Hace tiempo alguien se preguntaba que si Jesús podía convertir el agua en vino, qué no sería capaz de hacer con el orégano. Pero además de traer alegría a cualquier fiesta con sus hechizos era, en sus propias palabras, «la Resurrección y la Vida» y así lo puso en práctica con Lázaro, quien ya llevaba cuatro días muerto —y olía a lo propio, nos detallan las Escrituras— cuando se obró el milagro y salió de su tumba por su propio pie.
Este conocido episodio bíblico nos muestra que la idea de la resurrección de los muertos ya viene de lejos. En realidad viene de mucho más lejos aún. ¿Desde cuándo exactamente? Pues vaya usted a saber, tal vez un gritón de años o más. Probablemente desde el inicio mismo de la especie humana a la gente no le ha dado la gana morirse ni que lo hagan sus seres queridos, por mucho que les repitieran clichés sobre la «ley de vida», el ciclo natural o cualquier otra forma de encajar con resignación lo inevitable.
Por tanto siempre se ha fantaseado con la posibilidad de sortear el final y unos cuantos siglos antes de Cristo el profeta Isaías ya sacó el tema: «Resucitarán los muertos, y resucitarán los que estaban en las sepulturas, y se alegrarán todos los que están en la tierra». Lo cual suena bien sobre todo si ya estás muerto, una segunda oportunidad siempre se agradece. Pero luego remató «y verán los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra mí; porque su gusano nunca morirá, ni su fuego se apagará, y serán abominables a todo hombre». Eso lo estropeó todo. Aquí empieza el problema y el asunto que queremos tratar, pues ¿qué ocurre cuando uno resucita, pero de mala manera? ¿Cuando revive pero sin quitarse el olor a putrefacción? ¿Cuando en esa nueva encarnación trae consigo del Más Allá unos perturbadores hábitos alimenticios? ¿Y quiénes pueden resucitar y por qué?
San Agustín respondía a esto último diciendo que no dependía de la voluntad propia volver de la muerte y usaba para ello un argumento inapelable: «Si las almas de los difuntos se interesasen por los asuntos de los vivos, y ellas nos hablasen en sueños, cuando las vemos, mi piadosa madre, por no hablar de los demás, no me abandonaría ni una sola noche, ella que me siguió por tierra y por mar para vivir conmigo». Sin embargo, también señalaba que pueden aparecerse en respuesta a una preocupación de los mortales, por mundana que resultara. En el mismo texto recién citado cuenta el caso de un joven de Milán al que se le demandaba una deuda cuyo padre ya había saldado antes de morir, aunque no lograba encontrar el resguardo del recibo. Pues bien, el padre se le apareció en sueños para indicarle dónde estaba guardado. También pueden venir del Más Allá para impartir justicia, un argumento por cierto muy habitual en el cine de terror y que vemos en el caso de san Macario, que resucitó a la víctima de un asesinato para que testimoniase que el inculpado del crimen no había sido el autor. Claro que una vez resucitada aunque sí lo hubiera sido tampoco tendría sentido seguir acusándolo de asesinato… Otro caso de justicia de ultratumba lo tenemos en un episodio retratado en el cuadro que vemos sobre estas líneas, El robo sacrílego de Alessandro Magnasco. En 1731 unos ladrones entraron a robar en la iglesia de la ciudad italiana de Siziano, provocando así que se despertaran los cadáveres del cementerio ubicado a su lado para ahuyentarlos.
Pero no siempre tienen tan buenas intenciones. Según contaba Ferdinand de Schertz en Magia posthuma, un espectro se dedicaba a atar entre sí las colas de las vacas mientras que otro no tenía mejor quehacer que tirarle piedras a los vecinos. Eran, usando terminología técnica, espectros de pueblo. Otros muertos mantenían costumbres aún más desconcertantes si cabe y para su estudio contaron con grandes obras como una escrita a finales del siglo XVII que se titulaba nada menos que Disertación histórico filosófica de la masticación de los muertos. Con un título así necesariamente debía ser bueno, aunque contó con una refutación en las décadas posteriores, De la masticación de los muertos en sus tumbas, a cargo de un pastor luterano llamado Michaël Ranft. En él sostenía que algunos difuntos masticaban su propia carne dentro de sus ataúdes y por ese motivo en algunas partes de Alemania se metía una piedra o una moneda dentro de la boca del cadáver o bien se le ataba bien fuerte el cuello con un pañuelo. Se negaba a considerar que estos actos estuvieran inspirados por el demonio —tal como sostenía el libro al que respondía— e intentaba dar a todos esos casos una explicación científica. Como vemos ya aparecen por ahí unos protozombis y también hay alusiones explícitas a las acusaciones vampirismo. Pero la obra definitiva acerca de estos tenebrosos asuntos vendría de un abad francés del siglo XVIII llamado Augustin Calmet, que escribiría un contundente Tratado sobre las apariciones de espíritus, y sobre los vampiros, o los revinientes de Hungría, Moravia, etcétera. En él nos centraremos.
