claro que el descubrimiento en sí solo sirve para crear un nuevo puesto de funcionario, a costa del bien de los contribuyentes, para evitar que cualquiera haga uso de la dicha tecnología. La administración recluta en su empresa a un policía con nombre suficientemente noventero, Max Walker —Jean-Claude Van Damme—, al mismo tiempo que la  trama decide ser conservadora llevándose por delante a la mujer de este después de echar un polvete, esculpiendo el molde del héroe de acción de esa década: policía intachable, panadero a la hora de adjudicar las hostias y con los diablos internos de patrullar el tiempo pero a pesar de ello no ser capaz de salvar la vida de su esposa, mordiéndole un escroto acostumbrado a los estiramientos del espagat.

TIMECOP
Timecop, 1994. Imagen: Universal Pictures.

Max Walker se las vería repartiendo patadas en la persecución intertemporal de los tejemanejes de un senador corrupto que gustaba de beneficiarse de tanto time travel. Y la película reivindicaría un nuevo tipo de ciencia ficción, aquella que lo es por ignorante: no resultaba tan increíble la posibilidad de viajar en el tiempo como el hecho de que unos científicos le hicieran la prueba del carbono 14 a unos lingotes de oro confederado, sobre todo teniendo en cuenta que el oro por lo general no suele estar muy vivo en ninguno de sus estados y que el cargamento había aterrizado antes de ayer en el presente. Incluso la cinta remataba la función con la excusa seudocientífica más absurda jamás ideada: «la misma materia no puede ocupar el mismo espacio», para liquidar al villano entre un pudding de burdo CGI.

Un crítico en The Washington Post  escribió en referencia a Timecop que «por primera vez el acento de Van Damme resulta más fácil de entender que la trama» y aquello era un halago al esfuerzo actoral de un maniquí que convertía la película en el Casablanca de la carrera del actor. La futura JVCD sería en cambio el Birdman de Van Damme.

Looper (una película de Rian Johnson) – por Bárbara Ayuso

Pongamos que estamos en 2072 y ya no se puede matar. No nos enredemos: no se puede y punto. La erradicación de esta práctica milenaria, además de traer aciagos avances sociales y mucho menos sitio para aparcar, ha empujado a sectores sociales clave a la reconversión forzosa. Por ejemplo a la mafia, que lejos de lamentarse sobre su excedente de arsenal, idea el modo y manera de continuar mandando gente al otro barrio preservando así el costumbrismo criminal. Dicho sistema no tiene nada de sofisticado: en 2072 el asesinato está proscrito pero en 2042 no, así que valiéndose de los viajes en el tiempo —que por cierto, también son ilegales pero de alguna manera tendrá el hampa que ganarse el pan— envían a los ejecutables treinta años atrás para que les den el tiro de gracia.

LOOPER
Looper, 2012. Imagen: Aurum.

De ello se encargan los loopers, un escuadrón de sicarios bien remunerados que a las órdenes del barbudo jefe del cotarro, Abe —Jeff Daniels—, se deshacen del finado con diligencia, borrándole en el pasado y por ende haciéndole desaparecer también en el futuro. El looper estrella es Joe —Joseph Gordon-Levitt—, que recibe un encargo que desbarata toda su realización profesional y hace arrancar la trama: el tipo que le envían del futuro para que asesine no es otro que él mismo. Su alopécico yo del futuro, en el cuerpo de Bruce Willis.

Y esto es básicamente lo que puede contarse del largometraje de Rian Johnsonn sin desenredar demasiados nudos de las travesuras cronológicas de Looper. Una película que ni es thriller ni es drama ni es ciencia ficción ni es noir, pero paralelamente lo es todo a la vez, porque el juego verdadero —como todo lo que aborde el inagotable género de la anticipación— es la eterna dicotomía. La del quiénes somos y quiénes fuimos, y cómo cojones encajar todo eso entre las ráfagas de balas y las paradojas temporales de Mark Twain. Un filme avasallador que con el mejor instrumento a nuestro alcance —el tiempo y sus galimatías— funciona igualmente como inspección de la naturaleza humana que como placentera celebración de la misma. El bucle de Looper no está entre pasado y futuro, sino entre melancolía y adrenalina.

