En 1995 se estrenó El celuloide oculto, un entretenido documental, basado en un libro de Vito Russo, que revisitaba el interior de los armarios de Hollywood en épocas en las que, por alguna razón inexplicable, era difícil para la comunidad global aceptar que hay gente que se divierte llevándose al colchón a otra gente que tiene el mismo pack de complementos a la altura de la cintura. La película recorría cintas clásicas, anécdotas de celebridades y libretos denunciando que el prototipo de gay, lesbiana o transexual que vendía la industria del cine era en la mayoría de las ocasiones el de una persona psicópata que te pregunta si te apetece una cabalgada mientras canta «Goodbye horses» en el sótano de su casa con los huevos entre el cascanueces. O en el mejor de los casos alguien cuya orientación sexual le condenaba a una muerte horrible: la cinta recopilaba escenas en las que los personajes gais eran recompensados con epílogos tan sutiles como aquel árbol que caía sobre la bollo interpretada por Sandy Dennis en La zorra de 1967. Pero el documental también se divertía revisitando personalidades cuya brújula sexual conocemos hoy en día, como ese Rock Hudson en una escena de Confidencias de medianoche encarnando a un galán que fingía un amaneramiento tópico para putear a una dama, logrando coreografiar un pasodoble demencial entre las aceras: el de un actor gay que se hacía pasar por hetero a los ojos de la sociedad de la época interpretando momentáneamente en la ficción a un ligón hetero haciéndose pasar por gay a los ojos de otro personaje.
Lo más interesante ocurría cuando El celuloide oculto se dedicaba a rebuscar entre las líneas, cuando señalaba las escenas de vaqueros hablando de relojes y mujeres, o al par de caballeros en el jacuzzi de Espartaco charlando sobre gastronomía y lo adecuado de merendar caracoles, ostras o ambas cosas. Porque entonces aparecía en escena Gore Vidal, uno de tantos guionistas que se encargaron de Ben-Hur y la liaba al hablar de la película de las cuadrigas. Vidal reconocía haber recibido la orden del director del aquel film (William Wyler) de taponar un llamativo agujero del guión: el hecho de que no existiera una razón lógica para que los personajes de Judah Ben-Hur (Charlton Heston) y Messala (Stephen Boyd) pasaran de ser amigos de la infancia a enemigos a muerte. El guionista optó por lo visceral y propuso adjudicar a Ben-Hur y Messala un pasado como amantes gais, un desliz adolescente que un Messala con ganas de mambo intentaba retomar para descubrir que Ben-Hur ahora le hacía la cobra, justificando con el despecho del rechazado aquel trayecto desde el amor al odio. El guionista afirmaba que tras consultar con productor, director y uno de los actores implicado (Boyd) se dio por válida la idea y el personaje de Messala recibió la orden de actuar frente a Heston como si estuviese enamorado del personaje, haciéndole muchos ojitos. Por otro lado, como Heston tenía pinta de tener bastante estrechos los pasillos de la tolerancia —y también de cambiar de canal de la tele disparando con un rifle— se acordó utilizar una técnica diferente a la hora de informarle sobre el trasfondo bisex de su personaje: nadie le dijo nada de aquello.
Cuando se pudo ver El celuloide oculto, la entrevista a Vidal llegó a gozar de la suficiente repercusión como para provocar que Heston redactara una cabreadísima carta pública al guionista en la que afirmaba que la mera insinuación de un Ben-Hur con ganas de agarrar algo con mango que no fuese la espada le sacaba de sus casillas («irritates the hell out of me»). Desde aquel momento, y hasta que la muerte los separó, guionista y actor jugaron al tenis con los «Señora, no invente» y las acusaciones particulares. Que la anécdota de Vidal sea cierta o no importa poco a estas alturas, aunque es muy divertido revisitar ciertas escenas de Ben-Hur teniendo en cuenta ese contexto. Lo curioso es que la cabeza de Heston comenzara a hervir cuando se insinuó que no tenía ni idea del papel que estaba interpretando realmente. Como si no existiese una tradición nutrida de actores que estaban totalmente equivocados sobre lo que estaban haciendo ante las cámaras.
