Mi generación, nacidos en los setenta, ha sido muy miope. Por no decir de inteligencia distraída. Un ejemplo. La famosa foto de Marlon Brando en Salvaje, 1953, apoyado en su moto, embutido en cuero, para nosotros es un icono. Muchas parejas de recién casados seguro que se han comprado el póster en Carrefour y lo han puesto en el salón de su casa al lado de otro de una película de Kubrick o vete tú a saber qué extravagancia locuela inimaginable. Sin embargo, si coges una foto de un caballero de veinte años natural de la UVA (Unidad Vecinal de Absorción) de la populosa barriada de Hortaleza, en Madrid, y le sacas la misma foto sustituyendo el cuero por una Bomber Alpha verde botella y apoyado en una scooter, la imagen produciría rechazo. Sería un bakala, un mascachapas, un pokero… alguien que si viola la ley y extiende el terror por las calles con su pandilla de gamberros no es un romántico, sino un hijo de puta peligroso.
Sin embargo, hoy vamos a hablar de gamberros juveniles encantadores. Igual que los bakalas de tu barrio, pero de otra época, otro lugar y con otra música de fondo. Completamente igual pero completamente distinto. Ya nos entendemos. Vamos a ir a Estados Unidos, años setenta, estudiantes lamentables, su único objetivo en la vida es emborracharse, conseguir marihuana, sexo con algo que si está vivo, mejor, y conducir a lo loco con la música a tope. Y hete aquí la cuestión ¿Qué música? ¿el Thunderdome, lo que les convertiría en bakalas apestosos? No, hard y glam rock, lo que les transforma en adorables. Iconos. Los más molones. Somos así de tontos por verlo así, pero es lo que hay.
Nos referimos a chavales como los de la película Detroit Rock City (Cero en conducta) de 1999, que no eran otra cosa que el perfil del público del maravilloso grupo Brownsville Station, curiosamente, el que más merecería estar en la banda sonora de la citada película de todos los que había y que no aparecía. Por eso, por su abandono, olvido y falta de relevancia hoy día, los recordaremos en una nueva entrada de «Busco en la basura algo mejor».
Hay que mencionar que algo de importancia tuvieron en los ochenta. Cuando Mötley Crüe popularizó su canción «Smoking in the boys room». Fumando en el baño del cole cuando el profe te da la brasa, cuenta la letra. Un himno de malotes de instituto. También, recientemente, aparecieron en el recopilatorio Mullets Rocks, con una portada muy apropiada sobre lo que estamos hablando. En EE. UU., mucha risa con el mullet y Me llamo Earl, pero en España eso son los Chichos. En fin. Pasemos al meollo ¿Quiénes eran los Brownsville?
Brownsville Station venían de Detroit. Su ADN, como el del resto de grupos de esa ciudad, consistía en tocar más alto y más fuerte que lo humanamente soportable. Luego, en el aspecto compositivo, se dejaban de zarandajas e iban a por el rock and roll primigenio, por no decir primate. Para hacerse una idea, en esa ciudad, los que fueron más innovadores de la hornada, los Stooges, directamente inventaron el punk. Entonces nos surge otra pregunta: ¿por qué en Detroit eran tan burricos?
En un artículo de la revista Phonograph Recrod en diciembre de 1972, Lester Bangs apuntaba los detalles que diferenciaban a los jóvenes de esta localidad de los del resto de Estados Unidos. La mayoría eran obreros o hijos de ídem que habían pasado de la cadena de montaje a los escenarios, algunos, los que luego fueron más revolucionarios, previo paso por la universidad. El caso es que todos estaban profundamente marcados por la cultura industrial la del paisaje feo, el aire sucio, el agua verde, un ruido ensordecedor por todas partes y una cultura del ocio basada en emborracharse todos los días y santas pascuas. Así lo escribió el señor Bangs.
