Se llamaba Luis Germán David de Funes de Garlanza Soto. Hijo de madre gallega, de Ortigueira concretamente, Leonor Soto Reguera, y de padre andaluz, Carlos Luis de Funes de Galarza. La humanidad (sobre todo la del otro lado de los Pirineos) le conocía simplemente como Louis de Funes. Al parecer el abuelo, Teolindo Soto, se oponía fuertemente al matrimonio de Leonor y Carlos Luis, con lo que estos se mudaron a Francia con viento fresco dejando atrás Galicia y empezando una nueva vida a la que pronto llegaría su retoño: un niño liante y juguetón que con los años se convertiría en el cómico más popular de la historia de Francia.
Como muchos en mi generación conocí a Louis de Funes en un programa doble. Los programas dobles (seguro como estoy de que muchos lectores de esta revista no los gozaron en su momento) eran esos eventos cinematográficos donde podías ver dos películas al precio de una y en los que —siempre— podías ver algo interesante. Naturalmente, la diversión estaba garantizada: Bruce Lee, Jackie Chan, Supersonicman, algún gore, un giallo, un musical, un western, toneladas de serie B y serie Z. De hecho, lo único divertido de ir al maldito colegio de maristas fue que un viernes al mes esos santones perdían la chaveta y nos ponían dos películas que hubieran hecho que Jesús bajara de la cruz y nos atizara una hostia. Allí vi Los guerreros del Bronx o Mil gritos tiene la noche. La idea de que el hermano Alegre, el que siempre aprovechaba cualquier descuido para sacar la guitarra y entonar una de sus terribles canciones, estuviera allí visionando aquellos filmes me causaba pesadillas (nunca le vimos, pero estoy seguro de que se ponía las películas antes de pasárnoslas e imaginaba las reacciones de nuestras inocentes almas). Ver Mil gritos tiene la noche (una película en la que descuartizan hasta al espectador) en una sala llena de pinturas religiosas donde se celebraba el festival de la canción dedicado a la Virgen tenía su punto, no voy a negarlo.
En esa misma sala vi Fantomas y Fantomas contra Scotland yard . No sé si me sorprendió más el malo y su pinta de marciano gomoso o el tipo que ejercía de policía, un hombre bajito y gritón que no dejaba de mover las manos y —sobre todo— la cara: los ojos, las cejas, los mofletes, la boca, la barbilla, la frente. Aquel hombre, francés, tenía la capacidad de controlar sus rasgos faciales de un modo espeluznante. Cuando salíamos del cine después de ver una película de Jackie Chan el patio se llenaba de chavales dando patadas al aire, golpeando adversarios invisibles y haciendo ruidos con la boca. Ese día un montón de niños volvieron a sus casas intentando hacer un Picasso con la jeta.
Desde ese día me obsesioné con Louis de Funes. El hombre orquesta, El gran restaurante, El pollo de mi mujer, El gran golpe, la saga de El gendarme, toda su producción con Alain Poiré, Gérard Oury o Jean Girault… Y (por supuesto) Las locas aventuras del rabino Jacob. Reconozco que me fascinan Evan Evans y el señor Septime (dos de sus personajes más gloriosos), pero lo del rabino Jacob me supera. Ese hombre pequeño, portátil, metido en un lío más grande que la resurrección de Lázaro, y obligado a pretender que es un rabino, me provocó un agudo dolor de estómago y dos días de afonía.
La escena del baile, una de las coreografías más absurdas que un cinéfilo puede ver en su vida o la escena en la que el buen rabino cae en una gigantesca olla llena de pasta de chicle (y la caminata posterior) son momentos cumbre del cine de un tipo que medía 1.64, que se libró de la mili por ese preciso motivo y que en 1934, mientras Hitler empezaba a agitar Europa, tocaba el piano en algunos cabarés de París, esperando su oportunidad.
De Funes creció en Courbeboie, una barriada obrera de la periferia parisiense, y a los veintiuno (nació en 1914) debutó con un pequeño papel en La tentación de Barbisón: aparecía abriendo una puerta.
Unos años después, el cómico al que denominaban «el hombre de las cuarenta caras por minuto» ya era una presencia fija en las carteleras francesas y no es de extrañar que su encarnación del parisino de a pie —controlador, eternamente enfadado, quejoso y algo sociópata (hablamos de los años cincuenta, para el de ahora necesitaríamos un diván. Grande)— conquistara a una nación que quería, necesitaba, reírse a pleno pulmón. De Funes personificaba al hombre que se viste por los pies, con dotes de mando, al jefe capaz de llevar todo a buen puerto que de repente chocaba con el iceberg del Titanic. Dos veces.
Es difícil encontrar un fenómeno semejante en Europa: un cómico capaz de fundirse con todo un país. Solo Paolo Villaggio, más conocido como Fantozzi, consiguió que todos los obreros italianos (y muchos en Moscú, aunque sería un asunto para otro artículo) se alinearan tras él, aunque con una perspectiva distinta: Fantozzi era el desgraciado, el hombre al que, de entrada, todo le salía mal: en las películas de este su esposa era un hombre vestido de mujer y su hija un mono, y —además— su jefe le obligaba a perderse la final del Mundial para ir a un pase de El acorazado Potemkin. «Per mè, e una cagata pazzesca» decía Fantozzi del filme, una de las frases más célebres de la historia del cine italiano. De ese otro cine italiano.
