Cine y TV

¡Uf! ¡Vaya viajecito!

2010peq
Roger Ebert, 2010. Fotografía: Corbis.

I.

La vida no debería ser un viaje hacia la tumba con la intención de llegar a salvo con un cuerpo bonito y bien conservado, sino más bien llegar derrapando de lado, entre una nube de humo, completamente desgastado y destrozado, y proclamar en voz alta: ¡Uf! ¡Vaya viajecito! (Hunter S. Thompson).

Roger Ebert estuvo inmensamente gordo, ganó un Pulitzer como crítico de cine, fue alcohólico, publicó más de veinte libros (incluyendo uno sobre cómo dar un paseo perfecto por Londres), se casó con una mujer negra pese a las voces en contra, presentó un programa de cine en televisión que reventó los índices de audiencia, acuñó el ya universal símbolo de «Two thumbs up» (dos pulgares levantados) para recomendar una película, probó todo tipo de sustancias euforizantes, escribió el guion para un película erótica del simpar Russ Meyer, paró unas rotativas en el sentido más literal de la expresión, le pagaron un dineral por ir al cine, conoció los mejores sitios de Cannes, discutió sobre masturbación con el embajador de Grecia frente a un auditorio lleno, adelgazó, engordó de nuevo, sobrevivió a un cáncer de tiroides, le extirparon la mandíbula perdiendo la capacidad de hablar, beber o comer, escribió un guion para los Sex Pistols, Werner Herzog le dedicó una película, Martin Scorsese dice que le debe la vida, fue portada de Esquire, una canción de Leonard Cohen le salvó la vida, participó más de trescientas veces en el histórico concurso semanal de la viñeta de cómic del New Yorker (ganando, por fin, el 11 de abril de 2011), estuvo postrado en una silla de ruedas, aprendió a alimentarse por succión y a andar de nuevo, escribió su autobiografía, rodaron un documental sobre su vida y participó en una Ted Talk hablando a través de un Mac.

Si uno se para por un instante a contemplar la vida de Roger Ebert, cualquiera diría que vivió sus días con la frase de Hunter S. Thompson tatuada en una nalga.

II.

Pero empecemos por el principio que, en el caso de un escritor, es ese momento en el que empieza a ver publicados textos bajo su nombre. El resto hasta entonces no es más que el naufragio que le lleva a esa isla desierta, paradisiaca e inclemente que es la escritura.

Roger Ebert siempre sintió esa punzante obsesión por escribir y por ver su nombre en negro sobre blanco. Tras colaborar en pequeños periódicos locales, pronto ese jovenzuelo arrogante, con evidente sobrepeso, gafas de pasta y sempiternamente vestido con chaqueta y chaleco, se convertiría en el director del periódico de su universidad, The Daily Illini, donde ya empezaría a dar muestras de ese carácter insolente y algo déspota tan presente a lo largo su carrera, y donde también dejaría ver gotas de ese prodigioso talento suyo para escribir con la violencia y rapidez de una tormenta, fast & furious, y de su precoz forma de entender el honor dentro del periodismo.

Hay una anécdota que refleja bien la madera de periodista del jovencísimo Ebert: la noche en la que fue asesinado Kennedy, llegó a la redacción del periódico para trabajar con urgencia en el especial sobre el magnicidio. Cuando comprobó uno de los ejemplares, recién salido de la imprenta, Ebert observó que en la página contigua a la fotografía de Kennedy aparecía un anuncio con un peregrino apuntando con un arcabuz a un pavo (Acción de Gracias era apenas una semana después) y cuya trayectoria seguía a la cabeza de Kennedy. Una broma macabra del destino. «No podemos publicar esto» dijo Ebert con el periódico aún sudando tinta. Y mandó parar las rotativas.

«A man´s gotta have a code», que diría Omar Little.

Al salir de la universidad, consiguió un puesto como redactor en el Chicago Sun-Times y, al poco tiempo, se hizo cargo de la columna de crítica de cine.

Y ahí se hizo leyenda.

Porque para que te den un Pulitzer, tienes que ser muy bueno. Pero para que te den un Pulitzer haciendo crítica de cine, tienes que ser cojonudo.

III.

