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Ricardo Rocha: bigote, mullet y autogoles

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Fotografía: Cordon Press.

Veranito de 1991. Felipe González todavía mola más que Henry Fonda. La URSS se cae a cachos. Comienza en serio la guerra de Yugoslavia. En septiembre ve la luz el Nevermind de Nirvana y la alegría se convierte en algo de mal gusto. Los grupos de música españoles abandonan el español como lengua vehicular. Llegan las camisetas XXL. Los walkmans, con auto-reverse. El tiempo medio de posesión de una Vespino antes de que te la roben alcanza los cinco meses. En el mundo del espectáculo los buenos modales dejan de comprender la oferta de una rayita de caballo cuando se está entre bastidores. Y el FC Barcelona es el mejor equipo de España. Trágico todo.

En 1991 no es que el fútbol fuese más romántico, es que era una cuestión de fe. No se televisaban todos los partidos. Lo que no venía en el Don Balón no existía. Se enteraba de cómo jugaba su equipo el que iba al campo. Al Bernabéu costaba mil pesetas en el segundo anfiteatro de pie, verlos entrenar en Plaza Castilla, cien. Pero a mucha de la gente que acudía a una u otra cosa, con sus bricks de vino y una distribución de las piezas dentales en clave de leninismo amable, bascular, las transiciones y los controles orientados, francamente, se la pelaban. Querían victoria, destrucción. Y el Madrid no se lo estaba dando.

El club tenía muchos y diversos problemas en la plantilla, pero el más notable estaba atrás. Tras la marcha de Óscar Ruggeri, don Predag Spasic no había dado lo que se esperaba de un central de 1,90 natural de Kragujevac, Serbia. No solo eso, Spasic será recordado para la posteridad por marcar el gol de la victoria del FC Barcelona en un derbi en el Nou Camp. Un remate certero, directo. Imparable. Solo se podía pasar más vergüenza ajena por esas fechas con VIP MAR, emitido desde Marbella por Telecinco.

La solución a ese problema, popularmente conocido como «la maldición del central», fue Ricardo Roberto Barreto da Rocha. Si no funcionaba buscar un defensa como mandan los cánones en la que fue la capital de Serbia durante la Primera Guerra Mundial, se volvía al viejo truco de coger a alguien con bigote. El pretexto, la excusa que dieron, fue que había hecho una muy buena Copa América con Brasil.

Los que completamos el álbum de cromos de Panini de Italia 90 le recordábamos porque salía mirando con cara de que alguien se estaba riendo de él o pensando que le habían puesto el himno muy bajito. Estaba como mosqueado. También, porque en el famoso cruce de octavos contra Argentina falló a puerta vacía en un córner, no llegó a rematar. Y por supuesto, por tener el honor de agarrar a Maradona e intentar tirarlo como fuera mientras el barrilete cósmico se sacaba de la manga un pase a Canigga para que marcara el gol de la victoria.

No era un jugador normal. Y tampoco lo fue en el Madrid. No sé si fue incluso peor que Spasic. Habría que medir con cuál de los dos nombres se ríen más alto los múltiples y bien pertrechados enemigos del Real Madrid. Pero bueno, en un principio, sobre el papel, aquello prometía. Robert Prosinecki, mejor jugador de Europa. Gheorghe Hagi, el Maradona de los Cárpatos. Y Rocha, el central de Brasil. Podrían haber pasado a la historia, pero a quien se recuerda es a Koeman, Laudrup y Stoichkov. Veamos por qué.

Cuentan las crónicas que Rocha fue de lo mejorcito de su equipo, por no decir lo único presentable, en el inicio de la temporada 91-92. Buen partido en Cádiz, contundente contra el Valladolid —aunque quedara eclipsado por la salvaje agresión de Valderrama a Míchel golpeándolo con los genitales en la palma de la mano—, y el mejor contra el Slovan de Bratislava junto a Buyo, lo que demostraba, entre otras cosas, que el equipo se estaba defendiendo demasiado.

