Un año es el tiempo que ha necesitado Adam Silver para demostrar que es posible el equilibrio entre todas las fuerzas vivas que componen la NBA; que es posible dirigir el imperio con iguales dosis de autoridad y flexibilidad, mando y pluralismo, dirección y escucha, y sobre todo valentía. Sabiendo que los cambios implican renuncias y que la tradición es testaruda, Silver admite no temer a ninguna de ellas.
Justo es recordar que el escándalo Sterling le concedió un crédito mayor del que sin su rápida resolución habría gozado. Pero también reforzó su seguridad, apresuró su gobierno y le permitió separarse con rapidez imprevista de su antecesor en el cargo, al que se le asignaba el papel de sombra, como si en una primera fase aún fuera Stern quien moviera los hilos. Todo eso ha quedado atrás y la idea de que el diseño futuro de la NBA lleva el sello personal de Silver ha sido fortalecida.
Con tal de mostrarse receptivo, a Silver le hemos visto improvisar todo medio. «A través de la osmosis he aprendido que las buenas ideas pueden llegar de cualquier sitio». De ahí que de la distancia abierta con Stern destaque su voluntarismo democrático, el honesto empeño por contar con todos los sectores hasta extremos casi asamblearios.
Un ejemplo. El domingo 16 de febrero, día del partido de las estrellas, Silver llevaba dos semanas en el cargo. Pidió a sus auxiliares reunir a los veinticuatro jugadores en una sala del Smoothie King Center de Nueva Orleans. Se presentó a todos, agradeció su presencia, les informó de que requería tan solo unos minutos y cuando ellos pensaban que sería solo cosa de protocolo formuló una pregunta que les cogió desprevenidos. Pero no a todos.
—Una de las tareas que me he prometido emprender es la que heredo de mi anterior cargo, seguir expandiendo esta competición por el mundo para beneficio de todos. Me gustaría mejorar nuestra liga en lo posible, cosa que jamás podría hacer sin vuestra colaboración. Así que mientras ocupe este cargo quiero que sepáis que estaré abierto a todas vuestras propuestas. Quiero escucharos y saber qué podríamos hacer para mejorar. ¿Alguna sugerencia?
Es imaginable la pausa que siguió a la pregunta, un silencio que, según testigos, rompió únicamente LeBron James, como durante las duras sesiones por el cierre de 2011 pero ya sin David Stern ni aquella insufrible tensión en el ambiente.
—Yo tengo dos. Me gustaría que la pausa del All Star fuera algo más larga. Creo que esto sería bueno no solo para los que formamos parte de las actividades del fin de semana. También para quienes se quedan fuera. Creo que parar dos o tres días más en mitad de la temporada nos daría a todos un descanso necesario.
—De acuerdo. ¿Y la segunda?
—La segunda es que el calendario sigue siendo demasiado duro. Y que tendríamos que encontrar la manera de reducir el número de back-to-backs. Eso es lo que más desgasta a los equipos física y mentalmente.
Los jugadores parecían asentir con mayor unanimidad a este segundo punto.
—Ok. Tomo nota de todo ello. A esto me refiero con buscar propuestas que resulten positivas para todos.
Ha pasado un año. Y por primera vez los jugadores disfrutan una semana de interrupción. En ocho días naturales se acoplan únicamente tres partidos de Regular, uno a la entrada al periodo de descanso y dos en su salida. De modo que a los seis días sin competición se añade suavizar en lo posible los flancos del All Star.
Esta concesión no es en vano. Extender unos días ese paréntesis permite a los jugadores armonizar sus tareas comunitarias y los compromisos con fundaciones a las que dan nombre, brinda a los técnicos un mayor margen para reuniones y entrenamientos extra así como un mayor descanso para todos.
El problema derivado es simple. Se acometió la primera solicitud de los jugadores a costa de agravar la segunda: las apreturas del calendario. Para su solución Silver estudia ya dos medidas: 1) reducir la pretemporada a la mitad, y 2) retrasar el final de la liga regular.
Con ello se ganaría un tiempo precioso para aliviar la sobrecarga de partidos. De esto informó ya Zach Lowe en diciembre al decir que de manera informal la NBA venía estudiando reducir la pretemporada a una semana. Cambio que no vendría solo y que acaso permitiera ocupar otra semana en abril.
La idea consiste en ganar unos diez días al calendario de liga regular y reducir en lo posible los back-to-backs, con diferencia, el factor que más incomoda a los equipos. «Nuestra temporada está demasiado apretada ahora mismo —aceptaba Silver—, lo que requeriría de nosotros retrasar algo su comienzo. Pero al mismo tiempo es una temporada terriblemente larga. Por lo que no estoy seguro si queremos prolongarla aún más. Pero vamos a examinarlo».
