José López Barneo (Torredonjimeno, 1952) es licenciado en Medicina y catedrático de Fisiología en la Universidad de Sevilla, pero en el campo se le reconoce, probablemente, como el mayor experto español en la enfermedad de Parkinson. Actualmente dirige el Instituto de Biomedicina de Sevilla (IBiS), donde nos recibe para la entrevista. José ha recibido prestigiosos galardones como el Premio Rey Jaime I de investigación, el Premio Maimónides de Investigación de Andalucía o el Premio de la Fundación Lilly de Investigación Biomédica. Este médico jienense ha sido considerado entre los españoles más influyentes de la ciencia y de la tecnología en varias ocasiones. Hablamos con él de neurociencia, de investigación, de párkinson y de cómo transcurre la ciencia en estos tiempos revueltos. José desprende pasión por las historias que cuenta, relata las implicaciones que tiene la biomedicina y traslada, casi sin quererlo, ese entusiasmo plácido que caracteriza al científico que se ha batido en mil batallas.
Estamos frente a un investigador andaluz de éxito internacional. ¿Cómo se consigue?
Ser profeta en tu tierra. Me incorporé a trabajar en Sevilla en un momento de expansión de la I+D. Desde mi época de doctorando hasta que saqué la plaza de profesor hubo un periodo que viví en mis propias carnes las dificultades enormes que había aquí para hacer algo. Vi como en poco tiempo la situación mejoró. Yo empecé a trabajar en ciencia en el año 1975/76, y entonces esto era un erial absoluto. Me fui a Estados Unidos en el 82, y volví en el 85. En esos años la situación cambió espectacularmente. Entramos en un proceso de expansión que ha durado hasta fechas recientes. Ha sido, por tanto, relativamente fácil hacerlo. Luego, en segundo lugar, está la labor personal. Hay que trabajar mucho, de forma clarísima, independientemente de que uno tenga suerte. Hay que trabajar más que si uno hiciera su trabajo científico en Estados Unidos, en Inglaterra o en Alemania. Sinceramente, he trabajado muchísimo.
Para un investigador qué crees que es más importante, ¿las publicaciones, los premios o el reconocimiento social?
Lo más importante es tener el convencimiento de que ha contribuido al desarrollo de la ciencia. Todo lo demás viene siempre como consecuencia de eso. Los investigadores, hablando coloquialmente, somos todos muy listos. Obviamente hay una selección muy alta, pero es que además todos somos ambiciosos y muy trabajadores. Nos une una ambición que no es la que se suele ver en otro tipo de profesión: la del reconocimiento, lo que llamaban los antiguos «la gloria científica». Este premio es, con diferencia, el más grande. El reconocimiento de los pares, de los colegas. Porque eso implica que ha hecho descubrimientos importantes, que se ha reconocido, se ha admitido internacionalmente, que sirve bien para el desarrollo de la ciencia, bien para la transferencia a la clínica, la biotecnología o lo que sea. Lo importante en el mundo de la ciencia es hacer una labor bien hecha, reconocida y, a ser posible, de la mayor transcendencia posible.
¿Cuál es la mejor forma de medir a un investigador? Tú, por ejemplo, tienes un índice h de 41.
De 43.
De 43, lo cual es una barbaridad, aunque también has hecho grandes contribuciones en el campo de la neurociencia en las mejores revistas científicas del mundo. ¿Cómo tenemos que medir a un investigador?
En mi opinión, por dos parámetros. Uno sería por lo que sabe. Esto llevado a un extremo se puede convertir en una patología. Hay gente muy buena, que sabe mucho, que entiende, pero que no es capaz de transmitir correctamente lo que sabe; en tal caso es como si no supiera. No basta con saber. Saber es condición sine qua non. El segundo parámetro por el que hay que valorar a un científico, a un investigador, son los resultados que obtiene, dónde los tiene publicados, naturalmente. Porque las revistas, con todos sus defectos, son un sistema bastante depurado. Por supuesto, sabemos que no todo lo que se publica en Cell es maravilloso. Pero el 90% de lo que se publica en Cell, Nature o Science u otras, es de muy buena calidad. Creo que al científico todos lo conocemos cuando cogemos un currículum y vemos lo que ha publicado y la posición que ocupa en cada publicación. La ciencia cada día es más cooperativa. Los científicos buenos en algún momento tienen que publicar como autores primeros o últimos en esas publicaciones, según la edad. Y luego el trato con la persona en una entrevista, en un seminario; preguntándole realmente ves cuánto sabe.
¿Se ha puesto demasiado énfasis en el tema de las publicaciones? Se empiezan a considerar curricularmente las patentes, pero nos quedan otras habilidades que son muy importantes: divulgación, gestión de la investigación, transferencia de tecnología, etc. ¿Qué otras aptitudes debería tener un buen científico?
En una Universidad como Harvard o Stanford, Columbia, Cambridge, Oxford, o en la Universidad técnica de Munich nadie hace análisis bibliométricos para valorar a un científico. Te piden un curriculum vitae, te invitan a un seminario, y como personas expertas te oyen, se entrevistan contigo, van a cenar contigo, te preguntan cuáles son tus intereses en la vida… El científico coge tu currículum, se lo lee, y no cuenta cuántos papers tienes. Ven realmente qué has hecho, miran si eres muy citado, a cuántas conferencias internacionales te han invitado… Todo eso es un compendio que no se puede reducir a un algoritmo de suma y resta y de índice de impacto. Es la experiencia de la persona, lo que esa persona es.
¿En España se hace?
En los países avanzados y de gran tradición científica se hace esto muy bien. En España hemos empezado más tarde. Hemos tenido un sistema de I+D medio creíble a partir de los años ochenta, hace treinta años, por primera vez en nuestra historia. No ha habido anteriormente ningún sistema como el que tenemos, con todos sus defectos. Por tanto, comenzamos a hacerlo más fácil, el sistema estaba más centrado en las publicaciones, en las revistas indexadas. Recuerdo cuando se trataba de publicar en inglés, luego era publicar en inglés bien, en una buena revista. Dejamos, por supuesto, muy olvidado el tema de las patentes, de la transferencia. Nadie sabía qué era eso. No había empresas de biotecnología. Creo que todo esto se ha seguido desarrollando. Y hoy en día, incluso en el tema de la transferencia se han hecho grandes avances. Puede haber áreas concretas en donde se haga más transferencia o más investigación básica, pero en general, al menos en las áreas de la investigación biomédica o de la investigación experimental, en química o biomedicina, incluso en aspectos de física el objetivo es paralelo, avanzar en el conocimiento y por supuesto crear patentes que se licencien por empresas. Y por supuesto creo que hoy en día una patente pesa igual o más que una publicación, dependiendo, naturalmente, del tipo de patente y del tipo de publicación del que estemos hablando. Distinto es que en España, en mi opinión, todavía alguna agencia evalúa a los científicos con excesivo algoritmo de cuartiles o de índice de impacto. Creo que es una forma muy incorrecta de evaluar. Se cometen muchos errores, muchos agravios comparativos. La valoración tiene que ser hecha por expertos en los campos correspondientes, que conocen el campo del que se trata, miran el currículum y saben qué significa en todos sus matices, y obviamente hacen un informe sobre la persona o sobre la investigación que están evaluando en función de una serie de cosas que no se reducen a una suma y resta matemática, sino a algo más complejo.
