La muerte de Roy Tarpley el 9 de enero de 2015 no sorprendió a nadie. A sus cincuenta años, Tarpley llevaba ya mucho tiempo luchando con problemas hepáticos, producto sin duda de sus años de excesos durante los ochenta y primeros noventa. Estrella de los Dallas Mavericks que llegaron a la final de la Conferencia Oeste en la temporada 1987/88 y se quedaron a un partido de eliminar a los Lakers de Magic Johnson, Tarpley siempre tuvo esa aura de «jugador maldito» ganada a base de suspensiones y suspensiones por el abuso del alcohol y las drogas
Recordando su figura, Norm Sonju, general manager de aquel mágico equipo que reunió a Tarpley con Derek Harper, Rolando Blackman, Mark Aguirre y Sam Perkins, no podía evitar hacer referencia al uso, según él extendidísimo, de la cocaína, no solo en la NBA sino en el deporte profesional en general. El talentoso pívot tuvo que abandonar en dos ocasiones la mejor liga del mundo para recalar en Grecia a golpe de talonario y aún se vio obligado a mendigar por ligas menores asiáticas en sus últimos años. Siempre dio la sensación de que podía comerse el mundo pero nunca puso el empeño ni la disciplina necesaria para conseguirlo.
Su muerte tan joven, ya digo, se interpretó como el peaje a pagar cuando la oveja se descarría.
Más sorprendente, sin duda, fue la noticia del fallecimiento de Jerome Kersey. A Kersey no se le conocía mala vida anterior, antes al contrario: fue un excelente profesional, polivalente alero reconvertido ocasionalmente a ala-pívot en los Portland Trail Blazers que llegaron a las finales de 1990 y 1992, cumplió un rol más físico en Los Angeles Lakers y se dio el gusto incluso de ganar un anillo de campeón, ya veterano, en 1999, con los San Antonio Spurs.
Kersey era un atleta sensacional, rápido para su estatura y de un prestigio consolidado en la liga. Entró en el hospital para una operación rutinaria de rodilla y a la semana siguiente fallecía en ese mismo hospital por un coágulo pulmonar. La versión oficial fue que el coágulo se había formado en el muslo durante la operación y había viajado por el cuerpo hasta llegar a los pulmones, causándole la muerte. Este tipo de complicaciones son relativamente habituales en pacientes con problemas de circulación, pero no dejaba de ser una tragedia: Kersey tenía cincuenta y dos años y el médico que le asistió, el doctor Lewman, no descartó que el coágulo estuviera antes incluso de la operación. «Es algo habitual en gente de vida sedentaria», apuntó.
Dos muertes de legendarios jugadores de finales de los ochenta y principios de los noventa en menos de un mes resultaban chocantes. Ambas tenían explicaciones muy distintas, pero llamaban la atención en una liga poco acostumbrada a lidiar con la muerte prematura de sus exjugadores. Según estadísticas oficiales del propio Gobierno de Estados Unidos, la expectativa de edad en hombres de ese país está en los 77,4 años. Aunque la cifra baja a 67 entre los deportistas de élite y alcanza unos dramáticos 58 años entre los jugadores de la NFL —cifra posteriormente matizada por el prestigioso blog de estadísticas fivethirtyeight.com—, la NBA presenta unas cifras alentadoras, con una media de supervivencia fijada en los 81 años.
Teniendo en cuenta que una altura excesiva y el peso que ese tipo de constitución suele acarrear ya son factores negativos de por sí, es una cifra esperanzadora y parece demostrar que, pese a excepciones como el citado Tarpley, el exjugador de la NBA tiende a cuidarse y a llevar una vida sana y longeva. O al menos eso había sucedido hasta ahora, porque solo diez días después de la muerte de Kersey, otra estrella de los noventa fallecía sin haber cumplido siquiera los cuarenta y nueve años: el exjugador de los New York Knicks, Anthony Mason.
Infartos fuera y dentro de la cancha
El descuido de Mason había sido evidente en los últimos años. Gonzalo Vázquez, probablemente el mejor analista de la NBA que tenemos en España, ya apuntó en un artículo lo «difícil de rodear» que era Mason. En sus tiempos como jugador de los Knicks y los Hornets destacaba por lo contrario: era un jugador fibroso, muy musculado, relativamente ágil para su estatura, lo que le permitía ocupar la posición de point forward, es decir, un alero que puede hacer las funciones de base en determinados momentos, dirigiendo desde fuera el ataque del equipo para luego ir al poste bajo y hacer el trabajo más sucio.
