—Lo único que nos separa de los animales —dijo ella— es que nosotros tenemos pornografía. —Y le contó que se trataba de más símbolos. No estaba segura de si aquello nos hacía mejores o peores que los animales. (Asfixia, Chuck Palahniuk)
Pueden ustedes llamarme Martillo Negro, sí. O mejor, llámenle Martillo Negro a él, a Lexington Steele, que al fin y al cabo es el que tiene un rabo (negro) de circa treinta centímetros (once pulgadas). Por si quieren inhibirse aún más, les diré que la circunferencia de Max supera los diecisiete centímetros. Perdón, olvidé presentarles a Max. Max es el aparato de Lex. Quizás alguno de ustedes se llame Juan, y su novia (o novio) haya decidido bautizar a su pene como Juanito. Ricardo/Ricardito, Antonio/Antoñito, Diego/Dieguito, ya me entienden. Pero esto del diminutivo no funciona con Lex. Simplemente, no puede funcionar cuando uno tiene treinta centímetros de rabo. (Little Lex? No way, man). Por eso Lex llama al suyo Max, sobrenombre que no viene de Maximiliano, por cierto, sino simplemente de máximo.
Si ya después de un parrafito se sienten acomplejados, si piensan que su pene, o el pene de sus parejas, es demasiado pequeño, o no es lo suficientemente gordo, o no está lo suficientemente recto (porque sí, encima de todo, estoy hablándoles de treinta centímetros de absoluta verticalidad, algo así como un bastón, qué digo, como un poste de la luz), imagínense cómo me sentí yo cuando, ah, los milagros de colaborar con Jot Down, viajé al Valle de San Fernando para estrechar la mano (únicamente la mano) de Martillo Negro. Un apretón firme y recio. No voy a mentirles: al principio estaba un poco intimidado. Y eso que no suelo amedrentarme fácilmente. He estrechado la mano de mucha gente, por ejemplo de guerrilleros de las FARC en Colombia, o de milicianos hutus refugiados en las montañas congolesas, o de Antonio Garrigues Walker en Madrid. Pero Lexington, perdón, Martillo Negro, es otro rollo. Les estoy hablando de un tipo cuyo número de parejas sexuales superó hace tiempo las cuatro cifras. «Por dinero», claro. Good money indeed. Bueno, bueno, dejémonos de digresiones y retomemos el hilo del relato. Mejor aún: volvamos al principio.
Pueden ustedes llamarle Martillo Negro. Hace algunos años —no importa cuántos exactamente—, con mucho (o, según se mire, muchísimo) dinero en su billetera, pues trabajaba ni más ni menos que en Wall Street, le invitaron a una orgía. Esto no tiene nada de excepcional, se lo aseguro. Estoy hablándoles de una trayectoria 100% estándar: chico de New Jersey sin relación con Tony Soprano & Co. cursa estudios universitarios de economía y finanzas, ingresa en un banco de inversión, se especializa en compraventa de acciones, pasa unos cinco años de su vida en Wall Street y, de vez en cuando, como todo el mundo en aquel entonces, y supongo que como todo el mundo a día de hoy, acude a una orgía en tal o cual suite de Manhattan. Ya les digo: 100% estándar.
Tampoco es que lo de las orgías empezase nada más llegar a Wall Street. Primero, Lex tuvo que pasarse dos años como aprendiz, dando el callo, y cuando por fin obtuvo la licencia, sus jefes, y otros colegas con los que trabajaba, empezaron a «introducirme en sus actividades recreativas: desde los bares a los que acudían los brókeres después del trabajo hasta sus fiestas privadas». Good old private parties…
«Ahora bien, es probable que para mí una fiesta privada no fuese lo mismo que para ellos. Cuando me di cuenta me vi en medio de una orgía, no, una gang bang, en la suite de un hotel. Solo había una mujer para una veintena de tipos». Diecinueve, en realidad. Lex era el vigésimo. Saludó a su jefe, a un par de directores ejecutivos de su empresa y se puso en la fila. Todos iban a pelo, como Dios los trajo al mundo, con la espalda apoyada en la pared, mientras la mujer, en el centro, se lo montaba con tres hombres al mismo tiempo. Ni que decir tiene que todos, «fuesen altos o bajos, hablaban con la barbilla apuntando al techo, para que nadie se pensase que andaban fisgoneando por debajo de la cintura del vecino». No olviden que estamos ante una panda de machotes.
Aunque a uno, al menos a uno, sí que se le debieron ir los ojos un pelín hacia abajo, y quedarse embobado con los circa treinta centímetros de rabo de Lex, con Max, porque al finalizar la noche le propuso participar en una sesión de fotos para una revista «para adultos». Y de una revista a la siguiente, y de ahí a su primera película, en abril de 1997, con un productor del Bronx.
«Nueva York era como jugar en segunda división. Pero en diciembre de 1997 me invitaron a rodar en Los Ángeles, que para que me entiendan los lectores españoles es como jugar en la Liga, y acepté».
