Como todo el mundo sabe, en los años ochenta los padres compraban ordenadores a sus hijos con la esperanza de que aprendiesen por sí solos a hacer cálculos inverosímiles, programar inteligencia artificial o conectarse a las computadoras del Gobierno como en la película Juegos de guerra. Pero luego la realidad fue más bien prosaica. Pocos tenían paciencia para ponerse con el Basic y demás y lo que molaba del ordenador era jugar, esto es: matar comunistas por todo el orbe y conducir por las autopistas de California como altos cargos del Partido Popular puestos de droga caníbal. Luego apareció la Game Boy, que llegó a prácticamente todos los hogares, y por fin la civilización occidental se fue por el retrete.
De aquellas obras de arte que fueron los juegos sencillos pero intensos, simples pero adictivos a más no poder se ha hablado largo y tendido en todas partes. Sin embargo, hay un tema capital que rodea los videojuegos clásicos que nunca se ha reivindicado lo suficiente: la música.
A todo le mundo le habrá pasado de irse a dormir, cerrar los ojos y ver fichas del Tetris o del Block Out después de haber estado jugando seis horas seguidas como un enfermo mental. Se ha comentado mucho, pero ¿y la música? ¿Quién con pasado CPC no ha ido a cambiar un enchufe con treinta y cuatro años y se ha puesto a silbar la música del Commando?
Podría estar en el Appetite for Destruction perfectamente.
Todo esto viene a cuento por el excelente documental que anda circulando por ahí, Europa en 8 bits. En realidad no trata de la música de los ordenadores, sino de cómo jóvenes de ahora han tuneado los chips de esos ordenadores o consolas para componer música. En muchos casos, pillando la tecnología del vertedero. Doble mérito.
Uno de los entrevistados recuerda una conversación que tuvo de niño con un amigo que ha debido suceder en todos los barrios del continente. Le decía a su colega que la música de algunos de sus juegos de ordenador era tan sumamente buena que se podría vender como «música de verdad». Y el otro, por supuesto, que sería heavy o algo peor, amante del rock clásico por ejemplo, le dice que no y que de pena y que está disfrutando de la música mal y que eso no es correcto. Me hace gracia porque recuerdo un compañero de mi colegio que en el walkman llevaba la música del Shinobi, se la había pasado a una cinta y por ahí iba disfrutando secretamente al margen de lo que dijeran en Los 40, en el Disco Cross o, en el peor de los casos, en Gente joven. Es decir, el fenómeno, quedarse colgado de la música de los juegos, era global y espontáneo.
El caso es que en Europa en 8 bits los protagonistas son chavales que con los chips de Commodore o la Game Boy se montan unas pinchadas salvajes y consiguen sacarle a los cacharritos unos sonidos increíbles. No hay que darle muchas vueltas, no hay que contextualizarlo en la historia de la música pop ni filosofar sobre la naturaleza de este sonido. Uno ve cómo bailan en esas sesiones y lo que le apetece es estar ahí. Sobra con eso.
Pero, por si acaso, en una de las partes más simpáticas del documental aparece Cándido Polo, un psiquiatra. El hombre explica que estos jóvenes de diferentes latitudes que comparten la afinidad a mantenerse anclados en un pasado en el que fueron felices manejando todos estos instrumentos no es otra cosa que síndrome de Peter Pan. Aunque admite una frase muy bonita: «Cada generación tiene la obligación histórica de crear sus propios patrones culturales y subvertir el orden de los cánones estéticos de las anteriores». Yo añadiría: pero sin tomarse demasiado en serio a uno mismo.
Porque los entrevistados del documental, llegado cierto punto, confiesan que la gente se sigue riendo de ellos por hacer, escuchar y disfrutar música de 8 bits. Sin embargo, hay un caso de un tío más mayor que en cuanto vio las infinitas posibilidades de un limitadísimo chip de 8 bits, vendió sus sintetizadores y nunca más quiso saber de ellos.
Tampoco falta un flipadete que dice que el sistema te impone cómo tiene que ser la música y la cultura y que quien hace su propia música se está enfrentando al sistema. O un argentino que considera que modificar objetos obsoletos es «combativo». Que cada uno lo vea como quiera.
