En uno de esos capítulos de Los Simpson repetidos una y mil veces, Homer está con su familia en la grada viendo un partido y empieza a insultar a uno de los jugadores. No son insultos muy graves porque al fin y al cabo hablamos de una serie de dibujos animados, pero sí los típicos «no vales nada, eres una nenaza, seguro que tu padre se avergüenza de ti», etc. Cuando alguien le reprende por los comentarios, la respuesta de Homer es la habitual en estos casos: «Bah, es un profesional, a él estas cosas no le afectan», tras lo cual se ve un primer plano del jugador en cuestión con una lagrimita cayéndole por el ojo izquierdo.
La excusa de Homer Simpson es la excusa del aficionado medio al deporte de alta competición: el insulto no es algo personal, es simplemente un modo de desconcentrar al rival o desahogarse uno mismo. La idea de los estadios de fútbol como enormes terapias de grupo ha sido ampliamente estudiada en las últimas décadas y hay mucho de cierto, aunque luego llegan los excesos y nos preocupamos.
Vayamos a los ochenta, por ejemplo. En esa década se consagra un grupo de aficionados al baloncesto, en concreto al Estudiantes, que se hace llamar «La Demencia». Su principal activo es que son ingeniosos y que hasta cierto punto resultan pacíficos. «La Demencia anima sin violencia», gritan una y otra vez para diferenciarse de otras aficiones que en aquellos años llenan el país, incluso con sus revistas esperando en los quioscos. Eran tiempos de Ochaíta y Boixos Nois, Frente Atlético y sus banderas con aguilucho, Guus Hiddink en Valencia diciendo que no empezaba un partido hasta que no retiraran las banderas nazis de un fondo.
La violencia, efectivamente, estaba en todos lados, más o menos soterrada y frente a la violencia, el insulto era incluso deseable. Porque el caso es que la Demencia insultaba, por supuesto. A veces con ingenio y a veces sin el más mínimo. Yo recuerdo un partido en el que a Antonio Martín le tocó lanzar dos tiros libres y a alguien no se le ocurrió otra cosa que gritarle «Iba borracho, Fernando iba borracho» a pleno pulmón, en referencia a su hermano recién fallecido, idea que nos pareció maravillosa y que a nuestros catorce años empezamos a repetir cada vez que a Martín le pitaban una falta a favor.
En casa, mi madre me explicó que gritar eso le convierte a uno en un miserable y que ser un miserable no es algo que se pueda cambiar según estés dentro o fuera de un recinto deportivo. Desde entonces, como buen hijo, he procurado moderar mi odio al contrario y alejarlo incluso de mi cuenta de Twitter, que a veces no es fácil.
Porque sí, lo que se esconde es odio mezclado con adrenalina. Digamos que la adrenalina está en el 90% de los presentes en un estadio. Es algo razonable porque quieren que su equipo gane y el otro pierda y están dispuestos, hasta cierto punto, a hacer todo lo posible por acercarse al objetivo. Hay, a veces, como añadido, un odio relativo y un odio absoluto. Odio relativo es el que siente un aficionado del Real Madrid hacia el árbitro cuando este no le pita un penalti que considera clarísimo. No hay nada personal, ni siquiera se sabe su nombre, pero le insulta como si le fuera la vida en ello porque se considera timado, robado, cualquiera de los adjetivos que luego verá repetidos en la portada de la prensa afín al día siguiente.
Odio absoluto es el que sienten determinados aficionados del Barcelona por el Espanyol, o del Sevilla por el Betis o, por qué no, del mismo Estudiantes hacia el Real Madrid y viceversa, por supuesto.
La normativa que quiere implantar la LFP para regular los insultos en los campos de fútbol es, en resumen, un intento de regular el odio y a la vez regular la adrenalina. No sé si eso es posible en esta cultura y tampoco me consta que en otros países más civilizados la cosa esté mucho mejor, más bien diría lo contrario, que hay un efecto imitación de países como Holanda o Italia. Es verdad que rara vez se ve un partido de la NBA con miles de personas coreándole «Motherfucker» al árbitro, pero supongo que también tendrán lo suyo; al fin y al cabo hablamos de una liga donde un tío fue suspendido durante más de sesenta partidos por subirse a la grada y liarse a mamporros. Lo que me preocupa es que en realidad el intento se quede en una banalización de la violencia reduciéndola a algo incontrolable para luego poder decir «lo hemos intentado pero no ha habido manera».