A principios de 1998, tras algunas grabaciones menores en Los Ángeles, y cuando aún trabajaba como bróker, Lex decidió marcharse un par de días a probar suerte en Las Vegas. Cada año, en torno a la tercera semana de enero, la revista Adult Video News (AVN) organiza una convención en la que productores, directores, actores y fans de la industria del entretenimiento para adultos, sí, nos referimos a esa clase de entretenimiento, se reúnen para verse las caras, fichar nuevos talentos, cerrar acuerdos, promocionar futuros estrenos y, como colofón, hacer entrega de los premios AVN, que son para el mundo del porno lo mismo que los Óscars para Hollywood. Salvando las distancias, claro. Si bien las distancias, al menos en términos geográficos, son más bien escasas: el Valle de San Fernando, epicentro del mundo de Lex/Max, está a tan solo media hora (tráfico o d.m., según sus creencias) del centro de Los Ángeles. Martillo Negro fue allí a probar suerte. Y le fue bien.
«Si uno tiene la oportunidad de llevar las cosas a un nivel superior, o de seguir sus sueños, no hay ni que pensárselo. Hay que hacerlo. Para mí ir a Las Vegas en enero de 1998 fue determinante para el lanzamiento de mi carrera. Pasé de ser un tío más a ser uno de los tíos». One of the guys.
Así fue como Lexington Steele abandonó definitivamente Wall Street y se mudó al Valle de San Fernando. Seguro que se estarán ustedes preguntando si un actor porno gana más que un bróker. Parece que (en su caso) sí. Sin embargo, para Martillo Negro no fue únicamente una cuestión de dinero. Como bróker trabajaba de sol a sol, con horarios infernales. Facturaba una media de noventa horas semanales y no podía jugar al béisbol los sábados. «Lo de ser actor porno mejoró mi calidad de vida».
Su primer éxito lo tuvo de la mano de Anabolic Video, un estudio que ya por entonces era famoso por sus series The Gangbang Girl y The World Sex Tour. Y eso que al principio la pifió: «Fui a mi primer rodaje con Anabolic un viernes por la tarde, recién salido de otra escena con una productora más pequeña, y tuve un gatillazo. Fracasé. Por suerte Chris Alexander, el director, y su esposa, Buffy, me invitaron a cenar. Charlamos y bebimos vino durante horas. Y al despedirme, después de haberme conocido como persona, decidieron darme otra oportunidad. Con Anabolic me convertí en uno de los actores porno más famosos del mundo. Viajé por todas partes. The World Sex Tour implicaba, literalmente, visitar el mundo entero: Londres, París, Berlín, Múnich, Zúrich, Praga, Tokio, Barcelona, Milán, Costa Rica, Jamaica, Rio… Mi pasaporte parecía el de un espía». (Le Carré no estaría de acuerdo. Le Carré le habría dado varios pasaportes distintos, para no levantar sospechas, pero en fin…)
Desde entonces, Lex se ha mantenido en la cresta de la ola. A sus cuarenta y cinco años, esto implica currárselo cada día. Entrena cinco veces a la semana y los fines de semana agarra su bicicleta de montaña y se aventura por las escarpadas laderas del Valle de San Fernando. Se define a sí mismo como un guerrero del entrenamiento. «A work-out warrior». Tiene un entrenador personal (el día en que lo visitamos en Porter Ranch —un suburbio de gente pudiente al noroeste del Valle—, el entrenador se marchaba justo a nuestra llegada), practica cross-fitness, boxeo, diversas artes marciales y tiene su propio gimnasio en casa. Antes de convertirse en El Empalador, incluso antes de ser bróker, Lex había soñado con dedicarse al fútbol profesional. Por desgracia, o por suerte, según se mire desde su perspectiva o la de sus fans, o puede que desde ambas, le faltaba talento.
«En un momento dado me di cuenta de que el entretenimiento para adultos era lo más que podía acercarme a ser un atleta profesional. Nunca me he visto a mí mismo como un actor porno, sino como un atleta. Un atleta al que le pagan por hacer lo que hace, o sea, un atleta profesional. Solo que mi deporte es el sexo. I sport fuck».
Y lo hace bien. De eso no hay duda. No hay más que ver las vitrinas de su despacho: premios Venus, premios XRCO (X-Rated Critics Organization), premios Hot d’Or y decenas de premios AVN, de los cuales tres de ellos al mejor actor —esta hazaña solo ha sido igualada por Rocco Sifredi, con otros tres AVN al mejor actor, y superada recientemente por el francés Manuel Ferrara, que tiene cinco. Para que se hagan una idea, Lexington Steele es al Valle de San Fernando lo que Jack Nicholson es a Hollywood. Incluso después de haber perdido el número 1 del podio ante Manuel Ferrara, Lexington sigue siendo el americano más galardonado, y la única estrella del porno que ha recibido una nominación a mejor actor de forma sistemática, año tras año, durante una década y media. (El hechizo se rompió por primera vez este año. Martillo Negro no es candidato a mejor actor en los premios AVN que se entregarán el próximo 24 de enero. Ahora bien, el 2015 promete. No solo porque Lex vaya a interpretar una vez más a Darth Vader en la nueva entrega de Star Wars XXX, sino también por estar nominado a casi una decena de premios AVN, incluyendo mejor escena anal, mejor escena chico/chica, mejor continuación de una serie existente, mejor nueva serie, mejor estreno étnico, mejor serie interracial y mejor estreno MILF).