Tan pronto como la industria textil quedó obsoleta, no solo los negros, también muchos blancos, brotaban como alcachofas para ir a trabajar a las fábricas de coches de Detroit y alrededores. ¿Y cuál fue el éxito de estos grandes centros industriales? Que asfixiaron el arte y crearon una población de zombis esclavos que solo servían para la producción de piezas de precisión y reproducirse para dar nuevas generaciones que siguieran produciendo a su vez los ejes y los motores del futuro. Durante muchos años, no se escuchó hablar de arte y cultura procedente de Detroit (…) no fue hasta finales de los años cincuenta que apareció tímidamente una nueva generación que empezó a escuchar la música de Motown. Al principio fueron los negros los que cambiaron el aspecto del 60-70% de la ciudad. Empezaron a lanzar discos de grupos con nombres como las Supremes, los Temptations, los Contours, etc. que vendían por millones y con los que ganaron mucho dinero. Desgraciadamente, lo hicieron con la infraestructura de la sociedad capitalista (…) Era plástico. Artificial. ¡No era arte del pueblo!
Pero espera. Iba a llegar un cambio. Hubo una nueva generación de jóvenes blancos alrededor de Detroit y Ann Arbor que finalmente decidieron que, de tanto que habían currado en su vida, ya no querían montar ni un solo tapacubos más ¡no! Se habían pasado la vida escuchando ritmos metálicos y mecánicos en el estruendo de las fábricas, una tralla que acababa con la capacidad auditiva de cualquiera en esta ciudad (…) lo que empujaba a todos los lugareños a darse al alcohol todo el día y toda la noche.
De modo que los chavales blancos recogieron ese estruendo metálico, comprobaron lo cerca que estaba del rock and roll, y lo convirtieron en una nueva etiqueta de rock and roll que era más metálica, heavy, demente y mecánica que cualquier cosa que se hubiese escuchado en la faz de la Tierra en seis mil años de historia occidental.
A continuación venía la lista de grupos, que es por todos conocida y admirada y al menos en nuestro país medio siglo después gozan de bastante predicamento entre los entendidos. Muchos de ellos han actuado en España en repetidas ocasiones, aunque no fuera bajo el nombre de los grupos que les dieron la fama. La lista era: Mitch Ryder, MC5, los Stooges, SRC, UP!, The Frost, Bob Seger, The Amboy Dukes y, en último lugar, citaba al grupo que nos ocupa: Brownsville Station.
Pero antes de seguir, veamos a los protagonistas de esta historia en acción. Canción: «Kings of the party». Año de Nuestro Señor Jesucristo: 1974. Para hacerse una idea político-social del momento, mencionaremos que Kiss sacó su primer disco en mayo de ese año y el segundo en octubre. Esta actuación puede ser del 19 de julio o del 18 de octubre. Dieron varios pases en un programa de televisión, Midnight Special, y no sé de cuál se trata. Solo que es una exhibición.
Ya ven. Música rudimentaria. Individuos descerebrados. Muy notas. Mucho ruido. Lo que se entendía antes por rock and roll. Ahora parece que para tocarlo hay que estudiar porque es una cosa muy elitista.
El germen del grupo estaba en los Del Tinos, el grupo de Cub Koda, el señor que va vestido de árbitro de béisbol en el vídeo. Y cuyo nombre proviene del personaje «Cubby» de la serie de televisión para niños The Michey Mouse Club. Su primer single fue una versión de Roy Orbison «Go, go, go» y nunca se bajaron de la burra hasta el 66. Jaime Gonzalo destacó en el Ruta 66 que fueron de los pocos a los que la aparición de los Beatles les trajo sin cuidado. Siguieron erre que erre sin cambiar un ápice los planteamientos, ni siquiera cuando todos sus compañeros de generación se volvieron hippies, progresivos, folk…
Finiquitados los Del Tinos, Koda conoció en una tienda de discos de Detroit a los que luego iban a ser los miembros fundadores de Brownsville Station, Michael Lutz y T. J. Cronley. Fue lo típico, se conocían de vista, de coincidir en la tienda, de recelar de qué discos se llevaba cada uno, hasta que los presentó el propietario, Al Nalli —años después productor de los rotundos Blackfoot— y les propuso que formasen un grupo del que él sería el mánager. Iban a llamarse The Station, pero alguien les contó que había ido en autostop hasta Brownsville, en Texas, y se habían encontrado todo lleno de armadillos muertos por la calle y niños desnudos rodeados de moscas corriendo por ahí. Una experiencia agradable y bonita, un paisaje evocador, tanto que decidieron como homenaje llevar dicha localidad al nombre del grupo: Brownsville Station.
