Como viene haciendo una vez al año desde 1998 la revista EDGE ha presentado al mundo su pregunta anual. La cuestión de este 2015 reza: «¿Qué piensa usted de las máquinas que piensan?». O lo que viene a ser lo mismo: «¿Qué piensa usted de la inteligencia artificial?». Ahí andan en su interesante página web un nutrido ejército de científicos, escritores y filósofos intentando descifrar la presencia del tiempo futuro, el que vendrá, en nuestro presente y movidas así.
Ha sido gracias a la pregunta de EDGE que he vuelto a revisar la mejor película que vi durante el año 2014: la genial Her, dirigida por Spike Jonze y protagonizada por Joaquim Phoenix y la voz en off de Scarlett Johansson. En Her, el protagonista, Theodore, un tipo solitario que se gana la vida escribiendo cartas para otros se enamora de Samantha, un sistema operativo programado para satisfacer todas las necesidades del usuario y al que la imaginación del director y guionista dota de conciencia y género femenino.
Sobre Her se han escrito cientos de reseñas. La mayoría de ellas teorizan sobre nuestra relación con las máquinas que piensan o hacen proyecciones sobre los cambios sociales que llegarán cuando la inteligencia artificial anegue nuestras vidas.
Sin embargo, a mí Her sigue deleitándome por lo contrario, porque es una formidable reivindicación del elemento más fieramente humano: la palabra. Y en concreto, de la palabra como pilar básico de las relaciones sentimentales. Her pregunta por el papel central que debe ocupar la conversación en las relaciones amorosas y que se ha ido esfumando. Nada más antiguo ni más eterno. Theodore, el solitario protagonista, no se enamora de la tranquila y cálida voz de Samantha. Se enamora de un diálogo, de una interpelación, de alguien que le habla y que le ayuda a superar sus conflictos emocionales. Her es, ante todo, un sonoro recuerdo de la potencia que tienen los vínculos afectivos sobre la pura atracción corporal. Porque la voz de la que se enamora Theodore carece de cuerpo pero él tiene la sensación de ser querido, escuchado y comprendido. Vivimos entre máquinas cada día más inteligentes, en ciudades cada vez más sofisticadas y con cuerpos maltratados hasta alcanzar el nivel del ébano. Pero habitamos un mundo arrasado por la incomunicación, señala Spike Jonze, por mor del antihéroe Theodore. Lo decía hace poco la escritora uruguaya Ida Vitale: «La información está sobrevalorada. La gente está dentro de sus casas pero fuera del mundo».
Así que si queremos que una relación sentimental sea posible la palabra es el cemento imprescindible para ello. Este sagrado mandamiento de la vida afectiva me lo recuerda con cierta frecuencia mi amigo el escritor José Lázaro con un aforismo de Nietzsche en Humano, demasiado humano: «A la hora de contraer matrimonio hay que hacerse esta pregunta: ¿crees poder tener una agradable conversación con esta mujer hasta la vejez? Lo demás del matrimonio es transitorio, ya que casi toda la vida en común se dedica a conversar». Una conversación. Resulta que el matrimonio se sostiene sobre una conversación cálida, pausada, interminable… Una conversación… El amor es una larga conversación. Como la que tienen Theodore y el Sistema Operativo Samantha en Her. Como la que mantuvieron durante treinta y tres años el poeta Pere Gimferrer y su esposa María Rosa Caminals hasta que ella murió y él la enterró durante un crepúsculo otoñal que pintó al gouache Arcadi Espada, el mejor cronista de Barcelona. Una conversación libre, ligera de equipaje y excitada como la del doctor Bruno Sachs con su novia, contada por el médico y escritor Martin Winckler desde los ojos de una camarera de la cafetería donde la pareja se encuentra por las tardes: «Casi siempre vienen juntos. Y cuando están juntos, hablan. Hablan mucho, a veces, durante largo rato…. A veces oigo trozos de la conversación. Empieza: «¿Sabes lo que ha pasado esta mañana?». Y ella: «Dime…». Están enamorados, y dura. Se ve en la manera que se hablan… Nunca miran a su alrededor cuando están sentados en la terraza; en cambio en otras parejas suele haber uno que habla y otro que mira a su alrededor, para ver si reconoce a alguien o para ver si es reconocido. Él solía ser taciturno y ahora lo es menos a medida que pasan los meses». Resulta que es una conversación lo que estabiliza nuestros amores y nos da la calma. Y eso aunque nuestro mundo tecnificado lo reclama todo rápido. Pero el amor es una mercancía que no puede comprarse hecha. Hace falta conocerse, hace falta hablarse sin prisa y durante largo tiempo para crear complicidades con el otro y sentirse acogido, comprendido y defendido.
