Desmontes y voladuras Opinión

Thomas Bernhard se ha quedado solo

20141027144055-365xXx80Me he convertido, a efectos de Jot Down, en un personaje de Thomas Bernhard. De mis cinco últimos artículos, tres son sobre Thomas Bernhard o tienen que ver con Thomas Bernhard. Y después viene un socavón (el último lo publiqué hace nueve meses, un embarazo: un embarazo de esterilidad) que es estrictamente bernhardiano. Al igual que el protagonista de Hormigón no hace más que preparativos y preparativos para escribir la obra definitiva sobre Mendelssohn Bartholdy, sin llegar a escribir nunca nada sobre Mendelssohn Bartholdy, yo no he hecho más que preparativos y preparativos para escribir artículos (¡definitivos también!) para Jot Down sobre diversos temas, sin llegar llegar a escribirlos nunca. Tengo libretas atiborradas de notas y la cabeza como un bombo. Pero pasaban los días, las semanas, ¡los meses! sin que me saliese nada. En realidad, he escrito columnas políticas para otro medio y he perdido horas y horas (¡y horas!) en Twitter. Pero para Jot Down, nada. De lo que yo más quería, que era escribir artículos para Jot Down, nada de nada.

Desde luego, lo que no iba a hacer más era escribir sobre Bernhard (¡eso lo tenía clarísimo!). No podía seguir siendo, para los lectores de Jot Down, «el pesado de Bernhard», o «ese que solo escribe sobre Bernhard». En junio estuve en una cena de editores en Madrid, y el editor de La Uña Rota, Carlos Rod, me dijo que cuando publicó Así en la tierra como en el infierno y otros dos libros de poemas de Bernhard en un tomo, estuvo esperando a ver qué escribía yo sobre el tomo, y le decepcionó que al final yo no escribiese nada. Tener a Bernhard ya como una chepa, ser ya «el de Thomas Bernhard», como Fernando Trueba es «el de Carlinhos Brown»; haber llegado a fernandotruebizarme hasta ese punto, y haber consentido por lo tanto que Bernhard se me carlinhosbrownice… Desde luego, iba a escribir sobre cualquier cosa menos sobre Bernhard. Así que aquí me tienen: escribiendo otra vez sobre Bernhard. (¡Y repitiendo las repeticiones como cualquier vulgar imitador de la voz de Bernhard, o de la traducción de Miguel Sáenz!).

Pero es que ha ocurrido algo que me ha desconcertado: Bernhard se ha quedado solo. Tras los últimos abusos editoriales de Alianza con los libros de Bernhard, que Alianza se ha podido permitir porque Bernhard es una droga dura y queda poco género, al fin nos ha dado este año un libro sustancioso a un precio razonable: En busca de la verdad, un auténtico festín para los bernhardianos. Me esperaba que se hablase mucho de él, y una sucesión de estimulantes artículos en la línea del que escribió Antonio Lucas en El Mundo como abriendo boca. Pero yo no he visto más, al menos no en los grandes periódicos. De pronto, por esta sugestión del silencio, he olido el fracaso: el fracaso de Bernhard. Al final, hemos proliferado los bernharditos, abaratando (¡como aquí se ve!) sus recursos, y convirtiendo el exabrupto y el enfado en galletas de todos los días, y por lo tanto en merienda fácil. Al mismo tiempo, la sociedad (o sea, Twitter) ha desarrollado armas de neutralización: al que discute por juego le llama troll; al que se ejercita en el canon negativo le llama hater. El gran autor Bernhard, pontífice negro, se ha quedado sin un público con paciencia para él: se le ve como a una hormiga de tantas.

En busca de la verdad puede leerse, en cierto modo, como el último escaparate del escritor con pedestal. Yo lo he leído entregado, que para eso Bernhard es mi ídolo; pero al no ver a nadie a mi alrededor, he sentido que mi pasión era caduca. Por el sumidero se van los despotricantes, los grandes autores hoscos de los siglos XIX y XX; autores sustentados, sin orquesta, por sus propios solos de saxofón. Se les ponía a hablar por el gusto de oírles hablar. Soltaban su numerito y les aplaudíamos: eran nuestros consentidos. Hoy se pide otra cosa: un tono más suave, más empático, mayor laboriosidad en las deducciones y un poco de documentación. El autor es uno más de nosotros, que no puede perder los modales y que tiene que currarse nuestro interés a cada momento. Debe ser más un periodista (o un profesor) y menos un poeta.

Así que yo fui a comprarme En busca de la verdad el primer día y me lo leí del tirón, disfrutando como un enano con las gansadas de mi gigante; y ahora lo evoco con espíritu elegíaco. Su modernidad de la segunda mitad el siglo XX parece ya la de un empelucado dieciochesco. El libro recoge intervenciones públicas de Bernhard ordenadas cronológicamente, entre 1954 y 1989, en setenta y dos textos de distintos formatos, Discursos, cartas de lector, entrevistas, artículos, como reza el subtítulo con admirable profesionalidad. Lo mejor son las entrevistas (quince, exactamente), que vienen a completar los libros de entrevistas con Bernhard ya editados. Como lector, pocas veces me lo he pasado mejor que leyendo los libros de entrevistas o conversaciones con Borges, Billy Wilder y Bernhard.

