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La tierra en la que Darwin se sintió un extraño

Tortuga terrestre de la isla de Santa Cruz. Foto: Joaquín Mencía.
Tortuga terrestre de la isla de Santa Cruz. Foto: Joaquín Mencía.

Home is the scientist, home from the sea. (Robert Louis Stevenson)

Veinticinco años le llevó a Charles Darwin escribir El origen de las especies, su teoría de la evolución basada en la selección natural, y solo dos semanas en tierra, en las remotas islas Galápagos, para gestar lo que transformó el concepto que el hombre tenía sobre su lugar en la naturaleza. Dos semanas que encendieron la bombilla del cambio.

Siempre me fue querida esta yerma colina,
y este cercado, que oculta tanta parte
del último horizonte a la mirada.
Pero al sentarme y admirar ilimitados

espacios, y estas quietudes tan profundas
yo en el pensamiento me figuro, donde casi
se espanta el corazón. Y como el viento
siento ulular entre estas plantas, yo aquel

infinito silencio a esta voz
voy comparando: y me asalta lo eterno,
las muertas estaciones, y la presente

y viva, y su sonido. Así entre esta
inmensidad se anega el pensamiento:
y el naufragar me es dulce en este mar.
(«L’ infinito», Giacomo Leopardi [1819])

Y eso que Darwin se embarcó en el Beagle en plena Navidad de 1831 sin cobrar un duro, por amor a un arte que desde pequeño se le escurría entre las manos. Ni robar manzanas o coleccionar piedras estuvo bien visto en la exquisita educación clásica que había recibido en la campiña inglesa, ni huir de un quirófano era propio de un médico forjado por tradición familiar, ni tampoco leer a Humboldt le acercaría al título de clérigo al que opositaba como promesa a su padre para reenfocar una vida de fracasos.

Embarcado en aquella travesía que pretendía levantar cartas de navegación de las costas sudamericanas y explorar las islas del Pacífico, Tasmania, Australia y Sudáfrica, Darwin supo aprovechar su oportunidad y, con veintidós años, asistió a su propio nacimiento. Escaló montañas, estudió rocas, observó fósiles, recogió y disecó todo tipo de animales y plantas, pero sin duda, el momento crucial de la navegación fue su llegada a las islas Galápagos. Allí, como un nuevo viento, tuvo que encontrar las palabras para describir lo que este pequeño mundo le enseñaba. Darwin había partido creyendo en el creacionismo y en Galápagos tuvo que aprender de nuevo a hablar.

A medida que la emoción que experimentaba en su contemplación le llevaba a un deseo de conocer más y más, recorrió los senderos de varias de las «islas encantadas» como si del flâneur baudeleriano se tratara, aunque decirse paseante en aquellos parajes seguramente era demasiado decir. El paisaje árido y cambiante que tenía ante sí era bastante más peligroso, más parecido a los versos románticos de Leopardi que a la foto de paisaje de luna de miel al que erróneamente estamos acostumbrados.

Charles Darwin, por John Collier. (DP)
Charles Darwin, por John Collier. (DP)

Como en el camino del poeta a través del soneto, Darwin centró su búsqueda alegórica —algo le venía rondando ya la cabeza tras meses de navegación— en los datos que con minucioso cuidado iba recogiendo y ordenando en las páginas de su cuaderno de viaje. No utilizó el lenguaje científico pero tampoco se refugió en metáforas ni alusiones a mitos. Se hizo las mismas preguntas que el escritor se hace en cada verso: a ambos les envuelve un estado imaginario o de ensoñación ante la duda existencial que dirige sus escritos. Experimentó el «extrañamiento» y gracias a sentirse así, reconoció lo extraordinario ante sus ojos. Fue, sin quererlo, quizá influido por su tiempo (Las flores del mal, de Baudelaire, y El origen de las especies son casi coetáneas, apenas les separan dos años) un romántico. Un poeta de los seres vivos.