Mason tuvo su momento de gloria en la NBA, como Starks, Ewing, McDaniels y compañía, cuando los Knicks se quedaron a un lanzamiento de ganar el campeonato de 1994 ante los Houston Rockets. El resto de su carrera fue de un nivel bastante alto para lo que se esperaba de él cuando llegó a la liga como número 53 del draft en 1988, pero sin el brillo que se le ha querido dar después de su muerte. Un buen jugador con serias limitaciones que cumplió su papel.
El sobrepeso al que aludía Vázquez en su artículo le llevó hasta los 158 kilos para un hombre que apenas superaba los dos metros. El 23 de enero de 2015, gordo como un demonio, aparecía sonriente en un vídeo de YouTube para someterse a una entrevista sobre su carrera. Le costaba respirar así que su dicción dejaba mucho que desear pero tampoco era una imagen patética, de luchador de la WWE completamente pasado de esteroides. Poco más de dos semanas después de aquella intervención, el 11 de febrero, Mason ingresaba en el hospital para la revisión rutinaria de unos problemas cardíacos que llevaban años atormentándole. Justo antes de entrar a la prueba sufrió un infarto masivo.
En sus últimos diecisiete días de vida, Mason tuvo que pasar por cuatro operaciones a corazón abierto, alguna mejoría y una última recaída que le provocó la muerte el 28 de febrero.
Las enfermedades de corazón son relativamente habituales entre los jugadores de élite. Algunos lo han pagado con la vida incluso cuando estaban en activo, como Reggie Lewis, jugador de los Celtics que falleció en el verano de 1993 después de haber caído desplomado meses antes en un partido de play-off. Algo parecido le sucedió en 2011 a Robert «Tractor» Traylor, el inmenso pívot de 130 kilos que, después de una carrera NBA más que digna, decidió retirarse en Puerto Rico, pese a llevarse consigo un sobrepeso importante y una operación de aorta practicada en 2006. Hank Gathers o Jason Colliers son otros nombres a añadir a esta lista de víctimas inesperadas.
Otros jugadores tuvieron más suerte y sus problemas se les detectaron a tiempo. Son los llamados «Zipper Brothers», asociación que ayuda a integrarse en una nueva vida a aquellos profesionales que han tenido que abandonar el deporte de un día para otro por sus problemas cardíacos. Entre ellos, nombres ilustres como los de Fred Hoiberg o Chris Wilcox, más otros que sí consiguieron volver a jugar después de un tiempo como Channing Frye, Ronny Turiaf o Jeff Green.
La aparición de tres casos de muerte repentina tan seguidos obligó a los expertos a mirar atrás, pero atrás, como decíamos, no había tantos antecedentes, o no al menos entre jugadores con una carrera establecida: en 2007, Dennis Johnson, mítico base de los Boston Celtics durante sus años de apogeo en los ochenta, falleció a los cincuenta y dos años de un ataque al corazón mientras entrenaba a los Austin Toros en la D-League, la segunda división, por así llamarla, del baloncesto profesional estadounidense. Un año más tarde fallecía Kevin Duckworth, pívot de aquellos Blazers en los que destacó Kersey durante casi una década. Tanto Johnson como Duckworth compartían un cierto abandono físico, algo habitual cuando dejas la disciplina del deporte de élite. De hecho, el pívot superaba los 150 kilos el día de su muerte, con solo cuarenta y cuatro años.
No era ese el caso de Orlando Woolridge, estrella de los Bulls y los Lakers en los ochenta y que se pasó por el baloncesto europeo en los noventa para acabar su carrera. Woolridge falleció a los cincuenta y dos años después de sufrir su segundo infarto en menos de un año, producto de una cardiopatía crónica diagnosticada al poco de retirarse. Nada apuntaba esta vez a un abandono físico pero sí teníamos un pasado peligroso: en 1988, Woolridge fue apartado de la NBA durante unos meses por problemas de consumo de cocaína, la droga que, según Norm Sonju, campaba a sus anchas en la liga durante aquella década.