Esto que a priori deja intacto el formato de ochenta y dos partidos, un molde estable desde 1967 que no pocos jugadores cuestionan pese a haberlo expresado muy pocos entre los que se cuentan Nowiztki o James, tiene también su revés. Y lo tiene entre aquellos propietarios que aplauden cada dólar que ingresan. El problema de asaltar la pretemporada pasa por reducir el margen para llevar la NBA a otros países. El escaparate ahora denominado Global Games sigue proporcionando beneficios netos a la vez que cumple anualmente el mantra de expansión y negocio.
Arrancar una semana a la pretemporada no frustraría estas salidas. Pero reduce tanto el margen que los equipos deberían aceptar pasar la mitad de su preparación fuera de casa, como en mitad de un viaje todavía de placer. Y nada incomoda más a un técnico escrupuloso. No obstante compensar esa pérdida es relativamente sencillo. Basta conceder mayor prioridad a los partidos de liga regular en el extranjero, abundar esas visitas en pleno calendario y no tanto en el colchón de octubre, hacia el que Silver muestra una complacencia fingida. «Esperamos jugar pronto un partido de pretemporada en Australia», respondía a un aficionado aussie en su reciente chat desde la Bay Area. Dicho esto, en la práctica sería posible reducir la pretemporada y retrasar el final de la liga regular. Si se pretende sanear el calendario no acude remedio más a mano.
Sin abandonar todavía el escenario del All Star, cuyo partido Silver está abierto a disputar fuera de Estados Unidos, una de las intenciones más veladas y apasionantes de su agenda tiene ya su preludio en esta edición de 2015. «El BBVA Compass Rising Stars Challenge —firmaba la nota— presentará un formato que enfrentará a jugadores NBA de primer y segundo año de los Estados Unidos contra jugadores NBA de primer y segundo año de todo el mundo». No es difícil intuir el órdago a la vista. Hacer exactamente lo mismo en términos totales. En la NBA más internacional de la historia enfrentar a estadounidenses y extranjeros admite por primera vez una posibilidad material, un doble sentido deportivo y comercial.
Cristalizar esta propuesta que tanto fascina a la mitología paneuropea, a la persistente aspiración de la identidad nacional dentro de la fortaleza NBA, supondría abrir una ventana de increíble atractivo sabiéndola más posible que nunca cuando el yacimiento internacional permite seleccionar un equipo a la altura de la idea. Una idea de tono más lúdico que las contadas y blindadas citas del mundo FIBA, cuyo comité ejecutivo, dicho sea de paso, se traslada a Nueva York estos días con fines consultivos bajo el mando de Mark Tatum, mano derecha de Silver y responsable de la unidad exterior de negocio (Global Marketing Partnerships / Global Operations & Merchandising / Team Marketing & Business Operations).
La tan manida expansión de franquicias al extranjero sigue quedando lejos, puede que tan remota como aquella primera mención de Stern en Italia el verano de 1984. Pero dado que no ocurre lo mismo con la sagrada International Basketball & Business Expansion, materializar anualmente ese partido bajo el auspicio NBA lo asume Silver también como negocio de alta prioridad. En otras palabras, consciente del crecimiento limitado del mercado NBA en los Estados Unidos, Silver observa como preferente el vasto territorio extranjero, un mercado infinitamente versátil y conquistable. Y tal y como sugieren los informes contables, un partido de esas características actuaría como detonante en suscripciones al League Pass en los países cuyos jugadores se vean representados, en nuevos derechos de TV y, en consecuencia, en el siempre presente botín de la mercadotecnia. Concentrar todo ello en un partido de alto nivel, un duelo con aditivos sanguíneos, satisface todas las premisas. A diferencia de Stern, que jamás atendió a mayor nacionalidad que la que dictan las tres siglas, Silver no teme patrocinar un evento al que arropar de cobertura planetaria. Y más que a los propietarios tan solo cabría convencer a los jugadores. Porque mientras reclaman mayor descanso habría que persuadirles de encajar ese partido en algún punto de un calendario que ya estiman saturado, bien como parte del All Star bien fuera de ese intermedio.
Al margen de especulaciones, Silver ha mostrado gran habilidad acometiendo, de primeras, el cambio de formato en el partido de los novatos, un evento evaporado tras veinte años al vulnerar su condición de partido y cuyas audiencias presentaban un descenso imparable. Este nuevo formato permite: revitalizar la competitividad perdida y observar índices de audiencia como banco de pruebas para estudiar un salto mayor. Incluso uno mayor al USA Vs Mundo en la fortaleza NBA.
Se explica.