«No tardé en dirigir mis propias películas. Con Anabolic Video, por ejemplo, retomé la serie Initiations de manos de Vince Voyeur. Consistía en filmar la primera experiencia ante las cámaras de una recién llegada al Valle. Nuestro presupuesto era de unos veinte mil dólares, pero a aquellas recién llegadas no les pagábamos más de seiscientos. Se trataba de mujeres con mucho potencial, que tres o cuatro meses más tarde podían estar cobrando mil quinientos por escena, pero el hecho de que estuviesen estrenándose en la industria del entretenimiento para adultos nos permitía pagarles por debajo de la tarifa de mercado y reducir costes. Además de ser el director, me contrataba a mí mismo como talento masculino, de modo que al final ganaba unos doce mil dólares por película. Y rodaba entre cinco y seis películas al mes». You do the math.
En 2003, tras haberse posicionado como «intérprete» y director de prestigio, Lexington Steele fundó Mercenary Pictures, una productora de películas para adultos especializada en —aunque no circunscrita a— sexo entre/con personas de raza negra: ebony (o sea, negro/negro) o interracial (negro/blanco & negro/asiático & negro/latino). En algunos países europeo los estrenos de Mercenary Pictures se distribuyen bajo el sello Black Hammer, de ahí lo de Martillo Nego (para la petite histoire, hay que decir que a la entrada de su condominio en Porter Ranch hay aparcado un enorme Hummer de color, sí, negro). Sus doscientos setenta y cuatro títulos incluyen varios volúmenes de míticas series como Culos gigantes, Attack my black ass, Euro Anal Master, Brazilian Anal Bangers, Lex on blondes, Semen Shooters y Lexington loves big black tits. A propósito, no se dejen engañar por este último título. Martillo Negro no discrimina, como lo demuestra el hecho de que en 2009, el mismo año en que salió a la venta Lexington loves big black tits, se rodase también Lexington loves huge white tits. (Toda discusión sobre la disparidad semántica entre big, grande, y huge, gigante, así como sobre la forma en que esto refleja —o no— nuestros propios prejuicios anatómico-morfológicos en relación a tal o cual raza, queda fuera del ámbito de este reportaje).
Durante más de una década, las películas de Mercenary Pictures fueron distribuidas por el propio Lex de forma independiente, hasta que en 2012 firmó un acuerdo de distribución con Pure Play Media. En ese mismo año fundó su segunda compañía, en la que hoy centra la mayor parte de sus esfuerzos, y virtudes, atléticas: Lexington Productions, cuyos títulos están en manos de la archiconocida productora Evil Angel.
Evil Angel fue fundada en 1989 por John Stagliano, el rey del gonzo. Como casi todos ustedes saben —asumo, ojalá que erróneamente, que el porcentaje de lectores de este artículo que no consume películas de entretenimiento para adultos es más bien residual—, el gonzo es un género pornográfico, comparado por algunos con el amateurismo, que tiene como ambición alejarse del estéril emperifollaje del porno argumental y desmantelar las barreras entre el espectador y el acto sexual. O dicho de otra forma, y a riesgo de ser simplistas, porno en el que la escena comienza directamente con un tipo bien dotado follando con una mujer atractiva en lo que parece una oficina, sin necesidad de iniciar la susodicha escena con un diálogo entre actores (generalmente) sin talento en el que el tipo bien dotado le dice a la mujer atractiva que ha sido una mala secretaria y que va a tener que despedirla, y la secretaria le suplica que no le despida, que está dispuesta a hacer cualquier cosa por conservar su puesto, y tras dos minutos de rifirrafe el tipo bien dotado acaba bajándose los pantalones para que la mujer atractiva le haga una mamada, preludio, por supuesto, de un coito redentor que permitirá a la secretaria conservar su mísero empleo de seis dólares la hora. Stagliano cree que para el consumidor de películas para adultos, alguien que busca gratificación inmediata, todos estos prolegómenos son un auténtico turn off. Stagliano es Dios en el negocio. Lo repetimos: el rey. Y Martillo Negro lo sabe. «Es como si hasta entonces hubiese estado conduciendo un Nissan Supra y al asociarme con Stagliano me montase en un flamante Lamborghini Murciélago». Evil Angel cuenta con la mejor red de distribución de todo el mercado. No hay más que echar un vistazo a los nuevos colegas de Lex, pertenecientes todos ellos a la crème de la crème del sector: el propio John Stagliano, Joey Silvera, Rocco Siffredi, Manuel Ferrara e incluso el español Nacho Vidal, un buen amigo de Martillo Negro.
«Nacho está chiflado. He’s my man. Si tuviese que ir a una guerra, o ir al infierno, solo llamaría a una persona: a Nacho. Con sus amigos, con sus amigos de verdad, Nacho es como un hermano. No hay mucha gente en la que uno pueda confiar en los momentos difíciles. Tengo muy claro que si alguna vez me meto en problemas en Europa, no en España, sino en toda Europa, Nacho es la primera persona a la que llamaría».
