Lo confieso de entrada: nunca he conectado con Ryan Murphy. Nip & Tuck me pilló mayor; Glee y American Horror Story me provocaron hilaridad y somnolencia respectivamente; y cada vez que he oído su nombre la palabra «histrionismo» ha recorrido mi columna vertebral. Ahora bien, prometo volver a repasar cada centímetro de metraje que el señor Murphy haya realizado en la última década para ver si encuentro cualquier cosa ligeramente cercana a su descomunal película para HBO: The normal heart.
Vaya por delante que no deseo entrar en el agrio debate provocado por el filme entre la comunidad homosexual: francamente creo que los valores artísticos de la pieza exceden con mucho la polémica causada por la película. Es obvio también que The normal heart deseaba ser el catalizador de una conversación que al menos para la mayoría había resultado invisible hasta ahora.
Por situarnos, The normal heart arranca a principios de los años ochenta y muestra a un activista homosexual neoyorquino llamado Ned Weeks (alter ego del guionista, Larry Kramer) que vive en sus carnes la llegada de lo que en principio se denominó «cáncer gay» y, más tarde, sida. El legado de cenizas que la enfermedad (una epidemia en toda regla) deja en su comunidad y en su círculo íntimo, marca el rumbo de una lucha despiadada con los poderes fácticos, que —simplemente— miran hacia otro lado, como si el asunto no fuera con ellos.
Esa batalla desigual entre un colectivo centrifugado a partes iguales por el sexo, el miedo, la (férrea) necesidad de anonimato (ser gay era tolerado en ciertos ámbitos y la lista de damnificados por ser excesivamente abiertos con su sexualidad era inacabable) y las instituciones, que consideraban una enfermedad cuya diana primordial eran los homosexuales algo marginal, ocupa el núcleo narrativo de la película. Weeks cree que la primera arma de la comunidad gay contra la plaga es, sencillamente, renunciar al sexo. Obviamente, muchos de los líderes gais de la época se oponen por considerar que el derecho a relacionarse como les venga en gana y asumiendo únicamente sus propias reglas es la única victoria visible que los homosexuales han conseguido desde los turbios años sesenta.
Este argumento, que va mucho más allá de teoría y práctica, y que considera que Weeks/Kramer siguió un camino equivocado y en cierto modo contribuyó a estigmatizar a los que no compartían su hoja de ruta, ha ocupado docenas de páginas en la misma prensa estadounidense que pasó tres años ignorando lo que estaba sucediendo en las calles de sus ciudades y que ahora presume de verbalizar lo que este o aquel piensa de una enfermedad que ha causado millones de víctimas en todo el mundo y que sigue infectando diariamente a más de seis mil personas.
El conflicto, más allá de sus obvias ramificaciones éticas y socio-políticas, es de una profundidad apabullante porque sirve para definir la personalidad de un colectivo que veía como sus preocupaciones viraban de la represión y la necesidad de resultar visibles (sin ser ruidosos), a la de transmitir que estaban siendo borrados de la faz de la tierra por un virus implacable. Un virus que además acarreaba no solo el rechazo social inmediato, sino el aislamiento más atroz (el maldito sarcoma de Kaposi causó auténticos estragos) y que representaba una muerte pública incluso más cruel e implacable que la muerte física.
Antes de que el presidente Ronald Reagan dijera por primera vez la palabra «sida» en un discurso, allá por 1985, veinticinco mi personas habían fallecido. Muchas de ellas habían sido rechazadas en hospitales, despedidas de sus trabajos, expulsadas de sus apartamentos y despojadas de sus vidas por el simple hecho de padecer una enfermedad que nadie sabía cómo tratar. La ignorancia y la actitud morosa de cada organismo e institución americana y su torpeza al ignorar sistemáticamente lo que sucedía ayudaron a propagar rumores de contagio que iban desde el simple apretón de manos al compartir habitación con un enfermo. La plaga que acompañaba a la plaga era incluso peor que la propia plaga.