Los días de vino y rosas para Ebert comenzaron en 1975, con el Pulitzer ya en la estantería, cuando la WTTW, la cadena pública de Chicago, tuvo la kamikaze ocurrencia de crear un programa de televisión llamado Siskel & Ebert. Gene Siskel era el crítico de cine del Chicago Tribune, la competencia del Chicago Sun-Times, la casa de Ebert. El Tribune es un periódico más asociado al Partido Republicano y a las clases medio-altas de la ciudad. El Sun-Times, por su parte, se posiciona más en la línea del Partido Demócrata, llegando a un público más heterogéneo. Siskel y Ebert eran, por tanto, encarnizados rivales, las caras visibles de dos colosos del periodismo, y desde luego no sentían una particular simpatía el uno por el otro. Cada semana se dejaban sangre, sudor y lágrimas desde sus respectivas tribunas para publicar una crítica mejor que la de su rival directo.

No obstante, y pese a las numerosas reticencias iniciales de ambos, les convencieron para empezar juntos el programa, que acabaría resultando un arrollador éxito y convirtiéndose en uno de los programas más icónicos de la televisión norteamericana. La fórmula era bien sencilla: los dos críticos principales de cine de la ciudad de Chicago se sentaban en un patio de butacas y hablaban (o discutían ferozmente) sobre películas de cine. Sus caracteres eran antagónicos, lo que hizo que el programa tuviera tintes de sit com o de buddy film, con dos personas de perfiles muy distintos trabajando juntos, discutiendo sobre casi todo, pero que en el fondo se guardan aprecio y una sincera admiración. Muchas de sus encendidas disputas por ciertas películas fueron célebres, como en el caso de La chaqueta metálica o El precio del poder, intentando cada uno imponer su opinión al otro.

Hay una frase de Jonathan Lethem en su libro de ensayos The Dissapointment Artist que refleja muy bien esa imperiosa necesidad de Ebert y Siskel por persuadir al otro y, por extensión, a la audiencia. Sus discusiones nunca eran por una película o un director en concreto. Eran por algo que iba mucho más allá.

Por favor, deja de decir que me quieres porque si no te gusta esa película no me quieres, porque yo soy esa película, esa película soy yo.

Los choques de ego eran continuos. Discutían hasta por el orden del nombre del programa Siskel & Ebert. Roger Ebert mantenía firmemente que su apellido debía de aparecer en primer lugar por los siguientes motivos:

1. Era mayor.

2. «Ebert» está antes que «Siskel» alfabéticamente hablando.

3. Llevaba más tiempo siendo crítico de cine.

4. Tenía un fucking Pulitzer.

Sus discusiones generalmente tenían un trasfondo infantil, para desesperación de los productores, que contemplaban con cierta impotencia las pullas que se lanzaban continuamente los dos presentadores, generalmente asociadas al plano físico (el sobrepeso de Ebert vs. la alopecia de Siskel), sin que nadie pudiera hacer nada por aligerar la situación.

Así lo cuenta en su brillante autobiografía, Life itself: A Memoir, el propio Ebert: «Los dos teníamos una relación más de hermanos que de amigos. Nuestro problema era que ambos nos creíamos el hermano mayor».

Llegaron a constituir una pareja tan cómica, tan El Gordo y El Flaco, que hasta Disney inició conversaciones con ellos para hacer una película de animación sobre dos críticos de cine siempre a la gresca, bajo el título Best enemies, basada en sus personajes.

El programa fue pasando meteóricamente de la cadena pública de Chicago a cadenas nacionales e internacionales, y Siskel y Ebert (o Ebert y Siskel) se mantuvieron discutiendo en antena desde 1975 hasta 1999, cuando llegó la muerte inesperada de Siskel.

Tremendamente populares se convirtieron sus críticas corrosivas de los bodrios cinematográficos que se veían abocados a visionar cada semana y en las que se podía paladear el finísimo y letal sentido del humor de Ebert. Sus recopilaciones anuales con «Lo peor del año…» eran las más esperadas del programa. Muchas de esas desternillantes críticas de Roger Ebert han sido recopiladas en varios de sus libros como Your movie sucks o I hated, hated, hated this movie, cuyos títulos pueden dar una pista del amor que rezuman las críticas seleccionadas.

Aquí están algunos de mis ebertismos favoritos:

Pearl Harbor

Pearl Harbor es una película de tres horas que trata sobre cómo, un 7 de diciembre de 1941, unos desalmados japoneses lanzaron un ataque sorpresa sobre un triángulo de amor americano.

Princesa por sorpresa 2

He pasado la mayor parte de mi vida, desde mi nacimiento hasta este preciso momento, evolucionando en ese tipo de persona a la que es imposible que le pueda gustar una película así, y me gusta pensar que el esfuerzo no ha sido en vano.

