A mí el románico tardío, el rural, me apasiona. Mientras en numerosas ciudades se estaban levantando las grandes catedrales y monasterios góticos, en muchos lugares perdidos los maestros canteros siguieron aferrados al estilo románico, como cuando al salir del último antro nocturno acabas en un bar de taxistas y mientras todos empiezan a pedir cafés tú solo puedes repetir la única frase que has dicho con algo de sentido en las últimas horas: «para mí un whisky, por favor». Un whisky mejor, que ya nos conocemos. Un arco de medio punto, que ya sé cómo funcionan sus empujes. Así es un poco el románico de los siglos XII y XIII, como una copa de whisky a las 9 de la mañana con el sol en todo lo alto. Sin embargo, en muchas de estas iglesias de aldeas perdidas no encontramos burda y aburrida repetición sino giros en el estilo y una amalgama curiosa de influencias. Además hay que tener en cuenta que el gótico no solamente es un estilo arquitectónico. Mientras en época románica el cuerpo, lo material, el trabajo manual, son reivindicados en los propios templos (representaciones de los trabajos, del cuerpo humano, etc.), la espiritualidad gótica promovida sobre todo desde Citeaux por Bernardo de Claraval se convierte en una especie de escoba que barre de iglesias y monasterios todo adorno o representación naturalista. Ya saben que a san Bernardo le tengo un poco de manía, no me lo tengan en cuenta. El arte gótico se convierte en un arte de las formas, abandonando todas las significaciones populares que hasta entonces había tenido. Creo que por esto es por lo que tengo tanta estima al románico tardío, porque es el fin de fiesta de Cluny, ese fin de fiesta en el que te echan del bar pero no te quieres ir a casa, se hace de día y te empeñas en apurar la farra donde sea y con gafas de sol.
Pero el románico final se explica además en nuestro país por las circunstancias «especiales» que vivía el territorio en esa época. Mientras en Europa el estilo se propaga como una mecha a partir del siglo XI, en la península ibérica, en plena invasión musulmana, el románico avanza a medida que los reinos cristianos recuperan tierras y se retrae en cuanto los musulmanes vuelven a la carga. Muchas de esas zonas, fronteras móviles durante largo tiempo, serán las que acojan este románico del final del románico.
Un claro ejemplo de esta situación es la que se dio en el norte de Guadalajara. Esas tierras altas y agrestes, que formaban parte de la Marca Media, nunca tuvieron más importancia para los musulmanes que la de servir como primera defensa de Toledo, por lo que las llenaron de destacamentos militares. Esa fue prácticamente su única población entre los ss. VIII y X, además de algún asentamiento rural de poca importancia. La conquista de Toledo por Alfonso VI en 1085 inaugurará una nueva época: se reconquistará Atienza y a principios del XII se creará el obispado de Sigüenza. Empezará así la repoblación de la zona que se parará debido a la llegada de los almorávides. No será hasta finales del siglo XII cuando esas tierras pasen de forma estable a Castilla y desde Atienza y Sigüenza se continúe la labor repobladora, labor que llevará de la mano la construcción de iglesias en los nuevos asentamientos. Sigüenza es un punto excelente para comenzar nuestra ruta de hoy.
Sigüenza
Reconquistada en 1124 por el obispo guerrero Bernardo de Agen hay varias Sigüenzas en Sigüenza: la medieval en torno al castillo, la renacentista que creció alrededor de la catedral y la barroca representada en el barrio de San Roque. Todas ellas conviven armónicamente y hacen de esta pequeña ciudad, declarada Conjunto Histórico Artístico, una auténtica joya del patrimonio.