De todo esto escribió Kramer a mediados de 1985, con la sangre aún hirviendo y enemistado con medio mundo. La obra de teatro The normal heart fue un apabullante éxito y sirvió para hacer pública la guerra que se había vivido en la comunidad homosexual durante los primeros años de la década de los ochenta.
Una guerra invisible, extremadamente cruel, agudizada por el hecho de que cada uno de los implicados veía como su entorno se reducía drásticamente por culpa de una de las enfermedades más letales que se hayan visto en la faz de la tierra.
La obra de Kramer, rica en diálogos, naturalista, de una fuerza brutal, se convierte en manos del mencionado Ryan Murphy en una pieza intimista, que rehúye los subterfugios dramáticos para ir al grano y que no cede ni un centímetro de terreno al espectador: no hay alivio para este, igual que no lo hay para los protagonistas, tipos jóvenes que se enfrentan a un demonio que ni siquiera tiene nombre.
El reparto de The normal heart es absolutamente extraordinario, empezando por Mark Ruffalo, un actor capaz de otorgar a su personaje (Weeks) una carga dramática apabullante sin tener que recurrir a la (hiper)gestualidad o a los aspavientos verbales. Ruffalo, sólido como una roca, de una intensidad a prueba de adjetivos, encarna las contradicciones de una comunidad incapaz de moverse al unísono y es la brújula (y el ancla) de la película. A su lado, un increíble Matt Bommer, al que hemos visto hacer de hombre objeto un millón de veces, pero que aquí se convierte en algo excepcional, ya no solo por su tenebrosa transformación física, sino por la cantidad de matices que introduce en su interpretación de Felix Turner. No menos excelentes son los personajes de Jim Parsons y Alfred Molina: el primero quitándose de un manotazo la sombra de Sheldon Cooper y el segundo (un seguro de vida) dando vida al hermano de Weeks, el único personaje heterosexual masculino del filme con tiempo de pantalla y cosas que decir.
La dirección es magnífica, la banda sonora impecable, y la intensidad y fuerza del filme recuerdan a la legendaria Angels in America, también de HBO. La polémica, como decíamos antes, ha arreciado en Estados Unidos por diversos motivos, entre ellos por no subrayar la condición multirracial de la epidemia y por permitir que la única voz que parece racional (y razonable) de la pieza sea la de Weeks, un hombre con muchísimos detractores entre la —ahora— poderosa comunidad gay estadounidense. Otras críticas han rozado el ridículo, como las que afirman que la narrativa de la película queda mutilada por el hecho de que la acción acabe en 1983, ya que después se produjeron hechos mucho más relevantes que los que se cuentan en el filme. Como si el autor no pudiera reflejar el periodo que le viene en gana, más allá de su importancia objetiva y tuviera que regirse por el manual de prioridades que marca la historia de la epidemia y no por su propia visión de la misma.
Pocas películas han explicado tan bien el infierno que supuso para toda una generación la llegada del sida, su desesperación, la entereza de algunos (y la cobardía de otros), la indiferencia de una sociedad que les dio la espalda y la huella indeleble que la plaga dejó en sus vidas. En esos vacíos, llenos de miedo, e hipocresía, y en el silencio que dejaron tras de sí, se esconde la verdadera valía de The normal heart: una película que deja en el espectador la sensación de que la humanidad es un lugar oscuro y solitario del que todos somos cómplices.
Una de las subtramas de «And the Band played on» de Randy Shilts trata los mismos hechos bastante bien.
http://en.wikipedia.org/wiki/And_the_Band_Played_On:_Politics,_People,_and_the_AIDS_Epidemic
Muy buena película, esta última, que utilizo en mis clases para alumnos de secundària, en la que aparte de tratar estos hecbos se mueztra todo el proceso científico hasta aislar e identificar el germen causante del síndrome.
A veces me da la sensacion de haber vivido durante alguna época en un universo paralelo, pues gran parte de lo expuesto en esa pelicula o escrito en el articulo, o no pasó así, o lo recuerdo MUY diferente.
