1) La Fiebre del Oro: El Óscar al Juguete Más Estúpido del 2014 se lo lleva sin la menor lid este inefable esputo del Hades. ¿Cuál es su problema fundamental, oigo que me preguntan? Es sencillo: La Fiebre del Oro no es un juguete, es un empleo. Y no un empleo moderno con aromas hipsterescos, como emplazador de product placement en series de dibujos animados o fabricante de imaginativos cupcakes en chupi-distendida empresa de branding. No, se trata más bien de un empleo victoriano, de cuando la jornada duraba veintitrés horas y el trabajo infantil empezaba cuando perdías los dientes de leche, y respirabas casi exclusivamente grisú con salfumán y estabas encargado de artefactos letalísimos que se accionaban manualmente. La Fiebre del Oro consiste, ya lo ven, en buscar pepitas de oro, una actividad insalubre que llevó a la demencia en 1876 a millares de pioneros con las manos destrozadas y ni un solo molar sano, por no hablar de los que se apiolaban por una enjuta veta en el Yukón o los que agarraban un sifilazo tras gastar su única pepita en rameras. Era este, quizás, el empleo menos deseable del siglo XIX, y eso es decir mucho para una época en que la forma predominante de trabajo era la esclavitud. ¿La Fiebre del Oro? Me pregunto cuándo sacarán el juego Altos Hornos de Vizcaya («¡Deslómate hasta la muerte en tu propia fundición!») o Minería Riotinto («¡Extrae cobre con tus manos desnudas hasta el último aliento!»).
2) Emilio: A.k.a. «Mi primer amigo robot». Pero Emilio no es el amigo abogado que te ayuda a rellenar los arcanos formularios de la declaración de la renta, o aquel otro compadre manitas que te taladró las estanterías de libros, colocándolas en su sitio sin el menor desnivel. Emilio (nacido Emiglio) es el amigacho stoner y slacker (el haragán de toda la vida, vamos) que se materializa en tu puerta tras ser abandonado por enésima vez por la parienta, y que agradece tu gesto de caridad quedándose a pan y cuchillo durante tres meses; apalancado en la chaise longue, amorrado a la pipa de agua y sin echarle siquiera un vistazo rápido a los anuncios clasificados de La Vanguardia. «Emiglio» es, en efecto, un amigo de mierda. Y un inútil. En términos robóticos es el equivalente de aquellas terminales de energía que aparecían en La guerra de las galaxias (#1, ahora #4) y que parecían patizambas neveritas de picnic. La comparación con un stoner no era gratuita: Emilio puede moverse por la casa, pero no lo hace con tremendo arrojo, solo se desplaza cuando no hay más remedio, e incluso entonces no cesa de arrearse trompazos con las puertas; Emilio podría alcanzarte cosas si se las pides bien, pero su mano subprensil es incapaz de agarrar objetos si tú no los colocas allí antes (convirtiendo su potencial recadero en mera quimera); y, aunque Emilio sí puede emitir sonidos, solo lo hace cuando tú le interpelas, y habiéndolos grabado antes. Es decir, que solo te imita o dice chorradas repetitivas en una voz muy grave y letárgica (como los fumetas de carne y hueso). Emilio, dejémoslo aquí, es el apestoso muñeco teledirigido de toda la vida, solo que este mide unos colosales cincuenta y tres centímetros y despide más lucecitas estroboscópicas (parece que lleve otro juguete, el Simon, hincado en la cabeza). ¿Cómo podríamos empeorar esta nulidad? Es fácil. En YouTube topé con un inquietante video casero donde se veía a Emilio pronunciando frases sibilantes de psicópata que solo un padre perturbado clasificaría como «buena idea». El diálogo era de Fagin pederasta con trastorno límite de personalidad, y decía así: «Hola Max (aullidos del niño). Max, ven aquííííí… Quiero jugar contiiiigo, Maaaaax (afecta un acento como de Jack en El Resplandor + pedófilo reincidente)… ¡No me toques! (cuando el niño se le acerca)… No me gusta que me toquen, Max. No me gusta nada (alejándose del niño y dirigiéndose a la puerta, como una prima donna contrariada) Umm. ¿Cuál es tu habitación, Max? ¿Es esta, Max?». Yo de ti no se lo diría, Max: con lo fumado que va, es posible que acabe cagando en tu cesto de ropa sucia.
