Positiva, transpersonal, psicoanalítica, conductista, espiritual, bizantina, austrohúngara… la proliferación de escuelas psicológicas al alcance del consumidor ha experimentado un aumento espectacular en los últimos años. La paradoja consiste en que cuanta más diversidad hay, menos contribuye a sacar algo en claro. De hecho parece percibirse una especie de mala digestión de conocimiento. El batiburrillo de conceptos es abrumador, y una vez pasado por la máquina de copypastear brota esa desagradable sensación de mezclar el cortado con un bocata de chorizo. Proliferan guías de autoayuda o gurús del ramo que cogen una teoría y la utilizan como un bebé de un año usaría tu teléfono móvil: aporreándolo contra el suelo hasta dejarlo irreconocible. Un desagradable efecto colateral del alto índice de intrusismo laboral y escasa comprensión teórica por parte de un buen número de autoproclamados terapeutas y que en realidad son como mal menor amateurs bienintencionados, y en el peor de los casos, profesionales del timo. En el tenso debate entre magufos vs. científicos, que parece además interminable, uno de los movimientos más señalados con el dedo acusador del detector de chamanismo es la psicología humanista. No sin cierto motivo, puesto que los excesos de entusiasmo por la ingente cantidad de modelos y técnicas que se engloban en él —muchas de ellas de potentes efectos catárticos—, y su uso indiscriminado por gente sin la suficiente preparación han provocado unos cuantos destrozos en la salud mental de muchas personas y también en el crédito de algunas psicoterapias. Eppur si muove; para entrar en esta cuestión tomaremos un ejemplo estrella, la popular y «misteriosa» psicoterapia Gestalt. Como mejor se captará es de la mano de la biografía de su fundador, Fritz Perls. Por una parte por tratarse de un hombre polémico con un jugoso recorrido vital, y por la otra porque las teorías no salen de la nada, sino que son producto de un contexto en el cual cobran sentido. Aún diría más, porque resulta penoso que la vida y obra de auténticos genios de la psicología, conocidísimos en Europa y Estados Unidos, sea casi ignorada por estas tierras. Nada sorprendente mientras en las facultades españolas se siga venerando la bata blanca y enseñando casi exclusivamente a pasar test o las respuestas condicionadas de las ratas. Vamos allá, que san Freud Bendito nos asista a ver cómo sale este mejunje.
Friedrich Salomon Perls nació en 1893 en el seno una familia judía de clase media de Berlín. Un inicio nada original, dado que el 125% de los grandes autores salidos del psicoanálisis eran judíos germanos. Se ve que tuvo una primera infancia feliz; un chiquillo precoz con tendencia a ir por libre al que su madre le inculcó amor por el teatro. Su padre era un señor imponente de luenga barba dedicado al comercio y la masonería y que le inculcó unas cuantas raciones de palo. La tormentosa relación paterno-filial entre un señor rígido y un muchacho indomable marcaría una fase donde Perls fue expulsado de varios colegios hasta que dio con sus huesos en el Askanischer Gymnasyum, un centro humanista y liberal donde encontró su lugar en el mundo estudiando lenguas clásicas, matemáticas y artes escénicas. Por estas fechas entró de extra en el Deutsches Theatre, aprendiendo de Max Reinhardt; esta formación teatral será esencial posteriormente en su manera de entender la psicoterapia.
Después de una traumática experiencia en las trincheras del frente occidental (a pesar de haber tratado de escaquearse infructuosamente del combate), que le impuso una pausa en sus estudios de medicina, se gradúa en 1920. Fritz se encontraba en un impasse vital de aquellos de «¿qué hago con mi vida?» tan típico de cuando uno acaba la carrera: nuestro héroe estaba aquejado de lo que los alemanes llaman wanderlust y mi señora madre «culo inquieto», así que acabó haciendo un poco de todo. Se estableció como neurólogo en Berlín, donde frecuentó personajes bohemios, en especial filósofos y miembros de la Bauhaus. Inició su propio análisis con figuras tan heterodoxas como Wilhelm Reich —del que hablaremos largamente si me dejan seguir publicando aquí — y trabajó con Kurt Goldstein, psicólogo de la Gestalt.