Entre la familia y la Familia
En un excelente artículo, Gemma Herrero, exredactora del diario Marca y en la actualidad colaboradora de El Confidencial, criticaba las declaraciones de Luis Enrique en las que venía a decir que si de verdad íbamos a echar a cada aficionado que insultase en el campo igual al final los jugadores se quedaban solos. El historial de Luis Enrique como jugador, siempre cercano a los grupos más activos y agresivos en aquellos locos años noventa, no invita a pensar en que al ahora entrenador del Barcelona le preocupe mucho el tema de la violencia en las gradas.
En cualquier caso, si le preocupa o no, es irrelevante. Lo que ha dicho es verdad, no es rebatible. Otra cosa es que nos guste que sea así, que a mí desde luego no me gusta. Gemma pone un ejemplo concreto que resulta muy claro: «Que le pregunte a Piqué si echaría a los que llaman puta a Shakira». ¡Pues claro que los echaría! Y el árbitro echaría a los que llaman puta a su madre. Se puede argumentar que el que llama «hijo de puta» a un árbitro en realidad no conoce a la madre del árbitro pero dudo mucho que nadie de los que se lo llaman a Shakira tenga el gusto de haber charlado con ella.
Es lo mismo: te insulto porque te odio y ese odio viene generado desde muy arriba. Está por todos lados en la sociedad: odio a la casta, odio a los que odian a la casta, odio al jefe déspota, odio al empleado vago, odio a la Pantoja, odio a los jueces, odio a Rato, odio a los «perroflautas», odio a España, odio a Cataluña… Odio muy bien alimentado y muy bien pastoreado porque da resultados, porque el odio es lo que une a las tribus sin proyecto común y en estos días en España, proyectos hay los justos, solo un simple «a ninguno de los anteriores», a lo Richard Pryor en El gran despilfarro, que podría resumir el clima social.
España, y no solo España, es ese país que está deseando salir a la ventana y gritar: «I´m as mad as hell and I´m not going to take it anymore», como pedía un desencajado Peter Finch en la película Network. Mucha gente lo sabe y lo alimenta. El odio es poder, casi tanto como el afecto. La violencia es poder, por supuesto, y conviene estar cerca. Joan Laporta se desmarcó nada más llegar a la presidencia y le costó amenazas de muerte, pintadas en casa y un acoso que requería de intervención policial. Florentino ha tardado un tiempo pero lo ha hecho también, viendo como en ocasiones se amenazaba incluso el descanso de los muertos.
Otros han seguido ese camino, pero no desde luego los Gil con el Frente Atlético ni Lendoiro con los Riazor Blues. El otro día, Javier Tebas, presidente de la LFP cesaba «sin dudar ni un instante» al expresidente del Deportivo por asistir al entierro de «Jimmy», el aficionado asesinado en el Manzanares. Lendoiro afirmó que conocía a la familia y quería darle su apoyo y solo faltaría que yo tuviera que decirle a la gente cuándo puede ir y cuándo no puede ir a un entierro, que no es precisamente una fiesta con payasos y confeti para todos.
Lo que le pareció a Tebas es que Lendoiro más que a la familia de «Jimmy» conocía a la Familia y que era a ellos a los que les daba su apoyo, por eso le hizo cesar en su cargo de embajador del fútbol español. ¿Cuántos presidentes han utilizado a los ultras como guardia pretoriana para ganar elecciones o simplemente protegerse de las críticas del resto del estadio?, ¿cuántos lo siguen haciendo mientras se rasgan las vestiduras y dicen «esto no tiene nada que ver con el fútbol, esto es una cuestión de política»? Por supuesto: el Frente Atlético es de «extrema derecha» y los Riazor Blues son de «extrema izquierda», por eso estaba Lendoiro, exconcejal y expresidente de la diputación con el PP en la comitiva.
La violencia es poder, ya está dicho, y por lo tanto, la violencia es política. Los amigos y los enemigos, mejor tenerlos cerca.
El término medio entre la garganta y la bola de acero
Junto a los presidentes de fútbol, que se han dado cuenta de repente de que en este local se juega, se indignan también muchos periodistas deportivos. ¿Qué ha sido el periodismo deportivo de los últimos años sino un montón de incitaciones al odio? Periodismo de bufanda y bandera siempre frente a la bufanda y bandera ajena. Todo, absolutamente todo, entendido como una provocación. Fotos con los Ultras Sur o con lo que quede de los Boixos o con el Frente o con quien haga falta. Los que se han enfrentado a esa manera de hacer las cosas, bien lo han pagado.