Porque el que merece mención aparte es Fela Borbone, que presenta su última creación, que ya salió en la televisión española, el Mierdofón, un Amstrad CPC 6128 que toca el tambor. Fela, conocido por sus grupos punks con instrumentos hechos con basura, como Ulan Bator Trío, y por un fanzine Rocanrrol por el puto morro, manual para hacer guitarras eléctricas y amplis con basura que debió de provocar más de un incendio, es ya una celebrity consagrada de los submudos rockeros de la piel de toro. Su filosofía elemental queda clara con su discurso: «Antiguamente los primitivos cuando necesitaban hacer algo salían a coger lo que fuera, ahora en la ciudad sales y hay una tele por ahí tirada, la basura es la naturaleza de ahora». Y su descripción del sonido de 8 bits también es perfecta: «Da mucha caña, es como si saliera una alarma de que vas a morir».
Pero todo esto ocurre ahora. Y aunque sea admirable o muy interesante, lo que a uno le gustaría es ir al Corte Inglés y encontrarse al lado de Chenoa, Pereza y Coldplay un digipak de greatest hits de Rob Hubbard. ¿Y quién es él? Hubbard fue el responsable de adaptar la canción del Commando de Tamayo Kawamoto para el Commodore 64. No se sabe quién hizo después la adaptación para Amstrad y Spectrum, pero era de esos juegos que cargabas solo para escuchar la música y mirar al techo mientras pasabas de los deberes de soci.
Hubbard, de todas formas, ha declarado en varias ocasiones que no componía música para videojuegos como un artista, no ponía sus sentimientos en el chip y hacía que su corazón se expresase. Todo lo contrario. «No me pagaban para eso», dijo en una entrevista. De hecho, subrayaba que se sentía presionado para que sus composiciones no fuesen identificables, que no se parecieran entre ellas, para no saturar a los jugadores y que terminaran repudiándole pese al éxito inicial. Pero qué vamos a decir, molan mucho casi todas.
En 1987 llegó a tener contactos con una discográfica que le ofreció lanzar un single, pero prefirió irse a Estados Unidos a trabajar con Electronic Arts, donde su primera aportación fue nada menos que la música del Skate or Die. No obstante, en todas sus entrevistas recuerda los primeros tiempos de la programación de videojuegos como una época mágica y llena de diversión: «No había normas, no había productores, no había una estrategia de marketing». Solo zumbaos llevando al monitor sus fantasías perversas e idas de madre.
En estos mismos términos habla el máximo exponente español de la música para videojuegos ochentena, César Astudillo, más conocido como Gominolas. En un reciente y extenso podcast de El Mundo del Spectrum contó toda su vida y milagros y coincidía en que los primeros tiempos fueron una época mágica. Los medios de producción estaban al alcance de cualquiera, los empresarios tenían visión y voluntad de invertir y al final hubo una serie de chavales «que cobraban más que sus padres por hacer algo que sus padres no entendían». Y hablamos de España, un país donde nos costó dejar el chisquero y coger el sofisticado y pijotero mechero de gas.
Pero ciñéndonos exclusivamente a lo musical, Gominolas también sufrió el estigma del músico de 8 bits. Su mote, revela, se lo pusieron en un grupo de rock donde tocaba, el guitarrista le daba collejas y se reía de sus orejas de soplillo llamándolas «gominolas». Pero él, sin atisbo de vergüenza, se quedó con el mote y gracias a ese apodo, ojo al dato, no hay usuario del Spectrum o del CPC que no le recuerde. Va más allá, es toda una institución.
Lo más gracioso viene después, cuando cuenta que sus hermanos eran fans del jazz y el rock progresivo y consideraban que la música electrónica era una porquería «hecha por pijos». A Gominolas por el contrario le volvían loco Aviador Dro, Human League, Depeche Mode y hasta Mecano, de los que confiesa «se supone que tenía que decir que eran espantosos, pero me gustaban mogollón y no lo reconocía delante de nadie».
Lo que luego le dio trabajo y fama, la música de 8 bits, entonces la entendía como «un placer culpable». Aunque nunca pensó en hacer carrera: «En aquella época no me sentía músico profesional, era un estudiante aficionado a la música que le pagaban por hacer musiquitas chorra». Paradojas de la vida, ahora cada vez más grupos roban esa «musiquita chorra» para sonar en la radio y salir por la MTV.