Ni que decir tiene que esto de beneficiarse del prestigio del socio fue completamente bidireccional. Para Evil Angel, como para cualquiera, Lex fue un fichaje de dos pares de cojones —discúlpenme la broma fácil—. De modo que su ingreso en la meca de las distribuidoras del Valle de San Fernando vino acompañado de la correspondiente fanfarria, incluyendo la comercialización de una joya del porno interracial: Lex Turns Evil. Así lo vendían en la web de la productora:
«Lexington Steele, el legendario director/semental con la gigantesca polla negra, hace su debut como director en Evil Angel con un desmedido DVD, compuesto de dos discos y empacado de bondad interracial».
En la siguiente imagen, tras un muy sonriente Mr. Butmann, puede observarse el póster conmemorativo, en cuyo centro se lee: «Jada Stevens starring in Lexington Steele’s Lex turns evil».
Curiosamente, pese a su fama, Martillo Negro no se siente el centro de atención. Según él, la estrella, la única estrella, de una producción de cine heterosexual para adultos es siempre la actriz.
«Nuestra función es lograr que ella quede bien. Ella es la estrella. Ella es el centro de todas las miradas. La cámara se centra en ella obteniendo o recibiendo sexo. Ahora bien, en mi calidad de actor que ejerce también de director, productor e incluso propietario, puedo verme a mí mismo como una especie de jefe, mientras que la mayoría de mujeres en este mundo nunca llegan a ser jefes».
¿Por qué no?, se preguntarán Ustedes. ¿Estamos ante una industria machista?
Hay quien cree que no. Según Lex, los hombres no son más que plataformas, aunque haya plataformas mejores —y se entiende que más largas/gordas/duras— que otras. Pero, como acabamos de decir, la estrella es la actriz. Es más, Martillo Negro afirma que «pese a que existen películas que degradan a la mujer, no es el caso de mi marca, que celebra a las mujeres. Yo no participo en fetichismos violentos. Ni en sexo hiperviolento». Sin embargo, a medida que la conversación avanza, surgen algunas contradicciones. Por ejemplo, cuando nos dice que a la hora de rodar una escena, un buen actor porno necesita meterse en una burbuja, dejar de lado los focos que te queman la piel, el director que te grita, la cámara a veinte centímetros de tu pene, olvidarte que todo eso está ahí, y permanecer dentro de la burbuja, donde solo está la mujer, dcon la que hay que disfrutar. En cambio, la aptitud más importante para una actriz —según Martillo Megro— es conseguir estar ausente del plató. Evadirse. «Estar físicamente en el plató a la vez que se aleja de lo que está ocurriendo. Si eres una mujer y estás rodando una escena en la que varios hombres se corren en tu cara, quizá [sic] no te gusta que eso ocurra». Ahí es donde entra el componente de retraimiento frente a la realidad, frente a las circunstancias. Y también el dilema.
Lex admite que ha tenido muchos mentores, gente que le ha ayudado económicamente a montar su empresa, que le ha orientado sobre los aspectos financieros o le ha dado consejos sobre como actuar. Pero su ídolo, el actor al que siempre ha intentado emular, es Rocco Siffredi. Lex quiso ser, en sus propias palabras, «el Rocco negro». Et voilà la question, de nuevo: ¿algunas de esas escenas, cargadas de imperativos que rozan y/o sobrepasan lo extremo, lo humillante, aun sin llegar a lo que Lex define como «sexo hiperviolento», escenas donde un macho dominante controla cada gesto de la mujer, abre la boca, ábrela más, trágatela hasta el fondo, no respires y trágatela toda, no respires, date la vuelta, separa las nalgas, siente mis dedos, así, y ahora prueba tu propio chochito, prueba el sabor de tu culo, lámeme las bolas, no te muevas, así, quieta, ahora muévete, fóllate a mi rabo, tu solita, así, muy bien, y ahora trágatelo todo, todo, eres una zorra, a slut, yeah, dime que eres una zorra, dímelo, y dime también, oh lector, si algunas de esas escenas, aunque solo sea algunas, no son por definición sexistas?
«No». ¿No? «No. Las mujeres que participan en esta industria lo hacen de forma voluntaria. Nadie les ha puesto una pistola en la cabeza. Cuando yo me corro en su cara es porque ella ha estado de acuerdo en recibir una cantidad de dinero para eso. Lo de que yo me corra en su cara no es denigrante. Sería denigrante si alguien le agarra del cuello o le pone una pistola en la cabeza y le obliga a tragarse su semen».
Ahora bien, en honor a la verdad, y pese a lo que pudiera parecer, hay que decir que Martillo Negro no vive en una burbuja. Quizás se meta dentro de una a la hora de rodar, o —por precaución, por coherencia— para responder a ciertas preguntas, pero sabe mejor que nadie que, seas hombre o mujer, «el talento inicial siempre se mide en función del físico». En función de las curvas de la mujer, de sus tetas o de los treinta centímetros de Max. El físico es lo que le/nos importa. Así es nuestra sociedad. Podríamos escandalizarnos al oír que Lexington evita consumir porno americano para su propio entretenimiento porque sabe cuál es el aspecto —el aspecto real— de ciertas actrices antes de ser maquilladas. Podríamos escandalizarnos, sí, pero no vamos a hacerlo, porque este es el mundo en el que vivimos. Un mundo en el que millones de personas, no exagero, millones, encuentran a sus parejas (sexuales) a través de una app como Tinder, en la que solo hay que mover el dedo índice a la derecha o a la izquierda según un único criterio, ese mismo criterio, lo físico, lo visible.