Esta posibilidad guarda relación con una información aparecida el pasado mes de julio durante la Summer League de Las Vegas según la cual Silver siente una particular atracción por los torneos cortos de la escena internacional, torneos paralelos a la competición oficial que tanto enriquecen a otras ligas fuera de los Estados Unidos y a cuyo ejemplo acude la Copa del Rey en el baloncesto español. En la NBA esta hipótesis abriría un gran abanico de posibilidades una de las cuales pudiera agrupar a los cuatro u ocho mejores registros a mitad de temporada, estimulando así la primera parte de la competición. Una información sellada asegura que la presencia del comité ejecutivo de la FIBA, más cercano que nunca a la ULEB contra las pretensiones de la Euroliga, tiene entre su hoja de ruta alcanzar un preacuerdo para incorporar a mitad de temporada a cuantos equipos sean requeridos para la disputa de un torneo (llamémosle) de similar corte al Mundial de Clubes de fútbol en formato Final Four auspiciado por la NBA y cuyos derechos de TV gestionaría mínimo al 75 %, única condición que Silver estima ineludible.
Con el refrendo de la FIBA, importa a la NBA el concurso de la ULEB si han de negociarse las ventanas del calendario para la incorporación de un nuevo evento. Ventanas que la agenda de Silver contempla en cuatro fechas: septiembre, pretemporada oficial, paréntesis All Star y una última (de muy difícil encaje) inmediatamente posterior al título NBA.
La ULEB presta su apoyo a toda alianza entre los dos gigantes por su abierto interés en fuertes inversiones que aseguren la viabilidad en Europa y pongan freno a los planes de Euroliga. De otro modo, la ULEB observa como importables los ejemplos de inversión exterior NBA que ofrecen ya China, Brasil y Filipinas, y cuyo primer terreno, de acuerdo al proyecto inicial de Silver, tendría a Italia como banco de prueba. Una inversión en Europa de esta magnitud sería el primer paso a una colonización a largo plazo cuyo último objetivo sería, entonces sí, la fundación de una división europea, su primer embrión.
Al margen de factores políticos y financieros, de un peso colosal, seduce a Silver la idea de incorporar al palmarés anual NBA un título nuevo, un estímulo al mayor de todos y una alternativa al único que conoce la liga desde su origen.
Nada de esto es sencillo. El calendario de ochenta y dos partidos, que sigue resultando intocable, permite muy poca flexibilidad para materializar algo así. Pero ya es sobradamente relevante la realidad de estudiar la propuesta y el reconocimiento de no ser descartable de facto.
Todas estas mociones se suman a otras que, cristalicen o no, se admiten al menos a trámite. Y del año que cumple en su mandato la existencia de ellas es sin duda lo más interesante de cuanto, por el momento, representa la figura de Silver, de igual condición emprendedora que su predecesor en el cargo y con similar intuición a las necesidades de su tiempo. Pero de maneras muy diferentes.
La última propuesta en pasar a la mesa atañe nada menos que a la estructura de los playoffs. Silver admite ya como endémico el desequilibrio entre Este y Oeste así como la aplastante lógica de que sean los dieciséis mejores equipos los elegidos para disputar la postemporada. Por lo ya sugerido, se trataría de dar acceso a los seis campeones de división —única cortesía a una cartografía histórica— más los diez siguientes mejores registros. Para aliviar el engorro de los viajes Silver ha salido ya al paso recordando que cada franquicia cuenta hoy con su avión privado y que por logística no habría problema. «Queremos ver a los mejores equipos en playoffs», resume como preludio de una reforma que no vería cuerpo real antes de la 2016-17.
La magnitud del remedio incluso puede compensar un factor desigual que aún resistiría: la ventaja y desventaja de jugar cincuenta y dos partidos contra la Conferencia propia (y treinta contra la rival). Y como sugería Kurt Helin, al carajo con las rivalidades regionales cuando un Sixers-Knicks o un Knicks-Celtics pueda, en el mejor caso, importar solo a esos mercados locales mientras que un Celtics-Thunder en primera ronda pueda hacerlo con una audiencia mayor.
Pero como toda propuesta tiene su reverso, cabría aquí objetar el enorme peso de la tradición: la renuncia histórica a enfrentar en las Finales a Este y Oeste, de un ancestral simbolismo que vivió su cumbre cultural en la rivalidad Lakers-Celtics y que aún hoy goza de gran fuerza. Tampoco es despreciable el reparo que puedan oponer los propietarios de los equipos del Este, cuyo número de votos compensa administrativamente el irresoluble desequilibrio deportivo entre ambas Conferencias en lo que llevamos de siglo. Una disparidad que en 2008 vio a los ocho equipos del Oeste por encima del 60 % de victorias y a doce del Este por debajo de ellas y que el año pasado impidió clasificar a un equipo, Phoenix Suns, cuyo registro (48-34) equivalía al tercero del Este.
