Es puntual, en eso se le nota el oficio. Y se inclina por la sintaxis precisa, en eso también se le nota. Màxim Huerta (Utiel, Valencia, 1971) sale a diario en la televisión pero, cuando le pedimos que ordene él mismo las etiquetas, pone primero la de escritor. Ha publicado cuatro novelas, la última galardonada con el Primavera de novela 2014, además de en prensa, teatro y cine. La tele, dice, «no son más que cinco minutos al día». Y así, de cinco minutos en cinco minutos, lleva dieciocho años haciéndola. Nos sentamos con él a hablar de eso mismo, de televisión, pero también de Ana María Matute y Woody Allen, de manipulación informativa y del método infalible para no pasar de moda: no estar previamente de moda.
Periodista, escritor o presentador. Elige.
¿Cuál prefieres tú? Diga lo que diga vas a poner presentador.
Yo pondría presentador y escritor.
Yo escritor y presentador.
Entonces la primera pregunta es para el escritor: ¿es cierto que te has leído todo, absolutamente todo, de Ana María Matute?
Me lo he leído todo y además varias veces. En general leo mucho. Es que soy hijo único, de niño no tenía más remedio que leer. En casa siempre me han regalado libros, sobre todo mi madre. He leído mucho por parte de madre (ríe). Y a Matute mucho. Las aristas de sus universos coincidían con las de los míos, digámoslo así.
Hablemos de esas aristas.
Huy, no. De las aristas de uno se habla en la consulta del psicólogo.
Hablemos de Matute, entonces.
Para mí fue una gozada que el Primavera me lo diera ella. Ese fue el premio, conocerla. Todas las tardes que me pegué con ella de vinos, hablando primero de su novela inacabada, luego sobre sus vértigos y al final sobre Errol Flynn y Ava Gardner. Ese fue el verdadero regalo.
¿Ya podemos ver algo suyo en tu primera novela, Que sea la última vez que me llamas reina de la tele?
Algo habrá, aunque en realidad no la considero mi primera novela. Para mí, mi primera novela es más bien la segunda.
¿Y eso?
Que sea la última vez… es una novela que hice por divertimento. Ya escribía, pero de pronto no me apetecía escribir, sino jugar y divertirme. Tiene mucho que ver con la época profesional que atravesaba. ¿Sabes cuando ves las fallas por detrás, que no son más que andamios feísimos? Con la tele ocurre un poco lo mismo. Aquella fue la época en la que me di cuenta de eso, de que la magia de la tele no existe. En el borrador, la novela se llamaba algo así como Amarga victoria, pero creo que en el título definitivo se nota la influencia de Dunia Ayaso y Félix Sabroso, a quienes quiero, porque ponían títulos muy largos. Seguramente ahora no le pondría ese título.
Simplemente con ojear el libro…
¿Ojear con hache o sin hache?
Ojear sin hache.
Vale, entonces sí. Prosigue (ríe).
Simplemente con ojear el libro se ve un poco de Garras de Astracán, de Terenci Moix, y un poco de la primera Maruja Torres, en particular de ¡Oh, es él! ¿He acertado?
Sí, de hecho me he divertido un montón con Terenci. Recuerdo cuando decía «hay un chico por las noches que me encanta, lo veo en la tele porque me excita» (ríe). Y recuerdo una noche en la que Boris (Izaguirre) me llamó y me dijo que le diese una sorpresa, cosa que hice. Se murió a la semana siguiente, pobre. Me he leído todo de Terenci y supongo que el libro es heredero de eso como lo es de Bridget Jones y en fin, de muchos libros. De cualquier divertimento literario, libros sin fundamento para quien tiene ganas de reírse. Incluso de los que no te acabas de leer, fíjate.
Inciso necesario: ¿cuál es el último libro que no has acabado de leer?
Te lo digo: Así empieza lo malo, de Javier Marías.
Volviendo a la novela, imagino que acabarías harto de desmentir…
… que Ana Rosa (Quintana) sea la protagonista.
Sí.
Pues sí, acabé harto. Es otra cosa que hoy no haría, escribir algo que dé pie a ese tipo de comparaciones. Si fuera el caso, todavía, pero no lo era. Además, creó tensiones innecesarias entre ella y yo.
