En el mundo del vino es fácil argumentar que, por muy entendido que seas en la materia, o tal vino te gusta, o no te gusta. Da igual el nombre que le pongas, las notas de roble americano que encuentres o los veranos que hayas pasado en Burdeos con ese amigo pedante que no sabe beber sin callar. Tienes las cosas claras, pero cumples años y llegas a la capital, y empiezas a hablar con mucha más gente como ese amigo de Burdeos y la cosa se te complica. Y te ves metido en conversaciones sobre un vino «difícil», un vino que «no es para todo el mundo», y asientes, dócil como un roedor de laboratorio hambriento. Como la tontería es contagiosa, de repente el Rioja es puto mainstream, solo quieres oír hablar de ese tinto de Extremadura que elabora una pequeña empresa familiar, y un buen día, casi sin darte cuenta y sin ni siquiera saber nada sobre vinos, te has vuelto gilipollas.
Esto no quiere decir que sea malo entender de vinos, ni que sea imposible tener un criterio que te ayude a disfrutar de este precioso hábito con moderación y sabiduría. Lo que quiere decir es que es muy fácil volverse gilipollas. Y los que suelen devenir idiotas no son casi nunca los creadores de vinos, ni el público que de verdad conoce y ama este mundo, sino toda la caterva de aspirantes a sabihondos que siguen la estela de la moda con más actitud de pequeño Nicolás que de curiosos con criterio.
Pues con el humor pasa lo mismo, y con el «posthumor», el concepto del que trata este artículo, mucho más…
Por si no les sonase, el término «posthumor» fue acuñado por el crítico Jordi Costa hace ya unos años para referirse, según sus propias palabras, a «la comedia donde la obtención de la risa ya no es la primera prioridad. Es un humor que puede primar la incomodidad, el malestar por encima de otras cosas. Puede servir para hacer comentarios sociales, políticos o puramente filosóficos…».
En el ensayo Una risa nueva. Posthumor, parodias y otras mutaciones de la comedia (ed. Nausícaä, 2010), editado por el propio Costa, se profundiza mucho en el asunto. Colaboradores como Darío Adanti, uno de los fundadores de la revista Mongolia, definen el posthumor como «una comicidad que fracasa». También encontramos definiciones como «lo cómico después de Woody Allen, Jacques Tati y los Monty Python».
Quizá el posthumor sea simplemente la «tortilla deconstruida» del humor. En ella se encuentran los ingredientes de la tortilla, sabe a tortilla, pero la manera de cocinarla y percibirla por los sentidos, además del entorno en que se sirve, es diferente a la de una clásica tortilla. Eso sí, suponemos que el objetivo final es que esté muy rica.
Los ejemplos más evidentes de esta corriente serían, con ciertos matices, las situaciones cómico-patéticas de Rick Gervais en The Office, o de la posterior Extras; las incómodas situaciones provocadas por el misántropo judío Larry David en Curb Your Enthusiasm; la serie Louie, del genial Louis C. K., o ya en España, los monólogos de Miguel Noguera, las películas de Juan Cavestany (Dispongo de barcos, Gente en sitios), series como El fin de la comedia, protagonizada por Ignatius Farray, los sketches de Muchachada Nuí, Carlos Vermut y Venga Monjas, o libros de humor gráfico como Humor cristiano de Alberto González Vázquez («Querido Antonio»). En general, ya lo ven, productos con una manera de abordar la risa desde otro ángulo, a veces sin ni siquiera provocarla, generando una sensación de incomodidad, desagrado o vergüenza ajena que nos divierte.
¿Es esto humor, o es tan distinto que pasa a convertirse en otra cosa? No es un asunto baladí. A menudo escuchamos a los protagonistas del posthumor decir en entrevistas que lo suyo «no es humor», que lo que hacen «no busca la risa». Más que una pose, se diría que es una actitud. Alberto González Vázquez, por ejemplo, cataloga habitualmente sus vídeos de contenido amargo (pero tremendamente divertidos) en la categoría de drama. Su libro Humor cristiano es sin duda una obra con momentos de carcajada a mandíbula abierta, además de oscura y con el corazón «lleno de tierra», por supuesto. ¿Por qué esa aparente huida del término «humor» para autodefinirse? Según él mismo, «tal vez sea un mecanismo defensivo, una forma de no asumir la presión de hacer reír, una manera como cualquier otra de evitar la creación de expectativas. En todo caso, es un tema que tampoco me suelo plantear».