También empezaron sus líos de faldas: desde joven se mostró inseguro, en especial con el sexo femenino, lo cual le llevó a desarrollar un pichabravismo neurótico defensivo que le traería complicaciones. La primera, una joven paciente casada que resultó ser una fiera insaciable y de la que tuvo que huir a Frankfurt. En esta etapa conoció a su esposa, Lore Posen, aka Laura Perls. En 1933 los Perls eran psicoanalistas bien establecidos en Berlín y Fritz había asimilado un montón de influencias cruciales en su creación posterior. Sin embargo aparecieron en escena los nazis, esos aguafiestas, así que el matrimonio se exilió en Sudáfrica. Allí Fritz escribió un ensayo donde defendía que toda resistencia neurótica es anal — estoooo… bueno, en fin… la terminología psicoanalítica es muy florida—, presentándolo en 1936 en un congreso internacional de psicoanálisis. La fría acogida del trabajo y la decepción que se llevó en su encuentro con un Freud enfermo y avejentado le llevaron a abandonar las filas del psicoanálisis ortodoxo y lanzarse en busca de su propio modelo. Tarea que empezó la pareja en sus años en Sudáfrica y que continuó después en los EE. UU., cuando la psicoterapia de la Gestalt cobró cuerpo. ¿Y qué es eso, se preguntarán?
Pues un palabro alemán que significa algo así como «forma», pero entendida como la totalidad más allá de la unión de las partes. Sí, es un concepto holístico —desde aquí oigo sus gritos, que lo sepan— donde el ser humano es un todo. Un organismo que tiende a la regulación (homeostasis) para poder actualizarse. Es decir, que tendemos continuamente a alcanzar el equilibrio para desde allí movernos hacia otro sitio, «desequilibrándolo» de nuevo. Esto se consigue construyéndonos el mundo como una Gestalt: lo que no sabemos, lo completamos en un panorama global donde hay una figura (nuestra necesidad) destacando del fondo. Una vez identificada tendemos a satisfacerla, momento en que pasa al fondo y aparece otra figura, otra necesidad y así hasta el infinito y más allá. Cuando no somos capaces de completar una Gestalt, el ciclo se interrumpe y aparece el malestar (la neurosis). La psicoterapia gestáltica trata de situarnos en «el aquí y el ahora» para encontrar aquello que estamos evitando o pasando por alto y que nos impide seguir este ciclo. Por ello Perls lo llamaba «la filosofía de lo obvio»; atendiendo a la experiencia presente, podemos «darnos cuenta» de qué está ocurriendo. Para ello concibió un montón de ingeniosas técnicas, muchas de ellas inspiradas en teatro, danza, dibujo y por supuesto la palabra, para movilizar esas partes bloqueadas o dispersas. ¿No lo entienden? Pues prueben a resumir un modelo psicoterapéutico en un párrafo, listillos. Seguro que la famosa foto gestáltica adjunta al pie les suena y quizá resuma mejor la cuestión figura-fondo.
Creo firmemente que el encanto de la Gestalt y su eficacia psicoterapéutica reside precisamente en sus fuentes de inspiración: si la psicología es una ciencia, la concibo más cercana a una suerte de filosofía aplicada que a medicina o física. Pero claro, supone asimilar conceptos de filosofía, y ahí con la Iglesia hemos topado. En cuanto al psicoanálisis, se le pueden hacer muchas críticas, pero no encuentro una más estéril que acusarlo de no ser científico. Se trata efectivamente de una herramienta simbólica y arbitraria —eso sí, basada en trabajo de campo—, pero también lo es el inglés y a nadie se le ocurre desacreditarlo por acientífico: la utilidad de ambas construcciones es indudable. Luego hay quien lo habla bien y quien lo destroza. El teatro, la danza o la pintura, tan queridos por Perls, dotan a la Gestalt de una dimensión terapéutica que va más allá de la palabra.