Después de Que sea la última vez… vinieron El susurro de la caracola, Una tienda en París y La noche soñada, premio Primavera. Uno cada dos años, aproximadamente. ¿Cómo se escribe libros con tanta frecuencia?
Siendo muy alemán. Escribo todas las tardes, después de comer y de quedarme algo traspuesto (ríe). Escribo, corrijo, borro, releo… Pero hago algo todos los días. No es un ritmo tan frenético, ¿eh? Creo que Kafka hizo La Metamorfosis en dieciocho días o algo así. E Isabel Allende hace uno todos los años y, si no le gusta, no lo publica. Además, en la tele no invierto tanto tiempo. Soy como Victoria Abril, me pagan más por esperar que por actuar. Desde que estoy allí hasta que me toca entrar voy con mi libretita apuntándome cosas y pensando, que al final es un poco aprovechar la cama de otro para follar.
¿Crees que hay quien no te lee por salir en la tele?
Sí, seguramente.
¿Y quien te lee por salir en la tele? Porque habrá un poco de las dos cosas.
Hace dos años estuve firmando en Sant Jordi junto a un autor muy conocido, no diré quién, y antes de empezar me dijo: «Joder, qué tarde de marujas me vas a dar». Yo me callé, muy prudente. A lo largo de la tarde yo firmé mucho y nadie venía por la televisión, la mayoría me conocía como autor y por las redes sociales. Y cuando acabamos me dijo: «Te invito a un gin tonic». Le pregunté por qué y me respondió: «Porque quiero pedirte disculpas».
En redes tienes muchos seguidores, de eso me he dado cuenta documentando esta entrevista. Y es cierto que los comentarios que recibes son para el autor, no para el presentador. Me parece muy curioso.
A mí es algo que me sorprende. Hace poco estuve en París y saqué un montón de fotos, pero estuve solo el fin de semana y volví. Luego he ido colgando fotos en Instagram y la gente que lo sigue hace comentarios del tipo «a ver si vuelves ya». Piensan que sigo en París, ninguno ha puesto la tele por la mañana y ha visto que no, que estoy en España y saliendo por la tele. Y mira que, además, opino mucho y digo cosas sobre política y critico a políticos y ese tipo de cosas, pero luego en Twitter la gente me habla de los libros, no de la tele.
¿Qué fue lo primero que hiciste? ¿Radio?
No, prensa. Prensa en mi pueblo.
¿En Utiel?
Utiel y Buñol, sobre todo Buñol. Nadie me dio ninguna beca y ni ninguna oportunidad al principio, pero afortunadamente soy de pueblo y pude empezar por ahí, poco a poco. Estuve también en la radio de mi pueblo y luego en prensa comarcal. Acabé llevando veintiséis pueblos, imagínate. Veintiséis pueblos en el año 1993.
¿Y de ahí a la tele?
No. Antes estuve en Valencia como redactor jefe en un semanario de política, pero me quedé en paro. De ahí pasé a Canal Nou como reportero y porque mentí en el currículum, puse que hablaba con fluidez más idiomas de los que hablaba con fluidez y lo pagué más tarde, cuando me mandaron a Francia como enviado especial (ríe). Lo de presentar llegó por azar. Alguien dijo «el chico este que hace los directos, que baje a plató». Me cortaron el pelo, me dejaron aspecto de buen chico y ahí me quedé.
Primero en Metropolità y luego en el Informatiu de última hora, si no me equivoco. ¿Tienes buenos recuerdos de tu época en Canal Nou?
Personales sí.
¿Y de los otros?
Bueno, también. Fue la época en la que perdí todos los miedos. Aprendí a hacer noticias, a hacer directos… Y también aprendí a ver cómo se manipulaba.
A eso vamos. Antes de consumarse el cierre de Canal Nou hace un año, en noviembre de 2013, la cadena batió todos sus récords de audiencia emitiendo espacios de denuncia en los que algunos trabajadores explicaban detalladamente el control político al que venían siendo sometidos.