Probablemente las cosas han sido así desde los orígenes de la pornografía. Si algo ha cambiado, o está cambiando, amén de la aparición de un puñado de (buenas) directoras reivindicando el porno femenino, es que la industria del entretenimiento para adultos, como la del cine convencional, como la de la música o la literatura, está siendo asediada por el monstruo de la piratería en la red. Hasta mediados de los noventa la única forma de consumir pornografía era acudir a un sex-shop, o esconderse tras una gabardina y unas gafas de sol para ir a un teatro, o alquilar un VHS en el rincón más oscuro del videoclub. (O si eras menor, y no lo digo por mí, ejem, no lo digo porque yo lo hiciese con trece o catorce años en el aeropuerto de Barajas, ejem, suplicarle a un buen samaritano que te comprase el último número de Penthouse). Pagando. Siempre pagando. Hoy día cualquiera puede consumir pornografía de manera gratuita. Incluso algunos de los contenidos, el bendito género amateur, fueron producidos sin incurrir en ningún tipo de costes. A veces es difícil entender lo que esto significa para una industria que hasta finales de la última década eructaba beneficios como un auténtico Jabba el Hut. Para ilustrar la magnitud de la catástrofe, Martillo Negro es capaz de esbozar los escenarios más inverosímiles, presuntamente basados en hechos reales, como por ejemplo la historia de un pobre currante americano que hasta entonces vivía de ser actor porno en producciones heterosexuales y que ahora, por culpa de la piratería, el cierre de estudios y la disminución del número de rodajes y/o del precio al que se pagan las escenas, se ve forzado a trabajar como scort para complementar sus ingresos y poder así hacer frente a su cuantiosa hipoteca, y las correrías nocturnas derivadas de su trabajo como scort le conducen, con el tiempo, a contraer HIV, con el triste desenlace que ya habrán adelantado: el pobre currante americano pierde incluso su primer empleo, no puede pagar la dichosa hipoteca, su mujer (una rubia de bote que le amó hasta la locura en la época de vacas gordas) le pide el divorcio y el tipo acaba suicidándose. Todo por culpa de la piratería. Qué desastre. Y pensar que antes todos éramos ricos y felices…
Sí, ahora las cosas son distintas. Ahora hay que hacer cualquier cosa con tal de reducir costes. No me malinterpreten, «un ejecutivo siempre tiene que reducir costes. De hecho, durante años utilicé mi propia casa para la mayoría de mis rodajes. Incluso la alquilaba para que otros grabasen en ella sus escenas. Era una casa fantástica, con un enorme salón, con piscina, un jacuzzi para ocho personas. Una puta locura. Por supuesto, tenía la típica mesa de billar, que me traje conmigo al mudarme a Porter Ranch. Vengan, déjenme que se la enseñe. Es esa de ahí. Oh man, no se imaginan la de cosas que han ocurrida en esa mesa de billar. Si alguien le pasase unos rayos ultravioletas descubriría todo tipo de huellas asquerosas. Restos de fluidos resecos. Bueno, bueno, bromas aparte, la verdad es que a día de hoy el margen de beneficio de cualquier producción es bastante reducido. Por culpa de internet y de la piratería los ingresos son cada vez menores. Los pequeños estudios se ven abocados al cierre y los grandes tienen que apretarse el cinturón para sobrevivir. Así que para ser rentable hoy día uno tiene que ser mucho más cuidadoso. Ahí es donde mi pasado en Wall Street ha resultado una gran ventaja».
Martillo Negro se considera un buen director. No le tiembla la voz al afirmar que de los veinticinco premios AVN que he ganado, los que menos le importan son los tres que obtuvo como mejor actor. Los realmente importantes, en su opinión, los ha ganado como director. «De esos sí que estoy orgulloso. Además, como director uno se encarga de muchas cosas: contratar a los cámaras, participar en el diseño de la carátula, orientar la promoción de la película, etc. Mientras que como actor solo se trabaja una hora. Es mucho menos gratificante. Da menos placer. Como actor, el clímax del placer es el orgasmo. Pero el orgasmo no dura más de quince segundos. Veinte segundos si tienes espasmos posteyaculatorios. En cambio, en un día cualquiera de mi vida como director, dedico varios minutos de cada tarde a abrir mi correo… Eso me lleva más de veinte segundos… Y en una buena parte de los sobres que recibo hay cheques de mi trabajo como director. ¡De modo que el placer de abrir los cheques, que dura varios minutos al día, es mayor que el placer de los veinte segundos que dura un orgasmo!».
