Recuerdo cuando la vi por primera vez en el cine y recuerdo las mil o dos mil veces que la vi luego gracias a una copia pirata que había en casa y que llegó poco después de que la película se estrenara en España. Mejor no diré cómo ni gracias a quién, pero eso, la cinta Beta con E.T. en inglés y sin subtítulos, era entonces un exotismo, una rareza, casi una cosa marciana e impensable. Recuerdo las lágrimas cuando moría el bicho y recuerdo la emoción posterior cuando, por arte de magia, ese mismo bicho resucitaba, las bicicletas salían volando por el bosque y una panda de adolescentes, o preadolescentes, burlaban a la CIA, al FBI, a la NASA y a cualquiera que se les pusiera por delante para salvar a su amiguito del espacio. Todo parecía perfecto y tranquilizador. La bondad existía —incluso entre los malvados hombres del Gobierno de Estados Unidos—, la amistad podía triunfar sobre cualquier obstáculo y el concepto de la muerte era tan flexible como un chicle de fresa.
Cuenta Wikipedia que la princesa Diana también lloró al verla, y que otras dos bellísimas personas —o, bueno, quizá simplemente personas—, Nancy y Ronald Reagan, quedaron profundamente conmovidos después de un pase privado en la Casa Blanca que Spielberg organizó para ellos. Sí, E.T. es una gran película, batió todos los récords de taquilla y marcó a una o a varias generaciones, aunque no sé muy bien en qué sentido.
Vista ahora, incluso resulta profética, y tal vez sea eso lo más interesante. En E.T. había un ser de otra galaxia que llegaba a la tierra en una suerte de expedición pacífica para descubrir nuestro planeta y luego estábamos nosotros, ciudadanos españoles de principios de los ochenta, que nos asomábamos a lo que iba a ser nuestro futuro. Me refiero a un estilo de vida que entonces resultaba muy, muy lejano pero que acabaría imponiéndose. Los chalecitos de clase media, las urbanizaciones del extrarradio, las pizzas a domicilio, las familias desestructuradas y sin la menor autoridad sobre sus hijos como garantía de diversión adolescente, las Nike de Elliot, las bicicletas de BMX, las neveras llenas de productos precocinados, los juguetes electrónicos, la televisión que emitía también por las mañanas, el Audi aparcado en la puerta, los golden retriever, las sudaderas con capucha, los gigantescos armarios llenos de cosas —todo tipo de cosas—, las camisas de leñador, Halloween, los plumíferos, los muñequitos de La guerra de las galaxias y el jardín —oh, el jardín— que hasta tenía un cobertizo o especie de caseta para que el bicho se escondiera dentro. Ninguna de estas cosas era muy habitual en la España de 1982, la de Naranjito y un Felipe González con chaqueta de pana que acababa de llegar a la Moncloa, y yo creo que nuestra fascinación, más que por el bicho y el dedito que se le encendía, era por ese universo que la película desplegaba ante nosotros casi como si fuera un escaparate. De hecho, siempre se ha considerado E.T. como un paradigma de eso que llaman product placement. O sea, un tipo de publicidad que consiste en llenar una escena o toda la cinta con distintos objetos que tengan la marca bien visible, desde las ya mencionadas Nike que llevan los tres hermanos, hasta los caramelitos con los que Elliot atrae al bicho. En un principio, iban a ser M&M’s pero como la empresa en cuestión no quiso pagar, fueron sustituidos por Reese’s Pieces, una marca que acababa de salir al mercado y que comprobó de golpe y entusiasmada hasta qué punto era eficaz este tipo de promoción.
Y ahí en medio estábamos nosotros, todos nosotros, a finales de 1982 asomándonos a ese gran centro comercial o supermercado en el que acabarían convirtiéndose nuestras vidas. Queríamos, de alguna manera, participar en la gran fiesta que estaba a punto de llegar a España, y queríamos, por supuesto, emborracharnos como Elliot en la célebre escena en la que primero libera a las ranas que van a ser sacrificadas y después besa a la futura playmate y vigilante de la playa Erika Eleniak.