Ante la involución sudafricana hacia el apartheid, los Perls se mudaron a Nueva York. De nuevo frecuentaron personalidades fascinantes y nada convencionales para la sociedad de su época. Como Paul Goodman, otro genio intelectual abiertamente bisexual (cosa nada fácil en 1946), cofundador del Instituto Gestalt neoyorquino. A partir de aquí el «trabajo» del matrimonio se divide: su relación es digna de estudio, una curiosa simbiosis que a la larga derivó en tensión permanente. Fritz era el alma libre que iba y venía tomando de aquí y allá lo que le parecía que podía integrar en sus reflexiones, cosa que se le daba fantásticamente bien dada su extraordinaria agudeza e intuición, aunque se preocupaba muy poco por las cuestiones teóricas profundas. Estas quedaron para Laura y el resto de colegas, por lo que no hay que ser un genio para imaginar que los roces aumentaron, si además le unimos las continuas infidelidades y las prolongadas ausencias. Sea como fuere, justo es reconocer que la psicoterapia Gestalt es más bien una obra conjunta y no solo de Fritz.
Este recorría mientras tanto todo el país, dando conferencias, cursos y talleres, trabajando en centros psiquiátricos y hospitales, dando a conocer su modelo e incorporando hallazgos interesantes. En Cleveland acabó agrupándose un importante núcleo de gestaltistas alrededor suyo. En Miami conoció a Marty, otra mujer casada, treinta años más joven que él, a la que tomó como paciente y amante (por favor, no intenten hacer esto en su consulta…) y con la que compartió sus experiencias con el LSD, del que no consiguió la visión trascendente que esperaba. En Los Ángeles encontró también muy buena acogida, y allí se formó el tercer y quizá más importante foco de la Gestalt.
Fue precisamente en California donde el gitano, como le gustaba llamarse, acabó encontrando un hogar. Tras volver de un viaje por el mundo, con parada en Japón (donde aprendió los principios del zen en el monasterio Daitokuji de Kioto) e Israel (profundizando en el arte y el LSD), se incorporó al mítico Instituto Esalen en 1962. La filosofía del centro estaba en conexión con la psicoterapia Gestalt y especialmente con su época: la reprimida sociedad norteamericana se estaba lanzando vertiginosamente hacia un periodo de liberación contracultural que coincide con los movimientos sociales, el amor libre, el feminismo, el hedonismo y las drogas recreativas. Aunque pueda parecer una especie de comuna hippy no lo era en realidad: grandes figuras de diferentes disciplinas eran invitadas a dar charlas, cursos y conferencias, en lo que hoy llamaríamos think tank del humanismo. Eso sí, podías ir en pelota picada si te apetecía. Aldous Huxley, Abraham Maslow, Linus Pauling, Claudio Naranjo, Susan Sontag… una lista interminable de ilustres creadores pasaron por Esalen.