Sigüenza conserva parte de sus murallas y está vigilida por el castillo. Este, antigua alcazaba árabe data del s. XII y sirvió de palacio a los obispos de la ciudad. Del mismo siglo, del XII es la iglesia de la Santa Cruz que se resguarda en uno de sus torreones. Muy modificada a lo largo de los años fue la primera iglesia de la villa y presenta rasgos del mudejarismo que veremos en otros templos de la zona. El castillo fue destruido casi por completo durante la Guerra Civil pero en los setenta se restauró para pasar a ser el parador de turismo que hoy podemos disfrutar y que puede servirnos de campamento base.
Bajando hacia la catedral encontraremos la iglesia de S. Vicente, con portada románica, la casa del Doncel, del s. XV y la iglesia de las Clarisas de Santiago, del s. XIII. La plaza mayor, renacentista y castellana, muestra orgullosa sus soportales flanqueada por el Ayuntamiento del s. XVI y la catedral. Esta curiosa catedral-fortaleza comenzó a edificarse en el s. XII pero no se terminaría hasta el XVI. El estilo que predomina en su fábrica es el gótico cisterciense y en su interior destaca la sacristía mayor, llamada «de las cabezas», de Alonso de Covarrubias y la capilla de los Arce, donde se encuentra el sepulcro del Doncel Martín Vázquez de Arce, muerto en Granada en 1486 y joya del gótico final.
El Museo Diocesano también merece una visita pues recoge muchas piezas de iglesias de la comarca. Pero sobre todo Sigüenza debe ser paseada. La Travesaña Baja, la Puerta del Sol, la Puerta del Hierro, la plazuela de la cárcel, el Palacio Episcopal, el antiguo seminario, el convento de las Ursulinas, la Alameda… El patrimonio de Sigüenza, hoy de unos cinco mil habitantes, deja entrever que su pasado fue más glorioso que su presente.
Saliendo de la ciudad hacia el noroeste por la CM-110 nos desviaremos en Palazuelos, pueblo amurallado con castillo al que llaman la Ávila alcarreña. Muy cerca se encuentra Carabias y su preciosa iglesia del Salvador. Del siglo XIII, posee la mayor galería porticada de todas las iglesias rurales. Esas galerías que son únicas del románico español y que servían como atrio para instalar las pilas bautismales (ya que los no bautizados no podían entrar al templo) y como lugar de reunión de los concejos.
Volviendo sobre nuestros pasos retomaremos la CM-110 para cruzar el río Salado y llegar a Imón, pequeña aldea que guarda uno de los lugares con más encanto de nuestra ruta: las antiguas salinas. El conjunto de estanques, almacenes y canales que siguen en pie proceden casi todos de la ampliación de la explotación que hizo Carlos III pero las salinas tienen su origen en el s. X. Durante mucho tiempo estas fueron las salinas más importantes del interior peninsular y desde el s. XII su explotación fue concedida al obispado de Sigüenza. La sal de Imón sufragó, entre otras cosas, la catedral de la ciudad. El rey alcalde recuperó las salinas para la corona e incluso visitó la localidad. En la casona del siglo XVII donde se alojó hoy encontramos un pequeño hotel en el que se ha conseguido aunar el respeto por los elementos arquitectónicos originales y la renovación. Con jardín, piscina y un spa con vistas a las salinas es una estupenda opción de alojamiento en la zona. Pero ahora hay que continuar, a unos 17 km de Imón llegaremos a Atienza.
