Yo hablo. Hablo, pero el que me escucha retiene solo las palabras que espera. Una es la descripción del mundo a la que prestas oídos benévolos, otra la que dará la vuelta de los corrillos de descargadores y gondoleros en los muelles de mi casa el día de mi regreso, otra la que podría dictar a avanzada edad, si cayera prisionero de piratas genoveses y me pusieran al cepo en la misma celda junto con un escritor de novelas de aventuras. Lo que comanda el relato no es la voz, es el oído. (Italo Calvino, Las ciudades Invisibles).
En la Biblia se indica que «el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas». Mucho antes, la cosmogonía sumeria establecía que el mar existió primero y de él nació el cielo y la tierra. Según la leyenda babilonia de Enuma Elish (alrededor de 1700 a. C.) el océano de agua dulce Apsu y el océano de agua salada Tiamat (entidad masculina y femenina respectivamente) crearon a los dioses, quienes a su vez crearon el mundo. Y no es una coincidencia ya que, de acuerdo con el Corán, todo tipo de vida se originó del agua. Según la mitología azteca, el dios de la lluvia Tlatoc era también el de la fertilidad, ya que representa el poder fecundador. La historia de la creación del Popol Vuh, libro sagrado de los indios quichés que habitan en la actual región de Guatemala cita textualmente «en el comienzo estaba el cielo, completamente solo, estaba el mar, completamente solo, no había nada más».
Vemos cómo, en las más distintas culturas, el agua aparece repetidamente como origen generador de la vida en leyendas y religiones. Similares mitos de la creación y su posterior destrucción, como el archiconocido Diluvio Universal, se encuentran en prácticamente todas las civilizaciones, mostrando así el doble efecto del agua, como elemento fundamental para la vida pero también causa de su devastación. Además y fuera del ámbito de mitos y leyendas, no es difícil darse cuenta de que el agua ha sido decisiva en el desarrollo de la humanidad. Las grandes civilizaciones de la Antigüedad estuvieron concentradas en los valles de importantes ríos: próximos al Tigris y Éufrates en Mesopotamia, cerca del Nilo en Egipto, en el valle del Indus en la India o junto al río Huang en China. Lugares en donde crecieron grandes centros urbanos e importantes imperios agrarios.
De forma general se puede decir que la relación de la arquitectura con el clima es muy evidente y obliga a esta a encontrar respuestas. Mientras en los países húmedos y pluviosos la arquitectura persigue expulsar el agua de ella, en los climas secos se busca la captación de lluvia para su posterior almacenamiento. En las viviendas romanas, el diseño de las cubiertas hacía que el agua fuera almacenada en pequeños estanques impluvium, situados en el interior de la vivienda para su posterior uso.
La lluvia como arquitectura
La Casa de la Lluvia de Juan Navarro Baldeweg debe su nombre a las condiciones climáticas que la rodean. Situada en Cantabria, la propia concepción matérica entiende a la perfección el emplazamiento de la obra. La composición de los materiales que dan forma a la vivienda (piedra, vidrio y zinc) se estratifica ayudando a que la lluvia transforme el espacio, acariciándolo, cambiando sus texturas y colores, para convertir el conjunto en una gran caja de resonancia. Este concepto aparecía presente en una primera instalación de 1979 en la que una fina capa de agua era pulverizada, simulando la constante agua de lluvia presente en el clima cántabro, cayendo sobre una reducida maqueta de la vivienda realizada en cobre.
Como si de un cuadro puntillista se tratase, la lluvia peina la casa rebotando sutilmente en la cubierta mientras el ojo del espectador refuerza el límite entre la forma, el espacio y las diferentes texturas del paisaje que el agua deja detrás. La vinculación con el exterior se refuerza separando la estructura portante de la casa con su cerramiento, permitiendo así que una banda alta de huecos en la fachada no interrumpa la visión continua del horizonte.
La percepción del habitante es vital para comprender el proyecto. Según el arquitecto, «El instrumento y la música no son lo mismo. Nadie hace un instrumento musical por el objeto mismo. La experiencia de la arquitectura es como la de escuchar música». La Casa de la Lluvia únicamente se entiende cuando es habitada.
El arroyo como arquitectura
Si el agua cae lentamente desde puntos focales como un hilillo continuo que modela levemente el espejo, forma cadenas de ondas simétricas desfigurando la lámina de agua estancada y los límites de los objetos reflejados en ella. En el Patio de Comares de la Alhambra de Granada todo está calculado: la precisa geometría y la vegetación contenida reducen las bandas paralelas a ambos lados de la alberca. Las reverberaciones sobre las paredes son apreciables especialmente en las zonas de sombra bajo los aleros, producidos por la reflexión del sol en el agua ondulante.
En la Casa Stretto, Steven Holl construye el espacio acuoso con materiales tradicionales. Desde la llegada a la vivienda realizada a través del puente que salva un arroyo y accede a un patio de piedra con una fuente, se revela una yuxtaposición de espacios en toda la casa. Cuando el arquitecto visitó el terreno sobre el que tenía que trabajar, se encontró con un paisaje caracterizado por un pequeño río que alimentaba tres estanques. Estos estaban contenidos en medio de pequeños muros de hormigón entre los que saltaba el agua con un sonido de constante murmullo. La vivienda fue nombrada Stretto en referencia a una pieza musical donde las fases se solapan entre ellas y los instrumentos de percusión (pesados) y de cuerda (ligeros) se superponen, en un emplazamiento en donde el agua es el único intérprete de la continua banda sonora que acompaña la edificación durante el día y la noche.