Todo el asunto del SIDA de los homosexuales fue un gran monumento al «¿que hay de lo mio?» donde solo les importó lo que les estaba pasando a ellos, sin importarles un comino lo que estaban sufriendo otros colectivos, y justo dejó de provocarles quebraderos de cabeza en el mismo instante en que se consiguió que esa enfermedad pasara de letal a crónica PARA SU COLECTIVO.
El que los homosexuales solo fueran una de las famosas 4 haches, y no las más perjudicada, o que el SIDA siga siendo mortal en casi toda Africa, no debe entrar en sus prioridades en este siglo XXI.
Del mismo modo, «The Normal Heart» consigue la proeza de no decir las palabras «heroinomano» o «hemofilico» ni una sola vez en todo su metraje, a pesar de que trata del SIDA.
Un gran logro, si.
Eso mismo pensé yo, sí.
Muy de acuerdo. Cuando esa enfermedad, o síndrome, dio el salto al mundo hétero, vía heroína y/o prostitución, al mundo gay le trajo por completo sin cuidado. Y no me da la impresión de que las cosas hayan cambiado demasiado a día de hoy
Bros, Jeremías e Isaías: Por supuesto que con todos mis respetos, pero creo que no habéis entendido nada de la película; parece que solo veáis una parte de la historia y hacéis una interpretación parcial, inexacta y llena de prejuicios.
Primero: La película abarca los primeros 80, época en que la gente andaba muy descolocada y sin nada de información. Como históricamente se ha hecho, se señalaba a los gays como seres enfermos y nefastos y en España, por ejemplo, se les juzgaba por la «ley de vagos y maleantes». Leyes hechas por heterosexuales, naturalmente. La gente que tenias cerca o que conocías, moría por una extraña enfermedad y, encima, contaron el cuento de las 4 Hs, que, solo las personas con inteligencia y sensatez, intuían que eso era imposible que no podía existir un virus ideológico. La gente seguía muriendo y el poder seguía vendiendo que los culpables eran los homosexuales, los muy idiotas no se daban cuenta que esto perjudicaba a todo el mundo, heterosexuales incluidos. Así se pasaron los primeros años: entre la ignoráncia, el miedo y los prejuicio. Lo del uso del condón se descubrió mas tarde.
Que culpeis a los homosexuales (uno de los grupos humanos peor y mas injustamente tratados de la historia) de egoísmo y falta de solidaridad es una manera de poner al día los prejuicios de siempre. Nada nuevo.
PREGUNTA: Ya que nombráis a África: ¿Teneis idea de en cuantos paises africanos se aplica la cadena perpetua o directamente la muerte por ser gay?
Así fue!!!
Los heroinómanos empezaron a ser víctimas del SIDA porque se puede ser a la vez homosexual y heroinómano – especialmente cuando la homosexualidad te condena automáticamente a los márgenes de la sociedad – y acabas compartiendo jeringuilla con un afectado.
Lo mismo para los hemofílicos; se puede ser homosexual y a la vez una de esas buenas personas que donan sangre. La mentalidad retrógrada que consideraba a los homosexuales unos íncubos demoníacos surgidos del quinto infierno para traer el armagedón a la Tierra veían muy bien que Dios los castigase con una plaga que los mataba solo a ellos. Y por supuesto, a nadie se le pasó por la cabeza que uno de esos anormales invertidos quizá fuese un voluntario de Cruz Roja, o un honrado padre de familia, de esos que donan sangre de vez en cuando, así que ¿para qué demonios vamos a pedir un test de análisis de ese nuevo virus que está masacrando a los maricones en las donaciones de sangre? ¿A quién coño le importa?
Si existen las cuatro haches es porque nadie se preocupó una mierda de la enfermedad mientras afectaba principalmente a la primera H. Luego, evidentemente, las otras H estaban en una situación médica mucho más vulnerable que volvía el SIDA mucho más letal para ellos que para los gays. Al final es lo de siempre: «primero vinieron a por los gays, pero como yo no era gay…»
Gracias!!!! Uno de los mejores comentarios de Jotdown ever!
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Ojalá puedan ver the normal heart es una película muy conmovedora
Por cierto, excelente el artículo escrito por Toni García Ramón «La plaga que nunca existió»