Campo de batalla: la Tierra

Esta obra de Travolta es como ir en el autobús con alguien que realmente necesita darse un baño desde hace mucho tiempo. No es simplemente algo malo; es desagradable de una forma hostil.

Cocodrilo Dundee en Los Ángeles

He visto auditorías más emocionantes que esta película.

El aguador

¿Tengo algo visceral en contra de Adam Sandler? Espero que no. Trato de mantener una mente abierta y acercarme a cada una de sus películas con grandes esperanzas. Me daría una enorme satisfacción (y alivio) que me gustara en una película. Pero creo que está cometiendo un enorme error táctico en su carrera creando personajes que cuando hablan tienen el efecto de unas uñas en la pizarra, y pretender que nos quedemos durante toda una película.

El amor es lo que tiene

A juzgar por sus diálogos, Oliver y Emily nunca han leído un libro o un periódico, o visto un película, o tenido una idea, o mantenido una conversación interesante, o pensado mucho en general sobre nada. La película cree que son monos y divertidos, lo que produce vergüenza y sonrojo, como cuanto tu tío no para de hacer chistes sexuales relacionados con el golf.

The Brown Bunny

Una vez me hicieron una colonoscopia, y me dejaron verla en un monitor de televisión. Fue algo bastante más entretenido que ver The Brown Bunny.

Es verdad que yo estoy gordo, pero algún día estaré delgado. Vincent Gallo, en cambio, será siempre el director de The Brown Bunny.

Pero Siskel y Ebert no quisieron hacerse famosos simplemente por despedazar películas. Al contrario. Su máxima era construir antes que destruir. Destacaron por dar voz a muchos talentos desconocidos con la sección «Buried Treasures», en la que comentaban películas indies, de bajo presupuesto y proyectadas en muy pocas salas de cine del país. De este modo hicieron despegar carreras como la de Ramin Bahrani, el talentoso director iraní de Man Push Cart (Un café en cualquier esquina, es el título en España), la del documentalista Errol Morris o la de un joven de Little Italy, llamado Martin Scorsese. En el documental basado en la autobiografía de Ebert, el propio Martin Scorsese cuenta, entre lágrimas, cómo en los ochenta, arruinado, adicto a la cocaína y deprimido tras un tercer matrimonio fallido, la confianza depositada en él por Ebert y Siskel fue lo que le «devolvió la vida».

Años más tarde, sin embargo, no les temblaría el pulso ni a Siskel ni a Ebert para destrozar El color del dinero de Scorsese. El compromiso con la verdad y el espectador era sagrado.

«Aquella crítica, aunque devastadora, me ayudó a mejorar. No fue tóxica, venenosa, despreocupada, egoísta y ausente de caridad, como las de muchos otros», recuerda el director de Goodfellas.

IV.

Gene Siskel murió el 20 de febrero de 1999 a los cincuenta y tres años tras sufrir complicaciones derivadas de un cáncer cerebral que le habían diagnosticado poco antes. Roger Ebert desconocía que Siskel estuviera tan grave y le afectó mucho la muerte de su compañero, amigo y némesis. El show siguió durante años bajo el nombre de Ebert & Roeper.

Esta vez su nombre sí iba delante. Pero a qué precio.

Ebert, por su parte, no correría mucha mejor suerte. En 2006 se le descubrió un bulto en la barbilla, confirmándose las peores sospechas: un tumor. Tras varias operaciones que no salieron bien, se tomó la decisión más drástica: extirparle la mandíbula, dejándole con una masa carnosa colgando, y perdiendo la facultad de hablar, comer o beber.

Se sometió a varios procesos de reconstrucción de su mandíbula a partir de hueso de su peroné y de tejido de la espalda pero sin conseguir el éxito esperado. Tras una de las primeras intervenciones, aparentemente exitosa, estando aún el crítico en su habitación del hospital justo antes de marcharse a casa, decidió poner a modo de despedida del hospital «I´m your man» de Leonard Cohen, la canción que escuchaba en sus momentos más bajos junto a su inseparable mujer, Chaz. Antes de que acabara la canción, sufrió una repentina rotura de la arteria carótida. Estar aún en el hospital y no en el parking le salvó la vida.

Si «I´m your man» llega a ser un poco más corta, no me habría salvado. Así que muchas gracias, Mr. Cohen. Usted me salvó la vida.