Tarde. Llegaron tarde. La dignidad no sirve de nada cuando no hay nada que perder. Admiro a los compañeros, sé que tienen que pagar sus hipotecas, y el medio se cerró por culpa de la gestión, que nunca es culpa de los periodistas. Pero a nosotros también nos toca entonar el mea culpa por haber callado.
Es un debate muy viejo. La manipulación tiene lugar con la participación necesaria de los periodistas de base.
Por eso hay que salir y negarse a hacer algo. En su momento, yo me negué y me apartaron como presentador.
¿A qué te negaste?
No lo he contado nunca en prensa, pero bueno. En una ocasión, durante una campaña electoral, me encerraron en un despacho a minutar el discurso que estaba dando Antoni Asunción, entonces candidato del Partit Socialista del País Valencià, en un mitin. El objetivo era pasárselo al momento a Eduardo Zaplana, que en esos momentos estaba a punto de salir en televisión, y que así supiese qué estaba diciendo Asunción para poder replicarle en directo. Y me negué.
¿Te lo plantearon así, tan a las claras?
No, pero hombre… Encerrado en una pecera de cristal, a puerta cerrada… «Luego nos lo das, ¿eh? Es para el informativo, para tenerlo yo». Era joven, pero tampoco era imbécil. Y los que dirigían Canal Nou muy listos no eran.
Desde luego. O no habría cerrado.
En todo caso, el cierre de Canal Nou no fue responsabilidad de los redactores, que no se nos olvide. No puedes culpar a los periodistas si se contrata a más personal de la cuenta. La culpa que tienen es la de ser la voz de su amo. Empezando por mí, que también tendré mi parte.
Ese es otro debate también muy viejo. Tú eras presentador de noticiarios, eso que a veces llamamos «busto parlante», y cuando hablamos de tele y manipulación nunca está muy claro hasta qué punto se debe responsabilizar a los presentadores, a aquellos que ponen voz y cara, pero nada más.
Depende. Hay cadenas en las que sí, el presentador simplemente se maquilla y habla, porque tiene una buena voz y o porque tiene credibilidad y es lo que quieren de él. Era el caso de Olga Viza o de Rosa María Mateo, que no escribían pero tenían una credibilidad brutal, algo admirable. En mi caso, cuando era presentador de informativos me hacían escribir y editar mis entradillas. En mi caso y en mi época, porque en Telecinco ocurría con todos. También Àngels Barceló, Juanra Lucas, Juan Pedro Valentín y Montse Domínguez se redactaban y editaban sus propias entradillas. Así que muy bustos parlantes no éramos. Yo no lo he sido nunca.
Imagino que eso se nota a la hora de improvisar.
Para mí, en informativos ocurría como en el sexo: lo más divertido llega cuando se rompe la rutina, cuando pasa algo. Cuando se hunde el submarino Kursk o cuando se muere Arafat es cuando de pronto se ve si el presentador es también periodista.
Y la mera resistencia física. Me quiero acordar de aquel directo de ocho horas que hizo Matías Prats durante el 11S.
A mí me pilló también. Estaba con Àngels Barceló.
¿Y cuántas horas estuvisteis haciendo informativos?
Desde las dos de la tarde hasta el informativo de madrugada, que acabó conmigo cerca de las cuatro de la mañana. En directo estuve como unas tres horas por la noche, el informativo de más audiencia que he tenido en mi vida. Un cincuenta y tantos por ciento, algo brutal.
Sigamos repartiendo culpas, que es algo muy sano. ¿No culpas también al espectador por la manipulación en los contenidos políticos?
Yo nunca he considerado al espectador gilipollas. No creo en ese espectador pasivo que se traga todo lo que le echen. El espectador no es tonto y cuenta con el arma más poderosa, que es zapear. Por eso me gusta que haya muchas teles, muchos informativos, muchos periódicos y muchas radios: porque me gusta pasear por todas. Hasta por las que son absolutamente caverna, también por esas.
Pero no hablo de espectadores tontos, sino espectadores que toleran la manipulación. Algo que el espectador ha normalizado, por ejemplo, son los cambios de caras y las sustituciones en la televisión pública cada vez que se renueva el gobierno, y sin embargo eso mismo ya es sintomático.
