En Cuba, aquellos eran unos años muy politizados, había surgido la confrontación con Estados Unidos y todo se comparaba con lo que había allí. Teníamos el edificio Focsa, que tenía que ser más alto que el Empire State, lo que no es verdad. Teníamos al boxeador Teófilo Stevenson, que tenía que ser mejor que Muhammad Alí. Lo hacíamos de forma inconsciente. Y en este caso, Los Zafiros eran los Platters cubanos. O más aún, los Beatles de Cuba. (Zoe Armenteros, periodista).
Mi parte favorita del retrato del Nueva York de los setenta que realiza Luc Sante en Mata a tus ídolos es cuando recuerda las noches de verano en las que los travestis que se prostituían bajo su ventana se juntaban a cantar doo–wop en una esquina. No era difícil imaginárselos, decía, veinte años atrás, con su esmoquin y su bigote finito en el catálogo de alguna discográfica de grupos vocales. El doo-wop fue una música popular, de la calle. No hacían falta instrumentos, solo ganas. En un tiempo en Estados Unidos había un grupo de doo-wop en cada esquina. Quizá el fenómeno pueda ser equiparable al del rap o el hip-hop. También, mucho he aprendido fumando cartones y cartones de tabaco disfrutando el blog mallorquín White Doo-wop Collector’. Los blancos, bien. Si tienen apellidos italianos, mejor. Pero ojo, cuando se cuelan por ahí hispanos, —emigrantes mexicanos, dominicanos o puertorriqueños, o sus hijos—, la cosa sube enteros. Un ejemplo, Tony Valla and The Alamos, de Detroit. Dos de sus miembros se apellidan Maldonado y el resultado es que en su single de 1961 se les deslizó esta joyita en español, «María Christina», composición del gran cubano Ñico Saquito:
En esta línea, hace unos años me habían recomendado a Los Zafiros, doo-wop cubano y en español, por supuesto. Un grupo que hizo su carrera en la convulsa Cuba de la revolución, unos tíos que vendían un producto estadounidense en la Cuba de la crisis de los misiles. Del interés inicial que me despertaron, pronto pasaron a convertirse en una obsesión y es por ello que merecen su entrada en «Busco en la basura algo mejor».
Zoe Armenteros, periodista cubana afincada en Madrid, me explica que Los Zafiros fueron como una válvula de escape para mucha gente en los primeros años de la revolución. Era una época de cantos patrióticos, de consignas comunistas y también de incertidumbre. «El cubano necesitaba olvidarse de la presión política», comenta.
«Hay que contextualizarlos dentro del movimiento filin de los boleros, del ligue, del amor. Los Zafiros estaban vinculados a la vida nocturna de La Habana, los clubes, al cabaret, se convirtieron en un refugio del ambiente de lucha impuesto por la revolución que se vivía durante el día. La gente necesitaba respirar algo que no fuera solo heroísmo y patria, y el amor y el desamor siempre es bueno para eso».
Cuenta Zoe que venían de Cayo Hueso, un barrio marginal. El grupo surgió en la calle, no estaba cocinado, por eso toda la Habana les tenía un cariño especial. «Eran muy populares, pero todo lo que tenía que ver con el movimiento filin estaba asociado al capitalismo. Al principio, el régimen no acabó con ellos, pero tampoco podemos decir que los aupara. Se promovió la Nueva Trova, a los que hablaban de la revolución y le cantaban a la patria. Hay que mencionar que Los Zafiros nunca le dedicaron una canción a estos temas, algo que todos los artistas terminaban haciendo tarde o temprano».
Inicialmente iban a llamarse Los Fakires, pero en un ataque de lucidez se dieron cuenta de que era absurdo que en un país tropical cuatro mulatos aparecieran con turbantes. Uno des sus miembros, Miguel Cancio, «Miguelito» contó que el nombre tiene su origen, cómo no, en una noche de borrachera en 1957. Venía él de sus «andanzas nocturnas» después de actuar en el Hotel Riviera con el cuarteto de Facundo Rivero —ojo a las chaquetas— cuando en una esquina se le acercó un hombre completamente borracho que le ofreció su sortija por veinticinco pesos. Le pareció un precio tan barato que se la compró en el acto, era un zafiro y el azul era su color favorito. Mirándola, años más tarde se le ocurrió el nombre para su nuevo grupo: Los Zafiros. Échenles un vistazo y una oreja.