Por otra parte también está la gestión. Eres el director del Instituto de Biomedicina de Sevilla, ¿es una carga o una ventaja?
Es una gran carga [risas]. Hombre, uno lo elige libremente, nadie me ha obligado. Cuando he hablado con compañeros de otros sitios, de Sevilla y de España, hemos llegado a la conclusión de que el crear instituciones de investigación es importante, porque en España es que no había cuando yo empezaba. En biomedicina, el primer centro señero fue el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, uno de los pioneros, el Instituto de Investigaciones Biomédicas de Alberto Sols, otro centro referente. Pero prácticamente no había más que eso en toda España. Siempre he tenido la idea de que en este entorno tan atrasado como era Andalucía en general y Sevilla en particular, era necesario el crear instituciones de investigación como las que tenemos ahora, como el IBiS, que pudiesen acoger a científicos y que pudiesen facilitarles el desarrollo científico, sobre todo a los jóvenes, que no tuviera que estar cada uno reinventando la rueda, sino que ya existiese un centro de investigación donde tú llegas y te pones a trabajar al día siguiente, sin tener que estar pendiente de montar o no la proteómica o montar o no la electrofisiología. Creo que los de mi generación hemos tenido que dedicarle tiempo a esto, y creo que es bueno que nos lo reconozcan, porque le hemos dedicado bastante tiempo. Pero no es aconsejable que los científicos venideros lo hagan demasiado. Creo que es bueno que las labores de dirección se dejen para etapas más avanzadas en la vida del científico. Yo tuve que ser director de departamento demasiado joven. Se hace mejor, con más visión, con más edad. Es bueno que los científicos se dediquen ya más mayores a esas tareas, que antes de los cincuenta años se dediquen a la labor creativa que es, digamos, la labor más fundamental.
Te doctoraste en 1978. ¿Era más fácil comenzar una carrera científica a finales de los setenta?
Comenzar, en valores absolutos, quizá fuera más fácil comenzar entonces, porque aunque la oferta era menor, la demanda era también mucho menor. Ahora la dificultad que tenemos es que debido a la gran expansión del sistema de I+D, a pesar de que cuando hacemos análisis cuantitativos en porcentaje del PIB que se dedica es menor y el número de centros de investigación ha crecido pero no como debe de ser, en fin… a pesar de todos esos parámetros ha habido una gran expansión del sistema de I+D en los últimos veinte o treinta años, y se ha formado muchísima gente, ha habido muchos universitarios, mucha gente que estudia Biología, Biomedicina, Medicina, Farmacia, Bioquímica, que hacen el doctorado. España tiene un número de universitarios altísimo. El número de doctores es muy alto, en porcentaje, comparado con otros países. Ahora ha habido un parón brusco, y por tanto la oferta es mayor que la demanda, y este es el problema grave que tenemos en estos momentos. Yo siempre se lo digo a mis compañeros jóvenes, a mis alumnos de ahora: cuando yo acabé la carrera estuve trabajando como médico durante un tiempo, estuve una época dudando qué hacer, tenía muchas ofertas y podía elegir entre ser médico militar, médico de pueblo, médico de hospital, científico de electrofisiología, científico teórico, inspector de la seguridad social… En todo esto podía trabajar de un día para otro, o hacer alguna especie de curso, o algo así… Cuando acabé la carrera tuve una oferta laboral de catorce o quince posibles puestos de trabajo. No te estoy exagerando. Y como yo muchísima gente. Eso se lo planteas a una persona joven de hoy en día y no se lo cree, te dice que estás mintiendo, que estás exagerando. Hoy la gente no tiene libertad. Entonces la tenías para elegir lo que tú creías que te interesaba más, donde tú creías que tenías vocación… Hoy en día los jóvenes están condenados o a moverse o a estar en paro. Es una situación muy triste a la que hemos llegado. Debemos intentar desatascarla. Lo digo coloquialmente. Hay una forma de desatascar el sistema y es yéndose al extranjero. Afortunadamente en el extranjero puedes trabajar de forma inmediata. Alemania está ofertando trabajo, Inglaterra también, Estados Unidos por supuesto. A todo el mundo medio bien formado que veo que puede desenvolverse bien le aconsejo que se vaya y luego ya veremos. O que se queden a vivir allí y que hagan su ciencia fuera de España.
¿No es una pena?
Hay una cosa que ha cambiado muy importante, o al menos mi manera de verla. Siempre vi las cosas muy comarcalmente. Tenía la idea de que había que venir aquí a hacer investigación, a publicar en Nature desde aquí, sin ningún extranjero al lado. En este sentido he cambiado de opinión, sinceramente. He tenido además discusiones serias con colegas. He cambiado de opinión porque creo que la globalización lo ha cambiado todo. En estos momentos necesitamos una sustancia que cure el alzhéimer. Si la descubre Luis o Antoine, si es en Filadelfia o en España es relevante localmente, por supuesto que lo es, pero lo que hace falta es que a los millones y millones de pacientes con demencia, o cáncer, o párkinson, se les atienda. En ese sentido la globalización ha hecho la ciencia menos local. Y es menos importante que en Sevilla haya obligatoriamente investigación. Es preferible que en España tengamos un desarrollo armónico… Pero la movilidad científica yo creo que hoy en día es mucho más fácil, mucho más aconsejable que en mi época. En aquel entonces considerábamos que investigar era no solamente investigar para descubrir cosas, eso por supuesto, sino que también cambiaba la sociedad, hacía la sociedad más democrática, más libre, más crítica; veníamos de un periodo muy oscurantista. Todo eso está muy ligado. Hoy en día todo esto se ha conseguido. El objetivo es investigar mucho y bien. Vete a donde creas que te van a dar las mejores condiciones para investigar mucho y bien.
Eres, probablemente, el mayor experto de párkinson en España. Por favor, cuéntanos en qué consiste esta enfermedad.
