¿Mis principales influencias musicales? Amor, rabia, depresión, alegría, sueños. Y Led Zeppelin, por descontado.
El 29 de mayo de 1997, el guitarrista y cantante Jeff Buckley desaparecía sin dejar rastro en lo que debió haber sido una tranquila tarde de relax. Él y un amigo estaban escuchando música, tocando la guitarra y relajándose junto al Wolf River, un canal del río Mississippi cercano a la ciudad de Memphis, donde Jeff estaba inmerso en la grabación del que iba a ser el segundo álbum de su carrera. El pacífico aspecto de las aguas le llevó a meter sus pies en el río, todavía con los zapatos puestos. Poco a poco fue adentrándose en el agua para nadar sin quitarse la ropa («algo muy típico de él»), mientras cantaba en voz alta una de sus canciones favoritas. En un momento su amigo se distrajo apartando algunas cosas de la orilla y para cuando volvió a mirar hacia el río, Jeff ya no estaba allí. Dio la alarma y durante las siguientes horas se rastreó el lugar sin encontrar nada. Al día siguiente la prensa estaba dando la noticia de que el músico Jeff Buckley había desaparecido y que las autoridades continuaban la búsqueda sin éxito alguno. Empezaron a transcurrir los días, con lo que el pronóstico se tornaba cada vez más pesimista. Incluso sus familiares dedujeron con pesar que se había ahogado, permitiéndose pocas esperanzas. Otros, más llevados por la ceguera de fans que por la razón, prefirieron pensar que el artista había planeado su propia desaparición por algún misterioso motivo que nadie alcanzaba a comprender y que retornaría en algún momento. Pero la realidad se impuso el 4 de junio, casi una semana después de que su amigo lo oyese cantar por última vez, cuando dos policías locales encontraron su cadáver en el agua. Efectivamente, se había ahogado. El informe de la autopsia descartaba que hubiese ingerido alcohol o drogas y sus familiares, para evitar que la prensa o el público elucubrasen más de la cuenta, se apresuraron a descartar la hipótesis del suicidio (todavía coleaba el de Kurt Cobain, ocurrido menos de tres años atrás). La muerte de Jeff Buckley fue un desafortunado accidente que privó al mundo de uno de sus más prometedores artistas. Tenía treinta años.
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Sin embargo, el único álbum que había publicado fue más que suficiente para hacerlo ascender al Olimpo. Jeff Buckley había tenido que pelear contra su apellido: una de las primeras cosas que hizo notar la prensa fue el trágico paralelismo entre su temprana muerte y la muerte igualmente prematura de su talentoso padre biológico, Tim Buckley, que había fallecido en 1975 a causa de una sobredosis de heroína con solamente veintiocho años de edad. Pero lo cierto es que ya hacía tiempo que Jeff Buckley se había hecho un nombre por sí mismo. Nadie ponía en duda que, aunque su apellido pudo haber ayudado —y lo hizo— a que las discográficas se interesaran en él, Jeff tenía las condiciones naturales para convertirse en un grande por sus propios méritos. Su debut discográfico había entusiasmado unánimemente a la crítica y entró casi sin excepción en las listas de mejores discos de rock de 1994. Las publicaciones musicales de medio mundo lo ensalzaron y era uno de esos raros artistas que complacía tanto a la prensa más orientada al rock como a la más popera. Aunque hay que decir que Grace no fue un enorme éxito comercial, ni mucho menos. Es más, en su propio país pasó relativamente desapercibido (su pico de ventas lo puso en un modestísimo puesto 149 de las listas). Eso sí, Grace le ayudó a darse a conocer en muchos países del mundo, especialmente en lugares como Europa y Australia, donde se le prestó mucha atención y donde empezó a crearse un culto en torno a su figura ya antes de que falleciese. Parecía solamente cuestión de tiempo y de algunos discos más el que Jeff Buckley se estableciese como uno de los grandes nombres de finales del siglo XX. En el verano de 1997, sin embargo, todas aquellas expectativas creadas en torno a él quedaban truncadas. Como su padre, Jeff Buckley entró en la leyenda por la vía más rápida: la de la muerte.
No odio a mi padre y no rechazo su existencia. (…) Si es necesario que se sepa, y lo es, yo siento una gran admiración por algunas cosas que Tim hizo, aunque otras cosas me avergüenzan de la hostia. Pero lo bueno que hizo es algo que defenderé siempre. Sin embargo, esto es simplemente el respeto profesional de un artista hacia otro, porque él no era realmente mi padre. Mi padre era Ron Moorehead.