Pero el espectador se comporta como los votantes. España ha votando siempre para quitar a otro. Para quitar a González, para quitar a Aznar… Siempre votamos para quitar, nunca por confianza. Nunca. Y eso mismo se acaba trasladando a la televisión. Además, siempre hay quien vota tres veces seguidas al corrupto porque quiere. Igual que hay votantes masoquistas, hay espectadores masoquistas.
Cuando se trata de informar sobre política, ¿hay más libertad en la televisión privada?
Sí. Cuando pasé a Telecinco estuve como seis o siete años en informativos, primero en la Comunidad Valenciana, luego en el Entre hoy y mañana de Telecinco y después en el informativo de la noche, y nunca, nunca tuve una consigna. La única la puse yo, porque pedí no poner deportes ni sucesos, a no ser que fueran noticia.
Te pregunto ahora como miembro que eres de la Academia de las Ciencias y las Artes de la Televisión…
Soy miembro pero no sé muy bien para qué. Me apuntaron, o me apunté, en realidad no lo sé ni sé para qué. Recibo muchos e-mails en el buzón del correo, eso sí. Supongo que debe ser algo interesantísimo, pero no voy a ningún acto.
Te pregunto como profesional del ramo, entonces. Más allá de la información, ¿cuál es el primer pecado de la televisión pública española?
El miedo al riesgo. Y a innovar. Hay miedo a hacer productos dignos que, sin embargo, pierdan en la competición por la audiencia. ¿Por qué? La pública debe buscar la calidad, no la audiencia. Ese ha sido, y es, su gran error. Ha querido competir como una frutería más, siendo una privada más, y no lo es. La televisión pública es un servicio público, y un servicio público debería ofrecer buenos productos.
Vuelvo a tu biografía. En 2005, siendo ya una cara conocida en la tele nacional, te pasaste de los informativos a un espacio de mañana, algo que en la época no ocurría demasiado. ¿Te tienes por un pionero?
Huy, no. Después, esto mismo, lo han hecho casi todos.
Sí pero, ¿antes?
Antes lo había hecho Juanra Lucas con un programa que se llamó De buena mañana y Pedro Piqueras, pero nadie se acuerda.
Es que hombres por las mañanas, complicado.
Eso ahora, y no sé por qué. Acuérdate de Hermida, que ha sido un grande de las mañanas, y de Pepe Navarro, que también tuvo un programa matinal.
Entonces, ¿por qué ahora solo vemos mujeres en los magacines?
Porque las teles no tienen imaginación. Cuando una mujer triunfa en un tipo de espacio todos quieren una mujer en ese tipo de espacio; cuando triunfa un programa de debate, todas quieren un programa de debate; cuando hay un programa de concurso que arrasa, todas quieren un programa de concurso. Las teles actúan por imitación.
Al menos concédeme que tu experiencia fue singular, porque no te fuiste a presentar un espacio tú solo. No te fuiste a hacer el programa de Màxim Huerta, sino como colaborador en el programa de otra persona.
Sí, eso es más particular. Pero fui como presentador, o eso pone en el contrato: copresentador (ríe).
Copresentador, sí, pero en un programa que se llama El programa de Ana Rosa.
Sí. Cuando el programa lleva el nombre de la protagonista tú, obviamente, parece que estás siempre a la sombra del ciprés. Y es muy alargada, en su caso (ríe).
Al final el nombre y las siglas, las famosas «AR», son simplemente una marca. Una que, por cierto, ha funcionado muy bien.
Hombre, de entrada llevamos diez años, o sea que vamos funcionando. Y el nombre no es más que por comodidad. De nuevo, acuérdate de Hermida, que todo lo que hacía llevaba su nombre. Y a los redactores les resulta muy útil cuando llaman a los sitios. Se llame como se llame tu programa, al final acabas llamando en nombre del informativo de Piqueras o del programa de Ana Rosa. Personalmente me parece mejor que «El quinto A», «A toda mañana» y todo ese tipo de títulos absurdos que se le acaban poniendo a la mayoría.
¿No te seduce el protagonismo?
Estoy cómodo en un lugar secundario. Mira: estar de moda significa pasar de moda. En la cadena en la que trabajo ocupo un lugar discreto y prefiero que siga siendo así.
