La plaza
Antonio Tabucchi, autor de la célebre novela Sostiene Pereira y de la menos exitosa pero tan cautivadora La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, inició su carrera literaria con un encantador y poco conocido librito, titulado Piazza d’Italia. En él, Tabucchi cuenta, con evidente influencia de Cien años de soledad de García Márquez y varias dosis de su realismo mágico, unos cien años de historia de Italia —desde los camisas rojas de Garibaldi hasta los partisanos de la Segunda Guerra Mundial— a través de las vicisitudes de una libertaria familia de insurrectos.
No pude evitar acordarme de Piazza d’Italia tras ver The Square, largometraje egipcio-estadounidense galardonado en Sundance y que compitió por el premio al mejor documental en los últimos Óscar. Más allá de que la primera es una obra literaria y de ficción y la segunda es cinematográfica y de no ficción, ambas toman como referente una plaza, ámbito de la geografía urbana que sirve de símbolo para contar la historia de todo un país. En el caso de The Square, la plaza es Tahrir y el país es Egipto, en el que no faltan, como en la Italia de Tabucchi, los insurrectos.
The square relata las protestas desde la caída de Hosni Mubarak, en febrero de 2011, hasta la de Mohamed Morsi, en julio de 2013. En total, menos de dos años y medio, frente a los cien glosados por García Márquez o Tabucchi, pero que bien podrían parecer un siglo a ojos de los egipcios a juzgar por la profundidad de los cambios que han experimentado. Precisamente por la complejidad del objeto de la película —la revolución egipcia, con su entreverado cóctel de factores sociales y políticos, causas y consecuencias encadenadas— merece un reconocimiento especial la despejada, ágil y seductora narración de The Square.
Gran parte de este triunfo se debe a la maestría de la directora, Jehane Noujaim, a la hora de manejar el material de su documental: una revolución, la egipcia, jalonada de hechos de difícil planteamiento lineal, que se desarrollan a espasmos, ahora brotando a borbotones, ahora estancados y que, cuando circulan, lo hacen en función de laberínticas circunstancias, tanto por avenidas principales como por cambios de sentido, direcciones prohibidas y callejones ciegos. Cuando los acontecimientos no han circulado ha sido porque estaban embotellados, esperando a tomar una salida, entre la muchedumbre de una plaza: la de Tahrir.
Es extraordinario cómo, partiendo de estos confusos mimbres, Noujaim se vale de conseguidas transiciones visuales, efectivos acompañamientos musicales y, sobre todo, poderosísimas imágenes para producir un cesto con sentido: un documental que narra, con soltura y claridad y en menos de dos horas, más de dos años de historia de Egipto. Y, lo que es más sorprendente, que lo hace a mismísimo pie de calle. La película transporta al espectador al centro de la plaza de Tahrir, en pleno corazón de las protestas, gracias a una impresionante cantidad de metraje conseguido en el ojo del huracán, cámara en mano y en ocasiones arriesgando la vida entre los disparos, con un coraje asombroso. Así, el público es partícipe de la camaradería revolucionaria entre los esperanzados «habitantes» del campamento de Tahrir, de sus risas, cánticos y momentos de euforia, pero también de su miedo cuando la plaza y la ciudad se convierten en campo de batalla, de la brutalidad policial, la violencia callejera y la tragedia de la muerte.
Precisamente el elemento más poderoso de The Square es cómo cuenta la revolución en primera persona, por boca de los hombres y las mujeres, la mayoría jóvenes, que se lanzaron a la calle en 2011 para reclamar el fin de la dictadura y un futuro de libertad, dignidad y justicia social en Egipto. Su compromiso y determinación, sus anhelos y frustraciones, forman la columna vertebral del documental y golpean sin remedio al espectador, contagiándolo y emocionándolo.
La película elige a tres manifestantes reales como protagonistas y conducto de la narración: Khalid, un actor y cineasta británico-egipcio, es el intelectual, el estratega político que arenga a sus compañeros a base de profundos argumentos con su piquito de oro. Magdy es un barbudo padre de familia y miembro de los Hermanos Musulmanes, por lo que fue torturado bajo el régimen de Mubarak. Y Ahmed, el que más se hace querer por la cámara, es un simpático cairota de un barrio humilde que acude a Tahrir llevado por la esperanza y el entusiasmo por cambiar su país.