No se dejen engañar, para Lex, y sobre todo para Max, el dinero no lo es todo. Ambos son plenamente conscientes de que son/«Soy muy afortunado. No todos los hombres de mi edad, cuarenta y cinco años, tienen la suerte de poder follarse a muchachitas de dieciocho, o al menos de hacerlo de forma legal, if you know what I mean». Está claro cuáles son los elementos determinantes del sector. ¿Está claro, no? Money & pussy. Nadie lo niega. Ni siquiera la cadena de televisión norteamericana HBO, que en 2004 emitió un documental sobre la industria pornográfica titulado Pornucopia. Como broche de oro, entrevistaron a Al Goldstein, el mítico editor de la revista Screw —cuyo objetivo autoproclamado, por cierto, es ofrecer «entretenimiento masturbatorio para hombres». Goldstein resumió así el mundo de Lex/Max:
«El Valle es la vagina de lo erótico. Nunca deja de gestar y parir nuevos productos. Y eso es lo maravilloso del capitalismo: es amoral, ciego y hay dinero y chochitos de por medio, así que va a durar… va a durar para siempre».
Money & pussy, no se dejen engañar.
Ah, y hablando de no dejarse engañar: tampoco se equivoquen con lo de los premios AVN. El propio Martillo Negro admite que no es oro todo lo que reluce: «Algunos AVN son auténticos. Otros son lo que llamamos payola. Es un término ligado al mundo de la mafia. Por ejemplo, yo me gasto tres mil o cuatro mil o cinco mil dólares en publicidad [en la revista AVN]. Cuando llegue la hora de entregar los premios, ¿qué crees que me merezco después de haberme gastado sesenta mil dólares de publicidad a lo largo de todo el año? Pues te voy a decir lo que pasa: lo que pasa es que tú, o tu estudio, ganan una jodienda de premios, a shit load of awards. Esa es la payola de tus sesenta mil dólares: ganar una jodienda de premios. Y ahora, gracias a los premios, puedes ir al mercado y vender tu película, o tu serie, como «película galardonada con no-sé-cuántos premios AVN» o «serie galardonada con no-sé-cuántos premios AVN». Y le dices al comprador que no puede comprarte solo cincuenta copias de tu producto, que tiene que comprar ciento cincuenta copias, porque es un producto sancionado por los AVN. Así es como todo funciona. Tu le pagas a la revista y la revista te da un trato recíproco. Entretanto, los consumidores no tienen ni idea de por qué están viendo lo que están viendo… Pero lo que están viendo no se basa necesariamente en ser el mejor porno… Claro que esto no es distinto a cualquier otro negocio. Es solo un negocio. Just business.»
(Suponemos, pero es solo una suposición, que a la sargento Margaret se le saltarían las lágrimas de alegría si escuchase una confesión tan honesta por parte de las editoriales españolas y sus —presuntamente— amañados premios literarios).
En cualquier caso, lo mejor de los AVN no son los premios. Ni tampoco el consiguiente aumento en la cifra de ventas y/o las tarifas de los premiados. Lo mejor son las fiestas. No las fiestas con los mooks —un mook es a la industria del porno lo mismo que un muggle al mundo de Harry Potter—, sino las que ocurren más tarde, en torno a las dos o las tres de la mañana, en las suites del hotel Caesars o del Bellagio. En su ensayo Gran Hijo Rojo, publicado en la revista Rolling Stone, David Foster Wallace escribió lo siguiente (en referencia a su propia visita a los premios AVN):
El mundo de las películas porno está tremendamente sexualizado, con todo el mundo en apariencia siempre al borde del coito y como si el más mínimo empujoncito o la más mínima excusa —un ascensor averiado, una puerta sin seguro, una ceja levantada, un apretón de manos demasiado estrecho— fuese a llevarte a un revolcón en una maraña de miembros y orificios, y hay una expectación/temor/esperanza inconsciente de que eso es lo que podría ocurrir en la habitación de hotel de Max Hardcore [S.R.]. Es imposible enfatizar lo suficiente el hecho de que esto no es más que una ilusión. De hecho, y como no podía ser de otra forma, esta expectación/temor/esperanza inconsciente no es más lógica de lo que sería acudir a una convención médica y esperar que ante la más mínima provocación todo el mundo en la habitación caiga en un frenesí de resonancias magnéticas y epidurales.
Pero parece que el bueno de DFW se equivocaba. Al menos según Martillo Negro, para quien los AVN son precisamente la mejor ocasión para disfrutar del hecho de que los miembros de esta industria son unos jodidos frikis. Unos «freak motherfuckers». Por eso, después de la gala, que se retransmite en directo por Showtime, un proveedor norteamericano de televisión por cable, Lex elige la mejor fiesta privada, otra private party, otra orgía —sin mooks, y por tanto sin DFW—, donde los cuerpos más hermosos de América, o al menos los más cargados de silicona, se dejan manosear et al. gratis.