Un ejemplo de los vídeos de Querido Antonio: «Los Reyes Magos».
Con Miguel Noguera, también autor de estupendas obras gráficas como Hervir un oso o Ultraviolencia, y monologuista inclasificable en sus Ultrashows, sucede otro tanto cuando se le pregunta si se considera parte del posthumor, y si lo que hace es humor propiamente dicho. Su respuesta muestra la complejidad de un proceso creativo que termina expresándose en un libro o en un escenario.
«Sobre el posthumor», aclara, «siempre digo lo mismo. Solo pienso en posthumor cuando me preguntan por él en una entrevista. Es un término creado por Jordi Costa y no creo que me corresponda a mí incluirme o excluirme de él (en todo caso, no pienso nunca en el asunto). Sobre si lo que hago es humor, la gente que va a verme al show lo considera humor, y es innegablemente humorístico; personalmente intento mantenerme alejado del humor como «profesión» y como «objetivo estético». Eso no impide que los demás podáis calificarme como humorista y llamar a lo que hago humor (lo entiendo perfectamente); solo digo que para mí es desagradable encarnar la figura pública del humorista y cumplir los presupuestos que se atribuyen al humor como categoría creativa. Por eso decido no identificarme con ello y no pensarme desde ahí. Y repito, esa toma de distancia por mi parte no tiene nada que ver con que los demás deban situarme dentro o fuera del humor».
«Ultrashow» de Miguel Noguera en Cádiz.
Aquí, un corto de Carlos Vermut y Venga Monjas, uno de los más claros ejemplos de cómo se confunden el humor con el mal rollo y la vergüenza ajena.
De alguna manera, estos nuevos talentos (decimos nuevos, pero son gente que lleva muchos años en esto) han captado un nuevo tipo de espectador. Noguera hace monólogos en eventos y espacios dedicados al arte contemporáneo, en teatros que apuestan por programaciones alternativas, y su estilo se ha hecho cada vez más conocido, arrastrando a un público que no iría a ver monólogos convencionales. Uno se plantea si en este tipo de espectáculos, en caso de no conseguir risas, el artista se siente bien o mal. En el pasado Congreso Universitario de Monólogos de la UAM, pude asistir a una conferencia de Jordi Costa y preguntarle directamente por un caso así. ¿Estaría Noguera contento si la gente no se ríe, o tendrá la sensación de «pinchazo» que embarga a un cómico cuando no consigue carcajadas y aplausos? Costa dijo: «hace diez años asistí a un monólogo de Miguel Noguera en Albacete. La gente no se reía, no parecían entender el espectáculo. Debo decir que, en ese momento, se le veía la gota de sudor y el sufrimiento, y seguro que esa noche no se fue contento a casa. Diez años después volvió a Albacete, a un teatro lleno de gente que le conocía, y la actuación y las sensaciones fueron completamente distintas».
Noguera reconoce y asume una disociación entre lo que puede sentir el público y lo que siente él al crear su material. La cuestión de fondo es: hay un cómico que no se percibe como cómico, que actúa para un grupo de gente que normalmente no iría a espectáculos cómicos. La realidad es que, si sale bien, el público se parte de risa y el artista se va contentísimo a casa, sabiendo que sus ideas, sus remates, su actitud, sus reflexiones, han calado en la audiencia. ¿Por qué resulta tan difícil para muchos artistas que trabajan con el humor como materia prima decir «soy cómico» o «me dedico al humor»? ¿Cuáles son esos presupuestos, y cuál es esa figura con la que no gusta identificarse?