Los tres protagonistas funcionan bien como una especie de alegoría de los colectivos que participaron en las protestas contra Mubarak: los más sofisticados políticamente, con unas teorías y demandas más definidas, encarnados en Khalid; aquellos movidos por su islamismo y pertenecientes a un movimiento muy organizado y jerarquizado, representados por Magdy; y los menos ideologizados y más pegados a las calles, como Ahmed.
Una de las fortalezas de la película es cómo explora la relación entre los tres protagonistas, lo que sirve como aproximación para explicar las complejas conexiones entre los grupos sociales que cada uno de ellos vienen a simbolizar. Especialmente enrevesada e interesante es la relación entre los laicos Khalid y Ahmed, por un lado, y el islamista Magdy, por otro. Al principio, los primeros se sorprenden cuando el segundo acude con otros Hermanos Musulmanes a Tahrir. Tras las reticencias iniciales, el contacto diario en la plaza les hace darse cuenta de que tienen más cosas en común de las que suponían. Sin embargo, con la llegada al poder de los islamistas, la armonía se rompe: los Hermanos Musulmanes son acusados por sus antiguos compañeros de Tahrir de pactar a escondidas con el ejército y traicionar la revolución.
Una crítica plausible a The Square es que no representa todas las opiniones de la sociedad egipcia por igual: mientras que los que protestan son personas bondadosas e idealistas, aquellos que aparecen en el documental como más partidarios del statu quo o del ejército son maliciosos o estúpidos. Si imaginamos políticamente la sociedad egipcia, de manera simplificada, como un triángulo cuyos tres vértices son los reformistas laicos, los islamistas y los conservadores pro-ejército, en el que la distancia entre ellos es variable en función de las alianzas coyunturales, el vértice de los conservadores más partidarios de la estabilidad cojea en la película.
La otra laguna de The Square es que, en su retrato de la vida en Tahrir, pasa completamente por alto el aspecto más oscuro y reprensible de las protestas: la alarmante cantidad de mujeres que fueron víctimas de agresiones sexuales, a manos de hombres que aprovecharon cobardemente las aglomeraciones para atacar a compañeras manifestantes, periodistas o transeúntes. La completa ausencia de la más mínima mención en el documental a esta odiosa plaga no puede explicarse sino por una decisión consciente de su directora, que prefirió edulcorar la imagen de las manifestaciones prescindiendo de su elemento más negativo.
Y es que The Square ni es una cinta neutral ni lo pretende: en todo momento se trata de un documental activista y militante que toma un punto de vista claramente pro revolución. Ello no empaña el hecho de que se trata de una magnífica película. La otra cara de la moneda de su falta de imparcialidad es su mensaje directo, fuerza imparable, mareante inmediatez y contagiosa pasión.
Y así lo han debido percibir también los militares que ocupan el poder en El Cairo desde el golpe de Estado que derrocó a Morsi. La exhibición de The Square ha sido bloqueada en Egipto por, según algunos analistas, su descripción crítica del papel de las fuerzas armadas en la política egipcia. Pero, ¿sale tan mal parado el ejército en la película? En algunos pasajes, sin duda. Sin embargo, al final de la cinta, las masas de manifestantes en las calles celebran con una gran algarabía la intervención de los militares para deponer al Gobierno de Morsi. A pesar de que a continuación se nos informa, con un texto en pantalla, de las víctimas mortales de la represión que vino después, el tono en el que acaba The Square desprende una cierta aprobación del golpe militar. Quizás esta aparente bipolaridad política de la película se deba a que sus autores, como tantos otros egipcios y observadores del exterior, no han podido escapar del laberinto que ha sido Egipto en los últimos años.
