El sábado 29 de junio, en el centro Diógenes de Barcelona, el proyecto Nuestra Aparente Rendición (NAR), fundado y coordinado por la escritora Lolita Bosch inauguró «México en tránsito», un ciclo de charlas que, en consonancia con el espíritu de NAR, quieren aprovechar la visita a España de cronistas, escritores, psicólogos, académicos, artistas, científicos, víctimas, activistas, que hoy estén trabajando —intelectual, práctica y artísticamente— por el conocimiento, la comprensión, el respeto y la paz en México, para convocar a la ciudadanía, y que sean estos representantes quienes expliquen cómo se encuentra el territorio mexicano y sus gentes cuando se cumple año y medio de la llegada al poder de Enrique Peña Nieto.
La encargada de inaugurar este ciclo fue la reportera Marcela Turati. La mexicana lleva mucho tiempo ocupándose de las víctimas de la violencia de la guerra del narcotráfico en su país. Su implicación, compromiso y activismo periodístico ha sido reconocido y premiado tanto en México como fuera. En 2013 recibió dos galardones fundamentales: el Premio WOLA (Washington Office on Latin America), por su actividad en pro de los derechos humanos y su trabajo periodístico sobre la guerra contra las drogas en México; y el Premio Louis M. Lyons, por la conciencia e integridad del periodismo, otorgado por la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard, en reconocimiento a su labor de cobertura periodística del narcotráfico y la formación de periodistas en México.
Turati junto con otra serie de periodistas especializados en asuntos sociales, políticos y de derechos humanos fundaron la Red de Periodistas de a Pie (www.periodistasdeapie.org.mx) hace ya siete años (no es casual la coincidencia con los años transcurridos de la llamada «guerra contra el narcotráfico» del presidente anterior Felipe Calderón, que disparó la violencia en México). Se trata de un puñado de jóvenes y avezados periodistas mexicanos. Varios hombres y muchas mujeres que fundamentalmente quieren contar la violencia en México, la versión de las víctimas, registrar lo que sucede en los diversos territorios, informar, relatar: visibilizar.
Este grupo de periodistas decidieron hace ya tiempo empezar a «contar historias». Un buen ejemplo es el libro de crónicas Entre las cenizas (2012), sobre la gente que se organizó para resistir a la violencia y buscar justicia, y que puede encontrarse junto a vídeos y fotografías aquí . Decidieron acercarse a la ciudadanía; mostrarse como son: «gente de a pie». Y han conseguido cambiar el foco, el punto de mira en las noticias y ponerlo en sus compatriotas; darles voz a esos otros, a las víctimas; mostrar los restos del naufragio que trajo el narcotráfico. Lo contamos en Jot Down. Hay que concienciar a los mexicanos y al resto de América y de Europa de que todos los que murieron y mueren, desaparecieron y desaparecen en México «no andan o andaban en algo»; ni todos fueron ni son «bajas colaterales»; ni todo sucede «solo en el norte», como suele decir el Gobierno. Que no pueden normalizar la violencia. Que hay que reconocerla y afrontarla.
Peña Nieto ha robado el discurso a las víctimas
De esto habló Marcela Turati ese sábado en una conversación moderada por Lolita Bosch. Preguntas, comentarios y respuestas se sucedieron en dos horas intensas en las que Turati puso el acento en la lucha por la información. Comentó que la situación con el nuevo Gobierno de Peña Nieto no ha terminado con la violencia, ni mucho menos con el narcotráfico. Muchos reporteros como ella llevan años apostando por visibilizar la violencia y el dolor en México y el nuevo Gobierno quiere a toda costa que no se hable de las «cosas feas» que suceden allá. La corrupción que atraviesa México es, como explica John Gibler en México rebelde (2013:65), parte integral del sistema, sin que ningún organismo esté libre de ella. Marcela calificó esta etapa de un «periodo oscuro» porque el PRI le «ha robado el discurso a las víctimas». «Yo puedo pactar con el narco», esa fue la idea por la que mucha gente votó al PRI en las elecciones, subrayaba Lolita Boch.
