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Hazte así, que tienes un libro

LIBROS PELIGROSOSSer otro constantemente, no tener raíces ni en el alma ni en los pies, no pertenecer ni a uno mismo, ¡ni a una madre siquiera! Si viajar es perder países, que decía Pessoa, leer es perder libros. Y a ti mismo. Uno se queda, entonces, de todo desabrido, salvo de amargura, como un vinagre casero. Cada libro te cambia. Y sin un cordón umbilical que nos devuelva al útero, ni tan siquiera a la realidad, lo que le queda a alguien que ha leído demasiado es trazar un mapa con el que orientarse en el laberinto literario para, quizá, volver al punto de origen del que huyó.

Contaba Vila-Matas en Suicidios ejemplares que un día comenzaron a aparecer unos grafitis misteriosos en los muros de la ciudad nueva de Fez, en Marruecos. Al parecer eran obra de un vagabundo, un campesino emigrado que no se había integrado en la vida urbana. Creó un itinerario secreto para moverse en esa urbe moderna que le era extraña y hostil. El mundo entero es demasiado para uno solo. Hasta los callejones se arremangan para pelear. Por eso es recomendable convertirlo en una habitación de hotel, individual, para dos a lo sumo; transformar los países en camas, y las sábanas, en hierba y tierra. Incluso en esas cuatro paredes podemos perdernos si leemos como un fumador, empedernidamente.

Uno que ha leído así, hasta perderse, es Juan Tallón (Vilardevós, 1975), hasta ensancharse de tal forma que ya nada lo calma, nada lo colma. Él dice que su última obra, Libros peligrosos, es un encargo de Larousse, pero me atrevería a decir que lo de Tallón es un último intento desesperado de pasear la mano a tientas, ciego como un recién nacido, por los muebles, la cama, la ropa deshecha, las tazas sucias de café para encontrar, al fin, el manillar.

Ernest Hemingway afirmaba que «la primera versión de algo siempre es una mierda». Quizá la primera versión de uno mismo también. Experimentamos, entonces, una necesidad loca de salir. Del cuerpo, de la mente. Bajar la cremallera y deshacerse de la piel, del pensamiento. Ser otro. Y eso, reconozcámoslo, solo es posible a través de los libros. En la caprichosa antología de Tallón, el escritor afirma que «un buen libro te cambia para siempre». Pero, ¿qué capacidad tiene el ser humano de mutar, teniendo en cuenta todo lo que leemos a lo largo de una vida? ¿Cuántas veces podemos hacerlo sin llegar a girar trescientos sesenta grados y volver a la veranda en la que nos íbamos a hacer viejos esperando, esperando, esperando, y de la que decidimos escapar? «Un individuo puede cambiar de abrigo, de peinado incluso. Si me apuras, puede cambiar de pareja, y de casa, aunque al final siempre está en la misma habitación. Pero, ¿puede cambiar su forma de ser? Existe poco margen», apunta el gallego. El ser humano puede pensar que ha cambiado, pero siempre hay un minuto en el que descubre con pavor que es el de siempre. «Imagínate una mañana, que te levantas en pelotas y de pronto te das cuenta: “¡Hostiaputa, pero si he sido yo todo el tiempo!”. Y entonces empiezas a ser otro. Esto que he dicho creo que no tiene sentido, habría que darle una vuelta. Quédate con el “hostiaputa”, suena bien», añade.

Si hay algo que canse tanto como no hacer nada es leer. En ambos casos, uno comienza feliz, pero a los quince pasos está repentinamente cansado. Tanto no haciendo nada como leyendo, a la gente le da por pensar. Sobre todo en uno mismo. Todo el mundo repite, como un padrenuestro, que los libros ayudan a conocerse mejor, aunque para alguien como Juan Tallón, quien asegura que hay que hacer cada cosa a su deshora, en realidad «te ayudan a desconocerte mejor». «De pronto, un día te llevas unas sorpresa soberbia al advertir que sabes algo. No te reconoces, te dices, pero cómo es posible. Pues es posible a menudo gracias a los libros, que en silencio y lentamente, algunas veces a tus espaldas, coses tus ignorancias», dice. Sí, como comprobarán Tallón es un hombre de contradicciones, como beber el café con azúcar, comer la carne muy hecha o colar la leche después de calentarla. «No hay que hacer demasiado caso a un tipejo que afirma cosas solemnemente. Menudo idiota. ¡Quién me creo que soy!», comenta sobre sí mismo.