En las obras de Gominolas hay homenajes-atraco a Emerson Lake and Palmer, en el Mad Mix para Amstrad y MSX tomó los acordes de «Bailando» de Alaska y los Pegamoides y cualquiera, si se fija, puede cantar la letra por encima. La canción del juego Tuareg la hizo con la escala musical árabe, para dar ambiente. Y con la del Colisseum se inspiró en los romanos que salían en las galeras de los cómics de Asterix tocando el tambor para que otros remasen.
Es un descojono escuchar cómo se inspiraba para componer. A veces solo le daban la carátula o algunos gráficos y se tenía que poner manos a la obra. Pero dice que cuando Javier Cano, mítico fundador de Topo Soft, le contaba de qué iban a ir los juegos, el argumento y las fases, le ponía tanta pasión al discurso que, en sus palabras, «me ponía todo palote». Y de ahí, directo a crear.
Gominolas se metió en el negocio gracias a un anuncio para programadores que decía que si querías ser una estrella de los videojuegos solo tenías que pasarte por su oficina y una vez dentro, nada, solo «elegir tu Porsche». No era simple publicidad agresiva. En Inglaterra, en una entrevista en la BBC, Bruce Everiss de Imagine Software, de veintiséis años, que solía vestir con trajes de seda, dijo que uno de sus programadores, Eugene Evans, con diecisiete años ya se había comprado un Porsche aunque ni siquiera podía conducirlo. Aquello dio la vuelta «al mundillo».
El documental sobre esta empresa, Commercial Breaks: The rise and fall of Imagine Software, de Paul Anderson en 1984, comienza en esa línea, con uno de los capos, Mark Butler, con veinticuatro años entonces, conduciendo su BMW y aparcándolo al lado de un par de Ferraris en las oficinas. Y a los dos minutos, pasan revista al equipo de motociclismo que patrocinaban. En 1983, mientras los fanáticos y pioneros se pasaban días y noches toledanas encerrados en habitaciones oscuras y supongo que malolientes programando, Imagine recibía generosos créditos de la banca, pagaba los anuncios más caros y en color y figuraba en todas partes como sinónimo de éxito. Ya saben aquello de las burbujas, pero el mensaje que dejó es que se podía llegar al cielo creando videojuegos.
Por supuesto, Imagine quebró de forma tan grandilocuente como creció, se habían gastado la mayor parte del presupuesto en publicidad. Pero nada impidió que durante la segunda mitad de los ochenta en los Amstrad y Spectrum sonase la mejor música… del siglo XXI. El nuevo punk. La del Commodore 64 para mi gusto no está mal, pero es demasiado buena. En comparación con la de las dos máquinas citadas es como la Filarmónica de Praga. Aunque afirmar esto es como decir que los Beatles te parecen demasiado modernos con esos pelos, que quién se creen que son, metiendo instrumentos raros para provocar con su cosmopolitismo, como Guardiola. Dicho lo cual, ciñéndonos exclusivamente al sonido Amstrad CPC 6128, aquí tienen un TOP-10 personalísimo de mis tonadillas favoritas, obviando muchas referencias obligadas para que la cosa tenga un poco de salero.
1. 750 cc Grand Prix (1989) – Scope Soft.
Un llena-pistas. Cuando lleguen al estribillo empezarán a pensar que New Order eran unos pringaos.
2. Zona 0 (1991) Topo Soft – Lords of the Sound
Si el PP se presentase con esta a unas elecciones yo les votaría.
3. Arkanoid (1987) Ocean – Taito: Martin Galway
Sentimental y directa a la patata. Para pillar una mononucleosis en una discoteca light con esta suerte de Pitufos Makineros.
4. Xenon (1988) Dro Soft – David Wittaker
Perfectamente podría abrir la sección de internacional de un telediario.
5. Rescate Atlántida (1989) Dinamic – José A. Martín
Vámonos todos al Attica.
6. La Armadura Sagrada de Antiriad – Palace Software (1986) Richard Joseph
Como decían Gigatron: joven guerrero, coge mi mano enguantada…
7. Target Renegade (1988) Imagine
Esta balada triste bien podría denunciar la exclusión social y los problemas de las zonas deprimidas de la ciudad, pero como el juego consiste en hostiar a todas las personas que te encuentres, hombres o mujeres, correremos un tupido velo.