Así lo entendió Mendoza, que rápidamente trajo de director técnico a su amigo el holandés Leo Beenhakker. «Haré el trabajo que hacía Molowny», «vengo a trabajar en la sombra», «nunca seré el entrenador», declaró. Y en fin. Ya saben.

Pero a Antic le defendían los resultados. Contra el Barça en casa, por ejemplo, se dejó una impresión bastante decente aunque se empató a uno. Robert Prosinecki marcó el gol del Madrid de falta. Rocha aquel día jugó con gripe y solo aguantó la primera parte. El equipo se hundió en cuanto se fue. Pero aparte de una serie de yoyah bastante interesantes, dejó detalles como anticiparse a Stoichkov y dejársela de tacón a Chendo.

Eso no se veía habitualmente por aquellas fechas. Y menos en Madrid, donde el fútbol no es para reír. De hecho, diez minutos después del taconcito, don Michael Laudrup con toda la clase y la elegancia que le caracterizaban, le pegó una patada en la boca a Rocha llegando por detrás de inigualable factura. Claro, porque antiguamente los taconcitos tenían un precio en sangre y eso lo sabía hasta el mago danés. Aunque Rocha manco no era y cinco minutos después volvió a derribar a Stoichkov con una entrada directa al talón y en el lance, de paso, se tiró de culo sobre su cabeza. Qué bello era el balompié entonces.

Con aquella inyección de moral, ver que el campeón no estaba para ganar al Madrid, el equipo fue tomando forma; forma rocosa, concretamente. Rocha daba palos detrás, pero por delante tenía a gente seria que jugaba circunspecta como Milla y Fernando Hierro. El malagueño mandaba y marcaba cada jornada, explotó como futbolista. Los amantes del fútbol feo y desagradable, del vencer poniendo mueca de asco, de que se contabilicen los goles y las bajas, estábamos de enhorabuena, pero desgraciadamente, el que mandaba, Ramón Mendoza, no.

Al presidente se le puso en las narices esa ordinariez de «jugar bien». Iba de esteta. Debió de pensar que aún estábamos en los ochenta, en los años de la beautiful people, las hombreras y los socialistas expertos en vinos franceses. Declaró expresamente que la plantilla era muy buena y que por eso se iba líder, no por Antic, el entrenador. Luego regó esas palabras con vino francés de ese, pero no adelantamos acontecimientos.

Por entonces, Rocha, silenciosamente, nos demostraba de qué pasta estaba hecho. Jugaba partidos muy completos, era insuperable, pero en Riazor, por ejemplo, en el minuto uno dejó solo a Claudio Barragán, que no supo agradecer el favor. Tenía esos detallitos e iban llegando por goteo, como cuando empieza a llover. Pese a todo, tras ganar por dos a cero al Mallorca, la defensa del Real Madrid era la menos goleada de la era Mendoza.

Un dato que contrastaba con la irregularidad del equipo, capaz de palmar contra el «Neuchatel de los egipcios», —Hany Ramzy, Ibrahim Hassan y Hossam Hassan y a los pocos días meterle cinco al Español en Sarrià ante la atenta mirada del serbobosnio Dusan Mijic, integrante de la Vojvodina que le chuleó el campeonato yugoslavo 88-89 al Estrella Roja y el Hajduk Split. Pero esa es otra historia. Aquel día Milic le cedió amablemente un balón a Míchel para que marcara y a final de año fue pasaportado al Palamós con un lacito. El caso es que el Madrid cuando parecía que molaba, pinchaba.

Mendoza entonces hacía chistecitos. Dijo un día «Antic, en el descanso de este partido, no está cesado, al término del encuentro, ya hablaremos». Nadie como él y su fina ironía para transmitir tranquilidad a la plantilla. Rocha, por su parte, seguía siendo el mejor del equipo junto a Hierro. El brasileño en Atocha se marcó un partidazo ante la Real Sociedad de Oceano, Carlos Xavier y Kodro, que era la sensación de los resúmenes del domingo. La crónica del Mundo Deportivo fue muy descriptiva:

El brasileño estuvo infranqueable en todo momento, aunque para ello tuviese que recurrir al juego duro; la máxima «puede pasar el balón, pero nunca el jugador» la siguió al pie de la letra.