Doo-wop, ritmos afrocubanos y puesta en escena prototípica de Motown con esos bailes dando pasitos como los Temptations o los Miracles. Todo en La Habana de los sesenta, una ciudad de, en sus propias palabras, «noches de trasnochar y trasnochar sin límite».
Eran de orígenes dispares, uno venía de un taller mecánico, otro de una barbería, otro de tocar por los bares y pasar un plato. Se fueron a vivir juntos al mismo edificio y no tardó en empezar la leyenda. Aunque no eran, en absoluto, pioneros. En Cuba ya tenían desde los cincuenta combos rockeros, Los Armónicos, Los Llopis, Los Diablos Melódicos y hasta un teen idol a lo Ricky Nelson, Luis Bravo.
Una película soviética, Soy Cuba, da cuenta del ambiente rockero que había en La Habana aquellos años. La filmó el director georgiano Mijal Kalatozov. Así lo revive Rosa Marquetti en un artículo en Cuba Contemporánea:
Había un movimiento de rock muy fuerte encabezado por Luisito Bravo. En la noche rockanrolera en La Habana los que brillaban eran Luis Bravo —que tenía su cuartel general en el Cabaret Nacional en Prado y Neptuno—, Raúl Gómez y Los Astros y Los Diablos Melódicos, que capitalizaban la atención de su fanaticada en el Olokkú, principalmente. Los Diablos Melódicos hacían uno de los dos shows nocturnos cerca de las doce de la noche; recorrían después la corta distancia hasta Le Mans, y allí hacían el espectáculo de después de la medianoche, alternando con cantantes y bailarines.
En una de esas noches calurosas deben haberlos descubierto los hacedores de Soy Cuba. Hoy puedo imaginar lo que deben haber experimentado Mijail Kalatozov, Serguei Urusevski, Evgueni Evtushenko y el resto del equipo soviético de realización cuando llegaron por primera vez a La Habana de 1963, procedentes de aquel Moscú que, ya sabemos, no creía en lágrimas e intentaba a duras penas, en medio de un largo período posbélico, desembarazarse de los traumas mutilantes y devastadores legados por un pasado demasiado inmediato para haber transcurrido del todo.
Los imagino transitando de la incredulidad a la sorpresa, espectadores privilegiados de los primeros años de una revolución social, sí, pero en el Trópico —¡lo nunca visto!—; es decir, una revolución de himnos y marchas, pero también —¡qué suerte!— con mambo, rumba, chachachá, jazz y rock, como música de fondo.
Toda esta escena sirvió para impulsar a Los Zafiros, que sería el grupo definitivo de la época, el que llegó a lo más alto hasta convertirse en la competencia en la isla de los Beatles y los Rolling Stones. Sonaban en todas las radios y estuvieron ocho semanas en el número uno. Las placas de acetato desaparecieron del mercado por la demanda que tuvo su primer LP.
Y por supuesto, les gustaba la jarana igual que a las estrellas del mundo capitalista. Cuenta una de sus bailarinas: «Eran muy fiesteros, bebían mucho, eran muy mujeriegos, las bailarinas éramos muy amigas de sus mujeres y… de sus novias». Donde actuaban en la isla era siempre lleno total. Tenían que salir por las puertas traseras porque las fans les perseguían hasta el camerino con tijeras para cortarles mechones de pelo.
Llegaron a hacer una gira europea. Viajaban junto a otros artistas cubanos promocionando la cultura de la isla en el llamado Grand Music Hall de Cuba. En el Olympia de París, les pidieron bises hasta reventarlos y en el aplauso final de once minutos que les dedicaron, los miembros del grupo se echaron a llorar de la emoción. Unos meses antes, en ese mismo escenario habían tocado los Beatles. Era el mismo público el que ahora se desvivía por ellos.
