Paco Lobatón (Jerez de la Frontera, 1951) ha hecho de todo en periodismo. Su trabajo más conocido fue Quién sabe dónde, un programa de televisión que buscaba desaparecidos en los años noventa y que le granjeó fama y prestigio. En 1995 fue elegido por los lectores de las revistas Teleprograma y Supertele el presentador adecuado para presidir el Gobierno. Eran los estertores de Felipe González. Ha transitado por la frontera de la televisión espectáculo, eso que a veces llamamos telebasura, pero siempre ha salido indemne. Quizá fue su base ideológica, las utopías trotskistas que defendió en su juventud y los principios los que le ayudaron a imponer límites en la decencia. Lobatón era el líder estudiantil de la Facultad de Políticas en Madrid en los comienzos de los años setenta. Fue detenido y golpeado por Billy el Niño, uno de los matones más brutales de la policía de la dictadura. Pasó por la cárcel de Carabanchel y un exilio en Ginebra entre 1973 y 1976. Tuvo estatus de refugiado del ACNUR. Se acogió al primer indulto real para poder volver a España tras la muerte de Franco. En esta entrevista, que se celebra en la cafetería de un centro comercial de Pozuelo, cerca de su oficina, hablamos del pasado, de periodismo y de política. A los sesenta y dos años está lleno de proyectos, una forma de estar vivo. A modo de epitafio le gustaría una frase sencilla: «Fue buena gente».
Dijo hace poco que ¿Quién sabe dónde? sería hoy una bomba con las redes sociales.
Lo dije, lo creo y además estoy trabajando en la búsqueda y construcción de un espacio para hacer realidad esa idea.
Son un arma inmensa.
Sí; lo hago como una forma de rebelión. La atención a desaparecidos, que se vinculó a un programa del que fui responsable durante seis años y que forma parte de mi biografía, ha estado a expensas de la voluntad de los directivos de las distintas cadenas de no recuperar ese contenido. Sigue existiendo una necesidad objetiva en España, donde hay más de catorce mil denuncias por desaparición. Hay que hacer lo necesario para que exista un espacio donde sean atendidas esas situaciones. Con seriedad y humanidad.
Puede haber personas desaparecidas que no quieren que nadie les encuentre. Recuerdo que esa era una de las críticas a ¿Quién sabe dónde? ¿Cómo se distinguen?
Se distingue perfectamente. Fui muy sensible a esa apreciación en los inicios del programa, allá por 1992. Cuando me hice cargo, a partir de 1993, creé lo que llamé «la lista reservada». La ofrecía a la audiencia para que todo aquel que no quisiera ser buscado lo evitara anotándose en ella. Los casos fueron mínimos. De ahí puedo sacar una conclusión constatada: solo uno de cada mil desaparecidos no desea ser encontrado. Las desapariciones románticas, aventureras o enloquecidas, del que se va a por tabaco y no vuelve, son excepcionales. Las habituales, la mayoría de esas catorce mil denuncias, responden a hechos sociales y relaciones interpersonales que no se pueden resolver en el entorno y generan una huida.
España es un país con más de cien mil desaparecidos por causas políticas. Somos el segundo país con más desaparecidos después de Camboya, pero no hay conciencia de que esto es así.
Cuando empecé a trabajar con desaparecidos nos centrábamos en desaparecidos vivos y en el tiempo cercano. Poco a poco, y de forma natural, nos fuimos acercando a la historia. Fueron apareciendo familias que no podían recuperar el rastro de personas desaparecidas durante la Guerra Civil o en la posguerra. Entre ellos estaba Fernando Arrabal, que acudió por iniciativa propia para buscar el rastro de su padre, que se escapó del penal de Burgos. Es el caso más notorio, pero hubo ciudadanos de a pie que también vinieron y empezamos a trabajar en algunos casos. Hay ciertas cosas que no se visualizan hasta que no son nombradas de una forma explícita. Los casos relacionados con la Guerra Civil y la posguerra se conocían por sus nombres, por sus protagonistas, pero no fueron mencionados como parte de la memoria histórica a rescatar. Años después se rescataron. Alrededor del concepto memoria histórica aparecieron muchas familias y todo un movimiento social. Lo mismo me ha ocurrido con los casos de violencia de género. Entre los motivos que impulsaban a muchas mujeres a desaparecer de sus hogares, a estar ilocalizables, algunas para siempre, había situaciones de violencia de género. Pero no se les llamaba así; se decía que habían tenido problemas en casa o con el marido. En los casos más dramáticos eran desapariciones totales, jamás apareció el cuerpo de la mujer y no se pudo demostrar que detrás había un asesinato movido por un impulso machista, por violencia de género.
Estudió Ciencias Políticas al final de la dictadura, en un momento de gran actividad política y de grandes esperanzas de democracia y libertad. ¿Cree que se hizo bien la Transición o hay muchas cosas que nos dejamos en el camino?
