El último baile Opinión

Guillermo Ortiz: Los cinco juegos mágicos de Roger Federer

Federer y Djokovic en el último Wimbledon. Foto: Cordon Press.
Federer y Djokovic en el último Wimbledon. Foto: Cordon Press.

La historia empieza con 5-2 para Djokovic en el cuarto set. El serbio ya ha ganado dos de los tres anteriores y, siendo sinceros, incluso el que ha perdido se lo podría haber llevado perfectamente. Federer parece perdido o, más bien, resignado. Su reino ya no es de este mundo. No tiene la velocidad ni la precisión de los veinticinco años, cuando arrasaba por todo el circuito. Le queda la calidad y un conocimiento de la pista central de Wimbledon propio del que ha jugado la final nueve veces, pero no parece suficiente: Djokovic ha roto para 3-1 y luego para 4-2 después de que el suizo amagara con remontar. En el siguiente saque ha aumentado la ventaja.

¿Qué queda? Un silencio enorme en la grada, volcada con su viejo ídolo y la sensación de que su incapacidad para leer el saque le ha costado la final. Se puede vivir con ello pero fastidia. Con treinta y dos años, casi treinta y tres, tiene ese horrible presentimiento de estar agotando una última oportunidad. Djokovic es mejor y Djokovic, además, ha jugado mejor, cosa que no siempre hace en las grandes finales, tres consecutivas perdidas en Wimbledon, US Open y Roland Garros, estas dos últimas contra la gran némesis de los dos jugadores: el español Rafa Nadal.

Aparte de tristeza, o melancolía, hay un poco de alivio. Federer ha restado mal pero por lo demás su partido ha sido impecable. Nada que ver con la crisis de 2013, ese Sergey Stakhovsky encadenando servicios sin respuesta, las continuas bolas de break perdidas contra jugadores fuera de los 100 primeros de la ATP, el mejor jugador de la historia peleándose en hierba, tierra y cemento con una raqueta enorme que no sabe manejar mientras su mujer le anuncia que se ha vuelto a quedar embarazada. Esta vez, para completar el póquer, de gemelos.

El final podría haber llegado ahí, en la gira de verano por Hamburgo y Gstaad o en la decepcionante derrota ante Tommy Robredo en octavos de final del US Open, incapaz de nuevo de dar una a derechas con el servicio rival. Nadie le habría culpado. Diecisiete Grand Slams, más de trescientas semanas como número uno, el juego más elegante que se recuerda y cuatro hijos que alimentar. Le sobraban los motivos.

Sin embargo, Roger perseveró. Perseveró hasta meterse de nuevo en el Masters de 2013 y encadenar finales y semifinales a principios de 2014 incluidos los títulos en Dubai y Halle y la final en Montecarlo, algo con lo que nadie soñaba. Los expertos intuían que su gran objetivo del año solo podía ser la esquiva Copa Davis pero los resultados le llevaron hasta el número cuatro del mundo justo antes de empezar su torneo favorito. Victorias ante Lorenzi, Müller, Giraldo, Wawrinka —el único capaz de romperle el servicio una vez en todo el torneo— y Milos Raonic hasta llegar a esta final ante Djokovic. Dos sets a uno en contra y 5-2 en el cuarto, momento en el que, decíamos antes, la historia empieza.

El relevo generacional

Desde enero de 2004 solo tres hombres han llegado al número uno de la ATP. Teniendo en cuenta que es un sistema algo complejo que cuenta semana a semana los puntos acumulados durante las cincuenta y dos anteriores, el hecho es inaudito. Solo Connors, Borg y McEnroe se acercaron, copando el número uno de 1974 a 1983. El problema es que los tres de ahora no solo siguen ahí después de diez años y medio sino que no hay ninguna razón para pensar que no lo vayan a estar mucho tiempo más. Incluso si Nadal y Djokovic se lesionaran para el resto de la temporada es complicado pensar que uno de los dos no acabaría como número uno del mundo, esa es su enorme diferencia con respecto a los demás, la misma que antes demostró Federer.

Otra muestra del dominio es que alguno de los tres ha estado en todas las finales de Grand Slam que se han disputado desde el Open de Australia de 2005 cuando Marat Safin le ganó el título a Lleyton Hewitt. A lo largo de sus carreras, Federer ha ganado diecisiete torneos de Grand Slam, Nadal se ha llevado catorce (incluyendo nueve veces el mismo, Roland Garros) y Djokovic lleva seis y unas cuantas finales desperdiciadas por el camino. Empezaron muy jóvenes y nadie ha llegado por detrás. Wimbledon 2014 pareció por un momento que iba a ser el momento y el lugar del famoso relevo generacional pero nos hemos quedado con las ganas: Novak acabó con Dimitrov, la gran promesa que ya va por los veintitrés años sin un gran torneo que llevarse a las vitrinas y Federer eliminó a Raonic en semifinales, el canadiense también de veintitrés años que a su vez se había impuesto a Kyrgios, él sí un adolescente de diecinueve, que había hecho la machada contra Nadal.

