El reto para quien escribe es llenar la distancia entre lo que vives y lo que cuentas, sentir físicamente el impacto de la narración… A menudo, empezamos a escribir demasiado pronto y las páginas aún están frías. Solo cuando la historia se acopla a nosotros como un guante, ha llegado el momento de contarla.
Elena Ferrante
Una obra literaria no siempre se sostiene por una obra literaria, sino por su autor. Elena Ferrante nos obliga a aprender a leer correctamente: valorar lo que se tiene entre manos, que es un libro, y sacar de ahí toda la información que se necesita. Ana María Matute dijo que si alguien quería encontrarla, estaba en sus libros. Lo que de la Matute necesitamos saber y tener cerca es su literatura, y eso es lo que Elena Ferrante nos ofrece con su anonimato —un libro limpio—. No ser nadie es un ejercicio al que el escritor no está, en su mayoría, dispuesto a hacer. Ser escritor no es que tenga demasiadas ventajas sociales ni, por supuesto, económicas, pero el artista está normalmente rodeado por un halo que no es otra cosa que su propio ego. De la misma manera que en el cine el director es importante pero el actor principal impacta con mucha más fuerza en el público, en una sociedad tan inmediata como la actual, el escritor es mucho más importante que el personaje de la novela.
Elena Ferrante, que suena a Elsa Morante, rechaza toda importancia y se esconde de todo aquel que quiera juzgarla como autora. No se sabe quién es y, pese a su nombre de mujer, hay quien dice que es un hombre. Si de verdad existiera la manera femenina o masculina de escribir, como tantos creen, esta duda no existiría, lo sabríamos con solo leer cualquiera de sus libros. Pero no, no se sabe. No se sabe nada, salvo la escritura. Se desconoce incluso si es una o más personas, porque sobre la nada que es el anonimato todo el mundo puede volcar sus sospechas.
Pero ahora quiero ir un poco más allá: Elena Ferrante quiere, con su anonimato, enseñarnos a leer de nuevo, sin que el autor importe, pero consigue todo lo contrario. Su anonimato es en sí un atractivo literario, porque la curiosidad forma parte del campo publicitario y de cómo vendemos nuestro producto. El marketing literario no tiene límites y de la misma manera que un autor joven y hermoso puede convertirse en un reclamo en sí, cosa que rechazaría Elena Ferrante, puesto que no utiliza su apariencia para llegar más allá, de la misma manera, decía, el anonimato también es una forma de venderse. Lo que me lleva a pensar que nada ni nadie podrá enseñarnos a leer como se leía cuando no existía la solapa del libro con una foto del autor: te muestres o no, la calidad de tu obra quedará en un segundo plano, porque la prensa es así, y es así porque la sociedad es así, y es así porque los medios nos han vuelto así, y podríamos seguir culpando y buscando responsables aquí y allá —lo que hace Elena Ferrante, entonces, más que enseñarnos la importancia de desaparecer, es mostrarnos la poca importancia que tiene un libro—.
No me arrepiento de mi anonimato. Descubrir la personalidad de quien escribe a través de las historias que propone, de sus personajes, de los objetos y paisajes que describe, del tono de su escritura, no es ni más ni menos que un buen modo de leer.
Sí, lo digo bien: si un buen aspecto te ayuda a vender, si salir en televisión te ayuda a vender, si ocultar tu identidad te ayuda a vender, si cualquier cosa puede ayudarte a vender, incluso la suerte, es que el libro es completamente prescindible.
Ahí queda interrumpida esta cadena catastrofista y dramática del mundo editorial, porque Elena Ferrante no nos ofrece humo, no se queda en la apariencia de la no apariencia, no es tan superficial como para montar todo este espectáculo sin tener un buen soporte que la defienda de sí misma, de su no existencia. La literatura, a veces, sí queda sostenida por la literatura, pero solo si es de calidad.
El buen modo de leer no es otro que leer bien, leer límpidamente, y eso es lo que nos propone este seudónimo. Y yo, para no responder al perfil típico que se detiene más en la identidad o la no identidad del que escribe, voy a hablar de la literatura ferrantiana. Los últimos tres libros de Elena Ferrante son puramente italianos; no, puramente napolitanos. Un tríptico napolitano, dice ella; un tríptico sobre la amistad entre dos niñas y dos mujeres, una amistad en el tiempo. Lila ha desaparecido, eso es todo, se ha borrado de la tierra, se la han tragado, y de ahí nace toda la historia, porque Lenù empieza a recordar cómo se conocieron y cómo evoluciona la relación entre ambas hasta llegar a su hoy. Las relaciones entre mujeres siempre son complejas y Elena Ferrante sale airosa del ejercicio, por eso unas veces se cree que es un hombre, otras veces una mujer y otras, que es una novela escrita a varias manos. En cualquier caso, todo apunta a que es un logro: la Ferrante está calando hondo allá donde la traducen, pero en España parece que necesita un estirón un poco más fuerte: probablemente porque estamos demasiado acostumbrados a que el libro venga bajo el brazo del escritor, y sin brazo, no hay prensa —el libro en sí no vale nada salvo su precio en librería—.
Vi a Lila por última vez hace cinco años, en el invierno de 2005. Paseábamos muy de mañana por la avenida y, como nos ocurría desde hacía mucho tiempo, no conseguíamos sentirnos cómodas. Recuerdo que solo hablaba yo, ella canturreaba, saludaba a la gente que ni siquiera le contestaba, las raras veces en que me interrumpía se limitaba a pronunciar frases exclamativas, sin nexo evidente con lo que yo decía. A lo largo de los años habían pasado demasiadas cosas feas, algunas horribles, y para recuperar la confianza tendríamos que habernos confesado pensamientos secretos, pero yo no tenía fuerzas para encontrar las palabras, y a ella, que tal vez sí las tenía, no le apetecía, no le veía la utilidad.
Así es el primer párrafo de Las deudas del cuerpo, la última parte del tríptico napolitano. Sofía y Mariana, las dos amigas que mantienen una correspondencia en Nubosidad variable, de Carmen Martín Gaite, son el espejo amable y castizo de estas dos mujeres italianas que se atraen como las malas tentaciones. Elena Ferrante no ha sido tan benévola con sus protagonistas como lo fue Carmiña, y presenta a Lenù y Lila en un constante hilo de amor y odio que no solo las mantiene unidas en mayor o menor medida, sino que también nos ata a ellas a quienes las leemos porque hemos decidido que un autor nos hable a través de la literatura y no de las entrevistas, la televisión y la radio —y si las leemos es porque estamos en el camino del buen leer, que es el leer limpio y deshumanizado—.
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Lila, Atenea o Melusina de arrabal, y su amiga Lenú. Los tres primeros volúmenes de la tetralogía de Elena Ferrante.
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