Mientras leía vuestra carta conseguía olvidar mi infeliz estado, y me parecía volver a aquellos manejos en los que en vano invertí tantas fatigas y tiempo. (Nicolás Maquiavelo, 29 de abril de 1513)
El esquema parece repetirse una y otra vez a lo largo de la historia: alguien movido por la ambición personal o por el deseo de ver hechas realidad las ideas sobre las que ha teorizado se mete en la arena política, gracias a su talento logra ascender en la jerarquía, aproximándose cada vez más a ese poder que tanto ansía y le deslumbra, hasta que cual Ícaro ascendiendo al Sol o polilla que se acerca demasiado a la bombilla termina siendo achicharrado sin piedad. Entonces, derrotado políticamente, renegado por sus antiguos aliados, expulsado de su cargo, partido, ciudad o país, encarcelado o hasta condenado a muerte, recapacita en sus últimos días sobre qué es lo que ha fallado, qué hubiera cambiado de tener una segunda oportunidad o incluso sobre qué sentido tiene todo: la política, el poder, los ideales, la libertad, la vida misma. Podría decirse que una parte considerable de la literatura, teoría política y filosofía occidental son los restos de una larga serie de naufragios personales. ¿Por qué? ¿Cuánto hay de causa o de consecuencia? ¿Fracasaron como políticos por pensar demasiado o fue ese fiasco el que los dejó meditabundos? Decía Eurípides que los sabios tienen dos lenguas, con una dicen la verdad y con la otra lo que conviene a cada momento, ¿acaso les sobraba una de las dos para medrar en la política? Quizá un breve repaso de alguno de los nombres más significativos nos ayude a entenderlo.
El fundador de esta larga dinastía de pensadores caídos en desgracia tras acercarse al poder fue, naturalmente, Platón. Pionero en este como en tantos otros campos, podría decirse que su experiencia política en Siracusa es una idea platónica al respecto de la que las posteriores son una pálida sombra, lo que seguramente le habría encantado. En el año 387 a.C. visitó por primera vez a esta ciudad situada en la isla de Sicilia, un viaje que repetiría más adelante en otras dos ocasiones. Su pretensión era hacer del tirano que gobernaba allí, Dionisio, un gobernante-filósofo a la manera en que teorizó en su obra La República. Pero el alumno le salió díscolo: no sabemos si porque no le entendió, o porque le entendió demasiado bien, terminaría desterrándolo y vendiéndolo como esclavo en una ciudad vecina. Posteriormente lo intentaría de nuevo con su hijo y sucesor en el poder, Dionisio II, y nuevamente terminaría decepcionado. Su sociedad utópica era perfecta en todos los aspectos salvo en el pequeño detalle de que resultaba irrealizable en la práctica, pero al menos su intento de hacerla realidad no le costó la vida.
Tres grandes pensadores romanos como Cicerón, Séneca y Boecio no tuvieron esa suerte. El primero fue un jurista, filósofo y, ante todo, excepcional orador, que dejó para la posteridad una serie de discursos en torno a la amistad, los dioses, la política… Empleó a fondo su elocuencia para defender la república y granjearse poderosos enemigos que le llevaron en cierto momento de su vida a decir «estoy profundamente arrepentido de vivir, nadie ha sido jamás víctima de una calamidad tan grande; para nadie ha sido más deseable la muerte». Terminó exiliado en su residencia de Tusculum dedicándose a la escritura pero la llegada al poder en el 43 a. C. de Marco Antonio —contra el que había dedicado inspirados discursos— supuso su final de una de las peores maneras imaginables: le cortaron la cabeza y las manos, que fueron exhibidas públicamente en Roma.
Y no decimos la peor porque ahí está el caso de Séneca. Otro destacado filósofo que alcanzó un gran poder en el Senado romano, por lo que estuvo a punto de ser condenado a muerte por el emperador Calígula y luego por Claudio, aunque este último conmutó la pena por el destierro a Córcega. Fue allí donde nuestro pensador escribiría algunas de las obras que le dieron la inmortalidad. Tras ocho años de exilio regresó a la política convirtiéndose en el tutor y consejero de Nerón (y gobernante de facto del imperio), pero viendo que al emperador su presencia cada vez le resultaba más molesta, Séneca terminó retirándose de la vida pública. Momento que de nuevo le serviría de inspiración literaria, hasta que de todas maneras Nerón terminó ordenando su muerte, cría cuervos… Como buen romano, Séneca prefirió entonces el suicidio cortándose las venas primero, bebiendo cicuta después sin lograr que hiciera efecto y tomando un baño caliente en el que finalmente le llegaría la muerte.