Querían hacer cualquier cosa que no sonase como lo que estaba sonando en aquella época en la radio. «No sabíamos qué música tocar, solo cuál no tocar», dijo Koda en una entrevista a Los Angeles Free Press, en la que luego insistía: «odiamos las jams de diecisiete minutos», no queremos «demostrar habilidad, técnica, presumir, para eso no nos subimos a un escenario», «no queremos tocar blues ni hacer solos de batería», y así llegaron a la conclusión de que lo suyo tenía que ser «just real energy rock and roll».
En otras palabras: «Somos Chuck Berry en 1974 interpretado por tres maníacos». Una influencia extensiva a todas las canciones donde puso la mano Phil Spector en los sesenta y a los legados de tipos como Ricky Nelson, Bo Diddley, Little Richard y Link Wray —estos cuatro citaban—. Una filosofía propia de su ciudad, explicaron: «Nunca nos hemos referido a nosotros como un «grupo de rock«, nosotros somos un grupo de rock and roll de Detroit y muy jodidamente orgullosos de serlo». Sin embargo, nunca formaron parte realmente de esa escena porque fueron excluidos, o autoexcluidos, por rechazar la política en el rock and roll. Esa escena rockera y revolucionaria de la que surgieron personas como Bill Ayers en Ann Arbor.
Nunca hemos creído firmemente en la revolución. No va a haber ninguna revolución. La revolución es caminar por ahí con el pelo largo por la mitad de la espalda hasta el centro de la ciudad y pelearte con unos camioneros porque estás borracho. (Koda)
Realmente, no encajaban en ninguna parte. Rechazaban también las modas del hippismo, «no puedes ser un grupo de blues británico un día e ir de paz y amor al siguiente» Y sentenciaba Koda burlándose: «cuando después del concierto un chaval del público viene a darme la mano y veo que las tiene completamente rojas de haber estado aplaudiendo, eso es el amor».
Su primer éxito fue «Rock and Roll Holiday» en 1970. Una canción que les catapultó hasta la todopoderosa Warner, pero fueron expulsados en un año. Consideraron que el sello no estaba preparado para entender lo que proponían, que en realidad no eran un grupo de oldies, de revival, aunque es difícil que te presten atención si tu LP de debut está en el catálogo entre las referencias de Paranoid de Black Sabbath y el Long Prayer de los Faces. Pese al fracaso, los Brownsville se fortalecieron tocando en bares, gimnasios y fraternidades. Andy Shernoff, de los Dictators, primer grupo punk de Nueva York según el saber enciclopédico, los vio en directo en estas fechas y este fue su recuerdo:
Tocaron en la Universidad de Columbia. Yo fui con todos mis amigos, que éramos unos veinte o veinticinco y al llegar al gimnasio de la facultad, todo el público sumábamos poco más de treinta personas. Recuerdo que Cub Koda sacó cajas de cervezas para todos y dio un conciertazo. Ese rollo, cómo interactuaban con el público, las cosas que decían, eso era lo que nosotros queríamos llevar. Llegaban, se ponían a saltar haciendo el loco con las guitarras. Luego nosotros intentamos ser como ellos.
Para muestra de su desvinculación del movimiento hippie y revolucionario, su primer batería, T. J. Cronley abandonó el grupo para irse con los marines. Dejó las baquetas para pilotar Harriers durante veinte años. Y fue sustituido por Henry «H-Bomb» Weck, que subía al escenario con una Cruz de Hierro y chaquetas de piel de leopardo que descolocaban al respetable, pues todavía faltaban seis años para que frivolizar con estos símbolos fuera normal con el advenimiento del punk. Su propio mote, «el bomba atómica» muy hippie no era, la verdad.
Y el éxito volvió a llamar a sus puertas gracias a la infalible técnica del «porcojonismo». En 1973 su aludido single «Smoking in the boys room» vendió dos millones de copias. Llegó al tercer puesto de los charts americanos. Zoo World les denominó «la pesadilla de los Yes». Phonorgaph Record dijo que sonaban «como los grupos one-hit del 66 o el 67». En 1974, Melody Maker escribió «son lo más cerca de Slade que tiene América». Ese mismo año en Rolling Stone publicaron: «Los charts y las radios están saturados de tíos de treinta y cinco años introvertidos perpetrando su poesía paralítica, con sus traumas de mediana edad… pero ahora emergen Brownsville Station con su regreso al rock and roll para chicos de colegio, para adolescentes».