Viví la Transición como periodista después de haber luchado en los últimos años del franquismo como militante antifranquista. Fui un estudiante con sueños revolucionarios. Lo digo con la boca llena porque llenó mis pulmones, mi mente y mi espíritu durante esos años. La Transición la vi como una experiencia iniciática maravillosa, a pesar de que mi planteamiento ideal iba mucho más lejos, pero entendía que las renuncias que se hacían eran aceptables porque a cambio dejábamos atrás una dictadura para poder expresarnos en libertad y convivir democráticamente. Visto y vivido en el momento, fue una transición bastante ejemplar. Luego hubo una segunda transición, que fue la del golpe del 23F. Ahora estamos ante la tercera. Hay muchas cosas que se dejaron a un lado porque no tocaban en ese momento, pero que ahora sí tocan, porque la continuidad de un sistema de convivencia democrático hace inexcusable una renovación profunda, y esa renovación tiene que ver con que vuelva a recuperarse el protagonismo de los ciudadanos, que eso de que la soberanía reside en el pueblo no sea solo un enunciado, sino que los ciudadanos sientan que esa soberanía les pertenece porque la pueden ejercer, y no solo de una forma ritual en las convocatorias electorales.
En aquellos años universitarios estaba más cerca de lo que hoy es Podemos.
Seguramente. Formé parte de un movimiento a la izquierda de la izquierda. Uno de los valores que me resultó más atractivo era la lucha contra la burocracia estalinista, la cerrazón ideológica y esta especie de religión en la que algunos militantes convertían el leninismo o el maoísmo. El trotskismo era todo lo contrario, era un pensamiento que, sobre bases marxistas, siempre tuvo un planteamiento crítico. Planteaba como ley básica la renovación de las instituciones y de los cargos y el control democrático. Desde que volví del exilio en 1976 no he vuelto a militar en ningún partido, pero sigo pensando que esos planteamientos tienen mucha actualidad. Es lo que plantea ahora Podemos.
La izquierda democrática y el centro democrático pactó con la dictadura antes del 23F. Aquel golpe de Estado fallido debió romper el pacto, quizás fue la gran oportunidad perdida para imponer un cambio más profundo, sobre todo a partir de octubre de 1982, cuando el PSOE ganó con doscientos dos escaños.
Sí, pero en ese momento, más allá de lo que establecieron los actores directos del pacto, que eran los representantes políticos, la sociedad española no tenía el grado de madurez para dar ese paso y hablar claramente, mirándonos a los ojos, de los asuntos pendientes. Recuerdo a Felipe González con abrigo al pasar revista al Ejército. Aunque era una foto de plano largo se adivinaba tensión en la figura de Felipe, que generalmente era un político tranquilo. Era la imagen de una amenaza real que tuvo un brote muy torpe e histriónico en las figuras de Tejero y Milans del Bosch. Había un mar de fondo que impedía hacer de forma sosegada un planteamiento de revisar el pasado mirando largo al futuro. Las transiciones son operaciones de cruzar puentes, no se tiene la capacidad de mirar al horizonte y decir que allí, al fondo, se va a construir la ciudad en la que todos vamos a convivir. Se trata de cruzar el puente. Y creo que en ese momento aún estábamos a mitad del puente.
Tuvo, llamémoslo así, una «relación estrecha» con Billy el Niño, uno de los policías más brutales del régimen franquista. ¿Qué le diría si lo tuviera enfrente?
Nunca me lo he planteado, pero intentaría saber si aquello que hacía, que era el comportamiento de un agente letal y violento de la dictadura, era por un convencimiento o para escalar en el cuerpo policial. Saber si había alguna razón o solo hubo visceralidad. Es lo que me planteo de gente que tiene comportamientos extremos. Por ejemplo, de un terrorista. Nunca he entendido qué es lo que puede haber en la mente de un terrorista para despreciar la vida de otra persona por encima de todo, que haya una idea que tenga más valor que la vida de otra persona. Del mismo modo no entiendo que un policía, aunque pertenezca a un régimen dictatorial, pueda aplicar prácticas de violencia, tortura o maltrato sin más. Le preguntaría por esto.
¿Le parece justo que quedaran impunes personas tan significativas en las torturas y los malos tratos de la dictadura?
No me parece justo, y creo, volviendo a lo de antes, que si en la Transición hubo una tregua, paréntesis o amnistía, ha llegado la hora de cerrar ese paréntesis. Ya no hay excusa, ya no se puede decir que afrontar esas cuestiones pendientes ponen en riesgo nuestro sistema de convivencia o la democracia. No me parece justo que se olvide y se borre sin más. Los que estén vivos deberían responder las preguntas que la sociedad tiene pendientes. Y no solo los que tuvimos una relación más directa. En mi caso fui golpeado. Incluso el forense de la Dirección General de Seguridad entró de oficio e hizo que se juzgara a Billy el Niño. Lo sentaron en un banquillo por primera vez, imponiéndole una multa de mil pesetas y un día sin empleo ni sueldo.
¿Por esos malos tratos contra usted?
Sí.
Entonces se puede decir que sentó a Billy el Niño en el banquillo.
Sí, senté en el banquillo a Billy el Niño. Fue algo excepcional. Uno de los atributos que tenían los sociales, como se conocía a los miembros de la brigada político-social, era la impunidad total. De hecho, a Billy el Niño no se le llamaba así; era él quien se hacía llamar por ese apodo porque tenía las ínfulas del personaje del Oeste. Estaba imbuido por él. Trataba de compensar su baja estatura poniéndose unas alzas en los botines.
¿Un psicópata?
Sin duda hay aspectos de psicopatía.
¿De qué año estamos hablando?
De 1971-1972. Debería rendir cuentas, absolutamente.
¿Qué hacemos con la memoria histórica? ¿Qué hacemos con las empresas y empresarios que se lucraron del trabajo esclavo tras la Guerra Civil? Deberían aportar dinero a un fondo y ayudar en la búsqueda de los cuerpos.