En la capital estábamos orgullosos de él. No le faltaban recursos. No pedíamos más. En la vuelta contra el Neuchatel, donde se marcó un autogol el egipcio Ibrahim Hassan, Rocha dijo que como en la primera parte lo vieron crudo, en el descanso «rezaron mucho» y «surtió efecto». Encima «Dios con nosotros», como en la hebilla de los cinturones de la wehrmacht.

Cuando no debió de rezar fue contra el Atlético de Madrid. Venían de dos empates, contra Zaragoza y Oviedo, y ganar al vecino era una necesidad acuciante. Rocha hizo, en sus propias palabras, su peor partido con el Real Madrid. Luis Aragonés destrozó a la defensa blanca con sus jugadas de estrategia. En el gol de Manolo falló Rocha y Futre, al que debía marcar, se lo pasó pipa los noventa minutos.

Ricardo Rocha en el Real Madrid. Foto: Cordon Press.
Ricardo Rocha en el Real Madrid. Foto: Cordon Press.

Finalmente, Antic se fue a la calle. Iba líder, sí. pero perdió en Valencia, el Madrid ganó al Tenerife en casa pidiendo la hora y empató a uno con el Cádiz. Demasiado para Mendoza. Nada más ser despedido, el serbio fue a consolarse a casa de su amigo y excompatriota Robert Prosinecki, lesionado de gravedad, como todo el mundo recuerda, e iniciándose en el mundo de la noche de una de las ciudades más divertidas de Europa en aquel momento. Seguro que se enchufaron unas rakijas diciendo barbaridades irreproducibles sobre el club y su máximo mandatario. Tenían al Barcelona segundo a tres puntos. El serbio ese año había logrado una racha de veinticinco de veintiséis puntos posibles en trece jornadas, pero lo mandaron a casa. La situación era como para cabrearse.

Con Benhaker pronto se dejó ver el «buen fútbol», el «jogo bonito» y todas esas cosas. Derrota contra el Valladolid de los colombianos y nuestro amigo Engonga y derrota contra el Sevilla. Rocha fue claro y meridiano con los periodistas: «Somos un mal equipo».

Al Nou Camp se fue como al matadero. El Barça estaba crecido y el Madrid era un hazmerreír. A los pocos minutos, Koeman clavó un obús de falta como pocos se recuerdan. Rocha estaba desbordado, más perdido que una rana en el mar, pero, mira tú por dónde, el que apareció fue Butragueño. Se hizo una jugada excepcional por la izquierda, metió un pase medido a Hierro quien fusiló a Zubizarreta literalmente, porque la pelota le golpeó en el esternón al vasco como una bala, aunque el rebote fuera luego para dentro. Cómo lo gritamos en la meseta. Y para que se hagan una idea del paso del tiempo, en el momento del gol, yo estaba jugando al Hyper Olympic en MSX en casa de un amigo con el partido puesto en otra tele.

No estaban muertos. Quedaba mucha liga. ¡Arriba los corazones! El Real Madrid salió muy reforzado de ese empate a uno, pero a los pocos días llegó un rival de cierta entidad y Ricardo Rocha demostró por primera vez, ya a las claras, su don para lucirse en las grandes ocasiones. Era el Torino; el Torino de Rafael Martín Vázquez, el hijo pródigo, que nos había abandonado por un saco de monedas. Otra audacia de Mendoza.

En la ida se ganó 2-1. El paisano de Rocha, Walter Casagrande, marcó el 0-1. Fue un espantajo de gol. Habría sido feo hasta en un San Mamés una tarde de niebla y lluvias torrenciales. Lentini chutó sin ángulo, raso, a la base del palo y no me pregunten qué hizo Buyo porque aún no lo sé. El balón bailó ska por encima de su cuerpo, le cayó a Casagrande dando botecitos y la enchufó a placer. Rocha era su marcador. Ría aquí.