Tras estas experiencias, renunció a someterse a más intervenciones. Jamás volvería a hablar de nuevo. Paradójicamente, durante esta última etapa se observa al Ebert más reflexivo y humano. Sin abandonar su cáustico sentido del humor.

Echo de menos a Siskel. Seguro que me diría que lo bueno de mi nueva condición es que ahora ya no necesito un GPS para encontrarme la barbilla.

En 2013 fue intervenido por una fractura en la cadera. El cáncer se había extendido. Murió el 4 de abril de 2013.

Al menos dejó tras él una gran nube de humo.

V.

En su autobiografía, Ebert afirma que ser crítico de cine es el mejor trabajo del mundo porque eres «el encargado de cubrir el pulso del sueño de la nación. Si prestas suficiente atención a la películas, ellas te dirán qué desea y qué teme la gente».

Siempre me ha despertado curiosidad el trabajo de crítico de cine. Como el de árbitro, el de encargado de abrir las puertas del Retiro cada mañana o el del que traduce los subtítulos de las series. Trabajos necesarios pero poco reconocidos.

Hay un dicho anglosajón: «Not every one is an artist but everybody is a fucking critic». La verdad es que no creo que todo el mundo valga para este trabajo. La crítica de cine es un apasionante género periodístico en sí mismo. Qué difícil conseguir ese aparente oxímoron de «crítica constructiva». Como querer ser amigo de tu ex. Posible en teoría pero en la práctica es un ejercicio de verdadero funambulismo emocional. Cuando era niño leía en el periódico críticas de cine a una edad a la que ni siquiera me estaba permitido ir solo al cine más cercano. Supongo que había algo mágico en ver una película desconocida a través de las palabras de otra persona. Lograba poner lindes con palabras a ese torrente de emociones que uno siente a oscuras en un cine.

De un tiempo a esta parte, sin embargo, uno se topa cada vez con mayor frecuencia con críticas aburridas, crípticas y muy solemnes, más cercanas a un ejercicio onanista de name-dropping que a un sincero intento de trasladar al lector las sensaciones más primarias que genera una película en el espectador. Incluso en ocasiones se tiende a escribir pensando más en ser leído por los directores y productoras que en escribir, ¡oh, qué vulgaridad!, para el lector/espectador.

Por eso siempre he disfrutado leyendo a Ebert. Sin caer en la pedantería, ni en el halago fácil, reflexionaba sobre películas y trasladaba de una forma clara, vibrante y sencilla, con un agudo sentido del humor y una gran humanidad, ese calambre en el espinazo que se siente en un cine viendo una gran película.

Porque, al final, todo lo que merece la pena gira en torno a ese calambrazo.

Si tengo suerte, sin embargo, algo extraordinario me pasará en Cannes. Veré alguna película que me hará sentir un hormigueo en la espina dorsal, y me iré del teatro boquiabierto. No hay mejor lugar en la tierra para ver una película que el Palais des Festivals de Cannes, con su pantalla tres veces el tamaño de una sala de cine normal, y su perfecto sistema de sonido, y especialmente con ese público de cuatro mil personas que realmente vive de forma apasionada y sincera el cine.

No recuperaré por escribir este artículo ni una pequeña parte del dinero que he gastado a lo largo de los años en libros, entradas y DVD por culpa de Roger Ebert. Bien está así. El que sigue en deuda soy yo.

Roger Ebert 2007 Fotografía Sound Opinions CC
Roger Ebert, 2007. Fotografía: Sound Opinions (CC).

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14 Comentarios

  1. Roi Ribera

    Interesantísimo, un nombre que habré leído en millones de ocasiones sin saber lo que me estaba perdiendo

  2. Un completo desconocido para mí hasta hoy el señor Ebert. Qué bonito es siempre leerle Guardián.

  3. Pues emocionado artículo que le ha salido al final. Me identifico totalmente con ese niño que leía críticas de cine antes de poder siquiera ir solo a una sala. Desconocía a este señor. Gracias!