«México está resuelto, pacificamos Juárez», dicen los nuevos gobernantes; y Marcela comenta, bien, ¿esto es cierto? ¿a qué precio? ¿por qué continúan con la misma estrategia que generó tanto dolor? A la periodista le asusta qué sucede en lugares como Tamaulipas, Durango, Sonora de los que había pocas noticias. «No sabemos qué está pasando. Cuando ya no hay activistas, ni periodistas locales perdemos el pulso». Alejandro Almazán ganó este pasado 2013 el Premio Gabriel García Márquez con su crónica «Carta desde La Laguna» publicada en la revista Gatopardo, un trabajo que reconstruye la lucha entre los cárteles de la droga que operan en la región de Gómez Palacio, Torreón y Ciudad Lerdo, de los estados de Coahuila y Durango, conocida como La Laguna.
«Hemos promulgado la Ley General de Víctimas, tenemos una Unidad de Búsqueda de Desaparecidos y un Mecanismo de Protección a Defensores de Derechos Humanos y Periodistas», alega el nuevo Gobierno, y Turati sentencia: pero no están funcionando. «Estamos regulando los Grupos de Autodefensa Comunitarios y fomentando otros nuevos» (una policía popular que viene funcionando en algunas regiones del Golfo y Sur de México desde hace casi veinte años), dicen los mandatarios actuales, pero Marcela teme por los ciudadanos de estas poblaciones, que generaron una policía comunitaria con el ejército detrás. ¿Qué pasará cuando se marche el ejército de esos lugares? En esos territorios ha habido delaciones cuando entraron las autodefensas y hay quienes estarán aguardando su momento. La mexicana mencionó otros tipos de autodefensas indígenas surgidas para defender al pueblo en un proceso de renovación de Gobierno, como la del pueblo de Cherán, precisamente un caso que rara vez aparece en los grandes medios.
Pero… si todo está corrompido, ¿quién podrá ayudarme?
Se echó la vista atrás pero también se debatió sobre si hay un futuro digno para México. ¿Cómo nadie se dio cuenta de lo que estaba sucediendo? ¿Cómo se llegó hasta este extremo de violencia y crueldad? Cuestionaba el periodista catalán Pere Ortín. Muchos de los asistentes, mexicanos también y más o menos conocedores de la situación, comentaban que se habían acostumbrado a vivir con eso, que los narcos financiaban todo: la cultura, los hospitales… En los sesenta había «un narco bueno» por decirlo de algún modo. Y Turati confirmó que esta realidad se venía incubando desde hacía mucho tiempo, pero «cuando los políticos y el narco se fusionaron es cuando la violencia se disparó. Ahí se acabó lo de «los narcos buenos». Ciudad Juárez surgió como representación de la barbarie. Antes de que el Gobierno de Felipe Calderón (presidente de México entre 2006 y 2012) entrase a combatir el narcotráfico, había unos trescientos asesinatos al año en esta zona (¡que ya eran!, subrayó la periodista), pero cuando apareció el ejército alcanzaron los mil seiscientos asesinatos al año, y tres años después de la llegada y el afianzamiento militar, se superaban los tres mil cien asesinatos anuales. El cronista y escritor Sergio González, último premio de ensayo de Anagrama, narraba, en Los huesos del desierto (Anagrama, 2012), la perversa lógica mercantilista de la sistematizadas violaciones y matanzas de mujeres en Ciudad Juárez.
En Michoacán los narcos extorsionaban a la gente y se sabía pero no quedaba otra opción que pagar para sobrevivir. En Ciudad Mier, Tamaulipas, el pueblo entero huyó como pudo, porque estaban en medio de un fuego cruzado entre ejército y narcos. La directora de una cárcel de Durango dejaba salir a los narcos por la noche para que matasen e hiciesen sus negocios y los acogía por la mañana. Multitud de personas comenzaron a desaparecer en las carreteras de Tamaulipas. «Bajaban de los carros, de los autobuses de línea a varones de entre dieciséis y cuarenta y cinco años y los reclutaban para la guerra, o simplemente los mataban para que no se beneficiase el siguiente cártel, cuando salieran del territorio». «Asesinatos preventivos», esa era la lógica. En lugares como Coahuila, operaban los llamados «polizetas», policías en activo, que bajaban de sus coches a los migrantes y llamaban para venderlos como cualquier mercancía, como ganado, a uno de los grupos más poderosos y sanguinarios del narcotráfico en México, el cártel de los Zetas. Su recorrido «necropolítico» ha quedado retratado por el periodista Diego Osorno en el libro La Guerra de los Zetas (Grijalbo, 2012). Y existen pueblos enteros en los que solo se puede vivir si se trafica.