Actores que no sabían lo que estaban haciendo
Stanley Kubrick, famoso por putear a sus actores hasta el extremo, decidiría tras ver El rostro impenetrable contratar a Slim Pickens para interpretar al mayor Kong en Teléfono rojo ¿volamos hacia Moscú? Lo simpático del fichaje es que Pickens facturaría su trabajo sin haber leído más allá de las páginas del guión correspondientes a las escenas en las que participaba, una técnica ideada por Kubrick para mantener al actor completamente ajeno al género de la película y así tratar de extraer de él una interpretación más pura. Es decir, que nadie le dijo a Pickens que la película era una comedia para que este mantuviera el tono serio. Otra cinta de Kubrick que también jugaría a esconder bajo la mesa el género de cara a uno de sus protagonistas era El resplandor: Danny Lloyd, el niño del pedaleo incesante, vivió la filmación totalmente ajeno al hecho de que participaba en un film de terror. Ni siquiera llegaría a ver la película completa hasta que tuvo dieciséis años y unos amigos decidieron alquilarla en un videoclub para reírse del peinado de su colega durante la etapa protozoo. Lloyd en la actualidad es un profesor y granjero de cuarenta años cuyos recuerdos del rodaje incluyen a dos gemelas muy simpáticas y educadas, y a un Jack Nicholson que hacha en mano simulaba hacer el indio armado con un tomahawk para sacarle unas carcajadas durante las pausas del rodaje.
Peter O’Toole, John Gielgud, y muy probablemente el reparto completo de la miserable Calígula asegurarían en su momento que no tenían ni idea de que la película incluiría escenas de sexo explícito. Algo que en realidad era culpa de Bob Guccione, fundador de Penthouse, quien para aliviar los problemas económicos que padecía el rodaje de la cinta propuso a Tinto Brass y Gore Vidal (el mismo de Ben-hur, sí) financiar el desastre a cambio de insertar más violencia y pornaco. Guccione se atrincheró en la sala de edición para plantar pequeños insertos de hardcore sex y de paso joder el resto del metraje introduciendo escenas que habían sido eliminadas y desordenando el orden lógico de otras tantas. Brass y Vidal renegaron del film y una actriz y modelo de Penthouse, Anneka Di Lorenzo, demandó a Guccione por considerar que transformar la cinta en una película X había hundido su carrera. La chavala ganó el juicio y fue indemnizada con cuatro dólares, literalmente.
La secuencia más fabulosa del Alien de Ridley Scott, aquella donde el bicho decide presentarse formalmente en sociedad atajando por las tripas, también jugó durante su concepción a engañar al reparto. En el guión suministrado a cada uno de los actores la única aclaración sobre lo que ocurriría durante dicha escena era un parco «Esa cosa emerge» acompañado de la línea de diálogo «Ohmygooaaaahh»[sic] exclamada por el personaje de John Hurt. «Esa cosa» era algo que los chicos del reparto aún no habían tenido el placer de conocer con calma más allá de la idea de que la criatura parecía un pene con dientes. Scott preparó el decorado a espaldas de los figurantes situando a Hurt sobre una mesa trucada. A continuación el casting entró en el set con un enjambre detrás de las orejas al ver a todo el equipo de cámaras cubierto con chubasqueros y percibir el olor de restos de carnicería y pescadería que serían utilizados como coloridas entrañas. Sigourney Weaver y compañía rodarían una primera toma en la que el pecho de Hurt sufría una serie de convulsiones sangrientas, y los actores, tras comprobar que quizá no había demasiado por lo que preocuparse, se relajaron un poco. Pero Scott lo había planeado todo para que el reparto se confiara tras la toma de contacto, y cuando grito «acción» de nuevo un chorro sangriento sorprendió a los actores acompañando la aparición del chestburster. Veronica Cartwright gritó de terror y besó el suelo al recibir la ducha de hemoglobina mientras los demás desparramaban los nervios y se agobiaban bastante. Como consecuencia de todo esto las cámaras lograrían captar unas reacciones exquisitamente naturales ante el horror sanguinolento, y al equipo de vestuario le tocaría lavar varios pantalones. No solo los bípedos serían víctimas de la búsqueda de realismo del director: en una secuencia distinta, para conseguir que el gato Jones erizase el lomo con total naturalidad ante la manifestación alienígena, el realizador le plantaría al felino un pastor alemán delante del hocico.
El director Bryan Singer hizo creer a cada uno de los actores principales de Sospechosos habituales que su personaje era el legendario Keyser Soze, una pieza clave de la película cuya identidad era la gran revelación final. Cuando el casting pudo ver la película completa todos menos Kevin Spacey se llevaron un chasco importante y Gabriel Byrne en particular entró en modo berserker con Singer y acabó arrastrándolo a la calle para discutir lo mucho que le agradaba cómo se la había colado.