Atienza
El castillo roquero de Atienza es lo primero que se divisa a lo lejos, «peña muy fuert» según el Cantar del Mío Cid. Bajando por la ladera comienza el caserío de la villa, hoy de apenas quinientos habitantes. El esplendor de Atienza comienza cuando pasa a formar parte estable de Castilla y en 1149 se le concede Fuero. Pasa entonces a ser la Comunidad de Villa y Tierra de Atienza, cabecera de comarca y núcleo desde el que se promovió la repoblación de la zona. Hasta catorce iglesias románicas llegó a tener la llamada capital serrana en la que además por su posición estratégica floreció el comercio. Atienza está en la llamada Ruta de la Lana y entre su población destacó un importante gremio de arrieros. En el siglo XV, con la apertura de otras rutas comerciales, la importancia de Atienza comenzó a decaer pero hoy todavía conserva un buen puñado de muestras de aquel esplendor: casas blasonadas, su plaza del Trigo de estilo tradicional castellano, la plaza de España… Hoy quedan en Atienza siete iglesias. La primera que se construyó en el pueblo fue la de Sta. María del Rey, en la parte alta. Fue construida sobre una mezquita y una inscripción de esta se reutilizó en una arquivolta de la portada: «la permanencia es de Dios», reza en árabe. La iglesia se encuentra en estado de semiabandono y conserva de época románica el ábside y las dos portadas. La piedra está muy desgastada pero todavía se pueden distinguir algunas figuras de las arquivoltas de la portada principal. Otras iglesias con restos románicos son la de San Bartolomé, porticada, la de la Santísima Trinidad, que conserva el ábside o la de Sta. María del Val, extramuros, que presenta unos saltimbanquis en la portada.
Atienza es además un lugar excelente para hacer parada y fonda. Y de eso precisamente, de fonda, tiene pinta el hostal restaurante El Mirador. No se dejen engañar por las apariencias de tradicional mesón castellano. La cocina y la carta de El Mirador están llenas de gratas sorpresas y ofrecen una cocina tradicional renovada y deliciosa. La caza, en temporada, tiene un lugar preferente en sus fogones.
Tras la visita Atienza es el momento de adentrarnos en los pueblos de la serranía para descubrir las joyas del final del románico que guardan.
El románico rural
En las afueras del pueblo de Albendiego, en una arboleda, se encuentra la ermita de Santa Coloma.
Construida en el siglo XII según versiones por monjes agustinos o por la orden del Temple, su nave fue ampliada en el s. XV y esto da al templo un aspecto peculiar ya que el proyectado templo de tres naves pasó a ser de una. De planta de cruz latina sin cimborrio y con sus sillares en tono rosado, la maravilla de Santa Coloma se encuentra en su cabecera. La primera vez que visité esta ermita no sabía lo que me iba a encontrar y todavía recuerdo el momento en que vi su ábside. O, más correctamente, ábsides, porque Santa Coloma tiene un ábside triple: dos laterales rectos que flanquean uno semicircular. Este último está dividido en tres paños por columnas triples que nunca fueron rematadas. En cada uno de los paños, una ventana con celosía de clara influencia mudéjar: estrellas, triángulos, círculos entrelazados…También las cabeceras rectas presentan unos originales vanos. Pero el ábside de Santa Coloma es mejor verlo en directo, créanme.
Tras unos 14 km llegaremos a Campisábalos. Este pequeño pueblo de menos de cien habitantes conserva no uno, sino dos tesoros románicos: su iglesia de San Bartolomé y, adosada a esta, la capilla de San Galindo, ambas edificaciones de finales del XII/ XIII. La iglesia es de una sola nave a la que se accede por una portada de cinco arquivoltas, la interior polilobulada. Todas ellas están decoradas con motivos geométricos y vegetales. En la clave de la primera arquivolta aparece un crismón muy desgastado, elemento muy poco común en esta zona. La nave fue remodelada y la torre también es un añadido pero el ábside, como la puerta, es también románico. Dividido por dos columnas, de las dos ventanas originales hoy solamente queda una, la del lado norte. Recorren el ábside dos líneas de impostas con entrelazados. Presenta además una buena colección de canecillos: escenas de cazas, liebres, lobos, cabezas de personajes grotescos….
