Un año más, y ya van dieciséis, durante unos días del mes de junio se celebró en Madrid la nueva edición del Festival de Cine Alemán. Como además suele coincidir con las jornadas finales de la Feria del Libro, quienes demostraran un cierto interés por la cultura —un interés que no pocos psiquiatras y algún politólogo podrían considerar como una desviación— podían, durante esos cinco días que este año transcurrieron del 10 al 14 de junio, completar un recorrido cultural que les llevara, por ejemplo, de la proyección a las cinco de la tarde de Otra Heimat – crónica de una visión (Die andere Heimat – Chronik einer Sehnsucht; Edgar Reitz, 2013), a la caseta de literatura húngara, donde sin mucho esfuerzo económico tendrían la posibilidad de hacer acopio de varias antologías de poesía magiar que, si bien ninguna persona normal entiende una sola palabra de ese curioso idioma, sí les ayudaría a saciar la sed de tildes que la Real Academia Española ha tenido a bien provocarnos. Tildes y dobles tildes sobre vocales y consonantes que, entrelazadas con el recuerdo de las diéresis y betas tan alemanas que acabamos de dejar atrás, a las puertas del cine Palafox, deberían quitarnos las ganas de volver escribir jamás un signo diacrítico sobre un adverbio o un adjetivo demostrativo, ya manifieste algún tipo de ambigüedad o no. ¿Quieren tildes? Aprendan húngaro. ¿Quieren cine sesudo? Acudan a la edición del año que viene del festival y, mientras tanto, si las distribuidoras lo consideran oportuno, vean al menos los dos platos fuertes de la edición de este año.
Los lectores más perspicaces ya se habrán dado cuenta de que el recorrido propuesto no es posible. Es una trampa, es un postchiste. Pues Otra Heimat dura casi cuatro horas, y para cuando salieran del cine Palafox ya haría tiempo que las persianas de las casetas del Retiro se habrían cerrado. Y además cuatro horas de cine «experimental, novelesco, literario»; cuatro horas de una mezcla de Werner Herzog y Béla Tarr, no le dejan el cuerpo a uno como para andar refocilándose por paisajes primaverales. La tendencia más apremiante es hacerse con una soga y ponerse muy dramático; o alquilar una buhardilla, sentarse en un taburete de tres patas y escribir a mano, con pluma y tintero, una historia del positivismo en primera persona y en varios tomos. Finalmente se llegará de nuevo a la cuestión de la soga u otras maneras más aparatosas de dar la nota, pero habrá merecido la pena. Otra Heimat, además, es una suerte de precuela de Heimat, que a su vez consiste en cincuenta y cuatro horas de filmación que narran la historia de una familia de la región del Rhin durante un siglo. A los alemanes ya les enseñó Wagner que si quieres contar algo no hay por qué andarse con pequeñeces. Aquí, se lo advertimos, nada es convencional, y cada plano supone un desafío formal e intelectual, porque debe de haber más cosas detrás de cada gesto de las que somos capaces de apreciar. Hay quien ha definido Otra Heimat como una tragicomedia de la lucha contra la opresión, pero eso es lo de menos. La película es hermosa de la misma manera en que, por ejemplo, una historia tan terrible como la que nos contaba La cinta blanca es bella. Y se abre con un plano secuencia. Qué más le pueden pedir a una película alemana; siéntense —mucho rato— y disfruten.
La otra estrella de esta edición es más liviana, sin que este adjetivo deba conllevar ningún tipo de estigma. Es más agradable, y con ella se puede establecer una conexión más inmediata. Exit Marrakech (Caroline Link, 2013) comienza durante un amanecer en un campo de trigo, y no son menos evocadoras el resto de imágenes que nos irá mostrando la directora, tanto los paisajes majestuosos y sorprendentes del Atlas marroquí como los recovecos más sucios y reales de la sociedad urbana y rural del país vecino (y el mundo paralelo solo al alcance del turismo de alto nivel económico). Al contrario, la película cada vez va dando mayor importancia al paisaje, a las gentes, a la comida, a la cultura extraña en la que se ven sumidos un padre hasta entonces desarraigado y su hijo en edad iniciática; es un entorno desconocido para ellos que les hace sentir indefensos y les fuerza a mirarse a la cara. La elección del paisaje no es casual, ni una excusa. La película da varias vueltas en torno al tema principal —un viaje de entendimiento, un encuentro inesperado entre dos personas tan cercanas y lejanas al mismo tiempo— y no faltará quien vea ciertas tramas abandonadas a medias y algunos personajes apenas esbozados que se diluyen cuando quizás quisiéramos saber más sobre ellos. Pero esta es la gran virtud de la película. Es una de esas raras ocasiones en las que dejar que el espectador rellene los huecos no es un acto de pereza por parte del guionista o del director, sino una necesidad narrativa que sirve para fortalecer la historia principal y no distraerla. La película de Link —ganadora de un Óscar en 2001 por su película En un lugar de África, y que ya en 1995 rodó una historia sobre una pareja de sordos, padres de una niña anormalmente dotada para la música— que parte como un viaje de iniciación, un viaje sentimental, termina por ofrecer mucho más. Todo espectador con un cierto bagaje vital encontrará un punto de afinidad con el que identificarse.
Con estas dos películas, tan distintas, tan extremas cada una a su manera, se podría dar por satisfecho el espectador medio. Cubren bien el espectro del buen cine que se hace en Alemania. Pero los que desearan ir más allá, podían ir más allá. Cine de gánsteres en Banklady (Christian Alvart, 2013), que no es sino la versión actualizada y alemana de Bonnie & Clyde, y que asimismo está basada en el caso real de la atracadora de bancos Gisela Werler. Historias sobre las dos Alemanias en West (Westen, Christian Schwochow, 2013), que abrirá los ojos, o al menos planteará ciertas cuestiones, a quienes creen que llegar al lado occidental del muro era el comienzo de una vida más fácil y más libre. La simple y fresca road movie Querida Courtney (Dear Courtney, Rolf Roring, 2103) que narra la curiosa historia de un adolescente alemán que se considera el verdadero autor de Smells like teen spirit. Y la versión más zafia del humor alemán en Fack ju Goethe (Bora Dagtekin, 2013), que nos muestra las peripecias de un exconvicto que se hace pasar por un profesor de instituto para recuperar un botín millonario. Transgresión, slapstick y chistes simples y directos. Y, por tanto, un éxito de público que ya está esperando la secuela. Seguro que les suena, pero esto es cine alemán, los herederos directos de la UFA, Murnau, Herzog y tantas otras insignes cabezas. Así pues piensen; porque seguro que allí mismo, en algún giro del idioma o en un cambio de luz, se esconde alguna idea muy profunda oculta bajo el disfraz de un vulgar chiste de pedos. Y si no lo descubren, vuélvanlo a intentar en la edición del año que viene.
Ya estoy buscando en Amazon la peli Heimat para verla este fin de semana. Impaciente.