Lo de Bill Murray con Garlfield tiene delito; el ilustre cazafantasmas firmó a ciegas el acuerdo para ponerle voz al gato de Jim Davis tras ojear solo un par de páginas del guión que le fue remitido. La razón para aceptar con tanta celeridad la propuesta se encontraba en la primera hoja de aquel libreto: el actor leyó el nombre del coautor del texto y decidió que sería una gran idea trabajar en algo que esa persona hubiera parido. Cuando tocó entrar al estudio de grabación un Murray asombrado por la escasa calidad de los diálogos pidió asomarse al metraje de la película para corroborar que aquello era realmente un accidente cinematográfico. En esas estaba cuando volvió a revisar la firma de la primera página del guión y se cagó muy fuerte en todo: «Joel Cohen». A Murray le ocurrió lo que a la mayoría del pueblo llano, que había travestido el apellido de los famosos hermanos directores de Muerte entre las flores vistiéndole con la hache intercalada que lucía en el apellido el cantante canadiense ese que es el alma de las fiestas. La realidad era que el tal Joel Cohen no tenía nada que ver con el Joel Coen que era papá del Nota. Y la anécdota explica en parte por qué Murray interpretándose a sí mismo en Zombieland utiliza sus últimas palabras para decir que lo único de lo que se arrepiente en esta vida es de Garfield. Pero no aclara por qué se apuntó a vestir de nuevo el pelaje de gato naranja en Garfield 2.
Mel Brooks a mediados de los setenta perpetró Sillas de montar calientes, una comedia absurda de vaqueros que alardeaba de ser pionera en introducir el sonido de una flatulencia (varias en realidad) en la historia del cine. Para el tema musical principal de la película Brooks publicaría un anuncio solicitando una voz capaz de imitar a Frankie Laine, un conocido cantante especializado en interpretar las tonadillas de créditos de los westerns, y resultó que el propio Frankie Laine se presentó en su despacho preguntando por la oferta de trabajo. Brooks decidió no explicar al cantante que en realidad entonaría la banda sonora de una parodia del cine del Oeste por miedo a que el hombre se saliese del proyecto; no en vano John Wayne ya había declinado participar con un cameo por considerar la película demasiado sucia. Laine grabó la canción que se convertiría en el tema principal poniéndole mucha pasión y creyendo que estaba cantando en otra clásica cinta de vaqueros.
Adrien Brody, el Manolete Hollywoodiense, se alistó a las tropas de La delgada línea roja de Terrence Malick con muchísima ilusión porque creía que el uniforme que le tocaba vestir era uno de los protagonistas importantes de la historia. Lo que no tenía tan en cuenta el joven Brody era la propia leyenda maldita de Malick, un director que tan pronto se tira veinte años entre el rodaje de una película y la siguiente (Días del cielo y La delgada línea roja) como se sienta sobre un petardo y factura cuatro films en cuatro años. Y alguien que también era conocido por entrevistarse hasta con el portero de su edificio para formalizar el casting: en lo que respecta al proceso de selección de su bélica locura, uno acabaría antes enumerando con qué actores no llegó a reunirse Malick durante la preproducción. Pero ante todo, el hombre del sombrero era un realizador que, tras ensamblar un reparto colosal (el cartel final de la película casi ni tiene sitio para tanto nombre conocido), gustaba de rodar una cantidad infame de metraje y, posteriormente, desechar la mayor parte del material en la sala de montaje mientras rebuscaba la película que realmente quería contar. Enredado en esos recortes andaba Malick cuando decidió que casi todas las líneas de diálogo de Brody y la mayor parte de su interpretación se irían a la papelera, quedándose el personaje reducido a un par de frases y una presencia secundaria. Contemplar el resultado final supuso un mazazo para aquel Brody que se había dejado los huesos durante el rodaje y ya había comenzado a ofrecer entrevistas promocionales presentándose como estrella destacada de la historia. Pero el suyo no sería el único desengaño doloroso de la línea roja: Mickey Rourke se esforzaría por clavar una interpretación de la que ni un solo fotograma llegaría hasta el montaje final (aunque se conservan a modo de escenas eliminadas en la edición Criterion), y lo mismo ocurriría con Bill Pullman y Lukas Haas. Billy Bob Thorton también sería contratado, en este caso para ejercer de narrador, grabar una épica parrafada de tres horas bajo la supervisión del director y descubrir finalmente que de aquel registro de audio no se utilizaría ni un solo minuto en la versión final de La delgada línea roja. Imdb asegura que Gary Oldman, Viggo Mortensen y Martin Sheen también tenían planos rodados que nunca llegaron al producto final, pero del primero se dice que ni siquiera pisó el escenario y de los demás no existen pruebas fehacientes de que hubiesen llegado a ponerse ante la cámara.