De todo este fuego de la vida, de este homenaje a la palabra, a su capacidad para sostener las más grandes historias de amor (Jacques Lacan se excitaba sexualmente con solo hablar a sus discípulos) es de lo que trata Her, una película rara, valiente y muy emocionante. Sencillamente, una película hablada.
Muy linda la reflexión sobre la palabra, sin duda comparto lo imprescindible de la comunicación en las relaciones, pero la película Her me pareció un coñazo rotundo. Para hablar de inteligencia artificial prefiero remitirme sin duda alguna al clásico Battlestar Galáctica, porque las relaciones son lo que hablamos, pero también lo que sentimos.
Que pocas películas tuviste que ver el año pasado para decir que Her fue la mejor…
A ver si va a ser que tú viste demasiadas.
Jose,
Qué insensible eres si dices que Her no fue una de las mejores pelis del año pasado
Hay que ser muy obtuso para enamorarse de una máquina que habla. O no saber qué es el amor. Pero, reconozco que me ha picado la curiosidad con la descripción que hace el autor sobre esa película. La veré.
Me gusta vuestra revista.
Articulo muy interesante y muy bien escrito….pero: no me quede satisfecha con esta visión «drástica» del amor. Si, hablar es importante, es muy bonito, es ideal, es de libro, es de película! pero no lo es todo ni mucho menos.. hay muchas formas de comunicarse que no son a través de las palabras. Hay gestos, detalles, códigos entre personas que pueden más que mil palabras.. luego no olvidemos que la mentira es con palabras.. ; las actitudes, lo que decimos a través de nuestras actitudes, reacciones y gestos, para mi, tiene infinitamente más poder que un «te quiero».
A mí Her también me encantó. Un artículo maravilloso. Sencillamente maravilloso.
Gran artículo.
Me encanta tu análisis de Her y siento que es más una película sobre lo humano que sobre tecnología.
Todo evolucionaba como una seda, las palabras y las ideas se engarzaban con delicadeza y precisión, se afinan los violines cuando mis ojos tropiezan con las palabras «Arcadi Espada, el mejor cronista de Barcelona», y se produce un súbito scratch, la aguja tropieza y deja un socavón en el vinilo, y se oye silbar el viento en un páramo desolador entre crujir de dientes.
Después de leer semejante tontería es imposible acabarse el artículo.
«Samantha salió huyendo de todo contacto con la raza humana cuando descubrió que 20 años después de la generalización del uso de Internet -y por tanto del fácil acceso a la participación de los lectores en la prensa a través de los comentarios- el público era incapaz de asimilar, respetar, ni siquiera relativizar, el menor matiz que ocasionara que su opinión no coincidiera exactamente al cien por cien, íntegramente, con la del autor del artículo.»
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Tal vez la primera conversación de amor sea la que recoge Mark Twain en EL DIARIO DE ADÁN Y EVA. No se pierdan la obra de teatro.
Y no dejen de leer Las confesiones del Dr. Sachs, de Martin Winckler, un gran libro.
Efectivamante, HER es una película muy humana. Y muy turbadora a pesar de sus melosos fluir y estética. Y no va de Inteligencia Artificial. Trata sobre temas que ya preocupaban al hombre cuando pintaba bisontes en las cuevas. La necesidad de amor, de cariño, el sentirse escuchado, hablar e interactuar… Es de decir, la soledad.
Y hablando, conversando, es como se hace el camino. Y si hay alguien o alguienes a tu lado durante ese trayecto, más placentera será la travesía. Menos solo se sentirá uno.
Lo que ocurre es que mientras andamos y caminamos, también nos desviamos, o crecemos, o cambiamos, o no… Y entonces el diálogo se vuelve espeso. Puede tornar ininteligible. Como si el otro te hablara en otro idioma. Un idioma que no entiendes. O peor aún, que no te interesa. Y vuelve la soledad. Otra vez.
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Preciosa reflexión a propósito de Her, una película única. Queda una duda … el personaje, Theodor, o nosotros, nos enamoramos con la conversación o de la conversación?
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