Para mí, el plano más importante es el de las familias que no han podido hacer el duelo de sus seres queridos. Que todavía tienen ese dolor añadido de saber que están abandonados en no se sabe qué cuneta. He asistido a algunos episodios de recuperación de la dignidad de esas personas que en su día fueron objeto de asesinato individual o en grupo. Por ejemplo en El Marrufo, en la provincia de Cádiz. Es emocionante ver cómo ese gesto, sacarlos de un enterramiento deliberadamente anónimo porque estaban intentando ocultar un crimen de lesa humanidad y sepultarlos de una forma digna, ha rehabilitado a familias enteras. Para mí esa es la gran cuestión. Todo lo colateral, como lo de las empresas, es secundario.
¿Por qué busca a las personas desaparecidas? ¿Qué tiene que ver con su biografía?
Me encontré de forma absolutamente accidental con el programa que buscaba a personas. Ejercía un periodismo que tenía más bien que ver con la información laboral y política. Cuando me llaman para formar parte del equipo del programa estaba en Radio Nacional de España en un magacín , un programa de actualidad .Desde el primer momento en que quise ser periodista lo concebí como algo socialmente útil. Cuando llegué al programa de forma casual, porque ellos me buscaron —el primer buscado del programa fui yo—, descubrí una realidad que me poseyó. De ejercer un periodismo político y social, con ruedas de prensa en La Moncloa y algún viaje con la Casa Real, a estar con una familia a la que le ha desparecido un hijo y escuchar a una madre decir que por lo menos quiere saber dónde está para llevarle flores, algo giró 180 grados en mi cabeza y me situó ante la España real. Pasé de repente de ser uno de los cronistas de la España oficial a encontrarme con la España real, donde había dolor, historias humanas. Detrás había historias apasionantes y de una fuerza humana insustituible. España profunda, sí, la de verdad.
¿Cómo ve el periodismo que se está haciendo?
Distinguiría entre el periodismo que tiene un peso importante porque interacciona con la actividad política —que es básicamente el periodismo escrito— y el mundo audiovisual, sobre todo la televisión, porque creo que responden a dos dinámicas distintas. En el escrito ha habido una evolución muy negativa. Por una parte se ha perdido el principio elemental de la independencia y se ha ido a una dependencia ideológica. Incluso se han invertido los términos: no es que haya periódicos que responden a la línea de un partido, sino que hay partidos que responden a la línea de un periódico. Es aberrante, va en contra de la esencia del periodismo. Esto ha generado alineamientos en las tertulias, que me parecen patéticos. Si alguien viniera de otro planeta le sería difícil deducir si el que está hablando es periodista o político, porque hablan con un dogmatismo y una cerrazón incluso mayor que la de los partidos o de la línea ideológica a la que se adscriben. Eso es el antiperiodismo, un malísimo ejemplo para las nuevas generaciones de periodistas. Por otro lado, la televisión sigue siendo el medio por el que se informa la mayoría de la gente, pero está dominado por una mecánica mercantil, mayor que los medios escritos pese a que en ellos el negocio también tiene peso. Además se ha producido un abandono de la responsabilidad política de los medios públicos en cuanto a su función social e independiente. Hay una vuelta a la utilización política de los medios públicos. No total, porque hay casos y casos que habría que matizar. Los contenidos se han dejado en manos de gestores que buscan el máximo beneficio lo más rápido posible. La mercantilización de los contenidos domina la televisión de forma apabullante.
El intermedio, que es un informativo humorístico, tiene más audiencia que el telediario.
Desde el punto de vista de la audiencia, de los ciudadanos que miran la tele, es un hecho saludable. Por más que haya empeño propagandístico para disimular la realidad compactándola en un discurso oficial, la gente busca la manera de enterarse, sobre todo a través de la ironía o la risa. Me parece un fenómeno maravilloso.
Uno ve El Intermedio y se informa; ve el Telediario y termina riéndose.
O te desinformas. O lloras. Parece que el Telediario de la televisión pública —y los otros también— están hechos con la misma plantilla; hay muy poca originalidad. Es excepcional que una televisión tenga la audacia de plantear una investigación sobre un tema concreto.
¿Qué te pareció el experimento de Jordi Évole sobre el asalto al Congreso?
Jordi Évole me parece otro de los fenómenos del periodismo televisivo absolutamente maravilloso y saludable. Todo, menos ese episodio concreto. Ahí no hizo periodismo, jugó a experimentar, que tiene mucho más que ver con la ficción. Toda la justificación ideológica que hizo —que era para poner en evidencia que no se dejara investigar lo que pasó el 23F— me parece una excusa. No he tenido la ocasión de decírselo personalmente, pero la buscaré, porque no me quedaré tranquilo si no se lo digo. Cuando trabajamos como periodistas en la televisión nos debemos a una función, y creo que Évole, en esta atonía general del periodismo, es un referente en el que poder creer. Es un periodista que pregunta y repregunta, que no dice «sí señor» en ningún momento. Él se debe a esa función. Todo lo que Évole es hoy después de haber sido el Follonero es porque ha hecho eso. Y esa función es la que determina ahora su identidad, y se debe a ella. Por eso creo que fue un error. Porque estés elevado a una notoriedad enorme no tienes derecho a hacer otra cosa que aquello para lo que la gente te otorga su confianza.
Usted fue el primer rostro de Canal Sur. Mucha gente critica las autonómicas. El caso de Castilla–La Mancha es claro, pero también se critica a Canal Sur.