Es una enfermedad neurodegenerativa. Esto quiere decir que se mueren las células nerviosas, las células que forman parte del cerebro. En el caso del párkinson no hay una mortalidad generalizada, sino que se mueren células en unas zonas específicas, fundamentalmente en un área que se llama la sustancia negra, y se le da este nombre porque tiene color negruzco cuando se mira al microscopio, porque hay un pigmento que tiñe estas neuronas. Esa estructura participa en el control de los movimientos. Cuando esas neuronas se destruyen, por causas que hoy en día se desconocen, la persona muestra un déficit de función neuronal que, en este caso concreto, al haberse destruido neuronas que controlan el sistema motor, aparece como trastornos del movimiento. De hecho, la enfermedad de párkinson es una enfermedad típica de trastornos del movimiento. La postura cambia, la espalda se encorva, se anda más despacio, con pasos cortos, es típico, aunque no en todos los pacientes, que aparezca temblor… Dos signos muy típicos son el temblor y la rigidez. Según el tipo de paciente, unos presentan más temblor que rigidez y otros más rigidez que temblor. El párkinson suele empezar de una forma muy asimétrica. Muy típico del párkinson es que empiece con el temblor de una mano, u otra, no las dos. Con el tiempo, con la progresión de la enfermedad, comienzan a verse afectadas las dos partes del cuerpo. La persona que presenta rigidez suele empezar con lo que se llama el signo de la rueda dentada, cuando quiere extender por ejemplo el brazo, tiene que ir como salto a salto, no puede extenderlo de una vez, es como si hubiera en la articulación una rueda dentada. Es muy típico de la enfermedad. Según va avanzando la enfermedad estos síntomas van cada vez a peor. Yo que he tenido experiencia con pacientes en estados ya avanzados he visto que el paciente se queda totalmente imposibilitado, sin poder moverse prácticamente, en un estado como de congelación. Es una enfermedad que tarda tiempo, pero que en su progresión lleva a incluso a la muerte, es muy invalidante.
Dices que no conocemos la causa de la enfermedad, pero supongo que habrá alguna hipótesis.
Ha habido muchas hipótesis antiguas sobre tóxicos, metales pesados, pesticidas… pero en este momento los análisis epidemiológicos no apoyan estos orígenes. En estos momentos aproximadamente el 85% o 90% de los enfermos de párkinson son esporádicos, es decir, no genéticos. Por tanto, la enfermedad aparece por causas desconocidas. En un 10% sí se sabe que el origen es genético. Ahí sí que están identificados más de una decena de genes que generan párkinson y que son de tipo autosómico dominante o recesivo. El dominante es como el color de los ojos, que si lo heredas de tu padre o de tu madre tienes párkinson, y el recesivo es que tienen que juntarse los dos, tanto el del padre como el de la madre, para que se manifieste el párkinson. Hoy en día eso está muy bien identificado. Estos genes que producen párkinson, curiosamente, cuando luego se simula la mutación en el ratón no siempre el ratón lo desarrolla. Por tanto, el mecanismo patogénico de cómo estos genes producen párkinson no es muy bien conocido. Hoy día todas las hipótesis nos llevan a la mitocondria, que es un orgánulo de la célula que tiene la función de producir energía. Y de una forma u otra, todas las alteraciones genéticas que se están viendo que producen párkinson al final acaban antes o después afectando a la función mitocondrial. Y cuando la mitocondria no funciona bien las células empiezan a morirse por falta de energía. Pero se desconoce porqué en algunas personas la función mitocondrial comienza a afectarse y comienzan a desarrollar párkinson. Hoy en día la hipótesis más avanzada es la predisposición genética. Todos tenemos un perfil genético que nos hace ser más altos, o más bajos, o más o menos obesos. En ese perfil puede haber quince, veinte, treinta o cuarenta genes que predisponen a que las neuronas de la sustancia negra sean un poco más sensibles.
¿Dónde está la vanguardia en la investigación del párkinson?
En mi opinión, uno de los avances más importantes que se han hecho en los últimos tiempos se da en las neuronas de la sustancia negra. Estas células, por su diseño, por lo que tienen que hacer, tienen que estar produciendo impulsos eléctricos permanentemente. Al menos, alrededor de uno a tres cada segundo. Es decir, desde que se genera la sustancia negra hasta que te mueres, esas neuronas están produciendo de uno a tres impulsos eléctricos por segundo durante toda la vida del individuo. Quizá desaparece durante el sueño, pero durante la etapa de vigilia ocurre permanentemente. Esos impulsos eléctricos los generan mediante el flujo de un ión a través de la membrana, que es el ión calcio, además de otros iones, pero en este caso concreto se requiere el flujo del ión calcio para producir esos impulsos. Y como el ión calcio en dosis altas puede ser muy tóxico para las células, hoy en día se cree que esa entrada de calcio permanente y sostenida está produciendo un daño crónico con la edad. De hecho la edad es el factor de riesgo más importante para sufrir párkinson, ya que implica agresiones mantenidas acumuladas durante mucho tiempo en una célula que no se regenera y que por tanto está ahí siempre. Por eso la edad es uno de los factores más importantes para el daño celular. De hecho, hay en marcha, al menos que yo recuerde, uno o dos ensayos clínicos autorizando bloqueantes del canal de calcio para ver si así previenen la aparición del párkinson.
¿Qué fármacos hay en el mercado? ¿Son útiles dichos fármacos?
Ha habido un desarrollo farmacológico que en su tiempo fue revolucionario, allá por los años setenta cuando se puso en marcha la levodopa. Yo he tenido la ocasión de ver el efecto impresionante, beneficioso, de la levodopa. Uno de estos pacientes que están quietos, que no pueden moverse, les das levodopa y a la media hora está andando, moviéndose, es milagroso. La levodopa es un precursor de la dopamina; las neuronas que se destruyen en el párkinson producen dopamina. La levodopa hace un efecto magnífico, lo que pasa es que es un efecto muy transitorio, y en poco tiempo desaparece. Hoy en día se ha mejorado mucho el tratamiento farmacológico con fármacos que acompañan a la levodopa: se han descrito fármacos nuevos que evitan que la levodopa se destruya, sustancias que son coadyuvantes… También hay levodopa dada en dosis retardada, dada mediante una bomba que va infundiendo levodopa de forma continua, en parches… Toda la farmacología prodopaminérgica, digamos, se sigue utilizando, y yo creo que tiene un desarrollo interesante. Las empresas farmacéuticas cada vez la están desarrollando de una manera más ad hoc para los pacientes. Ha habido en este sentido un avance importante.
¿Y además de la levodopa?
No ha habido ningún cambio de paradigma farmacológico en los últimos treinta años. Consideraría como breakthrough importante en párkinson en los últimos tiempos la estimulación cerebral profunda. Se han descrito zonas del cerebro que si uno estimula de forma repetitiva hace un efecto parecido a lo que debería hacer la propia sustancia negra. Se palían bastante bien los síntomas del párkinson. Lo que ocurre es que es una cirugía compleja que puede tener efectos secundarios. Si se aplica a gente muy joven, entonces no se sabe qué va a ocurrir a estos pacientes que tienen estos electrodos implantados durante tanto tiempo. Como fruto de la estimulación algunos pacientes desarrollan síntomas por exceso de actividad dopaminérgica, síntomas psiquiátricos de tipo psicótico. Son efectos secundarios que son casi peores que el propio párkinson. La estimulación cerebral profunda es el único tratamiento novedoso que yo recuerde ahora.