Para el crítico español Jaime Gonzalo, con su cuarto disco, School Punks, en 1974, habían dejado ya un legado que hubiese sido «el final perfecto de la trilogía de Alice Cooper Eighteen, del 71, y Schools Out, del 72». Y yo lo dejaría en tetralogía si incluimos la gema que regalaron al mundo en 1977 los músicos de Alice Cooper sin Alice Cooper, los Billion Dollar Babies y su Battle Axe.
Tras el pepinazo de canción los Brownsville Station de paso se colaron en todas las giras importantes del momento. Con Alice Cooper, Johnny Winter, Blue Öyster Cult, ZZ Top, Humble Pie, Queen, Black Sabbath, Lynyrd Skynyrd… En la cresta de la ola en el momento de apogeo absoluto del rock estadounidense. Tampoco en esas giras les faltaron los habituales piques con las luces, el volumen del sonido de los teloneros y todas las disputas mide-egos habituales de los rockeros. Nada muy divertido de contar, pero, por ejemplo, Bachman-Turner Overdrive fueron sus teloneros y en un año lo petaron tanto que Brownsville tuvieron que telonearles a ellos. Ocurrió lo inevitable, al principio los Brownsville les hicieron salir a escena con menos luces y volumen y luego BTO se vengaron haciendo lo propio ensañándose, humillándolos a propósito. La prensa del momento lo publicó como diciendo así es la vida. Pero lo verdaderamente relevante de su faceta en directo es que ellos, con volumen bajo o sin iluminación, nunca perdieron el espíritu de su ciudad, ese grito que MC5 convirtió en una canción eterna: «Kick out the jams».
Koda explicó en una entrevista el significado de ese lema en Detroit: «En los conciertos que íbamos a ver decíamos: «Haced que suene a tope, hijos de puta, o conseguiremos a alguien que lo haga». Aprendimos en los bolos de R&B que el escenario era un lugar sagrado, y el derecho a estar ahí arriba te lo tenías que ganar, no podías fingirlo. El público de Detroit lo entendía así y no esperaba nada menos. Recuerdo haber visto a un grupo en el Wampler´s Lake Pavilion que se llamaban The Kandy-Matics que eran muy aburridos y el público subió al escenario en masa y físicamente los expulsó del local».
Esta actitud y esos decibelios no atraían a ilustrados franceses precisamente. Bruce Springsteen, que fue telonero de ellos, asumía como podía que la gente iba a lo que iba en esos conciertos: «He abierto para Brownsville Station, pero tengo treinta y un años y llevo tocando en bares desde que tenía quince, he estado delante de muchas personas a las que les importa una mierda que yo esté en el escenario».
El sonido del grupo fue derivando en sus últimos discos hacia terrenos hard rockeros. Cada vez más contundentes y menos sutiles, dejando caer alguna que otra balada, fueron capaces hasta de traicionarse a sí mismos y marcarse una rock-opera de diez minutos dividida en cinco partes, «They call me rock and roll», de la que hay que decir que aunque fuera contra sus principios es, sencillamente, gloriosa. De sus mejores canciones ¡así es la vida de contradictoria!
Con los años, la fractura en el seno de grupo en cuanto a la línea a seguir fue cada vez mayor. El mundo se estaba dividiendo entre punk y pop con la new wave o el hard rock y el heavy metal. En Estados Unidos no había tercera vía como no te pasases a la música disco. Kuba, en cambio, estaba interesado en seguir con el rockabilly a cualquier precio, mientras que los demás a esas alturas ya entendían el grupo como una ubre monetaria a la que exprimir y querían tirarse al rollo de Led Zeppelin y Rod Stewart. La separación fue inevitable. Lutz se fue con Ted Nugent y H-Bomb montó un estudio de grabación.
Por su parte, el gran Koda siguió con grupos modestos haciendo lo que le gustaba, tocar rock and roll sin más pretensión que divertirse y hacer que los demás se lo pasaran bien. Jaime Gonzalo comentó en su artículo que le vio tocando en Japón en un restaurante. Lo más bajo a lo que puede caer quien viene de llenar estadios. Nadie les hacía caso, contó, pero estaban ahí, con el olor a fritanga, dándolo todo «como los Who en un estadio de cincuenta mil personas».