Fritz recuperó aquí las energías, y a sus casi setenta años estaba en su plenitud personal —y sexual—, convirtiéndose en el alma del Instituto. Rodeado de compañía femenina y mostrando todo su genio desconcertante, es difícil no imaginárselo como el Jubal Harshaw de Forastero en tierra extraña, la también contracultural novela de Robert Heinlein, proféticamente escrita en 1961. Era un hombre profundamente humano, y como tal, controvertido y ambiguo. Existía en él un deseo de reconocimiento casi infantil y una desesperada búsqueda de amor auténtico, que fue incapaz de fijar en una sola persona. No llevaba bien la relación con gente competitiva (le hacían sentir menos) ni con la dependiente (que le colocaban en situación de más). Era intenso en sus reacciones y descuidado para las cosas mundanas, lo que le valió varias expulsiones de los hogares donde se alojó. Podía ser muy afectuoso y muy hosco. Quienes lo conocieron lo amaban o lo odiaban: cuando Fritz detectaba en los demás aquello que rechazaba en sí mismo, podía ser muy cruel señalándolo. Y era increíblemente rápido detectando. Le gustaba especialmente adoptar el papel de bufón, y ejercía de «tocapelotas» reventando conferencias si el ponente le parecía fatuo o hipócrita. Una de sus víctimas favoritas —a quien definía como «un nazi bañado en azúcar»— era Abraham Maslow, del que no soportaba su seriedad; en una de sus ponencias Fritz se echó al suelo reptando sobre la barriga y otras payasadas similares. Hay miles de anécdotas relacionadas con su incorrección: con ocasión de una invitación a una fiesta hollywoodiense, Natalie Wood le contó su vida, sueño incluido —una especialidad de la Gestalt—. Como toda respuesta encontró un «Eres una chiquilla mal enseñada que solo piensa en sí misma».
En terapia perdía su inseguridad, pero no su autenticidad. Si alguno de ustedes tiene media hora libre y es fan de In Treatment o Mad Men, en este vídeo podrán verle mostrando por qué decía de sí mismo que era «50% hijo de Dios y 50% hijo de puta». La manera en la que confronta a la paciente sacándola de su posición victimista histriónica y conectándola con su parte más auténtica sin que se le escape de las manos está al alcance de muy pocos.
En los últimos años, sin embargo, Fritz empezó a disgustarse con la forma en que algunos practicaban la psicoterapia Gestalt. Se quejó amargamente de los milagreros que buscaban un insight instantáneo; para él, no se trataba de provocar un terremoto emocional a la persona y dejarla abandonada, sino de una labor de consolidar ese «darse cuenta» de lo obvio hacia una mayor autonomía. Se retiró a Canadá, donde fundó otra colonia gestáltica y tras un viaje a Europa, falleció en 1970. Sus funerales —porque fueron dos— son toda una metáfora de su vida y obra. En el de Nueva York, Goodman le criticó en su panegírico, señalando que había mejores gestaltistas que él. Dos semanas después, en California, más de mil doscientos seguidores —una muchedumbre en tiempos pre-Facebook— bailaron en su despedida tal como él dispuso. Su familia no le lloró, precisamente.
En sintonía con esta ambivalencia, aún hoy hay quienes consideran la terapia Gestalt una secta peligrosa y quienes un camino de iluminación; en realidad no es ni lo uno ni lo otro. Se trata de un modelo terapéutico que destaca por su creatividad y flexibilidad (es fácilmente compatible con otros modelos de mayor carga teórica), que además trabaja en planos tradicionalmente relegados como el de la emoción o el corporal y muy enfocado en la particularidad de cada individuo.
Pero para manejarlo es imprescindible un profundo respeto por la persona, capacidad empática, mucha paciencia y una amplia formación. Así que ya sabe; si su «terapeuta Gestalt» gusta de provocarle fuertes reacciones emocionales, como si le disparasen con un trabuco de perdigones, y le deja irse así a casa, o hace cosas extrañas que no van con usted, si se siente confuso, incómodo o desamparado… cambie de terapeuta.
Me quito el sombrero con el párrafo de explicación de la Guestalt. He tenido profesores que en toda una asignatura no se han explicado tan bien. Genial artículo! Espero que, como dice, le dejen seguir escribiendo sobre esto.
Ostras, pues muchas gracias. Es muy difícil intentar condensarlo todo y esperar que al menos se te entienda algo…sintetizar es una de las actividades más complicadas cuando te pones a darle a la tecla. Además, aunque parezca que hay poca teoría detrás, las psicoterapias humanistas tienen bastante miga.