Ha habido casos patentes de utilización, como el de Canal 9. En esa sumisión estuvo su perdición. Cuando el Ejecutivo valenciano dice de una forma unilateral e irrevocable «se acabó», nadie, salvo los trabajadores, defendió el canal. Si hubiera contado con la gente, los espectadores, lo razonable es que hubieran salido a pedir que no se lo quitaran. Ocurre en parte en Telemadrid, no de una forma tan descarada como en Canal 9. En Canal Sur tengo unas implicaciones personales, me resulta más difícil hacer un comentario fríamente. Lo pongo por delante porque fui parte de su equipo fundacional. Aunque también es verdad que me marché el día que entendí que para seguir tenía que aceptar unas normas de control con las que no estaba de acuerdo. Mientras ejercí como responsable de los servicios informativos lo hice desde una libertad absoluta. Cuando constaté en varias conversaciones que con el director general entrante iba a desaparecer esa libertad, me marché.
¿El cambio tuvo lugar con la llegada de Chaves a la presidencia de la Junta de Andalucía?
No, aún bajo Rodríguez de la Borbolla. Hubo un cambio en la dirección general. Lo que pasa es que este respondió a un movimiento interno en el PSOE. Canal Sur ha evolucionado en el terreno informativo, a diferencia de Canal 9 o Telemadrid, ha tenido la cordura de mantener una línea bastante responsable y equilibrada como norma general. Creo que nadie puede decirle a Canal Sur —y eso que lo intentan con los minutajes de participación de los partidos— que tenga el discurso ideologizado y partidista que hemos escuchado a menudo en Telemadrid y que se escuchaba por sistema en Canal 9. Sin embargo, en el resto de la programación es donde está el gran déficit y la gran pérdida de una oportunidad para que pudiéramos mostrar la mejor Andalucía.
Siempre sale gente vestida de faralaes.
Exacto. Cuando nació Canal Sur luchábamos por que emergiera la Andalucía más avanzada, para acabar con los tópicos. Ahora estamos en los tópicos más que nunca. La sevillana, que era el baile de la feria de Sevilla, se ha convertido casi en el baile nacional andaluz. La copla, que era una manifestación que Carlos Cano rescató casi del olvido, ahora es una letanía de la que se ha abusado. Los concursos, la forma de organizar el entretenimiento, no es que se basen en banalidades y tópicos, es que participan personas de un perfil social que ni siquiera es representativo de la mayoría social andaluza.
¿Es mejor Canal Sur 2?
Lo era, pero un director general anterior, Pablo Carrasco, hizo una operación que fue un engaño absoluto, porque repitió la señal de la primera con el lenguaje de signos, y quiso venderlo como la cadena de televisión más accesible. En realidad se cargó de un plumazo un montón de contenidos que eran alternativos y que complementaban, desde el punto de vista cultural, la oferta de la televisión pública.
Usted que es andaluz, ¿quién es Susana Díaz?
Es una criatura nacida al calor de un partido político de largo recorrido y con una implantación enorme, sobre todo en Andalucía. Creo que no hay que analizar a Susana Díaz por su voluntad, sino por las voluntades que la han rodeado y le han puesto el tobogán para llevarla a la presidencia de la Junta, y ahora le estaban poniendo otro para que fuera la secretaria general del partido.
Sin votación.
Sin votación. Para mí su renuncia es su gesto más brillante en todo este recorrido desde que ha empezado a nacer como una dirigente. En la renuncia es donde se conoce a la persona y al dirigente político. En esa renuncia se hace creíble su compromiso con Andalucía, porque ahora, paradójicamente como presidenta, está tocando de cerca la realidad de Andalucía. Creo que su compromiso es sincero y su discurso impecable, pero ella sabe que no vale con tener un discurso correcto, sino que la gente lo pueda contrastar. Su sueño ahora es tener una mayoría, lo más grande posible, pero procedente del voto de la gente. Esa es su gran asignatura pendiente.
Es andaluz, de Jerez, y ha ido perdiendo el acento.
Lo perdí antes de salir de Jerez, porque a final de los años sesenta había que hablar fino en la radio para poder trabajar allí, no se podía tener acento.
¿Es un partido limpio el PSOE en Andalucía? ¿Hay corrupción? ¿Es una leyenda negra?
Viví bastantes años en Sevilla, sobre todo durante la Transición, así que conocí a los que están en el origen de la formación política, particularmente el partido socialista. Luego, aunque he estado entre Sevilla y Madrid, los he seguido de una manera bastante cercana. No detecto ese problema de que sea un partido con carcoma. Creo que hay casos que se han detectado y están siendo investigados, pero el problema no es ese. El problema es que no ha habido renovación, sino anquilosamiento. Los responsables lo han sido tantos años que la prolongación de los mandatos diluye el sentido de la responsabilidad. La lucidez sobre quién te ha puesto ahí y para qué te han puesto. Te han puesto los ciudadanos, y te han puesto para hacer algo. Basándose en el sistema de las listas cerradas, eso ha llevado a que haya gente que lleva veintitantos años en el famoso coche oficial y en el despacho, cambiando de una consejería o dirección general a otra, un movimiento magmático. No ha habido una renovación, no ha entrado aire fresco. La renovación tiene que ser doble: de personas y de compromiso. Se ha vivido de la renta histórica que daba una mayoría muy amplia.
Sánchez Monteseirin fue alcalde de Sevilla durante doce años. Su principal oposición procedía de sectores de su partido que le hicieron la vida imposible. Fue criticado por la derecha y por la izquierda, pero es el único que ha hecho cosas por la ciudad.