8. Campeones (1985) Indescomp – Amsoft
Sí, es «Jamming» de Bob Marley. Supongo que muchos niños, como me pasó a mí, en un momento dado se preguntarían qué hacía ese negro tan famoso tocando la canción del Campeones.
A Madonna la conocíamos todos sin problemas, pero la base rítmica solo la pudo meter a esos niveles alguien con más de treinta años al volante de un John Deere.
10. Zap`t`balls (1993) Elmsoft
Dígalo de pie y aplaudiendo: ¡obra maestra, obra maestra!
Es de la época megadrive pero sigue siendo música 8bit. Era escuchar esta canción y me entraban ganas de ir de fiesta…y tenia 8 años. jajajjaa
http://www.youtube.com/watch?v=ldUi-Po9UjI
No son de ordenadores pero si de 8 bits mas «encapsulados» XD:
http://www.youtube.com/watch?v=ez-nEX_4ASc&list=PL4BD1DA56FED680DB (en especial Flugelheim Museum)
http://www.youtube.com/watch?v=flG2SCO3cPk&list=PL6B880574594DE70C (en especial Ninja Gaiden Shadow OST (Stage 3))
Pingback: Las canciones de los ordenadores de 8 bits: «musiquitas chorra» del ayer, éxitos del mañana
Me falta el Space Harrier, pero es filia personal. El primer párrafo es antológico.
Esta musiquilla también es buenísima: http://youtu.be/qQfKH22__74?t=6m15s
El juego, Deflektor, también molaba
Gran época para los videojuegos. Estos juegos ya clásicos son la prueba de que no hacen falta grandes recursos, ni gráficos ni sonido para hacer un buen juego original. Son atemporales.
http://abandonware.superforo.net/
La música del Test Drive para Amiga, ya era al más elaborada https://www.youtube.com/watch?v=61HHBCNc63E
A mí me gustaba la del STARDUST, para Spectrum..
Jamás jugué a este juego, pero un día haciendo arqueología musical me topé con esto, y reconocí los temas de Kernkraft de Zombie Nation, el 99 Luftballoons y el Fade to grey de Visage.
http://www.youtube.com/watch?v=szXlh9QvBd8
Interesantísimo fenómeno.
Muy interesante artículo y me apunto el documental. Será interesante ver si los demás grupos europeos están a la altura de «scene» sueca (FantomenK, Bossfight, Rymdkraft…):
https://www.youtube.com/watch?v=uY6xrEFh7WQ
La música de The secret of Monkey Island y de Rastan, las tengo en la cabeza constantemente.
Por dios, falta el sublime FAIRLIGTH….
Casi ofensivo la omisión del Bloddy Tears:
http://www.youtube.com/watch?v=AxQGB7a-6xQ
Las músicas de Gominolas eran geniales, tanto en el buzzer del Spectrum 48k como en los AY-3-8910 que montaban los Spectrum 128k, los Amstrad CPC, y los MSX.
A mí me encanta esta:
https://www.youtube.com/watch?v=ARv-NppKAng
…y es del Titanic.
Pingback: Jot Down Cultural Magazine – Blade Runner, Tron, Aliens… Syd Mead: el diseñador del antiguo futuro
Estupendo artículo para dar un vistazo rápido a la música de los 8 Bits.
He echado en falta la mítica cancioncilla de piano de esa obra maestra llamada La Abadía del Crimen. Era más clásica, pero para mí una de las más pegadizas:
*La Abadia del Crimen Spectrum Title Music
http://youtu.be/lkKgEF9RX_c
*La Abadía del Crimen Amstrad cpc HD ( a partir del segundo 20)
http://youtu.be/uDBDAVxwIxo
*Music from Remake La Abadia Del Crimen (Paco Mendez)
http://youtu.be/TRPjbGJRSpI
Alien 3 de Master System. La banda Sonora es una obra maestra.
Gran artículo de Álvaro, como suele ser habitual.
También me gustaría dar mi pequeño aporte: La intro de Némesis the Warlock, un oscuro crescendo que considero una maravilla: https://www.youtube.com/watch?v=9CXx7AB-lz8
Aquí os dejo otra compilación de chiptune con Tetris, Mario, Street Fighter, etc…
https://www.tonos-gratis.com.es/search/label/Chiptune