La rueda de prensa fue memorable. Doce aficionados del Torino fueron agredidos en las puertas del estadio, a uno le rompieron el peroné, y al autobús del equipo se le apedreó y se le rompieron las lunas como mandan los cánones en los pueblos de boina calada hasta las cejas. El jefe de prensa italiano le espetó a Leo Beenhakker «¡Los españoles sois unos animales!». Y el holandés, metido súbitamente en la piel de un español cual general de la Rovere, replicó: «El Torino ¡a tomar por culo!».

De menos risa fue a que a las dos de la madrugada, en el kilómetro 161 de la N-V, un camión cargado con troncos perdió el control y la carga cayó por toda la carretera. El coche en el que volvía a casa de ver el partido Juan Gómez «Juanito» esquivó los troncos, pero no a un camión portugués que se había detenido. La leyenda blanca perdió la vida en el acto.

En el partido de vuelta, Rocha fue el más desafiante de los blancos. «Los del Torino no son más hombres que nosotros», dijo a los medios. Hombres tal vez no, pero como futbolistas, Lentini se coló por la derecha nada más empezar, centró al área y ahí apareció Ricardo Rocha para despejar de chilena o tijereta o no se sabe qué. Es cierto que si no despejaba venía Casagrande por una autopista para rematar a placer, pero es que despejó a la escuadra donde no podía llegar Buyo. No, coño, no.

Con eso ya estaban clasificados, pero por si acaso, el belga Enzo Scifo tocó para Rafael Martín Vázquez, el tío bigotes abrió para Lentini y el bueno de Gianluigi la volvió a liar. Se internó en el área, sorteó a Chendo con un regate que, geométricamente hablando, digamos que la línea que unía el centro de cada uno de sus testículos en ningún momento dejó de estar en paralelo con la línea de tierra, centró a Fusi; y este hombre, como era su obligación, tiró a puerta con toda su alma y ahí estaba de nuevo el dúo cómico. El balón pasó por entre las piernas de Rocha y Buyo, volviendo de donde había dejado Lentini a medio Madrid clavado, intentó pararla con el pie dando una patada al aire inverosímil. Si el aleteo de una mariposa en Londres puede provocar una tormenta en Hong Kong, solo diré que tras la acción de Buyo hubo dos seísmos de 7,5 en Estados Unidos. Pueden preguntárselo a Google si no se lo creen. Y de propina, el Barça se calificó esa semana para la final de la Copa de Europa en Wembley.

En la prensa se empezó a comparar a Rocha con Spasic por eso del autogol en un momento clave, aunque se reconocía que se había mostrado muy seguro durante todo el año. Mano a mano con Sanchís, habían permitido que Hierro se preocupara de atacar en el centro del campo con notable éxito y, la verdad, era cierto. Era un central excepcional. Aunque hay que decir que el principal activo de Rocha como defensa era su temeridad. Se iba al suelo con facilidad y violencia en cuanto tenía a alguien enfrente. Los antimadridistas dirán que como era merengue podía hacer todas esas guarrerías y lo mismo llevan razón. De hecho, si no lo he soñado, Núñez se quejó de que entraba con los dos pies por delante y se refirió a él como «negrito».

En el último tramo de liga, las diferencias entre Madrid y Barcelona nunca se agrandaron. Una semana, un gol de Alejandro Rodríguez López, natural de Albacete antes de que ser de Albacete fuese cool balompédicamente hablando, dio al Real Burgos un empate a uno en el Nou Camp y el Madrid lo tenía todo de cara. A la siguiente, Marius Lacatus le clavaba un gol a Buyo por entre las piernas de Miguel Porlán Chendo y volvía la igualdad.

Sin embargo, con todo en contra, el Madrid acabó fuerte, con buen tono. En dos partidos memorables de Rocha, los blancos ganaron al Atlético y al Valencia. Ya solo había que ir a Tenerife y ganar. ¿Fácil, verdad?