La verdad sobre este escritor es que leyendo vio cómo se revelaba ante él la esencia de la humanidad y, por tanto, la suya propia: la herrumbre del alma, como una olla de acero con el fondo oxidado. Dice Tallón en Libros peligrosos, al hablar de su lectura de Pedro Páramo, una novela que no se entiende ni a la primera ni a la segunda, solo a la tercera, que «hay un tipo de conocimiento imposible de digerir si antes no se vomita, se ingiere de nuevo, se vomita, se ingiere, se vomita». Ante semejante descubrimiento sobre el «yo», lo único que le queda a uno es seguir leyendo para olvidarse de todo lo anterior, como si de un prospecto se tratara: vomitar, ingerir, vomitar, ingerir. Y aunque estos cien libros reseñados de manera vagamente ensayística bien pudieran parecer obra del algoritmo de un bibliotecario sabiondo, lo cierto es que es el manual de instrucciones de un «cínico del carallo» que a falta de fe en nada, cree conocer algo con total seguridad: la indecencia de las personas. Por eso Tallón recoge una cita de Carr, el narrador de Cuando ya no importe, de Onetti, que dice así: «Cuando me presentan a alguien me basta saber que es un ser humano para estar seguro de que peor cosa no puede ser». Sin embargo, tengo la certeza de que cuando acaben de leer este texto habrán cambiado de opinión. Incluso él habrá cambiado de opinión.

Sobre el ser humano

En Libros peligrosos, reconoce que su primera lectura verdaderamente sucia fue American Psycho, de Ellis, a los dieciséis años: «Me generó una cicatriz. Imagina pasar de El libro del buen amor a este. No digo que no tengan nada que ver, aunque soy capaz de decirlo, pero en aquel momento me desconcertó. El mundo de las marcas, el retrato de una época loca, la violencia casi como forma de belleza, en fin. Este autor me dio mis primeras hostias». Después solo tuvo que leer Viaje al fin de la noche, de Céline, un autor que, según Tallón, «te enseña un par de cosas sobre el ser humano que ya sabías, pero que te gusta olvidar». «A poco que uno crea que el mundo está en demolición desde el primer día, disfrutará con prosa tan amarga. Y tan rítmica. Y tan viva. Y tan violenta. Y tan grosera. Y tan poética. Y tan crápula», añade sobre la novela de Céline. Y ahí estaba, por culpa de los libros ¡el mundo había parido otro pesimista! Pero como gallego que es, esto no iba a quedar sin rebatir o matizar o replicar, pues sería demasiado categórico para alguien que profesa la ambigüedad cada día, como quien hace pis al levantarse: «He empezado a pensar que no soy pesimista en realidad, sino fatalista. He descendido un escalón. Afortunadamente, soy un descerebrado, y actúo con gran entusiasmo respecto al sentido que han tomado los acontecimientos. Dicho esto, también soy un pesimista».

Sobre la muerte y el suicidio

Lo de curar las resacas fue gracias a los ensayos de Kant y Rousseau, pero quien le enseñó que la vida es áspera como los labios de alguien que no sabe besar —y ese es suficiente motivo para quitarse la vida— fue Alejandra Pizarnik, de quien recuerda especialmente una frase: «Cada noche me olvido de suicidarme». A veces la vida se reduce a muy poco, el equivalente al hilo que queda colgando de un jersey viejo y que en algún momento hay que arrancar. «Cada mañana, cuando me incorporo de la cama, y me rasco, siempre me digo que hoy le daré un giro a mi vida. A medida que pasan las horas, sin embargo, dejo de verle las ventajas, y me parece que tampoco estoy tan mal. Y así todos los días. Pongamos que son tentativas suicidas», asume Juan Tallón. Y es que qué largo es morir durante toda una vida. «Para vivir un año es necesario morirse muchas veces mucho», escribía Ángel González en su poema Cumpleaños. Al final cerramos los ojos porque los párpados, empapados de recuerdos, caen como unas pesadas cortinas cubriendo una ventana. Seguramente esta era la sensación que abrumaba a Anne Sexton: vivir muriendo. La poeta también aparece en este recopilatorio poco ortodoxo, de cuya obra escoge Vive o muere, «un lento y atrevido desnudo en mitad de la calle». «Acorralada desde la adolescencia, por la locura y la desesperación de vivir, miró a menudo hacia la muerte, con los ojos muy fijos y secos, supongo que para que la muerte tomase nota. Solo la poesía postergó su suicidio, que en el último minuto perdía, como si fuese un autobús», escribe Tallón sobre Sexton.