Solo cabe hacer conjeturas al respecto. Ciertamente, aunque seamos el país de Berlanga, Quevedo, el Quijote y Gómez de la Serna, el humor «popular» al que hemos estado acostumbrados en este país (las películas del «destape», Esteso y Pajares, los Morancos, la Bombi o Bigote Arrocet, por citar unos cuantos), no se identificaron nunca con lo «intelectual» y lo «artístico», «trascendente» o «de autor», aunque no dejan de tener un gran valor testimonial de la época que les tocó vivir. A duras penas, el humor de Tip y Coll, Gila, Faemino y Cansado, Eugenio, El Gran Wyoming o Pepe Rubianes fue abriendo una puerta que muchos no habían sido siquiera capaces de imaginar. Así, la famosa «señora de Cuenca» que debía entender todo, según los directivos de cualquier cadena, fue perdiendo autoridad para marcar la programación de teatros y televisión. Los canales de las plataformas digitales, con Paramount Comedy (ahora Comedy Central) a la cabeza, con programas de stand-up que adaptaban un estilo americano que aquí no se conocía, y más tarde la explosión de YouTube y el abaratamiento del coste de las tecnologías para grabar productos de calidad, transformaron por completo el panorama humorístico nacional. De repente, aquí y allá surgían propuestas sin ataduras creativas ni editoriales por parte de ningún señor que quisiera agradar a todos.
En este entorno surge hace más de diez años La hora chanante, posteriormente renacida como Muchachada nuí, con Ernesto Sevilla, Joaquín Reyes, Raúl Cimas, Julián López, nombres que hoy conoce casi todo el mundo, pero que entonces eran cuatro amigos de Albacete que estudiaron Bellas Artes en Cuenca, y supone el principio del cambio total. De hecho, el grupo de Albacete es quizá el primero cuya obra recibe el calificativo de posthumor por parte de Jordi Costa. Pese a ser los primeros señalados como ejemplo de la subversión de ciertos mecanismos propios del humor habitual, tanto Joaquín como Ernesto han renegado un poco de la etiqueta. Joaquín, en un coloquio sobre el tema, donde también intervenía otro exponente del nuevo humor, Nacho Vigalondo, manifestaba: «Un buen amigo mío dice que el término posthumor es una buena excusa para hablar de sketches que no tienen gracia; aunque tengo que reconocer que la palabra mola».
Carlos Areces, habitual en Muchachada…, ahora actor consagrado, contaba en Informe semanal: «Si nosotros hacemos un chiste y la gente no se ríe, es que nos hemos equivocado y lo hemos hecho mal».
Ernesto Sevilla también se desmarca de la tendencia de no considerarse «humorista»: «Yo soy humorista. Es cierto que otra gente, como Venga Monjas, Noguera o Vigalondo, hacen algo diferente, más parecido al arte contemporáneo y lo que se ha dado en llamar posthumor, pero en mi caso tengo claro que lo que quiero y lo que me gusta es hacer reír».
Otros cómicos son más beligerantes al respecto. Antonio Castelo (El Intermedio, Yu, 40 Principales) lo dice claro: «Me encanta el posthumor como concepto, pero hay mucha gente que se refugia en él con un rollo muy cobarde. Es el «yo no salgo para follar» de la comedia. Se está extendiendo lo de escudarse en que no se pretende hacer reír para hacer cualquier cosa y no estar expuesto al fallo. Yo tengo claro que estoy en la comedia para hacer reír, muchas veces no lo consigo y he fallado».
Para Kaco Forns, (Central de cómicos, El club de la comedia, El Intermedio), lo que hacen muchos es «renunciar, por pereza, a buscar un buen remate. Cuentan cualquier cosa, hacen cualquier escena de un sketch, y prefieren dejarlo en una buena premisa inacabada o un final absurdo, aludiendo a que lo suyo no era buscar una risa final. A la hora de la verdad, suelen recurrir a técnicas humorísticas de toda la vida, como la sorpresa, el callback o la exageración».
La opinión de Rober Bodegas (El club de la comedia, Sé lo que hicisteis…) va en la misma dirección: «El concepto de posthumor me parece muy interesante en el sentido de humor que se opone al humor existente, que utiliza otros mecanismos, otras construcciones y otros ámbitos. Pero siempre que sea para llegar al mismo punto que en el humor, que es la risa. Lo que me parece una gilipollez son todas esas cosas que se escuchan tipo «lo gracioso es que no es gracioso». No. Si no es gracioso, no es gracioso y si es gracioso es porque es gracioso. O aceptamos esto o hay que cambiar los principios de la gramática y de la lógica y esto es un problema mayor. Y tampoco debería valer el «yo no busco ser gracioso», es un poco cobarde. Al final, lo que pasa con el posthumor, es lo mismo que con el humor, que hay posthumoristas buenos y posthumoristas malos. Aunque en este caso, los malos prefieran decir que no les entendemos. Yo creo que sería más apropiado hablar de humor de autor, frente al humor de género. Gente que elabora comedia saltándose los métodos habituales, pero siempre buscando la risa, como decía al principio. Esa gente mola. Y es necesaria».