Buen rollo no había en el equipo. Rocha dijo a la prensa «hay un par de jugadores en el Real Madrid que están como muertos». Se refería tal vez a Milla y Luis Enrique. Pero daba igual. En Tenerife, Hagi marcó uno de los goles del año, el Madrid se puso 2-0. La liga estaba ganada. Solo había que dormir el partido. Telemadrid estaba echando una corrida de toros e interrumpía la emisión para poner los goles. En las Ventas estaban más pendientes del fútbol que de la lidia. Todo era fiesta. Emoción. Y tanto.

Porque, ay, Estebaranz acortó distancias. 2-1. Y llegó el desastre. Pizzi se fue por la derecha, chutó a puerta de mala manera y Rocha, que estaba cubriendo a Pier, despejó con todas sus fuerzas… dentro de la portería. Casi revienta el balón de la hostia que le dio. Empate. Y en pocos segundos, derrota, aunque omitiremos cómo fue la ejecución del 3-2 por si nos están leyendo niños. Lo relevante es que Ricardo Rocha, nuestro Rocha, la volvió a cagar en el momento más importante.

En cualquier caso, la Revista Real Madrid le dio el premio al jugador más destacado de la campaña. Y la derrota contra el Atlético en el Bernabéu en la final de Copa del Rey, con goles de Futre y Schuster, afortunado él, se la perdió.

Nadie la tomó con él. En la Ciudad Deportiva la gente pitaba a Míchel y a Sanchís. Se estaba gestando aquello del «menos millones y más cojones». Y finalmente, de esta temporada, cabe destacar las declaraciones de Chendo analizando lo sucedido: «El Barcelona ha ganado la liga porque ha quedado campeón». Ni Baudelaire.

A poner orden llegó Benito Floro, el nuevo Arrigo Sacchi, anunció Mendoza a sus palmeros. Llegó Zamorano. Se esperó a Prosinecki, que volvía de la recuperación. Se mantuvo a Rocha y se echó a Hagi, tal vez porque era demasiado bueno y los demás se ponían tristes, no se sabe aún a ciencia cierta. De todas formas, solo podían jugar tres extranjeros.

La temporada 92-93 fue la de la eclosión del Superdépor y la llegada a nuestro campeonato de un Diego Armando Maradona con la mente más puesta en las escalas del bergantín-goleta de la Armada Española, Juan Sebastián Elcano, que en el fútbol. Pero todos estuvimos pendientes de él cada semana.

El Madrid comenzó como era Floro, frío. Aburrido. Y también irregular. En la UEFA empató a uno con la Politécnica de Timisoara y Rocha volvió a demostrar con sus declaraciones que había muy buen rollo en la plantilla:

Tenemos que cambiar la manera de actuar porque hemos jugado contra un equipo de tercera categoría y, en la segunda parte, nosotros hemos sido de cuarta. Debimos ganar 0-3 y a punto hemos estado de perder por ese resultado. Este ha sido el peor partido desde que estoy en el club. No hace falta que hablemos los jugadores, todos sabemos qué pasa aquí. El Real Madrid le tiene que echar cojones y no se los echa.

Deberían haberlo escrito en la pared del vestuario. Se metió a la grada en el bolsillo. Cosa que era lo mejor que podía hacer, por otra parte, porque ante el mencionado Superdépor quizá se metió el mejor autogol de toda su carrera. Minuto ochenta, un centro del Deportivo al área, suavecito, y lo cabeceó al hueco. Impecable. Mejor que Spasic. Como los mejores rematadores británicos de antaño. Y antes, el anterior gol del Dépor fue un centro de Hierro atrás que dejó pasar Rocha al portero inexplicablemente, la recogió Bebeto muy agradecido y empató. Perder, vale. La charlotada ¿por qué? ¿para trastornar a los niños?

