La patria de todo poeta que de verdad lo sea no es otra que la poesía. También es así para Ana Blandiana, como proclama el título del volumen recientemente traducido a nuestro idioma Mi patria A4: la patria de Ana Blandiana es el folio en blanco sobre el que procura «descifrar huellas que no se ven, / pero que sé que existen y esperan / que las pase a limpio / en mi patria A4» («La patria del desasosiego»).
Pero todo poeta es también hijo de su tiempo y de sus circunstancias. Así que sus coordenadas vitales responden por una parte a una biografía concreta, al tiempo que la trascienden mediante la extraña cosecha de palabras que recoge toda obra poética de envergadura. De modo que, si cualquier persona que pasa por este mundo vive, conscientemente o no, esa doble condición que lo hace ciudadano de tal país y en tal época, al tiempo que lo concibe (o se concibe) como habitante de un continuum que llamamos civilización y que nos hace partícipes de lo que nos ha precedido y constructores de lo que vendrá, en el caso del poeta, que recoge testimonio verbal de esa «doble vida», la dualidad adquiere proporciones mucho más reconocibles. Es el suyo, y el de su obra, un viaje simultáneo por dos mapas superpuestos.
En el plano biográfico, las coordenadas de la poesía de Ana Blandiana, nacida en Rumanía en 1942, pasan por el momento histórico-artístico en el que comienza a publicar. Afirma la profesora y traductora Viorica Patea en el prólogo de Mi patria A4 que «Ana Blandiana pertenece al Neomodernismo, el grupo de poetas que debutaron a mitad de los años sesenta y que gozaron de un relativo «deshielo» de la política cultural» (pág. 15). Ese deshielo, claro está, hace referencia a las constricciones artísticas que imponían los regímenes comunistas a mediados del siglo XX, no solo en Rumanía sino en otros países como Polonia, donde la llamada «ruptura de 1956» también propicia un panorama creativo menos encorsetado por la doctrina socialista. Y probablemente esto que expreso a continuación no será defendible ante ningún estricto tribunal de crítica literaria, pero yo me pregunto si no es algo más que casualidad el que grandes poetas como Blandiana, su compatriota Marin Sorescu o la premio nobel polaca Wislawa Szymborska, por mencionar solo algunos de los grandes poetas que la Europa central ha dado en el siglo XX, compartan hasta cierto punto en sus poemas un cierto tono de metafísica lúdica, esto es, hablen de la trascendencia desde un sentido del humor (casi negro cuando incluso desde lejos, o de soslayo para evitar la censura, rememoran los sucesos convulsos de esa parte del mundo en los últimos cien años) y una aparente ligereza, incluso formal, que por supuesto no es tal.
Uno de los temas más caros a los poetas mencionados es la alteridad que nos constituye, más evidente aún cuando se vive bajo regímenes totalitarios, y que, en última instancia, es deudora de esa incapacidad de quedarnos conformes nada más que con el plano biográfico de nuestra existencia, cuando sabemos que venimos de más lejos en el tiempo. Y así, donde Ana Blandiana escribe, en el poema «Dulce confusión»:
Llevo tu ropa
Que mi cuerpo llena,
Me asombro de lo bien que me sienta,
La ropa se asombra también
Como si tú misma hubieras regresado —
Dulce confusión,
Destinada a ocultar
La semilla que ha perdurado siglo tras siglo…
Encontramos similitudes con el siguiente poema de Marin Sorescu titulado «Desdoblamiento»:
En la noche alguien pasea con mis ropas
Y las lleva puestas.
En la mañana observo en los zapatos barro fresco.
¿Quién tendrá un modo de andar parecido a mi andar? (1)
Este tipo de coincidencias se dan constantemente: Sorescu y Szymborska hablan en términos parecidos de las nubes, y de situaciones humorísticas como la que tiene lugar cuando un poeta es convocado a un recital con más que exiguo público (ello a pesar de que ambos disfrutaron de gran popularidad). En Szymborska y Blandiana, por el contrario, son recurrentes las imágenes de los ángeles, así como las de los árboles (un manzano, un cerezo), tan cercanas al animismo; y todo trasciende, insisto, en aparente simplicidad y con notoria ausencia de énfasis, el aquí y el ahora. Las concomitancias también se dan en el plano meramente biográfico: el gran poeta checo Vladimir Holan, acusado en 1948 de «formalismo decadente» por las autoridades del país, fue condenado durante quince años al silencio público. Ana Blandiana, como sabemos, también ha sufrido repetidas veces el ostracismo literario impuesto por el poder político. Pero es que además, en este universo en cuyas fantasías planea siempre una sombra kafkiana, a veces la realidad se ve superada por la ficción. Así, cuando a Holan se le restituye el reconocimiento público, sigue obstinándose en vivir aislado en la isla fluvial de Kampa, en el centro de Praga, un poco como el personaje principal del relato de A. B. de elocuente título «Proyectos de pasado», que se resiste a volver a entrar en sociedad y perpetúa un modo de vida forzado por los años de exilio: mundo externo y mundo interno, en circunstancias tan duras y carentes de sentido como las que les ha tocado vivir a estos poetas y personajes, poseen una lógica interna que solo ellos pueden descifrar y darle forma artística.