El tercero en desgracia fue Boecio. Nacido en Roma en el año 480, su ascenso político fue fulgurante: llegó a ser senador a los veinticinco, cónsul a los treinta, y apenas una década después consejero del rey Teodorico el Grande, un cargo en el que tuvo un considerable poder político y que le permitió atribuir sendos cargos de cónsules para sus hijos. Pero ese mismo rey terminó enviándolo a prisión bajo la acusación de conspiración. Había llegado a lo más alto con presteza y ahora de forma aún más rápida lo había perdido todo ¿Cómo había sido tal cosa posible? En sus largos meses de soledad en la celda, mientras esperaba el momento de su ejecución, pensó en ello obsesivamente hasta darle forma en un libro que le sobreviviría, Consolación de la filosofía. Escrito de acuerdo a los cánones romanos de las consolaciones y a modo de libro de memorias, de especulación filosófica y teológica, narra en él su desgracia («yo que en mis mocedades componía hermosos versos, cuando todo a mi alrededor parecía sonreír, hoy me veo sumido en llanto, y ¡triste de mí!, solo puedo entonar estrofas de dolor») y llega a la conclusión de que hay que sobrellevar los vaivenes de la vida con estoicismo, pues la diosa Fortuna es caprichosa:
Hago girar con rapidez mi rueda, y entonces me deleita ver cómo sube lo que estaba abajo y se baja lo que estaba en alto. Súbete a ella, si quieres, pero a condición de que cuando la ley de mi juego lo prescriba, no consideres injusto el que te haga bajar.
Así le habla cuando se aparece ante sus ojos en prisión, creando una imagen que arraigaría con firmeza en la cultura europea durante los siglos posteriores, como ya vimos aquí. Se diría a la luz de los ejemplos que estamos viendo que esta diosa generosa y cruel juega con todos nosotros, aunque parece tener especial predilección por aquellos que se lanzaron al ruedo político.
Otro autor que influiría considerablemente en el imaginario occidental fue Dante Alighieri. Nació en torno a 1265 y desde joven estuvo inmerso en las intrigas políticas que dividían a los florentinos primero entre güelfos (partidarios del Pontificado) y gibelinos (partidarios del Sacro Imperio Romano Germánico) y —una vez fueron derrotados los segundos— entre güelfos blancos y negros. Inicialmente la diosa Fortuna lo hizo ascender a un alto cargo como magistrado y embajador de la ciudad pero en el año 1302 se deleitó en hacerlo caer estrepitosamente: los equilibrios políticos que le habían beneficiado dieron un brusco giro y junto a otros seiscientos güelfos blancos fue condenado al exilio para el resto de su vida. Su caída en desgracia y su resentimiento hacia quienes le traicionaron fueron sin embargo muy inspiradoras para su faceta de escritor, pues apenas dos años después comenzó su gran obra, La divina comedia. En este monumental poema se retrata a sí mismo caído en el infierno, que irá recorriendo en sus nueve círculos acompañado por el poeta Virgilio. En cada nivel descubrirá un tormento distinto para las almas allí atrapadas, como espantosos ríos de sangre en los que se ahogan eternamente, torbellinos, lluvias de fuego, fosos de resina hirviente, cementerios con las almas enterradas hasta la cintura… y en cada lugar casualmente va encontrándose a los diferentes enemigos políticos que tuvo en Florencia. Esa parte, la del infierno, fue la primera que escribió de La divina comedia —se estima que entre 1304 y 1307— y fue la más brillante, la que le hizo entrar en el Olimpo de la literatura universal. Más adelante en las cánticas del purgatorio y del paraíso retrató a quienes les debía gratitud, como el señor de Verona, que lo acogió en su exilio. Pero ya no era lo mismo.