Lo gracioso es que ese año, jugando en horizontal como jamás haya hecho un equipo, —el Madrid recordaba a lo que se encontró Homer Simpson el capítulo en el que fue a ver un partido de fútbol— al final se hizo una temporada bastante decente. Al Barcelona se le ganó en casa. Al Sevilla de Maradona se le metieron cinco. El equipo estaba arriba. Con un juego espectacular que llenó las canchas de baloncesto y balonmano de la capital, pero arriba.

No obstante, las desgracias fueron llegando como siempre le pasa al Madrid cuando se muestra burbujista, esto es, al primer cruce con un equipo serio. Fue en la UEFA, contra el PSG. En el Parque de los Príncipes cayeron cuatro. El primero de córner, con Rocha en el primer palo. En el segundo poco pudo hacer, en la repetición a cámara superlenta se le ve como espectador privilegiado asistir a todo un rondito. En el tercero, se comió un amago y salió volando. Y en el cuarto, otra vez le tocó disfrutarlo en primera fila. Fue una carnicería.

Al final de la temporada, el Madrid logró eliminar al Barcelona en las semifinales de la Copa del Rey. Fue el último gran partido de Rocha vestido de blanco. Pero, ay, había que volver a Tenerife. Rocha fue baja por una rotura de fibras. Mendoza ya le había dicho que no seguiría en el Real Madrid. Los Ultras Sur hicieron un mural gigante con su caricatura pidiendo que se quedase. «Rocha se queda, Rocha no se vende», coreaban. Como por lo visto no estaban convencidos de que este gran defensa y mejor persona era un gafe se mirase por donde se mirase, el jugador declaró a la prensa: «Seremos campeones en la última jornada». Casi, casi. Dos goles, dos, le metió el Tenerife al Madrid. Dos a cero.

Y así, con muchísimo cariño, sin acritud ninguna, hubo que decirle adiós a este señor. Siempre le hemos tenido estima. Entre otras cosas, porque su plaza de extranjero la ocupó Claudemir Vitor Marques, natural de Mogi Guaçu, y aquello ya fue porno duro. Lo contaremos otro día.

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20 Comments

  1. Sergio Zimnik

    Imaginad un madridista catalán de barcelona viviendo todo eso con 14 años…hay intangibles que te marcan de por vida…

  2. sindelar

    Magnífica crónica de mis veintipocos años.
    La verdad es que este tipo se ganó el cariño de la afición.
    Eran otros tiempos, el Madrid todavía era un club de fútbol.

  3. «… Vitor ha sido una castaña…»

  4. Pingback: Ricardo Rocha: bigote, mullet y autogoles

  5. Mítico Vitor, que llegó al Madrid, si no recuerdo mal, porque no se pudo (o quiso) fichar a Cafú.

  6. uno que pasaba

    EL error en el 2-2 del Depor-Madrid no es de Rocha, si no de Nando, como bien dice el comentarista inglés

  7. sinsorgo

    No me gusta el fútbol. Y me encanta leer sus artículos sobre fútbol.
    Magistral.

  8. No recuerdo los jaleos con los Ultras Sur, pero se me quedó grabado que ese día los del Torino que ya estaban arriba donde ponían a las aficiones rivales en el fondo norte cogían trastos de las obras (estaban construyendo el tercer anfiteatro) y se las tiraban a otros italianos que estaban entrando. Nunca he visto cosa igual.

    Y sí, la cagada es de Nando, eso mismo me pareció al ver el vídeo.

  9. Joseph

    Esto:
    «Aunque quedara eclipsado por la salvaje agresión de Valderrama a Míchel golpeándolo con los genitales en la palma de la mano—»…

    Hombre, que a veces hay niños leyendo, casi pierde otro lector jotdown…

    Me he divertido mucho leyenda esta crónica, aunque desconozca en su mayoría a los protagonistas.

    Enhorabuena al autor.

  10. Jesús

    Creo recordar que frente el Cádiz ya no estaba Antic y fue el debut de Beenhaker. Tenía 10 años y era mi primer partido que veía del Cádiz y lo recuerdo por eso. Sacamos un empate con un golazo a la contra que llevaron nuestros tres mejores canteranos: Quevedo, Kiko y Arteaga. Ese partido ya hacía premonitorio lo que iba a pasar posteriormente. Excelente texto, me he hartado de reír.