Jeff Buckley creció en California («allí todo el mundo me daba la charla sobre el negocio musical») pero se dio a conocer en el circuito underground de Nueva York, haciendo cosas que poco tenían que ver con los grupos de hard rock en los que había militado de adolescente. Había crecido queriendo ser guitarrista —resistiéndose a cantar, de hecho— e idolatrando a Jimmy Page. Pero en Nueva York cambió las versiones de Led Zeppelin, AC/DC, Rush, Kiss, UFO o Police por una música más personal y experimental, producto de sus innumerables influencias: desde la música clásica que había aprendido de su madre —que era pianista académica— hasta los grandes grupos de rock (Zeppelin, Queen, Jimi Hendrix, etc.) que había descubierto junto a su padrastro, pasando por su amor a músicas orientales o de vanguardia. En cuanto los ejecutivos de las compañías discográficas supieron que el hijo de Tim Buckley tenía una voz tan buena o mejor que la de su padre, una imagen igualmente característica y una gran presencia escénica, se lanzaron como lobos a intentar ficharlo.
Jeff Buckley firmó un contrato millonario para editar varios discos en Columbia Records, pero asegurándose de que tendría el control y podría grabar el disco que le apetecía. Reclamó al productor Andy Wallace, famoso entre otras cosas por las mezclas que había realizado para el Nevermind de Nirvana. Se reunió una banda de acompañamiento para tocar algunos temas que Jeff ya tocaba en sus modestos directos neoyorquinos, y algunas versiones, más lo que pudiera surgir en el propio estudio. El resultado fue aquella maravilla, Grace, que básicamente dejó pasmados a los críticos del momento, aunque en Estados Unidos tuviese un impacto mínimo. Resulta difícil entender por qué hubo tanta gente que no se interesó por el disco en una época donde aquel sonido intenso y emocional parecía tener un considerable nicho de mercado. No en vano 1994 fue el año del suicidio y ascensión a los cielos de Kurt Cobain, o del éxito masivo de Soundgarden, cuyo cantante no solamente era admirador de Buckley, sino que un tema de Grace recordaba bastante al sonido de las bandas de Seattle. Es difícil ponerse en las cabezas de la gente, pero es posible que la engañosa aureola de «cantautor» perjudicase su carrera comercial en América, pese a que su versión del «Hallelujah» de Leonard Cohen, por ejemplo, estaba considerada de lo mejor del álbum.
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Pero en otros países sí produjo un cierto impacto, pese a que aquel año estaba repleto de sensaciones musicales nuevas y resultaba difícil asomar la cabeza. Pero una canción como «Grace» bastaba para convencer al más escéptico de que Jeff Buckley era algo diferente, alguien destinado a ser grande. Cierto que la mayor parte del tema no estaba compuesto por él (cuando escuchó un tema instrumental de su amigo el guitarrista Gary Lucas se empeñó en pedírselo prestado para ponerle letra) pero sus líneas vocales y el expresivo poder de su garganta eran algo que anunciaban una carrera repleta de momentos gloriosos. En el tema «Grace» se entremezclaban los sonidos a lo Zeppelin que tanto le gustaban con la vertiente más dramática e intimista de su música, en una combinación mágica que no tenía un parangón por entonces. Puedo recordar perfectamente la primera vez en que escuché «Grace» completamente boquiabierto, comprobando que la canción iba a más, y a más, y a más… personalmente, es mi canción favorita del disco.