Sacha Baron Cohen es más listo de lo que parece; su base creativa tiene una concepción de humor clásica basada en tallar el gag, medir el ritmo y ordeñar lo absurdo de una situación concreta. Pero al mismo tiempo lo recubre todo con toneladas de cosas soeces sin pararse a dibujar líneas que limiten hasta dónde pueden llegar los chistes de penes y negándole la entrada a la discoteca al humor que calza las zapatillas del buen gusto. Quizá es un cómico inteligente que disfruta barnizándose con la brocha más gorda. Sus logros cómicos más hilarantes son aquellos en los que, disfrazado de uno de sus personajes, engaña a gente real que no es consciente de lo ficticio del juego para construir la broma. Para su famosa Borat localizó un pueblecito en Rumania llamado Glod (una palabra que por lo visto significa barro) y aterrizó en el mismo con su equipo, convenció a los habitantes de que su objetivo era la realización de un documental sobre las gentes del lugar y les pagó amablemente la participación con el dinero que encontró al limpiar los sofás de su casa. Cuando se estrenó la película los residentes de Glod descubrieron que en la pantalla su villa se transformaba en Kazajistán, país de origen del personaje Borat, y sus simpáticos pobladores en una pobre comuna mugrienta de prostitutas, médicos que practican abortos en chabolas y medios de transporte arcaicos. Enfurecidos por la tomadura de pelo, por haber participado en la misma a cambio del dinero que cuesta una bolsa de pipas, por el éxito del film y por sentirse diana de chistes crueles en todo el mundo, los habitantes de Glod se arrimaron a un abogado para llevar a Baron Cohen ante los tribunales y aquello se transformó en otra película televisiva a modo de documental real sobre la supuesta vileza del humorista: When Borat come to town.
Hasta que la muerte nos separe
Si resulta molesto para un actor el no saber realmente en qué está participando quizás es lógico aventurar que sería especialmente incómodo el no saber en que estará participando después de abandonar el mundo vivo. Porque en ocasiones ni siquiera la muerte es capaz de detener el proceso de casting.
En 1982 se estrenó Tras la pista de la Pantera Rosa. El detalle a tener en cuenta en esta obra es que su actor principal, Peter Sellers, llevaba dos años muerto y en esencia alejado de las pantallas de cine. Pero aquello parecía traérsela bien floja al director y todo el equipo, porque Tras la pista de la Pantera Rosa estaba construida como un Frankenstein incoherente, reciclando escenas descartadas y metraje de anteriores entregas de la saga del inspector Clouseau y evidenciando que daba un poco igual pisotear la lógica común: la edad de Sellers variaba visiblemente de un plano a otro y tanto el atrezo como la tecnología de las escenas saltaban entre décadas sin razón aparente si uno desconocía que se trataban de piezas sobrantes de varias películas. Para rematar el sinsentido algún listo decidió utilizar la técnica más idiota de rodar nuevo metraje protagonizado por el inspector: cubrir la cara de un doble con un vendaje sin venir a cuento. La última esposa de Sellers demandó a los creadores del film por considerar que insultaba a la memoria de su exmarido, y ganó.
El último gran héroe predeciría en una coña con un holograma de Humphrey Bogart que el futuro visitaría el cementerio con una pala digital y un saco de FX de ordenador. Superman returns tenía en plantilla, como padre de Superman, a un Marlon Brando que había abandonado el mundo de la gente que respira un par de años antes de la creación de la película. A Sky captain y el mundo del mañana le ocurría algo parecido: contaba en su reparto con un Laurence Olivier que llevaba quince años forrado de pino. Ambas resurrecciones habían sido patrocinadas por el combo entre material de archivo y el maquillaje del efecto especial por ordenador.
