Durante los años cincuenta el desierto de Nevada llegó a acoger hasta cuatro explosiones nucleares al mes, que algunos curiosos observaban desde la distancia permitida mientras disfrutaban de picnics domingueros. Eso eran tiempos felices. Una época en la que no existían cinturones de seguridad, los medios de comunicación no dejaban de anunciar los beneficios para la salud del tabaco, las zapaterías tenían potentes máquinas de rayos X para que los chicos jugaran a medirse el pie y la comida de los supermercados tenía hasta dos mil aditivos químicos. Los niños americanos acumulaban en sus cuerpecitos elevadas cantidades de estroncio 90 gracias a este despreocupado estilo de vida y así de sanos crecían, con esas mejillas coloradas y una radiante sonrisa, como Bill Bryson sin ir más lejos. Un americano nacido en Iowa e inglés de adopción que no solo sobrevivió a esa infancia, sino que además la añoró —no todo va a ser recordar los ochenta, oiga— en su autobiografía Aventuras y desventuras del Chico Centella, un libro tan recomendable y entretenido como todos los demás que ha escrito sobre los temas más variopintos. Lo que no te mata te hace más fuerte, o en este caso más polifacético.
De forma que dicho libro nos proporciona una excelente ventana desde la que asomarnos a los primeros años de este hijo de periodistas, de quienes heredó o aprendió una insaciable curiosidad por todas las ramas del conocimiento humano. Para una mente analítica la sabiduría puede alojarse en cualquier lugar, solo hace falta mirar con detenimiento el tiempo suficiente. Eso hizo en cierta ocasión en la que quizá nunca fue más acertada la expresión nietzscheana de que cuando te asomas al abismo el abismo te devuelve la mirada, la ocasión en la que se puso a estudiar el ano de su amigo de la infancia Buddy, que años después recordaba como «rojizo, prieto y ligeramente fruncido». Así comienzan los grandes divulgadores. Pero su inquietud intelectual también abarcaba la por entonces novedosa televisión, los cómics de superhéroes, la literatura y por supuesto el cine, con películas de serie B de sensacionales títulos como El cerebro que no quería morir, Zombies de la estratosfera, El hombre del planeta X y tantas otros que moldearon sus fantasías convirtiéndole en lo que es hoy en día.
La memoria es selectiva y cuanto más tiempo pasa más tendemos a recordar solo los momentos felices. Algo de eso hay en esta autobiografía, sin duda, en la que abunda el sarcasmo y las observaciones críticas en torno a la Guerra Fría o el racismo aunque el tono general sea alegre y nostálgico, lo que contribuye a hacer la lectura más agradable. Pero qué demonios, debió ser una buena época y lugar aquella en que se daban noticias como esta: «La batida organizada en el lago Pocotopaug en busca de una persona presuntamente ahogada fue suspendida el martes al comprobarse que uno de los voluntarios que participaban en la batida, Robert Hausman, de veintitrés años de edad, natural de East Hampton, era la persona a la que se estaba buscando. Des Moines Registrer, 20 de septiembre de 1957». Sea como fuere, quedó atrás esa América conservadora de los años cincuenta y comienzos de los sesenta —tan apacible y humana en unas ocasiones como desquiciadamente paranoica e intolerante en otras— y Bryson, tras pasar un tiempo en la universidad, decidió probar suerte en Europa.
Corría el año 1972 y su primer viaje a lo largo de Europa sería el embrión del libro Neither Here Nor There: Travels in Europe, que publicaría casi dos décadas después. Un año después se establecería en Gran Bretaña, donde consiguió un empleo en un hospital psiquiátrico. Allí conoció a una enfermera que se convertiría en su mujer. Más adelante pasaría a trabajar como periodista en The Times y The Independent y en 1987 lo dejaría para centrarse en la escritura. Desde entonces publicó varios libros de viajes caracterizados por su tono humorístico y desenfadado y por la cantidad de información de todo tipo que proporciona acerca del lugar que visita. Su historia, su política, sus costumbres… Siempre desde una aguda capacidad de observación. Incluso puede deleitarnos si la ocasión lo requiere con la descripción de los órganos sexuales de un ornitorrinco. Una información que nos hace crecer como personas y que podemos encontrar en su muy recomendable En las antípodas, sobre su viaje por Australia. Un país en el que su primer ministro muere tragado por una ola mientras daba un paseo por la playa y acto seguido sus ciudadanos lo homenajean poniéndole su nombre a una piscina es sin duda un lugar que merece la pena visitar y conocer mejor, y nuestro protagonista nos ayuda a ello. Pero no es la excepción, una prueba de lo bien que es capaz de diseccionar el lugar que visite es que su libro Notes from a Small Island fue elegido por los lectores ingleses como la mejor descripción que se haya hecho sobre su país. También tiene otro sobre su ruta por las carreteras secundarias de Estados Unidos y, no contento con viajar en el espacio, también lo ha hecho en el tiempo en Shakespeare.