El laberinto
El periodista especializado en relaciones internacionales Max Fisher describió así esta cierta esquizofrenia de The Square respecto al papel de las fuerzas armadas: «los autores de la película parecieron volverse indulgentes con el ejército una vez que este dejó de apuntar sus armas hacia los activistas liberales y las dirigió contra los Hermanos Musulmanes». Y concluyó: «chirría ver a los protagonistas resistir tan vehementemente el Gobierno militar en 2011, solo para abrazarlo dos años después cuando este desaloja a Morsi».
Ciertamente, el Gobierno de Morsi —que había sido elegido legítimamente en las urnas— dejaba mucho que desear por su incompetencia y sus tintes autoritarios. De hecho, salieron a las calles para pedir su dimisión seguramente más egipcios de los que nunca lo hicieron contra Mubarak. Sin embargo, la exaltada celebración del golpe de Estado militar —y lo que es más grave: la represión posterior— por sectores supuestamente liberales de la sociedad egipcia es una preocupante muestra de que el respeto por el adversario político y las reglas democráticas no se encuentran precisamente extendidos en Egipto.
A este respecto, el académico especializado en política egipcia Samer Shehata denunció que «utilizar medios no democráticos para deponer a un líder electo, por muy inepto que sea, subvierte la misma esencia de la democracia al contradecir su primer principio: la transferencia pacífica del poder por medio de las elecciones». Shehata explicó así la sorprendente reacción de los sectores más liberales: «Egipto tiene un dilema: su política está dominada por demócratas que no son liberales y liberales que no son demócratas.»
Por un lado, expuso Shehata, están los Hermanos Musulmanes, que no solo aceptan la competición electoral sino que se distinguen por su efectividad en ella, pero que no se comprometen con el pluralismo o el respeto a las minorías. Por otro lado, están aquellos que creen en los derechos de las minorías, las libertades personales, los derechos civiles… y las elecciones; eso sí, siempre que no las ganen los islamistas.
Reflexionar sobre este dilema es un útil paso previo para que uno pueda guiarse por el laberinto de los acontecimientos políticos egipcios. Adentrémonos en él.
En mayo y junio de 2012 —más de un año después de la caída de Mubarak, el acontecimiento de mayor significado de la Primavera Árabe con el que arranca The Square—, Egipto celebra sus primeras elecciones libres, imparciales y competitivas, esto es, auténticamente democráticas. El país más poblado del mundo árabe marca un hito histórico: con la victoria de Morsi, por primera vez un islamista accede a la jefatura del Estado de un país de la región. Tras muchos meses de inestabilidad e incertidumbre, parece que los egipcios han encontrado una salida democrática y con posibilidades de progreso al embrollo posrevolucionario. Hay algunos signos esperanzadores: por ejemplo, en octubre el presidente Morsi anuncia un perdón para todos aquellos condenados por crímenes cometidos «en apoyo de la revolución».
Sin embargo, los Hermanos Musulmanes en el poder, además de no conseguir aliviar las pésimas condiciones de vida de tantos egipcios, pronto empiezan a mostrar su cara más autoritaria. El proyecto de nueva Constitución —rechazado por amplios sectores de la población— se aprueba en noviembre de 2012 por una asamblea constituyente dominada por los islamistas. Para evitar que el poder judicial interfiriera en el trabajo de la asamblea, Morsi aprueba un decreto —anulado unas dos semanas después— arrogándose poderes prácticamente ilimitados. Empiezan así una serie de protestas lideradas por los grupos laicos, que se alargarán durante meses y se acrecentarán con más abusos del Gobierno de Morsi contra las libertades fundamentales. Su elección, que había parecido una salida para Egipto, acaba revelándose como una fatal vuelta al triste, oscuro y largo laberinto.
En abril de 2013, uno de los principales asesores legales del presidente dimite, alegando que los Hermanos Musulmanes están acaparando indebidamente el poder. Morsi es cada vez más criticado dentro y fuera de Egipto y la situación empieza a ser límite. El movimiento de base Tamarod («Rebelión») recoge —según afirman ellos mismos— 22 millones de firmas para exigir la dimisión del Gobierno. El 30 de junio de 2013, coincidiendo con el primer aniversario de la llegada al poder de los Hermanos Musulmanes, las protestas alcanzan su punto álgido: en lo que el ejército calificó como la mayor manifestación en la historia de Egipto, millones de personas salen a las calles para pedir la dimisión inmediata de Morsi.