Ahora que el insulto se va a perseguir y todo van a ser «cánticos correctos», como se decía el pasado fin de semana en Twitter, es momento de preguntarse: ¿No hay como doscientos términos medios entre copar un fondo con esvásticas y banderas preconstitucionales, desearle la muerte a los ya muertos y quedar con los vivos para golpearles hasta dejarlos inconscientes y luego tirarles a un río helado… y llamar «hijo de puta» a un árbitro o subnormal a Messi? Y no quiero que se confunda nadie: yo no llamaría nunca subnormal a Messi ni maricón a Míchel ni hijoputa a Cristiano ni vería relación familiar alguna entre Amunike y el entrenador del Barcelona, pero, ¿de verdad es necesario llegar a este punto después de años viendo cómo esa gentuza se hacía con el estadio mientras la LFP miraba hacia otro lado o se apoyaba directamente en ellos?
Como soy un malpensado, me da que todo esto es una bomba de humo. Puedo equivocarme y ojalá me equivoque. Cuando la masa ejerce de masa lo hace con todas las consecuencias y el insulto no es la peor de ellas. En cualquier caso, la masa destaca por ser difícil de controlar y este tipo de medidas no llevan a ningún sitio porque nadie va a vigilar que no se insulte y ni siquiera es fácil definir lo que es insulto y lo que no, recuerden lo de Antonio Martín y su hermano Fernando. Son brindis al sol condenados a provocar la frustración entre la gente. Dentro de unas semanas alguien dirá «lo hemos intentado pero ha sido imposible» y me queda la duda de si entonces se darán cuenta de los pasos que se han saltado e intentarán ir un poco para atrás.
Yo, como aficionado, me he comportado como un miserable muchas más veces de las que sabe mi madre, aunque puede que lo intuya. He ido a partidos de baloncesto y de fútbol donde los insultos empezaban dirigiéndose al equipo contrario, luego al árbitro y si las cosas iban mal a los propios jugadores, siempre peseteros, vagos y mujeriegos cuando pierden. No voy a decir, como Homer Simpson, que eso va en su sueldo porque es mentira. Piqué tiene todo el derecho de enfadarse porque llamen puta a la madre de sus hijos igual que Eto´o hizo muy bien en irse del campo cuando se cansó de que le hicieran ruidos de mono cada vez que tocaba un balón. En algún momento hay que decir «basta».
Me parece bien que se inicie una cierta pedagogía que haga que seamos más tolerantes con el otro pero, como la virtud de cualquier pedagogía es que sea realista, que no confunda los hechos con las voluntades, me parece un disparate empezar esta casa por el tejado. Sí, nosotros les gritábamos barbaridades a Antonio Martín y a Alberto Herreros, pero había otros que nos tiraban bolas de acero y nos amenazaban con navajas.
Pensar que no hay diferencia entre la navaja, la bola de acero y la garganta es estar en otro mundo. Un mundo de azafatas, comida y bebida gratis y calefacción bajo el asiento. Un palco, en definitiva, donde todos los problemas quedan igual de lejos y se solucionan de la misma manera: con torpeza.
No es Homer el que grita, es Lisa, y Marge la que le reprende. El jugador al que gritan es Darryl Strawberry, famosísimo jugador de Béisbol de los 80.
Gran artículo, como siempre, Guillermo.
Eso sí, la escena de Los Simpsons a la que te refieres es en la que llaman «maula» a Darryl Strawberry, que ha dejado a Homer en el banquillo en el equipo de softbol de la Central.
El fenómeno «ultra» es el hooligan. No es un invento español. Hay que ver a los ingleses, alemanes, italianos, franceses, holandeses…lo violentas que son sus aficiones. Lo que pasa es que aquí solo nos llegan sus cánticos y sus bufanditas en sus respectivos estadios. Pero son igual de violentos.
Luego no hablemos de iberoamérica. Allí en algunos países hay muertos en los estadios todas las semanas como en Honduras y Colombia. África…mejor no investigar.
Fuí el otro día al Valencia – Barsa y en general pocos insultos se escucharon. Salvo en dos o tres momentos cuando la Curva Nord dijo Messi Subnormal, me dió mucha verguenza.