Dos siglos después nacería otro florentino con un destino similar en ciertos aspectos, como si no hubiera vidas originales para todos y a algunos les tocase una repetida. Estamos hablando de Nicolás Maquiavelo. Su gran oportunidad política llegó con la expulsión del poder de los Médici en 1494. Fue entonces cuando comenzó su carrera de funcionario que le haría ascender cuatro años después a canciller y secretario de la Segunda Cancillería. Ejerció de embajador para su ciudad-estado ante reyes, príncipes y papas, observándolos como un entomólogo a sus insectos. Analizaba meticulosamente su comportamiento, escrutando cuándo decían la verdad o iban de farol así como intentando prever su próxima jugada (y lo hizo a menudo con gran acierto). Pero en 1512 el papa Julio II impuso el regreso de los Médici al poder, haciendo acabar así la república florentina y con ella la carrera política de Maquiavelo, que fue sometido a torturas acusado de conspiración y posteriormente condenado al exilio. En su retiro en una pequeña propiedad rural además de leer a Dante comenzó a escribir inspirándose en su vida anterior, plasmando sobre el papel sus observaciones sobre el poder. Nacería así El príncipe.
Si Maquiavelo es una de las figuras que encarnan el Renacimiento, Baltasar Gracián lo es del Barroco. Los jesuitas han sido considerados tradicionalmente como gente astuta y vinculada al poder y Gracián es un buen ejemplo de ello. Formado en la orden de los jesuitas, tuvo siempre grandes ambiciones políticas que le llevaron primero a trabar amistad con Vincencio Juan de Lastanosa, un noble aragonés conocido por su mecenazgo cultural. Pero más adelante quiso probar suerte en la Corte de Madrid, una experiencia que terminó en un doloroso fracaso… y que de nuevo fue motivo de inspiración literaria. Posteriormente escribiría obras como El Criticón, El Político y Oráculo manual y arte de prudencia. Este último influyó notablemente en filósofos como Schopenhauer y Nietzsche, aunque hoy día se haya convertido en un libro de autoayuda para ejecutivos al estilo de El arte de la guerra de Sun Tzu. Es una colección de aforismos con los que aconseja al lector cómo ser un buen cortesano arribista. Todos ellos giran en torno a ser taimado, mentiroso, traicionero y manipulador hasta tal extremo de refinamiento y perversidad que algunos críticos posteriores lo han considerado una sutil parodia y una crítica implacable a las intrigas cortesanas que tanto le escarmentaron y en general al ambiente imperante en cualquier centro de poder. Todo político que se precie hoy día parece seguir su máxima «ni por el hablar en la plaza se ha de sacar el sabio, pues no habla allí con su voz, sino con la de la necedad común, por más que la esté desmintiendo su interior». Y cualquier ciudadano en consecuencia merece estar advertido por este otro:
Es el oído la puerta segunda de la verdad y principal de la mentira. La verdad ordinariamente se ve, extravagantemente se oye; raras vezes llega en su elemento puro, y menos quando viene de lejos; siempre trae algo de mixta, de los afectos por donde passa; tiñe de sus colores la passión quanto toca, ya odiosa, ya favorable. Tira siempre a impressionar: gran cuenta con quien alaba, mayor con quien vitupera. Es menester toda la atención en este punto para descubrir la intención en el que tercia, conociendo de antemano de qué pie se movió.
Tras el Barroco llegó la Ilustración, y con ella un nutrido grupo de intelectuales que cuestionaron el poder vigente y se subieron al carro de la Revolución. En realidad el mismo concepto de «intelectual» podría decirse que tiene aquí su nacimiento, en lo que tiene de escritor que influye en la opinión pública en favor de alguna causa política. Podríamos mencionar varios nombres pero un ejemplo paradigmático lo tenemos en el caso de Nicolás de Condorcet. También recibió formación de los jesuitas, lo que le permitió aprender sus argucias y combatirlos luego de manera infatigable. Su aguda inteligencia le hizo destacar en varios campos, siendo nombrado inspector general de la Moneda. Pero su protagonismo llegaría con la Revolución Francesa, con él como uno de sus principales ideólogos, ejecutores y, finalmente, víctima de ella. Participó en la Asamblea legislativa, y por su posicionamiento moderado se ganó la hostilidad de los jacobinos, que le obligaron a permanecer oculto tras la orden de arresto que dictaron en su contra. Durante ese periodo aprovechó para escribir Esbozo para un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano, cuyo optimista título parecía una amarga ironía en relación con la precaria situación en la que vivía. Finalmente fue capturado por las autoridades y murió en su celda, aparentemente por suicidio, en el año 1794.