Hay varios ejemplos de científicos —David Attenborough, Gerald Durrell— que han sabido trasladarnos con exhaustividad el mundo de la naturaleza, hasta el punto de hacerse esenciales en la preparación de un viaje a un lugar exótico, y, sin embargo, en las islas Galápagos es como si todo lo leído fuera parte de la misma postal. Los colores planos del libro de Conocimiento del Medio se diluyen en la neblina de unas islas asfixiantes en el interior y salvajes en su cara al mundo.

Las volcánicas Galápagos son la tierra en la que la vida, favorecida por el clima y la convergencia de diferentes corrientes oceánicas, se ha desarrollado de manera aislada al resto del mundo, y en la que se aprecia como en ningún otro lugar cómo las diversas especies han evolucionado en función de sus propias necesidades. Las enormes tortugas terrestres que pueblan las islas representan el tiempo y espacio aletargados durante siglos. Diríase, a ojos cerrados, que la experiencia de pasar allí unas dos semanas como lo hizo Darwin podría acercarle a uno a algo místico similar a lo que debieron sentir Santa Teresa con la meditación trascendental o los Beatles —especialmente John Lennon— en la India.

Las riquezas naturales, el derecho a la propiedad, las tierras vírgenes, el paraíso (el paraíso perdido)… son los temas que conforman la condición de estas islas. Todo esto es ambiguo y hace que se convierta en territorio extraño hasta para un científico, en un lugar donde el experimento empírico se queda corto. En cambio, esta misma tierra, puede resultar más favorecedora al artista. Quizá esta afinidad se deba a que el artista permanece siempre aislado, pues necesita mantenerse a cierta distancia de la tierra en que habitan sus semejantes para poder gestar su mundo original. O a lo mejor la razón es más simple, y sucede que lo desconocido y lo inesperado de las islas encienden la chispa que desencadena el proceso creativo. En cualquier caso, esta fue la vida de Charles Darwin las dos semanas que pasó en las islas: se alejó de sus compañeros, siguió los senderos marcados por las tortugas hacia el interior de la isla, temió morir y siguió anotando. Observó con esmero, como el pintor que pasa horas y horas frente al lienzo en blanco, a los pinzones de La Española y contó los segundos que tardaban las iguanas en expulsar la sal, recién salidas del mar. Escribió y escribió notas en su bitácora con un lenguaje cotidiano plagado de sorpresa y exclamación, de asombro ante lo que estaba viendo. ¿Acaso no se imaginaba a sí mismo como una suerte de Próspero que conjura un mundo aislado y mágico?

Sin querer, Darwin nos contó Marte y la época de los dinosaurios.

Lo que me maravilla de todo es que varias islas tengan sus especies propias de tortugas, de mirlos, de pinzones y de numerosas plantas y que estas especies tengan las mismas costumbres generales (…) Sorprende todavía la energía de la fuerza creadora, si así puede decirse, que se ha manifestado en estos islotes estériles y pedregosos; y aún se admira más esa acción diferente, aunque análoga, de la fuerza creadora en puntos tan próximos entre sí. (El viaje del Beagle).

La recreación en sus descripciones de los pájaros nos recuerda al gorrión de John Keats o a los estorninos de William Shakespeare. Páginas y páginas de picos y plumas que la literatura más tarde engrosaría con más especies de las que aquí se pueden encontrar. Hasta Leonardo Da Vinci intentó una y mil veces copiar a las aves para volar. Cuando Darwin decía que los pájaros tienen un sentido de la estética natural y aprecian la belleza, no estaba solo reflexionando sobre su cantar. En realidad estaba desvistiéndoles uno a uno de las capas de la herencia para llegar a captar —casi poéticamente— la razón por la cual aquellos pajaritos a 1000 km del continente eran una especie tan especial.

Es la Natura un templo cuyos pilares vivos
dejan salir a veces palabras en desorden;
el hombre lo atraviesa por un bosque de símbolos
que al acecho lo observan con familiar mirada.

Como esos largos ecos que a lo lejos se funden
en una tenebrosa y profunda unidad,
tan vasta cual la noche y cual la luz del día,
se responden perfumes, sonidos y colores.
(Charles Baudelaire, fragmento de «Correspondencias», en Las flores del mal [1957]).

