Hace ya años que los contables que gobiernan el mundo del arte lo han convertido en un polvoriento pero muy rentable espanto para consumo de toreros, promotores inmobiliarios, futbolistas, alcaldes de pueblo costero valenciano, banqueros y sus respectivas fulanas. Nada que objetar al respecto y muy especialmente desde que los artistas son los primeros en arrastrarse, si es necesario con los premolares, hasta las timbas más horteras. No será desde luego esta gente la que haga que el arte sobreviva como el único refugio de la emoción en un planeta en el que el mayor grado de estremecimiento del que son capaces muchos de sus habitantes cabe de sobras en un mensaje de Whatsapp.
Quizá he sido injusto con los toreros en el párrafo anterior. A fin de cuentas, las crónicas taurinas son los textos más vitales y exuberantes que pueden leerse hoy en día en los diarios de este país. Y eso independientemente de la opinión que se tenga sobre las corridas de toros y que en mi caso es la que es.
Todo lo contrario, en cualquier caso, que los tortuosos monolitos de la sección de arte, probablemente los peor escritos de la prensa occidental. Monolitos rebosantes de blablublá, de pesadísima digestión, diseñados a conciencia para que el lector arranque a correr despavorido y no pare hasta llegar a la frontera de Perpignan. A mi última exposición visitada me arrastró por ejemplo el poder de convicción de unos ojos de un azul oceánico y con nombre de bagatela para piano de Ludwig van Beethoven: si llega a ser por la nota publicada en El País no me planto allí ni borracho de palo cortado Leonor.
Viene esto a cuento de la sarta de ñoñeces, banalidades y soporíferos datos históricos con la que ha sido recibida la exposición Mitos del pop del museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Ñoñeces, banalidades y soporíferos datos históricos capaces de provocar bostezos que rivalizarían sin problemas con los de un mero. Y es que, más allá de la conocida frase de Richard Hamilton con la que se lo suele definir —«popular, efímero, prescindible, barato, producido en serie, joven, ingenioso, sexy, divertido, glamuroso y un gran negocio»—, si el movimiento pop art es significativo por algo es por ser el primero de la historia en el que la aportación femenina es bastante más atractiva y merecedora de atención que la masculina. Y el resto son eslóganes de todo a un euro.
Otra cosa, por supuesto, es la desproporcionada fama de la que gozan Andy Warhol, Roy Lichtenstein, Keith Haring, Jasper Johns y David Hockney en comparación con la más bien escasa, por no decir inexistente atención, que se le suele dedicar a Marisol Escobar…
…Pauline Boty…
…o Niki de Saint Phalle.
Pero lo entiendo. Por supuesto que lo entiendo. ¿Para qué preguntarse por qué extraña razón todos los focos de la exposición Mitos del pop se han centrado en los nombres de siempre cuando puedes crucificar ¡y hasta contribuir al despido! del speaker del Mundobasket? Que bajo ningún concepto lo importante le quite jamás tiempo a lo idiota, por favor.
Todo lo apuntado aquí arriba está explicado con detalle en dos libros: el catálogo Seductive Subversion: Women Pop Artists 1958-1968, de Sid Sachs y Kalliopi Minioudaki, y Power Up: Female Pop Art, de Angela Stief. Es en el segundo donde Stief explica, en un alarde de empatía más que de perspicacia, que la obra de Kiki Kogelnik…
…Rosalyn Drexler…
…y Dorothy Iannone…
…es bastante más exuberante, combativa, ácida y sexual que la de sus homónimos masculinos. Y es cierto. Así que el que busque desapego, hastío, sarcasmo y superficialidad, es decir gelidez y muerte, que siga retozando en el sector masculino del pop art. El resto, que investigue mejor la rama femenina.
Aunque de quien yo quería hablar en realidad es de Corita Kent. La artista monja. O la monja pop. O la artista que fue monja.
Francis Elizabeth Kent (Iowa, 1918) adoptó el nombre de Mary Corita tras mudarse a Los Ángeles, unirse en 1936 a la muy liberal orden católica de las Hermanas del Inmaculado Corazón de María y estudiar arte en la Universidad de Southern California con maestros como Charles y Ray Eames. En 1968, a sus cincuenta años, tras treinta y dos como profesora del departamento de arte de la orden y convertida ya en uno de los grandes nombres del pop art gracias a sus coloristas serigrafías abarrotadas de mensajes de paz y amor, Kent abandonó los hábitos y se mudó a Boston, donde se dedicó prácticamente en exclusiva a su carrera artística y a cultivar su amistad con John Cage, Saul Bass y Alfred Hitchcock, entre muchos otros. Corita Kent murió de cáncer en 1986 y en la actualidad sigue siendo prácticamente una desconocida en nuestro país.