A la capilla del caballero Galindo o de San Galindo no es posible acceder por la iglesia, es un edificio independiente y tiene portada propia, muy semejante a la de San Bartolomé y a otra que veremos más adelante. Sobre el caballero Galindo poco se sabe. El mítico personaje habría fundado un hospital en Campisábalos, donde fue enterrado y con sus rentas, que habrían pasado al Consejo de Atienza, se construyó esta capilla. Pero a falta de documentos históricos siempre podemos recurrir a las leyendas, que no serán verdad pero son más entretenidas. La del caballero Galindo cuenta que tuvo una hermana de la que fue separado muy pequeño. Con el paso de los años hermana y hermano se conocieron y se enamoraron, caballero conoce a dama, lo típico. Pero claro, cuando se descubre el parentesco todo es un drama enorme, porque el amor todo lo puede menos el incesto, así que se hacen enterrar vivos en la capilla. Como les decía, un drama terrible. El interior del edificio es muy sencillo. Destaca una ventana con celosía de estilo mudéjar (como en Albendiego) que comunica con la iglesia. Los capiteles que sujetan los arcos fajones de la bóveda tienen decoración vegetal mientras que los de la cabecera presentan arpías, centauros y algún que otro monstruo que no me atrevo a definir. Y sin embargo lo más interesante está fuera, en el muro sur: el friso que lo recorre presenta relieves con luchas de caballeros y un mensario, un calendario agrícola donde a pesar de la erosión todavía es posible leer y entender las escenas:
- Un banquete para enero.
- El trabajo en las vides para febrero y marzo.
- En abril la poda de las vides.
- En mayo aparecen un jinete y su caballo.
- En junio un campesino recoge algo en el campo.
- La siega de la mies en julio.
- En agosto se emparva la mies.
- En septiembre la vendimia.
- La siembra en octubre.
- La matanza en noviembre.
- Diciembre aparece representado por el trasiego del vino a la cuba.
Estos calendarios fueron un tema muy del gusto románico, esa mezcla de lo sagrado y lo profano, porque una iglesia es una imago mundi, un espejo de todo. Otro calendario bellísimo y muy bien conservado está en la portada de la iglesia de San Miguel en Beleña de Sorbe, iglesia porticada al estilo segoviano, también en Guadalajara pero más al sur. Si pueden acercarse solamente ese mensario bien merece la pena el desvío.
Siguiendo nuestro recorrido serrano llegaremos a Villacadima, a unos 8 km. No se asusten, pero Villacadima está deshabitado, como tantos otros pueblos de esta zona donde la densidad demográfica ha pasado de ser baja a casi ni existir. «Marcho un momento a por tabaco», parece que fue lo último que se le escuchó. Entre las casas vacías y casas de «veraneo» se yergue la iglesia de San Pedro. Como sus vecinas, su datación está entre finales del s. XII y s. XIII, pero en este caso ha sido muy reformada. El templo original era de una sola nave, con portada en el muro sur, pero tras diversas intervenciones que llegaron hasta el siglo XVI hoy tiene tres. Milagrosamente, dicha portada románica fue reutilizada tras la reforma y todavía podemos disfrutarla. En cuanto la vean recordarán las portadas de an Bartolomé de Campisábalos y de la capilla de San Galindo por lo que se cree que el mismo taller trabajó aquí. Un guardapolvo con tejaroz decorado con canecillos que presentan bolas, toneles, caras y uno muy curioso, por lo poco común: las llaves de san Pedro. También la arquivolta inferior de la portada es polilobulada y también el resto de arquivoltas, capiteles y jambas en las que se apoyan están decoradas con motivos vegetales y geométricos.