Aunque E.T. tiene también mucho de pesadilla, lo que hace que el asunto se vuelva aún más interesante y potencia, quizá, su valor profético sobre nuestras vidas. La tentación del mal rollo estuvo ahí desde el principio. Al parecer, la idea inicial era contar la historia de una familia que se veía asediada por un grupo de marcianos cabrones. Uno de ellos, el único bueno, acababa entablando amistad con el niño autista de la casa. Spielberg se quedó con esta anécdota para E.T. y utilizó el resto en una película que rodó de forma simultánea, en esa misma urbanización y esas mismas calles. Se llamó Poltergeist y aunque su director oficial fue Tobe Hooper (el de La matanza de Texas), muchos de los que andaban por allí (técnicos, actores, etc.) aseguran que era Spielberg el que tomaba gran parte de las decisiones, además de producirla y haber escrito el guión.
Parece imposible no pensar en la influencia de una película sobre la otra y en la infinidad de cables e ideas que se debieron cruzar durante esos meses en la cabeza de Spielberg. Una contaminación o un trasvase de elementos siniestros de Poltergeist a E.T. que está presente ya desde el arranque de la historia, un principio que entonces daba muchísimo miedo y aún ahora te deja muy mal cuerpo. Me refiero a ese momento en el que el pobre bicho corre por el bosque de noche, chilla, grita, huye de los malos y finalmente ve como se largan los suyos dejándole en tierra. O si no, esa otra imagen tan brutal, desoladora, de E.T. agonizando en el riachuelo. Su carne ya no es verde ni marrón, sino rosada o blanquecina, y parece más bien la de un pollo caducado o un salmonete que ha empezado a corromperse. O esos rifles y pistolas con las que los hombres del Gobierno amenazaban a los chavales en la célebre escena de la bicicletas. En 2002, cuando la película celebró su veinte aniversario y se volvió a estrenar, Spielberg se gastó cien mil dólares para suprimir digitalmente unas armas que, de pronto, le debieron parecer demasiado agresivas.
Incluso una vez acababa la película y convertida en ese éxito apoteósico que fue, siguió la tentación del mal rollo y estuvieron a punto de rodar una secuela, llamada E.T. 2: Miedos nocturnos, en la que los alienígenas volvían a la tierra, otros alienígenas distintos, para secuestrar a Elliot y a sus colegas. Quizá Spielberg no se sentía del todo a gusto, quizá intuía o era muy consciente de que nos había escamoteado una parte sustancial de la historia. Ese factor profético o de pesadilla que, enterrado bajo el cuento de hadas y el escaparate, o bajo esa falsa utopía de extrarradio, pugnaba por salir a la luz.
¿Intentaba Spielberg avisarnos de algo? Nunca lo sabremos porque la secuela no llegó a rodarse. Pero la espinita del mal rollo y de la pesadilla, quizá incluso de la venganza y el castigo contra ese mundo aparentemente idílico y contra su público, se le quedó muy dentro. De hecho, la siguiente película en la que trabajó como productor fue Gremlins, en la que el bicho dulce y adorable, aunque esta vez peludo, acababa desencadenando el caos y la destrucción en un pueblecito que se prepara para celebrar la Navidad.
El Spielberg director, en cambio, volcó todos sus esfuerzos en una de sus películas más oscuras, Indiana Jones y el templo maldito, la de los sacrificios humanos, los niños convertidos en esclavos y las cabezas de mono servidas como cena. Una revista americana acusó incluso a la cinta de traumatizar a los chavales y la definió de «maltrato infantil».
No sería la primera ni la última vez que Spielberg iba a recibir críticas semejantes. Quizá, dicen algunos, el amigo de los niños sea en realidad un sádico, alguien que disfruta poniéndoles en la situaciones más chungas y terrible. En sus películas, queremos decir. O sea, un poco lo mismo que hacía Hitchcock con las mujeres pero en su caso con los pequeñines. La idea, por supuesto, es preciosa, extraordinaria, fascinante. Dejó aquí un enlace por si alguien quiere rastrearla.