La flexible política antidopaje de la NBA y la denuncia de Derrick Rose
La muerte, incluso la coincidencia en el tiempo de varias muertes, no necesita de una explicación razonable. Nadie puede asegurar que cada deportista que muere antes de los cincuenta años o en torno a esa edad ha tenido relaciones con esteroides o cocaína u otro tipo de sustancias como la hormona de crecimiento. Otra cosa es que se deba investigar los años que algunos expertos llaman del «salvaje, salvaje Oeste», es decir, los últimos ochenta y los primeros noventa.
El problema no es de dopaje en el sentido estricto de la palabra sino de la falta de conciencia en las grandes ligas profesionales de que el uso de determinadas sustancias podía ser fatal para la salud. Los esteroides invadieron el mundo del fútbol americano, el del béisbol —aún siguen en la memoria los casos de Mark McGwire, Barry Bonds o más recientemente A-Rod, la estrella de los Yankees—, siguieron haciendo estragos en el wrestling profesional, donde se hizo popular el chiste «si no das positivo por esteroides, te puedes dar por despedido» y por lógica tuvieron que formar parte de los métodos de preparación de determinados jugadores de la NBA, especialmente cuando el juego se hizo más sucio, más duro, más físico, a principios de los noventa.
La postura de la liga al respecto ha sido la esperable en una empresa obsesionada con el buen nombre de su marca: negarlo todo. Cuando el Congreso, alarmado ante la avalancha de casos de abuso de esteroides en la MLB y la NFL, llamó en 2005 a los comisionados de las cuatro grandes ligas profesionales y les preguntó por sus políticas antidopaje, Stern no solo negó el uso de anabolizantes o esteroides en la NBA sino que recurrió al mantra habitual en este tipo de deportes: «Nadie tomaría esas drogas en un juego donde lo importante es la rapidez y la agilidad».
Es una chorrada enorme pero que oímos muchas veces, también aplicada por ejemplo al fútbol. Las sustancias dopantes, y también los anabolizantes, esteroides u hormona de crecimiento, asociadas generalmente a monstruos del culturismo, la halterofilia o la lucha libre profesional, no solo te ponen más fuerte sino que ayudan a tu recuperación. En cualquier caso, aunque solo te pusieran más fuerte y te ayudaran a ganar masa muscular, ¿cómo negar que eso es vital para un pívot que tiene que defender su aro y atacar el contrario ante moles de 120 o 130 kilos?, ¿cómo alegar una presunta «pérdida de velocidad» cuando los esteroides han sido durante décadas la sustancia favorita de los corredores de cien metros?
Sobre la política antidopaje de la NBA se habla poco y mal. Por ejemplo, en Europa se suele insistir en el tópico de que los equipos estadounidenses que participan en Juegos Olímpicos no pasan controles. Es mentira. Los pasan como cualquier otro atleta que esté bajo el control de la USADA y el COI. El problema es precisamente cuando no están bajo ese control, es decir, cuando quedan al amparo de su propia liga. Después del paripé del Congreso, Stern instaló una política de controles aleatorios… que solo se podía hacer a los rookies. Los demás profesionales solo tenían que pasar por un par de controles, normalmente en la pretemporada, y sobre aviso.
Después del caso BALCO y el escándalo de Lance Armstrong, la NBA cambió de nuevo su política en 2011: todos los jugadores —novatos o no— tienen en la actualidad que pasar por cuatro controles aleatorios durante la temporada y dos durante el verano. Teniendo en cuenta que esos controles son solo de orina —el sindicato de jugadores se ha opuesto durante años a que haya controles de sangre por considerarlos «invasivos»—, que los elegidos no tienen que informar de su paradero con lo que hay que avisarles con tiempo suficiente como para poder limpiar cualquier sustancia prohibida de su organismo, y que muchas sustancias como EPO, hormona del crecimiento o determinados tipos de esteroides ni siquiera son detectables en los análisis, lo sorprendente es que haya jugadores que aun así den positivo: desde 2000, eso sí, solo diez, entre ellos dos europeos —Hedo Turkoglu y Nick Calathes— y solo una verdadera estrella, Chris Webber, que recibió en 2004 una sanción de cinco partidos.