No se busca en este artículo acusar de nada a los artistas que hacen humor sin considerarse cómicos, pero sí señalar las contradicciones que se esconden en estos argumentos e indagar en las inquietudes de una gente que, sin duda, está realizando cosas nuevas y muy buenas, y que ya están marcando las pautas del futuro del humor. Para terminar, me gustaría contar una anécdota en primera persona, porque en su día también me enfrenté a una sensación parecida antes de ser monologuista. A veces cuesta aceptar que tienes que salir a un escenario y hacer reír a un público que no conoces y con el que quizá no compartes gustos o criterios culturales, y se impone crear unos cuantos mecanismos defensivos. Una vez, hablando con un antiguo compañero de instituto que tardó en descubrir o asumir su homosexualidad (lo aclaro porque tiene que ver con la conversación), me dijo con claro tono de burla cariñosa, sabedor de mis dificultades para considerarme «humorista»:
—Bueno, pues nada, ya eres un cómico andaluz.
A lo que respondí:
—Sí, y tú un mariquita de Sevilla.
Los dos reímos, porque en el fondo, muy adentro de nuestras cabezas, habitan los complejos por aquello que la sociedad nos ha dicho que debe ser objeto de vergüenza, y es algo con lo que cada uno, con más o menos habilidad o talento, tiene que luchar el resto de su vida. Mientras tanto, lo ideal es que cada uno se coma la tortilla como le dé la gana, que se beba su vino favorito y que se vacune todo lo posible contra la gilipollez.
El posthumor tiene -en mi opinión- mucho que ver con ideas o razonamientos cercanos a lo absurdo que muchos llevamos dentro y no podemos sacar. Creo que incluso puede llegar a afectar a nuestro inconsciente, y de ahí que injerencias o ideas que algunos (post)humoristas muestran sean acogidas con carcajadas, y en definitiva, éxito cómico.
Al menos eso me sucede cuando veo los vídeos de los Pioneros, de Querido Antonio o Canódromo Abandonado (a los que creo deberíais haber mencionado) o cuando leo los libros de Noguera y veo sus ultrashows.
Incluso con los sketches de Muchachada Nui, los cuales están más cerca del humor «convencional», pero creo que tienen también grandes tintes de posthumor.
Por cierto, os recomiendo este blog que analiza la trastienda del humor: http://despiertaabuela.com/
Aporta mucha información y hay entrevistas a Noguera, Carlo Padial de Pioneros, Raúl Cimas, etc.
Yo siempre que se habla del post humor vuelvo a aquel ratito que pase con Jordi Costa mientras realizaba el reportaje, Generación Chanante, en que se lio a hablar del post humorismo como Fernando Arrabal hablando del milenarismo… Minuto 1.14
https://www.youtube.com/watch?v=E7nydwR-gTM
jaja, sí, Loren, me gustó mucho ese reportaje, y lo he revisado antes de escribir este artículo, claro… Saludos!
El humorismo busca lo que busca, hacer reír, hacer que la gente se divierta. Hay otros géneros, incluso el drama más severo, donde hay espacio al humor y a la risa sin que el que lo hace sea humorista, porque así es la vida y también así es el arte. Igualmente un humorista puede dejar espacio a la crítica, a la seriedad, al drama más doloroso en sus obras, pero siempre con el humor de fondo.
Esto del posthumor, el humor que no busca hacer reír… Pues lo siento, si no busca hacer reír no es humor, peor aún, si se usa como pretexto el posthumor solo porque no se consigue hacer reír. Eso es que se está haciendo mal el trabajo pretendido.