Como ven todas estas modestas iglesias presentan cierto mudejarismo e influencias segovianas y sorianas. Pero afortunadamente no todo es románico rural. Todas las serranías están atravesadas de ríos, cañones y bosques de hayas, enebros, pinos silvestres, robles… de hecho, al lado de Villacadima, en Cantalojas, está el hayedo de Tejera Negra, una auténtica delicia en otoño. Y no se olviden de los castillos, que estamos en tierras de frontera. El de Galve de Sorbe o el de Riba de Santiuste son dos buenos ejemplos. De este último cuenta la historia que en él se aparece Manuela, el fantasma de una noble musulmana. Quizá Manuela se haya trasladado a una fortaleza más tranquila, eso sí, porque la última vez que lo visité el castillo estaba abierto y se había puesto de moda entre los amantes de lo «paranormal». En él se habían hecho psicofonías y tropelías a partes iguales. Y es que ya no le dejan ni errar a uno por toda la eternidad como Dios manda. Tanto si ven a Manuela como si no, no olviden que el cabrito asado con el «breve» (aliño de hierbas) es especialidad de la tierra y puede ser de gran ayuda en caso de susto o decepción. Las truchas, perdices, codornices o migas serranas son otras deliciosas alternativas. De postre unas yemas seguntinas o unas nueces con miel y estaremos listos para seguir descubriendo otros pueblos, castillos e iglesias. Porque las serranías de Guadalajara no acaban aquí, y su original románico rural, por suerte, tampoco.
Para dormir:
Parador Nacional de Turismo de Sigüenza
Plaza del Castillo, s/n, 19250
Sigüenza 949 39 01 00
Hotel Spa Salinas de Imón
Calle Real, 49, 19269
Imón 949 39 73 11
Para comer:
Restaurante El Mirador
C/ Barruelo, S/N, 19270 Atienza
949 39 90 38
Restaurante Nöla
C/ Mayor 41, 19250 Sigüenza
949 39 32 46
Visitas:
Para visitar el Hayedo de Tejera Negra en otoño es obligatorio reservar. El resto del año se recomienda. Más información aquí:
http://agricultura.jccm.es/parques/forms/parqf001.php
Visita a las iglesias:
He intentado recopilar horarios y días de visitas pero me ha sido imposible. Para Santa Coloma de Albendiego preguntar por la llave en el bar del pueblo. Esto se aplica al resto de templos. A falta de bar mi recomendación es preguntar en cualquier casa. No suele fallar, salvo en el caso de Villacadima, que está despoblado.
Me ha gustado mucho.
Joder, Silvia, te acabas de ganar un suscriptor. A tus artículos, no a los de Jot Down que, si bien algún otro «mola», este tuyo me ha hecho reír incluso. Y pocos autores consiguen eso, o crear un puente entre el inicio de una rave yendo afectadillo por el alcohol y el final o comienzo de un nuevo estilo de construcción.
Resulta curioso que ayer mismo, y de la mano de Nieves Concostina en su libro «Menudas historias de la historia» descubriese por qué se le llama gótico al gótico.
Molaría mucho poder seguir tu twitter/G+ para poder leer las publicaciones sin suscribirme a esta web.
Pingback: Románico rural: Guadalajara
“Conozca España con Silvia” es la sección más maravillosa que se pueda soñar. Mil gracias a la Sra. Castellanos por escribir y a Jot Down por publicarla. Ustedes serán culpables de una generación de españolitos odiadores del de Claraval: ¡queremos nuestros “moñecos”! (y no se olviden del cabrito).
Por aquí se han trabajado un mapa en Google con gran parte del románico de la Península.
https://www.facebook.com/groups/161369400684442/
Me ha gustado descubrir Guadalajara….no tenía ni flowers a pesar de estar al lado de Madrid, habrá que ir a conocerlo…Gracias
A mi tambien me gusta. Hace muuuuuchos años, algunos fines de semana pertrechado con mi camaranme lanzaba a recorrer guadalajara buscando vestigios del romanico por diminutos pueblos y pedanias. La mayor parte de las veces las iglesias y ermitas estaban cerradas. Si tenia suerte el cura o algun paisano me abria. Lo mas sorprendente era el abandono. Espero que la situacion haya mejorado.
Sí, yo también le tengo manía a Bernardo de Claraval. Cuanto más «corpórea» me he ido volviendo, menos me ha ido gustando el gótico. Pero además, lo de «generatio mala et adultera» no se lo perdonaré jamás. Mallacht a gaiscid!
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