Según Lloyd Baccus, responsable médico de la liga en 2005, en los seis años anteriores a su comparecencia ante el Congreso habría habido hasta veinte casos de positivo «condonados» por el comisionado, según Baccus por tratarse principalmente de ingesta de «pseudoefredina», una sustancia que se encuentra en buena parte de los antigripales que se venden sin receta en supermercados de Estados Unidos. La identidad de esos veinte amnistiados no trascendió en ningún momento.
En el cambio, al menos cara a la galería, de la política antidopaje de la NBA tuvieron que ver dos factores aparte del caso Armstrong: por un lado, determinados periodistas como Henry Abbott, de la ESPN, empezaron a investigar y a pedir aclaraciones. Sin generalizar, sin culpar a nadie de manera gratuita, simplemente destacando lo obvio: si estas sustancias están en todos los deportes, mejoran el rendimiento y hay casos de jugadores que han dado positivo incluso en controles tercermundistas… es ilógico pensar que son casos aislados.
Por otro lado, en mayo de 2011, la revista oficial de la ESPN incluyó una entrevista con Derrick Rose, recién nombrado MVP de la liga, en la que calificaba el problema de los esteroides con un siete sobre diez y matizaba: «Es un problema enorme, necesitamos cuanto antes que esto acabe y todos compitamos en iguales condiciones». La entrevista había tenido lugar en noviembre, así que a Rose le pilló con el pie cambiado, en medio de los playoffs, y solo pudo emitir un comunicado algo confuso en el que negaba haber hecho esas declaraciones para luego admitir que si por algún casual las había hecho sería porque no había entendido bien la pregunta. La NBA y el capitán de los Heat de Miami, Dwyane Wade, salieron inmediatamente a los medios a dar la misma versión: «Nunca hemos visto a nadie ni hemos oído a nadie hablar de esteroides en esta liga».
Los últimos casos: Christian Welp y Jack Haley
En ese debate estábamos cuando el 1 de marzo de 2015, un cuarto exjugador de la NBA de los ochenta y noventa fallecía de un infarto en Hood Canal, cerca de Seattle. Se trataba del alemán Christian Welp. Por su nacionalidad y al haber jugado casi toda su carrera en Europa, el caso de Welp se trató como una cuestión europea, alejada de los problemas estadounidenses, pero ese enfoque no es exacto: Welp llegó a la NCAA de adolescente gracias a la recomendación de Detlef Schrempf y sigue siendo a día de hoy el máximo anotador de la historia de los «Huskies» de la Universidad de Washington.
Elegido en primera ronda del draft por los Sixers, la carrera de Welp en la NBA fue anecdótica por una grave lesión de rodilla que le obligó a volverse a Alemania a los tres años. Con todo, él siempre se sintió americano. Como decía en una entrevista: «Juego en Alemania, pero vivo en Seattle, me siento de Seattle. Cojo un vuelo a Europa el día antes de que empiecen los entrenamientos y me vuelvo el día después de acabar la temporada. Mi vida está aquí». Las circunstancias de la muerte de Welp no coinciden ni con un abuso previo de drogas de ninguna clase ni con un marcado abandono físico. Tenía cincuenta y un años.
Por si cuatro muertes en dos meses eran pocas, a los dieciséis días llegó la quinta y hasta el momento última: la de Jack Haley, el carismático jugador de Bulls y Lakers entre otros equipos. Haley era también un jugador interior, como Tarpley, como Duckworth, como Welp y como Kersey en el final de su carrera. Nunca fue nada parecido a una estrella pero se ganó un cierto prestigio como hombre carismático, alegre, de los que «hacen equipo». Participó en videoclips y películas durante los noventa, agitó la toalla durante la temporada en que los Bulls de Jordan y Pippen fijaron el récord de victorias en setenta y dos partidos, y se le conoció sobre todo como «el canguro» de Dennis Rodman.