El estanque como arquitectura
Los fondos claros de los estanques naturales contribuyen a dar al agua una cualidad viva y luminosa reforzando los valores de pureza y frescor intrínsecos en la propia composición líquida del material. Nada que ver con el Pabellón de Barcelona de Mies Van der Rohe en donde sus dos estanques aportan situaciones totalmente diferentes.
El estanque situado frente a los escalones que ascienden a la plataforma estaba rodeado de paredes de piedra oscura, proporcionando al agua un aspecto de pesada o mercurial a pesar del limitado espesor de la lámina acuática. Lo mismo ocurre con el estanque pequeño, donde una ninfa inmóvil se protege de la luz cenital: el fondo de color negro aportaba al agua una cualidad de profundidad irreal, aparentando un estado salvaje y venenoso del líquido en contraste con la pureza y artificialidad de los elementos construidos. Adyacente, un muro de mármol verde veteado limitaba el estanque tras el cual hacía aparición la vegetación circundante, quedando asociada visualmente a la materialidad del muro.
Una piscina, que no deja de ser un estanque con función añadida, ilustra el concepto espacial y estructurador del agua como metáfora de un claro en el bosque. En Villa Mairea de Alvar Aalto hay una jerarquización de anillos formados exteriormente por el arbolado que rodea la parcela e interiormente por la propia vivienda y los muretes bajos que prolongan las particiones de la casa absorbiendo el desnivel. La piscina sigue este esquema de anillos concéntricos y se subordina a una idea de concepción muy precisa: el claro en el bosque.
Un lago es en sí mismo un claro en el bosque. Introduce espacio y luz permitiendo tanto la visión distante de la arquitectura como la expansión visual desde su posición. La lámina de agua estancada se convierte así en un recurso comúnmente utilizado en jardines paisajistas, donde la arquitectura nace en torno a ella, acercándose a la orilla en ocasiones, o situándose en posiciones alejadas en laderas o altos de colina persiguiendo la contemplación de panoramas completos.
El vapor de agua como arquitectura
Cuando los límites de la arquitectura se difuminan lo suficiente como para como para no discernir si se trata de un elemento construido, una instalación de arte o una escultura dependiente de factores ambientales, nos encontramos ante obras tan diferentes y atractivas como el Blur Building, creada por Elizabeth Diller y Ricardo Scofidio.
Es posible que la relación entre Son Gokū, personaje de Akira Toriyama, y su ocurrente modo de transporte sirviera de referencia a este ambicioso proyecto para la Expo de 2002 en Suiza, en el que se pretendía habitar una nube. Sí, han oído bien. Un elemento incorpóreo, sin forma determinada y cambiante con el viento. ¿Y cómo se realiza semejante utopía arquitectónica? Suspendida en el mar, dos plataformas dan acceso a una concentración permanente de niebla que se extiende a lo largo de la bahía. El edificio, formado por una estructura de metal, lanza sobre la atmósfera millones de diminutas gotas de agua del lago sobre el que se encuentra levitando. La alta presión de los elementos que pulverizan el líquido se encarga de que la instalación no desaparezca ni siquiera en días de lluvia. O «aparezca», ya que todo el interior queda oculto por un manto blanco que ondea desfigurado a merced del viento, siendo así uno de los únicos edificios del mundo en el que sus fachadas cambian a cada minuto que pasa.
Los visitantes son acompañados desde el momento en que desaparecen por unos chalecos impermeables inteligentes que los guían a lo largo de toda la exposición, a través de luces y sonidos únicamente, y que reaccionan al encuentro de otros invitados cambiando de color en caso de que sean afines entre ellos. Toda una experiencia sensorial en la que el más utilizado de nuestros sentidos queda prácticamente inhabilitado a merced de la espesa niebla que nos envuelve.
Me ha parecido una síntesis muy certera y explicada de un modo muy bello. El agua «en» la arquitectura a veces es un enemigo, pero el agua «y» la arquitectura siempre pueden ser amigas. Fantástico texto.
El sonido de las fuentecillas moras durante la noche en el Carmen de la Victoria, en Granada. Inexpugnable recuerdo.
Un cobertizo de uralita en una casa de campo abandonada, sostenido con dos palos de madera, divide el espacio de una manera elegante y exacta, impropia de los materiales con los que se construye.
Genial. Las carcajadas han podido oírse a dos calles de mi casa.
«De estE agua no beberé». Eufonía y eso.
http://www.wikilengua.org/index.php/Eufon%C3%ADa para más info.
Hola, lamento comunicarte que no tienes razón:
«Ante nombres femeninos se usan los demostrativos esta, esa y aquella, incluso si comienzan por a tónica: esta agua, esa águila, aquella hacha o esta área.
En los siguientes ejemplos tomados de la prensa, sin embargo, se usa la forma masculina en su lugar: «Este arma blanca estaba manchada de sangre», «El gremialista resaltó que este acta deberá ser homologada para asegurar su cumplimiento».
Según explica el Diccionario panhispánico de dudas, los artículos la y una adoptan normalmente, por razones de sonoridad, las formas el y un cuando van inmediatamente delante de un sustantivo que comienza por a tónica, pero eso no afecta a la debida concordancia con otras palabras de la oración, entre ellas los demostrativos esta, esa y aquella».
http://www.fundeu.es/recomendacion/esta-agua-no-este-agua-1506/
Un saludo cordial.
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