Y ya que menciono a John Cage. Corre por la red un decálogo titulado Diez reglas para estudiantes y maestros que suele atribuirse al músico californiano pero que es en realidad obra de Corita Kent. Ella lo escribió como parte de un proyecto escolar entre 1967 y 1968 y sus diez reglas se acabaron convirtiendo en el decálogo oficial del college del Inmaculado Corazón. Sí es cierto, en cambio, que fue Cage el que lo popularizó. Y no solo por el hecho de que la regla nueve cita una frase suya. Tanto cariño le tenía Cage al decálogo que Merce Cunningham, su pareja, guardó hasta su muerte una copia en el estudio en el que ensayaba:
Regla 1
Encuentra un lugar en el que confiar e intenta confiar en él durante un tiempo.
Regla 2
Deberes generales del estudiante: extrae todo lo que puedas de tu maestro; extrae todo lo que puedas de tus compañeros.
Regla 3
Deberes generales del maestro: extrae todo lo que puedas de tus estudiantes.
Regla 4
Considéralo todo como un experimento.
Regla 5
Sé autodisciplinado: esto significa encontrar a alguien sabio o inteligente y seguirlo. Ser disciplinado es seguir de una buena manera. Ser autodisciplinado es seguir de una manera mejor.
Regla 6
Nada es un error. No existe el ganar y el fallar, solo existe el hacer.
Regla 7
La única regla es el trabajo. Si trabajas llegarás a algún lado. Es la gente que trabaja todo el tiempo la que al final consigue cosas.
Regla 8
No intentes crear y analizar al mismo tiempo. Son procesos diferentes.
Regla 9
Sé feliz siempre que puedas. Disfruta. Es más liviano de lo que parece.
Regla 10
«Estamos rompiendo todas las reglas. Incluso nuestras propias reglas. ¿Y cómo lo hacemos? Dejando espacio suficiente para cantidades X» (John Cage).
Consejos útiles
Quédate cerca. Apúntate a todo. Ve siempre a clase. Lee todo lo que caiga en tus manos. Ve películas atentamente y con frecuencia. Guárdalo todo. Puede serte útil más tarde.
Todo lo que necesita una vida está ahí, en ese escaso puñado de frases telegráficas: sí a todo, acepta la incertidumbre, adopta la ética del trabajo y aprende a convivir a caballo de la razón y la emoción.
El decálogo no contenía en cambio ni una sola gota —explícita— de Dios. En 1967, el liberalismo del Inmaculado Corazón de María llevaba años siendo la piedra en el zapato de las autoridades eclesiásticas californianas, poco dispuestas a que el espíritu renovador del Concilio Vaticano II arraigara en sus dominios.
En mayo de 1965, el arzobispo de Los Ángeles se quejó amargamente de lo que veía. ¡Las hermanas de la orden estaban usando arte moderno para la representación de temas religiosos! «¿Son ustedes conscientes de que las postales de Navidad diseñadas por las hermanas del departamento de arte de la orden son una afrenta contra mí y un escándalo para la diócesis?», estalló.
Para el arzobispo, que apenas un año antes le había encargado a Corita el diseño de una banderola para el pabellón vaticano de la Feria Mundial de Nueva York de 1964, el arte de la monja más famosa de los EE. UU. había pasado de «elemento propagandístico de primer orden» a «sacrilegio» en apenas unos pocos meses. Las hermanas de la orden respondieron con una declaración que rezaba: «Las mujeres de todo el mundo, viejas y jóvenes, están adoptando roles decisivos en la vida pública, cambiando su mundo, desarrollando nuevos estilos de vida. Las mujeres creyentes de los EE. UU. quieren estar al frente de esta nueva, potencialmente fructífera e inevitable apuesta por la autodeterminación».
En 1970, la presión llevó a cuatrocientas hermanas de la orden a renunciar a sus votos y fundar la Comunidad del Inmaculado Corazón, libres por fin del yugo de la Iglesia. Corita había abandonado sus hábitos dos años antes para dedicarle más tiempo a su carrera artística.
La obra de Corita se volvió a lo largo de la década de los setenta más abstracta y mucho más pictórica. En 1971, diseñó el conocido Rainbow Swash, la decoración del famoso tanque de gas de la compañía Boston Gas en Dorchester.
En 1981, Corita diseñó el tercer sello de la serie Love Stamp del Servicio Postal de los Estados Unidos. El sello se puso a la venta en 1985 y se convirtió rápidamente en uno de los más vendidos de la historia.
Pero mis preferidos son sin duda alguna los juegos tipográficos de sus coloridas serigrafías, realizadas en su mayoría durante los años sesenta.
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Una auténtica belleza, ¿no es cierto?
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¿Estais seguros que la tal Kent no es Charlie Sheen?
Sí, se diría que es un cruce entre Charlie Sheen y Fanny Ardant con unas gotas (pocas) de Candice Bergen…
Y oigan, el trabajo de esta señora, cuando menos el que el Sr. Campos ha tenido a bien presentarnos, es canela fina. Se lo digo yo que de esto, entiendo un huevo.
gran descubrimiento, pero el articulo empieza mal con un tufo a prepotencia que tira para atrás…..como el autor juzgando a la mayoría de las personas de este planeta y su capacidad de estremecimiento….eso será en su mundillo pequeño…la mayoría de las personas se estremecen bastante solo luchando para poder vivir con dignidad
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