Sobre el amor

¿Alguien así puede amar? Sí, lo que no puede es pensar sobre ello, racionalizarlo, pues eso le obligaría a arquear las cejas y alejarse poco a poco. «Nunca me he detenido a reflexionar sobre el amor. Me he limitado a amar, cuando ha sido posible, y a desamar cuando también se han dado las condiciones», resume Tallón, como una fórmula matemática en la que confía de manera inquebrantable. Pero si, como dice el escritor, a Rousseau nada le impidió escribir El contrato social tras protagonizar un episodio infantil en el que meó en el puchero de una vecina, a Tallón nada le va a impedir amar a pesar de su malditismo.

El ser humano está lleno de ponzoña. Pero eso solo es culpa de los libros —de todos—, que nos embaucan, nos pervierten, nos desaprenden, nos corrompen. Libros peligrosos que doblamos y guardamos en la memoria como un mapa de carreteras. Y ante eso solo nos queda volver sobre lo andado. Es decir, olvidar lo leído. O leer más y más y más hasta girar, girar, girar y volver al punto de origen. Puros, inocentes, ignorantes.

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6 Comments

  1. Parece interesante. Aunque hay otra especie de libros «peligrosos»: los que te van despertando y acompañando a lo largo de la vida.
    https://antoniopriante.wordpress.com/2014/05/20/los-libros-de-mi-vida-corregido-2/

  2. Oscar Pérez

    Buena entrevista y lectura sugerida, más que recomendable. Lo tengo ahora mismo a medio terminar. Me gusto mucho también «El váter de Onetti». Hasta se atreve con el fútbol!!!.

  3. Claro que los libros pueden cambiarte la vida. Que se lo pregunten a D. Alonso Quijano. Te cambian la vida cuando crees lo que el autor te propone o cuando consigue convencerte de que sus invenciones bien podrían ser inventadas por ti, si hubieses estado escribiendo en lugar de jugando al fútbol. La ventaja de un buen escritor es que sabe alumbrar la palabra que encaja perfectamente en la frase, que adquiere en ese momento mil matices más de los que habías descubierto; como aquel caño que dicen que practicaba un olvidado jugador argentino, poco dado a trabajar con pesas y carreras, y que consistía en volver sobre sí mismo para encarar al defensa y deshacer el caño anteriormente conseguido. Pocas veces una palabra evoca docenas de palabras, un buen escritor lo consigue. Hace unos días leía un tuit de Juan Tallón que me recordó al caño de aquel jugador, un tirabuzón pleno de sensaciones: » Se balanceaba en el ascensor un perfume…»
    He ahí la palabra que enriquece y llena de belleza la escritura.
    Seguramente Juan Tallón escribe de fútbol porque haya oído deslizarse desde el José Argiz el grito intenso del gol de los hombres de la raia, ese grito orgásmico y gutural que es el fin último del juego, como lo es el del poeta el final del poema….

  4. Pingback: La sociedad de los poetas muertos - Página 44 - SexoMercadoBCN

  5. El Zorro

    Quizás no sea tan importante lo que sepamos, sino lo que seamos. Leer un libro no es adquirir conocimiento, es adquirir experiencia.

  6. Alicia Echeverría

    Guauuuuuu, ¡qué bueno!. Acabo de leerlo, bueno, realmente lo que he hecho es estudiarlo. Me ha recordado (ya soy mayor) momentos expléndidos vividos leyendo algunos de los libros que reseña y de los que no he leído, algunos tengo apuntados para leerlos próximamente. Del resto, pues me quedo con la idea de que algo conozco sobre ellos. ¡Sublime!

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