Yo si insulto es a mis propios jugadores, porque me da rabia que dejen ese hueco libre que todos vemos y ellos no. Y son insultos garrulillos, no hirientes. Y porsupuesto, en la grada alta no me escucha ni uno.
Al equipo visitante…para qué voy a insultarlo? No tengo nada contra ellos.
My hero, a los propios y con insultos garrulillos, si eso se aplicara a la política (cortesía extrema con el contrario y más críticos con los afines que con los contrarios) todo seria mucho más llevadero.
Yo insulto en plan Capitán Haddock, Bachibouzouk, Canibal, Ostrogodo, Australopiteco…
en ese plan.
Muy buen artículo y muy necesario.
Me quedo con el uso de el odio en la sociedad actual. El odio con fines políticos, el odio para vender entradas, el odio para vender periódicos. En cualquier manual de marketing actual te venderán esta sencilla receta para crear un equipo unido; crea un enemigo.
Es muy importante para ciertos sectores determinar muy claramente al enemigo (el ejemplo obvio es el PP con ETA) no vaya a ser que la gente deje de fijarse en el enemigo, mire a su alrededor y no le guste las caras de quienes le acompañan.
Cualquiera que haya estado en un estadio habrá experimentado esa sensación, como describe Guillermo, de euforia por pertenecer a la masa. Cuanta gente hay que necesita una y otra vez ese sentimiento y cuando salen de la masa su personalidad se difumina totalmente.
Luego esta el consentimiento pasivo de la sociedad, Yo con catorce año me compre en las puertas del estadio una bufanda de Ultrasur sin que nadie me advirtiese de nada. total solo eran un grupo que animaba mucho y eran muy divertidos. Por fortuna mi curiosidad por informarme hizo que pocos años después depositase la bufanda en un contenedor de basura.
Sin duda es un tema sobre el que cualquier persona debería sentarse y reflexionar al menos una vez en la vida.
¿Qué sería del PP sin ETA-TodoslosquenosoncomoyosonETA y de los nacionalistas sin el PP o, peor aún, con su ominosa identificación PP-Madrid?
Guillermo ,no estoy de acuerdo contigo ,no se pueden hacer distinciones entre la violencia fisica y la verbal.
Yo soy socio del Madrid desde los 7 años ,32 años yendo al estadio y en ningun lugar he visto tanta violencia como alrededor del Bernabeu ,pero la que mas me preocupa es la violencia verbal porque es la me impide llevar a mi hijo al estadio. Nadie que este en sus cabales, hoy en dia puede llevar a su hijo a un estadio ,a no ser que le convenzcas que todos los que gritan barbaridades estan locos o pertenecen a otro mundo.
Te aplaudo por tener la valentia de reconocer tu miseria ,pero no intentes exculparla por comparacion con otros actos violentos y desde luego, tu madre es una persona muy sabia.
Lo primero: hijo de puta hay que decirlo más. Que sea convirtiéndose en uno de los anónimos zánganos de una inmensa y psicótica colmena llamada «afición» me parece poco noble, cobardón y muchas otras cosas, amén de hallarse próximo a la obediencia debida con la que los soldados nazis y golpistas argentinos quisieron desembarazarse del fardo enorme de sus crímenes (la foto de cabecera del artículo y muchas otras imágenes alegremente futbolísticas, algunas grabadas en intenso directo en mis retinas, recuerdan de un modo desasosegante al documental de terror-sin-pretenderlo «El triunfo de la voluntad» de Leni Riefenstahl)
Yo recuerdo una semifinal europea (creo que era una Final Four, hace muchos años, perdonadme la falta de dato concreto) entre Estudiantes y Joventut de Badalona. Media grada era la Demencia y la otra media era de la Penya. Durante el partido una afición cantaba a la otra frases ingeniosas y divertidas, y lo más agresivo con los jugadores contrarios era un «no sabe, no sabe» al que iba a tirar los tiros libres, respondido por un «sí sabe, sí sabe» de la otra afición si los metía.
Acabó el partido (creo que ganó Joventut) y las dos aficiones se aplaudieron mutuamente, y a la final fueron juntas, como una única afición (está claro que la mayoría tendría las dos entradas compradas, pero se podían haber revendido).