Qué me dices de las terapias celulares.
La terapia celular es una promesa de hace treinta años, y en la que yo he trabajado más. Realmente la terapia celular no ha ido todo lo bien y todo lo rápido que se pensó. Sigue siendo una promesa, por suerte o por desgracia. Aún no ha caído, pero tampoco se ha conseguido implantar en los pacientes de forma rutinaria, a pesar de que lleva desde principios de los ochenta con diferentes aproximaciones. Creo que al párkinson tenemos que llegar por la vía de los medicamentos, por la farmacología convencional. Lo que ocurre es que entender el fenómeno de muerte celular está siendo más complejo de lo que se pensaba.
No se ven esos fármacos aún en el horizonte.
Necesitamos identificar dianas que sepamos que cuando las abordemos van a, por ejemplo, proteger a las neuronas de la actividad tóxica mitocondrial y secundariamente que van a enlentecer la aparición de la enfermedad, van a ser fármacos protectores. Por ejemplo, una terapia ligada a la terapia celular que se ha investigado mucho es la terapia de factores neurotróficos, que son factores que administrados en el cerebro hacen que las neuronas dopaminérgicas sean más resistentes y mueran más lentamente, con resultados interesantes a nivel experimental, pero tampoco luego ninguno de ellos ha tenido un efecto clínico tan grande como el que se esperaba. En este momento la enfermedad de párkinson, como enfermedad degenerativa, como el alzhéimer, son dos retos importantes de la medicina actual. El número de pacientes es muy alto. El avance científico está siendo bastante interesante en lo que se refiere al incremento del conocimiento, sin embargo, la traslación a la biotecnología, a la vida real, a la clínica, está siendo particularmente pobre. Y eso es un reto. Y ante eso la única receta es más ciencia. Está clarísimo.
Una de las líneas de investigación de tu grupo es el trasplante de células productoras de dopamina como remedio para la enfermedad de Parkinson. Cuéntanos un poco más.
Desde muy pronto en mi vida científica he hecho electrofisiología, he trabajado sobre canales iónicos, que son estas moléculas que permiten el flujo de iones a través de la membrana. En los años ochenta hubo una gran explosión de la electrofisiología aplicada sobre todo a los sistemas sensoriales. Se descubrió qué tipo de canal iónico media en la visión, qué tipo de canal iónico, o de canales iónicos, media en el olfato… Todas estas sustancias olfatorias, que hay miles y miles, se unen a canales iónicos y alteran una neurona en la membrana olfatoria y manda la orden al cerebro para tener la sensación del olfato. Se descubrieron canales iónicos que mediaban el gusto. A nosotros se nos ocurrió trabajar en una estructura que es el cuerpo carotideo, que es una pequeña glándula en el cuello, y que se le dio un Premio Nobel al que lo descubrió, y que mide la tensión de oxígeno de la sangre, aunque no se sabía cómo la medía. Nosotros hicimos experimentos y vimos que lo que había era un canal iónico que se regulaba por el oxígeno, y los cambios de oxígeno se convertían en una señal química que liberaba dopamina precisamente, y que activaba unas células nerviosas que iban al cerebro. Hicimos unas publicaciones en Science que tuvieron un cierto impacto, y en PNAS. Salimos en una página completa en el New York Times… Todo eso hecho en Sevilla, con esta mentalidad cateta local que te decía.
¿Cómo se te ocurrió esta idea?
Un día me llama por teléfono un señor que está en Sevilla y que me quiere ver. Era Juan Negrín, el hijo de Negrín, el presidente de la República, que sabes que se fue de España, vivió un tiempo en Rusia, luego estuvo en México, donde murió. Y este señor, Juan Negrín, había hecho neurocirugía, era médico en Nueva York, y estaba muy bien establecido. Ya estaba jubilado. Vivía en esa época en la Costa Azul. Había leído mis trabajos del cuerpo carotideo. Acabábamos de publicar un artículo en PNAS demostrando que se liberaba dopamina en el cuerpo carotideo en este proceso de quimiotraducción, y le había llamado la atención que esta glándula fuera rica en dopamina. Vino a visitarme porque me quería proponer que trasplantáramos el cuerpo carotideo en pacientes. Por tanto la idea no la tuve yo, aunque contribuí a ella. La idea que originó todo fue de Negrín. Vino a verme a Sevilla y comenzamos a hablar del cuerpo carotideo, y en esa conversación vimos que podía ser factible, que quitar el cuerpo carotideo no era incompatible con la vida y pusimos en marcha este proyecto. Luego él murió al año y pico de hablar conmigo, y no pudo ver que hicimos un estudio preclínico muy formal en el que trasplantamos el cuerpo carotideo en el cerebro, y fue cuando salimos en el New York Times.
Curioso.
Este proyecto comenzó así, por una investigación básica que nunca pensó tener ninguna utilidad directa traslacional en clínica, y en el proceso del desarrollo surgieron aplicaciones que se han ido madurando a lo largo de los años. Esta estructura inicialmente pensamos que podía ser interesante, por la dopamina, pero luego vimos que su interés mayor era en el tema del trasplante celular aplicado a párkinson, porque estas células son muy ricas en GDNF. Este es un factor neurotrófico que se sabe que tiene un poder protector de las neuronas dopaminérgicas muy fuerte. Creíamos que era una estructura ideal porque se combinaba trasplantar algo que produce dopamina y GDNF. Además era un autotrasplante que evitaba rechazo. Entonces hicimos el proyecto, que fue y sigue yendo muy bien a nivel experimental. A nivel de traslación clínica hicimos dos ensayos clínicos, publicados en 2003 y 2007, donde hicimos estudios para ver si había efectos secundarios, si esto era factible. Los hicimos colaborando con colegas de Granada, Ventura Arjona y Adolfo Minguez, neurocirujano y neurólogo respectivamente. Fue muy bien. En el segundo estudio clínico llevamos a los pacientes a Londres para que les hicieran un PET antes y después de la cirugía, y el PET se lo hizo el mayor experto europeo en PET de sustancia negra, que es David Brooks. Por eso tuve la experiencia de convivir en Londres con pacientes parkinsonianos todo el día y ver que la situación es espectacularmente dura. De verdad, cuando convives con ellos no media hora ni una hora, sino todo el día entero, es durísimo, sobre todo para los familiares. Y el resultado fue que no teníamos suficiente mejoría clínica. Mejoraban clínicamente algo, unos más que otros, en algún caso particular. Trasplantamos a doce pacientes, de ellos tres mejoraron mucho, y de esos tres a dos les hemos seguido porque uno se salió del estudio. Pero a esos dos les hemos seguido la evolución en años, y la mejoría, aunque la van perdiendo, clarísimamente les ha frenado el curso de la enfermedad. Pero los otros nueve pacientes, aunque mejoraron algo, al año o año y medio estaban prácticamente igual que antes de la cirugía. Esto nos llevó a preguntarnos qué estaba fallando en la traslación clínica y llegamos a la conclusión de que era la cantidad de tejido, que estábamos trasplantando muy poco tejido. Nos llevó a retomar el tema en el laboratorio intentando expandir el cuerpo carotideo in vitro, extraerlo del paciente, llevarlo al laboratorio y, en vez de trasplantarlo el mismo día como habíamos hecho previamente, pues intentamos expandirlo in vitro para trasplantarlo posteriormente con mayor cantidad de tejido. Y esto nos llevó a la tecnología de las células madre adultas, de la expansión de células madre, y es donde estamos ahora. Con muchas dificultades, es muy difícil expandir tejido nervioso adulto, aunque como en este caso tenga células madre identificadas y conocidas. Esto ha dado lugar a varias publicaciones, algunas de ellas en revistas de muy alto nivel. Volvemos a lo que comentábamos anteriormente, ¿qué es más importante tener una publicación en Cell o curar la enfermedad de Parkinson?