  11. Durruti77

    Qué decir, si estaba en 1º BUP, soy tocayo de él, y jugaba de central en el glorioso equipo que nos llevó a la final del instituto…

  12. Petete

    La temporada 91-92 del Madrid fue digna de estudio, como bien muestra el artículo. Derrotas tontas mezclados con momentos de cierta épica, todo ello con Mendoza on-fire

    Recuerdo los VHS resumen de la revista Interviu sobre la temporada (a falta de Youtube aquello era oro puro!) y Rocha quedó entre los 10 mejores de la temporada

    Me ha parecido que en el texto se insinúa que el 3-2 del Tenerife fue cesión de Rocha pero juraría que fue de Sanchís… aquello fue terrible

    Y como pitaba la gente a Martín Vazquez!

  13. Petete

    Otra cosa digna de mención aquel año es que Hierro jugaba con el número 9 (Hugo estaba lesionado o se había ido… algo así) y marcó veintitantos goles, solo Manolo Sánchez del Atlético marcó más… que jugadorazo era Hierro por entonces

  14. Siroco

    Era todo un personaje pero por lo menos se le recuerda con cariño. La de pata palos que ha tenido el Real Madrid como centrales. Esperando la crónica de Vitor ya jaja.

  15. Yo recuerdo a los Ultrassur cantando: «Si Rocha se va, Mendoza va detrás».

    Lo de Vitor fue antológico, yo vi el debut en El Sadar (0-4), y ya apuntó maneras… Tres meses duró si no recuerdo mal.

  16. SINCERO

    Me hace gracia como se hace uso del dominio madridista en los medios de comunicación: Ricardo Rocha era un jugador ULTRA-VIOLENTO y bastante flojito técnicamente. En el relato parece que era una mezcla de Beckenbauer y Puyol, por citar a dos de los mejores defensas que he visto en mi vida.
    Así se RE-ESCRIBE la historia, amigos.
    Rocha, un crack. Igual que Goyo Benito. Igual que Pepe.
    Todos cracks. Porque fueron del Madrid, claro.
    Pablo Alfaro y Javi Navarro al lado de Rocha eran hermanitas de la caridad, pero el Madrid-periodismo ha hecho creer al resto de España que Alfaro era poco menos que un comeniños.
    Pues, nada, Rocha Balón de Oro.
    Saludos cordiales.

  17. misigo

    rocha fue titular en brasil no kazajistan en dos mundiales italia 90 y usa 94 hasta q se lesiono en la primera fase ….

    en su etapa en el madrid esos goles en propia puerta emborronaron en general un rendimiento muy bueno ..

    era guarrete ok pero como migueli,goikoetxeay demas

    ademas se gano la simpatia de la aficion

    para mi era un buen jugador

  18. Tuista Poa

    Para superar a Vítor vino con Capello el portugués Secretario, que se quedaba paralizado en el campo de lo malo que era. 12 partidos jugó…Spasic no estuvo lejos de esta dupla. Incluso Ruggeri. Más tarde Woodgate, el muro Samuel y el impagable Fernando Sanz hicieron las delicias del respetable blanco en lo que se refiere a la zaga, porque los Freddy Rincón, Canabal, el átomo Ojnenovic, y Rambo Petkovic glosan la memoria del aficionado más proclive al frikismo que al fútbol en unos tiempos en los que los socios blancos temlábamos antelas ocurrencias del cuerpo técnico (¡aghh! ¡me viene a la mente Albano Bizarri!)

  19. Pingback: Pero qué hizo Luis Enrique en el Real Madrid

  20. Tuita Poa

    Un gran jugador que vino a poner en su sitio a una generación que se había acomodado tras años de éxito. Mala suerte con los autogoles, pero fue un central para años. Pena que se fuera tan pronto. Grande Ricardo Rocha.

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