En el hotel, sin embargo, les esperaba la tentación. Dicen que Berry Gordy les puso delante un cheque en blanco por escapar a Estados Unidos y firmar con Motown. No aceptaron. Su respuesta fue, cuentan: «Nosotros pertenecemos a Cuba».
Siguieron con su gira rumbo a Moscú, Polonia y Alemania del Este. En la capital soviética, le tocaban la garganta al solista Ignacio Elejalde a ver si es que tenía algo dentro, contó El Chino años después en TV en visible estado de embriaguez. Pasados cincuenta años, Manuel Galbán, en el documental Music from the Edge of time, todavía presume de haber salido noventa y tres veces de Cuba para representar la cultura de su país.
En este sentido, Zoe subraya: «En esos años posteriores al triunfo de Fidel Castro era habitual que los artistas «no elegidos» se fueran de Cuba a Estados Unidos. Los Zafiros se quedaron en Cuba. Solo se marchó Cancio muchos años después y porque tenía a sus hijos en Miami».
En consecuencia, permanecieron desconocidos en Estados Unidos. Y la barrera política sobrevivió al fin de la guerra fría. En 1998, cuando se estrenó en Miami la película Los Zafiros, Locura azul, el biopic del grupo filmado por Hugo Cancio, hijo de Miguelito, unas docenas de manifestantes insultaron en la puerta del cine a las setecientas personas que asistieron a la premiere.
Al final, el grupo se fue al garete como todos los buenos grupos de rock and roll, por indisciplina y autodestrucción, pero también por algo más. Gabán ha reconocido que no estaban preparados para el éxito, como suele ser habitual. Pero es que, además, desde su país se inició una campaña de desprestigio y les crearon una mala reputación que no se correspondía con la realidad. Perdieron todos los contratos y giras por el extranjero. Un grupo con un estilo genuinamente estadounidense ya no tenía cabida en la «nueva cultura nacional» que promovía el Gobierno cubano. Llegó el veto.
Cancio lo explicó años más tarde en televisión: «Llegaron a decir que Los Zafiros consumían droga. Jamás. Que bebían… ¡yo también! Yo he sido bebedor. Y me pongo una botella de whisky cada vez que puedo. Eso no es un delito ni está prohibido. ¿Alcohólicos? Está bien. Pero desgraciadamente. Y vamos a ver qué nos llevó a eso, porque todos somos personas y razonamos». No hace falta explicar las alusiones.
Desaparecieron de la televisión y de la radio. Cayeron en el ostracismo absoluto a pesar de seguir trabajando en nuevas canciones. Desde fuera se seguían solicitando sus actuaciones, en París, Italia, España… pero en su país no les hacían llegar las ofertas. La lenta decadencia llegó hasta 1975 que tiraron la toalla.
El primero en morir fue Ignacio, de una hermorragia cerebral cuando solo tenía treinta y siete años. Era 1981. Pese a haber sido silenciados, en su funeral, cuando trasladaban el cuerpo al cementerio en el coche, los trabajadores salían de las fábricas y se quitaban la gorra a su paso. Miguelito lo recuerda como una de las escenas más emocionantes de su vida.
Kike se fue en 1983 a causa de una cirrosis hepática. Murió en el salón de su casa viendo la televisión. Y el Chino murió en 1995 después de haber relanzado el grupo en 1987 como Los Nuevos Zafiros, una aventura que duró tres años. La del Chino fue la desaparición más trágica porque se produjo tras un profundo deterioro físico a causa del alcoholismo. Sus últimas apariciones en televisión fueron muy tristes. En una entrevista se inventó que coincidió con los Beatles en París. Fabulaba su encuentro con Lennon y luego, graciosamente, la anécdota fue reproducida en el New York Times, que se la tragó enterita.
«Odiaba verlos de la forma que eran al final. Yo pienso sobre ellos… las cosas que hicieron y dijeron; ellos nunca maduraron, eran como muchachos, pero tenían un buen corazón. Nacieron para cantar. Solo que no sabían cómo vivir», dijo Gabán años más tarde, antes de fallecer en La Habana con ochenta años en 2011. Aunque la prensa de todo el mundo dio la noticia haciendo mención a que era «el guitarrista de Buena Vista Social Club», pues trabajó con prácticamente todos sus artistas, y fue el elegido por Ry Cooder en 2003 para grabar Mambo Sinuendo.