Siempre recuerdo aquel partido como una fiesta del baloncesto. A veces quiero sacar la conclusión de que ninguno de los dos equipos tiene sección de fútbol, pero quizá no tenga nada que ver, o al menos nada demostrable. Como jugador de baloncesto y a veces de fútbol, puedo asegurar que el ambiente general en los dos deportes es muy distinto; en el fútbol abundan los aspirantes a macho alfa, en el baloncesto la educación y el buen rollo. Pero ésta es mi opinión y mi experiencia, no quiero extrapolar nada.
Buena reflexión. Pero… a los políticos puedo insultarles, ¿verdad?
La comparativa con la Nba (y en conjunto el deporte americano) está muy cogido por los pelos. Comparas un incidente de un individuo aislado (o varios incidentes de individuos aislados) con grupos organizados cuyo principal propósito es generara esos incidentes. En el deporte americano no existen los ultras ni la violencia ultra por que los equipos no lo tolerarían, da mala imagen y es malo para el negocio. Dudo mucho que aquí se echaría a un Sterling o a un Ray Rice.
Además el final me parece que no está a la altura del resto de articulo. Ese «si bueno, es mejor insultar que amenazar con navajas» es el mismo argumento que «amenzar con navajas es mejor que poner bombas en estadios rivales».
He de decir que, perteneciendo a una Federación deportiva española desde hace 18 años, nunca he oído más insultos como los que se escuchan desde hace 10 años en pabellones de baloncesto.
Padres/madres azuzando a hijos jugadores para que respondan a base de golpes a cualquier lance del juego en categorías alevines, infantiles, cadetes, etc.
Todos desde la grada quieren ser entrenador y árbitro y enseñan a futuras generaciones cómo se comportan.
Aquí ya no se enseña a jugar, se enseña a ganar, y la frustración de perder (junto con la que enseñan como padres) crea violencia en el futuro.
No lo entiendo el artículo, el autor critica a Luis Enrique pero luego tu conclusión es la misma a la que llega Luis Enrique. ¿Entonces se permite insultar o no? ¿Cuál es la solución realista? ¿Echar a los ultras y dejar insultar?
No me queda claro que es lo que se defiende ni qué es lo que se critica, más allá de que el periodista parece que quiere autojustificarse.
Conste que no sé cuál es la solución, pero lo único que es verdad es que se ha hecho mucho el ridículo en España con los comportamientos en los campos de fútbol. Y cualquier sanción es pequeña.
Me recuerda a los años 60, cuando los hombres podían tocar tranquilamente el culo a las mujeres en el autobús. Supongo que entonces habría quien dijera que no era los mismo que una violación, y que era imposible parar eso. La sociedad, sin embargo, cambió y ahora, en condiciones normales, las mujeres van en el autobús sin que les toquen el culo.
Quizá merezca la pena ser ejemplarizante para que cale, y al menos se acaben con los insultos coreografiados en los estadios.
Y la justificación de la Demencia es terrible, la verdad, mucha fama de afición pero no son más que pijoflautas. Con todo, como aficionado del basket, no he visto jamás el grado de violencia verbal del fútbol, y donde más he visto, por cierto, es entre la afición del Estudiantes (junto a la de Vitoria, otra de las que gusta de alabar el periodismo deportivo)
Pero parece que la Demencia es intocable por la fama que tiene y hay que justificar que «otros que nos tiraban bolas de acero y nos amenazaban con navajas». Yo no sé dónde ha pasado eso, no sé si es en los 80, pero desde que yo voy al baloncesto (mediados de los 90), no he visto nada de eso.
Y sí, yo también he insultado en un recinto deportivo, como he meado en la calle o me he saltado semáforos en rojo. Pero eso no quiere decir que esté bien y que si me pillan no me deban castigar. Algo hay que hacer, es obvio.