Curar la enfermedad, ¿no?
El trasladarlo a la clínica es un reto que tenemos nosotros y que tienen otros grupos en el mundo, y que no estamos siendo capaces de resolver.
¿Cómo valoras los últimos reglamentos españoles y europeos sobre el uso de animales para fines científicos?
Me parece, en mi opinión, una pequeña locura normativa. Estamos llegando a una situación compleja. Hay que ver de qué animales estamos hablando. Un primate no es igual que un mamífero no primate. Si me apuras, no es lo mismo un gato o un perro, que no están criados en granjas, ni reproducidos de forma clónica, sino que son cada uno individualmente de su padre y de su madre, de un macho y una hembra, que son animales mamíferos grandes. He trabajado muchísimo con gatos. Habré sacrificado en mi vida a más de doscientos. Este tipo de animales, sinceramente, creo que requieren una regulación estricta. Pero animales roedores del conejo para abajo, aunque sean grandes, pero que se pueden mantener clónicamente, que los generamos de forma isogénica, uno igual a otro, que no tienen un comportamiento muy sofisticado… no tiene color. Hay que hacer una regulación seria, por supuesto, como en España se ha venido haciendo en los últimos tiempos, sin llegar a la locura, que casi a alguno le dé de lado a hacer un experimento en un ratón porque resulta que la regulaciones son tan complejas que no te permiten trabajar.
En las fases regulatorias hay que experimentar necesariamente en animales y se utiliza rata y perro habitualmente.
Tanto las CRO, es decir las empresas que se dedican a hacer ese tipo de estudios, como los propios investigadores se van a ver afectados y va a haber un retraso importante en la investigación biomédica. Es bueno intentar tener modelos de células, por supuesto, y ahí están. Pero de la línea celular hay que pasar al tejido, y del tejido al animal entero, y en esos pasos se van perdiendo fenómenos, las cosas van siendo distintas, y cuando va del animal entero al paciente hay otro salto al vacío, que es la razón por la que muchos proyectos de investigación traslacional se van cayendo porque cada sistema es más complejo y es muy difícil que lo que has visto que funciona en un nivel funcione en un nivel superior. Pero, claro, si tú pretendes ir al hombre desde una molécula… Tengo un compañero de origen sevillano que emigró a Canadá, que está en Toronto y se llama Andrés Lozano, y es uno de los neurocirujanos mejores del mundo en este momento, particularmente en párkinson. Y él me cuenta que en este momento en Canadá es más fácil hacer una investigación en pacientes que en animales de experimentación.
¿Esto nos va a hacer perder una oportunidad en Europa?
Creo que es un gravísimo error que viene dado por la política demagógica, ya que los políticos dicen sí a cualquier colectivo que pide algo para ganar unos cuantos votos. Y he hecho un matiz que es importante hacerlo: lo que es un roedor criado para hacer investigación, que es un animal prácticamente clónico, donde no hay individualidad… He tenido perros desde niño, y gatos. Sé lo que son. Se les tiene un cariño grandísimo, se comportan de forma individual. Se pueden usar para investigación, pero obviamente hay que regularlo de forma más precisa y estricta.
Últimamente se utiliza el concepto de traslacionalidad en la investigación. ¿Sirve para renombrar lo que ya hacíamos antes o realmente es una nueva aportación al enfoque de la biomedicina?
Creo que esto se ha hecho de siempre, de forma espontánea. Por supuesto que sí. Cuando Alexander Fleming investigaba en los productos que sintetizan los hongos y frenan el crecimiento de las bacterias estaba pensando en curar las infecciones, obviamente. Todos los investigadores biomédicos, aunque la investigación sea muy básica, trabajan para intentar conocer mejor al ser humano y curar las enfermedades. Sin embargo, este concepto, que lo idearon originariamente los NIH de los Estados Unidos, nos pone un poco en la obligación de prestar más atención a eso. Y yo no lo veo mal. Yo veo bien que en los proyectos de investigación, en sentido amplio, se incida en la traslacionalidad, porque yo creo que estamos asistiendo a un momento en el que estábamos acostumbrados a que los avances científicos se trasladaban con bastante rapidez en el campo de la biomedicina al mundo médico, y mira que la ciencia lleva desarrollándose solo ciento cincuenta o doscientos años. Pero yo creo que estamos viviendo, en los últimos cuarenta o cincuenta años, a raíz de la doble hélice, de identificar el DNA, una enorme revolución científica que no está teniendo una traslación tan rápida como podía haberse esperado al conocimiento de la enfermedad. Pongo un ejemplo. En este momento nos seguimos muriendo de patología cardiovascular más que de ninguna otra cosa. Es la causa más frecuente de muerte. Hace poco se ha muerto Botín con setenta y nueve años de un infarto. La cardiología intervencionista ha avanzado espectacularmente. Pero esto es técnica, como el cateterismo cardíaco, como los stents… y ahí hay muy poco de ciencia. Para hacer eso necesitamos la ciencia que sabíamos hace cuarenta años. Lo que hay es mucha técnica, ingeniería y tecnología. El avance en cardiología en los últimos cuarenta años, que a nivel de técnica ha sido espectacular, a nivel de fármacos ha sido prácticamente nulo.
Las estatinas.