Rodman y Haley se habían conocido en San Antonio e inmediatamente se hicieron íntimos amigos, con lo que ello significa. Haley, más cerebral y más práctico que Rodman, fue clave a la hora de convencer al errático reboteador de los Bulls de que no era buena idea dejar la final de 1996 ante Seattle después del quinto partido. «Imagínate la fiesta que te vas a perder» fue el argumento que convenció al «Gusano», que se fue a los diecinueve rebotes —once en ataque—, nueve puntos y cinco asistencias en el sexto partido, lo que le dio a los Bulls el cuarto de sus seis anillos.
Haley era un relaciones públicas y lo seguía siendo a los cincuenta y un años, cuando de nuevo un infarto acabó con su vida. Siempre sonriente, en forma, parecía lo más alejado a la figura del exjugador profesional que se consume tras la retirada y acaba con aspecto de homeless en el skid row de Los Ángeles. Su muerte fue traumática por el enorme cariño que le guardaban aficionados y compañeros… y por la propia acumulación de tragedias. El debate se hacía ya inaplazable.
¿Casualidad o causalidad? Investigación, al menos
Cinco muertos en dos meses y medio son muchos, eso está fuera de toda duda. Merece una investigación. El propio Gonzalo Vázquez comentaba el otro día en Twitter: «La cosa está tan fina ahora mismo que estamos a una sola muerte de romper amarras. Tal cual». Lejos de la intención de este artículo el culpar a los muertos de su propia desgracia. Sería injusto y acelerado. Sí conviene, sin embargo, ser precavidos e investigar qué pasó exactamente en esos años de finales de los ochenta y principios de los noventa, cuando los medicamentos avanzaron mucho más allá de la propia medicina y el control de las autoridades fue prácticamente nulo.
Con todo, la NBA mantiene su prestigio y una esperanza de vida envidiable. Nadie quiere que esto acabe como la WWE, donde los datos son escalofriantes: en lo que va de siglo, treinta y dos de sus luchadores han fallecido antes de cumplir los cincuenta años por ataques al corazón o sobredosis de fármacos, entre ellos el exjugador de baloncesto argentino Jorge «El Gigante» González. Si fueron testigos del fenómeno televisivo que supuso el Pressing Catch en España a principios de los noventa, seguro que se acuerdan de El Último Guerrero, Terremoto Earthquake, British Bulldog, El Poli Loco, Mr. Perfecto, Randy Savage, Dino Bravo o Malas Noticias Brown. Veinte años después, todos están muertos.
Descontando la WWE, la revista Prowrestling cifra en doscientos setenta y ocho los luchadores profesionales que han muerto en lo que llevamos de siglo, casi los mismos que en todo el siglo anterior, con picos de treinta muertos por año, como en 2007, o treinta y uno en 2009, una incidencia siete veces mayor que en el resto de profesiones estadounidenses.
La NBA nunca ha sido la WWE, en eso estamos de acuerdo. Los infartos prematuros no solo afectan a los deportistas, en eso también estamos de acuerdo y ahí están los desgraciados casos de Moncho Alpuente y Pedro Reyes en menos de una semana. Lo irresponsable, sin embargo, sería no investigar, no echar la mirada atrás a los años en los que estos jugadores destacaron y averiguar hasta qué punto determinadas sustancias se convirtieron en un apoyo demasiado habitual, no ya para hacer trampa sino como algo normal, que toma todo el mundo, y que ni siquiera estaba penalizado por la propia liga.
Quizá eso evite que esta sangría continúe o quizá esta sangría ya ha parado y no se repetirá porque ha sido todo una enorme casualidad. Ojalá estemos ante la segunda opción. En cualquier caso, una investigación al respecto nunca sobra.
Muy interesante articulo.
Sera de verdad todo esto fruto de las épocas oscuras de la NBA? Los 80 tienen esa mezcla extraña de los mítico de los grandes jugadores (Magic. Bird, Jabbar) con lo oscuro de los excesos. Lo que no sabemos es si los excesos fueron mas de los que se contó y si es cierto que Stern y cia han ocultado mucho. Lo que si es cierto es que la NBA ha hecho mucho por intentar corregir los malos hábitos de los jugadores y existen clausulas contractuales que prohíben expresamente lo que antes no se prohibía. Sera sincero o de cara la galería?