Sí; ocurre con los que han hecho cosas como Monteseirin, pero también con los que no han hecho nada pero han tenido una situación política que les ha permitido seguir estando. Tendríamos que ser drásticos y pedir que los partidos funcionen con listas abiertas, que los cargos con responsabilidad pública no duren más de dos mandatos.
Con Internet deberíamos tener acceso a los concursos públicos, a la factura con la que se han pagado los lápices en un ministerio, para que el ciudadano compruebe si hubo favoritismo o negocio ilegal. Como investigador que es, ¿por qué esto no es posible aún?
Empieza a serlo. Hace unos días se aprobó la Ley de Transparencia en el Parlamento andaluz, una ley propia. Por cierto, se aprobó con el apoyo del PP. Es una gran noticia que no se ha comentado suficientemente en el patio nacional porque parece que al PP no le interesa que se sepa que llega a acuerdos con el PSOE. Creo que es una gran noticia. Hubiera abierto mi informativo porque es dos veces relevante: ha habido una mayoría compuesta por el partido que gobierna —que en este caso son dos, el PSOE e Izquierda Unida— y el de la oposición, el Partido Popular; y por el contenido de la ley. Esta ley de transparencia hace posible lo que estás planteando. Lo que pasa es que reclama que se trabaje. Te dan la llave de un almacén donde están esos datos, pero hay que buscarlos. Es un desafío enorme para el ciudadano, pero sobre todo para los periodistas. La accesibilidad ciudadana es deseable y hay que reivindicarla, pero hay cosas que solo pueden hacer los que están preparados profesionalmente para hacerlas. Para bucear en los gastos en los que ha incurrido un responsable político, averiguar si ha pagado un viaje de su familia con fondos públicos, es necesario un profesional de la investigación, alguien que tenga las herramientas.
¿Estamos preparados para buscar o nos hemos habituado a que alguien nos pase información que quiere lanzar contra otra persona?
Lamentablemente, y de forma mayoritaria, el periodismo de los últimos años es un periodismo de convocatoria, prefabricado por los gabinetes de comunicación e información. Hace años, cuando preparaba alguna charla para estudiantes, constaté que en EE. UU. había más gente que trabajaba en gabinetes de comunicación que en medios de comunicación. Ya hemos llegado a esa realidad en España. La mayor parte del periodismo que se hace en los medios viene de los gabinetes que han elaborado la información, por lo que el periodismo —ya no de investigación, sino de elaboración propia— es la parte más pequeña. El periodismo de investigación es una excepción valiosísima, como la de Jordi Évole y su equipo, y eso es imprescindible. Creo que el éxito de Évole confirma que estamos deseosos y hambrientos de que haya medios que hagan eso.
Le hice una entrevista a la periodista mexicana Alejandra Xanic, premio Pulitzer por una investigación de dieciocho meses con un investigador de The New York Times sobre las mordidas de Wal-Mart en México, algo prohibido por la ley estadounidense. Estuvieron meses investigando, sacaron una gran exclusiva. ¿Hay confianza aquí para tener a alguien trabajando en algo que igual no sale durante tanto tiempo?
No. Ese es el gran drama. A las empresas que todavía tienen una cuenta de resultados positiva les preguntaría dónde está su capacidad de riesgo. Sería inteligente que invirtieran en eso. Socialmente tenemos que inventarnos alguna cosa, como Periodismo Humano de Javier Bauluz o algunas otras más pequeñitas que existen. Si no hay grandes corporaciones que lo hagan deberíamos buscar entre todos la manera de hacerlo, porque es vital.
¿Qué dificultades se encuentra en España cuando investiga?
Por hacer un poco de retrospectiva, cuando iniciamos ¿Quién sabe dónde? nos encontrábamos con una barrera sistemática, no en la policía sino en las diputaciones que tenían los registros históricos, los registros civiles… No digamos en las instituciones religiosas. Son lugares donde se depositaban las informaciones de nacimientos, defunciones, casamientos, etc. En nuestro caso, la indagación se topaba con esa dificultad. No teníamos que enfrentarnos a la policía, que se beneficiaba del resultado de muchas de nuestras investigaciones. Lo que hicimos fue darles más trabajo. No iniciábamos ninguna búsqueda si no teníamos previamente el aval de haber sido denunciado o puesto en conocimiento de la policía o el juzgado. En mi trabajo de investigación actual, en los casos que estoy indagando sobre crímenes no resueltos, las dificultades tienen que ver con la administración de justicia porque, aunque hay un principio de apertura informativa y las vistas son públicas, a la hora de la verdad, cuando quieres conseguir una información para contrastar lo que vas a contar, es enormemente difícil. Hay que tener la doble T: tiempo y tenacidad.
¿No tiene la tentación de investigar el asesinato de la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco? Da la sensación de que no se dice toda la verdad, de que hay un intento de tapar cosas, que se insinúan móviles entre líneas. Habría que ir a León y empezar a preguntar a la gente, al chófer de ella…
Quiero pensar que hay alguien que está haciéndolo o que está pensando en hacerlo. No tengo los recursos, pero me encantaría. Creo que no se puede simplificar en una vendetta política. Por los indicios que tenemos, se trata de un suceso en el que concurren elementos de relación personal, psicologías complejas, pasiones enfrentadas… Y una realidad política patente. Fue revelador que no hubiera una manifestación de duelo masivo cuando fueron a enterrar a Isabel Carrasco. Hay muchos ángulos interesantes.