«Tengo que ir pidiendo perdón por todas partes, porque es imposible atravesar la suite sin pisar algún cuerpo desnudo. Pero es fantástico estar allí con chicas con las que he trabajado, incluso con chicas con las que no he trabajado, y poder disfrutar tranquilamente del sexo. Las chicas están excitadísimas, porque puede que de verdad les guste follar conmigo y ahora pueden chuparme la polla durante quince minutos, cuando en el rodaje solo le dan cuatro minutos antes de interrumpirlas. Ahora pueden sentarse, mirarla tranquilamente y decir, «Oh, nunca la había visto desde esta perspectiva». Y yo estoy ahí, como: «Hey, tómate todo el tiempo que quieras»».
Max no tiene prisa.
Fotografía: Jose Serralvo
Diámetro no es igual a circunferencia, amigo. 17cm de diámetro tiene un plato mediano. ;)
La imaginación es lo más importante en el sexo, Jarl.
Pingback: Llamadme Martillo Negro
Jejeje, ya está corregido. Al bueno de Lex le habían puesto un miembro tamaño ballena, cuando no pasa de elefante. :D
¡Gracias por la corrección! Supongo que elefante es suficiente :-)
Aquí se puede ver con zoom e incluso agregar a la lista de deseos o compararla:
http://www.economatodelsur.cl/ecommerce/index.php?route=product/product&product_id=2489
Entre otras muchas razones, las que aparecen en el vídeo:
https://www.youtube.com/watch?v=gRJ_QfP2mhU
Caramba como me he reido. El artículo muy bueno pero los comentarios de lujo. Gracias por alegrarme el día. Esperando otro magnífico artículo de ese mundillo llamado porno.
Gran artículo.
Me llama la atención dos cosas: primero, que un tío patentemente forrado de pasta se queje de que la industria está de capa caída y cada vez gana menos, y con esta excusa les pague por debajo de la media a actrices debutantes. Les suena la cantinela? O quizá se considere a sí mismo garante del resurgimiento de las raíces vigorosas de la industria del porno. Quizá, en este caso, el árbol no nos deja ver el bosque. Mejor dicho, el tronco.
Por otro lado, me pregunto si los actores y actrices estarán sindicados para negociar unas condiciones mínimas y seguras (no sólo en EEUU, sino en Europa, en esa industria). No es por ponerme moralista en absoluto, pero creo que para abrirte camino en ese negocio necesitas tener la cabeza bastante bien amueblada (si bien, la mayoría de actores-actrices que han triunfado y se han consolidado, son personas bastante inteligentes y despiertas, con muchos talentos, no sólo el físico o sexual). Y yo no sé si en un país donde creo que la edad mínima para beber son los 21, con 18 ya tienes tus tablas para hacer tus pinitos en ese mundillo.
Como último apunte sobre las peripecias de gente que se busca la vida en ese sector, vi un docu que comentaban (no sé si será rigurosamente cierto o no) que la mayoría de principales actores porno gay eran, en su vida privada, heteros (el docu seguía a un par de ellos que tenían novia). Simplemente se metían ahí porque se ganaba más pasta por escena.
Es una burla ponerse a leer algo en castellano y encontrarse el texto plagado de términos anglosajones sólo por el hecho de serlo, nunca por necesidad, sino por la obstinación del autor de creer que eso convierte lo escrito en algo moderno y actual.
P. ej. el empleo del término ‘circa’ (usado no una sino dos veces) es ridículo. Si se incluye por su acepción inglesa es incorrecto, y si es por la latina, del todo pomposo e innecesario. Me pregunto si conoce el autor las palabras castellanas ‘cerca’, ‘alrededor’, ‘aproximadamente’ (doy por hecho que sí, pero siempre queda mejor usar un término extranjero, pensará él). El colmo es encontrarse frases enteras del inglés justo después de traducidas al castellano. ¿Cuál es el objeto? ¿Hay necesidad?
Pues así continuamente.
Me pregunto si ésta es la forma de escribir que ahora se considera moderna y actual, si los escribientes se ven impelidos por una extraña fuerza a sustituir los términos de su propia lengua por otros extranjeros, simplemente por pertenecer a la lengua hegemónica. Es tan absurdo que uno no puede dejar de preguntarse por qué.
Estimado Eladio:
Gracias por su comentario, que, faltaría más, me parece completamente respetable. No piense que voy a intentar convencerle. Solo pretendo responder amablemente a sus preguntas :-)
Sobre si hay necesidad, la respuesta, claramente, es que no.
Sobre el objeto, aspecto éste, aunque suene a chanza etimológica, más subjetivo, le aclaro (por si no es evidente) que no se trata de burlarse de nadie. Y mucho menos de ser «moderno y actual». Hay pocas cosas más viejas que insertar extranjerismos y/o frases en otro idioma en un texto literario. Puede echar Usted un vistazo a “Rayuela” de Cortázar o “Travesuras de la niña mala” de Vargas Llosa para ver ejemplos donde esto se hace con el francés. O “El año de la muerte de Ricardo Reis”, donde Saramago juega en un momento dado con el alemán. Para algunos, entre los que me incluyo, esto tiene aún más sentido cuando se trata de dar a conocer a un lector que comparte tu idioma un personaje extranjero. Por dar un ejemplo de lo anterior, me remito a la magistral “Congo. Una historia”, del historiador belga David van Reybrouck. Aunque su obra estaba escrita en flamenco, aderezaba los testimonios de sus personajes con palabras/frases en el francés de los entrevistados. (Esto era así en la versión original, y se respetó en todas las traducciones).