Si el siglo XVIII supuso la invención del intelectual, el XX los llevó a su máximo apogeo. Algunos se distinguieron por apoyar la democracia frente al fascismo, como en el caso español sin ir más lejos, con figuras como Unamuno o Lorca, con un coste personal ya conocido: arresto domiciliario y asesinato. Otros se posicionaron según las modas o las conveniencias en un sentido u otro a lo largo de la guerra fría cultural, pero la mayoría se manifestaron encendidamente partidarios de los totalitarismos de diverso signo. Los motivos de esta cerrada adhesión a regímenes que han llevado la tiranía y la muerte a millones de individuos por parte de personas cultas e inteligentes —que ingenuamente cabía suponer que apoyarían ideales ilustrados— han sido objeto de profundos análisis (El opio de los intelectuales, de Raymond Aron o Pasado imperfecto, de Tony Judt) y requerirían otro artículo. La lista sería interminable, pero una figura muy interesante y cuya trayectoria vital tuvo algo que ver con otras que hemos mencionado es la de Albert Speer, que tras ser el arquitecto de Hitler y su ministro de Armamentos, terminó cumpliendo condena en la cárcel de Spandau tras los juicios de Núremberg. Allí escribió sus memorias, un libro de lectura sencillamente imprescindible en el que volcó con mucho detalle y a veces también cierta autoindulgencia su paso por el epicentro mismo del Tercer Reich. Y ya que mencionamos el nazismo, para concluir este breve recorrido regresando a los orígenes no podemos dejar de citar la conocida anécdota sobre el filósofo Martin Heidegger, cuando ocupó de nuevo su cátedra universitaria tras haber apoyado al nazismo de forma entusiasta y un colega le preguntó burlonamente «¿de vuelta de Siracusa?».
Habiendo leido «El arte de la prudencia» de Gracian me parece un poco injusto decir que consiste en enseñar a ser «taimado, mentiroso, traicionero y manipulador «. Libro de autoayuda para ejecutivos quizas, pero su mensaje es bastante positivo y colocarlo en linea de un manual militar como «El arte de la guerra» o la aberracion amoral que es «El principe» me parece desafortunado. De hecho de estos libros de «autoayuda» que he leido es el unico que recomendaria junto con «Cartas a su hijo» de Chesterfield.
O quizas no me haya enterado de nada leyendolo, que es una posibilidad.
Permítame que discrepe de una definición tan chocante como «aberración amoral» referida a El Príncipe. No voy a abundar en la manida caracterización de Maquiavelo como un ser incomprendido víctima de un tiempo injusto, pero me parece importante descargarlo del peso de lo maquiavélico. Sea esto lo que sea en nuestros días, desde luego poco o nada tiene que ver con lo que se desprende de una lectura neutral (si cabe esta lectura o si peca de historicista ya sería otra cuestión) o, mejor, desprejuiciada de la obra de Maquiavelo. Puede que El Príncipe dé consejos chocantes y, por qué no decirlo, un tanto irritantes y despiadados para nuestra conciencia postrevolucionaria, pero creo que si buceamos en su contexto, en la profundidad de los conceptos y en los múltiples elementos fácticos que sin duda jalonan una creación tan singular, podemos analizar El Príncipe como una tratado de medicina política en la que hay una enseñanza clave: el equilibrio entre Virtú y Fortuna es la esencia del dominio de sí mismo y del resto de hombres, y quien sepa qué puede esperar de la Fortuna y hasta dónde puede llegar su Virtú, será quien maneje la escena política (en su caso) o cualquier empresa que se proponga. Esta es mi modesta opinión sobre una obra intemporal y trisitemente estigmatizada.
Si me permites «autocitarme» recomiendo leer el principio de este artículo…
Creo que el caso de Michael Ignatieff es claro…
http://www.elcotidiano.es/lo-que-le-puede-pasar-a-pablo-iglesias-o-no/
Un saludo.
Pingback: El inevitable fracaso de los intelectuales metidos en política
Sumar a Lorca a la lista no es muy acertado. No podemos hablar, al contrario que con Alberti o Cernuda, de un verdadero compromiso político de Lorca, él mismo rechazaba la idea del artista como político, aunque sí tuviera un gran compromiso social. Y tampoco defendió en ningún momento la democracia frente al fascismo ni nada de eso, simplemente porque no le dio tiempo, pues fue asesinado prácticamente al comenzar la Guerra Civil y los motivos de su fusilamiento siguen siendo desconocidas.