  4. Qué grande Ebert

    Personalmente tengo como crítica de cabecera la que escribió para «Días del Cielo» de Terrence Malick dentro de su serie de «Great Movies», en la que explica lo maravillosa que le resultó la película cuando tras varios visionados optó por verla en su totalidad a través de los ojos de la niña protagonista:

    http://www.rogerebert.com/reviews/great-movie-days-of-heaven-1978

    En sus últimos años, ya enfermo, escribió otra magnífica crítica de otra película de Malick, «El árbol de la vida», en la que básicamente explicaba que la película le había dejado en shock porque había asistido a una fotografía en movimiento de más de dos horas de su propia infancia:
    http://www.rogerebert.com/reviews/the-tree-of-life-2011

    1) No contar más que la propia experiencia con absoluta sinceridad y transparencia, sin poses ni imposiciones al lector sobre la definición de su propio gusto y

    2) Sugerir al lector nuevas maneras de acercarse a las películas que le permitan descubrir por sí mismo aspectos disfrutables que quizás se le hayan escapado

    He ahí el simple manual del buen crítico, tantas veces olvidado

  5. Los dos libros editados aquí sobre sus pelis favoritas son excelentes. La selección de películas no sólo incluye las que todos imaginamos, sino algunas que no suelen estar en las listas y sus comentarios son siempre acertados. Acabas de leer una de sus críticas y te apetece ponerte de inmediato la peli, aunque la hayas visto 10 veces.

  6. Me encantó tu homenaje a Ebert.

    Te remito algunos enlaces —de notas publicadas en mi blog— relacionados con el gran Roger Ebert, crítico de cine al que admiro mucho desde hace ya un buen tiempo.

    El primero corresponde a mi traducción de dos de sus mejores artículos «¿Cuál es su película favorita?» y «Las películas de nuestras vidas»: http://goo.gl/yGhGb

    Los dos siguientes son acercamientos a la figura pública de Ebert desde la perspectiva de alguien que ama la literatura tanto o más que el cine http://goo.gl/YxgYN y http://goo.gl/pM94z

    Finalmente, mi traducción de su reseña de «Irreversible», el film de Gaspar Noé http://goo.gl/5CRiF

    Muchas gracias por tu tiempo.

    Saludos desde Lima, Perú.

  7. Interesante artículo, sólo un comentario. El alcoholismo se considera generalmente una enfermedad crónica e incurable. Vamos, que uno, por desgracia, no puede dejar de ser alcohólico una vez que se ha manifestado la enfermedad.
    ¿Tal vez el autor se refería a que Ebert dejó de ser un alcohólico en activo y pasó a ser un alcohólico recuperado o a vivir en sobriedad? Creo que sería más adecuado plantearlo así…

    • Mentira, la OMS considera el alcoholismo una adiccion, y si, si se puede curar uno de este mal, solo necesita una poderosa fuerza de voluntad, algo de inteligencia, refleccion y el apoyo de otros no esta demás. Esto me lo enseño el sr Ebert, y funciona mejor que ir a AA

  8. Algunos narradores, muchos periodistas y buena parte de nosotros consiguirían quitarle brillo hasta a un diamante, puestos a describirlo. Estoy muy agradecida al autor por su fracaso.

  9. Gran síntesis de una vida.
    Siendo aún un adolescente mis padres me regalaron el libro de Ebert «Las grandes películas». Su prosa sencilla y directa escondía un profundo conocimiento sobre el cine, la vida y la creación artística. Con su desmedida pasión por el cine me abrió un nuevo mundo de posibilidades, me descubrió montones de clásicos y me enseñó a ver las películas de otra manera.
    Aún no he logrado ver las 200 películas que comprenden los dos tomos, pero siempre que veo alguna releo sus comentarios y descubro algo nuevo que yo había pasado por alto. Fue uno de los grandes, sin duda alguna.

  10. La carótida no es una vena, es una arteria.

  11. Enorme, grandísimo Ebert. Descubrirle es una de las mejores cosas que te pueden suceder. Lo que daría por haber podido seguir todas aquellos programas con Siskel. Pero hay algo en sus críticas escritas que siempre me ha llamado la atención. Son críticas «post-visionado» o «re-visionado», pero nunca «pre-visionado» porque la película queda completamente destripada y el factor sorpresa anulado. Y siempre he tenido la impresión de que antes de ver una película, cuanto menos sepas de ella, mejor. Gran artículo.

    • Jean-Gabriel

      Pues dígame usted ¿cómo haría Ebert o cualquier mortal una crítica de cine al estilo pre-visionado? únicamente si fuese capaz de adivinar el futuro, hombre.

  12. Hombre, con lo de «post-visionado» creía que quedaba claro que me refería al espectador, es decir, que hay leerlas una vez vista la película porque la disecciona completamente.

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