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Ya decimos que las discretas ventas no impidieron que su renombre traspasara fronteras y que se embarcase en una gira mundial que le ganó muchos nuevos seguidores. Quien lo veía sobre un escenario difícilmente iba a olvidarlo, porque Buckley y su banda sabían defender en directo y con un sonido más crudo toda aquella magia que desprendía su álbum de debut. En las antípodas y en Europa se lo empezó a considerar un peso pesado en ciernes, alguien que perfectamente podría convertirse en una referencia para las siguientes décadas. Esto no es palabrería; si el álbum de estudio fue la ignición de su prestigio, la posterior gira demostró que efectivamente nos hallábamos ante un hombre destinado a dejar huella. Los cronistas del momento podrían certificar que Buckley era capaz de hacer guardar silencio a miles de espectadores, manteniéndolos en vilo y atentos a cada una de las inflexiones de su voz. Incluso cuando su música intimista no hubiese parecido en principio la más fácil de defender en un gran escenario… pero ahí residía su enorme poder. Se hacía escuchar. Cualquier persona con una mínima sensibilidad musical entendía en el mismo instante de oírle cantar que se hallaban ante algo único. Un perfecto ejemplo es su actuación en el Glastonbury de 1995, interpretando «Mojo Pin» y recreando en el difícil entorno de un festival toda aquella aureola celestial de su disco mientras el público, sorprendentemente, guardaba un escrupuloso silencio:
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Inevitablemente, aquella gira mundial lo consagró como un favorito de los aficionados al rock y sus derivados. Además servía para que la gente comprobase in situ que Buckley no era simplemente una versión joven de Leonard Cohen, sino alguien con un considerable bagaje rockero, como demostraba la furiosa versión de un clásico de MC5 que solía interpretar en directo desde los días en que tocaba solo en pequeños clubs neoyorquinos. Muchos de sus nuevos fans ni siquiera habían escuchado jamás un disco de Tim Buckley, ni eran conscientes del enorme parecido físico de Jeff con su padre biológico, ni de que hubiese heredado su timbre particular de voz. Pero justo eso era la demostración definitiva de que Jeff Buckley había superado la prueba inicial y no era simplemente un producto del marketing dinástico, sino un artista que podía abrirse camino y producir su propia impresión en el público. Pese a su relativa falta de éxito en América, la discográfica supo que había acertado al contratarlo. Era cuestión de tiempo que su renombre internacional repercutiese en casa. Eso sí; en Columbia Records ahora querían hits. Buckley se tomó un descanso después de la intensa gira mundial y fue a Memphis para componer y grabar su segundo disco, el cual nunca llegaría a ver la luz, pero con la idea de no dejarse presionar por la compañía. Nunca sabremos cómo hubiese sonado una vez terminado. Tras la muerte de Jeff, la compañía editó un recopilatorio de canciones en las que estaba trabajando y de algunas demos, una manera de ofrecer algo al público pero también un triste recordatorio de los álbumes y conciertos que ya nunca iban a existir. Su único trabajo terminado es Grace y ese es, para su pesar y el nuestro, el testamento musical oficial de Jeff Buckley. Por fortuna, y dentro de lo trágico del asunto, es un disco maravilloso.
De todos modos, cada vez que alguien se pregunta si Jeff Buckley iba a ser de verdad un grande, creo que la mejor contestación posible es mostrarle un vídeo como este, en donde interpreta «Grace» en un estudio de televisión de la BBC (aunque casi cualquier versión en directo de la canción es igual de impactante). Incluso con la crudeza que la televisión suele dar al sonido de una banda, se las arreglan para reproducir toda la magia del disco, incluyendo las irreales melodías vocales. El último minuto y medio es la demostración de que Jeff Buckley tenía una de las más impresionantes voces que hayamos podido escuchar. Pero así son las cosas: solamente llegó a terminar un disco y —el tiempo vuela— han transcurrido ya veinte años. Sin duda volveremos a acordarnos de él en el aniversario de su muerte, dentro de unos tres años. Bien lo merece.
Nunca podremos volver a escuchar a Buckley en directo, pero hay un par de discos capaces de recordar de lo que era capaz: LIve at Sin-é, de un concierto en un café neoyorquino y publicado el año anterior a Grace, o Live at the Bataclan, de un concierto en Paris en el ’95. Por cierto, el país que realmente reconoció el talento de Buckley prácticamente desde el principio fue Francia. La muerte de Buckley fue una tragedia por aquellos lares.
Live at Sin-é es brutal, lo prefiero a Grace (que me encanta). Puro Buckley con su guitarra y nada más, pero suena como si tuviera toda una banda detrás. Las canciones de Grace más algunas versiones espectaculares. Mi disco favorito de todos los tiempos. Y ahí se aprecia que Buckley era también un guitarrista impresionante.
Gran artículo. ¡Qué pérdida!
Pingback: Grace: Veinte años de un disco mágico
[…]y fue a Memphis para componer y grabar su segundo disco, el cual nunca llegaría a ver la luz[…] Bueno, esto es cierto a medias. Él, con Tom Verlaine de productor, grabó un disco, el primero de los dos cd del Sketches for My Sweetheart the Drunk, del que no quedó nada satisfecho y quiso rehacerlo por completo. En el intervalo entre lo hecho y lo por hacer fue cuando murió.
Personalmente, en el ámbito del pop y del rock no he escuchado nunca un cantante que aúne técnica, capacidad y un feeling a su altura, ni siquiera su padre, que no era manco precisamente.
Y echó a Tom Verlaine y llamó de nuevo a Andy Wallace. Murió justo el día en que su banda llegaba a Memphis para retomar las grabaciones. Habían quedado en un estudio que él y su amigo Keith Foti no fueron capaces de encontrar. Y cansados de dar vueltas fue como terminaron yendo al río… Maldito destino.
Vaya, qué triste me he puesto… Uno de los discos de mi vida, y de los que drespenden más dulzura y amor.
Gracias por este artículo.