La cara anónima más conocida de Hollywood
Jenny Joseph trabajaba como artista gráfica en un periódico de Nueva Orleans cuando un amigo le presentó a Michael Deas, un pintor cuya obra había dado la vuelta por todos los Estados Unidos (era autor, entre muchos otros, de los retratos de Edgar Allan Poe y Marilyn Monroe que circulaban por el país en formato sello) y este propuso a la chica un pequeño y breve trabajo como modelo. Joseph aceptó y se encontró posando en las horas libres enredada en una sábana y sujetando una lámpara. El objetivo era completar un encargo de Columbia Pictures, y tanto el artista como la modelo declararían que en aquel momento no eran conscientes de cómo el fruto de su colaboración llegaría hasta las pantallas de cine. Joseph consiguió, con el único trabajo como modelo de su vida, convertirse en la cara anónima más conocida por los espectadores de todo el mundo. Porque sin saberlo estaba interpretando uno de los papeles icónicos del séptimo arte: aquellas sesiones de posados a la hora de comer dieron forma y rostro al personaje que probablemente haya participado en más películas durante la historia del cine, la mujer del logo de Columbia Pictures.
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Lo de Malick tiene delito del bueno, porque ese empeño en grabar horas y horas, como si no tuviera maldita idea del comienzo y el fin de sus ideas, no sólo deja cadáveres de metraje seguramente interesantes por el camino, sino la sensación de que el arte en el cine también se reserva a lo irreal, al mundo de lo onírico, al creador sin creación.
http://casaquerida.com/2015/03/31/banderas-de-nuestros-muertos/
Solo voy a dejar esto aquí http://www.cracked.com/article_20791_6-actors-who-thought-they-had-made-totally-different-movie_p2.html
O sea que, aquí, todos los temas que se desgranan están copiados por los colaboradores de Jot Down de otros artículos o libros foráneos; vaya, que no hay una auténtica investigación y erudición sobre los asuntos que se están tratando. ¿Es eso…?
Una pizca de opinión bien fundamentada, algún dato interesante recabado por el autor y bastante gracia en la escritura. Y gratis. No jodamos.
Vale, Cuevas…
Investigar es mayormente copiar, y la erudición sale de los libros. Que yo sepa.
No costaba nada citar las fuentes, igual muy bueno.
Guay, me ha gustado
Me he divertido muchísimo con el artículo, mis más sinceras felicitaciones, no sólo por las anécdotas si no también por la forma de redactar.
De los otros actores me lo creo, pero lo de Anneka Di Lorenzo es un poco absurdo teniendo en cuenta lo explícito de sus escenas, pero bueno si el juez le dio la razón…
Falta lo de la polculización de «El último tango en París»
Excelente artículo. Tengo una sola cosa que oponer: «Mel Brooks a mediados de los setenta perpetró Sillas de montar calientes». No creo que se pueda decir que la perpetró, fue una de las comedias pioneras del humor absurdo, es divertida y además, porqué no decirlo, fue un gran éxito de taquilla. El plano en el que el primer sheriff negro monta a caballo por el desierto al son de una orquesta de jazz, sólo para que un instante después se muestre que la música realmente proviene de una orquesta tocando en medio el desierto, es de antología.
Hay otro caso muy conocido: el de Piper Laurie pensando que ‘Carrie’ era una comedia. No sé cómo se lo ha podido dejar el autor de este documentado artículo.
¿La figura de la Columbia no se había renovado con el rostro de Annette Bening?
Eso era lo que decía la propia Annette Bening porque alguien le había dicho que la utilizaron a ella para ponerle rostro al logo, pero pronto apareció Michael Deas diciendo que nanai.
Muy bueno al artículo. Spoileraco que te has marcado con Sospechosos habituales,eso sí…
En referencia a eso opino un poco como lo que dije aquí:
http://www.jotdown.es/2014/11/spoiler/
Que resumiendo es: tampoco vamos a cabrearnos ahora porque nos cuenten el final cuando hemos tenido veinte años para ver la película.
Podrías haber relatado el enfado de Byrne, lo pertinente para el artículo, sin nombrar a Spacey: era innecesario.
Escudarse en el tiempo transcurrido desde el estreno, me parece poco serio.
Debería evitarse SIEMPRE destripar una película. Especialmente una con un giro tan determinante. Además el spoiler no aportaba nada a la tesis del artículo.
Poca gente leyendo esto no habrá visto Sospechosos Habituales. Aun así…
Ignacio GM, si Diego hubiera tomado el camino que propones de comentar el enfado de Byrne, entonces el lector puede extraer que Byrne no era Soze, al comentar su enfado, y descartar a un personaje muy importante de la película. Otro Spoiler.