Calmet, como buen hijo del Siglo de las Luces, recopiló, contrastó y analizó un gran número de casos aparentemente sobrenaturales de los que se tuvo noticia en buena parte de Europa. Bajo el escrutinio de la severa razón algunos ejemplos perdían su aura de misterio y daban la impresión de ser otra cosa… Como el caso de la hija de un comerciante parisino que fue prometida a un financiero, pese a estar enamorada de otro joven. Así que tras casarse cayó repentinamente enferma y murió. Pero su amante la quería tanto que fue a desenterrarla y curiosamente en ese momento resucitó, por lo que ambos se fueron a vivir juntos. Años después el viudo reconoció a la interfecta paseando por la calle, quien se justificó diciendo que la muerte era motivo suficiente de anulación del enlace. No le faltaba su parte de razón, al fin y al cabo la fórmula empleada suele ser «hasta que la muerte los separe».
También recoge testimonios de amigos que se prometieron mutuamente informar al otro de en qué consistía la vida ultraterrena en caso de morir, y cuando llegó el momento el espectro efectivamente contó con detalle lo descubierto e incluso advirtió a su amigo sobre acontecimientos futuros. Esto le sirve para deducir que en los casos de vampirismo quizá no se produzca realmente una muerte, dado que no parecen recordar nada del más allá. Quizá, nos dice, lo suyo sea una especie de hibernación semejante a la de algunos animales. No faltan ejemplos históricos. Está el caso de Epiménides, un filósofo griego del siglo VI a.C. del que se dice que durmió de un tirón durante cincuenta y siete años en el interior de una cueva. Una siesta que se le fue de las manos y por la que casi le otorgan la Medalla de Andalucía. Suponía en cierta forma una resurrección aunque sin haber muerto realmente. O como ocurría en la región del Mar Blanco, en la que según se contaba todos los habitantes morían el 27 de noviembre y volvían a la vida el 14 de abril con la llegada de la primavera. ¿Y si entonces en los llamados vampiros se conservaban ciertos «gérmenes de vida» aunque aparentasen estar muertos? De esa manera chupar la sangre de sus allegados no tendría nada de sobrenatural, no tratándose más que de una forma de renovar su jugo nutritivo, especula nuestro autor.
Pero aun así seguía habiendo preguntas sin respuesta —como la manera de salir de sus tumbas bajo tierra— y funestos prodigios a los que no había manera de dar explicación. En Moravia se daban testimonios acerca de fallecidos tiempo atrás que un día se aparecían en una reunión familiar, se sentaban a la mesa a comer sin intercambiar palabra hasta que señalaban a alguno de los presentes, quien unos días después irremediablemente moría. El cadáver de un pastor de Blow, en Bohemia, se aficionó demasiado a esta práctica, hasta el punto de que sus vecinos los desenterraron y lo clavaron en una estaca, a ver si paraba ya. Pero el maldito no solo no depuso su actitud sino que incluso se reía de ellos, dándoles las gracias porque así tendría un bastón con el que defenderse de los perros. Hasta que finalmente no lo quemaron no les dejó tranquilos. Una solución llevaba a cabo en otras partes, junto a la de cortar sus cabezas y clavarles una estaca en el corazón. En Hungría tenían una manera de prevenirse ciertamente original. Escogían a un chaval que fuera virgen, lo montaban desnudo en un caballo negro y lo hacían pasar encima de todas las tumbas de un cementerio. Si el animal se detenía ante alguna y no se lograba hacerle avanzar, entonces se procedía a abrir la tumba y se cortaba el cuello al cuerpo que descansaba en ella. Mano de santo. Dado que aquel que hubiera sido mordido por un vampiro acababa convertido a su vez en uno, otro remedio del que disponían era comer tierra del sepulcro del vampiro y frotarse con su sangre.