Buen artículo; me quedo con ganas de más, quizás una segunda parte en la que se ahondara en cómo funciona la terapia exactamente (aunque el vídeo es muy ilustrativo).
La verdad es que la terapia funciona en líneas generales como se comenta en el artículo; acompañas a la persona en ese proceso de «darse cuenta». Las técnicas son centenares, se usa el dibujo, la música, se teatraliza, se toman elementos como cojines, objetos … pero todo tiene un motivo; es muy importante que el terapeuta sepa qué está haciendo y para qué, y que esté preparado para «sostener» a la persona en los momentos en que se asoma a aquello que no quería ver. En el vídeo Perls usa la palabra, aunque está muy pendiente de la expresión corporal de Gloria, el psicoterapeuta ha de fijarse en estas cosas, más que para interpretar, a ver qué significa para cada persona.
Yo soy terapeuta gestalt y entiendo perfectamente esta frase «no se trataba de provocar un terremoto emocional a la persona y dejarla abandonada,» que es lo que practica muchísima gente. De ahí a que surjan cada vez más chamanes gestalticos que dejan en mal lugar la profesión.
Para profundizar en Gestalt, es interesante ver las dos escuelas, la de Fritz (costa oeste) y la de Laura (costa este)
Los cursos estos de un día o dos son quizá los más peligrosos, me gusta pensar que por inconsciencia más que por mala fe. También es cierto que hay tendencia a «arreglar lo mío deprisa», y si se junta con «mira qué magia sé hacer», el resultado puede ser catastrófico.
Sí, tienes razón. Conocer las diferentes escuelas Gestalt (Nueva york, Cleveland, California) es un bonito ejercicio para acercarse a esta corriente. Además la Gestalt es como una buena camisa, que va bien con casi todo.
Bravo¡ y muy de acuerdo en lo poquito que se conocen algunas mentes maravillosas, mientras que el negocio de la ayuda bienintencionada o hábilmente organizada hace “caja” y resulta tan atractiva para muchos. Otro ejemplo (poco conocido) en el que estaba pensando mientras leía es el de Bateson (Gregory) y creo que por ese olvido llevamos muchos años de retraso en la enseñanza de buenos terapeutas. …Y no soy terapeuta, sino pedagoga, interesada en los procesos de aprendizaje y de cambio.
Interesante y refrescante, gracias.
Bateson, Allport, Rogers, Reich, Jung, Adler, Fromm…la lista es muy larga. Es una lástima, ciertamente.
Me encanta!! Claro y profundo. El último párrafo es sencillamente genial. Te felicito por la excelente redacción, la mezcla entre la profundidad y la comicidad. Excelentísimos dos últimos parráfos. Que gustazo encontrar tan buen criterio.
Por artículos como este me gusta leer Jot Down. Enhorabuena
Comencé a leerlo temiéndome el ladrillazo que iban a darme en todo lo alto… y lo he terminado deseando más.
Gracias por este acercamiento. Esperando más.
Muy bueno, como siempre. Solo espero poder disfrutar más veces con tus artículos (Aquí un fiel seguidor de «Barcos sin Honra») y que te dejen darle de vez en cuando a la historia que, si te soy sincero, me mola bastante más. Mucha suerte!
No te preocupes, que la idea es esa. En principio me dejan manga ancha, pero me concentraré en mis pasiones principales, yo soy fiel a las dos.
Si realmente queremos que se deje de criticar la falta de rigor científico dejémonos de quejas y de victimismos y empecemos a presentar resultados, grupo control y grupo experimental, es bastante más operativo. Y efectivo. Y se puede hacer en cualquier orientación.
Me ha encantado el articulo, no me considero un chaman aunque tampoco soy profesional de esto, pero si un aficionado humilde y atento , fascinado por el darsecuenta :) y por Perls en cierta medida.
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felicidades muy bienredactado y explicado mejor licado mrjor imposible
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