«¿Tú viste la prórroga?», le preguntará un niño a otro en 2021, y este no responderá «¿qué prórroga?», como si hubiese muchas prórrogas. Sabrá, aunque no sepa nada, ni siquiera cuántas son dos y dos, o si Winston Churchill bebía, que su amigo se refiere a la prórroga de los octavos de final de Brasil 2014 entre Estados Unidos y Bélgica. Hay muchas prórrogas, cierto. La prórroga es el hecho más salvaje y reconocible de un mundial, si descontamos el tirón muscular en el gemelo. Algunas selecciones la juegan con miedo, rezando, y con el abrigo Chesterfield puesto, por si hay que ir a los penaltis. Muy pocas se disputan con la toalla en la cintura, a punto de desprenderse. ¿Faltó orden? Sí. ¿Faltaron las fuerzas? Sí. Faltó lo que tenía faltar. Pero, ¿y qué? «No sabe actuar, no sabe hablar», decía Louis B. Mayer sobre Ava Gadner, «pero es impresionante». Ganó Bélgica 2-1, pero en el ambiente quedará no el resultado, sino el olor a prórroga, mezcla de mucha pólvora y mucha colonia.
Con empate a cero, el partido se encaminó hacia la media hora extra de esa manera delirante y algo feliz que todos los años llega la cena de Nochevieja, inevitablemente, tal vez después de haber estado bebiendo algo por ahí. Y de pronto sopló el aire, los sombreros salieron volando y todo se despeinó. Lukaku abofeteaba a Howard, en respuesta Jones atizaba a Courtois, Lukaku de nuevo a Howard y así sucesivamente. El Mundial vivía en peligro, pendiente de que Frank Sinatra y el resto de la Rat Pack irrumpiesen directamente desde el bar para defender a los suyos. Era el caos. Pero apresurémonos despacio y volvamos al principio.
En el tiempo reglamentario Bélgica se impuso con cierta evidencia, como si guardase debajo de la mesa un pequeño artilugio para fabricar ocasiones clarísimas, aunque no lo bastante perfecto que las jugadas acabasen en gol. Oscuramente sospechabas que los ataques de Hazard, Origi, Martens y De Bruyne eran copias de gol fabricadas en China y por eso, en el último instante, nunca subían al marcador. Mientras el belga Courtois parecía sobrellevar los minutos leyendo novelas de John Steinbeck o Foster Wallace, para tomarle el pulso poco a poco a Norteamérica —con interrupciones puntuales en la lectura para atajar algún disparo envenenado—, Tim Howard escribía en la portería de enfrente, en tiempo real, Las uvas de la ira o La broma infinita. No sin sofoco. Cada «uyy» de la grada era un remate llano de los diablos rojos, made in China, al que el portero estadounidense llegaba con su capa y los calzoncillos por fuera, y lo aplastaba igual que a una cucaracha. «No me gustan los goles», parecía decir con la voz dura e implacable del sargento Hartmann. Pero en el último minuto —el fútbol es esencialmente el último minuto— Wondolowski tuvo la oportunidad de meter a EE.UU. en cuartos de final al grito de «¡Se acabaron las gilipolleces!». En mitad del área pequeña, solo como la una, igual que esos martes que sales a tomar una copa y todos los bares están vacíos, hizo lo más difícil: fallar estrepitosamente, colocando el balón en el cielo.
Después de esa ocasión irracional y atroz, ambos equipos se abocaron a la prórroga con la sensación de que habían perdido la guerra porque la pistola se había encasquillado en el peor momento. El drama estaba servido. Pero mezclado con comedia. Todo me recordó mucho al día que un amigo acudió a dar un pésame. Hablamos de un trámite engorroso. Solo deseas que pase rápido. Cuando ya se despedía de la familia del difunto, y todo iba bien, les deseó «pasadlo bien». Eso hicieron belgas y americanos en la prórroga, correr felices en torno al agujero en el que una de las dos selecciones sería enterrada. Todo indicaba que EE.UU. sería el muerto, pues en el minuto 92 marcó De Bruyne y en el 105 Lukaku, acercándole una pala a Howard para que cavase más fondo, con brío. Pero existe algo que se llama Estados Unidos de América. Una casta de tipos que habían llegado a la Luna, creado Los Simpsons o escrito Suave es la noche no iban a rendirse así como así. Bradley, de repente, empezó a columpiar al equipo de un lado a otro, con cambios de orientación y pases verticales que parecían rayas trazadas con un bolígrafo, desde el centro del campo al área pequeña. En una de esas, Green atrapó un balón con el cazamariposas, siguiendo las enseñanzas de Nabokov, y puso la emoción del 2-1. Era el minuto 107. Faltaba una eternidad. Quizá algún día se escriba la enciclopedia de los trece minutos restantes.