Es uno de los pocos. Si piensas en las estatinas llevan ya más de treinta años, pero bueno, son fármacos metabólicos que tiene un impacto cardiovascular. Pero los grandes fármacos cardiovasculares que actúan directamente, como betabloqueantes, antagonistas del calcio, antagonistas de las angiotensinas, son todos de hace cuarenta años, y basados en un conocimiento científico anterior. Que la angiotensina es un transmisor se descubrió hace cincuenta años, y que la adrenalina es un ligando de los receptores beta del corazón se descubrió hace cincuenta o sesenta años como mínimo, que hay canales de calcio y que el calcio produce la contracción de los vasos se sabe hace sesenta años. Yo creo que los planificadores de la ciencia se han dado cuenta de que la investigación científica fundamental está creciendo mucho, lo cual no molesta, cuanto más se crezca y más sepamos mejor, pero que la aplicabilidad quizá se puede facilitar, la transferencia se puede facilitar si tú generas entornos que ayuden a que esa transferencia se dé, no quiere decir que se tenga que dar obligatoriamente ahí, facilitas que se dé. Es un poco lo que hacemos a la hora de hacer estos estudios traslacionales, incrementar los centros de investigación en el hospital, favorecer ese tipo de interacción. En eso estamos. Habrá que hacer un análisis en el futuro para ver si realmente este tipo de diseño tiene mejores resultados que cuando la investigación se hace con menos control, digamos.
Otro tema muy importante es la financiación para ciencia. ¿De dónde saca tu grupo y tu instituto los fondos?
Mi grupo saca la financiación fundamentalmente de la empresa privada, casi la mitad, sobre todo de la Fundación Botín. Hemos tenido a dos sponsors a lo largo de los últimos quince años que han sido fundamentales para mantenernos. La Fundación March nos dio una ayuda muy importante, luego a partir del 2007 desgraciadamente interrumpió el programa de ciencia y afortunadamente empezó la Fundación Botín, que ha estado apoyando a mi grupo muchísimo desde entonces, es una fuente de ingresos fundamental para nosotros. Luego está el plan nacional de I+D, los proyectos nacionales que he tenido de forma ininterrumpida cada tres años, pidiéndolos como todos los investigadores. En los últimos años de expansión hemos conseguido dinero europeo, mediante programas integrados y proyectos de la Unión Europea. Esta es la financiación básica de mi grupo. Prácticamente no tiene financiación de Andalucía. Es una decisión propia porque creemos que nosotros no debemos competir por dinero de Andalucía. Lo que debemos es traer dinero a Andalucía, es lo mínimo que podemos hacer, tratándose de un grupo como el nuestro, ya con un nivel de seniority suficientemente grande. Aunque no hay mucho dinero en Andalucía, pero el poco que hay debemos darlo a las empresas, a los jóvenes que están empezando, dar becas… pero no a grupos ya establecidos. Si no eres capaz de traer dinero de fuera quiere decir que el grupo no tiene nivel competitivo suficiente.
¿Y tu instituto?
Cada investigador recibe dinero más o menos de las mismas fuentes que yo, con variaciones cuantitativas y cualitativas. Todos contribuimos con los costes indirectos al mantenimiento del centro. Además el centro recibe una pequeña cantidad extra de la Junta de Andalucía, de la Consejería de Innovación y Ciencia y de la de Salud, de la Universidad de Sevilla, y del CSIC. Y ahora tenemos una asignación muy importante de Europa, hemos traído hace un año un proyecto de casi cuatro millones y medio de euros y va a durar cuatro años. Estamos consiguiendo dinero para contratar a gente, investigadores, técnicos, comprar infraestructuras… Ha sido un respiro magnífico.
¿Tenéis financiación de la fundación Michael J. Fox?
Hay aquí un grupo, sí. Se dedica a una línea muy interesante, que antes no he citado porque está en estadios muy preclínicos. Se trata del efecto de la inflamación. Hoy en día cada vez más se está pensando que puede haber un componente inflamatorio, si no originario sí coadyuvante que acelera la enfermedad de Parkinson. Están comprobando fenómenos inflamatorios mediados por la microglía, que son las células inflamatorias del cerebro, el macrófago del cerebro digamos, y hoy en día un desarrollo interesante de farmacología experimental es ver si el tratamiento antiinflamatorio podría atrasar el desarrollo de la enfermedad de Parkinson. Este grupo es pionero en este tema.
Ha dado mucha visibilidad a la enfermedad de Parkinson. Este es un buen ejemplo de lo que deberíamos copiar en España, ¿no?
Aunque no es mi tema, como director del IBiS he tenido la oportunidad de tratar en los dos últimos años bastante con la Asociación Española de Lucha contra el Cáncer y es de las pocas asociaciones de pacientes y de familiares de pacientes que han dado el salto a generar recursos para financiar investigación. No hay realmente entidades, que no sean gubernamentales, con recursos meramente privados y obtenidos mediante fundraising. Es verdad que en el caso del párkinson particularmente hay mucho asociacionismo que ayuda mucho a los pacientes y familiares, pero en financiación de la investigación realmente deberíamos de copiar a Michael J. Fox. También es verdad que este hombre se ha dedicado en cuerpo y alma a su proyecto, y lo está haciendo muy bien.
¿Qué te parece la iniciativa para la investigación en ELA del cubo de hielo?
Me parece muy bien. Aunque no trabajo en ELA he tenido la oportunidad de tratar mucho, a través de un familiar de Córdoba, con la asociación de enfermos de ELA. Siendo yo director del Ciberned llegamos a hacer un meeting sobre ELA en Córdoba intentando casar las opiniones de los pacientes con las de ciertos médicos que proponían curaciones milagrosas y con las de médicos del establishment que estaban en contra de estos. La ELA es una enfermedad que afortunadamente es minoritaria, pero desafortunadamente es devastadora. Por tanto cualquier cosa que se haga para llamar la atención creo que es buena. Es bueno que de golpe te muevan los hombros y que te espabilen, y que la población se dé cuenta. Un cubo de agua fría es una forma muy buena de llamar la atención.
He detectado que los pacientes de párkinson y sus familiares se quejan de que la gran parte del protagonismo de las enfermedades neurodegenerativas se la lleva el mal de alzhéimer. ¿Estás de acuerdo?
Sí, yo también lo he percibido. Generalmente hablo a enfermos de párkinson, pero también hablo a enfermos de alzhéimer, y es cierto que hay como una cierta competición entre el párkinson y el alzhéimer. Lo que siempre les digo es que el alzhéimer es más frecuente, de mucho más impacto que el párkinson, y por lo tanto hay que atenderlo más, porque hay más pacientes afectados. Y en segundo lugar siempre digo que todo lo que se avance en alzhéimer va a ser bueno para el párkinson, porque en el fondo van a compartir mecanismos comunes. Salvo matices diferenciadores que determinan que los targets moleculares puedan ser distintos en algún momento determinado, muchas alteraciones subyacentes de las células y las causas de la neurodegeneración que se da en ambos casos van a ser muy parecidas. Por esa razón yo creo que cualquier cosa que se avance en una enfermedad va a facilitar terrenos de desarrollo para la otra. Competir es absurdo.