Usted que tiene experiencia, ¿no resulta extraño que concurran la inquina de la madre y la de la hija sin que ninguna sirva de contrapeso? Es un odio compartido en el que parece que se da la colaboración de una tercera persona. Eso no se explica en un asunto laboral.
Una investigación debe averiguar los elementos humanos que han actuado de fondo, los resortes que han movido a dos personas hasta el asesinato. Si no, lo que va a ocurrir al final es que, llevado a una sala de juicio, no nos enteraremos de lo que realmente ha pasado, solo de una parte. El poder indagar sin la intención de juzgar sino de saber por qué ha ocurrido no solo es interesante, sino necesario. En la etapa en la que estoy me mueve intentar saber por qué han ocurrido esos asesinatos. Con asesores muy cualificados intento llegar al fondo de la cuestión. No siempre lo conseguimos, hay muchas ocasiones en que la conclusión es simple: la maldad existe. El caso de Pedro Jiménez, el asesino de dos policías en prácticas en Barcelona, es un ejemplo de ser humano malo, malo, malo. Además de ser un psicópata sexual, es un violador compulsivo de los que no tienen arreglo.
Finalizada la campaña electoral de las europeas ya no se persigue a los tuiteros; el ministro de Interior se ha tranquilizado. Pero es cierto que la gente no es consciente de hasta qué punto se expone al publicar fotos íntimas en las redes sociales.
La criminalización que se hizo, sobre todo por parte del Gobierno, responde a intereses a corto plazo y que son bastante indeseables. Los mejores juristas siempre dicen que no hay que hacer cambios legislativos en caliente, porque siempre estarán abocados a responder a un asunto visceral, y eso no es bueno. Hay que hacer cambios con la realidad de las situaciones enfriadas. Eso en lo que se refiere a la criminalización inmediata que se produjo en ese caso. Por otra parte: ¿hay que tener una legislación específica para internet o las redes sociales? Cuando lo he preguntado a los expertos me han dicho que no es necesario, que lo que hace falta es transmitir a los usuarios el sentido de la responsabilidad, porque los delitos están tipificados, lo que cambia es la amplitud de la difusión. Si yo te calumnio en privado es distinto que si tenemos a miles de partícipes.
O esos adolescentes a quien les deja la novia y escriben en Facebook que es una puta, sin ser conscientes de que eso es un delito.
Exactamente, lo estoy viviendo en el colegio de mi hija, de once años, donde hay situaciones de acoso. Pero a veces por cuestiones incluso menores, que ni siquiera son una ruptura sentimental, sino amigas y amigos que formaban un grupo que se ha roto porque ahora son amigos de otro y empiezan a decirse cosas incluidas palabras bastante gruesas para la edad que tienen. Pero sobre todo generan una parte dañada. Cuando hay acosadores siempre hay un acosado.
La cuenta de la Policía Nacional tiene más novecientos mil seguidores, supera al FBI. Usan Twitter para perseguir delincuentes, y funciona.
Los sigo desde hace poco y sí, funciona. Por el trabajo que estoy haciendo estoy en comunicación con ellos y me consta que ahora están coordinados con la policía británica, Scotland Yard, y con organizaciones civiles británicas como Crime Stoppers. Esta última es una organización civil privada de personas que se unen y a través de internet proveen información sobre delincuentes en fuga. Esa red ha permitido detener en España a una media docena de asesinos de primera línea.
La CIA comenzó en Twitter hace poco y su primer tuit tuvo cuatrocientos cincuenta mil followers instantáneos. Decía: «No podemos confirmar ni desmentir que este sea el primer tuit de la CIA».
Es muy bueno. Estoy admirado porque la policía ha demostrado en esto una gran inteligencia de cómo saber usar una herramienta tan ubicua, cuando su principal dificultad para hacer frente a los malos es precisamente la ubicuidad, llegar a donde están.
Desde la abdicación del rey se ha organizado, sobre todo en las redes sociales, una gran bola para exigir un referéndum sobre la monarquía. En una encuesta publicada en El País, un 62% era favorable al referéndum. Es un debate que comenzó hace nada.
La gran ventaja que tienen las redes sociales e internet es que proveen de lo que hasta ahora solo proveían los estudios demoscópicos a un coste enorme. Es un sensor de los estados de ánimo y de la opinión de la gente. Si se tomaran en cuenta tabulándolas debidamente, haciendo correcciones y tomando la distancia necesaria, no como una pura cuantificación, se podrían afinar mucho más las decisiones políticas. No solo ha habido un movimiento que demanda la posibilidad de hacer una consulta sobre el modelo de Estado. Se podría haber reconvertido en algo que no rompa el statu quo constitucional, es decir una monarquía parlamentaria con un principio sucesorio y una figura concreta, Felipe VI. Si a la gente se le pregunta si le parece bien Felipe VI y dicen que sí, el respaldo moral, ciudadano y político sería inconmensurable.
¿Es partidario de hacer ese referéndum?