No es algo habitual en tenis que los postadolescentes miren desde tanta distancia: Federer ganó su primer Wimbledon con veintiún años, Nadal ganó Roland Garros con diecinueve, Djokovic se llevó Australia a punto de abandonar los veinte. Borg, McEnroe, Becker, Sampras… todos se llevaron su primer grande o al menos jugaron finales en el paso de década pero ahora se ha ralentizado todo y preocupa: no hay alternativas. La final entre un jugador de treinta y dos años para treinta y tres y otro de veintisiete recién cumplidos podría considerarse de por sí un duelo generacional, pero no lo es: estamos hartos de verlos jugar uno contra otro, igual que nos hartamos de ver a Nadal contra Federer o tenemos ahora nuestra triple dosis anual de Nadal contra Djokovic.

De acuerdo, «hartarse» no es el verbo adecuado, pero espero que me entiendan.

Djokovic, al menos, ha necesitado dos tie-breaks para ganar a Dimitrov y estuvo dos sets a uno abajo ante Marin Cilic. Federer, ni eso. La citada ruptura de servicio de Wawrinka que le costó perder el primer set de cuartos de final y punto. Ni una manga más perdida en todo el torneo. Lo ha ganado siete veces y está a un paso de ganarlo por octava vez. En esta época, las victorias se cuentan así, por kilos. Y sin embargo, esta vez, no es ni mucho menos el favorito.

Un escalón por debajo

A Federer, decíamos, lo que le molesta es Stakhovsky. El resto lo puede soportar. Le molestan los Stakhovsky y los Brands y los Delbonis, pero Nadal y Djokovic siguen siendo un reto. Es imposible que no se haya dado cuenta de que está un escalón por debajo porque no es idiota, sabe que tiene más años, sabe que su movilidad no es la misma, sabe que incluso el hambre de los diecisiete grandes, el papel en la historia ya garantizado, no ayuda. Sin embargo, le divierte. Puede aguantar un año más solo por el gustazo de darle problemas a los dos dominadores absolutos del circuito. Zipi y Zape.

Para encontrar la última victoria ante Nadal hay que irse muy atrás en el tiempo, hasta Indian Wells 2012, pero Djokovic cae con cierta frecuencia: este mismo año, en la final de Dubai y en las semifinales de Montecarlo. El año de su última victoria en Wimbledon, 2012, ya le batió en semifinales antes de hacer lo propio con Murray en la final. Digamos que Federer tiene opciones pero enfrente se encuentra a un lobo con hambre, un lobo que puede ser número uno del mundo si gana y que puede romper su racha de finales perdidas. Un lobo que se estira más, que corre más, que golpea con más fuerza…

… Y para rematar, un lobo que encuentra todas las líneas. El primer set de Djokovic es para enmarcar: golpes profundos que mantienen a su rival siempre un metro tras la línea de fondo y que le obligan a subir a la red en posiciones imposibles, a merced del pasante de derechas o, más habitualmente, del revés a dos manos. Djokovic lo controla todo, no permite concesiones con su saque y hostiga continuamente el del rival… sin embargo no consigue romper y cuando llega el tie-break y tiene su punto de set a favor, se viene abajo, pierde tres de cuatro puntos y acaba perdiendo la manga sin entender muy bien cómo.

El resto del partido continúa por esos parámetros. Federer juega como sabe pero también como le dejan porque la iniciativa está en el otro lado, en esa máquina serbia de pegar palos de lado a lado, solo castigado de vez en cuando por los gestitos de dolor en un tobillo o en el gemelo o las miradas al cielo cuando la bola se va a la red en un golpe fácil. Cabecita loca Djokovic. Justo antes de pedir ayuda del preparador físico, Novak rompe por fin el servicio de Federer y se adelanta 2-1, después, lo único que tiene que hacer es aguantar su servicio sin demasiados problemas, salvar una bola de break con 5-4 y llevarse el set para igualar la final.

La clave del tercer set

Llegados a este momento, los dos jugadores saben que el tercer set es clave: Federer ha jugado, con esta, veinticinco finales de Grand Slam. Cuando ha ido ganando por dos sets a uno ha ganado ocho partidos y solo ha perdido uno, ante Del Potro en el US Open de 2009. Cuando ha ido perdiendo dos sets a uno, algo que ha sucedido cinco veces, no ha sido capaz de remontar nunca.