«Así pues, tanto en el tiempo como en el espacio nos encontramos frente a frente del gran fenómeno, del misterio de los misterios: la primera aparición de nuevos seres sobre la tierra». Después de muchas descripciones, Darwin nos dejaba en la página 442 de El viaje del Beagle esta rotunda afirmación. Llevaba nueve días en las islas Galápagos.

Cuando volvió, tras cinco años de viaje por el mundo, tenía en su poder un archivo de anotaciones y una idea muy clara en su cabeza: la de la teoría de la selección natural, pero a la vez se sentía confuso. La experiencia con la naturaleza había sido extraña y seguía estando solo con aquellos cuadernos. Solo con aquellas palabras. Solo con su propio lenguaje. «No hay narcótico más potente que el pensamiento», decía Baudelaire, y ciertamente esta había sido su única medicina y ahora tenía por delante su ingente obra sin terminar. En su interior, había hecho un viaje iniciático del que había vuelto siendo un científico, sí, pero también un humanista.

El hecho de abordar un paraíso ya sea por primera vez conlleva el hecho fatal de su camino hacia el final. La historia de las islas es casi siempre la historia de su degradación. Las islas volcánicas, igual que nacen, están sujetas a la narración de la erosión y su final bajo las olas. Son perecederas por naturaleza de un modo en que los continentes no lo son. La conciencia de esta debilidad le hizo pensar en el papel del ser humano frente al mundo: consciente de la revelación a la que estaba terminando de ponerle palabras, volvió a sentirse un extraño arrancándole la virginidad.

Decía el investigador y viajero Robert Luis Stevenson que viajar con la esperanza a cuestas es mucho mejor que llegar al destino final. Explorar forma parte de nuestra naturaleza. El hombre es ese animal que tropieza dos veces con la misma piedra, pero también es aquel al que le gusta levantar las piedras y ver lo que se oculta debajo de ellas.

 Vista de la Isla de San Bartolomé. Foto: Joaquín Mencía.
Vista de la Isla de San Bartolomé. Foto: Joaquín Mencía.

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10 Comentarios

  1. Pingback: La tierra en la que Darwin se sintió un extraño

  2. Quiero aportar este excelente documental sobre la limitación del pensamiento darwinista y su adopción como dogma de fe por gran parte de la comunidad científica. Es un poco largo pero si alguien se anima, agradezco por adelantado algún ‘feedback’ https://www.youtube.com/watch?v=CKtaFV0f5rk

    • Espero que estos comentarios le sirvan.

      – A los 5 minutos ya dice un disparate: que «el paso de reptil a ave es un cambio de organización muy grande». La multitud de fósiles de dinosaurios terópodos con plumas ha demostrado que no hubo tal salto, sino una evolución gradual (las aves, de hecho, son dinosaurios terópodos).

      – Luego se pasa un buen rato denigrando personal y políticamente a Darwin y los darwinistas (qué tendrá que ver eso con la teoría).

      – Cuando vuelve a hablar de ciencia, otro disparate: dice que el que los genes determinan el fenotipo es «una falacia». ¡Si fuera así tampoco tiene sentido su teoría, que se basa en la transferencia de GENES! ¿Para qué, si los genes no hacen nada?

      – Luego, más política. Eugenesia (nada que ver con la selección natural).

      – Al cabo de más de media hora empieza a hablar del genoma y como quien no quiere la cosa dice que confirma a Lamarck (ojos como platos).

      – Ahora habla mal de los transgénicos y de las radiaciones (no faltaría más) y dice que las enfermedades genéticas no existen, que es el ambiente (ni de coña).

      – De Darwin pasa directamente a «El gen egoísta», para él no ha habido más libros de biología enmedio. Y los únicos dos son libros de divulgación, ninguno de los cuales refleja el estado actual de la biología.

      – Otra vez habla mal de los transgénicos (ni idea tiene) y que el hambre en el mundo aumenta (mentira).

      – Las bacterias son una maravilla, están en todas partes y las necesitamos (en eso tiene razón). Son todas buenas, sólo se hacen patógenas cuando las agredimos (MENTIRA PODRIDA).