«Todos vosotros, zombis» (un cuento de Robert A. Heinlein) – por Tirso Montañez

«Todos vosotros, zombis» es un relato breve publicado en 1959 (y adaptado al cine hace poco como Predestination) que plantea la que es, tal vez, la situación más osada que se puede encontrar en una trama de viajes en el tiempo. Imagínese: está sentado en un bar, contándole sus muchas penas a un anodino camarero y de repente este le hace la típica oferta que no puede rechazar. Resulta que el camarero viene del futuro, donde es un agente que viaja en el tiempo para realizar ciertas misiones que no se nos aclaran, y se ofrece a llevarle al pasado para resolver una situación que le ha atormentado toda su vida.

Quien más quien menos se aprovecha de los medios de su empresa, sobre todo si es un asalariado: desde tomar prestados artículos de papelería hasta aprovechar el ancho de banda de la red para remolonear por internet. Así que póngase en situación: si su trabajo fuera viajar en el tiempo y estuviera en su mano, seguro que algo haría por otra persona… o por sí mismo. Es difícil contar más sin destriparlo aunque, para que se sitúen, podríamos decir que está en un imposible medio camino entre La piel que habito y Primer. Dos consejos finales: uno, conviene leerlo de una sentada y dos, lleve casco puesto para que, cuando le estalle la cabeza al intentar desentrañar la tremenda paradoja final, no manche todo el salón con sangre y trocitos de masa encefálica.

Predestination (una película de Michael y Peter Spierig) – por Javier Bilbao

Estrenada en 2014 y protagonizada por Ethan Hawke, la adaptación cinematográfica de «Todos vosotros, zombis» nos cuenta como una agencia secreta envía a sus agentes por diferentes épocas con misiones que cumplir para evitar que el presente se vea alterado.

PREDESTINATION
Predestination, 2014. Imagen: Screen Australia / Screen Queensland / Blacklab / Wolfhound.

Es el caso de un atentado que habría tenido lugar en Nueva York en 1975 que causó la muerte a once mil personas en un pasado felizmente abortado. A partir de ahí los guionistas y directores Michael y Peter Spierig se enfrascan en uno de esos bucles temporales que tanto gustan en este subgénero de los viajes en el tiempo, uno particularmente retorcido, brillante en ocasiones, con un agujero del tamaño del Gran Pozo de Carkoon y que no podemos describir con más detalle porque destrozaríamos la sorpresa a quien aún no la haya visto. Así que les emplazamos a verla sin otro apunte que el de señalar que en un bucle temporal siempre hace falta una causa inicial. Es decir, una primera vez en la que suceden los acontecimientos sin el desencadenante venido del futuro que genera el bucle. Que no existe ni puede existir, en este caso. Y hasta aquí podemos leer.

Day of the tentacle (un videojuego de LucasArts) – por Diego Cuevas

Un empollón de pajarita y bolígrafos que acechan desde el bolsillo de la camisa —Bernard—, una estudiante de medicina awkward de pelo descuidado, mirada inquieta, andares insólitos y domicilio aparentemente situado en las nubes —Laverne— y un heavy con greñas, sobrepeso y un loable desconocimiento de la historia —Hoagie— se convertirían en 1993 en la única esperanza del género humano para evitar un futuro dominado por una raza de tentáculos.

DAY OF TENTACLE
Day of the tentacle, 1993. Imagen: LucasArts.