Yo opino como DIego. Hay spoilers que tienen fecha de caducidad. Revelar algo de una trama de una película que es novedad de cartelera me parece de mal reseñista. Hacerlo en retrospectiva con películas de hace más de una década para hablar de aspectos de la técnica cinematográfica o interpretativa como es este caso, me parece lícito.
Mi opinión, un saludo.
Volviendo al inicio y al cine gay emboscado, os propongo el análisis de A mi la Legión. Ni siquiera es necesario tener en cuenta que la dirigió Juan de Orduña
Claro que algo se habrá dejado, y algunas cosas está bien que se las deje, como lo de que Margaret Dumont no entendía ni uno solo de los chistes de Groucho, algo que no fue sino otro chiste de Groucho en una velada en el Carnegie Hall. Pero es de lo mejor que he leído en revistas con portada y logotipo en ostentoso blanco y negro, y seguramente será de lo mejor que lea en ellas.
Excelente artículo. Yo siempre he pensado que la gracia de esa joya titulada «Con Air» estriba en que mientras la rodaba Nicholas Cage no sabía que iba de cachondeo. De hecho, he de añadir que muchos espectadores tampoco se dieron cuenta de que era una parodia y me atrevo a aventurar la hipótesis de que ni el propio director, Simon West, lo tenía claro. En todo caso, que se trataba de una estupenda broma lo prueba la identidad de su guionista, Scott Rosenberg, el mismo que escribió «Beautiful girls», otra película llena de mala leche. Sobre «Beautiful girls» cabría preguntarse, además, si ese prodigio de catorce o trece años llamado Natalie Portman era consciente durante el rodaje de la verdadera dimensión de su personaje, que tanto perturbó a miles de hombres en todo el planeta.
Al hilo de este artículo, me ha venido a la mente la comedia «Bowfinger». Irregular, pero con algunos momentos brillantes.
Creo que la mujer del columbia es Evelyn Venable
http://en.wikipedia.org/wiki/Evelyn_Venable
A ver, lo de Gore Vidal y Stephen Boyd que todo apunta a que eran homosexuales – el primero notorio, el segundo no tanto – es muy gracioso y seguro que se estuvieron descojonando durante el rodaje del bueno de «Chuck» Heston… pero en el libro de Lewis Wallace que admito no haber leído y podría equivocarme, dudo mucho que todo este despendole tuviera lugar. Se diga lo que se diga, no hacía ninguna falta que ambos protagonistas hubieran tenido un asuntillo amoroso fuera de una fuerte y profunda amistad para que Messala se sintiera traicionado. Aunque bien es verdad que el tipo se lo toma muy a pecho, las cosas como son, haciendo que haya pasado a la historia de la cinematografía como uno de los villanos más destestables si no el que más; la prueba es que a pesar de su horrible final, se me hace algo difícil compadecerle, no sé si a ustedes les pasa lo mismo…
Te podías haber ahorrado el spoilerazo del «horrible final» de Messala, colega.
Supongo que está de guasa, ¿no? Si lo está, me parece bien. Nada más.
Vaya colección de filmes nos has hecho en un momento!
Me bajo la de la pantera rosa, que estoy deseando ver si es tan descarado como dices la evidencia de que son recortes de otras pelis…
A ver si la aguanto =)
Vaya, después de un par de décadas de denostar Ben Hur, tenía pensado verla pasada esta Semana Santa, pero me han destripado cómo acaba Messala…
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Falta el caso de Fernando Fernan Gomez en el «Espiritu de la colmena»:
Como contaba el propio Fernan Gomez en el silla de Fernando:
«A Berlanga le divierte mucho contar que cuando me propusieron El espíritu de la colmena, me dio el guión Elías Querejeta, lo leí, no lo entendí y le dije: Mira, antes de seguir hablando de esto, pregúntale sinceramente a ese muchacho, a Víctor Erice, si cree necesario que yo entienda el argumento de esta película para que interprete este personaje. Al día siguiente, me llamó Querejeta y me dijo que ya se lo había preguntado a Erice y que éste le había contestado que no, que no hacía falta que yo lo entendiera. «
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El que Gore Vidal intente explicar el odio de Mesala a Ben HUR por un mal de amores es lógico,Vidal era gay y era su forma de dar carta de naturaleza a la homosexualidad,de plantearla como frecuente