En cualquier caso, De Funes era —en muchas de sus películas— el que mandaba. Y el gozo de ver al tipo sentado en el trono cayéndose de cara al suelo mientras gesticulaba como un hombre lobo una noche de luna llena era una tentación demasiado grande.
Además, en 1966 Louis de Funès estrenó La gran juerga, la primera producción francesa que se reía de la ocupación nazi. El resultado fueron diecisiete millones de espectadores, lo nunca visto en la cinematografía gala y la consagración del comediante más querido y popular de Francia. Un título que nadie ha podido arrebatarle y que parece imposible que vaya a perder en un futuro próximo.
El gran De Funès falleció a los sesenta y ocho años en Nantes, donde regentaba un inmenso castillo en el que vivía con su mujer. Sus dos hijos hacía tiempo que habían dejado el nido y él se dedicaba a la agricultura, cuidando de un huerto al que le dedicaba más tiempo que a su propia salud. El causante de su muerte fue un ataque al corazón. Su última película, en 1982, fue El loco, loco mundo del gendarme.
A contracorriente, que lleva ya unos años recuperando clásicos de todos los ámbitos y géneros, acaba de lanzar al mercado las mencionadas El hombre orquesta y El gran restaurante. Dos de sus grandes títulos, magníficas oportunidades para entender el inmenso talento que atesoraba este católico devoto y francés universal. De Funès nos dejó hace treinta y un años, pero lo de su cara (nunca tan bien dicho) sigue sin tener ninguna explicación.
Si tengo un recuerdo marcado en mi infancia es ver películas de Louis de Funes con mi madre. Moríamos de risa.
Yo destacaría su interpretación del Avaro de Moliere. Y luego había otra película ambientada en la España de los Austrias que era simplemente descacharrante.
Qué miedo me daba cuando era niño Fantomas, con su cara verde. Ay, qué tiempos…
Hibernatus… descacharrante.
Yo compré una vez una caja con cuatro películas suyas y casi corto con mi novia de entonces porque puso cara rara, así de serio soy con Luis de Funes. Un maestro
No me queda claro varias cosas. En principio, Luis de Funes, sigue siendo un auténtico desconocido, (va por edad, afición al cine, etc) en España, se le conoce de pasada, de dos, tres films (dos, tres personajes,etc)…poco más…tiene la tira, a su vez la tira de anécdotas ( dos etapas, secundario de lujo, y actor principal y/o compartido). La mayoría, sin doblar al español. Ver en las tv´s españoles algunos de su films es prácticamente imposible ( no de ahora de años sino décadas ). Los doblajes en español han/fueron sido un disparate ( doble sentido, correctos, nada excepcionales ), aunque una voz ha sido la mayoritaria (familiar-reconocida)…si algo tiene de bueno aprender francés, es que aprovechas todo. Indudablemente se encasilló en la Francia Gaullista y post-Gaullista (su etapa de secundario es otra historia)…conservadurismo de rigolade…muy sano…No ha habido otro igual, fallo del cine francés actual, de años, no mirar un recambio, evolución, etc La foto es de su último film, ya muy mayor, jubilado….les gendarmettes…Si este hombre es yankee y hace peliculas de Hollywood, lo hubieramos tenido hasta en la Sopa…es Francés, vecino, por lo tanto, marginado…además si que es cierto un aire patriotico del lugar, no muy del gusto español actual…
louis de funes el mejor entre los mejores su humanidad su humildad un hombre que transmitio simplemente la vida misma supo hacer lo mejor que sabia con generosidad transmitir risa y hacer reir que no es facil
louis de funes el mas grande comico de todos los tiempos supo hacer reir la vida le dio lo que el mas amaba su campo sus rosas su libertad viva louis de funes
Es curioso como funciona la memoria. Aun recuerdo cuando vi la peli de Las Locas Aventuras de Rabi Jacob, en un cine de la Gran Via de Madrid. No sé que fecha sería, si la pusieron en el 73 tenia 6 años. Si fue algo despues tendria como mucho unos 10 aprox. Pues cierro los ojos, y me parece estar viendo las fotos que ponian en los cines en aquella epoca, en la entrada, detras de una vitrina de cristas, con fotos de escenas de la peli. Cierro los ojos, y me parece estoy viendo las fotos, por supuesto una de ellas la de las escena que cae a la marmita llena de chicle. En cambio, no recuerdo exactamente con quien fui al cine…. por la edad seria con la familia. Y no degamos acordarme de lo que comi ayer…. Y OJO, TENGO BUENA MEMORIA, JAJAJA. LUIS DE FUNES, Y DON PACO MARTINEZ SORIA, LOS MEJORES COMICOS DE TODA LA HISTORIA MUNDIAL, DESDE EL AÑO 0 AL AÑO 50.000 y por supuesto, AMBOS ESPAÑOLES. ¡ARRIBA ESPAÑA! Si a alguien le molesta, cambialo por VIVE LA FRANCE, pero es que yo soy ESPAÑOL, lo mismo que el tonto al que le molesta.