¿Qué fue la oleada de muerte súbita en campos de fútbol?¿se ha investigado, ha hablado alguien,…?¿por qué nadie dice que ahora no pasa, qué ha cambiado? El deporte se ha convertido en una competición de laboratorios. Los deportistas, que son los conejillos de indias, no hablan, los periodistas, que saben lo que pasa, tampoco porque tienen que vender. Sanciones de 5 días, investigaciones de broma,… Hay una burbuja impermeable de autocensura y negocio que impide que se sepa lo que pasa.
Rose tuvo el valor de hablar claro cuando estaba arriba, eso no lo hace casi ningún deportista. Rectificó luego por obligación pero hizo que se hablase del tema, si más jugadores importantes le hubiesen apoyado en lugar de cagarse se habría hecho algo y no habría tenido que rectificar para que no se le echara encima toda la nba y la prensa.
Al ver futbolistas desplomados te viene la imagen de aquella noticia de competiciones de bueyes dopados a los que les estalla el corazón. Mirar para otro lado es lo mejor, la ignorancia es la felicidad. Sigamos con el buenrollismo de juego limpio y saludable, que el negocio no se pare.
No estaría de más dar un dato que nos diga si realmente los jugadores NBA se mueren con más frecuencia en los 50 años que el resto de la población. Quizá así no todo el artículo sería especulación.
Muy interesante. Por mi parte, no me creo q en el fútbol de elite no haya dopaje, sobretodo viendo la pasta q mueve y el ejemplo de la juventus. Por cierto, soy futbolero
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Petrelli da en el clavo. El caso de Jerome Kersey es una complicación que puede ocurrir en un postopertorio de una cirugía ortopédica de rutina (me dedico a este tema). Habría que comparar con la población general, hasta entonces…hipótesis o especulación. Muy buen artículo por otra parte. Gracias.
No hay nada de casualidad en los fallecimientos sobre la cincuentena en casos de deportistas de élite. Durante mucho tiempo, y quien sabe como está realmente la situación ahora, se buscan todas las opciones para mejorar el físico y el rendimiento. En el atletismo, que creemos que es una disciplina muy vigilada por los grandes escándalos de doping, sólo hay que entablar cierta confianza con practicantes de cierto nivel y te contarán las andazas de nombres que hoy se consideran leyendas vivas del deporte del tartán en los mítines para conseguir suculentos premios a cualquier precio. Cuando llegan los mundiales y juegos olímpicos de turno no hay más que ver como las marcas bajan ostensiblemente, debido al parón en el uso de tales sustancias.
http://casaquerida.com/2015/03/31/banderas-de-nuestros-muertos/
Y el coágulo en el pulmón de Chris Bosh? esperemos que se recupere y no tenga consecuencias negativas en el futuro.
No estaría mal mencionar que los Afroamericanos tienen problemas congénitos de alta presión arterial y problemas coronarios incluso si no son deportistas profesionales.
Vamos, digo yo si es que se pretende hacer un articulo serio y no un cotilleo de portera, que es lo que hay aquí. Tratais de buscar algo que una la muerte de ex atletas sobre los 50 y no dais con más explicaciones que consparanoias. Por supuesto que el uso de coca,alcochol y anabolizantes no ayuda, pero hay mil formas de explicar estas muertes sin hablar de la «conspiracion de la drogaina» de la que hablais.
Problemas congenitos, abusos, el hecho de pasar de forzar el cuerpo al máximo para tenerlo en forma, a descuidarlo completamente… y por supuesto los abusos de antiflamatorios, y demas medicinas «legales»…
por lo menos hay que tocar todo esto para hacer un articulo minimamente decente… pero claro, mejor tirar por sensacional.
El artículo peca bastante de pacato. Quienes seguimos la NBA desde finales de los años 70, lo vemos clarísimo. Hace 30-40 años, los baloncestistas eran jugadores espigados. Hoy casi todos son moles infladas de músculos…y esa musculatura no se consigue de manera natural en un gimnasio. El que no quiera verlo es que está ciego.
En el gimnasio al que voy, estamos la mayoría, que hacemos aparatos, y aparte el club de los dopados, sus cuerpos nada tienen que ver con los nuestros. Nosotros tenemos los musculitos vintage de Julius Erving, y ellos los musculazos de Dwight Howard.
No olvidar que el consumo de medicamentos legales recetados por médicos a la población general es la segunda causa de muerte en usa .