La reflexión es buena, pero, aunque digas lo contrario, sigues justificando el insulto que, pienso, no tiene justificación en ningún caso. Además es otra forma de violencia; verbal, pero violencia. Un saludo
Me gusta el artículo y la reflexión pero no estoy de acuerdo con el fondo del asunto: se confunde tocino con velocidad, se cree que por ser más puritanos que nadie somos mejores, y no tiene nada que ver. Nunca he estado de acuerdo en equiparar insulto a violencia. Pasar de una semana echarnos las manos a la cabeza porque un ultra ha matado a otro ultra y a la semana siguiente vetar de por vida a un chaval que ha gritado un «Puto» a su máximo rival en mitad de un partido, solo me da a entender que estamos en una sociedad donde los extremos son lo único que conocemos. ¿Prohibiendo el insulto se frena la violencia? ¿Por qué no ponemos Vivaldi por megafonía a ver si calmamos a las fieras? ¿Y si prohibimos cualquier resultado distinto del 0-0 ya que puede fomentar la competitividad en un primer paso y, retorcidamente, la violencia después? ¿Dónde ponemos la línea de lo admisible o no? Yo me pregunto: ¿no será mejor dejar las líneas donde están, el que sea un maleducado que pueda gritar sus insultos a pleno pulmón en caso de que así lo quiera (y en ejercicio de su libertad de expresión a mostrarse como un irrespetuoso o como un lo que le de la gana ser) y condenar sin miramientos al que ejerza, de verdad, la violencia? Me pregunto.
Hace unos años un ultra mató a otro ultra cuando iban de camino a manifestaciones enfrentadas. ¿Prohibimos los eslóganes provocativos en las manifestaciones? ¿Capamos la libertad de expresión? ¿O prohibimos directamente a la gente manifestarse?
Yo no creo que se deba echar a gente de los estadios por insultar. Soy del Madrid y cuando amigos del Atleti me cantan canciones antimadridistas a mi sinceramente me hacen gracia, no me siento ofendido. Si estás en el Bernabéu y se oye el ´´Puta Barsa´´ ´´Puta atleti´´´pues lo canto con gusto, también me hace gracia, pero eso no significa que odie a los del barsa o los del atleti, tengo amigos de ambos clubes y no pasa nada, una cosa es insultar para hacer la gracia y otra insultar para herir la sensibilidad de alguien. La queja de los padres con hijos la puedo entender, pero si no es en un estadio será en otro lugar donde lo escuchen. Los insultos que sí me parece sancionables son los racistas por ejemplo, o los dirigidos a jugadores en concreto, como a Ronaldo (que desde que llegó se le insulta en todos los campos) o a Messi; pero los dirigidos a un club… Quien se pica ajos come, si en el Camp Nou la gente gritara ´´Puta Madrid´´ a mí me la traería floja, no me lo tomaría a pecho pidiendo indignado la expulsión de esos aficionados.
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¿Y cómo van a evitar los clubes que la gente insulte? ¿Son realmente culpables? Yo creo que nó. Insultar es una cuestión de educación y esa te la tienen que dar en casa, tus padres. Se tiene o no se tiene.
A todo esto, Tebas, ex militante y candidato con Fuerza Nueva, ¿qué legitimidad tiene para hablar de acabar con la violencia?
Sólo un apunte: el grito «Luis Enrique, tu padre es Amunike», ridículo y sin sentido, es una degeneración del original «Luis Enrique, el padre es Amunike», que viene de cuando los dos compartían vestuario en el Barcelona y Luis Enrique tuvo uno de sus hijos.
Cuesta creer que se vaya a acabar con los insultos, por la propia concepción de espectáculo circense que tiene el fútbol profesional y por el beneficio económico que supone a sus promotores, administradores y sectores agregados (para el mundo de la comunicación, por ejemplo, es una gallina ponedora de huevos de oro).
Sin embargo, hay cosas que sí se podrían mejorar. Se podría ser más didáctico y ejemplarizante en el deporte amateur (no solo el fútbol), pero también en los medios de comunicación (algunos de ellos, cada vez más sectarios), dónde eso de provocarse e insultarse (o cosas peores) queda justificado en nombre de la generación de audiencias. La educación es clave: si no somos capaces de hablar con argumentos y sin descalificar al rival, no evolucionaremos. Lo triste es que eso no da espectáculo y no produce dinero.
Como han señalado algunos aquí, creo que el artículo está muy bien, hasta que llegas al final. Incluso ese propio final contradice puntos establecidos antes.
El no dar importancia a la violencia verbal es, en mi opinión, un error. El solo hecho que se trivialice, en el estadio, que a una persona se le llame subnormal, mono, o hijodeputa es uno de los mayores errores de nuestra sociedad, ya que al final, se corre el peligro que se extienda más allá. A mi también me gustaría llevar a mis niños a un estadio y no tener que explicarles luego el significado de lo que han oído y no deben repetir.
Es cierto que sigue habiendo mucho energúmeno fuera de nuestras fronteras, pero también en muchos podríamos aprender de lo que ha asumido la sociedad como «normal» dentro de un estadio. Y el insulto no es uno.