3) Cacamax: Y hablando de cagar. Cada año no pueden fallar los bichos defecadores, y el bueno de Cacamax es un espléndido ejemplo de ello. Como catalán y tipo más bien primitivo yo puedo verle el atractivo a lo del humor escatológico, aunque es imposible no predecir que la broma irá perdiendo mecha con cada nuevo zurullo o ventosidad. De hecho, la cosa tiene incluso menos gracia, porque lo que Cacamax expulsa por su afelpado anus son huesecitos, los mismos que su propietario tiene a bien darle de comer cada mañana. Cacamax es tan poco solícito que ni siquiera se molesta en separar la materia fecal de los nutrientes, y vuelve a expulsarlo todo en su forma original (es decir: prosaicos huesos), robándole al querubín una inestimable clase práctica de biología y anatomía. El anuncio de Cacamax es asaz hilarante, sépanlo, pero no por los sonoros pedorros que expele el tal Cacamax, sino porque está ambientado en Francia: torre Eiffel, gendarme tontuelo, chavalas histéricas y cánidos incontinentes. Al principio la localización no tenía ningún sentido para mí, pero de repente caí en que se trataba de propaganda patriótica: IMC Toys, compañía española, ponía en práctica la arraigada galofobia que ha sido motor nacional desde los tiempos de Pepe Botella, y aprovechaba la promoción de su simpático can cagante para insinuar (lean entre líneas, por favor) que los gabachos son torpes, gilipollas, infantiles y flatulistas. En todo caso: esta basura vale cincuenta y cinco euros, pero al menos caga. Su primo Kao Kao (también de IMC), el koala que necesitaba sal de frutas urgentemente, solo eructa y duerme, eructa y duerme. Sesenta euros por algo que puedo conseguir llamando a mi amigo David e invitándole a un botellín.
4) Monster High: Siempre me han inquietado las Monster High, y no porque sean monstruos. De hecho, dan menos miedo que aquellos agusanados engendros de porexpán que Dario Argento sacaba en sus películas de los ochenta. Si me llena de inquietud este contrahecho gang de petardas cabezudas es por su incongruente y precoz sexualización, como aquella turgente Pocahontas que cimbreaba con abandono los melones en una (no lo olvidemos) película para menores. Dracubecca, Lagoonafire, Clawvenus y el resto de piernilargas lagartas lucen y posan como góticas no-muertas que hubiesen decidido empezar a hacer la calle. Botas S/M, maquillaje putiférico, minifaldas de cuero, bolsos diminutos… No hay otra manera de verlo: Monster High son una cuadrilla de zombi-prostitutas con aficiones siniestras. Es como si su creador hubiese decidido conservar todo lo que hace abominables a las Barbies (ver apartado 9) y limitarse a añadir unos cuantos remiendos de cultura goth–metal americana. ¿Habrá algún padre obtuso que piense que regalando esto está siendo menos «convencional» que regalando Nancys? Monster High son Sex & The City + April Lavigne + Crepúsculo + Barbie. Es decir, una mezcla de todo lo perverso que hay en la cultura USA. El anuncio incluye un mensaje de Info-Papás para tablet que no he descargado, pero que sin duda avisará de que: ESTAS MUÑECAS PARECEN PUTAS. Y su «Cámara Electrizante» parece el baño de una dominantriz.