Preguntado por ello y como acostumbra, Silver elude cerrar la puerta. «No creo que esta discusión termine aquí». Como obra de ingeniería, el nuevo comisionado no olvida el arranque de Stern en 1984 abordando, de primeras, el rediseño del tramo decisivo de la temporada. «Con Stern nació el formato moderno de playoffs concediendo por fin la merecida relevancia a la primera ronda», a la que dotó de cinco partidos, permitiendo en su estreno la eliminación de los campeones y las mejores series finales nunca vistas y, de nuevo, en directo para toda la nación. «Consumado aquel primer acto tuvo la diligencia de escuchar las protestas de Auerbach sobre el exceso de viajes en el último tramo del año. Protestas que una vez consultadas con su comité resolvió admitir modificando el formato de las series finales al 2-3-2 que ha marcado los últimos treinta años de competición. Porque Stern nunca rehusó la consulta si le ganaba la intuición de que algo podía mejorar». («David Stern que estás en los cielos», Jot Down, feb. 2014). Cuando en 2003 aumentó a siete la primera ronda decía dotar a la postemporada de uniformidad. Pero hurtaba buena parte del factor sorpresa y sobre todo, la verdadera razón que motivó el cambio: más partidos procuraban mayores beneficios.
Todavía Silver no descarta cruzar nuevas fronteras, pequeñas y grandes. Incómodo por la primera ausencia de Lillard como lo habría estado por la de Cousins también ha postulado ampliar el número de plazas para acudir al All Star. Preguntado también por una posible caducidad de las rondas actuales del draft, Silver no faltó a la cortesía de mencionar el necesario paso por el CBA añadiendo: «Dado el enorme talento global podría tener sentido aumentar el número de rondas algún día». No obstante, es la problemática del tanking la que mayor quebradero de cabeza sigue dando sin que haya solución a la vista mientras se estudia una intervención eficaz.
Todas estas iniciativas, que en otros casos no pasarían de meros brindis al sol, hacen a Silver creíble por su inclinación experimental, al modo de aquel partido de cuarenta y cuatro minutos. Ha sido bajo su recién nacida égida que el nuevo contrato de TV ha triplicado casi al anterior, que el valor promedio de las franquicias se ha incrementado un 74 % en su primer año —el mayor repunte registrado nunca en una Major— y que hay constancia de lo mucho por hacer empezando por comprobar cuánto de pose hay en la beligerante Michele Roberts, nueva cabeza visible de los jugadores, y cuánto de real. «Roberts rechazaba los límites del tope salarial, la edad mínima de ingreso y el actual sistema de reparto (50-50) salido con sangre y sudor del cierre de 2011. Calificaba el actual calendario de temporada como excesivo y no descartaba defender su reducción sin que los jugadores sufran una devaluación salarial. El billonario contrato de TV alentó a Roberts a esta posible nueva cruzada». («Tiempo y dinero», Revista NBA, dic. 2014).
De entrada Silver se ha ganado la confianza del principal capital del imperio NBA: los jugadores, a cuyas demandas se ha mostrado sensible. Preocupa al principal legislador el obsceno desfile de lesiones y el modo de sanear un calendario que incrusta 1230 partidos en menos de seis meses. Y aquí es donde mayor influjo ejerce el peso de la tradición. No hay milagros pero tampoco temor ni pereza al cambio. La nueva NBA está en sus manos y su diseño ha comenzado. Esa firme voluntad de progreso destacábamos al inicio de estas líneas, de las que Silver se ha demostrado autor en un solo año. Multiplicado por los treinta de quien le precedió en el cargo, sería incluso concebible la audacia de abordar el cambio más relevante del siglo: la redimensión de la pista con prioridad a su ancho.
Silver sabe valorar la historia. Y la historia, las grandes ideas.
Muy bueno como siempre, Gonzalo. Aunque he de decir que echo de menos una explicación o al menos una referencia a la opinión de Silver sobre la participación de USA en las competiciones internacionales.
El tanking es el gran problema de la NBA, una liga cerrada, sin descensos y en donde encima los últimos tienen bastantes más posibilidades de fichar a la nueva futura estrella. Una opcion sería que el draft fuera sorteo puro y después que la elección fuera correlativa. Aunque claro, de esta manera una franquicia podría estar 30 años sin elegir al n° 1.
yo creo que si la nba ha llegado a la cima no solo del baloncesto si no del deporte a nivel mundial …………. lo mejor seria no tocarlo …. ademas devaluaria los exitos venideros en comparacion a la de los grandes mitos de esta competicion …
Mucho tiene que cambiar el allstar para ser atractivo y para muestra la audiencia que lo siguió en comparación con el late night show. La nba pide un trofeo de invierno tipo copa del rey a gritos