Entonces, ¿se entiende que lo de la violencia verbal en los campos de fútbol se asume como idiosincrasia? ¿espanish o de los aficionados al deporte?
Digo yo que los mismos argumentos se pueden usar para explicar conductas corruptas: «yo robé pero el del concello de al lado robó más», «es que lo hacen todos».
Comparar la navaja con la garganta es vivir en otro mundo, pero actuar como si las gargantas no tuviesen ninguna consecuencia… vaya plan. Igual la «cierta pedagogía» que propone podría dedicarse a educar en que, en el campo de fútbol y en cualquier otro sitio, los hechos y las voluntades deberían por lo menos tener algo que ver. Así no habría lugar a la confusión.
Pero bueno, si ya sabemos que no va a funcionar, pasamos.
En relación con el cese de Lendoiro cabría preguntarle a Tebas porqué lo contrató, sabiendo que es un personaje que desde hace mas de veinte años ha dado cobertura a los ultras del Deportivo, ha estafado a Hacienda, Seguridad Social, a otros clubes nacionales y extranjeros, a sus propios jugadores, accionistas y socios. Parece que hayamos descubierto ahora quien es Lendoiro.
A ver con quién te crees que hacía la mitad de esos chanchullos.
De todo lo hablado creo que, por desgracia, el punto más evidente es que con estas medidas no se conseguirá erradicar los insultos y la violencia de los campos, pabellones o canchas de cualquier deporte. Tengo dos hijos, 16 y 9 años, los dos juegan ligas federadas y en categorías muy bajas (no hay el supuesto $$ en la competición), e incluso con estas circustancias ya he visto varias peleas entre padres. He visto entrenadores que se piensan que están jugando la Champions con niños de 8 años y clubs que recurren a cualquier estrategia para ganar un partido. Evidentemente nosotros los padres son los primeros que inyectamos la violencia en el deporte cuando no admitimos fracasos, no le damos a nuestros hijos la posibilidad de que aprendan de sus errores (siempre es otro el que se equivoca o juega mal) y sobretodo volcamos nuestras propias fustraciones en las vidas de niños que todavía no tienen porque sentirse fracasados o fustrados por no poder ganar un partido que no significara nada para su vida.
Controlar a los violentos, que no puedan asistir a un campo de futbol/basket/etc…, evitar encuentros como los de la última muerte entre grupos rivales y sobretodo rebajar el tono que se emplea en los últimos años en tertulias, periódicos, entrenadores, presidentes para meter presión, vender, o utilizar todo esto para promocionar el «deporte» que nos interesa.
El insulto es el primero de la cadena, pero si vamos desmontando los eslabones superiores, cuando nuestros hijos lleguen a ese primer eslabon tal vez, y no tengo muchas esperanzas, se darán cuenta que el deporte es para disfrutar no para volcar nuestras mas oscuras fustraciones.
la violencia esta enquistada no en las gradas del calderon o en las barras bravas de boca, solo falta ir a ver un partido de alevines para sentir verguenza de como los padres insultan a los crios, como si fuera l mas normal del mundo, como si fuera parte del show… las sanciones para no ver mas esvasticas ni mas insultos son necesarias, pero no mas que la gente se replante un poquito sus acciones y piense un poco, aunque sea por una vez.
pd- los que hemos practicado deportes «de contacto» podemos estar bastante mas orgullosos y tenemos mucho mas claro donde empieza el rudo deporte, sus limites y normas, que aquellos que nos dicen que somos unos brutos…
Que Tebas sea el encargado de acabar con los ultras me produce escalofríos sabiendo de su pasado político.
Tiene buenos puntos. Otro punto de vista sobre Tebas, las sanciones y demás:
https://alabinbonban.wordpress.com/2015/01/10/mordaza-en-el-estadio-cuchillos-en-la-calle/
Y sobre los medios de comunicación:
https://alabinbonban.wordpress.com/2014/12/05/manzanares-rio-de-sangre-y-rios-de-tinta/
jorge messi te acordas cuando eras pobre como yo , ahora cuanta que tenes , que vas hacer con tanta guita ,ya te olvidaste cuando trabajabas en acindar,y estabamos en la misma oficina, cuando ibamos a pescar y dejabas el peugeot en mi casa ,cuanta guita hermano de que te sirve . pasala bien.