En el caso específico de este reportaje, su temática, y la forma en que está escrito, pretende ser un guiño a David Foster Wallace, un autor que cito en el texto, al que admiro mucho, que se interesó enormemente por el tema de la pornografía (estuvo a punto de escribir una novela ambientada en ese mundillo, pero por desgracia no llegó a hacerlo) y cuyas obras, al igual que las citadas más arriba, recurrían con frecuencia al francés (en “La broma infinita” abundan las frases/palabras en este idioma; cosa curiosa, con errores ortográficos a cada instante, pero en eso no suelen destacar ni los más brillantes escritores anglófonos —lea textos originales de Hemingway, quien, pese a su pobrísimo español, se esforzaba por inculcar frases en nuestro idioma, entiendo yo que para dar unas pinceladas de sabor local, a algunos de sus personajes; o lea a la más simplona Agatha Christie, que nunca fallaba en colar entre sus páginas a un turista francófono soltando frasecillas en nivel A1). A Foster Wallace, por cierto, le gustaba también el alemán (Zeitgeist, Doppelgänger y, sobre todo, su favorita, Weltanschauung) y el latín. De ahí los latinajos en este texto. Por cierto, esto último (y de ahí lo tomó Wallace) es normal en lenguaje académico, al menos cuando se publica en lo que Usted llama lengua hegemónica —algo en lo que, fíjese qué cosas, yo estoy en total desacuerdo. Para mí el inglés no es en absoluto hegemónico. A lo sumo estaría de acuerdo con que lo llamemos lingua franca, perdone Usted, lengua vehicular ;-)
De nuevo, no se trata de convencerle, ni de que le guste más o menos el texto.
Solo quería poner de manifiesto que, por desgracia, no soy tan moderno y actual, ni siquiera tan original, como podría parecer a simple vista :-(
Un saludo.
Pingback: Enlaces de ayer y hoy (edición nº 30) | Iván Lasso
Gracias por tomarse la molestia de responder, no pensé que fuera a hacerlo ni era mi intención al escribir el anterior comentario.
Entiendo por dónde va con toda esa retahíla de obras y autores que menciona (nótese la audacia de evitar el uso del término ‘name dropping’ ;-) al respecto del uso de extranjerismos. Obviamente todos, quien más quien menos, los hemos leído en obras de todo pelaje (términos y expresiones francesas en obras rusas o en inglés, del italiano en autores americanos, etc.), y no seré yo el que vaya a descalificar su uso por decreto, ya que concederé en que ocasiones son útiles -por estética o por necesidad práctica-. No obstante, también hay que añadir que aquí no estamos hablando de novelas ni alta literatura, simplemente de un reportaje/entrevista a un actor porno (y Foster Wallace tampoco es que haya sido santo de mi devoción).
Pero generalmente se establece una frontera (subjetiva y personal, como es obvio) para determinar cuándo algo encaja de forma natural e integrada en el cuerpo y estilo de la obra y cuándo su uso es absurdo, reiterativo o innecesario. Algo que tan frecuentemente sucede en publicaciones y webs actuales que parecen querer mostrar con ello estar a la última en el empleo de los términos extranjeros de más reciente adopción, y cuyo resultado es muchas veces sonrojante y ridículo.
De todos modos no me refiero específicamente a usted con esto último, y si algo de lo que escribí en el anterior comentario resultó ofensivo o grosero le pido disculpas, que tampoco es esa la intención. Sí lo es denunciar el papanatismo tan imperante en nuestros días a la hora de escribir.
Un saludo, y me disculpen por la mediocre redacción y puntuación, apenas he tenido tiempo para dedicarle.
Gracias, Eladio, por su contestación. No me ha ofendido en absoluto. La frontera, como muy bien dice, es subjetiva y personal, así que es normal que tengamos opiniones distintas. Yo soy, por utilizar el lenguaje de Martillo Negro, un «jodido friki» de David Foster Wallace, así que quizás me haya pasado un poco de la raya… (O quizás no. De hecho, mi próxima novela tiene aún más guiños a Wallace que este artículo… Ahora bien, con la ventaja de que no hay extranjerismos ni latinajos, así que quizás, cuando salga en unos meses, puede Usted incluso echarle un vistazo :-)).
En cualquier caso, le agradezco que me lea, y que me critique.
Un saludo.
O la cosa ha cambiado mucho en Wall Street, o soy aún más pringado de lo que pensaba.
Pues en este enlace podrás ver a los Lobos de Wallstreet mas metidos en faena que a los de Brazzers :D
https://www.youtube.com/watch?v=l8CkL3eCxqY&oref=https%3A%2F%2Fwww.youtube.com%2Fwatch%3Fv%3Dl8CkL3eCxqY&has_verified=1
Me ha gustado mucho el artículo!!. Sinceramente, creo que Lex deja en pañales al bueno del señor grey y encima este es ficticio jiji. Miedo me daría preguntarle por su cuarto rojo!! :).
Saluditosssss!!