Dentro del humorismo hay un sinfín de géneros, de formatos, de modos de hacer las cosas. Muchos van innovando, es normal, la sociedad cambia y cambian muchas formas, no puedo pedirle a Gila un humor como el de Esteso, ni a Esteso el de Muchachada Nui. Ni los públicos, ni la sociedad, ni las formas, son las mismas. Lo curioso es que Gila y Esteso, aunque hayan pasado décadas, todavía consiguen hacer reír en muchos de sus gags y Muchachada Nui ya veremos, son recientes, pero probablemente en 2.040 aún veamos gags suyos que nos hagan reír.
La risa se puede conseguir desde lo soez, desde lo procaz, desde la vergüenza ajena. Desde lo simple hasta lo complejo, desde el caca-culo-pedo-pis hasta chistes que solamente entenderán un puñado de matemáticos y harán que el resto miremos con cara de estatua del museo de cera. Es el humorista el que tiene que «saber» a quién se dirige y hacerlo bien para conseguir su objetivo, que se rían y se diviertan.
Así que sobre el posthumor. Una de dos, o no es humorismo y por tanto el nombre está mal puesto, o sí lo es y entonces es humor de mala calidad porque no consigue su objetivo.
Mañana un artículo sobre el postdrama, dramas en los que la gente acaba riéndose a carcajadas cuando el niño ciego se choca contra una farola. «No me gusta considerar mis obras como dramáticas, ya que lo que intento en ellas no es que la gente sienta pesadumbre, sino que se ría a carcajadas de las desgracias de otras personas y que se divierta con ellas, llamémosles postdrama».
Ains.
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El asunto de todo lo que lleve post- es que suele ser un concepto destinado a poner una marca. Y con ese sello la puedes meter doblada. Lo mismo entran personas de enorme talento como Noguera o Ignatius, que bodrios como los Vengamonjas o las películas lamentables de Juan Cavestany. Más bien es un concepto comercial, en el sentido de que le está dando de comer a Jordi Costa gracias a tomarlo en serio, y él, a su vez, como gurú de postín, consigue reunir a una serie de personas de características muy desiguales. Pero entre la originalidad y personalidad de Ignatius o Noguera hasta la vergüenza que pueden dar (sin intención experimental, de malos que son) Cavestany o Vengamonjas, pasando por el quiero y no puedo de Vigalondo, hay la misma diferencia que entre el gran humorista y el cuñao sin gracia con dos copas de más.
Curiosamente los buenos, como Ignatius, Noguera y, en ocasiones (es mucho más irregular) Querido Antonio, sí qué hacen gracia y producen risas y sonrisas.
atendiendo a la Academia como no puede ser menos (para entendernos), humor se define como «Genio, índole, condición, especialmente cuando se manifiesta exteriormente» lo que nos hace caer en la cuenta, que humor no consiste a priori en inducir a la risa o al cachondeo… el malhumor entra en la misma categoría semántica y asociar el humor a un estado de empatía complaciente, cercano a la autoindulgencia, es puritito reduccionismo. Del humorismo profesional me quedo con los que nos pasan la pluma por la planta del pié, sin más aspiraciones que las de sacarnos una sana carcajada… para lo demás, me gasto la pasta en un siquiatra o en un video de la chica de ahí al lado
Excelente artículo que demuestra un conocimiento muy profundo del tema. El video de Vermut i Venga Monjas es una obra de arte del humor negro subrealista. Por contra las películas de Cavestany no me han convencido nunca.
En temas de humor cada uno tiene su opinión pero a mi me encanta el negro y cuanto más ácido mejor
El postumor es un atrevido título que no fundamentan en una base teórica, y si lo tienen me gustaría conocerlo. De lo contrario están confundiendo la esencia del humor y lo cómico con sus formas y mecanismos. Desde Freud, Bergson, Baudelaire, Pollock, Bajtín y Aristóteles se han aventurado en estudiar el chiste, el humor, la risa y lo cómico, yo les recomiendo que los lean, ya que puede enriquecer una interesante teoría de la evolución de las formas de lo cómico en España.
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Esto es de toda la vida humor negro o comedia surrealista, que son géneros que por su propia naturaleza son minoritarios pero que suelen concentrar la mayoría del talento, pero esto ya lo hacía Buñuel hace más de 50 años.
Lo del posthumor es una burbuja pseudointelectual, que es perfecta para agrupar a la comedia underground española y seguro que sirve para dar a mucha gente a conocer a un público más grande, pero probablemente deberiamos usar un nombre menos pretencioso.
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