Formaste parte del comité científico de la compañía Noscira, del Grupo Zeltia. ¿Cómo fue esa aventura?
Aprendí muchísimo. Yo no sabía, me hablaban de que había empresas en las que la gente invierte… pero fue una empresa en la que, salvo cuatro subvenciones, el noventa y pico por cien del capital era privado, de inversores que arriesgaban su dinero. Luego la empresa cerró porque el producto sobre el que se apostó no fue bien. Y el dinero se perdió. Mi experiencia fue muy positiva, fue un modelo de empresa que estuvo a punto de salir. No salió porque la ciencia es muy puñetera, hablando entre comillas, y es muy difícil, ya hemos hablado de la dificultad de la traslación en campos como el del alzhéimer o el párkinson. Pero estuvimos muy a punto, porque el producto tenía toda la pinta de que iba a ser un producto que iba a funcionar. Los datos preclínicos eran muy favorables, los datos de toxicidad eran favorables, parecía que aquello iba a dar el salto como había ocurrido en el caso de Zeltia con productos aplicados al cáncer. Fracasó, pero sinceramente, aunque fue un fracaso fundamentalmente científico, yo creo que a nivel empresarial la empresa funcionó estupendamente. Pero yo aprendí mucho de gente que lo que pretende es ganar dinero con la ciencia. Hay varias formas de ganarlo, una es comprar un piso y venderlo por el doble de lo que vale y otra es meterlo en una empresa y esperar que se vaya a revalorizar diez veces dentro de quince años, con un factor de incertidumbre muy alto, y en el camino crear puestos de trabajo, conocimiento… Noscira hizo una labor dinamizadora muy importante dentro del panorama del I+D español aplicado a la neurociencia. Mi experiencia fue muy positiva a pesar de que perdí dinero en esa empresa. Fui un pequeño accionista, cuyas acciones obviamente dejaron de tener valor.
¿Qué labor deben jugar las compañías privadas en la investigación biomédica española?
Uno muy importante. Ya hay empresas como Neuron Bio, Noscira, Genetrix, etcétera. Algunas son más conocidas, están siendo la punta de lanza del proceso. Es fundamental que en España esa cultura se favorezca, se potencie, y que tengamos suerte, que dos o tres den un pelotazo y que generen algo para que la gente vea que realmente se puede hacer, que esto funciona.
Oryzon Genomics ha tenido un gran éxito licenciando una molécula a Roche. Ese es el camino.
Es el nivel en el que yo creo que España debe de jugar, el nivel de empresas pequeñas y medianas en el mayor de los casos. Deben coger productos, llevarlos a la preclínica y ya cuando entran en la clínica regulada transferirlos, o aliarse con una gran empresa. Creo que ese es el formato que ya muchas empresas españolas tienen, que pueden moverse muy bien desde el mundo académico hasta el mundo de licenciar un producto importante para la Big Pharma. Ese es un terreno donde yo creo que tenemos que estimular, primero a los científicos españoles y a los emprendedores que se metan en el tema, y luego a las administraciones que apoyen y ayuden, que yo creo que se está haciendo. Es lo que siempre digo, yo participo en foros de transferencia en tecnología, hace poco participé en uno que organiza la Fundación Botín y lo primero que dije es que es muy difícil descubrir algo. Aquí, en América, en Inglaterra y en Alemania. Es muy difícil descubrir algo nuevo que funcione y que cure una enfermedad. La gente se cree que eso es ponerse, decir «vamos a hacerlo» y ya sale. Y es muy difícil. Pero si hay empresas que están bien organizadas, que están bien capitalizadas, que tienen know-how, que tienen conocimientos, si hay investigadores y se les pone en contacto… Todo lo que sea facilitar que eso se haga, obviamente la probabilidad de que sea exitoso es mucho mayor. Pero tiene una dificultad enorme. Por eso cuando una empresa descubre algo importante gana tanto dinero, porque es muy difícil hacerlo.
Según el informe de la EAE Business School titulado «La inversión de I+D+i en España», la principal fuente de inversión en I+D+i son las empresas privadas, seguidas de las instituciones de enseñanza superior y la Administración Pública. Es un dato que me sorprendía. ¿Ha caído un mito?
Sobre esto también cambié de opinión cuando conocí el mundo de Noscira y Zeltia. Vi que hay más inversores de lo que parece, inversores a nivel individual, gente que se juega su dinero en cantidades importantes. Y luego también otro fenómeno interesante es el fondo de inversión, de ahorradores anónimos, pero que el fondo decide invertir en capital riesgo de empresas. Creo que en España hay dinero, y hay que convencer a la gente de que tiene que invertir a largo plazo, no buscando rentabilidad a corto plazo. Pero quizá en ese sentido, mi percepción personal, es que estamos teniendo un poco de mala suerte. Por lo que yo trato, hago un análisis rápido de los últimos quince o veinte años, y lo comparo con el panorama en otros países y creo que en España estamos teniendo un pelín de mala suerte. Hubiera sido muy bueno que una o dos empresas acertaran. Igual que tuvimos un Yondelis [nota: primer fármaco licenciado de Pharmamar] que hubiera salido uno o dos en terapia celular, y uno o dos en neurociencia… Con eso simplemente la situación hubiese pegado un salto enorme en cuanto a inversiones, de cincuenta o cien veces, como mínimo. Y esto es autocatalítico, como tú bien sabes. En ese sentido hemos tenido un poco de mala fortuna, y un caso concreto, en mi opinión, fue el caso de Noscira. También tenemos un problema muy serio en neurociencia, y es que en neurociencia estamos todo el mundo jugándonos el dinero en función de un test de comportamiento. Le haces un test minimental para ver si la señora o el señor recuerdan bien… Ahí hay un problema muy serio, que también es científico, de desarrollar marcadores objetivos de progresión de la enfermedad como los que hay en cáncer, y que te permitan jugar con más fuerza. Yo ahora, cuando han pasado ya casi cuatro años desde lo de Noscira, me digo que a lo mejor teníamos que haber seguido, no haber tirado tan pronto la toalla porque el producto era un inhibidor de GSK3, y el formato era magnífico, y el producto iba bien a nivel fármacocinético y toxicológico. Quizá fue la crisis, la falta de dinero y el que en la biotecnología española falten tres o cuatro golpes de buena suerte. Creo sinceramente que es suerte, no creo que dependa solo de la organización de la empresa. La suerte es fundamental.
En este informe también aparecen datos curiosos como que en España, en 2012, se invirtieron 286 euros por habitante en I+D+i. Si nos tomamos un café al día en el bar, seguramente gastemos más en café que en ciencia en este país.