El narcolenguaje también da cuenta de la diversidad de homicidios: encobijados (envueltos en una manta), encuajelados (metidos en un maletero), encintados (asfixiados con cinta adhesiva), decapitados… Negocio para las funerarias que seguramente renieguen cuando se abusa de los «levantados»: aquellos secuestrados, desaparecidos, o de «los cocinados», de los que no se encuentran ni restos porque han sido derretidos en ácido.
De la guerra por el control de las drogas se ha pasado a una guerra por el control de las rutas, apuntaba Lolita Bosch. Los cárteles se dieron cuenta de que, además de traficar con drogas, podían hacerlo con mujeres, con migrantes, con armas… Y ahí se rompió la baraja. ¿Por qué constreñirse si son los amos y señores de un territorio y nadie les frena? Sergio González, en Campo de Guerra (Premio Anagrama 2014), habla de esta violencia cancerígena que padece México y de la corrupción que se ha instalado en todos los ámbitos.
El narco se internacionalizó hace décadas. El investigador Edgardo Buscaglia en Vacíos de poder (Debate, 2013) se refiere al colapso de las instituciones y espacios ocupados por el crimen organizado, es decir, aquellas tareas que el Gobierno mexicano ya no puede hacer y que son realizadas por los narcotraficantes. Recoge la ampliación de mercados del crimen organizado mexicano, que desde luego tienen sede en Estados Unidos, pero resalta también las conexiones de los cárteles en toda América y su vinculación con Europa, en concreto, con la ‘Ndrangheta, la mafia más poderosa de Italia. La periodista mexicana Cecilia González, tras arduas investigaciones en Buenos Aires, ha puesto en evidencia en Narcosur (Marea Editorial, 2013) la penetración del narcotráfico mexicano en la Argentina.
¿Hay esperanza? ¿Hay futuro? Si todo está corrompido y manipulado, ¿quién puede ayudar? En el largo debate de Barcelona se pensó y repensó sin encontrar una respuesta medianamente alentadora. Esa es la verdad. Finalmente se concluyó que la única salida está en la ciudadanía; en las redes de ayuda; en las acciones grandes o pequeñas que van creando una cadena de rechazo a la violencia. Una sintonía de ciudadanos actuando como células sanadoras que se expanden y propagan, aplacan y cauterizan la herida de una sociedad sangrante. El cambio solamente puede venir del ciudadano. También Lolita Bosch habló de que esta es una cuestión geopolítica y que la solución debe pasar también por Estados Unidos.
Aunque es difícil pensar en un «basta ya» colectivo, sí es posible dar con pequeñas historias de resistencia, de valor y de entrega que están modificando el panorama. Acciones como las que recoge el citado volumen de crónicas Entre las cenizas. Hazañas cotidianas como las que llevan adelante «Las Patronas» en la «ruta de la muerte», la que recorre «La Bestia», el tren que lleva a los migrantes (si llegan vivos) rumbo a Estados Unidos. Estas mujeres suministran agua y alimentos a todos estos centroamericanos en su camino hacia no se sabe dónde. El cronista Alberto Nájar lo cuenta. O como la resistencia cibernética de colectivos o ciudadanos individuales que desde las redes sociales han surgido para informar por Twitter sobre las rutas de seguridad. Lo retrata Vanessa Job. Y otros que a lo largo del territorio han rescatado a los muertos del anonimato y los han mostrado para hacer un duelo colectivo. O como los hombres y mujeres que, con sus terapias alternativas, lograron suavizar parte del dolor de las víctimas, como nos cuenta el periodista Luis Guillermo Hernández.
Pero queda mucho camino por recorrer. Porque hay rabia y hay recelo, además de mucho miedo. Turati contaba cómo lectores escudados en el anonimato de internet la insultaban en los comentarios a las noticias en las que trataba de explicar que el dolor y el miedo es compartido; que los niños huérfanos por la violencia son tanto hijos de narcos como de policías como de un ciudadano común; que cuando se hacen talleres de duelo con estos niños lo de menos es de dónde vienen, sino cómo sanar el dolor. Presentar los dos puntos de vista pasa factura y no se admite fácilmente. Supone un gran esfuerzo mostrar la complejidad de una realidad que no se resume a «buenos» y «malos».