Lo que empieza como una protesta pacífica adquiere características violentas cuando la sede de los Hermanos Musulmanes en El Cairo es atacada y como consecuencia mueren cinco miembros de la organización. Más de dos docenas de personas mueren en enfrentamientos entre partidarios y detractores del Gobierno en varios puntos del país. El 3 de julio de 2013, el comandante en jefe del ejército, mariscal Abdelfatah Al-Sisi, anuncia por televisión que Morsi —que es detenido junto con otros altos cargos del Gobierno y de los Hermanos Musulmanes— ha sido depuesto y la Constitución suspendida.
Así acaba The Square, pero desde entonces los acontecimientos en Egipto han seguido circulando por circuitos enmarañados.
Con el golpe militar, el laberinto del país se hace cada vez más estrecho y asfixiante, amenazando con acorralar a buena parte de los egipcios. El 14 de agosto, las fuerzas de seguridad desalojan por la fuerza dos campamentos de seguidores de Morsi, matando a cientos de manifestantes, la mayoría desarmados (595 según el Ministerio de Salud y 2600 según los Hermanos Musulmanes). Mueren asimismo 43 policías. La organización de derechos humanos Human Rights Watch describe la masacre como el incidente más serio de homicidios masivos (mass unlawful killings) en la historia moderna de Egipto. Como respuesta, se producen disturbios a lo largo del país en los que muchedumbres encolerizadas queman iglesias cristianas y atacan comisarías de policía. Mueren más de 40 personas.
Posteriormente, los Hermanos Musulmanes son designados como una organización «terrorista» e ilegalizados (sin que el Estado haya aportado evidencias creíbles de la involucración del grupo en actividades criminales, según Human Rights Watch). Se estima que al menos 16.000 egipcios —no solo Hermanos Musulmanes, también activistas de los grupos laicos que estuvieron en la vanguardia de las protestas que tumbaron a Mubarak, como el Movimiento 6 de Abril— han sido arrestados desde el golpe militar, muchos de ellos simplemente por el ejercicio pacífico de sus derechos. Además, 16 periodistas se encuentran en estos momentos detenidos, convirtiendo a Egipto en uno de los cinco países con más informadores encarcelados.
Las autoridades egipcias tras el golpe militar otorgaron —en palabras de Amnistía Internacional— a las fuerzas de seguridad un «mandato para la represión» que, unido al clima de enfrentamiento social y político en el país, ha dejado, solo hasta el 31 de enero de 2014, según el Carnegie Endowment for International Peace, 2528 civiles y 59 policías muertos en diferentes altercados violentos. Por otra parte, han perdido la vida en actos calificados como terroristas 150 policías, 74 soldados y 57 civiles. Más de 1200 personas han sido condenadas a muerte en dos juicios masivos carentes de garantías básicas (muchas de estas sentencias fueron conmutadas después por cadena perpetua).
No es de extrañar que Kenneth Roth, director ejecutivo de Human Rights Watch, haya escrito que «por segunda vez desde la caída de Mubarak, hay un Gobierno con escasa inclinación por limitar su poder a través del respeto a los derechos fundamentales». Después de derrocar al dictador y transitar más de tres años por el laberinto, los egipcios no es que no hayan encontrado la salida hacia la libertad y la democracia. Es que básicamente han vuelto al punto de partida.
El último recoveco de este galimatías en Egipto han sido las recientes elecciones presidenciales de mayo de 2014, diseñadas para darle un barniz civil a la dictadura militar y boicoteadas por los Hermanos Musulmanes. Al-Sisi, líder del golpe como exjefe del ejército, promovido hasta el paroxismo del culto a la personalidad por los poderes económicos y mediáticos del país y con todo el aparato del Estado a su favor, se proclamó vencedor con el 97% de los votos, frente al 3% de su único rival. Sin embargo, la participación —menor a la de las elecciones de 2012 ganadas por Morsi— fue tan baja que se amplió inesperadamente un día el período de votación. Además, varios observadores independientes han señalado que las elecciones no cumplieron con los estándares democráticos internacionales.