Los dos empiezan como si aquello fuera un IvanisevicRusedski, despliegue de saques hasta que se acerca el tie-break y entonces Djokovic empieza a espabilar y a poner en apuros a Federer y el suizo aguanta como solo aguanta ya sobre hierba pero llega un poco magullado al desempate, falla una derecha facilísima con 4-3 en contra y acaba cediendo una manga que bien podría haber cedido antes. Djokovic celebra con euforia porque sabe que, estadísticas en mano, tiene el partido ganado.

Otra cosa es que las estadísticas acierten siempre.

El cuarto set empieza y Federer no encuentra escudo. No consigue restar ni el primer saque ni el segundo saque de Djokovic. Pierde su servicio por segunda vez en el partido, tercera en el torneo, para el 3-1 en contra. A continuación, rompe el de Djokovic por primera vez para acercarse 3-2 pero enseguida el serbio contraataca y pone el 4-2, luego el 5-2.

Este es el momento que comentábamos al principio. Lamento haberles hecho esperar tanto pero tienen que entender que la historia tiene un prólogo y un contexto y que ese contexto es precisamente lo que eleva a la historia. Federer gana su servicio y se pone 5-3, a continuación Djokovic saca para ganar su segundo Wimbledon y sacarse un enorme peso de encima. Ya ha titubeado en el primer set y ha estado a punto de hacerlo en el segundo pero esto es algo grande. Puede ser el último juego de la última final de Roger Federer en Wimbledon y el público, David Beckham y señora incluidos, está preparado para ello. Entonces, ocurre el milagro.

El último baile de Roger Federer

Djokovic saca y mete dos primeros, lo que debería bastar para llevarse los dos puntos, pero no, Federer ha decidido que no se va a ir tan fácil, que va a ser Nadal por un día y se va a agarrar a su pista. Resta las dos veces y acaba arrinconando a Djokovic, a quien la tensión se le empieza a notar en la respiración y los hombros demasiado altos. El siguiente punto es de manual: saque y derecha para el 15-30 y luego un error infantil de Roger que devuelve el marcador a 30 iguales. Todo esto para esto. Sin embargo, el siguiente punto es una demostración de lo que en su día fue el mejor revés a una mano del mundo, antes de que Nadal empezara a mandarle bolas liftadas y todas las inseguridades se dispararan. Con un cruzado impecable obtiene su primera bola de break y no la desaprovecha. Djokovic acaba resbalando por el suelo, su especialidad, lo que estuvo a punto de retirarle del torneo en octavos de final ante Gilles Simon.

Al levantarse, el serbio cojea y cuando cojea es que la cabeza no está. Le pasa a todo el mundo menos a Federer, que no cojea nunca, esté donde esté su mente. 5-4 y saque para el suizo. ¿Ha pasado lo peor? No, eso es imposible de asegurar a este nivel. Apenas tres minutos después, el suizo manda otro revés a la red y Djokovic tiene punto de campeonato. De nuevo esa sensación de montaña rusa que acompaña a los seguidores de Federer en los últimos años. Beckham se quita un bicho de la solapa, Becker pone cara de intriga y Roger saca a la «T» a toda velocidad. El juez de línea la canta fuera. Sin mucha convicción, pide la revisión del ojo de halcón. Hemos visto a Federer pedir revisiones mucho más absurdas que esta así que tiene su lógica. Se hace el silencio en la pista central mientras el simulador muestra que sí, que por unos pocos milímetros la bola ha besado la línea y por lo tanto es buena.

Ese es el final de Djokovic por el momento: pierde el juego, su siguiente servicio lo plaga de dobles faltas y derechas que se van un metro fuera y por un momento no parece el número uno del mundo sino Jana Novotna en aquella final contra Steffi Graf, cuando acabó llorando en el hombro de la duquesa de York. De repente, Federer gana 6-5 y tiene el saque. No solo su rival se ha venido abajo sino que él se ha venido arriba y ya no tiene miedo: derechas invertidas paralelas y cruzadas, subidas a la red, sensación de que el vaso se desborda, que a ese tío no lo para nadie, algarabía en las redes sociales: Federer ha vuelto. Estaba muerto y ha vuelto, ¿no es maravilloso? Quinto set en el All England Lawn and Tennis Club y quince minutos para no olvidar nunca.