El videojuego Day of the tentacle, secuela del clásico Maniac Mansion, decidía encaminar el point and click hacia el malabarismo dentro del viaje temporal. Surfeando el oleaje de la cuarta dimensión en váteres portatiles —Cron-O-letrinas— la misión inicial de los héroes consistía en visitar el pasado para evitar cierto incidente ocurrido el día en el que el futuro tentáculo dictador —y púrpura— decidió que hacía una tarde estupenda para ponerse a someter cosas. Pero Murphy todo lo ve, y un accidente inesperado con la máquina del tiempo acababa provocando que Hoagie aterrizase doscientos años en el pasado, Laverne doscientos años en el futuro y Bernard se quedase aparcado en el presente. Con esta premisa, en LucasArts aprovecharon para dotar a la aventura, además de sus típicos puzles ocurrentes —para forzar la tormenta y la lluvia era necesario lavar el carro, algo absurdamente lógico–, de ingeniosos acertijos que jugaban al ping pong con el tiempo, al forzar a los personajes a interactuar entre sí a través de centenares de años de diferencia. Para que un árbol dejase de existir en el futuro, alguno de ellos tendría que arrancarlo de su sitio en el pasado. Y puzles que también divertían trasteando con la historia de Estados Unidos. Estar presente durante la redacción de la constitución estadounidense favorecía el poder modificarla a nuestro favor añadiendo un «todo americano debería tener una aspiradora en el sótano» para incorporar ese objeto a nuestro inventario doscientos años después. Por el camino los salvadores de la humanidad tendrían que volarle los dientes a George Washington, lograr que una momia ganase un concurso de belleza y en general saltar a la comba con las paradojas temporales para salvar nuestro futuro y volver a dejarlo todo en su sitio. O no.

¡Qué bello es vivir! (una película de Frank Capra) – por Javier Bilbao

La idea más recurrente de las narraciones en torno a los viajes en el tiempo es que cualquier cambio en el pasado, por insignificante que pueda parecer, puede generar una cadena de sucesos que altere dramáticamente el presente. Ya saben, haces un viaje para ver de cerca un dinosaurio, pisas sin querer un insecto y al regresar te encuentras en lugar de Toledo una megalópolis habitada por seres con tentáculos llenos de ojos. Es un planteamiento fascinante porque uno nunca deja de imaginar cómo habría sido el mundo si en cada encrucijada histórica se hubiera ido por otro camino. Pero, muy especialmente, todos nos hemos hecho esas preguntas respecto a nuestras propias vidas: cómo sería nuestro presente si en su día hubiéramos estudiado una carrera en lugar de otra, emigrado a uno u otro lugar, si tal día hubiéramos cogido el coche o llamado a un taxi. Quién sabe cuántas veces habremos esquivado un destino catastrófico o hemos dejado de conocer a alguna persona que nos habría hecho felices solo por algún pequeño azar o una decisión trivial de la que no somos conscientes.

QUE-BELLO-ES-VIVIR
¡Qué bello es vivir!, 1946. Imagen: Manga Films.

Ante esa miríada de universos alternativos que nos abruman con la duda de si estaremos tomando las elecciones adecuadas, el consuelo que nos ofrece la ficción es que existen una serie de agentes benevolentes que velan por que no nos metamos en las vías sin salida. Si habitualmente son policías o detectives del tiempo, los de este clásico de Frank Capra son ángeles que, por la manera tan mundana en la que son descritos, parecen también funcionarios del espacio. ¡Qué bello es vivir!, adaptación de un cuento de Philip Van Doren Stern, es la película más genuinamente navideña junto con Willow y probablemente la más veces emitida en la historia de la televisión tras Pretty Woman, así que como recordarán cuando el personaje interpretado por James Stewart ya no ve otra salida más que el suicidio, el enviado celestial le muestra un presente en el que él nunca hubiera nacido… Y toma conciencia de que su vida importa mucho más de lo que él creía. Como la de cada uno de nosotros.