Y quien te falta es, sin duda, Pasolini y Zola. Bastante extraña la ausencia de éste último pues es él quien inventa la figura del intelectual moderno con «Yo acuso».
Genial. Me ha encantado. Javier, me estoy convirtiendo en todo un admirador de tus artículos.
Si el intelectual se mete a político, es un iluso, un idealista. Si es el político de carrera el que pretende intelectualizar, se torna patético y mezquino. En suma, sigamos confiando en el buen hacer de cada uno en sus respectivos campos.
Aunque eso sí, sera menos divertido.
Hay un ejemplo de lo segundo (político metido a intelectual) que ha pasado a la Historia con gran éxito y prestigio: Winston Churchill.
A ver yo creo que la visión actual de Churchill se acerca más a la de un personaje torpe y mezquino que, más que otra cosa, encontró su oportunidad en la lucha contra los nazis. Acabada la contienda, nadie quiso saber nada de él políticamente.
A veces estar en el momento apropiado, aprovecharlo y liderar una guerra es todo un arte y tiene mérito, pienso yo. Por lo demás, algunas frases de las que se le atribuyen deben ser ciertas. Las posguerras son de gestores, no de héroes.
El 99 % de los políticos o aspirantes a políticos fracasan tarde o temprano. Los intelectuales no tienen una media mucho mejor, pero tampoco peor. Y cuando tienen éxito no tienen mucho tiempo para intelectualizar, por eso en la historia intelectual quedan los que no lograron su objetivo.
Como este es un artículo eurocéntrico, o más bien europeo solamente, te ha faltado el primero de todos, si no el mejor: Confucio (K’ung-fu-tzu).
Hay que citar a los clásicos: toda conciencia que intente dar cuenta del pasado es una conciencia falsa. Como para Pleberio, en el acto XXI, el mundo ya era una ciénaga (definitiva) antes del suicidio de Melibea.
Este artículo me ha encantado. La verdad es que es para reflexionar, ya que la figura del político cada vez se está tornando en la más odiada de la sociedad.
¿Dónde dice Eurípides que los sabios tienen dos lenguas? ¿Podrías citar de dónde lo has sacado? Gracias de antemano.
Bueno, no es tan inevitable. Conviene recordar a Marco Aurelio. Por lo demás, mi interesante.
Casi es normal que un intelectual luego de asesorar a príncipes o políticos caiga en desgracia. Lamentablemente ha tenido la impurdencia de demostrar ser más inteligente que los gobernantes y eso lo ha convertido inmediatamente en un peligro. Para una prueba muy de entre casa se puede intentar señalar a un jefe sus errores y mostrarle una alternativa mejor, durante un tiempo hará caso si le conviene, pero desde el primer momento estará pensando que si no se deshace de ti le harás sombra. Y eso es porque el político (o jefe) es normalmente un trepa que piensa que todos son como él.
«Ni por el hablar en la plaza se ha de sacar el sabio, pues no habla allí con su voz, sino con la de la necedad común, por más que la esté desmintiendo su interior»
«Ni por el hablar en la plaza se ha de sacar el sabio…» De ahí sacamos esa demagogia, discurso vacuo, promesas incumplidas… de querer agradar a todos cuantos escuchan y hacer entender a todos cuantos votan que tienen que votarles, sin hacerles ver la razón.
«…no habla allí con su voz, sino con la de la necedad común…» es por ello que los filósofos metidos a políticos fallan, sus ideas, planteamientos y a veces utopías no entroncan con el pensamiento común.
«…por más que la esté desmintiendo su interior.» Y por ello los filósofos terminan mal en política y los políticos convertidos a filósofos terminan mal parados también.
Solo un pero: cuando el autor llega al siglo XX pasa sin avisar de los pensadores o artistas que intervinieron activamente en política a los que simplemente se significaron políticamente (salvo Speer). ¿Y Havel, Vargas Llosa, Ignatieff…? Por lo demás, excelente. He aprendido mucho.