La lucha por la información
El papel de los grandes medios en toda esta guerra ha sido poco comprometido y muchas veces en connivencia con unos gobiernos que han preferido silenciar el problema o maquillarlo. Al principio los medios publicaban una figura diaria llamada «ejecutómetro», que registraba el recuento de los muertos del día. La cobertura era muy superficial, anecdótica y centrada en cifras y números. Se consideraba el narcotráfico una lacra social y la violencia extrema que generaba se cubría como cualquier otro «acontecimiento extraordinario», señala el periodista Álvaro Sierra en Cobertura del narcotráfico y crimen organizado en Latinoamérica y el Caribe (Knight Center for Journalism in the Américas, University of Texas at Austin, 2013). Es decir, con la misma óptica que se cuenta un desastre de la naturaleza, un huracán, un tornado. Las noticias versaban sobre los asesinatos, bombas, decapitados y, cuando estas muertes individuales se naturalizaban, se pasaba a registrar los asesinatos colectivos. Y cuando estos también se hacían cotidianos para los lectores y la sociedad, entonces solo se abrían paso en las portadas de los diarios aquellas muertes más truculentas y salvajes, en una suerte de carrera hacia el exceso, mientras la pura cantidad, los números se acumulan sin identidad. Este tipo de cobertura periodística, además de tendenciosa y sesgada, deshumaniza a las víctimas, refuerza los clichés y simplifica la realidad. Los medios de comunicación se convierten así en espacios de publicidad para el narcotráfico y perpetúan estereotipos del fenómeno.
Reporteros como Anabel Hernández, Ricardo Ravelo, Alejandro Almazán, Diego Osorno, Daniela Rea, Luis Guillermo Hernández, Lydiette Carrión, Vanessa Job, Daniela Pastrana, John Gibler, Alberto Nájar, Daniel de la Fuente, Humberto Padgett, entre otros muchos, como la propia Marcela Turati, decidieron abordar en profundidad y con rigor la guerra del narcotráfico. Apostaron por dar visibilidad a las historias ocultas detrás de la violencia. Ponerle rostro a las cifras y cara a los muertos. Meterse en las zonas conflictivas, escuchar a los periodistas locales que se juegan la vida y a sus gentes. Porque todos tenían y tienen datos. Todos pueden relatar historias horribles. Algunos periodistas se vieron convertidos en reporteros de guerra de la noche a la mañana. En su propia casa. La resistencia de estos periodistas pasa por que no se silencie la información.
Marcela Turati también comentó que en todo este proceso ha sido vital el contacto y el aprendizaje con los colegas de otros lugares. Reporteros y cronistas curtidos en lidiar con la violencia y la corrupción. Periodistas de Centroamérica, como Óscar Martínez, que ha realizado ocho veces la ruta de «La Bestia». El trabajo de revistas como El Faro en El Salvador ha sido fundamental. Han compartido aprendizajes con cronistas colombianos en temas como cómo escribir sobre el dolor; cómo atender y escuchar a las víctimas. Cronistas como la colombiana Patricia Nieto, con libros como Llanto en el paraíso (Editorial de la Universidad de Antioquia, 2008) o Los escogidos (Editorial Sílabas de Tinta, 2013), muestran excelentes modelos para aprender a cubrir el dolor y narrar con honestidad y compasión. Un oficio que va mucho más allá de la empatía y que está fuera del alcance de los cínicos.
También se han servido de la experiencia de los corresponsales de EE. UU. que envían a cubrir la frontera. Los pocos periodistas texanos que se ocupan de juicios a los Zetas. Y, por supuesto, una ayuda clave ha sido la de contar con los ojos y la voces de los periodistas locales mexicanos. Entre todos se han creado redes en un intento de que la información se transmita, se conozca. En casos extremos da igual quién la firme, el caso es que se publique fuera y dentro del territorio mexicano.
Conocedores de las arenas movedizas en las que transitan, estos periodistas están aprendiendo a generar protocolos de actuación; a elaborar su propia metodología para poder seguir investigando, denunciando y publicando. Porque saben que el narco tiene sus métodos de funcionamiento, de periodos, de lugares. Los narcos tienen hasta sus propios gabinetes de comunicación y, por supuesto, sus censores. Y gozan de la complicidad del Gobierno. En concreto, los cárteles que surgen de desertores del ejército tienen un férreo control sobre la prensa. Deciden qué se publica y qué no. La voz de los periodistas está secuestrada pero la realidad es tan complicada que en ocasiones el profesional no sabe ni cómo evitar problemas. Un cártel te dice que no publiques una fotografía o una noticia. Otro cártel te dice que sí la publiques, y el ejército que ocultes algunos datos. ¿A quién se atiende? Es otro fuego cruzado. «Un narco se retira de una zona, no huye», le amenazaban a un periodista que había contado en una noticia la salida de unos narcotraficantes de un territorio empleando el verbo «huir», comentaba Turati.