Llaman la atención los primeros textos, que están bien pero son más o menos culturales al uso, y por los que podemos calibrar lo lejos que llegó desde esos orígenes. Se ocupan, sin embargo, de autores de su familia (desestructurada) espiritual, como Georg Trakl o Rimbaud (el de este último, una conferencia, ya se recogía en el tomo de La Uña Rota). En lo que va diciendo esos primeros años está la semilla de todo el Bernhard posterior. De Trakl dice en 1957: «Sabía despreciar y ser despreciado… sobre todo por los burgueses y burreros de su ciudad natal Salzburgo, que todavía hoy no han cambiado». Y de un pintor sobre cuya exposición hace una croniquilla en 1955: «Posee eso que se ha hecho tan raro: ¡personalidad!». «Una carta para jóvenes escritores» (1957) empieza: «Lo que necesitáis, jóvenes escritores, no es más que la vida misma, nada más que la belleza y la depravación de la tierra». Y termina: «Las subvenciones en chelines que aguardáis os aniquilarán».

Pronto se asienta el Bernhard conocido y a partir de ahí se va por las páginas como por una pista de patinaje sobre hielo (las cuchillas de los patines son, naturalmente, las andanadas de Bernhard). Es muy divertido seguirlo en sus polémicas, en sus declaraciones, en sus apostillas y en sus travesuras: en estas parrafadas en que aparece Bernhard sin ficción disfrutamos al comprobar que Bernhard era también un personaje de Bernhard. Aunque con un secreto: a diferencia de ellos, él no era un inútil. Él sí trabajaba, escribía. Y tenía una voluntad o determinación por vivir que lo mantenía a flote. En parte gracias a la que él llamaba «el ser de mi vida», o «mi tía», Hedwig Stavianicek, treinta y siete años mayor, con la que estuvo desde que él tenía diecinueve años y ella cincuenta y seis. En la entrevista titulada «De catástrofe en catástrofe» (1987), que aquí ya había publicado la revista Quimera, habla por primera y última vez, de un modo emocionante, de algo parecido al amor. Y lo hace a la muerte de ella, en su ausencia:

Cuando murió esa persona desapareció otra vez todo. Entonces se queda uno solo. Al principio a uno le gustaría morirse también. […] En cualquier lugar del mundo que estuviera, ella era mi punto central, del que lo extraía todo. Sabía siempre que esa persona estaba allí para mí por completo si las cosas eran difíciles. Solo tenía que pensar en ella, ni siquiera buscarla, y todo se arreglaba.

Reproduzco también cómo cuenta Bernhard el final de su tía, porque es una espléndida síntesis bernhardiana:

Lo más extraordinario que he vivido nunca ha sido tener la mano de ese ser en mi mano, sentir su pulso, y luego un latido más lento, otro lento latido y luego se acabó. Es algo tan inmenso. Se tiene en la mano todavía su mano, y entra el enfermero con la etiqueta numerada para el cadáver. La monja lo echa y le dice: »Vuelva más tarde». Entonces uno se enfrenta otra vez con la vida. Se levanta muy tranquilo, recoge las cosas, y entre tanto vuelve el enfermero y cuelga el número del dedo gordo del cadáver. Se limpia la mesilla y la monja dice: »Tiene que llevarse también el yogur». Fuera graznan arriba los cuervos… realmente como en una obra de teatro.

La teatralización, pues, para sobrevivir. Para sacarle chispas teatrales a este mundo que suele oscilar entre lo atroz y lo aburrido. Antes le ha dicho Bernhard a su entrevistadora: «Me ha preguntado qué imagen tengo de mí. A eso solo puedo decir: la de un bufón. Entonces la cosa funciona». Y En busca de la verdad, aunque esté pasando más inadvertido de lo esperado, vaya si funciona.

* * *
P.D.: Después de escribir este artículo he sabido que sí han aparecido reseñas en algunos medios importantes, como los suplementos culturales de El Mundo y La Vanguardia, y la revista Qué Leer. Se me han debido de escapar en parte porque son tardías, de finales de noviembre o principios de diciembre; y en parte porque mi percepción de la soledad de Bernhard se ha proyectado más de la cuenta. Me alegra que resista.

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7 Comments

  1. Adriana

    ¡Gran artículo! Es cierto, con tanto gritador vía redes sociales, los centroeuropeos crónicamente enfadados como Bernhardt o Jelinek pasan un poco desapercibidos. Pena, porque son muy lúcidos.

  2. Alejo Urzass

    Cómo se le ocurre, Adriana, «acompañar» con su comentario un artículo que trata de la soledad de Bernhard y de la soledad del que escribe solo sobre Bernhard.

  3. Germán

    Una pregunta, ¿dónde colocaría esta obra entre las instrucciones para leerle?
    Una gozada todos los escritos que le has dedicado.
    Un saludo.

  4. Gracias, Adriana y Urzass! Germán: pues este libro serviría también como prolegómeno, junto con los otros de entrevistas y «Los premios». Aunque después de ellos, si acaso. Yo hoy por hoy pondría como los dos mejores libros para introducirse en Bernhard el de las conversaciones con Krista Fleischmann (Tusquets) y el de «Mis premios» (Alianza).

  5. (Lapsus con «Los premios». Es, claro está, como lo digo al final: «Mis premios»).

  6. Ramón

    Hola, atleta!

    Si que eres el de bernhard, si, desde 10 anyos ;0)

    Habrá que leerlo de una vez. Supongo que me envidiarás¡

  7. Adrián

    Bernhard es el escritor más genial que he leido en toda mi vida.

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