Este remedo de elecciones es un recordatorio de que no puede haber democracia plena mientras se excluya a una parte significativa de la población. Las celebraciones callejeras que refleja el final de The Square se debieron a que muchos interpretaron el golpe de Estado del ejército como el fin del autoritarismo, representado por Morsi. Pero desde el punto de vista del respeto a la democracia, peor que la enfermedad de los Hermanos Musulmanes ha sido el remedio de los militares.
Sería imprudente dar definitivamente por muerta la revolución en Egipto, porque como hermosamente muestra The Square, un gran número de egipcios, particularmente jóvenes, se han vuelto políticamente conscientes y activos al compás de la plaza de Tahrir. Al mismo tiempo, sería ingenuo no constatar lo aciago y gris del laberinto sin aparente salida en que se encuentra el país. Como le escribía el columnista local Bilal Fadl en una carta abierta a un amigo encarcelado, activista de la revolución de 2011: «Te escribo en el último día de este funesto año 2013, en que los sueños de los egipcios por un Estado civilizado que trajera libertad, dignidad y justicia social se tornaron pesadillas. Hoy vivimos en la sombra de un régimen que es castrense en su cabeza, represivo en sus brazos y civil solo en su piel, que otorga libertad solo a aquellos que lo aplauden».
La gran paradoja, que yo al menos no consigo solucionar es si es legítimo que un partido que pretende destruir las libertades de los demás puede concurrir a las elecciones, ganarlas y aplicar su programa como si tal cosa. Los Hermanos Musulmanes quieren islamizar la sociedad, es decir, dictar cómo debe la gente vestirse y comportarse en su ámbito privado. En Turquía el gobierno lo intenta hacer céntimetro a centímetro, como bien se sabe. Mis amigos turcos occidentalizados apoyan al ejército, porque de nada sirve un sistema democrático de elecciones si los que ganan tienen derecho a modificar radicalmente la vida de los demás. Prefieren quedarse con sus libertades individuales diarias y sacrificar el pluralismo político. Esvtriste pero es así.
Creo que falta la perspectiva internacional. El documental está formulado como un arma de propaganda para forzar un cambio de apoyo por parte de Estados Unidos y la Unión Europea desde los militares hacia los liberales. Por eso se cuida mucho de molestar excesivamente a los liberales, lo cuales muestran claramente que entre militaes e islamistas se quedan con los primeros, lo cual es no respetar la democracia. En esa perspectiva se obvia la pieza fundamental de la ecuación, que es Israel, motivo por el cual EE.UU. y la UE apoyan al ejército, que detenta el poder real en Egipto, como el principal actor politico. De hecho el gobierno Morsi encalló en tanto se enfrentaba a los militares.
Problema de respeto a las minorías se tienen en todos sitios (incluyendo EE.UU. y la UE). Mientras los Hermanos Musulmanes se moderaban no se forzó a que fuesen más inclusivos sino que se les calificó de terroristas directamente y se les masacró. El mensaje que estamos mandando al mundo islámico es que la democracia es un invento occidental para oprimir a islamistas y que sólo les queda la yihad. Muy en la línea de Siria.
Aunque sean dos puntos de vista opuestos, seguramente los dos comentarios que me preceden acierten en las cosas que dicen.
Es un tema nada fácil de resolver y ya presente con sus variaciones desde el golpe de estado del ejército en Argelia cuando el FIS había ganado las elecciones en el 91.
Quizá Egipto y el resto de países musulmanes en parecidas circunstancias deban mirar a Túnez, donde no sin dificultades, mejor pinta la cosa después de la primavera árabe…. Han conseguido una constitución de amplio consenso que establece las líneas rojas que nadie en el gobierno, por muy islamista que sea, pueda traspasar (que en el fondo de «eso» van las constituciones)
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