En la televisión española los late night van y vienen, los talk shows nunca acaban de arraigar, las sitcoms nunca han sido realmente sitcoms… Y sin embargo este formato, el magacín de mañana, lleva instalado desde la aparición misma de la televisión privada. Después de pasar casi diez años en el gran magacín de la televisión española, ¿a qué factores crees que se debe el éxito del formato?
A que nadie lo ve entero (ríe). Y a que es un programa muy flexible, consigue ir cambiando y por eso no sufre tanto desgaste como otros. El programa que hacemos hoy no tiene nada que ver con el que hacíamos hace cinco años, por ejemplo. Hoy casi todo es tertulia política y debate social y se habla mucho de problemas, de desahucios, de injusticias, etcétera. Casi no hay corazón, aunque en su día sí lo hubo.
¿No crees que en el formato se abusa de la crónica negra?
Hoy se hace mucho suceso, es cierto. Pero es algo que ocurre en todos los programas, en toda la televisión.
Aunque hoy llamemos «telebasura» a la televisión que simplemente no nos gusta, sabrás que el término nació a raíz del tratamiento televisivo de los crímenes de Alcàsser. ¿No temes que este crescendo de la crónica negra lleve al mismo sitio, a que un día alguien pierda el norte y vuelva a hacer alguna burrada?
No, porque el espectador ahora reacciona. Es cierto que se presta más atención que antes a los sucesos, pero también lo es que existen más límites. Yo soy muy crítico con todo esto, de todas formas. No quiero excusarme con que el resto lo haga. Si me preguntas por lo mío, respondo por lo mío.
Tengo que preguntarte. Esta misma mañana, en tu programa, habéis sacado en exclusiva imágenes del colchón en el que presuntamente violaron a las niñas de Ciudad Lineal.
Sí. Con una frase que a mí me ha chirriado: «fíjense en el colchón, ahora volveremos a él». Realmente no era necesaria, no hacía falta. Y luego una redactora ha leído parte de una declaración de una de las víctimas poniendo voz de niña. Te digo lo que ha pasado: Ana Rosa ha dicho en directo «esto es» y yo he contestado: «esto es morboso». Y a la persona responsable se le ha dicho que, por favor, esto ni una sola vez más. Pero con la televisión en directo, y en programas tan largos, ocurren cosas así: te enteras de lo que va a salir cuando sale. Es muy complicado que una sola persona, quien sea, tenga el control sobre absolutamente todo lo que se hace.
En eso te doy la razón. El problema es que el tono, que es algo fruto del trabajo colectivo, se va de las manos. Ocurre también en prensa escrita.
En prensa escrita, por ejemplo, la misma foto es mucho más limpia. Y el texto. Si nos parásemos a leer en alto muchas de las crónicas de prensa que se publican cada día, nos taparíamos los oídos. Pero no me quiero excusar, porque soy el primero al que la sección de hoy le ha chirriado. Insisto en lo que decía antes: si eres consciente de lo que vas a sacar y no te gusta, debes negarte a hacerlo. No ha sido el caso de hoy, pero yo mismo me he negado a sacar cosas en la tele porque no me gustaba no que se dieran, sino cómo se iban a dar. Por eso no tengo complejos a la hora de trabajar en este medio, porque en muchas ocasiones he dicho «yo estoy no lo doy», y no lo doy. Y porque si algo no me gusta, lo digo. Detrás de la cámara y en directo.
Yo celebro más lo segundo. Si lo haces pero llamas la atención sobre la forma en que se hace, estás desactivando el artefacto. Menos es nada.
Exacto. Es que si tú no lo haces lo hará otra persona, pero se hará.
Te pongo un ejemplo extremo: Entre todos, el magacín de Toñi Moreno en Televisión Española. Acabó siendo cancelado después de recibir un aluvión de críticas por hacer un espectáculo con la necesidad. ¿Es el magacín un formato más propenso a este tipo de riesgos?
Ese programa recibió muchas críticas pero lo quitaron porque no tenía audiencia. Si llega a tenerla, aguanta. Cuidado.
Seguramente tienes razón. Estoy pecando de ingenuo.
