Al final de «Guerrilla Radio», Zack de la Rocha nos susurra: «Tiene que empezar en algún lugar, tiene que empezar en algún momento». La canción de Rage Against the Machine se compuso hace ya quince años, pero sus proclamas contra el letargo social tienen plena vigencia. Los textos que Francisco Negro ha recuperado y adaptado para La Escuela de los Vicios fueron escritos por Francisco de Quevedo hace más de cuatrocientos años y sí, también tienen plena vigencia. Como la tendrían hace trescientos. O dentro de cien.
Porque la corrupción institucional y el conformismo de la sociedad ante ella son tan antiguos como Quevedo. En realidad, son tan antiguos como la propia sociedad.
Mal oficio es mentir, pero abrigado:
eso tiene de sastre la mentira,
que viste al que la dice; y aun si aspira
a puesto el mentiroso, es bien premiado.
Es sorprendente, aunque también un tanto descorazonador que este cuarteto nos hable tanto de la realidad. Y es aún más lamentable que no nos extrañe que varios de los sonetos que aparecen en la función se usasen en contra de Quevedo, hasta el punto de dar con sus huesos en la cárcel (aunque también contribuyesen las propias bravuconerías del genio del Siglo de Oro).
Y es descorazonador porque Quevedo tan solo habla de la mentira, el engaño, el robo y la medra; y de cómo estas acciones, reprobables a los ojos de cualquiera, son necesarias, casi indispensables para obtener un cargo de poder, autoridad o gobierno. Porque, en el mundo —en nuestra realidad— la vida noble y honrada al final solo conduce a la pobreza.
En este mundo se dan los castigos a los méritos y los premios a los delitos.
La compañía Morfeo Teatro, dirigida por Francisco Negro, que dobla como actor, recopila varios de estos textos en una adaptación teatral tan fiel al original que es perfectamente atemporal. La función nos introduce en la epónima Escuela de los Vicios, que dirigida por un pollino diabólico —su Burreidad— imparte cuatro grados: bachiller en mentir, licenciado en engañar, doctor en robar y catedrático en medrar. Azuzados por la avaricia y su metrónomo, el dinero, a la escuela acuden dos hombres sencillos, dos castellanos decentes, dos cristianos viejos. En definitiva, dos necios. A través de ejemplificadores entremeses, los hombres aprenderán todo lo malo que se puede ser en el mundo y que esta maldad no solo no tiene castigo, sino que a menudo ofrece recompensa. Que los actos no tienen consecuencias, y si las tienen, no son las que deberían ser. Que «no hubo ministro que se hizo malo, antes el malo, porque lo era, se hizo ministro».
Haciendo un alarde de «dar liebre por gato», pese a su enorme profundidad intelectual y social, la función es una comedia vertiginosa y divertidísima. Se mueve con ligereza entre las carcajadas cómplices y el asentimiento sonriente, pero pesaroso, del público. Los tres actores, expertos en teatro clásico, hablan, cuchichean, declaman, caminan, corretean y hasta bailan por el escenario con aplomo y soltura. Tanto el propio Negro y Felipe Santiago en el papel de los necios, como Mayte Bona, que encarna al burro-diablo, y que sostiene y vertebra la obra gracias a una interpretación robusta y afilada.
La formidablemente precisa escenografía de Regue Fernández Mateos merece capítulo aparte. Apenas un cofre, una mesa y un par de sillas sirven de atrezo a la representación. Detrás, un monumental espejo arrugado, sucio. Quizá un reflejo donde atravesar la espalda de los comediantes hasta mirar nuestras propias caras. También es muy interesante el vestuario diseñado por la propia Mayte Bona que, sobre las hebillas, los culottes y las casacas del XVII, recupera la tradición de las máscaras, en una grotesca deformación de los rostros y las intenciones de los personajes.
Quizá la obra concede algo de más cuando la adaptación cita la contemporaneidad más evidente. Quizá el público no necesite una alusión tan obvia, porque las palabras de Quevedo flotan libres como lanzas hacia cualquiera que sepa encajarlas. No obstante, esto apenas resta a la calidad de la obra. A la farsa y al inteligente cachondeo que sacude la platea durante la hora y media que dura la función, y que escapa como un suspiro.
Porque te ríes, sí, te ríes mucho. Ríes con ganas. Pero también notas algo entre la nuca y los dientes. Una comprensión amarga. La sensación de que algo tiene que empezar. Tiene que empezar en algún lugar y en algún momento.
Y qué mejor lugar que aquí y qué mejor momento que ahora.
Nota: La Escuela de los Vicios de Morfeo Teatro se representa del 26 de Julio al 31 de Agosto en el teatro Nuevo Apolo de Madrid. Más información en www.laescueladelosvicios.com
Fotografía: Cortesía de Morfeo Teatro
Deberían advertir que no se trata de un texto que tiene tal nombre, sino de una composición usando textos varios, aparecidos en diferentes obras de Francisco Quevedo, pero muy apropiadas a los tiempos, valen tanto para Pujol, Rajoy o Zapatero