Para mi el mejor disco y la mejor voz que he escuchado nunca. Grande Jeff
El padre hizo starsailor. Ya solo con eso, sin contar otro puñado de grandes discos por el camino, es mas grande que el hijo y el 99’9% de los musicos de poprock.
El primer disco de sketches, personalmente creo verlaine hizo un buen trabajo, y solo las ansias de perfeccion lo hizo pensar en regrabar (la brutalmente atmosferica you and i, la hipnotica new year prayer, poco que dudar en cuanto a la puesta en disco). Bien es cierto que Andy Wallace parece que le sabia llevar mejor.
Gary lucas tambien aporto la guitarra de mojo pin. En la faceta mas contenida y menos experimental, si gusta, los discos de god and monster y el de rishte merecen escucharse una vez solo por sus lineas de guitarra.
Por llevar un poco la contraria a tanto ditirambo, dejo la crítica que el (casi) siempre certero Robert Christgau hizo en su día a este disco:
«Although Tim’s vocal traces are in his genes as surely as John’s are in Julian’s, it’s wrong to peg him as the unwelcome ghost of his overwrought dad. Young Jeff is a syncretic asshole, beholden to Zeppelin and Nina Simone and Chris Whitley and the Cocteau Twins and his mama–your mama too if you don’t watch out. «Sensitivity isn’t being wimpy,» he avers. «It’s about being so painfully aware that a flea landing on a dog is like a sonic boom.» So let us pray the force of hype blows him all the way to Uranus. C»
Ese (casi) que usted, prudentemente, coloca antes del «siempre certero Robert Christgau» zanja por si solo la cuestión…
Un gran disco de una de las grandes voces de su generación. Una de mis favoritas junto a la de Eddie Veder y Laney Staley.
Por cierto, que viejo me siento cuando veo que han pasado veinte años y parece ayer cuando me compré el álbum. Nostalgia
Eddie Vedder disculpe Mr. Vedder.
Estuve en ese concierto en Glastonbury, en 1995 (en un viaje que convocó desde Radio 3 Paco Pérez Bryan), a media tarde, echado solo en la hierba, los brazos detrás del cuello, la mirada en el cielo mientras escuchaba, con mis 25 años, disfrutando como un crío de las canciones en vivo de un disco que llevaba meses escuchando a todas horas en cassette. Cuando fantaseo con momentos de mi vida a los que me gustaría regresar, aquel concierto, aquella tarde, es siempre uno de los elegidos.
Recuerdo también cuándo supe de su muerte. Acababa de comprar un librillo bilingüe con las letras de Grace en un evento que Festimad 1997 celebraba en el Círculo de Bellas Artes. El amigo que me acompañaba me dijo algo así: «¿Qué has comprado?, ¿quién es ése?, me suena el nombre, ah ya, es el tío que se ha ahogado en el río Mississippi, lo escuché en la radio». Me quedé helado.
Desde entonces he coleccionado todos sus discos, póstumos y piratas, vi la peli biopic (y sigo esperando otras versiones anunciadas), he leído varias biografías, visité en Nueva York el local donde estuvo el Sin-é («sí, es este sitio, no le conozco ni le he escuchado nunca, pero de vez en cuando viene gente como tú preguntando lo mismo», me dijo la camarera), llegué a Tim a través de Jeff… Salí una vez con una chica que sacó sin preguntar la cinta en el cassette del coche, «qué rollo, pon algo más animado». Una vez y no más, sayonara, chica.
Para mí gusto, nada es comparable a Grace, es el álbum que más veces he escuchado en mi vida, primero, el cassette, luego el CD, luego la edición especial aniversario (con un tema redondo que quedó fuera de Grace y que justificó por sí solo la compra), y nunca, nunca, nunca me canso de escucharlo. Ahora que por falta de paciencia o de interés no suelo dar a ningún disco nuevo más de cuatro o cinco escuchas completas, que lo aparco en el mejor de los casos a la segunda semana, el apego a Grace es muy significativo.
Me sigo emocionando cada vez que escucho su versión de Lilac Wine. Cierro los ojos y me traslado mental y emocionalmente con una facilidad asombrosa a aquella tarde solitaria y llena de futuro sobre la pradera de Glastonbury. No regreso, no regresa Jeff, ni regresan mis 25 años, pero no renuncio a ese consuelo, no renuncio ni renunciaré a ese privado explendor en la hierba.
Mis disculpas a quien le haya aburrido.
Un saludo a todos.
Muy buen comentario, no has aburrido para nada, Por cierto, gran decisión la de pasar de la chica que te sacó la cinta!
¡Lo que tenías que haber hecho era tirarla del coche en marcha, hombre!
Es lo mejor que leído sobre este gran músico ?
Gran crónica