En esos términos, sí. No es el momento para la dicotomía entre república y monarquía, sino para elegir qué monarquía parlamentaria, qué sistema parlamentario que remata un modelo monárquico es el que queremos, porque se ha demostrado que había lagunas, incluso en la abdicación de rey o en la inviolabilidad de Juan Carlos I. Llevo tiempo preguntando en las tertulias en las que participo por qué en el Parlamento, que es la sede de la soberanía popular, no hay una comisión que gestione la Casa Real. ¿Por qué la Casa real ha funcionado hasta ahora como una estructura autónoma, una especie de ovni que va por ahí y de la que de vez en cuando tenemos noticias? ¿Por qué no se le ha aplicado un reglamento, como la ley de transparencia al resto de las instituciones? Ateniéndonos a todo eso, me parece que sería más beneficioso para el desarrollo de nuestro modelo de convivencia mejorar este sistema que intentar estrenar la III República. No es descartable un poco más adelante, si se agotara esta apuesta que creo que todavía valdría mantener con un rey que esté estrictamente sometido a la soberanía parlamentaria.
¿Le ha dejado huella alguna persona en especial?
Primero, mucha gente en familias con desaparecidos. Para mí tuvo especial impacto el padre de Anabel Segura, Pepe Segura, porque además no fue una entrevista de un día, sino que fue una relación de cercanía para articular un programa que hicimos y que sirvió para que la policía acabara de echarle el guante a los secuestradores y asesinos. Creo en la posibilidad de que la televisión sea un espacio de gran utilidad social, porque se puede combinar la solidaridad de la gente con la eficacia de aportar a la policía, como en este caso, el dato para atrapar a los asesinos.
¿Cómo mantiene la línea, sobre todo en los casos llamativos, entre información y espectáculo?
Primero, siendo consciente de que todo lo que se haga en la televisión, incluso la información más sobria, adquiere una dimensión espectacular. La televisión es un medio espectacular, está en la naturaleza misma del medio. El resto es cuestión de medida. Es decir, para contar el drama que está viviendo una persona a quien le ha desaparecido un familiar no necesito hacer sangre, escudriñar ni hacer llorar a esa persona, aunque tampoco tengo por qué ocultar que esa persona se exprese con emoción y llore. ¿Cuándo sí y cuándo no? Es una cuestión de medida y actitud, basada en un principio de no añadir dolor al dolor pero permitir la libertad de expresión, incluida la emocional, a las personas con las que estás tratando. Y la clave es no olvidar el punto de vista de las víctimas.
¿Ha descartado alguna imagen o una secuencia en la mesa de edición?
Por supuesto, y antes de la mesa de edición. Hubo una búsqueda de un joven de unos dieciocho años en la que me llamó el equipo y me dijeron que lo habían encontrado colgado de un árbol. Les dije que aguantaran ahí, que intentaran que nadie de la cercanía se enterara porque estaban en las afueras de un pueblo y que la cinta la quería yo. Esa cinta llegó a mi mesa, la cerré en un cajón bajo siete llaves y jamás se emitió. No llegó a la mesa de edición. Ni siquiera llegó la noticia de que el chico se había suicidado, porque es sabido que la información de suicidios tiene efectos miméticos. Me enfrenté al dilema de cómo tratar ese caso sin faltar a la verdad. Y a veces, para conseguir eso, hay que contar solo una parte de la verdad, así que conté que había muerto. No tenía por qué contar cómo había muerto, no era imprescindible. Traté de contar con la ayuda de un psiquiatra. Llamé a José Miguel López Ibor y le expliqué lo que te acabo de contar. Se ofreció a venir, aunque me dijo que lo único que íbamos a conseguir era que al día siguiente se llenaran las consultas de los psiquiatras, porque lo que había pasado con ese muchacho se llamaba rapto melancólico y es algo que no tiene diagnóstico previo. Con esa información me hice más fuerte en mi decisión de solo informar de que el chico había aparecido muerto. Dimos la imagen del duelo de la familia pero no hicimos la descripción de la forma en que había muerto. Más adelante, cuando ejercía de conductor del programa, me hablaron de un reportaje sobre el suicidio, y yo puse por delante mi objeción de conciencia. Si querían me retiraba del programa, pero no lo iba a emitir porque sabía que podía tener esas consecuencias. El reportaje no se emitió.
¿Es su mayor satisfacción que la gente le respete después de transitar por terrenos pantanosos, en los que es fácil caer en el espectáculo y la frivolidad?
Es una gran satisfacción. Cuando la gente te otorga credibilidad te está dando un préstamo, y hay que saber devolver los préstamos. Creo que la forma de hacerlo es seguir manteniendo esa actitud, que no es solo profesional, sino ante la vida. Que la gente te agradezca que les hayas devuelto ese préstamo es satisfactorio. Pagar las deudas siempre sienta muy bien.
Fotografía: Begoña Rivas
Me ha encantado la fotografía de las manos, creo que la postura dice mucho.
Coincido. Y la penúltima, que es también la que han escogida para la portada es maravillosa.
Felicitaciones a Begoña Rivas.
Muchísimas gracias!
una excelente entrevista, que alumbra a un personaje semiolvidado mediáticamente, cuya proyección ética penetró profundamente en las capas populares y algo menos, en los que equivocadamente estábamos confortablemente instalados en una “inteligencia cosmética” que desafortunadamente sigue haciendo fortuna y de la que algunos –entre el esfuerzo y la incomprensión periférica- intentamos liberarnos… bienvenida sea esta exposición para reconciliarnos con una persona de perfiles dóricos, estructuras bien cimentadas y sentimientos honestamente enfocados a solucionar problemas reales y cercanos.