      – Luego habla de los virus, que por supuesto también son buenos y sólo se hacen patógenos cuando hay un desequilibrio (que se lo digan a los del ébola). Insertan genes en el genoma (pocas veces y no todos). Los elementos trasponibles del genoma son virus (no todos).

      – El mundo está lleno de colores y todo en equilibrio y si no lo desestabilizamos los bichos no se matan entre ellos. O sí, pero con cariño.

      – Se declara paridario de la panspermia: esporas de bacterias vinieron del espacio (dudoso, pero respetable).

      – Los grandes cambios de organización animal coinciden con las grandes catástrofes ambientales que separan las eras geológicas (hace mucho que se sabe que NO; las diferentes faunas son cambios de frecuencia y variedad de taxones ya existentes).

      – Dice que las inversiones de los polos magnéticos causan cambios genéticos y aparición brusca de morfologías (no hay la menor prueba de ello).

      – Dice que los cambios de morfología se producen en una generación que «pudo tirar para ave o para mamífero» (¡Otro disparate!).

      – «Los virus no son patógenos», vuelve a decir (que se lo digan a los del ébola otra vez), y que tienen un montón de genes esperando «ser necesarios» cuando haya una catástrofe (qué fuma este señor, quiero un poco).

      – La gripe no la produce el contagio, sino el estrés (¡disparate!). Dice que los virus no se hibridan en la naturaleza (mentira) y que las nuevas cepas son virus sintéticos de laboratorio (como una cabra este hombre).

      – Las vacunas son malísimas y causan CANCER a largo plazo /1:11/ (esto ya pasa de disparatado, es CRIMINAL).

      – Da por buena la leyenda urbana de que el sida lo creó un científico rico (dos veces malo) en un laboratorio de vacunas en África (es MENTIRA, se desmiente aquí: http://www.historyofvaccines.org/es/contenido/articulos/desmitificado-el-v%C3%ADnculo-entre-la-vacuna-contra-la-polio-y-el-vih)

      – El SIDA no mata, son los antivirales los que matan (CRIMINAL otra vez).

      – Los virus son buenos y todo lo malo es culpa de lo artificial de la sociedad civilizada y las medicinas que es peor que no tomar nada (pero ahora vivimos la mayoría hasta los 80 años y antes morían más del el 20 % de los niños).

      – La culpa de todo es del darwinismo y el capitalismo que son lo mismo.

      – Las bacterias y virus destruyen la vida sólo cuando conviene.

      – Las medicinas alternativas son buenas.

      – Todos los seres vivos son igual que aptos.

      – Hay que vivir en armonía con la naturaleza (tralalá).

      – Todos los genes son buenos, son las malas compañías las que los estropean.

      – Los conspiranoicos tienen razón.

      – Cuando empiezan las clases a los alumnos les deja fotocopiar los apuntes «oficiales», y a los que quieren ir a clase les habla de «cosas más interesantes».

      Apenas he podido llegar al final del video. He ido pasando de la diversión al asombro, de ahí a la indignación y de ahí a la ALARMA. Este hombre es PELIGROSO: con su labia, mezcla cosas más o menos científicas con DISPARATES que pueden llevar a la MUERTE a millones de personas. E inexplicablemente le permiten dar clase en una UNIVERSIDAD española durante más de 15 años. No por primera vez, me avergüenzo de mi país.

      • No puedo ver el vídeo (nos bloquean youtube, ¿no será de JJBnitz?), pero gracias al acertado comentario de Epicúreo me animo a pensar que es un bodrio buenrollista nuevoerero de que comúnmente se agarran unos «vivos» para vender libros o programas (me aterra llamarlos documentales).

        Lo triste es que tales aberraciones seudocientíficas tienen gran aceptación entre un público en el que abunda el hambre por marcianitos albañiles, antivacunas y conspiraciones varias.

        Lamentable, muy lamentable en efecto. Para terminar mis felicitaciones para la autora de este artículo, iba a comenzar por agradecer por este texto, pues ha logrado transmitir un poco de la inmensa sensación de asombro continuo que Charles Darwin experimentó en las islas Galápagos, pero antes de comentar suelo revisar sus comentarios para intentar no repetirme en lo expresado acá.