5) Mi Primer Huerto: Recibe el accésit a engendro con Nombre Menos Invitante del 2014. Y por ser un juguete excrementicio, claro. Digo «juguete» por decir algo, porque salta a la vista que plantar patatas es lo menos parecido a «jugar» que existe sobre la capa de la tierra. Solo papás extrotskistas (rama POSI) y tercos hippies naftalinados podrían pensar que darle al azadón en un huerto (por minúsculo que sea) puede ser una actividad atrayente para un niño. A no ser, claro, que lo recanalicen hacia la plantación casera de marihuana para usos lúdico-medicinales y posible venta en patios del instituto. Entonces sí les estaremos enseñando una carrera lucrativa y con futuro. De otro modo, Mi Primer Huerto es solo la alucinante plasmación del Plan Quinquenal de Mao Zedong renacido en trasto inútil, cuyo único destino será la alacena mohosa a donde los niños lo desterrarán tras comprobar que NADA de lo que ofrece la caja es siquiera vagamente entretenido. Los creadores han intentado vender lo de la siembra y recolección de hortalizas como algo chispeante, bautizando a los diversos tubérculos y plantas como «Signore Basilico» y «Antoñito Rabanito»; pero, contrariamente a lo que suele creerse, los niños no son tontos. Una vez abierta la caja, comprobado que allí solo habita un saco de tierra («Oh, papi: ¡un saco de abono! ¡es lo que siempre había deseado!»), semillas no comestibles y una «pastilla compacta de fibra de coco», y verificado que hay que trabajar para que se materialice el anunciado «Signore Basilisco», y que encima el fulano solo lo hará tras varias semanas de letárgico crecimiento a paso de tortuga, los niños escupirán encima de este chisme inútil y jipioso. «[Las plantas perennes] tardarán más en crecer pero luego te harán compañía muchos años», nos cuenta el prospecto, escrito por el único publicista del planeta que aún no sabe que los niños no tienen concepción del futuro no-inmediato. Decirles que todos estos vegetales les harán compañía «muchos años» es como decirles que en su erasmus ligarán lo que no está escrito, o que su jubilación será altamente placentera. Hay que estar loco para poner algo así a la venta, simple y llanamente. O no haber entendido aún el concepto «niño».
6) El Primero de la Clase 5000: También conocido como «Haz que todos tus compañeros de clase te detesten y te manteen en los recreos 5000». Por mucho que hoy en día el geek haya experimentado un súbito subidón de popularidad, crear un juguete que esencialmente sirve para convertir a los niños en empollones odiados por el resto del alumnado me parece una atrocidad. Hasta el más burro de los humanos sabe que el avance frontal por los pupitres hasta el liderazgo del aula se traduce catastróficamente en un descenso directamente opuesto en popularidad entre los alumnos de ambos sexos. Ser el primero de la clase es, en pocas palabras, un suicidio social; casi peor que hacerse mod en los años ochenta. Este es un axioma que conocen al dedillo incluso los guionistas Disney, gente harto dada al sermón y muy poco propensa a la propagación de sentimientos antisociales o de rebeldía entre el estudiantado. Pero hay un límite en el catecismo del conformismo, y ese límite es el Empollón de Mierda, caricaturizado en millones de filmes infantiles como fétido esbirro del profesorado, acnéico feúcho sin salvación, lloriqueante niño de mamá y, aún peor, burgués asqueroso y ejecutivo en ciernes. Si usted, despistado progenitor, desea que su hijo se transforme en alguien así, entonces no se corte: cómprele El Primero de la Clase 5000. Con 5000 (¡cinco mil!) preguntas de primaria. Pero luego no se sorprenda si al llegar a la adolescencia empieza a sentir fascinación por las armas o cuelga descomunales esvásticas en su otrora virginal cubículo infantil. O empieza a decir que su futuro está en la gestión de recursos humanos para multinacionales informáticas.