Caballo de Troya (una saga literaria de J. J. Benítez) – por Tirso Montañez

Estamos ante un caso singular puesto que su autor, J.J. Benítez, sostiene o al menos sostuvo durante mucho tiempo que esta no es una obra de ficción. Resulta que el ejército de los Estados Unidos ha realizado viajes en el tiempo y uno de los viajeros, un militar, se pone en contacto con Benítez para que cuente su historia. Esta es la parte más verosímil de la trama ya que todos asumimos, en mayor o menor medida, que las catacumbas del Estado norteamericano, en almacenes gigantescos, encierran secretos como arcas de la alianza junto a paquetes planos con estanterías escandinavas o restos de accidentes de ovnis.

El caso es que, a partir de los diarios que le facilitan a Benítez, descubrimos que la misión ultrasecreta de los norteamericanos consistía, en principio, en enviar observadores a momentos críticos de la historia de la humanidad. En la misión que se relata en esta saga —hasta el momento, diez libros entre 1984 y 2013—, la denominada Operación Caballo de Troya, viajan a la época de Jesús de Nazaret a ver qué hay de cierto en todo eso que se cuenta en el Nuevo Testamento. La mayor parte de las explicaciones —ejem— técnicas se recogen en el primer volumen, cuando se nos explica el procedimiento para viajar al pasado —venía a decir que había que girar unos «ángulos dimensionales»—, los equipos con los que cuentan para documentar la misión y de propia autodefensa, la preparación en costumbres y lenguas de la época, etc. mientras que el resto de la obra se centra en relatar cómo era Jesús, con el que obviamente se encuentran y, cómo no, él —¿Él?— los reconoce inmediatamente como viajeros del tiempo. Es bastante peculiar el Jesús que nos retratan: un tío extraordinariamente sensato, lo llaman gigante porque mide metro ochenta y siempre está de excelente humor excepto, claro —y entendemos que esto no es un spoiler—, cuando lo crucifican y sufre como un perro ahogándose lentamente.

A través del tiempo (una serie de televisión de Donald P. Bellisario) – por Iván Galiano

El doctor Samuel Beckett —Scott Bakula— se despierta una mañana y se encuentra en una casa extraña, en una cama que no es la suya y con una mujer al lado que no conoce de nada. También recuerda más bien poco de lo que le pasó la noche anterior, o el resto de su vida, para el caso. Cuando se mira al espejo, el reflejo le muestra a otra persona. Todavía más, la mujer con la que ha pasado la noche le trata como si estuviera casado con él desde hace años. Pronto se da cuenta de que está viviendo atrapado en el cuerpo de otra persona en el pasado.

Recuerda que estaba trabajando en un proyecto secreto para viajar en el tiempo  y va intuyendo que alguna fuerza misteriosa —en la serie a veces insinuaban que «Dios», otras que el destino o quizás «el tiempo mismo»— está aprovechando el accidente científico para convertirle en un agente que enmiende errores en el pasado. Así lo hace, con la ayuda de Al —Dean Stockwell—, el hologramizado supervisor del proyecto que le va pasando información histórica de los casos en los que se ve envuelto: consigue resolver la situación de la persona en la que se encuentra atrapado y automáticamente, cuando todo está bien, salta a otro tiempo y a otra vida a la que echar un cable. Y su existencia se convierte en un cruce de la de Sísifo y la del buen samaritano, siempre con la esperanza de volver a casa algún día.

THE QUANTUM LEAP
A través del tiempo, 1989. Imagen: Belisarius / Universal / NBC.

Creada por Donald P. Bellisario —que venía de darle al mundo al encantador pero también vividor detective Magnum— A través del tiempo fue una serie de cinco temporadas emitida entre 1989 y 1993 que combinaba aventura, drama y un poco de comedia. Sus protagonistas se dieron un viaje espaciotemporal por parte de la historia de los Estados Unidos del siglo pasado, desde principios de los cincuenta hasta principios de los ochenta, con alguna excepción puntual, desfaciendo entuertos. A diferencia de lo que ocurre en mayoría de obras en esta selección, en esta la historia sucedida no debía ser preservada sino cambiada, debía corregirse. La serie poseía las mejores cualidades de incorporar un protagonista buenista y carismático al estilo de Autopista hacia el cielo y una temática de  ciencia ficción de corte humanista al estilo de Star Trek: la nueva generación, aun quizás a riesgo de resultar un poco campy.