A día de hoy, escuchar las canciones del LP de Los Zafiros Bossa Cubana, esas voces almibaradas, ese buen gusto, esa alegría, la fusión de estilos hasta entonces imposible, es una auténtica gozada. Pero, sobre todo, confirma la sensación de que de todos los géneros de la música popular del siglo XX, el doo-wop es el único que es irrepetible.
Así que el doo-woop era cosa de blancos italianos a poder ser… Bueno, a lo mejor es que aquí nadie se acuerda de The Marcels y su alucinante versión de «Blue Moon» de 1961, por poner un solo ejemplo. Por ese tiempo, en España nadie conocía a Los Zafiros y sí mucho, en cambio, a Los Llopis que personalmente considero tenían y tienen mucha más gracia. ¿Para cuándo un recordatorio de estos fantásticos chicos?
Es Lizzie, no Lizzy…
¿Qué pasa, que me persigues o qué…? Repito que eso es en la serie, pero mi nick es «Solo mira las flores, LIZZY» y asunto zanjado.
Pingback: Los Zafiros, los «Jersey Boys» de la Cuba revolucionaria
Y con géneros irrepetibles lo que conseguimos normalmente son escenas inigualables.
https://www.youtube.com/watch?v=yFs4lTau3YM
Excelente artículo sobre un grupo excelente. Lo único que matizo es la superioridad del doo wop blanco sobre el negro. Quizá porque soy de Castellón y me va lo «albinegro», los pondría en un merecido empate. O, como diría aquel proverbio chino sobre gatos pero aplicado al doo wop: «doo wop negro o doo wop blanco, no importa. Lo que importa es que haya buenas canciones».
Para el autor del primer comentario, hay que recordar que los Marcels era un grupo mixto (tres negros, dos blancos) cuando grabaron «Blue moon».
Entro y me encuentro un artículo sobre mi grupo de Doo-wop favorito. Me alegráis el día. Bravo.
varias fe de erratas, el segundo guitarrista de los Zafiros se llama Galban, todavia vive y dirige un cuarteto que se llama Caney
El primer guitarrista de los zafiros es de apellido Aguirre no vivia en Cayo Hueso y abandono el grupo por dos razones una, que los Zafiros no lo dejaban cantar y segundo, iba abandonar el pais, despues hizo carrera en U.S.A. como Oscar de Fonatana
Ya que se da cierto énfasis al asunto de los apellidos y los colores, no está de más observar que dos de los muchachos podrían haber jugado en el Athletic y ser lehendakaris en Airbag.
Me encanta éste grupo, tambien me habéis alegrado el dia, un abrazo.
Otras de de erratas. La historia de Los Zafiros ha sido muy manipulada, soy la administradora del sitio web oficial, autorizado y supervisado por el creador y fundador del cuarteto Miguel Cancio. Primero que todo, Ignacio no era barbero, era un obrero asalariado antes de morir y en los inicios del cuarteto fungía como ayudante de talabartería, su familia y sus hijos así lo han confirmado. Ninguno del grupo cantaba pasando un plato por los bares, pues Kike trabajaba en la empresa de Ómnibus, el Chino era chapista y Miguel estaba en Venezuela en el cuarteto de Facundo Rivero. El primer guitarrista fue Óscar Aguirre que compuso muchos de los temas y el segundo Manuel Galván. En Cayo Hueso solamente vivían Ignacio y El Chino aunque este último nació en Matanzas, Kike era de Varadero, su hermana Gisela donde ensayaron después, era quien vivía en la barriada de Cayo Hueso y Migue de Belén. Nunca vivieron juntos en el mismo edificio, no es cierto y las cosas que dijo El Chino de que revisaban y tocaban a Ignacio a ver qué tenía en la garganta, eso no es cierto, ya él estaba en un estado de deterioro mental y casi nada de lo que expresó en esa entrevista tan lamentable fue cierto.