En la película cerca del final es la casa entera la que parece estar en una UVI, es Spielberg divorciado que estaba expurgando su trauma personal.
… y el Dungeons & Dragons como muestra del horror que se cernía sobre nuestros tiernos infantes, cuya voluntad anulada los condenaba a ser todos psicópatas asesinos al albur de Antena3.
Desconocía el grado de interferencia que Spielberg tuvo en Poltergeist. Me parece muy interesante además el paralelismo que el autor sugiere entre ambas películas. Y además me alegra porque siempre he pensado en Poltergeist como una metáfora bastante más desasosegante y chunga que los espíritus que se manifiestan en televisores y las leyendas negras de actores que mueren, ya que eso se lo dejamos a Iker Jiménez. Poltergeist habla del Terror con mayúsculas. Del exterminio, del olvido, de la dominación del hombre por el hombre. Del bienestar de los unos debido a la miseria de los otros…
Claro que Poltergeist es una obra de ficción donde «se hace justicia». En la vida real nadie pide cuentas. Nadie nos visitará para recordarnos que hemos edificado nuestra supuesta felicidad encima de un cementerio indio.
O quizá sí.
toda la razón del mundo… siempre he pensado que E.T. es una película sobre la clase media suburbial americana… no de género fantástico paradójicamente, sino una suerte de neorealismo VHS… muy vacío, muy ochentero… eso sí, funciona a tope…
ET fue la primera película que vi pirata. En castellano y en calidad CAM, como se llamaría ahora. El dueño del videoclub donde íbamos a hacer los cambios (si, antes las peliculas se cambiaban, no se alquilaban), había ido al cine con una cámara VHS de la época (menudo matracazo sería), la grabó y la puso a disposición del público.
Poltergeist tiene para mí momentos de ese tipo de belleza que da miedo. Me refiero por ejemplo a esa escena en la que unos espíritus bajan por la escalera.
El director de tiburón fue más explícito todavía en Encuentros en la tercera fase donde los marcianos antes de lanzar mensajes de fraternidad hacia la humanidad, se los presentaba como una pesadilla y una amenaza real. Recordemos el momento en el que el niño es raptado de los brazos de su madre tras un asedio implacable a su hogar.
La luna llena azul también aparecía en Inteligencia Artificial, pero con motivos mucho más siniestros.
Y bueno, no se pierdan los libros sobre Spielberg de Sánchez-Escalonilla. Allí trata similitudes temáticas entre ET y Poltergeist; mi favorita es la del armario empotrado como sucursal de la fantasía.
A mi la historia de alienígenas malos que llegan a un pueblo y uno de ellos es amigo de los humanos me recuerda más al argumento de Gremlins (también de la factoría Spielberg) que a Polstergeist
Han pasado tantos años que en mi mente se entremezclan las tres películas como si fuera una sola. Y añadiría «Aterriza como puedas» (que, por cierto, arranca con los acordes de «Tiburón») como la peli que van a ver los protas al mismo autocine de «Regreso al futuro». Algo así le ha debido pasar al productor de «Superman vs. Batman», aunque ya ocurrió con «Alien vs. Predator». ¡Cosas de la memoria!
Pues a mi como niño que fui en su momento me encantó, y ahora como padre que soy y la veo con mi hijo me vienen recuerdos fantásticos, me emociona solo pensarlo.
Si en el artículo mencionas que Spielberg dirigió en la sombra Poltergeist, también influyó en Gremlins.
Hizo que Joe Dante suprimiera las escenas más violentas de la película. De modo que no vimos como los Gremlins , en versión monstruosa, decapitaban a la madre del protagonista y acuchillaban al perro.
Me llama la atención lo de las armas de fuego retocadas. Y lo de Spielberg como un sádico que en el fondo disfrutaría asustando a los niños. Lo que es indudable es que las pelis entonces no eran tan sobreprotectoras con la infancia: la enfermedad y muerte de ET, los malos, la escena de la UVI. No se tenía a los niños entre algodones, la maldad, la vida y la muerte existían y no se ocultaban
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