Bélgica se alejó del partido, aturdida por la medicación de sus dos goles, mientras los espectadores rezaban «que no se acabe nunca; prometo ir más a misa». Fue La Prórroga. América, definitivamente, había desembarcado en el área belga: Bestley, Jones, Bedoya, Dempsey. No paraban de llegar compañías preguntando por el gol desesperadamente, locas de amor por el fútbol. No pudo ser, pero todos nos enamoramos de EE.UU. durante los trece minutos que vivimos peligrosamente. Nos gustó cómo, aceptando la derrota, los americanos se acercaban al final del partido a los rivales y les susurraban aquello de Dean Martin: «Querida, si te he amado, perdóname».
Juan Tallón es autor del libro Manual de fútbol, editado por Edhasa.
Mucho despotricar contra las prórrogas pero el invento del «gol de oro» duró nada y menos.
Artículo buenísimo. Pero no olvides otra prórroga. La del Alemania 0-2 Italia del Mundial del 2006 no le tiene nada que envidiar a la de ayer, que también fue memorable.
Pero, ¿cómo eres tan malo, tan burro y tan pesao’ por twitter y tan bueno por aquí? Qué pasa, ¿empinas el codo cuando tuiteas y no cuando escribes, o al revés?
Las prórrogas y las tandas de penaltis son la leche de entretenidas… cuando no las juega tu equipo, claro, en cuyo caso se convierten en potenciadoras de infartos.
Acojonante artículo, me lo he pasado casi tan igual de bien que ayer viendo la prórroga.
Y sigue habiendo individuos que reniegan del fútbol. ¿Y qué es una prórroga para el Sr. Tallón sino una batalla épica para poder escribir un romancero?
FIFA, Blatter, Platini… blablablá
¿Quién coño es Bestley?
Yo ponía los penales antes de la próloga. Y tirar sólo 3.
Se os olvidó mencionar, sinvergüenzas, que Bélgica tiró 38 tiros y si no fuera por la increíble suerte de los americanos y los paradones de Howard el partido habría acabado 4-0 para Bélgica. Pero claro, recordamos el fallo de Wondolowsky.
Italia, 4 – Alemania, 3. México 70. La madre de todas las prórrogas.
Beckenbauer con un brazo en cabestrillo, Müller marcando arrastrándose por el suelo, Riva y Rivera haciendo los 30 mejores minutos de sus respectivas carreras.
Un chaval de cerca de 12 años suplicándole a su padre que le dejara ver todo el partido (era miércoles, pasadas las 12 de la noche y al día siguiente había cole). Una madre que decía que ya era muy tarde, que mañana no te levantarás. Y un padre que sentenció: déjale, que es un partidazo.
Totalmente de acuerdo. Y encima fue una semifinal. Pero la prórroga de Bélgica – USA fue maravillosa.
Viva el fobal.
Y otra de Alemania, en otra semifinal: Alemania 3, Francia, 3. Sevilla 1982.
Francia se pone 3-1 con Platini, Giresse y Tigana combinando como solo Iniesta y Xavi, 28 años después, lo van a volver a hacer igual… Rummenigge que sale medio cojo del banquillo y acorta distancias, Fischer que pilla una chilena de las de foto y empata…
Littbarski y Trésor de ilustres secundarios… Stielike llorando después de fallar su penalti… Schumacher, villano por su entrada que envía a Battiston al hospital, héroe parando los penalties de Six y Bossis…
Y Inglaterra, 3 – Camerún 2. Italia 90.
Cuando los cameruneses Kunde y Ekeke se creyeron brasileños y empezaron a hacerse pases de tacón en vez de chutar a puerta… cuando Lineker, la típica rata de área pequeña, se echó el equipo a la espalda y forzó, y marcó, el penalty de la victoria… Cuando Michael Robinson, en su particular espanglish, dijo «mi corrazón de inglés quiere que gane por Ingleterra, mi corrazón de footballista quiere que gane por Cameroon»…
Me impresionó mucho la preparación física de Estados Unidos. Algunos no parecía que llevasen casi dos horas jugando.
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