Un recorrido imprescindible para llegar a una sola conclusión: o se es intelectual o se es político, porque como le oí yo a uno metido en política (otro que saldrá escaldado en breve) «Se debe aspirar en política a la verdad y al control del poder», y ya sabemos que esto es un imposible metafísico: el intelectual elegirá siempre la verdad como control del poder (por eso salen represaliados), el político a controlar el poder aún a costa de la verdad (por eso salen traicionados)..
Sobre quien ha comentado ejemplos de intelectuales del SXX metidos en política, decir que el paso de Vargas Llosa por la arena real (no los apoyos desde la tribuna) ha sido efímero. Lo de otros en nuestra historia reciente habría que mirarlo, pero entendiendo que en España la influencia sobre el poder ha estado en manos de Aza (UCD) o Arriola (PP) creo que con eso está dicho todo.
Una nota curiosa: la inspiración de El Príncipe de Maquiavelo no fue ningún Borgia ni ningún Médicis, ya hay un consenso general de que fue Fernando de Aragón, muñidor del Imperio español gracias a su política de alianzas (además del golpe de suerte de la expansión territorial en América, que es otra historia).
Por último, una reflexión: todos recordamos a estos grandes pensadores por mal ajusticiados que acabaran. Nadie recuerda a sus señores.
Hay comentarios en Jot Down tan buenos como los artículos.
faltó gil y gil
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Por más que fracasasen, los autores citados no merecen ser calificados de intelectuales. Tampoco hay que ensañarse con ellos.
Bueno, el caso de Boecio no fue un fracaso político a mí entender.
El reinado de Teodorico que en su mayor parte fue con Boecio de consejero fue a grandes rasgos un éxito. Es ya cuando el arrianismo está en franca decadencia y el catolicismo comiéndose todo que Teodorico se ve rodeado de enemigos y acusa a Boecio (que era católico) de conspirar con los bizantinos para volverse en su contra.
No está claro si Boecio fue culpable o no de lo que se la acusaba pero aún asumiendo que no lo fuese no murió por causa de condición de intelectual si no de seguir una confesión distinta a la de un rey viejo que ya no se fiaba de sus aliados.
He echado de menos en el artículo a Chateaubriand y sus Memorias de utltratumba. Se pueden entresacar párrafos del libro y aplicarlos directamente a la política actual.
Falta citar a los Founding Fathers de los Estados Unidos de América, aunque sus idearios no trascendieron las fronteras del país del Norte, es innegable la trascendencia histórica del país que crearon.
Alguno puede decir que la Guerra de Secesión fue un fracaso de estos, pero tal vez no prohibir la esclavitud en su Constitución fue la única manera que unir a las Trece Colonias. Y además, la Unión ganó la guerra ;-)
Cito específicamente a ellos porque no solo no fracasaron, sino que pusieron los cimientos para el que sería en su momento el país más poderoso del mundo, y muchos de ellos eran intelectuales.
Yo iba a hacer un chascarrillo pero, visto el nivel, prefiero hacer un muros por el foro..
Donde dije muros digo mutis..
Falta a falta te sacan tarjeta amarilla. Haberlo escrito vosotros, que seguro os da para un libro, uno que nadie leería.
¡Os habéis dejado a Monedero! Jejeje
No estoy del todo de acuerdo con el artículo. Muchos fracasan, pero otros dejan un legado increíble. El mejor ejemplo que me viene a la cabeza es Marco Antonio, que con su libro meditaciones deja claro el listón de intelectualidad para los emperadores romanos. Y no, no fue alguien que tuvo demasiada suerte con encontrar el poder: también se tuvo que ganar su ascensión, y después, mantenerla, mientras administraba y dirigía todo un imperio. El hombre hasta iba de tanto en tanto al campo de batalla con sus hombres, arriesgándose. Y él por supuesto que aprendió de todos los intelectuales pasados, así que… Del fracaso de unos puede nacer y desprenderse el triumfo de otros, y así, que no sea en vano
Vargas llosa, encarna al escritor metido a político fracasado, y mucho lastima a los que le leen, por sus atropelladas opiniones decadentes, propias de un burgues que pretende acabar con la ilusión de un pueblo que con alegría ve la luz, después de tantos años de oscuridad; Vargas llosa, se comporta como un intruso opinando de México y de los mexicanos, cansados estamos de la intromisión extranjera, haremos y votaremos por Andrés Manuel López Obrador, aún en contra de los opiniologos jj.
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