7) Gastón Cabezón: El problema de Gastón Cabezón no es que sea un juego sin potencial de solaz niñesco. Tal vez lo de rebuscar cosas «asquerosas» (no son asquerosas de verdad: la caja no incluye tampones viejos, vómitos de borracho ni fotos de mutilación genital) a ciegas en el interior de una cabeza de peluche pueda tener su gracia caduca durante los primeros dos días. El problema de Gastón es su extrema fealdad, que le hace asemejarse a John Merrick tras haber metido la cara en una deshuesadora de manzanas. O sea: he ahí un juego de apariencia REPUGNANTE. Algo que ninguna madre querrá ver rondando por la casa, y cuyo único sino es ser enterrado en algún torreón inexpugnable fuera del alcance de la camada (como en El hombre de la máscara de hierro). No: ningún papuchi responsable querría exponer a sus hijos a una monstruosidad de este calibre. Sería como colgar en su habitación el disco de Big Black que llevaba en portada a un fulano que se había pegado un tiro en la jeta. Y Gastón resulta aún peor cuando se juega con él. Puaf. ¿De verdad quiere usted ver a la niñita de sus ojos practicando algo que se parece de forma tan alarmante a un vídeo explícito de fisting entre ancianas bálticas? Lamento decir que auguro un futuro comercial de lo más breve para Gastón Cabezón. A no ser que decidan reconvertirlo en pavorosa máscara de Halloween, o reaparezca como antifaz de psicópata asesino en algún filme estilo Scream.
8) Rummy De Luxe; donde el tiempo no existe: Seré breve: el Rummy es un juego para viejos achacosos. O para jóvenes muy desocupados de los años cuarenta. O para marinos hastiados en interminables peregrinajes transatlánticos. Es el típico juego que aparece en novelas pasadísimas de moda, donde el chico formal y casamentero del sur intenta cortejar a la chica frígida y algo boba jugando «mano tras mano» de Rummy con ella. O con su abuelita Harriet. Intentar volver a poner de moda el Rummy es como intentar que vuelvan la tuberculosis, José Guardiola o la Santa Inquisición: una insensatez, un indeseable retroceso en el tiempo, una villanía. El «progreso» tecnológico nos ha traído muchos fiascos y nuevas tiranías (Twitter, Wii, Facebook…) pero también ha postergado al trastero de la historia algunas prácticas inhumanas que llevaban siglos esclavizando al hombre: el programa Gente Joven, la misa del gallo, las danzas regionales como asignatura y, cómo no, el Rummy. O el bridge, ya puestos. Ambos entretenimientos más plúmbeos que una peli de Tarkovski. En este caso, el subtítulo del producto es perfectamente adecuado: «donde el tiempo no existe». Tras media hora de Rummy uno experimenta una desorientación temporal muy parecida a la que sufren los secuestrados por Al-Qaeda o la Junta argentina: «¿Llevo aquí dos días, dos meses, o dos años?». Si yo sorprendiese a mi hijo de siete años jugando al Rummy me preocuparía más que si le hallara un panfleto de la secta Moon o un vídeo electoral de UPyD. La gente más aburrida del mundo debe jugar a Rummy, de acuerdo, pero ¿un niño? ¿Con todo un universo de gatos apedreables, paredes grafiteables y chicas besuqueables allá fuera? Venga ya, hombre.
9) Barbie Style Luxe: Decir que las Barbies son un asco inmundo es un lugar común más calcinado que odiar a Bono Vox; pero no por ello es menos cierto. Sí, ustedes ya lo saben: las Barbies son El Enemigo. Fomentan entre las niñas todo aquello que es vil y banal y mezquino: el afán de lucro, la vanidad enloquecida, el estilo de vida americano (sinónimo de los dos defectos anteriores), la mojigatería y el sentimentalismo más baboso. Por mucho que las fabriquen en todos los colores y razas, negras o asiáticas o klingon, Barbie es el epítome de la clase media-alta blanca yanqui recluida tras empalizadas en barrios residenciales, con todo el código moral y ético que eso conlleva. Por añadidura, fomentan de forma obscena un ideal físico de enloquecida perfección (para estándares americanos, quiero decir) que solo puede llevar a la bulimia, la sala de operaciones o la depresión fulminante. O sea: ¿Quién leches es ese maniquí pestañoso con cintura de Mamie Van Doren y sonrisa maníaca perpetuamente escayolada en el jeto, pies de geisha y busto estatuesco? ¿Eso es una muñeca, o un objeto de adoctrinamiento político? ¿Por qué no existen la Barbie Escritora Famélica, o Barbie Sindicalista, o Barbie Profesora en Plenos Recortes, o la Barbie Cajera del Lidl? ¿O, ya puestos, la Barbie en el Paro Indefinido, que sería mucho más fiel a la realidad de nuestro país? No: Barbie, esa mierdecilla elitista, siempre es CEO de alguna empresa, viste de rosa horripilante y anda por ahí en un Fiat 500. Vive en Pedralbes o La Moraleja y solo piensa en ligar con Ken (estúpidamente, pues como Toy Story 3 dejó bien claro, Ken es marica), freír malvaviscos (para regurgitarlos luego) o comprar nuevos modelitos. En este caso, las feministas tienen la razón al 100%: hay que matar a Barbie. Hay que quemar todas sus efigies. Se lo digo claro: antes le regalo a mi hija una Glock semiautomática que una odiosa Barbie. Sí, Barbie: que te den por saco, rica.