Cuestión de audiencia, como siempre. Que también somos muy hipócritas.
Hablando de audiencias: Sálvame. Para muchos, el paradigma mismo de la telebasura, aunque su pecado sea ser intrascendente. ¿No penalizamos demasiado esto mismo, la irrelevancia, al meterla en el mismo saco de la telebasura?
Sí. Y luego nos encanta John Waters, ¿eh? Que luego vamos de listos.
Cuando entrevistamos a Josep Maria Mainat nos decía que «el entretenimiento, el puro entretenimiento, es muy raro que sea telebasura».
Sálvame y los programas como Sálvame son un vodevil, pero en otra época. Cuando no había tele había vodevil, teatro que era cutre, intrascendente. Y había un cine que se dedicaba solo a entretener, a ser un espectáculo, y revistas satíricas que solo hablaban de tonterías. Todo esto es tan viejo como las corralas. Es una forma de voyeurismo, una forma inocente de mirar al otro, solo que ahora se televisa.
Cuando preguntamos a Mainat por la expresión «caja tonta» nos respondió que «la caja no es tonta: es generalista, que no es igual. Y al ser generalista no puede mantener un nivel muy distinto del de la media, que es el que es, nos guste o no». No sé si tú eres tan derrotista.
Hombre, eso tiene muchos ángulos. La caja obviamente no es tonta, porque entonces llamaríamos tontos a los espectadores, que ven programas malos, programas regulares y programas fantásticos. Pero sí, la televisión generalista acaba siendo un reflejo de su país. No creo en esta idea de que la televisión engañe a los espectadores, de que refleje algo irreal: la televisión siempre devuelve un reflejo fiel de lo que está ocurriendo. En épocas de bonanza y de risas hay Un dos tres, y concursos, y en otras hay programas de preguntas porque a la gente le gusta ver personas inteligentes en la pantalla. ¿Eso es basura? Yo creo que no. En mi opinión, hoy la auténtica basura no está en la televisión, sino en internet.
Esta entrevista se va a publicar en internet. No me des titulares así que me deshago.
Pero es verdad. En todo internet. Entras y pones: «polla», «teta», «sexo», «pornografía», «crítica a tal», «escándalo de no sé qué» y ya está, ahí lo tienes. Nadie te lo sirve, eres tú el que lo busca. No lo critico, ojo, pero creo que el auténtico contenido sin desarrollo, barato, la auténtica fast food de contenidos, abunda mucho más en internet.
Estoy de acuerdo pero pienso que internet no es un medio, sino un gran continente. La televisión, por el contrario, es un flujo, algo unidireccional, y eso la convierte más en un medio.
¿Ves? Ya te estás quedando antiguo (ríe). Dentro de cinco años pensarás otra cosa. De cualquier manera, damos demasiada importancia a la televisión.
¿Y no la tiene?
No tanta. ¿Sabes dónde está la gente? En la calle. No está viendo la tele. Cada vez que alguien se da un golpe de pecho y dice «fijaos, hemos conseguido tanta audiencia», luego es un millón. ¡Un millón, y este país tiene cuarenta y siete millones! Y eso en el mejor de los casos. Nosotros tenemos una gran cifra, en torno a los seiscientos mil, pero al final hay que darse cuenta de que son seiscientos mil entre cuarenta y siete millones. Hay cuatro gatos viendo la tele. Cuatro gatos. Se le da demasiada importancia a la televisión. No es más que un electrodoméstico.
Me acabas de dar otro titular.
(Ríe) A lo mejor es una percepción mía, quién sabe. Es que yo no la tengo ni sintonizada. Tengo La Sexta en el canal cuarenta y dos, Telecinco en el veintiuno, y así todos. Y al lado un cartoncito, como mi abuela con los números de teléfono. Pero es lógico: estoy en la tele a las siete de la mañana y llego a casa a las dos, todos los días. ¿Tú crees que me voy a poner a ver la tele?
Podrías, para comentarla por internet, que se hace mucho. Es uno de los fenómenos más raros que nos ha dejado la revolución digital.