A través del tiempo floreció a partir de la segunda temporada, cuando comenzó a involucrarse con algunas de las grandes injusticias de la historia de Estados Unidos y a situar a su protagonista en parábolas de la América más oscura, que sin embargo cerraba solía cerrar con ingenuidad —al dar los problemas por superados en la actualidad—. Aun así, tuvo la valentía de poner a un hombre blanco en la piel de un negro en la Alabama de mediados de los cincuenta o en la de una mujer que acababa de sufrir una violación, entre otras muchas transformaciones reseñables. En otros casos, buscando contentar al espectador más geek, la serie puso el foco en la fantaciencia y jugó a retorcer las reglas; el doctor Beckett, por ejemplo, tuvo que enfrentarse a sus némesis malvadas, que trataban de alterar ciertos eventos para llevarlos al desastre. También hubo episodios de culto en los que Sam saltaba a los cuerpos de celebridades como Lee Harvey Oswald o el mismísimo Elvis Presley.

22/11/63 (una novela de Stephen King)  por Ricardo J. G.

En ocasiones viajar en el tiempo para arreglar grandes acontecimientos históricos es tan solo una excusa para arreglar acontecimientos fuera de la gran historia. Jake Epping es un profesor de secundaria que por las noches imparte clases de literatura para adultos. Propone un ejercicio de redacción titulado «El día que cambió mi vida» y uno de sus estudiantes, el maduro conserje del instituto, narra como cuando era niño su padre alcohólico asesinó con un martillo a su madre y hermanos y a él le lisió una pierna de por vida. El profundo impacto que causa en Jake este relato es el motor que le impele a aceptar la petición de Al Templeton. Al Templeton es el dueño de un restaurante en cuya despensa ha descubierto un portal que conduce exactamente al 9 de septiembre de 1958, a las 11:58 a.m. en el mismo solar donde en 2011 estará su restaurante. Siempre a la misma fecha, siempre a la misma hora. Cruzar de vuelta el portal implica volver al año 2011 dos minutos después de la partida, y un «reinicio» en el curso histórico. Porque cada vez que se regresa de nuevo al pasado, al mismo día y hora, cualquier cambio obrado allí con anterioridad desaparece del presente. Solo un vagabundo demente y borracho con una tarjeta amarilla en el sombrero recuerda una y otra vez las apariciones del viajero en ese momento temporal, a quien trata de advertir de algo. El gran plan de Al es viajar allí, vivir en los Estados Unidos de finales de los cincuenta y principios de los sesenta durante cinco años e impedir el asesinato de Kennedy. Pero el tiempo es obstinado y pone impedimentos al viajero que quiere efectuar cambios, y el impedimento para Al es un cáncer terminal del que ha enfermado durante sus primeros años en el pasado. Jake, convencido más por la historia de su alumno que por el magnicidio, decide tomar su lugar.

Lee Harvey Oswald. Foto: Dallas Police / Warren Commission (DP)
Lee Harvey Oswald. Foto: Dallas Police / Warren Commission (DP)