Pero en la entrevista asoma una cuestión polémica, de tintes locales pero quizás de un interés generalizado, cuando se menciona cierto alcalde (no merece incidir en el concreto localismo), que a juicio del entrevistador tuvo enfrente al aparato de su partido que le hizo la vida imposible y a juicio del entrevistado, hizo cosas… mi “intuición” -asignación natural al que se cree “informado”- frente a la “verdad demostrada” inherente al informador, describe un paisaje perfectamente estructurado para alimentar económicamente a su partido, que lejos de plantearle enfrentamiento alguno, le articuló un blindaje institucional en su papel de cabeza visible del poder local (12 años de gestión). Un periodo caracterizado por múltiples iniciativas de tintes inmobiliarios, diseñados (presuntamente) para producir enormes retornos –patrimoniales o en metálico- a la organización política que lo sustentaba… si el señor Lobatón, haciendo uso de esa formidable herramienta que le presta esa Ley de Transparencia que menciona en la entrevista, llegase a conclusiones objetivas al respecto, contrastaríamos acertadamente “intuiciones” y “verdades demostradas”, en un epílogo que nos dejara satisfechos a todos los que de antemano fuéramos capaces de cambiar de opinión al respecto.
Desde Andalucía
Este señor me merece todos los respetos, pero a estas alturas ya resulta insoportable que comunicadores que quieren hacerse pasar por referentes éticos (incluyo a Évole y unos cuantos más…) en cuanto a asuntos de corrupción pongan el acento tan sólo en las comunidades gobernadas por el PP y se pongan de perfil en otros casos.
El entrevistador pregunta «inocentemente»:
«-¿Es un partido limpio el PSOE en Andalucía? ¿Hay corrupción? ¿Es una leyenda negra?»
y el entrevistado responde «inocentemente»:
«No detecto ese problema de que sea un partido con carcoma. Creo que hay casos que se han detectado y están siendo investigados…»
¿Cree que hay casos que están siendo investigados? ¿Sólo lo cree? ¿Un señor que ha hecho decenas de programas de investigación sólo puede decirnos que cree que se han detectado casos y están siendo investigados?
Pues eso, credibilidad.
Pues sí, aparentemente es eso lo que cree. Otra cosa es lo que usted, como simpatizante del PP, quiera creer, o si preferiría que el señor Lobatón creyese otra cosa.
Usted, que parece muy aficionado a etiquetar a los demás, no sabe con quien simpatizo.
A mi me da igual lo que el señor Lobatón diga que cree (otra cosa es lo que yo sospecho que sabe y no quiere decir). Era por hablar de algo.
Qué prudente es este hombre cuando le preguntan por Andalucía y Canal Sur… Si dice algo comprometedor, dejan de invitarlo a sus tertulias. Ay.
La verdad que me gusta Lobaton, me aporta la tranquilidad de la ética al entorno caótico en el que nos movemos informativamente. Por otro lado, le he visto en la ETB 2 en alguna tertulia política de mediodía y lo aportado se quedaba para mi gusto lejos de ser interesante… No se, quizás con un nuevo «Quien sabe donde» si tenga mucho que decir
Buena entrevista y fotografías. Paco Lobatón es un ejemplo a seguir. Muchos crecimos con ese gran proyecto que hizo suyo, llamado «¿Quién Sabe Dónde?». Eran tiempos donde todavía existía esa vocación de servicio a la sociedad y el periodismo era un referente para toda una generación de jóvenes admiradores.
Un tipo decente.
Me cae bien Lobatón, no conocía su pasado ultraizquierdista pero siendo así trosko tenía que ser.
Recuerdo bien Quién sabe Dónde? Un programa sobrecogedor y revolucionario en su época… tuvo unas buenas audiencias
Me acuerdo un supuesto desaparecido que llamo al programa para decir a sus padres «Qué estoy bien, que no me busquéis joder..!» XD
«Uno ve El Intermedio y se informa». Entre esto y lo de «Podemos», se le quitan a uno las ganas de leer una entrevista tan sectaria.
Oiga, tampoco nos haga un favor, no hace falta que la lea… qué aburrimiento los perdona vidas.
«¿Es un partido limpio el PSOE en Andalucía? ¿Hay corrupción? ¿Es una leyenda negra?» DIOSSSSSSSSSSS
Baño y masaje de Ramón Lobo a un compañero de profesión, para variar.
Ni una sola mención al tema Alcasser, que dejó muy herida su reputación, y que hace que la frase «que le granjeó fama y prestigio», cuanto menos, sea discutible.
Pues yo la jeta de Lobatón la asocio irremediablemente a la telebasura, de hecho su programita fue uno de los pioneros en estas (malas) artes televisivas. La utilización de situaciones dramáticas para convertirlas en espectáculo televisivo de masas (especialmente repugnante fue lo que se hizo con el caso de la niñas de Alcácer), la búsqueda de la lágrima fácil y la apelación a las pulsiones más básicas del espectador eran sus señas de identidad. No sorprende que su «target» principal fueran personas mayores y de poca formación. Así que menos rollo, repollo, que sabemos lo que hiciste.
Todavía recuerdo esa época en la que Lobatón y Pérez Reverte, en dos programas diferentes, me hacían entrar escalofríos con sus historias.
Con el tiempo me alejé de ellos, pero seguramente ¿Quién sabe dónde? y Código Uno dejasen una huella indeleble en mí (qué bien suena esto!).
Algún tiempo después me he preguntado por la psicología de aquél que se pierde, y me ha salido esto:
http://www.elpisapapeles.com/cultura/ciencia/cruzando-bosques-desiertos-orientacion-desorientacion.php