La necesidad de comentar la tele por internet viene de que hoy la tele aburre. La gente habla de un programa por Twitter no porque le guste, sino porque le gusta pero también le aburre un poco. Y no me extraña. Hay muy poca imaginación, funciona lo clásico, y mucha gente empieza a estar cansada. Por eso acuden a otros soportes.
Te voy a hacer elegir entre papá y mamá. Pedro Almodóvar o Woody Allen.
¡Ay! No puedo elegir.
Tienes que elegir.
Pues mira, por el universo y por el punto Berlanga, me quedo con Pedro Almodóvar.
Te repito una pregunta que le hicimos a Berto Romero en la edición impresa de Jot Down. ¿Woody Allen ha vuelto?
Ha recuperado público.
Pero no piensas que haya vuelto.
No.
Romero nos decía que él se lo perdonaba todo a partir de Desmontando a Harry, que «a un señor que nos ha dado tanto, vamos a dejarle envejecer tranquilo».
Allen hoy es la semana fantástica El Corte Inglés. Le salió muy bien Blue Jasmine y todo esto ¿eh? Pero está haciendo películas de semana fantástica, para gustar.
¿Dirías que hay algo de Almodóvar en tus libros?
Lo hay, tanto en El susurro de la caracola como En la noche soñada hay dos escenas que recuerdan al mundo de Pedro. El mundo señoras, el mundo tías, el mundo mortaja, el mundo duelo, todo eso me parece fascinante. A lo mejor es porque mi parte materna es de La Mancha y lo llevo en el ADN.
Y porque son estampas y escenas muy españolas, a fin de cuentas. Por alguna razón le atribuimos la etiqueta de «almodovarianas», pero son algo que todos hemos conocido en cierto grado y que todos podemos comprender.
Es algo verdaderamente español, es verdad. Pero es el único que las retrata, el único que ha mostrado interés por ellas durante toda su carrera. Igual que Lorca puso su foco en un tipo de universo femenino que llamamos «lorquiano», pero que él no se inventó. En realidad, es algo muy español.
Lo dice alguien que trabaja en un programa de televisión que dedica la mitad de su tiempo a hablar del embarazo de una hija de Isabel Pantoja y del cantamañanas del padre.
Qué nick tan original
El mérito es de los Países Bajos.
Tan sensato como siempre, Máxim. Seguro que algún pedante de los que escriben y leen esta página web se va a escandalizar. Si esto ocurre, es que has hecho la entrevista que debías hacer.
Enhorabuena por el Premio Primavera de Novela 2014. Seguro que a los blogueros de esta página web les da mucha envidia.
Buen intento, Máxim.
Qué pena que esta página no tenga sistema de votos para dejarte un pulgar arriba.
Jajajaja.
Hombre, David, las entrevistas las hacen los entrevistadores. Los entrevistados responden o callan
Buena colección de topicazos, de ida y vuelta: preguntas y respuestas.
Otra de estas y no se si te la perdono JotDown, con todos mis respetos, qué aporta este señor y lo que dice en la entrevista?
Basura hay en todos los sitios, y en en la televisión hay mucha últimamente
Me ha gustado mucho la entrevista. No conocía de Maxim Huerta más que su trabajo en AR y me he encontrado con una persona muy interesante. Gracias JD.
¿Este tío no era el que, en plena premiere de una de las últimas películas de Sherlock Holmes, las de Robert Downey Jr., afirmó que no sabía quién diablos era el tal Sir Arthur Conan Doyle? (No les copio el enlace al vídeo en cuestión porque no sé si los señores de JotDown admiten enlaces externos).
Qué quieren que les diga. Dudo incluso que haya leído algo de Matute. De hecho, cuando el señor entrevistador, Rubén Díaz, le insta a habar sobre «las aristas» de los universos de Matute, Huerta sale al paso como buenamente puede y suelta un más que sospechoso «Huy, no. De las aristas de uno se habla en la consulta del psicólogo».
Será que soy yo muy de buscarle tres patas al gato.
PD: Y no, yo tampoco he podido acabar ninguna de Marías. Con la última ni hago el intento.
Hombre, es que no cabe esperar que alguien empiece a largar al primero que pregunta, sobre los esqueletos que tenemos todos en el armario. O sea que esa respuesta me ha parecido más que pertinente. Por lo demás, el entrevistado no suscita demasiado interés para casi nadie, exceptuando a sus amigos, familiares y a él mismo.