Los periodistas que cubren esta violencia se ven obligados a generar fórmulas para encriptar la información para poder sacarla fuera y que se publique. Y para ello es imprescindible, sin duda alguna, tener al periodista protegido. Los periodistas son víctimas también de esta guerra y han tenido que asumir papeles en defensa de la libertad de expresión que van más allá del ejercicio mismo de su profesión. «Activistas» les llaman porque «periodistas comprometidos» suena a poco si se tiene en cuenta su labor. No se tienen cifras exactas pero Guillermo Santórum, en su estudio Un atentado contra la libertad de expresión: treinta años de asesinatos y desapariciones de periodistas en México (2013), cuenta veintiún periodistas desaparecidos y ciento veintiocho asesinados desde 2000 a inicios de 2013. Los riesgos de investigar el narcotráfico en México son evidentes. Se hace vital organizar mecanismos y redes de protección para los periodistas. Y en esto tiene puesta el alma la Red de Periodistas de a Pie en la actualidad. Que los periodistas se protejan física y psicológicamente en red. Generar cursos de lo que se vaya necesitando, como el autocuidado emocional porque muchos de ellos están devastados, agotados, de ver, de padecer y de escuchar el dolor. «¿Sigo siendo periodista si lloro?», le preguntaba a Marcela una periodista en uno de los talleres que organizó para explorar cómo sobrellevar el dolor y seguir haciendo un buen trabajo. Y pensaba Turati, según declaraba en su discurso al recibir el Premio de Derechos Humanos WOLA 2013, en Washington, DC:
¿Quién no lloró en esa caravana del dolor que cruzó el país y donde cada kilómetro aparecían decenas de almas mutiladas que habían tenido que callar que les habían matado a sus hijos? ¿Cómo no estremecerse al ver cada 10 de mayo la avenida Reforma llena de madres que no tienen que portar el pañuelo blanco de las madres de Plaza de Mayo en la cabeza porque las reconocemos bien y sabemos que sus hijos fueron desaparecidos y no están para festejarlas? ¿Qué debemos sentir cuando te llaman para agradecerte que en una línea de tu reportaje mencionaste el nombre del hijo desaparecido entre los más de veintiséis mil registrados solo los últimos seis años, o el de un asesinado entre los setenta mil en ese lapso?
Quien ha sido testigo de tanto horror, quien ha tocado algo de ese dolor, quien sacude entre las cenizas hasta dar con los sobrevivientes de esta violencia difícilmente vuelve a ser un alma en paz. La conciencia nunca deja de punzar. Ya no puedes borrar lo vivido .
Muchos de estos talleres están pensados para sacar también a los periodistas de dinámicas y espacios que terminan por aislarlos y que poco o nada favorecen a la regeneración que necesitan para asistir de nuevo a la realidad que cubren. Porque las confesiones no siempre tienen que ser en los bares. Muchos han cambiado. Algunos se sienten culpables, otros tienen mucha ira, algunos se refugian en el alcohol y es en este contexto donde también muchos pierden las formas y se vuelven desafiantes y temerarios tras tanta violencia y sinrazón acumulada.
Por suerte, hay muchos periodistas comprometidos, muchos «activistas». Empieza también a haber un relevo para cubrir esta información. No es un recorrido corto, es de largo alcance, pero Marcela Turati se siente reconfortada cuando ve que cuando ella ha necesitado parar y tomar aire otros están ahí para tomar el testimonio, sacar la información. En la actualidad, con el Gobierno de Peña Nieto, el ambiente está enrarecido, sentenciaba, pero hay que terminar de salir de la confusión y pasar a comprender la complejidad para continuar contando lo que sucede. Tratar de pasar a un periodismo que comience a encontrar las lógicas al conflicto, las causas profundas, los beneficiados de la violencia e ir armando un mapa para, en un futuro, lograr desactivarla.
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He esperado casi un mes pero nada, en Italia nadie dice ni pío. A veces en los países se dan extraños y unánimes silencios colectivos que en realidad dicen mucho. Sin ir más lejos lo hemos visto estos días en España con la abdicación del rey, sin que nadie en los grandes medios diga nada medianamente crítico. Sobreviene una especie de hipnosis general de responsabilidad o temor institucional-
Este párrafo esta copiado de la serie «crónicas de la mafia», sirva para ejemplificar la situación que prevalece en México desde hace décadas.
Solo cambiamos los nombres de los implicados y voila. La mafia mexicana en pleno.
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