10) Nenuco Día al Cole: Todo en Famosa huele a 1972: el tipo de juegos, las niñas que utilizan en los anuncios (siempre repeinadas y luciendo diademas y perlas, como las nietas de Franco), el concepto del lugar que ocupa el tierno infante en la sociedad, su logotipo corporativo y el recuerdo indeleble del anuncio «Las muñecas de Famosa / Se dirigen al portal / Para hacer llegar al Niño / Su cariño y su amistad» (¿Qué eran, Supernumerarias del Opus?). Si me preguntaran sobre empresas que no han sabido adaptarse al frenético discurrir de los tiempos, señalaría a Famosa sin dudarlo. En este caso, Famosa vuelven a entender espantosamente mal la circunstancia infantil con un par de muñecajos que van al colegio. Eso es lo que hacen: ir a cole y desempeñar las tareas colegiales habituales (y obligatorias) en centros de docencia. Veamos: yo no era un párvulo especialmente díscolo, y lo de ir al reformatorio (digo escuela) me gustaba, más o menos, pero tampoco era tonto sin remedio: sabía que lo auténticamente divertido empezaba justo cuando franqueabas el portalón de salida. He aquí el obvio fruto de un ejecutivo «con ideas» que entra a una reunión en Famosa, escupe su gran proyecto para las Navidades del 2014 («Ya lo tengo: ¡niñas que van a colegio!»), y en lugar de ser cesado en el acto es recibido con vítores y corchos volantes de vino espumoso. Lo único que redime a Nenuco Día al Cole es el esperanzador anuncio de: «¡Pon tú las normas!». Ah, bueno: esto es otra cosa. Ahora reparo en que este juguetito no es educativo, sino todo lo contrario. Es una arma secreta para sembrar el caos y la anarquía en las aulas, tal cual sucedía en aquellas películas de delincuencia juvenil de los años cincuenta como Highschool Confidential («Behind these nice shool walls, A TEACHER’S NIGHTMARE! A TEEN-AGE JUNGLE!»). Visto así, creo que sí compraré Día al Cole para mis hijos. Según lo veo ahora, esto es la antesala lúdica a la desobediencia civil y la violencia anti-establishment.
Finalistas y premios especiales: Pocoyó Bailarín (niño deforme con Parkinson y Mixomatosis se marca un twist paralítico), Master Chef; el juego oficial (¡preguntas sobre cocina para niños, por el amor de Dios!), Disney Princesa Sofía (imposible no pensar en la antigua reina de los borbones), Xeno Electrónico (el adefesio de la temporada; parece un crusty mucoso en pleno bajón) y las clásicas pistolitas de agua (un juego sensacional que, no obstante, se utiliza primordialmente para atajar siestas paternas cuando llega el verano).
Tiene varios puntazos pero, ¿no hubiera sido mucho mejor el artículo con una foto de cada juguete? La mitad no los conozco
Buena selección, gran artículo. Especialmente afinado en el menoscabo de los infames productos IMC Toys. Solo un detalle puntilloso-tocacojones: innecesaria puntualización respecto a la glock. Todas son semi-automáticas. ¿Qué porque se esto? A mi también me regalaron El Primero De La Clase 5000.
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Joder, y las fotos???
El texto es una maravilla, haced el favor de googlear un poco para ver las fotos, que no cuesta y vale la pena.