Lo grandioso de la novela de Stephen King no son las paradojas temporales, sino más bien las paradojas en la estructura de la propia realidad, de la arquitectura de todo lo que existe, cuando alguien decide manipular los hilos del tiempo. Lo grandioso de la novela también es que tras tantos años y tal cantidad de producción literaria King se descuelgue en esta década con un libro a la altura de sus tres o cuatro mejores obras. Porque en esta novela encontramos un trabajo de documentación impresionante sobre aquellos años en Estados Unidos, sobre la vida de Lee Harvey Oswald y las teorías de la conspiración alrededor de su crimen (que el autor descarta en un 99 %, según sus propias palabras), convirtiendo la novela en una obra de ficción histórica tanto como de ciencia ficción. También encontraremos una especie de Policías del Tiempo con tarjetas de colores en el sombrero y antes del viaje a Dallas nos encontraremos con viejos amigos en Derry (¿recordáis Derry?) y los ecos de cierto payaso. Encontraremos cómo se puede torcer el presente cuando se retuerce el pasado. Pero, sobre todo, y con sorpresa ante la aparente grandiosidad de los acontecimientos, encontraremos la más bella historia de amor que ha escrito King. Porque erigiéndose sobre el devenir de la historia está esta otra historia, sobre cómo sacrificar el amor en nombre del tiempo y que, de alguna manera, ese amor sobreviva al sacrificio y al tiempo.

(Y hasta aquí el repaso. No lo diga, lo decimos nosotros: nos dejamos varias en el tintero. Especialmente algunas cuyos protagonistas podrían considerarse —acaso remotamente— policías, guardianes o interventores profesionales en el tiempo. Al filo del mañana, Código Fuente, El mapa del tiempo o Fringe, entre algunos títulos modernos, o Las puertas de Anubis y Los héroes del tiempo entre otros más clásicos. Y más. Quedan para una segunda tanda de recomendaciones).

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32 Comentarios

  1. Pingback: Dieciséis historias sobre policías del tiempo

  2. mataclanes

    Hablar de «Timecop» de Van Damme y no mencionar «Las puertas de Anubis» (Tim Powers) y «La patrulla del tiempo» (Poul Anderson) debería estar penado.

  3. 17. Voyagers!

    http://es.wikipedia.org/wiki/Voyagers!

    En la TVG se llamaba «Viaxeiros» (supongo que la pondrían también en TV3 y ETB). Nadie la cita a la pobre, pero es antecedente, cuando no inspiración, clarísima…

    • Cojonuda¡ …. Jeffrey e Bog…. el protagonista -el niño no, el otro- murió en el rodaje de uno de los episodios. Parece que se pegó un tiro con una pistola de fogueo..

  4. Si os decidís a escribir sobre Las Puertas de Anubis (referente claro de El Ministerio del Tiempo, según sus propios guionistas), no lo dejéis sólo en esa siguiente tanda de recomendaciones y aprovechad para hacer un artículo entero sobre Tim Powers. Si algún autor se lo merece, ahora que ya lo habéis hecho sobre Pratchett, es él.

  5. Magnífico artículo. La parte de terminator debería estar enmarcada en la habitación de cualquier humorista.

  6. 11/22/63 es una jodida maravilla. No hay más, námber uan en la lista. Es una historia que te atrapa, y luego tienes viajes en el tiempo + JFK con toque King. Brutal

    • Gloriosa novela. De lo mejor de King sin dudarlo. Obligatorio leerla si te gustan los viajes en el tiempo.

  7. roedecker

    Recomendación para la segunda tanda, jugando de forma un tanto literal con el título: la serie DayBreak. Para quién no la conozca, sería Atrapado en el tiempo en modo thriller, con un policía como protagonista.

  8. «En directo desde el Gólgota», de Gore Vidal (1995). Como en lo de J.J. Benítez, se trata de conocer a JC, pero quien viaja atrás en el tiempo es un equipo de la televisión japonesa. Algo cambia en el pasado y, hoy en día, media humanidad adora a la diosa Amaterasu.

  9. También «FAQ about time travel», una comedia sobre viajes en el tiempo con una «vigilanta» que va informando al protagonista sobre las consecuencias de sus actos; «Ausgestorben», un corto alemán de los 90 en el que existe una especie de «Ministerio del tiempo» únicamente con fines empíricos; y, en relación con «Fringe», el capítulo «White Tulip», una hermosa historia de amor, muerte y viajes en el tiempo.