España tiene un problema, seguimos siendo un país que invierte poco. Tenemos que invertir más o no seremos competitivos. Pero también soy de la opinión de que en España tenemos un problema de organización y de productividad muy serio como país, y que no se arregla con dinero. Es más, el dinero a veces oscurece esa falta de productividad, y es casi negativo. Veo, por ejemplo, que el sistema de I+D ha crecido, aunque no lo suficiente. Pero si yo tuviera que hacer una crítica al sistema de I+D entre el año 1980 y el año 2010 que es cuando se paró, mi crítica más importante no es que no se haya invertido suficiente dinero, sino que no ha crecido lo suficientemente bien, apostando realmente por lo más elitista, por lo más competitivo. Y en el sistema de I+D meto a las universidades. El sistema universitario ha crecido espectacularmente prestándole muy poca atención a la calidad científica. En este sentido en España debería haber una reinversión de dinero en investigación, pero tendría que ser selectiva. No puede ser otra vez que se invierta y que se incremente el número de catedráticos que no hacen experimentos… Si creas una cátedra es porque va a traer dinero de fuera, y vas a hacer experimentos, en las áreas experimentales. Y en las áreas que no son experimentales una cátedra debe dar más clases. En fin, estoy haciendo un análisis muy simple. Pero sí que tengo esa sensación. Si a mí me dejasen, si me dijeran que organice el sistema de I+D, hombre, no ad libitum, pero sí con suficiente dinero, lo haría de forma distinta a como se ha hecho. No creo que tengamos que crecer de forma tan poco selectiva como hemos crecido. No quiero poner ejemplos, pero creo que tenemos que ser más selectivos y crecer solamente en aquello que sabemos hacer. Como consecuencia de crecer vas a conseguir retornos, y eso en la investigación científica está clarísimo, porque la investigación se financia con recursos externos. Entonces si inviertes en investigación tienes que ver que luego ese investigador va a Europa y que es capaz de conseguir dinero privado. Tienes que primar el sistema, meterle por supuesto un cebador para que la cosa florezca, pero eso no quiere decir que no exijas a un investigador mantener una financiación española y que consiga dinero de Europa. Si no, no eres competitivo. En Europa hay mucho dinero. Por ejemplo, en este momento el NIH americano está financiando el 8% de los proyectos, mientras que en España seguimos financiando el 25% a pesar de que hay muy poco dinero. Estaba llegando mucho dinero y se gastaba sin prestar atención a mejorar. Creo que tenemos una oportunidad de oro para mejorar, no sé si se está haciendo, en mi opinión no, y cuando haya más dinero deberemos encontrar un sistema un poco más competitivo. Aunque creo que no se está haciendo bien, porque está habiendo recortes, atrasos en el Plan Nacional… Y en mi opinión eso es muy negativo, por supuesto.
Hacia dónde va la investigación de la neurociencia en España y en el resto del mundo en los próximos años.
Creo que hay dos retos fundamentales en neurociencia. Uno que no es de los próximos diez años, que es más del próximo siglo, y es entender cómo funciona el sistema nervioso humano. Es el gran reto. Creo que en estos momentos hay dos grandes proyectos en marcha. Uno es el Blue Brain de Europa y otro es el de América. Yo creo que estos son proyectos menores, que no van a ser ningún breakthrough, o cambio de paradigma fundamental. No por nada, es porque no sabemos cómo hacerlo mejor, no estoy echando la culpa a los líderes de esos programas, tampoco yo sé cómo hacerlo mejor. Ese es el gran reto, pero yo no lo situaría en los próximos diez o quince años, porque no es de este periodo, es para un periodo muchísimo más allá, y necesitaremos nuevas herramientas de análisis, de obtención de información… Ahora no sabemos cómo obtener información del cerebro de forma correcta para poder entender. Vamos avanzando poco a poco. Quizás dentro de cuarenta o cincuenta años comencemos a aproximarnos a la problemática. En el más corto o medio plazo creo que el reto son las enfermedades del sistema nervioso. Y en esto hay dos grandes grupos de enfermedades; las llamadas enfermedades funcionales donde la neuropsiquiatría está avanzando muchísimo, y las neurodegenerativas, donde no se ha avanzado tanto. En el campo de la farmacología clásica de neurotransmisores hay avances magníficos, creo que ese campo va a seguir avanzando. Y luego está el campo de la neurodegeneración, donde está el gran reto biomédico del siglo XXI, con las enfermedades de alzhéimer y de párkinson, que van de la mano obligatoriamente. Ahí yo creo que el reto para las próximas décadas es sacar dos o tres fármacos nuevos, no que curen el párkinson o el alzhéimer, pero sí al menos que lo retrasen. Por ejemplo, en alzhéimer deberíamos poder retrasar los síntomas de la demencia exagerada dos o tres veces desde que se diagnostica el déficit cognitivo leve. Tenemos que ser capaces de generar algo, o ser capaces de revertirla parcialmente, que la farmacología te permita volver a tres años antes. Ahora mismo lo que hay prácticamente no hace nada. Y en párkinson lo mismo. Espero que en diez o quince años surja un medicamento, ya sea un pequeño fármaco, terapia celular o terapia con factores tróficos, pero algún abordaje que realmente cambie un poco el panorama.
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Interesante. He echado en falta, eso sí, alguna referencia a la demencia asociada al Párkinson. Tengo entendido que no siempre se desarrolla, pero hay un porcentaje nada desdeñable de probabilidades. Ciertamente que al paciente y a los familiares les toque semejante «lotería» es tremendo. Supongo que esa es una más de las razones por las que los pacientes de párkinson y sus familiares se quejen de que la gran parte del protagonismo de las enfermedades neurodegenerativas se la lleva el mal de alzhéimer.
Los mismos que nos hablan de la inviolabilidad de los derechos de los animales corren presurosos a pedir una nueva cura para el cáncer cuando su familiar es diagnosticado. http://diario-de-un-ateo.blogspot.com.es/2013/10/para-que-seguir-haciendo-investigacion_24.html
Magníficas respuestas a preguntas nada magníficas. Es lo bueno de la gente con algo que decir, que la entrevista nunca sale mal.
Los hay imbeciles que por su animal son capaces de cualquier fechoría, sí he dicho fechoría y con ello me refiero a que si le recriminas que su perro se mee en la rueda de un coche, de tu coche, puedes perfectamente acabar a mamporrazos. Ahora la culpa de gilipolleces como la que se dice aquí la tiene quienes les dan cobertura legal a semejantes mamarrachadas.
Fue mi profesor recién llegado de Estados Unidos, en 1985, en primero de Medicina. Nos contagiaba diariamente de entusiasmo; nos enseñaba Fisiología celular, los canales iónicos, y recuerod que mencionaba de vez en cuando «trabajé con el descubridor de esto», o » colaboré en la etapa final de tal otra cosa», se conocía personalmente a muchos de los autores que mencionaba. Sus clases no se las perdía nadie, salíamos de allí con ganas de comernos el mundo….. una maravilla como persona, como profesor y como científico
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