En esa obra se remonta al Londres del siglo XVI y XVII, una ciudad que podía llegar a perder la cuarta parte de sus habitantes en solo una década a causa de la interminable lista de enfermedades que la azotaban. Pero el flujo de provincianos cubría las bajas y el célebre poeta fue uno de ellos. Dado que los datos biográficos disponibles sobre este autor son casi inexistentes y Bryson no quiere caer en la redacción de una obra de ficción meramente especulativa, su recurso es describir la sociedad y costumbres de la época y más específicamente, cómo era el mundillo teatral en el que el Shakespeare se movió a lo largo de su vida. El teatro isabelino alcanzó un esplendor artístico extraordinario pero tuvo que sobrevivir en un entorno muy competitivo en el que le disputaban el público espectáculos tan sugerentes como el de poner chimpancés montados a caballo y atacados por una jauría de perros. Ante eso no era fácil decantarse por una obra como Hamlet, que podía durar sin interrupciones más de cuatro horas. Así que a cambio del penique que costaba la entrada había que ofrecer tramas intrigantes, humor, violencia, amor arrebatado y lo que hiciera falta. A veces se les iba la mano, como cierto actor que al empuñar un mosquete en plena representación mató sin querer a una mujer embarazada del público y dejó gravemente herido a otro. Eso no hay compañía contemporánea por vanguardista que pretenda ser que lo iguale. En un contexto así el mayor escritor de todos los tiempos creó su obra y gracias al amor por el detalle que muestra Bryson y a su sólida documentación podemos comprenderlo mejor.
Su interés por Shakespeare está estrechamente relacionado con el que siente por la lengua inglesa, a cuyo origen y evolución ha dedicado uno de sus libros más conocidos —al menos en el ámbito anglosajón— aunque también más cuestionados, su The Mother Tongue: English and How It Got That Way. Aunque elogiado por su estilo vivaz y divertido, también recibió críticas por su etnocentrismo y por ciertas imprecisiones que contenía, por lo que posteriormente fue ampliado y actualizado en Made in America.
Otro libro suyo de temática histórica es En casa, una breve historia de la vida privada. No tan breve, dado que cuenta con más de seiscientas páginas, pero una lectura muy amena por la gigantesca provisión de anécdotas e información sobre la vida cotidiana durante los últimos siglos. En él puede encontrar uno todo lo que necesita saber sobre miriñaques, fórceps, teléfonos, abonos o tenedores, así como de las consecuencias sociales más amplias con las que interactúan (la revolución industrial, la esclavitud, el comercio internacional…). Una obra muy interesante, pero si hablamos de «breves historias» entonces nos falta la definitiva.
Una breve historia de casi todo fue publicada en 2003 y además de ganar numerosos premios como el Descartes, concedido por la UE, se convirtió en uno de los libros más vendidos de los últimos años en todo el mundo. Lo cual es casi prodigioso teniendo en cuenta que hablamos de una obra de divulgación científica. La clave estuvo en aunar conocimientos de varias ciencias y recurrir a anécdotas biográficas de los investigadores que hicieron historia, encontrando un difícil equilibrio entre respetar la inteligencia del lector y contárselo de forma sencilla y sin que requiera conocimientos previos sobre ese campo. Buena divulgación, en definitiva. Esta vez no hubo reproches por parte de expertos, siempre tan ansiosos por demostrar su autoridad ante cualquier osado que quiera entrar en su terreno. Se trata, como él mismo admite, de «el libro en el que más empeño he puesto y el que mejor he escrito», uno que aspira a abarcar casi todo el universo y que encauza como ningún otro esa proverbial curiosidad que ya de niño le llevó a asomarse a los confines de lo posible. Quién sabe si el cosmos, visto con la suficiente perspectiva, pueda ser también rojizo, prieto y ligeramente fruncido.
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En «una breve historia de casi todo» sí que hay algunos errores, sobre todo con magnitudes. Imagino que derivadas de la conversión entre billions y billones.
En «En casa» también he encontrado algunas afirmaciones muy discutibles.
A pesar de todo esto, sus libros son muy entretenidos.
En “una breve historia de casi todo” hay algunos errores en la traducción de fechas al castellano del tipo «… hace cuatro mil años y medio …» donde debería ser «… hace cuatro mil quinientos años …»
Además de errores de traducción, y de conversión del billion inglés al billón continental, hay errores de concepto, atribuibles al autor.
Por ejemplo, describiendo el experimento de Michelson se mete en un buen jardín.
La muerte de Harry Holt, decimoséptimo primer ministro de Australia, se produjo mientras buceaba en la playa de Cheviot, en el estado de Victoria.
17 de diciembre de 1967. Nunca se encontró su cuerpo. Cuarenta años después el departamento forense de Victoria lo declaró oficialmente muerto.
Las circunstancias que rodearon la muerte de Holt dieron pie a todo tipo de descabelladas teorías y conspiraciones:
Fue secuestrado por la CIA,huyó en un submarino ruso, era un agente chino y al ser descubierto fingió su muerte para escapar….
Lo de la piscina es cierto.
Creo que a estas alturas, quinto comentario, Bryson merece lo suyo: piropos. No solo es uno de los mejores contadores vivos, y un autor sin género (aunque los viajes capitalizan su obra), sino que además tiene un tesoro: su prosa entra sin tenerla que masticar. Una magnífica puerta de entrada a la literatura para los más pequeños/jóvenes. ¡Un grande!
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