  10. Y, sí, «11/22/63» es una puta maravilla.

  11. ¿Y no hay alguna que considere el tiempo como algo inmutable? Y que los protagonistas busquen regresar a su propia línea temporal…

  12. ¿»Timecop» la «Casablanca» de Van Damme? Yo diría que ese puesto le corresponde a «Legionnaire» (Soldado de fortuna)

  13. Pingback: Time cops: dieciséis historias sobre policías del tiempo (Jot Down) | Libréame

  14. Wibbly-wobbly timey wimey…stuff

  15. Pingback: El ascenso a los infiernos de Jake Gyllenhaal - Jot Down Cultural Magazine

  16. Destinator

    Recomiendo Predestination, eso sí, aléjense aquellos que esperen acción, muy buena película que te atrapa, con sus agujeros de guión y demás pero que por lo menos te dejará un rato, un día o todo lo que tu quieres pensando en ella.

  17. Alexander

    Para los que ven anime, Steins Gate. Me quedé como loco al verla… Cuidado con CERN/SERN!

  18. «Por no mencionar al perro» y «El libro del día del juicio final», los dos de Connie Willis

  19. A mi también me encanto 11/22/63 y Predestination la vi este finde y es una divertida vuelta loca de la paradoja del abuelo, aunque el final se adivina bastante antes (no exactamente pero sí aproximadamente).

    En cuanto a policías y viajes en el tiempo tal vez «El mundo contra reloj» de Philip K. Dick. Son policías y en cierta manera viajan en el tiempo… hacia atrás. Un recurso apenas usado, por cierto. Solo en un pequeña novela española, «El Retroceso», he visto utilizar bien eso de viajar en el tiempo recorriendolo en sentido contrario.

    y Déjà Vu con Denzel Washington?

    esperamos la segunda parte, aunque no sea con policias exactamente

  20. Hay un guiño a El sonido del trueno, película que a pesar del descalabro de su producción es entretenida, y juega con ese efecto mariposa con una teoría de ondas temporales bastante verosímil para crear fases de cambio temporal por inmiscuirse en el pasado.
    Falta mención a uno de los mejores personajes del sXXI Desmond Humme de Perdidos, los capítulos protagonizados por él son magistrales, capítulos como «Ráfagas ante sus ojos»y sobre todo «LA CONSTANTE» que para mi es no solo el mejor capítulo de viajes en el tiempo, en este caso la mente de Desmond, sino el mejor capítulo que haya visto de cualquier serie hasta hoy. Un 10 una historia de ciencia ficción auto conclusiva en 40 magistrales minutos que alcanzan la verosimilitud y la redondez narrativa.

  21. Pingback: Lo mejor y lo peor de El Ministerio del Tiempo - Jot Down Cultural Magazine

  22. Pingback: Regreso al Ministerio del Tiempo (III). | Hipermediaciones

  23. Hola!
    Me ha encantado el articulo, porque me encanta el tema, deciros q me habeis metido el gusanillo de leer la de stephen king, 11/22/63. Me gustaria añadir alguna mas en un tono mas comico, como podrian ser la de Futurama, el cap de la 7 temporada en que inventan la máquina pars ir 1 min al futuro. Me parece tremendamente bueno.
    Volviendo al artículo, y mas en concreto a los comentarios, quería coincidir con un compañero que hablaba de fringe y White tulip como una maravilla, la serie en si es maravillosa y ese capítulo es INCREÍBLE! me encanta! y darle las gracias al articulista por recordarme a sam y sus saltos en el tiempo.. esa serie la veia siendo un niño en la Tvg.. no me acordaba cssi de ella.

  24. Pingback: 'Terminator': ¿el destino es como una caja de bombones? - Jot Down Cultural Magazine

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