El resto ya lo saben pero el resto no es tan importante porque el resto no es Stakhovsky ni Daniel Brands ni dieciséis bolas de break perdidas ante Tommy Robredo. El resto es lo normal: perder contra el mejor después de haberlo intentado. Obligar al mejor a demostrarlo, forzarle incluso a pedir tregua en forma de preparador físico cuando lo que necesitaba era un respiro psicológico. Yo no digo que a Federer le diera igual perder o que a sus fans les diera lo mismo. No, nunca diría nada así. Digamos, simplemente, que le volvimos a ver, puede que por última vez y que fue precioso. Que brillaba, como en sus mejores tiempos. Bailaba sobre la hierba, revés a una mano, volea alta imposible. Se parecía a lo mejor que habíamos visto y quizás el tiempo nos hizo olvidar: un tenis que fuera algo más que atletismo, un tenis con amago de barriguita y un montón de críos en el palco. Un tenis, hasta cierto punto, humano. Fin de la historia.

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9 Comments

  1. Joan Ginés

    Tio de verdad que eres grande….casi todos tus artículos me ponen la piel de gallina….esas emociones del momento….el deportista ante el reto….la duda….Y nosotros desde casa disfrutando de ello.Un placer leerte siempre.

  2. «El resto es lo normal: perder contra el mejor después de haberlo intentado. Obligar al mejor a demostrarlo, forzarle incluso a pedir tregua en forma de preparador físico cuando lo que necesitaba era un respiro psicológico»
    Obligar a los demás a demostrarlo es lo que hace que Federer sea tan grande. No sólo es el don del tenis convertido en hombre, si no que saca siempre lo mejor de su adversario.
    Por otro lado, en lo que va de año Federer ha ganado dos veces a Nole, las mismas que Nole a Federer. Es agotador que descalifiquéis constantemente al que sin duda es ya el mejor jugador de todos los tiempos, aunque lo hagáis con cariño.
    Si hubiera jugado con la seguridad y el aplomo con el que jugó todo el torneo, una victoria de Roger no hubiera sido en absoluto descabellada. De hecho no creo ser la única que después del cuarto set apostó por un final feliz. Obviamente se lo comieron los nervios.
    Bonito artículo.
    Un saludo.

  3. Joseph

    Por un momento yo también creí que si, que Federer se despediría con otro Wimbledon, y me tuvo al borde de la esperanza, pero se antojaba una gesta improbable por la estatura del rival.

    Y sin embargo me ha mantenido en vilo hasta el final. Lamento su desilusión. Hasta la otra Roger.

  4. Por mí esta época dorada del tenis no se terminaría nunca. Suelo ser nostálgico con el deporte: estoy convencido de que el fútbol vivió su época dorada entre 1954 y 1974, o que no se volverá a ver en la NBA un baloncesto de la calidad sublime que hubo en los 80…Pero esta era del tenis, con esos cuatro monstruos, está siendo fantástica. Y aunque soy nadalista, el día que Federer diga adiós me deprimiré tanto como cuando se fue Zidane.

    • michelle

      John, de acuerdo en lo que respecta al futbol y el basket, pero época dorada el tennis actual????? el tennis atraviesa la peor crisis de su historia!!! nos agarramos a Kyrgios incluso….. el circuito jamás ha visto una clasificación sin un solo talento joven; nunca hemos sufrido un top-10 tan bajo en calidad….. la época dorada es que coincidan en la pista Mac, wilander, lendl, becker, edberg, sampras!!!!! que los jugadores geniales puedan expresarse en la pista, no que el tennis este dominado ya totalmente por el físico y que solo lo ricos alcancen el circuito….. deberiamos ahondar en el desastroso sistema de los ITF y los challengers, pero sería otra historia…..

      • Ricardo

        Michelle, no puedo estar de acuerdo contigo.
        Es una época dorada porque en los últimos años el tenis ha sufrido una revolución en cuanto a velocidad de juego. Y con ello me refiero a velocidad en los peloteos, no en el saque.
        Los 3 magníficos son tan buenos, que hacen mediocres a jugadores de la talla de Del Potro, Berdych, Gasquet, etc.
        Estamos que han coincidido en el tiempo 3 de los más grandes de todos los tiempos: Nole, Rafa y Rogelio.
        Si los demás no llegan es porque éstos no les dejan, y con razón.
        Si con éstos no te basta, quizá eres demasiado exigente

  5. Pingback: Guillermo Ortiz: Los cinco juegos mágicos de Roger Federer

  6. Magnífico artículo. Se echan de menos textos así en jotdown, pero una pequeña corrección. Dices que Djokovic tiene hasta el momento seis Grand Slam y en la final precisamente se llevó el séptimo.

    • michelle

      Siete más tres copas MASTER, que siempre se olvida que es el quinto grande, 10, a años luz de los grandes, pero dale tiempo, es el único que podría acercarse al olimpo….

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