Es opinable si hay basura.
Qué sopor….
Hojear con H (viene de «hoja») significa pasar las hojas de un libro.
Ojear sin H (viene de «ojo») significa buscar con los ojos algo (sobre todo buscar una presa cuando se va de caza, como hacen los ojeadores).
Antes JD publicaba entrevistas con gente interesante y de manera frecuente. Últimamente, gente mediocre y de vez en cuando. Es percepción mía?
Todo tiende al generslismo…desde love of lesbian hasta jotdown. Lo raro es el camino contrario, como recorrieron Peter, Björn and John.
Pingback: Màxim Huerta "La auténtica basura no esta en la televisión, sino en internet"
En serio, la entrevista muy bien si no fuera por las risas que me eché cuando leí esto:
Pero es verdad. En todo internet. Entras y pones: «polla», «teta», «sexo», «pornografía», «crítica a tal», «escándalo de no sé qué» y ya está, ahí lo tienes. Nadie te lo sirve, eres tú el que lo busca. No lo critico, ojo, pero creo que el auténtico contenido sin desarrollo, barato, la auténtica fast food de contenidos, abunda mucho más en internet.
¿Sí? Estamos hablando sinceramente de la época en la que mayor mie… con perdón hay en TV. Porque muchos quieran o nó les gusta el morbo, no la información. Si la «telebasura» triunfa, es por como a mucha gente le encanta saber que pepita tuvo al hijo, pero que no es de ella, sino del ex-marido de su mejor amigo que además es cuñado de la aún más famosa de turno. Gente que además de demostrar una enorme incultura, no sabe que hacer con su vida. Y por eso necesita leer, e incluso escribir sobre la vida de los demás.
Y al entrevistador «telebasura» no es por que no nos guste. A nadie con dos dedos de frente, le pueden gustar ciertos programas sino porque son malos simple y llanamente. Y por otro lado los «tertulianos» de algunos programas que demuestran unas enormes carencias, por decirlo resumidamente cobran demasiado para lo que hacen.
Es más estoy por asegurar que en parte, los más ineptos de la TV son los que más cobran, y eso es un problema con la cantidad de verdaderos profesionales que hay en paro.
Volviendo al tema de Internet. De cada 10 noticias que hay en especial relacionadas, con lo positivo de Internet, que por cierto es mucho más que lo malo. Me atrevería a decir que sólo una de esas noticias sale en los medios tradicionales (prensa, radio y TV). Ahora de cada diez noticias malas sobre Internet (estafas, pornografía infantil, videojuegos -si bien esto no tiene porque tener relación directa con Internet-…) creo que salen nueve.
Lo que hacen los medios y esto lo llevo viendo años y no sólo en España, por cierto es ver a Internet como un peligro. La diferencia es que Internet es un tremendo ecosistema es un mar enorme y no una piscina como la TV. Por eso precisamente hay información falsa o manipulada, pero sinceramente no he visto tanta en proporción a su «tamaño» respecto a lo que veo en TVo en la prensa (la radio no la escucho mucho, la verdad). Y es más las cadenas de TV, en general son tremendamente previsibles es lo que tiene no haber una verdadera independencia, como si la hay en Internet, salvo obviamente los medios online (webs, foros,…) pero que pertenecen a los mismos grupos corporativos que tienen los medios tradicionales. Y algunas personas muy arraigadas a la tradicional derecha o izquierda.
Otra cosa, yo no me creo superior a nadie. Anda que no hay gente que me da cien mil vueltas. Pero cuando se manipula se está engañando al espectador y sí se está tratando como un gilip… incluso aunque no se haga adrede.
Salu2
yo creo que es más bien jeisp, y luego ausupú. y, al final, blemb.
«En mi opinión, hoy la auténtica basura no está en la televisión, sino en internet». Tras esta frase tan digna el entrevistado se fue a su trabajo a comentar con quien está fornicando la hija de la Pantoja.
Pero si lo que hace y ha hecho Huerta en televisión es precisamente basura. No tiene talento alguno y participa de programas populistas. Cinismo en estado puro.
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