Al mismo tiempo, la poesía de Ana Blandiana trasciende un tiempo y un lugar conocidos y entra por derecho propio en el corpus de la gran poesía intemporal y universal cuyas palabras abrazan a todos por igual, habitantes de un único mundo y un único tempo. Volvamos al principio: el libro se titula Mi patria A4, pero el poema que alude directamente a este asunto, se titula, significativamente, «La patria del desasosiego». Y he aquí que otro gran poeta de poetas, Fernando Pessoa, tituló su obra más personal, precisamente, Libro del desasosiego. En sus páginas, Pessoa escribe lo siguiente: «Pertenezco… a aquel género de hombres que están siempre al margen de aquello a lo que pertenecen, no viendo solo la multitud de la que son parte, sino también los grandes espacios que hay al lado». Inclusión y alteridad, pertenencia y desasimiento son cualidades indispensables al quehacer del poeta, y los «grandes espacios» de Pessoa son también los que convienen al género poético que, a diferencia de otros, ocupa tan solo unas cuantas líneas en una página, como Ana Blandiana descubrió a una edad temprana.
La patria de los poetas no se crea de nuevo con cada poeta que se incorpora a la misma, sino que se «actualiza». Así, cuando leemos en el poema «Reconstitución»: «Por muy lejos que vaya, / solo me conmueve / lo que reconozco, lo sabido de antemano, / desde mi infancia y mucho antes, / de una vida anterior / acerca de la que no sé nada», advertimos que Ana Blandiana en realidad está poniendo de manifiesto su deuda con el «saber es recordar» platónico, con esa idea de que el alma inmortal en realidad nace hecha y solo en su paso por este mundo olvida lo que sabía. De ahí que la labor del poeta sea la de perseguir cualquier posible eco de esa vida anterior que otorga al aquí y el ahora una resonancia metafísica.
Sin embargo, no termina ahí la afiliación de la poesía de Ana Blandiana con la filosofía platónica: en su emocionante «Réquiem», escrito a raíz de la agonía y muerte de su madre, Ana Blandiana cita explícitamente al místico neoplatónico Plotino, cierto es que para rebatirle: «Si el tiempo fuera la vida del alma / como decía Plotino, / Yo tengo ahora menos alma / que hace diez años. / Y tú casi nada. / Pero no es así. / Nada se pierde: / El tiempo se aglutina en el alma / Como en una clepsidra por la que fluyen / granos de arena nacidos de las ideas…». La relación que establece entre tiempo y alma bajo la imagen de la clepsidra es inequívoca y nos habla de la poesía, en primer lugar, como contemplación, y después, como participación mística (de la que los ángeles son mensajeros con frecuencia desapercibidos) en todos los sucesos de la naturaleza, es decir el cosmos, los seres vivos y todas sus vicisitudes. Emparentada así con otros notables plotinianos como la poeta inglesa Kathleen Raine y el español Claudio Rodríguez, Ana Blandiana nos regala una poesía religiosa en el sentido más literal del término, ya que religa principio y fin, vida y muerte, aquí y allí. Al igual que los tiempos remotos en que al poeta de la tribu se le atribuía el poder de comunicarse con el inframundo y sus espíritus, la poesía de A. B. traspasa las fronteras seculares de nuestras sociedades contemporáneas y se cuela incesantemente en los ritos mistéricos antiguos, dondequiera que se hallen hoy (véase el poema «Misterios»). En este sentido, los versos de Blandiana vuelven a estar en sintonía con las palabras de Pessoa: «el medio moderno hace imposible la aparición de cualidades de construcción en el espíritu. (…) La única cosa en la que existe construcción hoy día es una máquina». También nuestra poeta reconoce este tiempo de escasez espiritual rendido a la tecnología antes que a la naturaleza en poemas como «Iglesias cerradas», «En las colinas», «Aglomeración» o «Sobre patines.»
De este modo, la poesía de Ana Blandiana, tanto si critica oblicuamente el régimen totalitario en sus relatos como si rechaza el materialismo feroz de nuestras mercadocracias, trasciende las dosis de civismo y postura ética de su obra; trasciende incluso la tentación de quedarse en el plano de la meditación filosófica sobre las grandes preguntas de la existencia (la vida, el tiempo, la muerte). Y al igual que los ángeles que la pueblan, alza el vuelo, aun en medio de la indiferencia urbana, hacia las esferas de lo incognoscible y lo inexpresable. Pero también esto sería insuficiente si no utilizara para ello un lenguaje desprovisto de complejidad. Ardua tarea, por ejemplo, intentar superar la expresividad y concisión de esta descripción de la mayor ambición del alma humana: «¡Qué difícil es acariciar las plumas de un ángel!» Cumple así la voluntad firmemente expresada por ella misma, de que «la poesía se acerque al silencio, el medio que le es propio».
Afirma la filósofa María Zambrano, en su obra Algunos lugares de la poesía, lo siguiente: «Ya en la polis griega en modo resplandeciente el lugar actúa y luego, a lo largo de nuestra historia cada vez más profana de Occidente, el lugar domina en forma indiscutida, eso sí, prevaleciente en la noción de patria. De patria de historia, de patria de lenguaje y de modos de vida, de cultura. Pues que «el lugar» fue, como toda noción fundamental al pensamiento, antes que «natural», y no digamos «racional», sagrado». Estas son las coordenadas de Ana Blandiana. Si su patria es un folio, el lugar que habita registra la presencia imperceptible de lo sagrado. Apolo acariciando el teclado, sí. Una golondrina revoloteando sobre el Pantocrátor, sí. Aunque ahí afuera a los ángeles se les atrofien las alas con la correa de la mochila.
(1) Marin Sorescu, Poemas. Traducción de Omar Lara. Madrid: Visor, 1981.
La verdad que no he seguido mucho a ésta poetísa, pero el artículo me ha enganchado para seguirla, muchas gracias
¡¡ Apuntadísima !! Gracias!
Plotino, Claudio, Kathleen, María Zambrano… y, ahora, Ana Blandiana: ¡Inmejorables compañeros de viaje! Faros en este mar tempestuoso.
Gracias, Natalia (y Viorica, y Antonio Colinas), por descubrirla y mostrárnosla en español.
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