Sobre lo de Famosa, hay que decir que desgraciadamente SÍ han intentado adaptarse algo a los tiempos. Si la Nancy de los 60 era una entrañable niña mofletuda, la Nancy del siglo XXI es un engendro inquietante, de mirada fija y media sonrisa de psicópata.
Totalmente, han involucionado.
Una Glock me parece excesivo para una niña…mejor una Beretta Nano.
Gracias a este artículo hay un tag en Jotdown denominado «cacamax». ¡Bravo!
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Compré para mi sobrina el Gastón Cabezón, a petición he insisténcia suya (que quede claro). ¡Dios! cuando lo vi me quedé a cuadros, es como como si hubieran desollado la cara del feo de los Calatrava para luego usarla de tienda de campaña. Lo peor es que estaba agotado en la mayoría de tiendas de juguete así que pòr desgracia puede que tenga más cuerda…
Monster high es un producto deleznable pero no porque parezcan putas, sino porque hacen de la mujer (en este caso niñas) un mero objeto. Es decir, tu putofobia denota, además, tu machismo.
Por otra parte, el primero de la clase es una mierda de juego, está claro, pero que apuestes porque los chavales quieran ser, ante todo, populares – o, por lo menos, no ser impopulares – me hace pensar que, además, eres un jodido niñato.
Pues seré un terco hippy naftalinado, pero he visto a los niños pasarlo PIPA en el huerto. Haciendo buen tiempo, por supuesto… Los juegos cutres son cutres aunque la idea sea atómica (como el viejuno moldenova por ejemplo), y suelen necesitar de la pericia de un adulto para hacer que la experiencia sea entretenida. Si le sueltas miprimerhuerto a un niño enganchado a su móvil es muy probable que ocurra como tú dices. Patada y al rincón. Siempre será más entretenido el candycrush que una maceta en soledad. Si, en cambio, se trata de una actividad compartida con los padres, y éstos están motivados con el juego o la temática, no te quepa duda de que el mocoso lo pasará bomba.
Además, es bastante guay cuando se dan cuenta de que el tomate que se están comiendo ha salido de una semilla enana, agua y su esfuerzo.
El error actual es comprar juguetes para que se entretengan solos. Para eso no tengáis hijos.
Y el rummy es divertido. Afirmo.
«..Rama POSI…»
Cómo afinamos. :D
Los niños no han de jugar con los padres. Deben jugar con otros niños. Si cultiva un huerto con papi-hippy-guay se lo pasará bien o no, pero no está jugando.
Y el rummy es divertido.
Pue ya me habría gustado a mi el huerto en el desierto de cemento y asfalto que vivía de pequeño!!!! ;-)
¿Sabes por qué no lo he leído? Porque no hay fotos de los juguetes en cuestión. Si hablas de los juguetes más estúpidos, lo primero que deseamos es verlos, y luego ya nos meteremos en el detalle de leer…
Pero estes juguetes de donde salen?! en mi TV no salen sus anuncios, creo…
encantado quede por tal articulo…Un saludo!
Magnífico artículo escrito por un adulto para lectores adultos.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac, …
Pues el Rummy está muy guapo :s
No tenéis imaginación. Gastón Cabezón es lo más, imaginando nuevos juegos. Etc con lo demás.
Mis hijas actualmente de 25 y 21 años aun me echan en cara todos los dias de Reyes que no les comprara el robot Emilio.Les enseñare el articulo
April Lavigne? Será familia de Avril?
La miel no se hizo para la boca del cerdo en referencia al comentario «Ambos entretenimientos más plúmbeos que una peli de Tarkovski».
Muy bien todo salvo lo de apedrear gatos, ahí te has colao!(y eso si que es un rasgo de psicopatía)
No tienes ni idea de lo que una Barbie significa…
Que pena que la gente no piense ni se plantee las cosas y se quede solo en lo superficial…pss
Los de La Fiebre del Oro lo podían haber actualizado y llamado Garimpeiros.
Viva Nenuco y la inocencia infantil, perlitas incluidas. Qué sabrás tú de ser una niña pequeña.
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