        Un saludo.

  3. ola morfeo, he llegado hasta donde he llegado…
    casi una hora.
    :-)
    creo que la gente se suele situar delante o detrás de darwin en vez de ponerse tranquilamente al lado.
    rokefeller, tutankamon o el papa, pueden ser muy listos estar muy bien situados en la sociedad y en sus «rolls, mercedes o piramides», pero eso no les hace tener más éxito «darwinista» que un obrero con el cerebro»deformado» por el ambiente de pan bendito.
    y si el pobre sufre eugenesia, el rico mira la guillotina con recelo mientras que los dos van de la mano a la lucha contra el «infiel».
    el salto de lo natural a lo social o económico es impropio, tal como se plantea.
    me parece.
    hay un libro interesante de javier sampedro (deconstruyendo a darwin) que, sin salirse de darwin(:-/), pretende un poco de luz a los saltos evolutivos y a las posibles cooperativas y que sí puede animar a confraternizar un poco.

    • Por un momento pensé que «este hombre» al que se refiere Epicúreo era Ruiz Elvira.
      Ya he visto que no, que es otro Ecolojeta.

  4. María Ramiro Martín

    Morfeo: me parece muy interesante que aportes este documental. Sin duda no hay que descuidar el contexto en el que se dio El Origen de las especies de Darwin. No es solo que haya llovido mucho desde entonces, sino que por suerte la Ciencia ha seguido trabajando para refutar, complementar, ampliar o desmentir toda esta teoría. Resultaría simplista afirmar que una sola teoría puede explicar el origen y la evolución de los seres vivos, y es conveniente prestar atención a aquellos fenómenos que se escapan incluso al conocimiento del hombre, o que son fruto de alteraciones nasa ahora desconocidas, o incluso descubiertas gracias al desarrollo de la tecnología. Este artículo centra su argumento en algo primario a todo esto: en la capacidad de Darwin de empalizar con un entorno nuevo y desconocido, «mágico» por su carácter insólito (hay pocos archipiélagos de formación volcánica con riqueza similar a Galápagos, uno es Hawai, devastado por el hombre). Gracias a su aproximación a este entorno de una forma muy similar a como lo hace un artista en el terrero, pudo observar, recoger, apuntar milimétricamente y con un gran sentido poético todo lo que veía, aun cuando no tenía aún una respuesta. Este carácter me fascinó al leer «El viaje del Beagle» y me hizo recordar que también poéticamente Darwin era hijo de su tiempo, de ahí la correlación romántica.
    Espero que disfruten preguntándose y analizando esto, por ello escribimos. Gracias y bienvenidos los comentarios.

  5. Charles Darwin, a lo largo de su metódica vida y pensamiento analítico, encuentra y ordena la piedra filosofal definiendo la evolución de las especies desde un punto determinado y hacia atrás. No es una ocurrencia. Lleva años de observación. Pero las santas instituciones, así como la masonería más ocultista, no pueden subirse a esa ideal. Les desmonta sus inerciales sistemas artísticos, económicos etc. y estructurales emotivos. Pobre Darwin hoy y si levantase la cabeza, olvidado y lleno de polvo en las bibliotecas institucionales. Y gracias Epicúreo por desbrozar líos más crédulos. El creacionismo, que ahora la información más global pone en el lugar del que no debió salir nunca. La creencia. La temeridad e incertidumbre sapiens hacia las preguntas del millón. ¿Quién soy? ¿Cómo llegué? ¿Dónde iré? ¿Cuál es el origen de las especies? ¿Fue en la mar? ¿Vino de la era espacial? ¿Cuándo la química inorgánica alcanza movilidad propia? ¿Cuándo la química que autogestiona es capaz de autopensarse? . . . Grandes temas. Buena historia Sra. María Ramiro Martín.

  6. Santiago Merino

    Epicureo no puedo estar mas de acuerdo.

  7. Despues de leer los comentarios de Epicureo, no me he molestado en ver mas de 10 minutos del video.
    Y mi conclusion es que un profesor de universidad que en 2010 tiene su despacho lleno de videos VHS, no me merece la menor confianza.

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