La conclusión a la que llega nuestro abad Calmet ante todos estos pavorosos fenómenos es que solo Dios es el árbitro de la vida y la muerte. Se niega a creer en el poder de estas criaturas, aunque admite que el demonio a veces puede estar tras alguno de tales hechos, buscando confundirnos. En ciertos casos incluso puede llegar a poseer un cuerpo, pero solo bajo el consentimiento de Dios y con un fin aleccionador. Fue por ejemplo lo ocurrido en la localidad belga de Dalhem, donde un pastor de nombre Pedro, que estaba casado y con un hijo, se enamoró perdidamente de una vecina. Un día se le apareció en el campo —o para ser más precisos, fue un demonio con el aspecto de ella— y le tentó. La proposición fue que ella se le entregaría carnalmente a cambio de su obediencia incondicional y a Pedro se le nubló el juicio de tal forma ante su belleza que accedió. Una vez lo dejó exhausto le entregó una manzana para su hijo, quien luego la comió y cayó muerto. Pedro quedó desolado y entonces el demonio le prometió resucitarlo a cambio de ser adorado en lugar de Dios. Pedro de nuevo accedió (muy listo no era, por lo que vemos) y el niño aparentemente volvió a la vida pero «más delgado, más pálido, más descompuesto, los ojos hundidos, los movimientos más lentos y azorados, el espíritu más pesado y estúpido». No era más que una horripilante marioneta de carne en las peores manos. Tras un año manteniendo la farsa, el diablo finalmente abandonó el cuerpo del chaval dejándolo inerte y repentinamente putrefacto. Hasta tal punto, que tuvieron que sacarlo de casa usando un gancho, tal era la peste que despedía. La moraleja que sacamos de este asunto es que a las manzanas las carga el diablo.
Aunque no nos gustaría concluir así este breve catálogo de espantos y calamidades que trae para uno mismo y para quienes le rodean la resurrección, tal como lo profetizó Isaías. Todo lo anterior es bien cierto e incluso podría ser peor. Pero también puede tocarte ser un esqueleto danzante y dicharachero como los retratados a finales del siglo XV en la Crónica de Núremberg. No está nada mal en comparación…
Imagen de portada: Peter Cushing en Tales From the Crypt, 1972 (Foto: Corbis)
Gran artículo. Da la impresión de que el horror, en las sociedades modernas, cada día ocupa lugares menos privilegiados y totalmente funcionales a la diversidad de lo contemporáneo
Sobre las coincidencias con respecto al Horror me gustó:
http://harlanmagazine.com/2014/06/19/breve-paseo-por-el-parque-del-horror-parte-i/
«Invite a psycho-killer inside
Scratch a drug dealer’s brand new ride
Take your helmet off in outer space
Use a clothes dryer as a hiding place
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bueno un articulo curioso, con numerosos ejemplos bien documentados. Yo ciertamente creo que en la edad media no eran tontos como tu piensas y toda la sociedad cree pensar en este imaginario colectivo nuestro si eran supersticiosos pero no bobos para nada y su mundo mas reducido era mas seguro que el nuestro donde cualquier bobo de fuera te puede pintar la cara. Los hombres de aquella epoca eran conscientes de que los muertos eran una fuente poderosa de transmision de enfermedades para los vivos, se les ofrecia un funeral consciente dando tributo al vivo que fue y con sumo respeto con una ceremonia seria en la que todos participaban en el pueblo. El hombre de hoy se aleja porque tiene miedo, tiene mucho miedo a la muerte mas que a los vampiros. Cuando se tiene miedo no se afrontan los problemas se evitan. Por lo tanto De ahi quizas esa posible obsesion por enterrarlos decentemente. somos nosotros ahora que gracias al cine cutre de vampiros zombis … al hombre de hoy le da mas miedo un cadaver normal que un zombi prefiere imaginar a aceptar la realidad,..pretendemos creer en estas bobadas porque cuatro tontos se lucran con estas historias. los muertos ya tienen la suerte de no tener que convivir con ciertos vivos con los qe uno se topa dia a dia. El misterio es mas real el final de todo que a todo nos llegara pero lo evitamos pensar. Gracias. espero que leais mi blog tab saludos.
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Buen artículo, pero podría haberse ahorrado la típica y tópica relación de la siesta con Andalucía.