Una de las últimas apariciones de Cub Koda fue en Michigan en el treinta aniversario de otro grupo legendario de Detroit, The Frost, en 1999. Según el organizador del festival, Koda ya tenía serios problemas de salud. Su visión era muy pobre y tuvo que llevarlo y traerlo del concierto su propio padre. El siguiente verano, en junio de 2000, murió por un problema de riñón. Tenía cincuenta y un años. Hace dos años Lutz y H-Bomb resucitaron Brownsville Station con un nuevo disco Still Smokin —disponible en el Spoty— y andan por ahí dando conciertos. Suena heavy y contundente, como ellos querían.
La lección, lo interesante de todo esto es cómo llegaron a lo más alto en un contexto como el de los setenta en Estados Unidos, donde hasta para hacer la cosa más casposa, hortera, vacía de contenido o directamente ridícula, había que tener un talento descomunal. Nunca habrá habido más competencia en cuanto a calidad —la de cantidad la conocemos bien ahora— en el negocio musical de los grandes estadios y las ventas millonarias. Con todo el mundo haciendo inventos y reinvenciones de sí mismos, explorando nuevos caminos con éxito y siendo pioneros de nuevos géneros, los Brownsville únicamente armados con un empollón del rock and roll —hecho que demostró Koda escribiéndose media Allmusic Guide en el nuevo siglo— y un par de orangutanes compitieron de tú a tú con los más grandes solo haciendo que lo de siempre sonase más fuerte. No en vano, Bruce Nazarian, un segundo guitarrista que incorporaron cuando se metieron en los terrenos del hard rock, dijo de Koda al morir este: «nunca he visto a nadie tocar la guitarra más alto, y no me refiero a los amplis ni nada de eso, sino a sus manos». Ahí tenía su particular fórmula de la Coca-Cola.
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Una delicia de artículo. Llevo algunos años desenganchado del rock setentero más borrico, pero me acaba de entrar el gusanillo gracias a este texto…
Muy buen artículo. Desconocía la existencia de este grupo, y me ha gustado mucho, me los apunto. Vaya temazo el ‘They Call Me Rock & Roll’.
Un saludo, y gracias.
Bueno de eso se trata, de hablar de conjuntos que no conozca ni su puta madre. Pero eso sí, aquí en Jot Down lo que no se hará nunca es hablar de Police, ¡hasta ahí podíamos llegar!
Bueno, aquí he leído cosas sobre Neil Young, Rolling Stones, Red Hot Chilli Peppers, Ramones, AC/DC, Queen, Iron Maiden, Led Zeppelin… si a esos no los conoce ni su puta madre se me ha averiado el detector de mainstrem.
police esta a la altura de locomia
¡jajajaja! ¡La polla te comía yo a ti, a ver si así estabas más calladito! Locomia dice…
Juro estar callado…incluso podria jurar que Police es lo mas grande
Larga vida al rock, y muerta a one direction!!!
Pero no habíamos convenido que el referente más próximo y obvio, como padres del punk fueron los Who?, o en el peor de los casos Kinks?, cada que leo un artículo, alguien postula un nuevo padre para el punk, bastardo por antonomasia.
Y no considero que necesariamente, todo sea blanco o negro, esa valoración monolítica por necesidad. Se puede disfrutar a Yes y a Bronwsville sin ningún conflicto vital. El uno sin menoscabo del otro.
Bien, gracias por el articulo.
Los padres del punk son The Sonics y los reyes son los padres, no lo sabías? ups
Descomunal artículo. Memorable el inicio «denunciando» la idolatría por iconos del gamberrismo, siempre que sean extranjeros y no nos vayan a dar el palo mientras hacemos running en alguno de los poliganos que se han quedado a medio hacer en los extrarradios de cualquier ciudad española de bien.
El articulo del Gonzalo al que se hace referencia varias veces también es de lo mejor que le recuerdo al susodicho, por cierto.
Pedazo de artículo si señor, que añoranza de años anteriores, gracias de verdad muy buenos grupos musicales no como los que hay hoy en día.